jueves, enero 31, 2019

“Cuando Nicanor Parra ganó el premio Cervantes”, de Felipe Cussen





1. Cuando Nicanor Parra ganó el premio Cervantes fui el primer chileno en enterarme. El día anterior le había asegurado a un par de amigos que jamás le darían a Parra el Cervantes, porque pensaba que nunca podría ser valorado en el ámbito español, tan conservador en sus gustos poéticos. Pero ese día en la mañana recibí un sorpresivo llamado de Rogelio Blanco, Director General del Libro en España, contándome que habían escogido a Parra y preguntándome si tenía su teléfono para que le avisaran. Uno de los jurados, profesor mío cuando estudié en Barcelona, pensaba que yo podría tenerlo porque he trabajado en la Universidad Diego Portales, de la que el antipoeta es “rostro”. Pero no lo tenía. Creo que al final él se enteró por la prensa.

2. Cuando Nicanor Parra ganó el premio Cervantes, una amiga periodista me preguntó si me gustaría escribir algo para The Clinic comentando la noticia. Le dije que sí, pero para criticar la manera en que Nicanor Parra ha sido secuestrado por The Clinic. No lo hice. Aunque compro puntualmente este periódico todos los jueves, y me río con algunos de sus chistes, siempre me ha parecido detestable ese aire a patota de colegio cuico que forman la mayoría de sus integrantes y, aún más, su abajismo paternalista. Yo mismo soy un cuico abajista, pero pienso que a Parra lo han rebajado al estatus de un viejo buena onda pero inofensivo, cuya máxima provocación habría sido escribir poemas con garabatos. Alguien que los divierte y del que siempre podrán esperar un chiste. Creo que han caído en su trampa: quizás lo más llamativo de Parra es precisamente su capacidad de traicionar una y otra vez las expectativas que motiva. Algunos de sus mejores poemas son serios, incluso aburridos. Por otra parte, también me ha parecido un error que lo intenten erigir como un genio único en la tierra, pues se descontextualiza su aporte en la constante desestabilización de las formas poéticas, y se evita que la antipoesía pueda considerarse como parte de una familia más grande en la que podrían caber, por ejemplo, Joan Brossa, Bern Porter o John Cage.

3. Cuando Nicanor Parra ganó el premio Cervantes, otro periodista me preguntó si me gustaría que ganara el Nobel. Le dije que sí: no podría decir que no me gustaría, porque creo que se lo merece. Pero la verdad es que preferiría que en vez de él lo gane cualquier otro autor desconocido en Chile, y que de ese modo se active la traducción, edición y crítica de escritores tan interesantes como Wislawa Szymborska, J. M. Coetzee o Imre Kertész, que probablemente no se habrían leído en estos parajes si no hubieran sido premiados. Ahora mismo me encantaría que lo ganara Adonis, por ejemplo. Pero acá nuestros periodistas culturales creen que si el ganador del Nobel es un escritor que ellos desconocen, se trata obviamente de un invento de los suecos, y ni por un segundo se sientan a pensar que su abismante desconocimiento de la literatura de otros países los ha privado de conocerlo. Juan Manuel Vial, por ejemplo, se despachó tranquilamente la poesía de Tranströmer a partir de algunos textos leídos a la rápida en internet para concluir que, obviamente, Parra era mucho mejor. Ese comentario no le hace ningún favor a Parra. Sus admiradores no necesitamos que gane el Nobel para seguir leyéndolo. Es más, a veces pienso que hubiera sido fantástico que Gabriela Mistral y Pablo Neruda no hubieran ganado el Nobel, para que nos hubiéramos dedicado a leer a poetas mucho mejores, como Pedro Antonio González.

4. Cuando Nicanor Parra ganó el premio Cervantes, un poeta extranjero me dijo: “Tal vez el Cervantes a Parra haga a los escritores chilenos menos arrogantes”.



en Opinología, 2012

Cumshot.cl











miércoles, enero 30, 2019

"Tumba de Lisias, el gramático", de Konstantinos Kavafis

Traducción de Miguel Castillo Didier






Muy cerca, a la derecha cuando entras a la biblioteca
de Berito, enterramos al sabio Lisias,
el gramático. El lugar es muy apropiado.
Lo colocamos cerca de sus cosas a las que recuerda
también allá acaso - escolios, textos, filología,
variantes, opúsculos con abundante interpretación de helenismos.
Y además así será vista y honrada por nosotros
su tumba, cuando pasemos a los libros.







en Kavafis íntegro, 1991












martes, enero 29, 2019

“No te pares en mi tumba a llorar”, de Mary Elizabeth Frye*





No te pares en mi tumba a llorar.
No estoy ahí. Yo no duermo.
Soy los mil vientos que soplan.
Soy los destellos de diamante en la nieve.
Soy la luz del sol sobre el maduro grano.
Soy la suave lluvia de otoño
cuando despiertes en la mañana silenciosa.
Soy la rápida y estimulante carrera
de tranquilos pájaros que vuelan en círculos.
Soy las estrellas suaves que brillan por la noche.

No te pares en mi tumba a llorar.
No estoy ahí. Yo no morí.



Traducción de Carlos Almonte


Do not stand at my grave and weep

Do not stand at my grave and weep / I am not there. I do not sleep. / I am a thousand winds that blow. / I am the diamond glints on snow. / I am the sunlight on ripened grain. / I am the gentle autumn rain. / When you awaken in the morning's hush / I am the swift uplifting rush / Of quiet birds in circled flight. / I am the soft stars that shine at night. / Do not stand at my grave and cry; / I am not there. I did not die. /


Nota Descontexto
Este poema es conocido por la polémica en relación a la identidad de su creadora, que fue desconocida hasta la década de 1990, cuando la misma Mary Elizabeth Frye se declaró como su autora. Esta reivindicación fue apoyada por la periodista Abigail Van Buren, en 1998, tras una larga investigación. La circulación del poema fue facilitada por Frye, quien hizo muchas copias repartiéndolas de manera privada. La autora nunca publicó ni registró el poema. Otra versión dice que el poema es, a menudo, atribuido a Mary Elizabeth Frye, pero que el poema (“Inmortalidad” originalmente) fue publicado por Clare Harner en la revista The Gypsy, en 1934.










lunes, enero 28, 2019

«El tigre», de Charles Simić

Traducción de Juan Carlos Villavicencio





En memoria de George Oppen

En San Francisco, ese invierno,
Había una pequeña tienda oscura
Lleno de budas aletargados.
La tarde en la que entré
Nadie salió a saludarme.
Me paré entre los sabios
Como si tratara de leer sus pensamientos.

Uno era enorme y estaba hecho de piedra.
Unos pocos eran del tamaño de la cabeza de un niño.
Y tenían manchas del color de la sangre seca.
Había algunos no más grandes que ratones,
Y parecían estar escuchando.

«Los vientos de marzo, vientos negros,
los vientos descarnados», escribió el poeta muerto.

Al atardecer su calle estaba vacía
Excepto por mi larga sombra.
Abiertas ante mí como tijeras.
Ahí estaba su casa donde conté la historia
Del soldado ruso,
Aquel que se veía como un chino.

Yacía herido en la cama de mi padre,
Y yo le traía fósforos y agua.
Por eso me regaló un pequeño tigre
Hecho de marfil. Su boca estaba abierta de ira
Pero ya no le quedaban rayas.

Hubo una noche en la que pinté
De negro sus ojos, de rojo su lengua.
Mi madre sostuvo la lámpara por mí,
Mientras se preocupaba por el tipo de suerte
Que la bestia podría traernos.

El tigre en mi mano rugió débilmente
Cuando estuvimos solos en la oscuridad,
Pero cuando puse mi oído en la puerta del poeta
esa tarde, no escuché nada.

«Los vientos de marzo, los vientos negros,
Los vientos descarnados», escribió alguna vez.






en Hotel Insomnia, 1992















domingo, enero 27, 2019

“La calle solitaria”, de William Carlos Williams





Se acabaron las clases. Hace mucho calor
para caminar a gusto. A gusto
con vestidos ligeros caminan por las calles
para matar el tiempo.
Se han estirado. Llevan
llamas rosadas en su mano derecha.
De pies a cabeza de blanco,
con miradas ladeadas, perezosas—
de amarillo, con géneros flotantes,
faja y medias negras—
tocando sus ávidas bocas
con azúcar rosada en un palito—
como un clavel cada una llevándola en su mano—
suben por la calle solitaria.



en Antología de la Poesía Norteamericana, 2018
Edición a cargo de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal
Descontexto Editores



The lonely street

School is over. It is too hot / to walk at ease. At ease / in light frocks they walk the streets / to while the time away. / They have grown tall. They hold / pink flames in their right hands. / In white from head to foot, / with sidelong, idle look-- / in yellow, floating stuff, / black sash and stockings-- / touching their avid mouths / with pink sugar on a stick-- / like a carnation each holds in her hand-- / they mount the lonely street. /












sábado, enero 26, 2019

«Colina del Sur», de Wang Wei

Versión de Juan Carlos Villavicencio






Un bote ligero sale de la colina del Sur.
Es difícil llegar al norte a través de tanta inmensidad.
Busco mi hogar en la otra orilla.
Desde tan lejos no lo pude reconocer.











viernes, enero 25, 2019

“Aquel bello pariente de los pájaros”, de César Calvo





Aquel bello pariente de los pájaros
que escondía su sombra de la lluvia
mientras tú dirigías
sobre ardientes cuadernos el vuelo de su mano.
El niño que subía
por el estambre rojo del verano
para contarte ríos de perfume,
cabellos rubios y país de nardos.
Tu niño preferido -¡si lo vieras!-
es el alma de un ciego que pena entre los cactus.
Es hoy el otro, el sin reír, el pálido,
rabioso jardinero de otoños enterrados.

¿Y sabiendo esto lo quisiste tanto?
¿Lo acostumbraste al mar,
al sol,
al viento,
para que hoy ande respirando asfixias
en un pozo de náufragos?
¿Para esta pobre condición de niebla
defendiste su luz de enamorado?

Poesía, no quiero este camino
que me lleva a pisar sangre en el prado
cuando la luna dice que es rocío
y cuando mi alma jura que es espanto.

Poesía, no quiero este destino.
Llévate tus sandalias.
¡Devuélveme mis manos!

El final de la historia lo dirán las estrellas
y las hojas que cubran mi sueño sepultado.



en De este lado del cielo (Antología), 2018

Edición de Mario Pera

Descontexto Editores













jueves, enero 24, 2019

"Venida del bosque", de Margaret Atwood

Traducción de Juan Carlos Villavicencio





Yo que había sido borrada
por el fuego, fui arrastrada
sobre el verde
(qué
temporada más brillante)
Con el tiempo vinieron
los animales a habitarme,

primero uno
a uno, furtivamente
(sus usuales huellas
quemaban); entonces
habiendo marcado nuevas fronteras
volviendo, más
confiados, año
a año, de dos
en dos

pero sin descanso: no estaba lista
en general para ser colonizada

Ellos podían decir que yo era
demasiado intensa: podría
haber zozobrado;
estaba aterrada
por sus ojos (verdes o
ámbares) que brillaban desde dentro de mí

No había sido terminada; de noche
no podría ver sin linternas.

Él escribió: Nos vamos. Yo dije
Ya no tengo ropa
que pueda usar

Llegó la nieve. El trineo fue un alivio;
atrás se veía extendido su rastro
empujándome hacia la ciudad

y, rodeando la primera colina, me quedé
(instantáneamente)
sin vida dentro de mí: ellos se habían ido.

Hubo algo que casi me enseñaron
pero me alejé sin haberlo aprendido.




en The Journals of Susanna Moodie, 1970
















Departure from the Bush

I, who had been erased / by fire, was crept in / upon by green / (how / lucid the season) / In time the animals / arrived to inhabit me, // first one / by one, stealthily / (their habitual traces / burnt); then / having marked new boundaries / returning, more / confident, year / by year, two / by two // but restless: I was not ready / altogether to be moved into // They could tell I was / too heavy: I might / capsize; / I was frightened / by their eyes (green or / amber) glowing out from inside me // I was not completed; at night / I could not see without lanterns. // He wrote, We are leaving. I said / I have no clothes / left I can wear // The snow came. The sleigh was a relief; / its track lengthened behind, / pushing me towards the city // and rounding the first hill, I was / (instantaneously) / unlived in: they had gone. // There was something they almost taught me / I came away not having learned.











miércoles, enero 23, 2019

“Ricardo Lyon 3352”, de Roberto Merino





Sé que no creo, pero no es bastante
ese premio menor de desconsuelo.
De una vida de pura explicación
desaparecen de pronto los paisajes.
Lo que no espero lo espero del azar
pero dudo del método en la noche.
Sin comentarios las hojas en los techos
acumulan inútil permanencia.
El mismo azar es un albur lejano
(no queda otro cigarro que el que fumas).
Me imagino que hay playas, que hay un norte
despertándose del despojo de las olas.
Pero en la vida misma constatarlo
se hace lento y difícil y desbordan
a estas horas los años estancados.



en Melancolía artificial, 2009

(Segunda edición, Ediciones Universidad Diego Portales)











martes, enero 22, 2019

"Un mundo feliz", de Aldous Huxley

Fragmento





En la excitación que le producía el hecho de conocer a un hombre que había leído a Shakespeare, había olvidado momentáneamente todo lo demás. El Interventor se encogió de hombros.

—Porque es antiguo; ésta es la razón principal. Aquí las cosas antiguas no nos son útiles.

—¿Aunque sean bellas?

—Especialmente cuando son bellas. La belleza ejerce una atracción, y nosotros no queremos que la gente se sienta atraída por cosas antiguas. Queremos que les gusten las nuevas.

—¡Pero si las nuevas son horribles, estúpidas! ¡Esas películas en las que sólo salen helicópteros y el público siente cómo los actores se besan! —John hizo una mueca—. ¡Cabrones y monos! Sólo en estas palabras de Otelo encontraba el vehículo adecuado para expresar su desprecio y su odio.

—En todo caso, animales inofensivos —murmuró el Interventor, a modo de paréntesis.

—¿Por qué, en lugar de esto, no les permite leer Otelo?

—Ya se lo he dicho: es antiguo. Además, no lo entenderían.

Sí, esto era cierto. John recordó cómo se había reído Helmholtz ante la lectura de Romeo y Julieta.

—Bueno, pues entonces —dijo tras una pausa—, algo nuevo que sea por el estilo de Otelo y que ellos puedan comprender.

—Esto es lo que todos hemos estado deseando escribir —dijo Helmholtz, rompiendo su prolongado silencio.

—Y esto es lo que ustedes nunca escribirán —dijo el Interventor—. Porque si fuese algo parecido a Otelo, nadie lo entendería, por más nuevo que fuese. Y si fuese nuevo, no podría parecerse a Otelo.





1932
















lunes, enero 21, 2019

“Héroe”, de Jorge González





Fragmento inicial

Nací de Ida y de Jorge Hugo en el hospital Ramón Barros Luco el 6 de diciembre de 1964, en Santiago de Chile. Mi madre había perdido a la suya de un cáncer y mi padre a su hermano mayor de parecidas causas, lo que me hizo un hijo muy deseado. Al año nació mi hermano Marco Antonio, a quien siempre he querido mucho. Nos fuimos a vivir a la Gran Avenida, en San Miguel, barrio de clase obrera donde a mis seis años empecé la educación básica con mucho éxito entre los profes y compañeros, además de buenas notas. Tenía muchos amigos y no me peleaba nada. Pasaba los cursos sin problemas, evitando ser el mateo odiado del curso y ganando amigos.

Puedo jactarme de una buena infancia, a pesar de mi asma y esa devoción a jugar pichangas bien peleadas y transpiradas. Jugaba en la selección del curso de puro simpático, porque siempre fui malo del verbo malo y no olvido que mi mamá nos hizo y pegó números en un juego de camisetas amarillas que mi papá regaló al curso y con menuda pintacha fuimos a representar al colegio a la “Ciudad del niño, Presidente Juan Antonio Ríos”, en la Gran Avenida… Mi abuelo materno se llamaba así y los pacos creían que les tomaba el pelo con semejante nombre cuando se lo llevaban curado y le aforraban duro por graciosito. El copete ha estado presente en mi familia, aunque ni a mí ni a mi hermano nos gusta emborracharnos.



en Héroe. Jorge González, su autobiografía, 2018




(Marco Antonio González)











domingo, enero 20, 2019

"Nadja", de André Breton

Fragmento / Traducción de José Ignacio Velazquez





Sí, por las tardes, hacia las siete, le gusta encontrarse en un vagón de segunda mano del metro. La mayoría de los pasajeros son personas que regresan de sus trabajos. Se sienta entre ellos, trata de sorprender en sus caras el motivo de sus preocupaciones. Naturalmente, están pensando en lo que acaban de abandonar hasta mañana, sólo hasta mañana, y también en lo que les espera esta noche, lo cual les alegra o les preocupa aún más. Nadja se queda mirando fijamente algo definido: «Hay buenas personas». Más alterado de lo que quisiera mostrarme, ahora sí me enojo: «Pues no. Además tampoco se trata de eso. El hecho de que soporten el trabajo, con o sin las demás miserias, impide que esas personas sean interesantes. Si la rebeldía no es lo más fuerte que sienten, ¿cómo podrían aumentar su dignidad sólo con eso? En esos momentos, por lo demás, usted les ve; ellos ni siquiera la ven a usted. Por lo que a mí se refiere, yo odio, con todas mis fuerzas, esa esclavitud que pretenden que considere encomiable. Compadezco al hombre por estar condenado a ella, porque por lo general no puede evitarla, pero si me pongo de su parte no es por la dureza de su condena, es y no podría ser más que por la energía de su protesta. Yo sé que en el horno de la fábrica, o delante de esas máquinas inexorables que durante todo el día imponen la repetición del mismo gesto, con intervalos de algunos segundos, o en cualquier otro lugar bajo las órdenes más inaceptables, o en una celda, o ante un pelotón de ejecución, todavía puede uno sentirse libre, pero no es el martirio que se padece lo que crea esa libertad. Admito que esa libertad sea un perpetuo librarse de las cadenas: será preciso, por añadidura, para que ese desencadenarse sea posible, constantemente posible, que las cadenas no nos aplasten, como les ocurre a muchos de los que usted me habla. Pero también es, y quizá mucho más desde el punto de vista humano, la mayor o menor pero, en cualquier caso, la maravillosa sucesión de pasos que le es dado al hombre hacer sin cadenas. Esos pasos, ¿les considera usted capaces de darlos? ¿Tienen tiempo de darlos, al menos? ¿Tienen el valor de darlos? Buenas personas, decía usted, sí, tan buenas como las que se dejaron matar en la guerra, ¿verdad? Digamos claro lo que son los héroes: un montón de desgraciados y algunos pobres imbéciles. Para mí, debo confesarlo, esos pasos lo son todo. Hacia dónde se encaminan, ésa es la verdadera pregunta. De algún modo, acabarán trazando un camino y, en ese camino, ¿quién sabe si no surgirá la manera de quitar las cadenas o de ayudar a desencadenarse a los que se han quedado en el camino? Sólo entonces será conveniente detenerse un poco, sin que ello suponga desandar lo andado». (Bastante a las claras se ve lo que puedo decir al respecto, sobre todo a poco que decida tratarlo de manera concreta.) Nadja me escucha y no intenta contradecirme. Tal vez lo último que ella haya querido hacer sea la apología del trabajo.





1928












sábado, enero 19, 2019

“Otoño”, de Su Tung P’o





Los nenúfares del verano han
Desaparecido. Ya solo quedan las
Sombrillas de sus hojas. Los
Crisantemos de otoño ya se están
Marchitando. Sus hojas están
Blancas de escarcha. La belleza
Del año no es ya sino mero
Recuerdo solemne. Pronto vendrá
El invierno, se dorarán las
Naranjas y verdearán los limones.



en Cien poemas chinos, 2001

Kenneth Rexroth antologador

Traducción de Carlos Manzano












viernes, enero 18, 2019

"Crucero de verano", de Truman Capote

Fragmento




El teléfono sonaba a lo lejos: Grady nunca había considerado tan importante una llamada; sin hacer caso de la extensión que había en la cocina, atravesó corriendo un laberinto de pasillos del servicio hasta llegar al apartamento exterior y a su propio cuarto. Era Apple, y llamaba desde East Hampton. Habla despacio, le dijo Grady, porque al otro lado de la línea sólo oía un montón de palabras farfulladas: ¿Qué intentaba arruinar a la familia?, dijo, cuando cayó en la cuenta de que la prolija y dramática parrafada de Apple se refería a Peter Bell y la foto del periódico: ay, alguien se la había enseñado. En circunstancias normales, Grady le habría colgado el teléfono; pero ahora, cuando hasta el suelo parecía haber perdido solidez, se aferró al sonido de la voz de su hermana. La sonsacó, se explicó, aceptó insultos. Poco a poco Apple se dulcificó hasta el punto de que puso al teléfono a su hijo pequeño y le hizo decir hola, tía Grady, ¿cuándo vienes a vernos? Y cuando Apple, asumiendo este ruego, le sugirió que fuese a pasar la semana a East Hampton, Grady no opuso la menor resistencia: antes de colgar quedó acordado que iría en coche a la mañana siguiente.

Junto a su cama había una muñeca de trapo, una niña fea y descolorida, con una madeja de hebras rojizas y desgreñadas; se llamaba Margaret, tenía doce años y seguramente era más mayor, porque ya era bastante adefesio cuando Grady la encontró abandonada por alguna otra niña en un banco del parque. En casa todo el mundo se había fijado en lo mucho que se parecían, pues las dos eran flacas, desaliñadas y pelirrojas. Ahuecó el pelo de la muñeca y le alisó la falda; era como en los viejos tiempos, cuando Margaret le había ayudado tanto: oh, Margaret, empezó, y se detuvo, paralizada por la idea de que los ojos de Margaret eran botones azules y de que la muñeca ya no era la misma.

Se desplazó con cuidado por la habitación y levantó la mirada hacia un espejo: también Grady había cambiado. No era una niña. Había sido una excusa tan ideal que en cierto modo se había empeñado en pensar que lo era: cuando, por ejemplo, le había dicho a Peter que no había pensado si se casaría o no con Clyde le dijo la verdad, pero sólo porque consideraba que aquello era un problema de adultos. Los matrimonios se celebraban mucho más adelante, cuando empezaba la vida gris y seria, y ella estaba convencida de que la suya no había comenzado; ahora, sin embargo, al verse oscura y pálida en el espejo, supo que la estaba viviendo desde hacía mucho tiempo.












jueves, enero 17, 2019

“Huesos”, de Mauricio Genet Guzmán





Estoy aquilatando cómo escapar
Y me escurro como cenefa
Le planto un beso al polen
Corrijo la caída libre
Vuelvo a mi hogar



en RevistaLa zorra vuelve al gallinero, Nº 5, 2018











miércoles, enero 16, 2019

"Nocturno en que nada se oye", de Xavier Villaurrutia






En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen
sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes
al tiempo que huyeron los ángulos
en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
para salir en un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de ojos y labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?
Y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta como el grito
Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
siento caer fuera de mí la red de mis nervios
mas huye todo como el pez que se da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.




en Nocturnos, 1931















martes, enero 15, 2019

“Abrázame desde tu vaporoso estado...”, de Andrea Luca





...y como hombre y mujer

cohabitan un mismo cuerpo.


Abrázame desde tu vaporoso estado
y gózame según convenga a tu humano instinto:
si hombre, seré una brisa marina
y todo el mar habitará mi rictus bivalvo;
si mujer, para ti el polen de la floresta
y el peso frutal de mi árbol. Pero cuando activo
sea mi deseo, ¿quién de ti encontraré?
Si como mujer pido, sé álamo;
si como hombre, dos montañas y un volcán.
Y si en vaivén mi dualidad se pierde
sé espejo de abrazador azogue
donde el vaho de mi suspiro quede atrapado
y sea también de nuestro álbum familiar.



en El don de Lilith, 1990












lunes, enero 14, 2019

"Groggy", de Héctor Figueroa




(1969-2019)



Se acabó la cuerda,
se me le agotaron las pilas;
groggy
hace rato ya que vengo
aguantando a un ser inanimado.

Levántate!         

Túmbate!

Y no me canso de decirle a mi entrenador
tira la toalla












2003












domingo, enero 13, 2019

“Hábitos nocturnos”, de Andrés Morales





Entonces nada más por el momento.

La plaza que se tienda por su sueño
y el hábito de aullar toda la noche.
Encendidas, las luces, permanezcan
abiertas, frenéticas, las cosas.

No toquen. No miren. No discutan.

Estamos al borde de la bomba:
de la risa, el son, la carcajada.



en Verbo, 1991