A 80 años de la victoria sobre los nazis
¿A cuál entraña virgen le vaciaste un mundo de fuego, y te forjaste, en condición de espada y mito?
¿De dónde emerges tú, ceñido de banderas ardiendo y cabezas
de tormenta, criatura asombrosa, la cual abarca mil leguas
reales de punta a punta del corazón?
Carro de oro de la antigüedad, ¿en qué océano de sangre hirviente se bañó tu cara de gloria?
Rumorosas bayonetas, amapolas de sol, dan grandes vacas dulces y
extranjeras, nacen los padres-ríos en ti, y su gran barba conyugal
se incendia en el ciclón de horror de las batallas, en cuyo enorme
y gigante lomo cantan las naranjas, con su pollera de jovencitas
estudiosas; un caballo de espanto te cruza, gritando con
una puñalada en la garganta, mientras tú montas tu león,
aparejado con la montura de Dios en las montañas del Génesis,
todo de rojo son libertador ungido,
los antepasados de Alemania besan tu frente de sauce tronante
y de jornada de toro,
y la Humanidad se te entrega en su lecho de llanto.
Sí, las antiguas sombras del Señor de los Ejércitos te sonríen,
la voluntad mundial de Stalin relampaguea en su cuero de siglos,
picoteando los acrisolados fusiles proletarios,
y la ley divina te ampara, porque EL SOLDADO LENIN marcha
a la cabeza de tus héroes,
desnudo, tremendo, glorioso, desde la muerte, atravesado de inmortalidad,
resonando, todo enorme como un tambor militar,
con la sociedad emancipada a la espalda.
Eres un lagar bramando y un jardín rugiendo,
la cólera de Dios bendice tu piedad, Dios camina, gritando, junto a
tus soldados de asalto y categoría
(altos niños santos de azúcar y sangre)
y un buey radiante ara los terrenos de tu epopeya victoriosa, cosechando
estupendo pan de sudor, arrecido, furibundo, en el cual una paloma feliz
pone un huevo de lágrimas, bañado de palacios blancos,
para las familias de los obreros emancipados, alegres, como enormes
ancas de vacas;
los agricultores y los poetas te abrazan, vestidos de abis
como el viñador a su padre, como los cachorros a la montaña inmortal
del relámpago, como el ciego a la aldea natal, lo mismo
que la madreselva sagrada a la patagua;
alumbra tus entrañas el abastero, con su traje de carne oceánica, ancho
y claro, como patio de provincia,
el carpintero, el albañil, el alfarero, cocidos en madera y barro,
la capa inmensa,
de piel de tempestad, enarbolada en el pecho de fierro del minero,
del labrador que raja la montaña y siembra adentro huevos
de muerto y ventanas-cataclismos, o rayos pintados de olor
agonizante, del cavador de tumbas de niebla,
el pollo de guitarra de los zapateros y los ganaderos rurales,
el gran ataúd, parecido a un barco submarino, de los pescadores inocentes
en su ojo azul, solo, medio a medio de los hombros;
hay carretas de heno y hay monturas y tibias de cosaco o de corsario,
y el huracán del explorador Admunsen en la honda y remota hoya
antártica, remece tus cabellos, y tu voz de túnel,
e Iván Pavlov, el capitán de «los reflejos condicionados», está dormido
en las riberas de Timoshenko…
¡Oh sol! ¡Oh caballo de Dios! ¡Oh Todopoderoso!, eternidad y raíz colosal
de la especie, poeta de trinchera,
entidad inmortal, como el átomo, inmortal e inmortal de inmortales,
inmortal por los aposentos maravillosos de tu levadura y por tu gran
placenta maternal, inmortal como hecho y como sueño, saliendo
del misterio eterno,
inmortal, por la inmortalidad avanzas con tus trenes blindados
y tus aviones, inmortal, inmortal, inmortal.
¡Oh! Heráclito con relámpagos para tu gran Escuadra,
oloroso en tu pellejo de durazno y de aceituna infinita, recordando
al altar inmortal, en el que crece para siempre el antepasado
de los dólmenes, inmortal justiciero del asesino;
¿quién es capaz de mirarte, cara a cara, en la faz y cantarte,
¡oh! iluminado?,
quejido de herramientas y martillos con quejido, la artesanía de los botijos
y las vasijas en los ritos mortuorios del Libro de Los Muertos y
la gran Pirámide solar, al Satanás domando del desierto, el hueso
de perro de los rebenques del fundador de ciudades,
todo comercio de esclavos y la prostitución redimes…
Pueblo en armas, reivindicación de millones de años de llanto,
avanza, avanza, con el Mariscal Joseph Visarianovich Dugasvili STALIN,
en su gran leona vegetal,
la historia está a tus pies, como la gallina bajo el gallo,
que la tempestad de sal de tu metralla raje el vientre triforme del
imperialismo y haga parir al mundo un canto de liberación proletaria,
y que el potrón colosal de la clase obrera enarbole su látigo,
encima del lomo de los verdugos de los pueblos, su látigo de setenta
y una serpientes, con siete ojos de oro y de rubí, mordiendo,
su látigo trascendental y tremendo
como la inmortalidad de Dostoievsky y la flor del pan.
No gran máquina militar, no disciplina, no jerarquía,
sí disciplina, sí jerarquía, sí gran máquina militar, de la organización
estratégica, himno con hocico de hierro, águila de pólvora, canto de
fuego y de ferrocarriles, tú, que sales del vientre de la U.R.S.S. maternal,
¡oh! animal de resplandor e hipnotismo, cabezas pisando cortadas;
areópago y montaña azul, pala santa, viento hecho fuego en
las generaciones, montura de crucificado;
os entrego la heroicidad humanística de Marco Polo,
el grito general de Martín Alonso Pinzón, y la voluntad cuadrada
o matemática de Mahoma, en el día inmenso de los orígenes
y de la Egira —que era una yegua de asfalto—,
el pecho de perro y de santo león, de Job, en el corazón de la Mesopotamia,
la pelea estupenda de Jacob, hermano de Esaú, con todos
los demonios de los desiertos o el enorme Dios de su egolatría,
el terror de Agar y de la viuda de Nahim, todo completamente
hecho de sangre,
y la tinaja de miel de Ruth, la cual venía arrastrando su zapato
de durazno con su terrible yunta de picaflores,
el cementerio de pirámides de Amenophis IV, el hereje del
gran funeral a la memoria del Nilo,
la horda terrosa y amarilla de Gengis-Khan, investigando
qué es el heroísmo y el infinito, por los desfiladeros de Birmania,
con un pellejo de aguardiente encima de los cuernos directos,
hechos de pueblo y patria,
el clan de degolladores y laboradores de cabezas de horror,
de religión, de terror y piedad de los indios jíbaros, contra
el invasor bestia,
las pacíficas burguesías idílicas de la inmortal Alemania popular,
que «comía ganso, toro y cerveza», como el buen Arusa de Egipto,
y «quemaba incienso para Osiris».
la monumentalidad de Miguel Angel, el cual lloraba en piedra
sus terrores,
el sol de la espada sacrosanta de don Juan de Austria y la natural
pluma de cuero de Cervantes, que se parece a la esfera del mundo
y es su origen, el pingajo
sobrenatural de François Villon, flotando y gritando en la Plaza
de la Concordia,
los carromatos ensangrentados de Atila, brillando al atardecer,
por la defensa y la grandeza de sus pueblos, entre fogatas,
entre vasijas, entre monturas y látigos pálidos,
el gritazo fenomenal del hombre de Pekin, frente a frente
a la primera llama,
el vozarrón con sensación de Emperador del Cid, y su pellejo
de guerrero, que relumbra, en Babieca, como plata o cuchilla santa,
en su armadura castellana, impoluta, trágica, y su bastón de varón
ancestral enfurecido, como un cacho de alcohol de muerto,
el son materno de la alfarería hitita, ardiendo en siete ciudades
más abajo de la Hus caldea,
los aquellos altos y vagos cantos de la marinería
en las bodegas de los veleros corsarios, levantándose de grandes
puñales y esqueletos, a la orilla de las horcas eternas
que forjaron Gran Bretaña,
el grito de los castillos, entre los cuales subterráneos aullaban
los pueblos debajo del caballo de los Señores,
la poesía destruida del inquilinaje, el quien remonta por
un callejón de soledad, al comenzar la noche tremenda su canto
de sapos que son recuerdos, y toda la piojada SANTA de
la profetización de Paracelsus y Jacob Boehme,
la vieja querella de miseria que le plantearon al Faraón
los esclavos del antiguo Egipto,
la cuchilla del portavoz que escribió, por su mano con muerto
el «Mane-Teecel-Phares» de los explotados de Babilonia,
sobre una gran muralla de vino de siglos,
el amanecer dramático de Espartaco sobre la espalda
ensangrentada del siervo con el siervo yuntas hechos,
la inmensa revolución político-social-estética de Abraham,
el gran sacerdote-hereje, patriarca y reformador y legislador
religioso que, en todo lo santo, santo de la montaña, degolló
la teofagia y los asesinos sagrados,
el viento negro de los magos caldeos, buscando lo santo
en la astrología, y lo santo santo de la predicación popular
de «LOS ILUMINADOS»,
los testimonios de Elias, el profeta, que incendió su tiempo
con su carro de fuego, arrojándose mundo abajo, aterrado,
bramando, con Dios en las entrañas,
la investigación hechicero-quiromántico-plebeya de
los sacerdotes druidas, fluidos, tallados en óxido
de plata, marinos y metafísicos,
y el sayal congojoso del grande fraile mendicante, el cual
hacía sonar el terror, entre los esqueletos y las calaveras del siglo XIII,
o la matraca de las antiguas cuaresmas obscuras, en
el ataúd de los pueblos, gritando,
la tragedia de poeta de sepulcro, Gutenberg, inventor de
los libros usados, y su muerte de pobre histórico
en hospital inglés, por haber enriquecido la industria
y el porvenir sombrío del género humano,
el comercio de acero intelectual de Cristóforo don Colombo,
judío de Italia, que se extrajo un Hemisferio del esqueleto,
el llanto, tremendamente santo de los esclavos encadenados
en los buques negreros, con toda la negra negrura del África
en las hondas bodegas y el terror ancestral del pirata
al cual explotan los Imperios,
Drake y Cavendish en los subterráneos de Inglaterra,
cavando tumbas de castas, borrachos,
con la sangre de clase, que sacrificaron, con lomo y todo,
al león colosal de Liverpool, o a la prostitución internacional
de Marsella,
heroicos, idiotas, mugrientos varones de patíbulo
en cementerios-mausoleos durmiendo,
perros de fuego, con hueso tremendo de funeral salvaje
en las mandíbulas y chaleco de cazador frustrado o
de Notario por Isabel II, capado,
la agonía patibularia de Hierolamo Savonarola encima
de las piras del origen del Renacimiento,
la cantata total del RESENTIMIENTO de Rabelais, quien
inventó un universo de poesía, y se metió en él, pagano popular,
soberbio, por la libertad de la inteligencia,
la gran montura de plata y piedra de don Luis de Argote y Góngora,
creador y cura español del arte,
el precio de pueblo de los ritos ígneos de Melquisedec y la ortodogía
poderosa de la Francmasonería, peleando, por debajo, las batallas
de las ideas, como terribles mundos,
Marat y la Comuna, ajustando la máquina ensangrentada de
la Revolución Francesa a la gran víscera popular contra
los verdugos de Francia: LA GUILLOTINA,
aquella la calavera inmensa y vagabunda de Cromwell, el dulce
héroe Oliverio, que fue enterrado y ahorcado en panteón de
Emperadores e ignominia, y cuyos viejos y muy flacos huesos
recorren los negros Museos —en los que defeca el cornudo—
y las librerías polvorientas,
además la carroña de Tut-Ank-Amón, yerno de Nefertiti,
la hermosísima, hecho majestad y pueblo de compraventa
en los milenios,
la dual estampa de Moisés, creador de Jehová, en el Sinaí,
de la Arabia, quien organizó y agonizó en las cúspides
de las cúspides, entre los golfos de Suez y de Akaba,
porque toda LA CULTURA BAJO DE LAS MONTAÑAS,
el poema bestial y social del joven Arthur Rimbaud, antes
de hacerse comisionista en especulación de «ÉBANO»;
el llanto de palo amargo de los asesinados en los pogroms,
y el clamor, MALDITO por LOS MALDITOS, del judío
azotado de escupos, expatriado en la soledad incendiada
del errabundo infinito, la redención del cargador negro,
en negro hecho social estipulado,
y la prostituta, tremendamente pateada en el vientre por el rufián
en las casas de citas, cuyo horizonte es grandemente desventurado,
el sudor y el clamor de los vendimiadores, y sus claras mujeres,
cargando sol maduro y azúcar o vino futuro con los estómagos
vacíos por magros salarios de andrajos con espanto,
la conspiración de Catilina contra la burguesía, como de oro negro,
la faz inmortal de Sócrates irguiéndose desde la muerte, que iba
andando hacia el corazón más varonil de su época, y diciendo,
perfectamente derecho: «CRITÓN, NO OLVIDES QUE DEBO
UN GALLO A ESCULAPIO, Y PÁGALO»;
Empédocles y Demócrito arrojándose al materialismo, a la manera
de un lago de fuego,
Lao-Tsé y Li-Po diluidos de infinito en infinito, infinito, humo
en humo, agua en agua, eco en eco, como vasija de vino vaciada
al mal, Jesucristo
gritando, medio a medio del mundo de dos palos cruzados: «¡PADRE,
PADRE MÍO!; ¿por qué me abandonaste?»,
el luto enorme de Lincoln, libertador de los esclavos, asesinado
por los esclavos, en la cabeza de Norteamérica, en combate singular
con los enemigos de su patria, recién parida en el Mayflower,
el pabellón de cóndor popular de Luis Emilio Recabarren y su carro
de santos, arrastrado por cuatro caballos de plata,
la barba agraria del padre Marx, ancho como un barco, a cuya cabeza
de titán le rugiese un león muerto, ha setenta siglos, en las batallas
del Mahabarata, la lluvia inmensa y tremenda
que cubrió los rostros remotos de los condenados de Chicago,
cuyas grandes bocas bramaban como fusiles o como volcanes,
el genio del pueblo, que gritaba en las trompetas de Jericó, cuando
el Arca de la Alianza, cargando sacerdotes castrados, relampagueaba
su religión de sangre terrible de cuchillas y gargantas,
el saco de lágrimas en la espalda desventurada de los eunucos,
que veían orinar a las señoras con el ademán de las yuntas,
el horror de todos los complejos de castración —origen de religiones—
que desembocaron en los hospicios y en las iglesias, y estaban
originados por antepasados hambrientos o sifilíticos, por la vida
interna de los castrados,
los llantos rajados, como polleras de tonto, de los tuberculosos,
los borrachos hereditarios, los dementes precoces, y el grito
de los mendigos de la China, sembrando costras de lepra, cuando
los pasaron a cuchilla los otros hambrientos, desde los viejos,
negros versos bíblicos, hasta la gran época de los Monopolios
y las acumulaciones de capitales en los inmensos trusts financiero-
bancario-especulativos,
subhumanos, subterráneos, subcansados por la mendicidad agonizante,
la osamenta estupenda de los que murieron, encadenados
por los tiranos en los tenebrosos calabozos espantosos de los castillos,
o se los comieron los buitres o los tigres de la tronera feudal,
la gran audacia de las degolladas, por haber violado el cinturón
de castidad y el terror del hombre enorme de la Máscara de Hierro,
el arrastre congojoso y polvoriento de los endemoniados, los alquimistas,
los hechiceros, los sabatistas, los taumaturgos o los astrólogos, hijos
del pueblo, equivocados, servidores de grandes señores, entre
los cuales florecía la demagogia,
el corazón social de los terroristas rusos y los anarquistas ahorcados
por heroísmo,
la fe cuajada en los dragones, en las vacas sagradas, en las serpientes
o los elefantes inefables, allí, en donde ardiesen en Dios Buda y Confucio,
o en el país de las espadas santas y el Sol Naciente, antaño, hoy azotado
de militares y comerciantes «amarillos»,
los gatos sagrados y las cebollas divinas de los egipcios, los grandes
dioses crueles de los fenicios y los caldeos adivinadores de naciones,
y el dios babilónico, degollador o flagelador de sus súbditos,
toda la creencia de la plebe latina despavorida y los primeros piojosos
cristianos de las Catacumbas, capados o alucinados por el Señor,
para el servicio de las divinidades sanguinarias, que reflejaban
la miseria, la avaricia, la tristeza, la geografía y la geología,
o la lujuria desesperada y terrible,
el clamor popular de las catedrales de la Edad Media, las que sonaban
como campana real,
y su sol rotundo a muchedumbres o a multitudes futuras, que gritarían
la polvorienta cabalgata vagabunda, a todo lo ancho de la historia,
representándose, como retratos del Estado y las Teogonías, hechas
por las fieras de la santidad,
el piano-árbol de Juan Sebastián Bach, cargado de naranjas o castañas
o manzanas o vino inmenso, y los templos ateos de Wolfgang Goethe
y de Beethoven, el desmelenado,
el bordón de los trovadores y los atorrantes de la poesía que expresaba
el feudalismo, como llanto, la bota vinera de los bardos, el arte gigante
y secular del vate, ensombrecido por los siglos huidos, como la espada
del conquistador en las tinieblas, y su montura de héroe, cruzada
de relámpagos y esclavitud,
la honda y la lira de David, la miel silvestre, en cueros de fierro
de Juan Bautista, el Esenio, y su Salomé, que lo degolló
porque mucho y tanto lo amaba, los piojos sagrados del anacoreta,
el ataúd de los oradores populares, apedreados por los tiranos,
por los lacayos de los tiranos, sobre la sangre y los degüellos
de la de San Bartolomé y las masacres políticas, iguales en Jerusalén,
en París, en Madrid o en la Manchuria, ensangrentada en su juventud,
el dolor peleando con el terror de las tribus errantes que buscaron
los pastos y el amor en las colinas del Mediterráneo, de entre
las cuales emergió Roma,
a las orillas del Nilo, del Ganges, del Sena, del Rhin, del Hudson,
del Ródano, del Guadalquivir, del Amazonas, del Tigris y del Éufrates,
del Titicaca, del Orinoco, del Guadarrama o del Amarillo, del Golfo
de Persia o del Mar Negro, del Bio-Bío frutal,
al pie de los Urales, de los Pirineos, de la Sierra Morena, de
los Apeninos y los Cárpatos, de los Himalayas, del Gaurisankar
y los sagrados Andes americanos,
en las mesetas del Altiplano, de Castilla, de la Mesopotamia, antiguamente
mágica, del Tíbet, o en la gran hoya hidráulica-antártica, en la cual
solloza la ballena azul sus golondrinas, y está nevado el frac
de los pingüinos,
y tallaron el huracán de Dios en los cuernos de los renos, asesinando
bestias con flechas de piedra y cuchillos de sílex, que son los lobos padres
de la religión,
el proletariado oficial, comandando los sindicatos, y la política dramática
del hackero milenario, espantosamente y tronadoramente sepultado
en el obrero militante, palanca de nuestro hondo siglo y su imagen,
el instante del shock y del colapso mundial, en el que Heráclito,
el Dialéctico, frente a frente a la historia paralizada, dijo:
«TODO FLUYE»,
o cinco milenios después, cuando, abriendo un tajo de mil años,
el Manifiesto Comunista pronunció aquella frase soberbia, que aún
resuena: «un gran fantasma recorre Europa»… y definió
la lucha de clases,
y el minuto en que Platón percibió la intuición de la Atlántida,
la hora absorta de pólvora de Waterloo, en la que el error
del Mariscal Grouchy, impidió, por consolidación del soldado,
que la egolatría napoleónica se sentase a fumar encima de Europa,
el siglo de un día en que Dios detuvo el sol sobre los judíos desarrapados
de Josué, para que señorease el Decálogo, a caballo en todos los pueblos,
la circunstancia estelar y espantosa que originó la autointrospección
de Pablo de Tarsos, herido por el rayo divino de su yo y su neurosis,
el cual, haciendo de la predicación del Tiberiades un clan político-
demoníaco que echó abajo a Roma imperial, esclavizante, después
de ser mercader y verdugo, se entregó a los desamparados,
apedreándolos y acuchillándolos,
la eternidad, desde en donde adentro de la zarza ardiendo, que eran
sus cabellos, Dios se dirigió a su Caudillo, y aquella voz
del Todopoderoso, que se desgarró rugiendo: «Caín, Caín,
¿qué has hecho de tu hermano?»,
el chivateo popular-demoníaco de los surrealistas, su gran magia,
lograda en blanco lapsus falso, de colchón del sudor, de hechicería
de cocinería y mercado de aldea, la condición onírica y dramática
de su intelectualismo, vaciado en los andrajos del infraconsciente,
y las carnestolendas del negro, a cuya negrura, el negro sueño negro
coloca flecos negros de vientos negros ennegreciéndolos, la cual lujuria
es desgarradora y proletaria, y está debajo de una gran callampa negra,
que desgarra los vestidos y es tan negra, que es más negra que la negra
muerte, con su dentadura luminosa, en lo obscuro,
la copa de sangre popular, sangre-carne-sangre de Dios, al cual devora
el sacerdote en el sacrificio de la Santa Misa,
los zapatos desesperados del emigrante, a los cuales se apega
la tierra natal, con su atado de mujer, llorando en todos los pechos
convulsos, toda la sombra, la sombra, la sombra inmortal de
los cementerios extranjeros, en los que muere la muerte lluviosa,
arrinconada en la soledad estupefacta, como vieja y terrible bruja de palo,
como un toro sin cabeza, que parece un lugar de vino o un león
o un faquir de llanto, que es, únicamente, un fantasma
y su abrigo de pieles,
el recuerdo de los dioses muertos, abandonados en los pueblos
abandonados,
la lágrima que recorre los campos de batalla royendo la espada
de los héroes, como aquella rata funeral
y blanca que anida en las caídas coronas,
el espectro de las familias pospretéritas, en el sexo de fuego,
con anchos tejados, de las provincias,
el clamor del que murió en la gran catástrofe, ceñido de mujeres
adolescentes, y era apuesto y varonil, como un gran poeta, o como
el toro de oro, que forjara la apostasía hebrea, al pie del Calvario,
el pelo de los niños muertos en el pecho del pueblo de sus madres,
olvidado en los alambrados del pasado, como un verso no escrito nunca,
el mundo de futuro y categoría de la inmortalidad soviética, grande
como madre embarazada, acumulando la libertad y la dignidad
de la Humanidad en altos y anchos carros de riqueza,
que comen el hombre y la mujer, como son gozosos
y contentos de vivir organizados.
el pulso innumerable y duro de las Democracias, el cual descansa
en los soldados rojos, como el fusil en los victoriosos hombros,
toda la potestad de la especie, desde el Jefe de Tribu, y el clan
antropófago, hasta Joseph Visarianovich Dugasvili STALIN,
el más civilizado y la más alta montaña del siglo,
el pabellón internacional de Chile, ensangrentado en San Gregorio,
acrisolado en la mar-oceano de Iquique,
porque todos, los vivos y los muertos y los que no abrieron nunca los ojos,
porque no quisieron nacer, los que aún no han nacido, los pobres,
los enfermos, los tristes, los desesperados y los desamparados,
del grande hambre, madre de dioses, las viudas y las niñas heroicas
y terriblemente ofendidas o arrasadas en su virginidad, el artista,
con aperos de sol, y los polvorientos empleados públicos, el cristiano,
el mahometano, el luterano, el budista, el taoísta, el teósofo, el sabatista,
el naturista, el abogado, el ingeniero, el médico, el arquitecto, el albañil,
el cargador, el comerciante ambulante, el industrial, el sacerdote,
el militar, el agricultor, el político, el soldado, el «carabinero», el marino,
el que está al margen de la sociedad, por pequeño o por inmenso,
los ahorcados y los fusilados por la «religión» y los degollados
por la ley injusta, todos, te abrazan, todos por todos, ¡ah!
sacro Ejército Rojo, ¡oh! santo y humano conductor
de todas las victorias;
¿qué trueno de llanto y de oro relampaguea, como un signo,
en tus pabellones inmortales? —el saludo de todos los pueblos de la tierra,
¿qué gran bandera, que resuena como la voz de Dios en los Infiernos,
llama a la concordia al género humano, desde las entrañas pisoteadas
de las batallas, enarbolando tu corazón, sobre la muerte?
—el Partido Comunista Bolchevique, tu Partido, el Partido
del porvenir humano,
¿quién brama, adentro de ti, como un toro rojo en la inmortalidad?
—Lenin.
Tu caballería a la espada va uncida, como al huracán el riñón
del héroe y sus testículos,
a la espada, que no se empuña, ni se maneja, ni se levanta, como un grito
genial, sino que se la ensilla, como a una hermosa yegua del océano,
a la espada, que canta, echando espuma, como alma de vaca o de ídolo,
he ahí por qué caen enormes racimos de cabezas de fascistas, que tenían
envenenada la lengua, aquella
lengua, la lengua tremenda, que escupió la verdad manchada;
tus mariscales son obreros de la civilización, trayendo el fuego tremendo
de Prometeo en las mochilas,
y tus soldados sufren, cuando matan, el tormento de los cirujanos
inspirados;
eres el vértice de donde partirán todos los caminos, todos los caminos
del dolor hacia la felicidad humana
y un cordero de Dios, inmolado en los altares sacrosantos.
por eso, pájaros y bestias, te dan su leche profunda, con ruido de hijos,
porque en ti naufragó la máquina,
y comenzó la criatura social, por cuyo corazón la sociedad respira,
solloza, aclama su organismo colectivo y permanece.
La voluntad y la misericordia,
la primera de las cuales es una serpiente negra y la segunda un lobo
que caza palomas para un tigre enfermo,
circundan tu cabeza de dios oceánico,
y Jehová, Thor, Vichnú, Júpiter, Odín, Brahma, Moloch, Osiris,
Manco-Cápac, Huitzilopóchtli, arrastran tus tanques tremendos
enganchando setenta veces setenta potros a su mitología.
Si el grito de las Vírgenes del Sol te pertenece,
y la primera canción del acanto te saluda, arrojándote a la cara
sólo una hermosa pava azul y un sollozo,
es porque arrastras un panal de abejas en los potreros del pecho,
y la Columna Prestes es tu condecoración preferida y la espada
de honor de tus columnas, en las que resuena la epopeya de Stalingrado,
como un tambor de dolor y oro;
como a un Dios milenario, chorros de vino te cruzan la barba
cuajada de Dios,
y en tu corazón crecen los granos y las bestias, que dan comida
a las generaciones,
el honorable pan del mundo, por el cual clamaban las gargantas
proletarias,
las marmitas sacrosantas y aterradas de religión, adentro de las cuales
el hombre calienta las arterias y se alegra por los antepasados,
en sus riñones, la poesía
dulcemente amarilla del samovar doméstico, en cuyo vapor de olor
a intimidad ruge el invierno,
el delicioso matrimonio del asado de buey con la cebolla, que
es tímidamente tierra, como teta de niña o flor de colchón antiguo,
el gran hogar tribunal de las viejas hogueras, abuelas del brasero
de bronce;
destino de hoy y mito del siglo, avanza, con tu huracán de dinamita
proletaria, y tus regimientos de trabajadores manuales e intelectuales,
avanza, avanza, ¡oh! corazón crucificado,
avanza sobre la historia, avanza resucitando la perdida grandeza
del hombre e inundándolo, avanza a la sombra
de tus estandartes generales,
invade su actitud de espectador del aterrador poema,
conquista la naturaleza poniendo por destino que la naturaleza
no domine, humillándonos, a la naturaleza inmortal;
canto al Ejército Rojo, al cual abrazan unánimemente
los ejércitos de los ejércitos de los ejércitos de Dios y, adentro
del cual Gran Bretaña y Norteamérica, la China, la Francia, la India,
están sumadas, y el pueblo alemán, el pueblo italiano, el pueblo japonés,
todos los pueblos de todos los pueblos, cantan, aúllan, gritan
por el destino del hombre,
como grandes toros de comida, y la gran Esfinge
cuenta con la lengua de la piedra, la eterna verdad de la especie,
no antes más grande;
¡malditos sean, por ti, los machos cabríos del azufre y la metafísica,
los demonios enmascarados de la Quinta Columna, que echan la tiniebla
por el hocico y calumnian la literatura,
el Arcángel Gabriel, vendido a Trotzky,
malditos sean, por ti, los predicadores del incandescente idealismo
de cuarisma, en siniestras carnestolendas degenerado,
como leche de serpiente negra,
malditos sean, por ti, los que salen con sables de humo a provocar
al enemigo, y huyen, llorando,
malditos sean, por ti, los que escupen y rehuyen el combate singular,
emboscándose en tu gran vendaval de metralla y filosofía,
malditos sean, por ti, los eunucos que juran tu santo nombre en vano,
malditos sean, por ti, y por todos los siglos de los siglos de los siglos
tus enemigos, enemigos de las entrañas del hombre,
malditos sean, por ti, y por todos los siglos de los siglos de los siglos,
los impostores, los desertores, los traidores,
los espías, los quintacolumnistas y escúpales la boca la tierra
en donde nacieron!…
Una gran trompeta de oro cubre tu frente,
y tus mariscales inmortales son soldados, enarbolando los dictados
de la colectividad proletaria,
eres un pueblo que pelea, un mundo que pelea, un siglo que pelea.
Ejército político, y, por lo santo, humano, suma, dirección, guía
de la multitud ecuménica,
Napoleón y Pedro el Grande juegan en tu rodilla de semilla, y
la catedral gótica no posee la gran cúpula de sonoridad que
tus océanos de muchedumbres de multitudes agrandan,
si la cuchilla de la justicia enarbolas, reintegras la criatura a sus orígenes;
el pelo de tus muertos te acaricia las mejillas, como un río natal los pies
del antiguo emigrante,
y tu actitud recuerda la armadura de los hidalgos,
¡oh! engendrador de naciones, ¡oh! libertador de ciudades, ¡oh! hermano,
¡oh! hijo, ¡oh! esposo de la verdad, engendrado
en la Revolución de Octubre,
dichosos, eternamente, aquellos que empuñan tus fusiles, con el gesto
inmenso del redentor social en los cabellos,
Europa, resonando, escucha las descargas libertadoras,
y al mal animal de Hitler se le está cayendo, en este enorme enero,
toda la baba del terror y va muriendo y perdiendo excremento,
la bestia obscura que hizo banderas de cadenas y negros garrotes
con crucifijos.
Churchill, Roosevelt, abrazan a tus Voroshilov y
a tus Rokossovsky geniales,
y las pobladas democráticas del universo saben que sobre millones
de héroes asientas tu planta, la planta cuadrada, que aplasta
sabandijas amarillas,
cuando tu paso de parada da majestad a la tierra soltera.
A la memoria de la Internacional, tu lenguaje
habla la lengua sangrienta y sin mancha de los mundos recién nacidos,
y en tus manos crece el árbol del conocimiento.
Oloroso a campanas, florecido como el sol, sonando, y cuajado
de pan y madreselvas,
cargando, como un atado de monedas, el dolor de todos los pueblos,
hasta la negra salmuera de las lágrimas se te transformó en levadura,
establo y panadería de infelices,
y en ti comienza la nueva era a dar cosechas.
Pascua Negra y rito gigante de categoría y volumen blanco,
hecho con pellejo de siglos:
fenómeno dialéctico, poema, obra de arte, toda como tallada en carne,
tu cañón central, feliz, apunta al fascista,
como la flecha del primer héroe cuando les destrozó el corazón
a los antiguos monstruos del miedo;
das leche, das palomas, das gente, en su gran fábrica de sangre,
el puñal del Hacedor, tú se lo arrebataste a Jehová, entre truenos
de fuego y alcantarillas,
vuela un caballo grande contra mares de piedra en tus dominios,
el hacha de los leñadores prehistóricos perfuma tus manos de labrador,
en la alta montaña sacra,
y cuando vas a degollar un tigre fascista,
se te florecen las bayonetas coloradas, como un árbol de mármol
ensangrentado:
a era antigua es comparable tu tribuna,
en la cual sacrificaron viejas bestias de presa y toros los profetas
y los poetas mundiales,
coronados de hechicería y símbolos,
y en donde emergen, ahora, poderosos sacos de trigo proletario
y alimentos populares;
relumbran, como monedas de oro en bolsillos de trabajadores,
la Hoz y el Martillo, en partición solar, emergiendo del vientre enorme
de la lucha de clases,
como el arcoiris entre cien dragones degollados,
y tus ímpetus cíclicos relampaguean a todo lo alto y lo ancho
de la Humanidad civilizada,
llamando a los pueblos enfermos por la economía imperialista,
como quien extrae una gran, inmensa, enmohecida llave, de adentro
de un antiguo tiburón embalsamado;
sí, pero azotas las negras banderas, las negras conciencias, las negras
miserias, con implacable látigo, y rechazas, en ademán de conquistador
de la justicia internacional,
pedir o dar cuartel al impostor de horrible y quemante dentadura,
lleno de sacro horror y gran violencia multitudinaria, coronado
del espantoso oleaje SOCIAL;
tú todo de oro, como la corona de Carlomagno,
sí, pero arrasas asesinos de criaturas y degenerados, con complejo
de castración, anormales delirantes, criminales, hienas del sadismo
intelectual del parásito y del especulador amarillo,
y rebanas las gargantas con tu hachazo de frutas,
haciendo cantar y bramar las ametralladoras en el estómago
de los ahorcadores de mujeres,
o el avión que pone un huevo de fuego:
sí, pero castigas, con tu puño de mundo, la canalla con delirio
persecutorio,
y tu bofetón, cara a cara, da vergüenza a los desvergonzados,
como una gran cuchilla ejecutora de la reparación por el humilde
y el valiente, heridos en toda el alma,
por los chacales con cuello, criados en los manicomios.
Genio de estatuas y pirámides de pirámides,
poderoso monumento funerario, a la caída del sol de los siglos, catedral,
paso a paso ascienden tus peldaños
los antaño desventurados de Dios, y, en la esfera total, más arriba, sobre
los últimos deslumbramientos, comprenden que únicamente
la realidad es necesario.
Como una gran lengua hinchada, ¡oh! hermano,
te lamen los espías y los quintacolumnas, con su actitud de sapos
de llanto, tenebrosos entre vagabundos,
tú ni siquiera los escupes, hijo del tiempo,
no, les haces mirarse en la dignidad de tus espadas, y se incendian,
sí, quemados de espanto, perecen,
se caen muertos en las tinieblas, de espaldas, como batallas perdidas,
los cabrones que escriben babeándote,
solos, con ojos podridos de fantasmas.
Se abrió la tierra herida, y tú, emergiendo entre instrumentos
de labranza,
entre barretas y arados, entre garlopas y toneles,
te pusiste a engendrar la sociedad futura en las entrañas de la burguesía,
por lobos hambrientos acorralado,
mientras la tempestad de Dios te cruzaba la cara.
La verdad militar fluye de ti, civil, cae y madura en acontecimientos,
no se hizo el hombre a tu imagen, tú te hiciste a imagen del hombre
para su servicio y mitología,
por lo cual estarás sobre los dioses, enarbolado;
como la muerte no domina la vida florida en tus clarines,
y anchas marchas militares
circundan de penachos tu voz sangrienta,
tu afirmación de la inmortalidad heroica emerge, circunscrita
de epopeyas y pólvora grande;
caballero de la paz, con la espada al cinto,
en ti resurge la fiesta pánica y dionisíaca, en grandes lagares de mosto,
como sangre de potro,
cuando es menester que florezca la forma de la bomba;
de verdades universales, gran universalidad te proclamo,
con los brazos abiertos, gran cátedra social contemporánea,
gran posada, ofreces tu caldo caliente a todos los viajeros
de todos los caminos,
cuando la noche gravita como un enorme cuero de uña y lluvias
y tumbas sobre el hombre;
aterrador misterio, engendrador de los nuevos estilos,
entre tus cuernos de macho central, el «grande arte comunista»,
su expresión ejecuta,
mandando una gran carga a la bayoneta a la retórica,
pisoteando lo caduco burgués, originando los contenidos colectivos
del fondo-forma revolucionario.
La médula viril de Stalingrado da águilas a tu configuración pétrea,
hígado de tu hígado, su trompeta de fuego, te brama adentro
de los huevos eternos
la canción inmortal de los trabajadores.
Parado yo, pisando mil estadios de poesía,
vistiendo mi casaca de toro y catástrofe del lenguaje, completamente
ceñido de vestigios y antigüedad,
abrazo tus insignias dulces, como fuerte espada,
tu formación en escuadrones, universal y agraria, como la bandera
de las familias de Chile,
tu nombre grandioso y varonil de soldado sumado a soldados,
¡oh! corazón bienaventurado de estos siglos, hechos de lágrimas de hierro,
salud y dignidad a nombre del hombre!…
1944