domingo, diciembre 08, 2024

«Razones», de Lisa Suhair Majaj

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




considérese la infinita fragilidad del cráneo de un bebé,
cómo los huesos se mantienen blandos y porosos
y sólo el tiempo logra cerrarlos

considérese un delicado cuenco de porcelana
cómo se rompe de un solo golpe –
cómo en un instante desaparecen años enteros

considérese: bajo la estridencia de las explosiones
ninguna voz puede ser oída
ningún llanto

considérese tu propio cielo en llamas
tu nombre borrado
la vida de tus hijos como «un precio que vale la pena pagar»

considérense los rostros que no ves
los ojos que te niegas a mirar
como si sólo fueran un «daño colateral»

cómo en estas palabras
el mundo
se parte en dos 















sábado, diciembre 07, 2024

«Noche otoñal junto al lago», de Li Ch'ing-Chao

Versión de Carlos Manzano de la traducción de Kenneth Rexroth




El viento pasa por encima del lago.
Las onduladas olas se extienden
Sin límite. El otoño llega con el ocaso
Y van escaseando los barcos en
El río. Las aguas titilantes y las montañas
Difuminadas siempre conmueven el
Corazón de los hombres. Nunca me canso
De cantar su infinita belleza. Las
Vainas de lotos están ya formadas y los
Nenúfares han envejecido. El rocío
Ha iluminado las flores de la maranta a
Lo largo de la ribera. Las garzas
Y las gaviotas duermen en la arena con
La cabeza escondida, como si no
Quisieran ver a quienes pasan por el río. 




en Cien poemas chinos, 1966





Pintura original: Pescando en el río otoñal, de Sheng Zhu, c. 1370
























 

viernes, diciembre 06, 2024

«Autocrítica», de Julio Ramón Ribeyro






Al escribir mis cuentos en la pobreza o en la bonanza, en unas horas o en años de correcciones, en mi país o fuera de él, sólo he querido que ellos entretengan, enseñen o conmuevan. Y he querido, también, proporcionarme un placer: pues escribir, después de todo, no es otra cosa que inventar un autor a la medida de nuestro gusto.

Por otro lado, no advierto entre mis primeros y últimos relatos alguna evolución apreciable. Ello no me inquieta. Podría citar el caso de numerosos artistas que han hecho, aproximadamente, durante toda su vida la misma cosa. Veinte años en la vida de un autor puede ser mucho, pero en la historia de un género no es nada. Sé que hay y que habrá muchas formas diferentes de escribir cuentos. Yo trabajo alegre y concienzudamente dentro de mis medios y posibilidades. Nunca he tenido las pretensiones de ser un pionero o un innovador. Yo recojo las enseñanzas de los viejos; y creo en los límites de lo que va desapareciendo. Vanguardia y retaguardia no tienen para mí ningún sentido. Lo importante es ser fiel a mis impulsos y transmitir, simplemente, el rumor de la vida.

Por último, mi obra cuentística está agrupada bajo el rubro de La palabra del mudo. ¿Por qué este título? Porque en la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra. Los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias.




Presentación a la antología Cuentos populares, Lima, 1986 


















jueves, diciembre 05, 2024

«Epitafio en la tumba de Juan, el carpintero», de Pablo de Rokha




 
Aquí Yace «Juan, el carpintero»; vivió setenta y tres años sobre la tierra, pobremente, vio grandes a sus nietos menores y amó, amó, amó su oficio con la honorabilidad del hombre decente, odió a la capitalista imbécil y al peón canalla, vil o utilitario; —juzgaba a los demás según el espíritu—.

*   *   *

Las sencillas gentes honestas del pueblo veíanle al atardecer explicado a sus hijos el valor funeral de las cosas del mundo; anochecido ya, cantaba ingenuamente junto a la tumba del rorro, —un olor a la viruta de álamo o quillay, maqui, litre, boldo y peumos geniales perfumaba el ambiente rústico de la casa, su mujer sonreía; no claudicó jamás, y así fue su existencia, así fue su existencia.

*   *   *

Ejerció diariamente el grande sacerdocio del trabajo desde el alba, pues quiso ser humilde e infantil, modesto en ambiciones; los Domingos leía a Kant, Cervantes o Job; hablaba poco y prefería las sanas legumbres del campo; vivió setenta y tres años sobre la tierra, falleció en el patíbulo, POR REVOLUCIONARIO. R. I. P.

















miércoles, diciembre 04, 2024

«Argentina es un país sobrepensado e infraejecutado». Entrevista a Rafael Bielsa, de Emilia Racciatti




 
Escritor, con un libro de cuentos recién publicado, Bielsa integró el primer gabinete del gobierno de Néstor Kirchner y ocupó diversos espacios de relevancia en el ámbito público y privado. (…) Rodeado de libros, con una biblioteca que quedó reducida después de haber donado gran parte de sus ejemplares, el excanciller volvió a vivir a su país después de ejercer cuatro años como Embajador en Chile y el regreso llegó con la publicación de un nuevo libro de cuentos.

Bestias fugaces talladas en el tiempo (Descontexto Editores) reúne catorce textos en los que la amistad es una insistencia porque a estos protagonistas los amigos vuelven a buscarlos o se vuelven tan presentes en el recuerdo que necesitan ir a averiguar qué hicieron la vida y el tiempo con ellos. «El hombre existe en la medida en que encuentra palabras para nombrarse», dice el narrador del cuento «Afuera la luz se extinguía» y ese intento de nombrarse es el que comparten varios de los personajes. Esa posibilidad de nombrar para entender la encuentran cuando se enfrentan a ese amigo que vuelve o con el que se reencuentran.  

El autor, antes Ministro de Relaciones Exteriores, diputado, Síndico General de la Nación y Titular de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar), reconoce que no vuelve a leer sus textos una vez publicados y que además suele confiar en el trabajo de quienes lo editan porque tiene poco sentido de la propiedad con las cosas que escribe.
(…) 
Bielsa tiene también un período como presidente de la empresa Aeropuertos Argentina 2000 en el que compartió espacios de trabajo con el presidente Javier Milei. En ese entonces era el jefe de un equipo en el que el libertario era analista de riesgo y si bien las charlas no terminaban en acuerdos, sí mantenían una cierta cordialidad. Sobre ese tiempo, que el abogado egresado de la Universidad Nacional de Rosario define como lejano, no sólo por los años transcurridos, sino porque no se avizoraba una ambición o carrera política del entonces empleado, también habla en esta entrevista. 

¿El libro –Bestias fugaces talladas en el tiempo– sale en un momento en el que la ficción es necesaria, no? ¿Estamos un poco sobre informados?
La Argentina, cuando peor le va, más se piensa. La Argentina es un país sobre pensado e infra ejecutado. Siempre, desde el comienzo de la democracia hasta aquí, fue muy bien pensado en momentos de grandes crisis valóricas, de funcionamiento. Pienso en 2001, 2002 y en el proceso actual. Está apareciendo un pensamiento sobre Argentina fantástico. En ese contexto, hay mucha ficción y más literatura producida que la publicada porque también hay una caída en el nivel de compra de los libros. Lo veo en las librerías porque soy un fanático de ellas y me doy cuenta de cómo se padece el momento. Pero se escribe.

¿Cómo fueron apareciendo los cuentos? ¿Apareció uno en especial? ¿Nunca fue una novela?
No, nunca fue una novela y si hay algo del libro que merezca un elogio hay que dárselo a quien lo publicó, que es un amigo chileno, Juan Carlos Villavicencio que hizo una tarea fantástica. El libro lo tenía prácticamente escrito al llegar a Chile pero él se empezó a interesar, empezó a corregir. Fue mérito, magia o voluntad de Juan Carlos. Tengo muy poco sentido de propiedad con las cosas que escribo cuando termino de escribirlas, no las vuelvo a leer. Ni hablar de cuando las publico, ahí directamente no las leo. Hay cuentos que me doy cuenta que podrían novelarse; ahora, que los novele otro, yo ya escribí el cuento. Hay uno sobre la extinción de la Argentina, que es para hacer una película o escribir una novela. 

Ese cuento parece hablar de este presente…
Es increíble como uno tiene cosas que están por suceder y no sabe que las tiene. El cuento lo escribí hará 4 o 5 años. Te voy a decir exactamente cuándo lo escribí: el actual gobernador de Mendoza, en su primer mandato, hizo una declaración absolutamente extemporánea, diciendo que Mendoza podía existir perfectamente sin ser parte de Argentina: ahí se me ocurrió el cuento y lo empecé a escribir. Pasaron unos seis años. Yo trabajé siete años con Javier Gerardo Milei y nunca, nunca creí que iba a ser presidente de mi patria. Es más cuando empezó su carrera política me daba un poco de temor por él, porque le tenía mucho afecto, entonces le decía tenga cuidado Javier Gerardo, no diga las cosas que dice, baje un poco el nivel de lo extemporáneo de su vida. Todo al revés.

¿Hay algo que lo haya hecho pensar en un camino político?
Fue mi analista de riesgo, un excelente, inmejorable analista de riesgo, que además tenía una manera de expresar la escuela de pensamiento económico de Austria de una manera muy creativa. Cuando uno lo tiene por delante a Javier Gerardo tiene que pensar que va a llover sobre mojado. Siempre llovía sobre mojado. En aquella época, citaba a Friedrich August von Hayek, ahora mucho más a (Jesús) Huerta de Soto, que son los supermercados de la política económica de Austria. Hayek respetaba el pensamiento del enemigo jurado de Milei, el norteamericano Keynes, y ahora Milei respeta a Axel Kaiser, todas personas que aquel pensamiento de lógica, de filosofía, economía depurada fue llevado por toda esta gente, (Murray) Rothbard, a un sector de mucha descortesía, violencia en las maneras, indiferencia por el sufrimiento ajeno.

¿No había en esas conversaciones cierta ambición política?
No, siempre despreció la política. Es más, yo siempre le decía: «Pero, Javier Gerardo, eso que me está explicando usted no es aplicable», y él me decía: «Por supuesto, pero eso es un análisis político, yo desprecio la política, mi análisis es académico». Incluso lo invité un par de veces a dar charlas con grupos con los que yo conversaba, chicos de la edad de mi hijo mayor o de mi segundo hijo, con los que hablaba de política internacional. Ellos eran todos estudiantes en ese momento. Él fue y dio unas charlas magníficas. Era respetado y respetaba. Esta cosa de ahora es muy difícil de entender para mí. Desde ya, como no tengo por qué aceptarla, no la acepto, pero no eran cosas comunes en aquella época. Él iba a pelear de manera absoluta a favor de (Federico) Sturzenegger pero nunca se expresaba de esta manera que es impropia del cargo y de una conversación entre mayorías como puede ser una conversación de naturaleza democrática. No extraña cuando uno lee estas nuevas expresiones del nuevo conservadurismo, porque son todas antidemocráticas, dicen: «Mi pensamiento económico es contradictorio con los principios de la democracia».

En el libro hay diferentes formas de amistad y de habitar Rosario. La amistad aparece como insistencia, en el tiempo aparece esa necesidad de saber qué pasó con ese otro…
Hay que ver si lo que persiste es la amistad o un amigo de los que hacían la amistad porque no hay que olvidarse de que es literatura, por lo tanto, mucha gente que aparece existió en una mínima expresión y la conservé en mi vida. Además, la Argentina y las grandes ciudades, ni hablar Buenos Aires, pero Córdoba, Rosario, Mendoza, Salta eran muy distintas a lo que son hoy. Rosario era una ciudad muy dolorosa como algunos cuentos lo relatan, pero al mismo tiempo muy linda de ser vivida. Estaba hipermusicalizada, tenía muchísima literatura, pintura, mucho arte. Rosario es la ciudad de un literato maravilloso como (Jorge) Riestra, de un pintor como Julio Banzo. Era extraordinaria y todo eso crepitaba en el día a día. Después la política mezcló todo eso y vino el dolor.

Cuando te dispones a escribir ficción, ¿Rosario aparece inevitablemente?
No, porque en otros libros la aparición de Rosario es muy excepcional. Lo que sí aparece mucho y en algún momento, si sobrevivo y logro hacerlo va a ser un libro, es el pueblo donde pasaba mis vacaciones cuando era chico, Morteros. Es donde nació mi madre. La historia funcionaba más lenta, el acontecer era en otra marcha de lo que es hoy entonces: todo duraba más tiempo. Las casas, por ejemplo, eran de abuelos, hijos y nietos, de todas las generaciones. Eso le daba una persistencia, una capacidad para respirar los olores ciudadanos o pueblerinos con mucho más tiempo. Las relaciones eran más largas, loa lugares y las temperaturas también, todo eso es canto para la literatura. Me viene a la cabeza Rimbaud, un tipo que dejó de escribir poesía a los 21, 22 años, que había escrito todo lo que se podía escribir en ese puñado de tiempo. Pienso en un amigo de mi tía, Pringles Quiroga, que escribía poesía. Eran tipos muy llamativos en un sentido positivo. Fue el que por primera vez me habló de Proust, yo tenía 15 años. Le dije que no había leído Proust y muchas otras cosas. Y leí Proust y fue muy importante en mi vida. Todo eso nació en Rosario.

Hay un personaje que está en Rojo sangre y en estos cuentos: Mario Riesi, un periodista de una vieja escuela, con un respeto por la conversación, por el arte de la entrevista.
No sé si existió, creo que no, me hubiese gustado. Muchos años después, un abogado se pareció a él, porque Riesi también tiene algo de Lampedusa, el autor de El gatopardo. Tiene esa cosa de muchísima cultura, pero que nunca es excesiva y nunca llega al desmán, algo que uno agradece enormemente y mucho más en un periodista.

¿Cómo ves este momento de los medios?
Sería muy cruel si no fuera que lo veo tan deplorable como este momento de la política. Como veo deplorables las cosas que me permitían hacer de la vida un lugar amado. Si algo me enoja con Javier Gerardo Milei, es que lastima todo aquello que me permite hacer que la vida sea un lugar de amor, de comprensión, generosidad, escucha, de conversación. Es como si yo hubiese descubierto una decepción, una traición. En la Argentina se ha perdido el buen hablar, el respetar, el decir tu historia es mi historia y mi historia es tu historia. No sé qué va a pasar con los chicos. Te contaba que doné mi biblioteca: lo que no te conté es que la doné después de habérsela querido regalar a mi hijo mayor de 32 y a mi segundo hijo que tiene 29. Ni hablar del que tiene 15 o el que tiene 12, porque esos no pertenecen a la generación lectora, pero los que sí pertenecen me dijeron: «No, viejo, yo no voy a leer nunca más», me dijo el mayor. Aunque lee, pero no lee libros.

Claro están las redes sociales, los discursos son más fragmentarios, hay una crisis de los relatos…
Sí, pero también pienso que el ser humano, en algún sentido, tiende a volver a unos relatos, a aquellos lugares donde amó la vida. Este proyecto no es que vaya a durar, lo que sí va a hacer daño y lo que va a durar es reponer, restañar ese daño, pero no triunfará como un proyecto de vida. Es muy ordinario, muy berreta, tiene muy poco gusto.

¿Qué desafíos tiene la política en esta crisis y en lo que va a implicar una reconstrucción?
Los primeros médicos, los medievales, decían: «Primero no hacer daño, esa era la primera norma; después, hacé lo que puedas». Y a la política le vale eso. Lo primero que tiene que hacer la política es aceptar quiénes ya estamos y quiénes pueden venir. El papel de los que ya jugamos el juego tiene que ser elegir a los que pensemos que estén en condiciones. En lo posible, que no sean familiares nuestros porque eso es un poco hartante, y ayudarlos a que lleguen, generarles posibilidades. No es posible que los que hacen política piensen como primer discurso citar lo que ya fracasó. Hay un deber de nuevo pensamiento, de encuentro con nuevos pensamientos. Tenemos que hacernos preguntas entre nosotros, resolverlas y no dirimirlas o fijarlas para las próximas elecciones sino en términos generacionales. Hay que establecer el final de un comienzo, el comienzo de una restauración democrática, el comienzo de un pensamiento sobre cuestiones que en algún momento hicieron grande al país, y permitieron que la gente viviera de manera un poco más digna. Es muy difícil hablar de dignidad si los elementos centrales de la dignidad no están presentes.

Viviste cuatro años afuera del país, ¿qué estás viendo hoy en la Argentina?
Argentina tiene una extraordinaria vocación por hacerse daño. Se nos da mucho más lastimarnos, que mejorarnos o hacernos bien. Chile no, cuando sufre algún dolor colectivo, un tsunami o una catástrofe de esa naturaleza, que son periódicas, rápidamente se juntan. Hará un mes atrás hubo un frente de tormenta del sur oeste al noreste y rompió muchísimas copas de árboles. En Santiago de Chile hay muchos cables que van por la parte de arriba de los árboles; es una manera más barata que usan las empresas para no tener que cavar en la tierra, y se cortó la electricidad de 800.000 personas. Rápidamente se pusieron en orden las cosas. Solamente un tipo que no está involucrado en corrupción, es capaz de decirle al señor que les dijo a los chilenos que estaba orgulloso, como empresario, de cómo habían resuelto este problema, «Yo, como funcionario, le digo que tenga cuidado, porque hoy empiezo la cancelación del acuerdo que hicimos entre el estado y la empresa». Es muy difícil encontrar estos discursos acá.

En otros momentos sí, hoy es todo lo contrario.
Hoy es como el discurso de rompamos y demos, rompamos y demos que va a venir la inversión. Nadie invierte en un lugar que no respeta. Nosotros vamos a tener que ganarnos el respeto de manera muy humilde, enérgica y orgullosa. No señor, usted acá no viene a llevarse el litio y a sumir en hambre a mis compatriotas.  



en Negras&blancas, 27 de septiembre, 2024









Pueden comprar el libro escribiendo a descontextoeditores@gmail.com
o en las mejores librerías de Argentina y Chile gracias a BigSur











martes, diciembre 03, 2024

«La orilla celeste del agua», de Jordi Soler

Fragmento




Inicio de Cartografía del corazón

La música del universo tiene un orden matemático dentro del cual nosotros desafinamos. La vida terrestre es, hasta donde se sabe, la única vida y esto nos convierte en la única oposición que tiene el sistema, ese engranaje del que formamos parte, pero en perpetua rebelión. Somos una escandalosa minoría que abarrota algunas regiones de la tierra, esa esfera minúscula hasta la angustia, que es parte de un sistema solar de clase media, que a su vez es parte de un sistema de sistemas de todos los tamaños que están contenidos en uno de los millones de galaxias que constituyen ese universo, donde no hay más vida que la nuestra.

Todo el cosmos, con la excepción de nosotros y los animales, se mueve con una música que impone sus ritmos, sus tiempos y sus ciclos; ninguna de las piezas que lo conforman tiene autonomía, ni siquiera las plantas y los árboles, que aun cuando son organismos vivos están atados a la tierra y a los ciclos del sol y de las estaciones. Una flor y un árbol se mueven solo cuando el viento los estremece, cuando la tierra tirita o se convulsiona o cuando se pone a moverlos uno de esos elementos en perpetua rebelión, un tigrillo que se rasca el lomo contra el tronco de una ceiba, un iluso que lleno de esperanza arranca una flor, ignorando que la esperanza es una de las formas del miedo. ¿De qué tengo miedo?, debería preguntarse antes de arrancar la flor.

(…)

Somos una minoría mínima frente a una abrumadora mayoría, somos un microcosmos contenido dentro de un macrocosmos, como nos hizo ver el filósofo Oswald Spengler; somos la oposición y lo único que nos sujeta a ese gigantesco sistema que gira sin parar desde el principio de los tiempos, y que seguirá girando por toda la eternidad, es el deseo sexual, la urgencia reproductiva que en su fundamento va unida a los ciclos del macrocosmos, aun cuando sea de la imaginación, de la anticipación y del recuerdo, de donde proviene el fuego. También la circulación de la sangre nos ata al sistema, la sangre que da vueltas sin parar dentro de nosotros siguiendo la partitura de los planetas y las estrellas. Somos la oposición, pero, cuando dormimos, y dejamos de ejercitar nuestra libertad, nos integramos a la maquinaria del cosmos y volvemos a ser, como cada noche, un cuerpo celeste.



Publicado por Ediciones Siruela, 2001

























 

lunes, diciembre 02, 2024

«Gaza: Una investigación sobre su martirio», de Norman G. Finkelstein

Prefacio / Traducción de Ana Useros Martín




La masacre de gente inocente es un asunto muy grave. No es algo que se pueda 
olvidar con facilidad. Es nuestro deber atesorar su recuerdo. 
MAHATMA GANDHI


Este libro no trata de Gaza. Trata de lo que se le ha hecho a Gaza. Hoy parece estar de moda hablar de la capacidad para actuar de una víctima. Pero hay que ser realista acerca de las limitaciones que las circunstancias objetivas imponen sobre esa capacidad. Frederick Douglass podía afirmar su virilidad devolviendo los golpes a un esclavista que lo había maltratado a conciencia. Nelson Mandela podía conservar su dignidad en la cárcel a pesar de una situación calculada para humillarlo y degradarlo. Aun así, estos eran individuos excepcionales y eran circunstancias excepcionales y, en cualquier caso, incluso si queda absuelto con honores, las decisiones elementales que afectan a la vida cotidiana de un hombre en cautividad y el poder de llevar a cabo dichas decisiones siguen estando fuera de su control. Gaza, como señaló el ex primer ministro británico David Cameron, es una «cárcel al aire libre».[1] A su cargo hay un alcaide israelí. En la imaginación popular, confeccionada por la propaganda estatal y obsequiosamente amplificada por todas las demás autoridades, se diría que Israel está siempre reaccionando y respondiendo al «terrorismo». Pero ni el bloqueo ilegal e inhumano que Israel ha impuesto a Gaza, ni las sangrientas «operaciones» periódicas que Israel ha desatado contra el territorio se deben a los misiles que lanza Hamás. Han sido decisiones políticas israelíes que proceden de los cálculos políticos israelíes, en las cuales las acciones militares de Hamás son un factor con tendencia a cero. De hecho, la mayor parte de las veces, Israel reaccionaba ante la inacción de Hamás: el movimiento islámico se negó a proporcionar la excusa «terrorista» que buscaba Israel para lanzar una operación cuyo predicado era político, no militar (defensa propia). Por supuesto, si Gaza «se limitara a hundirse en el mar» (Premio Nobel de la Paz Isaac Rabin),[2] o si rindiera unilateralmente su destino a los caprichos israelíes, Israel no la martirizaría. Pero, a falta de estas opciones, Gaza tiene tanto margen de maniobra (es decir, tan poco) como cualquier persona encerrada. La idea de que unos petardos lanzados desde un hormiguero pudieran, por sí solos, influir en la política de Estado de una de las potencias militares más impresionantes del mundo es risible, o lo sería si no fuera por la labor del formidable aparato de desinformación de dicha potencia. 

Este libro se centra en las políticas del martirio de Gaza. Su dimensión económica ya ha sido diseccionada de manera exhaustiva y competente.[3] Un observador no podría sino sorprenderse ante las resmas de papel que se han gastado en analizar la economía de Gaza y en dictar recetas para dicha economía, a pesar de que esta economía sea más una noción que una realidad. El Banco Mundial informó en 2015-2016 de que Gaza «ahora depende en aproximadamente un 90 por 100 de su PIB de los gastos del Gobierno palestino, las Naciones Unidas y otras remesas externas y proyectos donantes».[4] No me cabe duda de que quienes recopilaron estos informes económicos actuaban impelidos por el deseo de hacer el bien, aunque al final la mayoría de ellos capitularon frente al diktat de Israel.[5] Pero si Gaza sobrevive es gracias a las subvenciones extranjeras, entregadas en sincronía –con una fanfarria sicofántica internacional– con el aflojado ocasional de algún tornillo israelí. De hecho, la paradoja es que, a medida que se redactan más y más informes económicos, el día del completo «desdesarrollo» de Gaza se acerca más y más. Es difícil también resistirse a la idea de que Gaza se habría beneficiado más si todo ese tiempo, energía y gasto invertidos en estos meticulosos informes, repletos de minucias que nublan la mente, se hubieran canalizado simplemente en hacer una piscina, dentro de la cárcel al aire libre, para los niños abandonados de Gaza. Aun así, constituyen un registro imborrable y un testamento del horror que se le ha infligido a Gaza. Son un monumento eterno a los mártires y una acusación eterna contra sus torturadores. Los informes sobre derechos humanos en Gaza, que constituyen el tema principal de este libro, reflejan ese contenido y han sufrido el mismo destino que estos informes económicos. Todos esos informes sobre derechos humanos podrían ahora mismo conformar una biblioteca de tamaño mediano; generalmente han seguido unos criterios de precisión exhaustivos y registran un relato horrendo de sufrimiento y desgracias, por una parte, y de excesos criminales y crueldad, por la otra. Pero, con la excepción de un reducido cuadro de especialistas, han sido en su mayor parte ignorados y, finalmente, la propia comunidad de los derechos humanos ha sucumbido ante el gigante Israel. En cualquier caso, los informes constituyen el recurso esencial para aquellos a quienes les preocupa la verdad y para quienes la verdad es un tesoro. Incluso aunque estén en gran medida infrautilizados, son el arma más potente dentro del arsenal de quienes esperan, contra toda esperanza, movilizar a la opinión pública, de forma que se conserve un mínimo de justicia. 

Lo que ha caído sobre Gaza es un desastre de fabricación humana. Por su duración y su crudeza, por su despliegue, no bajo el manto de la guerra ni en la oscuridad de lo remoto, sino a plena luz del día y ante los ojos de todos, por la complicidad de tantos, no solamente por obra, sino también y especialmente por omisión, es un delito claramente malvado. Los lectores juzgarán por sí mismos si esta descripción es ingenua o si los registros documentales la apoyan; si el autor de este libro es partidario de Gaza o si son los hechos quienes le dan la razón; si Gaza plantea un desafío de «narraciones» en conflicto o si plantea el desafío de desentrañar su inocencia de la maraña de mentiras que la ocultan. Sería políticamente prudente explayarse sobre la complejidad de Gaza. Pero también sería una excusa moral. Pues Gaza trata de una Gran Mentira compuesta de mil otras pequeñas mentiras, a veces aparentemente abstrusas y arcanas. El objetivo de este libro es refutar esa Gran Mentira exponiendo todas y cada una de las pequeñas mentiras. No se ha escrito con amor. Por el contrario, ha sido una tarea agotadora, detallada, impulsada por un odio visceral a la falsedad, en especial cuando esta se coloca al servicio del poder y la vida humana paga las consecuencias. Si el diablo está en los detalles, solo se puede luchar contra él y vencerlo con una disección metódica de lógica y pruebas. Solicito por adelantado la indulgencia del lector, pues atravesar este libro exigirá una paciencia infinita. 


31 de diciembre de 2016 
Ciudad de Nueva York 




2018


Publicado por Siglo XXI de España Editores, 2019







[1] «David Cameron Describes Blockaded Gaza as a 'Prison'», BBC, 27 de julio de 2010. 

[2] A. Hass, Drinking the Sea at Gaza: Days and Nights in a Land Under Siege, Nueva York, 1999, p. 9. 

[3] S. Roy, The Gaza Strip: The Political Economy of De-development, 3.a ed. aumentada, Washington, DC, 2016. 

[4] Asamblea General de las Naciones Unidas, «Situation of Human Rights in the Palestinian Territories Occupied since 1967», 19 de octubre de 2016, §46. 

[5] Véase la «Conclusión» de este libro. 













domingo, diciembre 01, 2024

«Liber X Porta Lucis», de Aleister Crowley

Traducción de Miguel Algol




1. Contemplo un pequeño orbe oscuro, girando en un abismo de espacio infinito. Es algo diminuto entre una miríada de otros vastos, oscuro entre una miríada de otros brillantes.

2. Yo, que abarco en mí mismo todo lo vasto y lo diminuto, todo lo brillante y lo oscuro, he mitigado la refulgencia de mi esplendor impronunciable, enviando a V.V.V.V.V. como un rayo de mi luz, como un mensajero hacia ese pequeño y oscuro orbe.

3. Entonces V.V.V.V.V. tomó la palabra y dijo:

4. Hombres y mujeres de la Tierra, a vosotros vengo desde las Eras más allá de las Eras, desde el Espacio más allá de vuestra visión; y os traigo estas palabras.

5. Pero no le oyeron, porque no estaban preparados para recibirlas.

6. Aunque ciertos hombres oyeron y comprendieron, y a través de ellos este Conocimiento será conocido.

7. Así el último de ellos, el siervo de todos ellos, escribió este libro.

8. Escribió para aquellos que están preparados. Así se sabe si uno está preparado, si está dotado de determinados talentos, si es apto por nacimiento, o por riqueza, o por inteligencia, o por algún otro signo manifiesto. Y los siervos del maestro, por la percepción de este, juzgarán sobre ello.

9. Este conocimiento no es para todos los hombres; de hecho pocos son llamados, pero de estos pocos muchos son elegidos.

10. Esta es la naturaleza de la Obra.

11. Primero, hay muchas y diversas condiciones de vida sobre esta tierra. En todas ellas hay cierto germen de aflicción. ¿Quién puede escapar a la enfermedad y a la vejez y a la muerte?

12. Hemos venido para salvar a nuestros semejantes de estas cosas. Porque hay una vida intensa de conocimiento y dicha extrema, que no puede ser afectada por ninguna de ellas.

13. Conseguimos vivirla incluso aquí y ahora. Los adeptos, los siervos de V.V.V.V.V. lo han conseguido.

14. Es imposible hablaros de los esplendores que lo que han alcanzado. Poco a poco, a medida que vuestros ojos se fortalezcan, os desvelaremos la inefable gloria del Sendero de los Adeptos y su meta sin nombre.

15. Como un hombre que asciende por una montaña escarpada y que ha perdido de vista a sus amigos en el valle, así debe parecer el adepto. Ellos dirán: Se ha perdido en las nubes. Pero él se regocijará a plena luz del sol sobre ellos, y llegará a las nieves eternas.

16. O como un erudito que aprende alguna lengua secreta de los antiguos, sus amigos dirán: «¡Mirad! Pretende leer este libro. Pero es ininteligible, absurdo». Sin embargo él se deleita en la Odisea, mientras ellos leen cosas vanas y vulgares.

17. Os traeremos Verdad Absoluta, Luz Absoluta, Dicha Absoluta.

18. Muchos adeptos a lo largo de las épocas han intentado hacer esto; pero sus sucesores pervirtieron sus palabras, y una y otra vez el Velo cayó sobre lo Sagrado de entre lo Sagrado.

19. A ti, que todavía deambulas por la Corte de lo Profano, no podemos todavía revelártelo todo; pero entenderás con facilidad que las religiones del mundo no son sino símbolos y velos de la Verdad Absoluta. También lo son las filosofías. Para el adepto, que mira todas estas cosas desde arriba, le parecen iguales Buddha y Mohammed, el Ateísmo y el Teísmo.

20. Lo múltiple cambia y pasa; el uno permanece. Así como la madera, el carbón y el hierro se queman juntos en una gran llama sólo si el horno es de un calor trascendente, así en el alambique de esta alquimia espiritual sólo si el celador sopla suficientemente en su horno todos los sistemas de la tierra son consumidos en el Conocimiento Uno.

21. De todas maneras, igual que un fuego no puede iniciarse con hierro solo, al comienzo un sistema puede ser apropiado para un buscador, otro para otro.

22. Nosotros que estamos por tanto libres de las cadenas de la ignorancia, sondeemos el corazón del buscador y guiémosle por el sendero que mejor se adapta a su naturaleza hasta el fin último de todas las cosas, la suprema realización, la Vida que habita en la Luz, sí, la Vida que habita en la Luz.





en Perdurabo, 2021












Nota DscnTxt: V. v. v. v. v. (Vi Veri Vniversvm Vivvs Vici) significa «Por el poder de la verdad, yo, estando vivo, he conquistado el universo», y es el lema de Crowley. En algunos de sus escritos es el nombre de su Santo Ángel Guardián y la cabeza invisible del A.'. A.'. A veces escriba, otras el Maestro que habla con Adonai. Pero con Crowley es visión de cada uno.


















sábado, noviembre 30, 2024

«Andar toda la vida y no encontrar…», de Sa-ou

Versión de Juan L. Ortiz




Andar toda una vida
y no encontrar camino

Tus rostros, uno tras otro
   se apilan en una negra
noche sin luna ni estrellas

Por sendas de montaña
         Callejones
                       Puentes
con un bastón por ojos
buscar amargamente

El limón ya está seco
Hay que tirar la cáscara













viernes, noviembre 29, 2024

«Desde el jardín», de Anne Sexton

Traducción de Andrea Parmigiani




Ven, amado mío,
a contemplar los lirios.
Creemos en poco.
Hablamos demasiado.
Aparta tu bocado de palabras
y ven conmigo a mirar
los lirios abrirse en ese campo,
creciendo allí como yates,
virando lentamente sus pétalos
sin cuidadores ni relojes.
Contemplemos el paisaje:
una casa blanca con nubes blancas
que decoran pasillos con barro.
Oh, deja a un lado tus buenas palabras
y tus malas palabras. ¡Escupe
tus palabras como carozos!
¡Ven aquí! ¡Ven aquí!
Ven a comer mis agradables frutos.














jueves, noviembre 28, 2024

«Fatima Abou Mayyala», de Tahar Ben Jelloun

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Entraron por el techo
cerraron puertas y ventanas.
Metieron un puñado de arena en la boca
y en las narices de Fátima.
Sus manos le rasgaron el estómago
su sangre quedó retenida
ellos orinaron en su cara.
Fátima tomó la mano de la estatua
y caminó ligera entre los árboles y los niños 
dormidos.
Ella llegó al mar
su cuerpo elevado por sobre la muerte.


en La remontee des cendres, 1991







Versión dedicada contra el dolor a Ghizlane Hazam
















miércoles, noviembre 27, 2024

Carta de Adriano Leite Ribeiro




 
¿Sabes lo que es ser una promesa?

Yo lo sé.

Incluso una promesa incumplida.

El mayor desperdicio en el fútbol: Yo.

Me gusta esa palabra, desperdicio.

No sólo porque es musical, sino porque me encanta desperdiciar mi vida. Soy bueno así, desperdiciando frenéticamente. Me gusta esa etiqueta.

Pero nunca he atado a una mujer a un árbol, como dicen.

No tomo drogas, como intentan demostrar.

No soy un criminal, pero por supuesto podría haberlo sido.

No voy a discotecas.

Siempre voy al mismo sitio, el quiosco de Naná, si quieres conocerme, pásate.

Bebo todos los días, sí, y los días que no lo hago a menudo también.

¿Por qué alguien como yo llega a beber casi todos los días?

No me gusta satisfacer a los demás. Pero aquí va una.

Porque no es fácil ser una promesa que sigue endeudada. Más aún a mi edad.

Me llaman el Emperador.

Imagínate.

Un tipo que salió de las favelas para ganarse el apodo de Emperador en Europa. ¿Quién puede explicarlo, hombre? Todavía no lo entiendo. Quizás no hice tantas cosas mal, ¿no?

Mucha gente no entiende por qué abandoné la gloria del campo para sentarme aquí bebiendo en aparente deriva.

Porque en algún momento quise hacerlo, y es el tipo de decisión de la que es difícil retractarse.

Pero ahora no quiero hablar de eso. Quiero que me acompañes a dar un paseo.

Hace muchos años que vivo en Barra da Tijuca. Pero mi ombligo está enterrado en la favela Vila Cruzeiro. Complexo da Penha.

Súbete tú también. Vamos en moto. Así es como me siento.

Te haré saber que estamos brotando en la zona. Hoy entenderás lo que Adriano hace realmente cuando está con sus compañeros en un lugar muy especial. Nada de folclore ni titulares de periódicos mentirosos. Lo real. Lo real.

Vamos, amigo. Está amaneciendo. Pronto el tráfico estará paralizado. No lo sabías, ¿verdad? De aquí a Penha en la Línea Amarilla es rápido. Pero sólo si es en ese momento.

¿Vamos?

Así es. Justo en la entrada de la comunidad. El campo de Ordem e Progresso. Mierda, he jugado más fútbol aquí que en San Siro. Habla claro, neguinho.

Fíjate que para entrar y salir de Vila Cruzeiro tienes que pasar por delante del campo. El fútbol se impone en nuestras vidas.

Mi padre fue realmente feliz aquí. Almir Leite Ribeiro. Se le podía llamar Mirinho, así era conocido por todos. Un tipo con una gran reputación. ¿Estoy mintiendo? Pregúntale a cualquiera.

Los sábados se levantaba temprano, preparaba la mochila y quería ir al campo enseguida. «Vamos, amigo. Te estoy esperando. Vamos, hoy va a ser un partido duro», decía. Nuestro equipo de campo se llama Hang. ¿Por qué ese nombre? No lo sé, mierda. Cuando lo conocí ya era así. Jugué mucho tiempo con la camiseta amarilla y azul. Ya lo creo. Igual que la del Parma. Incluso después de irme a Europa, no abandoné la escena local.

Por supuesto. Volvería de vacaciones de Italia y no haría otra cosa. Cogería un taxi en el 
aeropuerto y vendría al Cruzeiro inmediatamente. Joder. Ni siquiera pasé antes por casa de 
mi madre.

Me bajaba en la entrada del cerro, dejaba las maletas y subía gritando. Llamaba a la casa 
del difunto Cachaça, mi gran amigo, y de Hermes, otro amigo de la infancia. Llamaba a la 
ventana «¡Despierta, cabrón! ¡Venga! ¡Vete!». Jorginho, mi otro gran amigo de la infancia, 
se unía y luego se olvidaba de todo. Estos tipos colorearían siete a los catorce. No nos 
conocían hasta días después. Dábamos vueltas por todo el complejo jugando a la pelota, en 
la resenha, de lugar en lugar. ¡Ni un caballo lo aguanta!

Uno de los grandes clásicos de Hang fue contra Chapa Quente. Incluso jugamos la final contra ellos. Yo ya estaba en Parma. Mi padre me decía todos los días. «Te he fichado para la liga, amigo. Los chicos están temblando. Llevo un mes diciéndoles ‘viene mi gran hombre’. Y ellos dicen: ‘No vale la pena, Mirinho’. A mí me da igual. Vas a jugar».

Jugué.

Con un vaso de Coca-Cola en la mano, mi padre anunció el once inicial de Hang.

«Hangrismar en la portería.

Boldo com Limão, Richard y Cachaça en defensa».

Maldición, Boldo com Limão era un tipo amargado. Se quejaba de todo. Richard tenía un tiro tan potente –o más– que el mío. Neguinho temblaba para quedarse en la barrera cuando disparaba.

«Hermes en el centro del campo con Alan.

Crézio en la banda derecha y Jorginho en la izquierda, nuestro número siete.

En ataque, Frank, Dingo, el dueño de la camiseta número 10, y Adriano».

Con ese equipo se podría jugar la Champions League.

Calor carioca, típico de fin de año. Música alta. Samba. Todas las morenas caminando de arriba a abajo que les voy a contar... ¡Padre del cielo los bendiga! No hay nada mejor en el planeta, negro.

Somos campeones. Rojão por toda la favela. Un hermoso espectáculo de fuegos artificiales.

Fue en ese campo donde aprendí a beber. Mi padre se volvía loco. No le gustaba ver a nadie 
bebiendo, y menos a los niños.

Recuerdo la primera vez que me encontró con un vaso en la mano. Tenía 14 años y la favela estaba de fiesta. Era el estreno del reflector del campo de Ordem e Progresso, así que organizaron un partido de fútbol con barbacoa.

Había mucha gente, esa alegría típica de las tierras bajas, ¿sabes? Pagode sonando, gente yendo y viniendo. Yo todavía no bebía. Pero cuando vi a todos los chicos bebiendo, riendo, dije: «aaaahhhh». Cogí un vaso de plástico y lo llené de cerveza. Aquella espuma amarga y fina que bajaba por primera vez tenía un sabor especial. Todo un nuevo mundo de «diversión» se abría ante mí. Mi madre estaba en la fiesta y vio la escena. Se quedó callada, ¿verdad? En cuanto a mi padre... Mierda. Cuando me vio con el vaso en la mano, cruzó corriendo el campo como quien no puede perder el autobús. «Puedes parar», dijo. Corto y contundente, como siempre. Yo dije: «Ah, vamos». Mis tías y mi madre se percataron enseguida del movimiento e intentaron calmarlo antes de que la situación empeorara: «Vamos, Mirinho, está con sus amiguitos, no va a hacer nada, están ahí riendo, jugando, déjalos en paz, Adriano también está creciendo», dijo mi madre.

No se hablaba.

El viejo se volvió loco. Me arrebató el vaso de la mano y lo tiró a la cuneta. «Yo no te enseñé eso, amigo», dijo.

Mirinho era un líder en Vila Cruzeiro. Todo el mundo lo respetaba. Y predicaba con el ejemplo. El fútbol era su negocio. Una de las misiones de Mirinho era evitar que los niños se metieran en lo que no debían. Siempre intentaba que los niños jugaran al fútbol. No quería a nadie haciendo el tonto. Y mucho menos holgazaneando en la escuela. Su padre bebía mucho. Era alcohólico. Incluso murió por eso. Así que cada vez que veía a los chicos bebiendo, mi padre no lo dudaba. Tiraba al suelo los vasos y las botellas que tenía delante. Pero era inútil, ¿no? Entonces, la bestia cambió de táctica. Cuando nos distraíamos, sacaba su dentadura postiza y la ponía en mi vaso, o en los vasos de los chicos que estaban conmigo. El tipo era muy maldito. Le echo de menos...

Todas las lecciones que aprendí de mi padre fueron así, en gestos. No teníamos conversaciones profundas. Al viejo no le gustaba filosofar ni dar lecciones. Lo que más me impresionaba era su rectitud cotidiana y el respeto que le tenían los demás.

La muerte de mi padre cambió mi vida para siempre. A día de hoy, es un tema que todavía no he conseguido resolver. Y para que veas cómo son las cosas, toda la mierda empezó aquí, en la comunidad que tanto aprecio.

Vila Cruzeiro no es el mejor lugar del mundo. Todo lo contrario.

Es peligrosísimo. La vida es dura. La gente sufre. Muchos amigos tienen que seguir caminos separados. Mira a tu alrededor y te darás cuenta. Si me parara a contar todos los conocidos que han fallecido, estaríamos aquí hablando días y días… Que el cielo los bendiga. Aquí puedes preguntar a cualquiera. Quien tiene la oportunidad acaba viviendo en otra parte.

Mierda, a mi padre le dispararon en la cabeza en una fiesta en Cruzeiro. Una bala perdida. Él no tenía nada que ver con el problema. La bala entró por la frente y se alojó en la nuca. Los médicos no pudieron extraerla. Después de eso, la vida de mi familia nunca volvió a ser la misma. Mi padre empezó a tener frecuentes ataques.

¿Has visto alguna vez a alguien teniendo un ataque epiléptico delante de ti? Entonces no quieres verlo, negro.

Da miedo.

Tenía 10 años cuando dispararon a mi padre. Crecí viviendo con sus ataques. Mirinho nunca pudo volver a trabajar. La responsabilidad de mantener el hogar recayó enteramente en mi madre. ¿Y qué hizo ella? Se las arregló. Consiguió la ayuda de sus vecinos. Representaba a la familia. Aquí todo el mundo vive con muy poco. A nadie le sobra nada. Pero mi madre no estaba sola. Siempre había alguien que la ayudaba.

Un día, un vecino se acercó con una gran caja de huevos y le dijo: «Rosilda, véndelos para conseguir algo de dinero. Así podrás comprarle la merienda a Adriano». Pero Rosilda no tenía dinero para pagarle. «No te preocupes, hermana. Vende los huevos y me pagarás». Era así. Te lo juro.

Otro vecino le consiguió una garrafa de gas. «Rosilda, vende éste. La mitad es tuya, la mitad es mía». Y mi madre se iba, intentando conseguir un poco más de dinero trabajando duro cada día. Mi padre se quedaba en casa. Y mi madre corría por dos, mientras mi abuela me llevaba a entrenar.

Una de mis tías consiguió un trabajo con licencia y ticket de comida. Le dio a mi madre los resguardos: «Rosilda, no es mucho, pero al menos le comprará una galleta a Adriano».

Sin esta gente yo no sería nada.

Nada.

Maldita sea, toda esta charla me ha dado mucha sed. Detengámonos en el bar de mi amigo Hermes. Eso es detrás de la cancha. Allí en el callejón.

Mi abuela vivía aquí. Señora Vanda, qué personaje. Te lo dije, ¿verdad? «Adi-ra-no, hijo mío! Ven a comer palomitas de maíz». La abuela no puede decir mi nombre correctamente hasta el día de hoy.

Me quedaba en su casa todos los días cuando era niño. Mi madre, mi padre y yo vivíamos en la Rua 9, que está colina arriba. ¿Quieres ir a ver? Es complicado. Hay mucha actividad. Mejor nos quedamos aquí abajo. La favela tiene ciertas reglas que debemos respetar.

Cuando era pequeño, mi madre se iba a trabajar y me dejaba con la abuela. Me llevaba a la escuela y luego al Flamengo. Empecé a correr muy pronto, eso es innegable.

¡Hermes, mi amigo! Saca el dominó para nosotros. Ten cuidado, roba mucho. No caigas con el grupo. Hermes es travieso. Siéntate aquí, Jorginho.

Solíamos bañarnos en un pozo al final del callejón. Así es una piscina de favela, amigo. No lo sabías, ¿verdad? Mierda, si hace calor en la zona sur, donde vive la gente más acomodada de Río, imagínate en una comunidad de la zona norte... Los niños sacan un balde y se refrescan como pueden. Te diré que hasta el día de hoy prefiero eso, ¿sabes? Sólo me meto en la piscina, en el mar, ese tipo de cosas, para divertirme. Pero soy muy feliz duchándome en el tejado, o cuando me echo un balde de agua en la cabeza.

¿Ves el movimiento de gente por aquí? ¿Y el ruido? Joder, la favela es muy diferente. Abres la puerta de casa y ves a tu vecino. Sales y ahí está el dueño del mercadillo, la tía con la manga pastelera en la mano, el primo del barbero llamándote para jugar al fútbol. Todo el mundo se conoce. Claro, una casa está al lado de otra, ¿no?

Esa fue una de las cosas que más me extrañaron cuando me mudé a Europa. Las calles son silenciosas. La gente no se saluda. Todo el mundo está solo. Las primeras Navidades que pasé en Milán fueron duras para mí.

El fin de año es un momento muy importante en casa. Reúne a todos. Siempre ha sido así. Rua 9 estaba llena porque Mirinho era el hombre, ¿no? La tradición empezó allí. También en Nochevieja, la favela se reunía frente a mi casa.

Cuando me fui al Inter sentí un golpe muy fuerte el primer invierno. Llegaron las Navidades y estaba solo en mi piso. Hacía mucho frío en Milán. Esa depresión que golpea en los meses fríos en el norte de Italia. Todo el mundo con ropa oscura. Las calles están desiertas. Los días son muy cortos. El tiempo está húmedo. No tienes ganas de hacer nada. Todo esto se combinó con la nostalgia y me sentí muy mal.

Seedorf seguía siendo demasiado socio. Él y su esposa prepararon una cena para sus seres más cercanos y me invitaron. Vaya, el negro tiene un gran nivel. Imagínese la recepción navideña en su casa. Fue tan elegante. Todo era precioso y delicioso, pero la verdad es que yo quería estar en Río de Janeiro.

Ni siquiera pasé mucho tiempo con ellos. Me disculpé, me despedí rápidamente y volví a mi piso. Llamé a casa. «Hola, mamá. Feliz Navidad», dije. «¡Hijo mío! Te echo de menos. Feliz Navidad. Todo el mundo está aquí, sólo faltas tú», contestó ella.

Se oían las risas de fondo. El sonido fuerte con el ritmo que ponían mis tías para recordar la época en que eran niñas. ¿Qué? Esas chicas bailan como si estuvieran en el baile de graduación hasta el día de hoy. Mi madre es igual. Podía ver la escena delante de mí con sólo escuchar el ruido del teléfono. Joder, me puse a llorar enseguida.

«¿Va todo bien, hijo mío?», preguntó mi madre. «Sí, todo bien. Acabo de volver de casa de un amigo», dije. «Ah, ¿ya has cenado? Mamá todavía está poniendo la mesa», dijo, «incluso habrá pastel esta noche». Maldición, eso fue un golpe bajo. Los pasteles de la abuela son los mejores del mundo. Realmente lloré. Como un loco.

Empecé a sollozar. «Está bien, mamá. Disfrútalo entonces. Que tengas una buena cena. No te preocupes, todo está bien aquí».

Yo estaba muy mal. Me tomé una botella de vodka. Sin exagerar. Me la bebí entera yo solo. Me llené el culo de vodka. Lloré toda la noche. Me derrumbé en el sofá de tanto beber y llorar. Pero eso fue todo, amigo. ¿Qué podía hacer? Estaba en Milán por una razón. Era lo que había soñado toda mi vida. Dios me había dado la oportunidad de convertirme en futbolista en Europa. La vida de mi familia había mejorado mucho gracias a mi sudor y a todo lo que había hecho por mí. Y que ellos también habían hecho. Ese era un pequeño precio a pagar para mí en comparación con lo que estaba pasando y lo que aún estaba por pasar. Me daba cuenta de ello. Pero eso no impidió que me sintiera triste.

¿Subimos a la losa de Tota? Ese es mi refugio. Llamaré a las motos. Tomaremos nuestro danone y te mostraré la vista de todo el complejo. ¡Vamos, amigo!

Déjame encender el tutufi. Tutufi, maldita sea. No lo entiendes, ¿verdad? Para conectar el móvil al altavoz, mierda. Ah, no sé decir esas palabras en inglés, joder. Sólo estudié hasta séptimo grado, carajo. En la favela tienes que subir el volumen, hermano. Aquí sólo se oye música así.

Está Grota, está Chatuba, aquí está Cruzeiro. Es todo lo mismo, de verdad. Una al lado de la otra. Pero son comunidades diferentes en el complejo Penha. Y esa es la Iglesia de Penha, en lo alto, bendiciéndonos a todos. Sí, tengo la iglesia colgando de mi cuello en este medallón aquí. ¿Te gusta? Pues póntelo para reírte. Te estoy bautizando en nuestra comunidad. Qué moraleja, ¿eh?

Cuando me «escapé» del Inter y dejé Italia, vine a esconderme aquí. Recorrí todo el complejo durante tres días. Nadie me encontró. No hay manera. Ley número uno en la favela. Mantén la boca cerrada. ¿Crees que alguien me delataría? La prensa italiana se volvió loca. La policía de Río incluso llevó a cabo una operación para «rescatarme». Dijeron que me habían secuestrado. Estás bromeando, ¿verdad? ¿Te imaginas que alguien va a hacerme daño aquí, sobre todo yo, que soy de la favela? Nego me lo reprochó mucho.

Me gustara o no, era la independencia que necesitaba. No soportaba salir a la calle en Italia y tener que mirar a mi alrededor para saber dónde estaban las cámaras, quién se acercaba, si eran periodistas, delincuentes, estafadores o lo que fuera.

En mi comunidad no existe eso. Cuando estoy aquí, nadie de fuera sabe lo que hago. Ese era su problema. No entendían por qué me fui a la favela. No fue por la bebida, ni por las mujeres, ni mucho menos por las drogas. Fue por la libertad. Fue porque quería paz. Quería vivir. Quería volver a ser humano. Sólo un poco. Joder, es verdad. ¿Y qué?

Traté de hacer lo que querían. Negocié con Roberto Mancini. Luché con José Mourinho. Lloré en el hombro de Moratti. Pero no pude hacer lo que me pidieron. Estuve bien durante unas semanas, evité el danone, me entrené como un caballo, pero siempre había una recaída. Y todo el mundo me echaba la culpa. No podía soportarlo más.

La gente hablaba mucha mierda porque estaban todos avergonzados. «Amigo, Adriano dejó de ganar siete millones de euros. ¿Lo ha dejado todo por esta mierda?», era lo que más oía. Pero nadie sabe por qué lo hice. Porque no estaba bien. Necesitaba mi espacio, para hacer lo que quería.

Ya lo ves. ¿Hay algo más en nuestra gira? No. Siento decepcionar a alguien. Pero lo único que busco en Vila Cruzeiro es paz y tranquilidad. Aquí paseo descalzo y sin camiseta, sólo con pantalones cortos. Juego al dominó, me siento en el cordón, recuerdo las historias de mi infancia, escucho música, bailo con mis amigos, duermo en el suelo. Veo a mi padre en cada uno de estos callejones.

¿Qué más quiero?

Ni siquiera traigo mujeres aquí. Ni siquiera me meto con las chicas de la comunidad. Porque sólo quiero estar tranquilo y recordar mi esencia.

Nada más allá de eso.

Hago lo que quiero.

Si quieres venir, ven.

Por eso siempre vuelvo.

Aquí se me respeta de verdad.

Aquí está mi historia.

Aquí aprendí lo que es la comunidad.

Vila Cruzeiro no es el mejor lugar del mundo.

Vila Cruzeiro es mi lugar.



12 de noviembre, 2024












Contribución a DscnTxt de Alejandro Boverio
















martes, noviembre 26, 2024

«En la resaca», de Daniel Freidemberg

Dos poemas




Noviembre (VII) 


El gran cuerpo inocente de mi padre, su
pesadez translúcida, la piel 
                             extensa y pálida humillada
por la ciencia médica. Enceguecía el 
verano, la basura al costado de los rieles
pugnaba por manifestarse. No hay
                                        cuervos en este paisaje: 
cerveza tibia y revistas de fútbol.
¿Pasó algo desde aquellos días? ¿Volví?
Ahora que miro esta planicie del cosmos,
es verano otra vez: motores detrás de la luz, la luz
como si para siempre, como 
                                      quien avisa «es así» ¿es así?
Soy el que, más papel que carne, gira
dentro de un cubo, ante una ventana. No estoy
                                en esta escena que creció a su modo
entre las ruinas de un planeta ocupado, ¿no estoy?
Papel o carne, me repito, arruinados, tratados mal, 
desperdiciados no sé a cuenta de qué (saliva agolpada en
la boca, tensión en los músculos): no el alma, la carne, los 
                                                               gestos que me hacen,
fuera de toda razón, de toda belleza, en mi fin.
Alas rasantes sobre un mediodía plúmbeo, palabras.






Abril (XXIV)


Los que, esos que
lirízanse,
como sexo a
sí mismos
ante espejo,
los que elevábanse,
los que elabismo,
los que loabsoluto.

¿Y a la hora de
pagar las cuentas, qué?
¿Y a la hora de cobrar?
¿Y a la de lavar
prendas inconfesa-
blemente sucias?
¿Y a la hora de
todo está dicho? ¿A
qué agregar
más ruido al ruido?

¿Y después de
ya sabemos qué cosa,
qué poesía?

Poesía del
todo está dicho, del
no está dicho en
lo dicho, del
no sé. Del
todo está dicho y
qué, del
ruido. De
mirar el ruido y
escribir
atrás o adentro, o
por encima
del ruido, con
ruido, en el
mundo del 
ruido, y
qué.



2007

 











lunes, noviembre 25, 2024

«Los olivos de Abu Jamal», de Nathalie Handal

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




Día tras día
Trabaja la tierra
Nunca tuvo paz
En toda su vida
No ha tenido sueños
Cree sólo en lo posible
Sus instintos consideran a la vida y a la muerte 
Le cuenta historias a su mujer
Para recordar cómo se ve ante los demás –
Sus ojos ahora están vacíos 
Sus tripas heladas
Sus olivos fueron arrancados de raíz.
Y luego con una sonrisa dice:
Me encantaría saber los nombres
De los que van a recoger las aceitunas
En nuestra tierra el próximo octubre…
¿De qué árboles?, pregunta ella.
       Sólo de aquel que está naciendo.  













domingo, noviembre 24, 2024

«Cometierra», de Dolores Reyes

Fragmento


A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. 
A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes.
 
Me quedé un rato haciendo nada recostada en la madera, mirando el cielo y los árboles, escuchando los bichos, que ya estaban por todos lados. Seguí con la mirada a uno de antenas raras que recorrió lentamente la tabla en dirección a mi zapatilla blanca. No me gustaban los bichos. Me levanté el escote de la remera y me olí. Eso sí me gustaba. Me había bañado a la mañana, me la había visto venir.

Tuve frío y entré en la cabaña. La cama estaba tendida en el medio de la habitación. Era una cama enorme, con sábanas hermosas y una manta del color del ladrillo cuando está desnudo. Me senté en el borde, mirando la puerta por la que tenía que entrar Ezequiel con la birra. Me crucé de piernas y comencé a desatarme el cordón de la zapatilla.

Cuando volvió, primero me acarició la cabeza. Yo le corrí la mano.

—No te hagas el bueno —le dije y nos reímos los dos.

Ezequiel dejó su abrigo en una silla al costado de la cama. Me pasó la botella de cerveza y yo, para tomar, me senté y me tapé el cuerpo desnudo con el cobertor. Nos miramos. Yo no quería sonreír. No quería hacérsela tan fácil. Se quitó el pulóver que tenía arriba de la camisa y se acercó de nuevo. No le pasé la birra. La agarró y tomó un trago largo y después la apoyó en la mesita al lado de la cama. Al hacerlo, la botella chocó con la lámpara y la única luz del cuarto parpadeó un segundo. Justo en ese momento sentí la mano de Ezequiel que me agarraba de atrás de la cabeza y me daba un beso con gusto a cerveza.

Su mano en mi pelo presionó para empujarme hacia él, mientras me acercaba a su cuerpo tocándome la cintura desnuda. La mano me pareció áspera, o quizás yo la sentía así mareada como estaba por el beso de labios suaves y alcohol. Nada de su cuerpo me soltaba. Me dejé arrastrar hacia él. Tenía la ropa fría. Yo ni la tanga me había dejado, así que traté de sacarle la camisa, pero en la posición en que estábamos era imposible.

Nos soltamos la boca. Nos reímos más.

Ezequiel se quitó la camisa rapidísimo y su mano volvió a tirar del nacimiento de mi pelo. Me recliné un poco, apoyándome en los codos, y él volvió a reírse. Con la mano libre, se desabrochó el cinturón, bajó el cierre del pantalón y se lo quitó. La otra mano se cerró en mi nuca. No me podía mover. Tiró de mí. Sacó su pija por encima del bóxer y me la acercó a la boca. Me dejé llevar a un beso tan suave como si lo que besaba fuese una lengua. Le bajé el bóxer del todo. La piel que tocaba me gustaba. Podía apretarla con los labios mientras la pija jugaba en mi boca y se iba hundiendo. Ezequiel me miró chupar y yo también lo miré a él. Me agarró la cabeza con las dos manos. Mantuvo un rato la presión, hasta que en un movimiento sacó su pija de mi boca y sus manos buscaron mi cadera. Me llevó hacia él.

Yo me tendí y abrí las piernas. Ezequiel besó mis tetas, que son del tamaño de un puño cerrado. Después, sin apartar su boca de mi pecho, bajó una de las manos hasta mi concha. Me acarició. Sentí sus dedos hirviendo. Me fui mojando. Él siguió un poco más, después llevó la mano de nuevo a mis caderas.

Una mano seca y la otra mojada me agarraban firmes. Quería verlo cuando entrara. Quería acariciar su espalda que estaba encima de mi cuerpo. Ezequiel se tomó un tiempo para mirarme a los ojos. Después, sus ojos se fueron perdiendo, y los míos también. No lo vi empujar, meterse, presionar contra mí, agarrarme fuerte con las dos manos el culo y empujar de nuevo.

Con los ojos cerrados, nos podía escuchar, sentir el instante en que Ezequiel sacó su mano húmeda del comienzo de mi culo y la metió en mi boca mientras su cuerpo empujaba y se sacudía violento como si hubiese perdido el control. Sentí enloquecer mi corazón y yo también me apreté con fuerza a él. Algo, desde adentro, se volcaba y en sus dedos contra mi lengua sentí el sabor de mi cuerpo.


*   *   *

 
Era temprano, pero hacía rato que ya había amanecido y el sol se dejaba ver entero.

Todos me habían hablado de la belleza de esas islas, de la vegetación, de lo inmenso del río. Pero a mí el lugar me olía a encierro. A agua estancada.

El río, empacado, no la quería devolver. La escondía como la noche a los bichos.

Ya sabíamos el lugar exacto desde donde había saltado la chica. El novio había aparecido temprano en la lancha colectiva. Llegó, nos señaló el lugar y se fue tan rápido como pudo, como si no tuviera ganas de quedarse ahí un minuto más.

Nos volvimos a quedar solos, Ezequiel, el río y yo. Ahora andábamos los tres para el mismo lado, estudiándonos los pasos.

«Te quiero», me había dicho Ezequiel la noche anterior. Yo tenía el pelo tapándome la cara, y su pija adentro de mí, y no le contesté nada.

Pero ahora caminaba hacia el borde de la isla, pensando en la chica. Ezequiel se había quedado atrás, me seguía con la vista, en silencio, como dejándome hacer.

Apuré el paso. No esperaba que las cosas salieran mal. No pensaba en después.

«Es solo una cosa por otra», me había dicho la mae Sandra.

Me di vuelta, lo miré, y algo en mí lo hizo reaccionar y empezar a seguirme.

Era solo una cosa por otra, sí, pero ese río de mierda no quería flores, ni sangre, ni velas encendidas. Pedía otra cosa.

Si lo pensaba me daba mucho miedo, entonces no lo pensaba. Dejé que mi cuerpo guiara. Solo esperaba que Ezequiel de verdad supiera nadar.

Una cosa por otra. Recuperar lo que quedaba de la chica iba a terminar siendo como ir al kiosco, entregar billetes para recibir algo a cambio.

Me dio bronca.

Me di vuelta por última vez, para confirmar que Ezequiel siguiera pisando mis pasos, y ya no lo pensé más. Corrí, di un salto y me tiré al río.


*   *   *

 
Fue como un trance, algo me llevó. No sé cuánto duró ni qué pasó bien, porque fue como ir quedándome dormida en el fondo del agua. Dormir ahí, sentir el agua dulce entrando como una droga en mi cuerpo me gustaba, pero él me sacó.

Cuando desperté, estaba en una cama. No era la mía, ni la de la cabaña, ni la de ningún lugar que reconociera. Ezequiel estaba conmigo. Al principio no le hablé, ni lo miré, pero sabía que estaba ahí. Podía olerlo. Sentirlo moverse tratando de no hacer ruido. No era cualquier rati, era el rati que me cuidaba a mí.

Me quedé quieta, ojos cerrados. Las sábanas eran duras, raspaban como un cartón contra mis piernas, más dormidas que yo. Abajo del agua no me habían servido de nada. Todavía no quería que me hablaran. Sentía, a través de los párpados, la luz. Una luz para enfermos.

Me quería ir de ese lugar de mierda.

Ezequiel me sacó. Me salvó. Yo ahora quería saber qué había pasado con la chica del agua. Si había alguna noticia. Pero no quería abrir los ojos, la boca menos. En mi cabeza todavía estaba el ruido del agua y el frío que lastimaba tanto.

Abrí los ojos, la luz de nuevo. Ezequiel me vio, se acercó, me apoyó la mano en el brazo. Quise decirle que estaba bien, que mejor nos fuéramos de ese lugar horrible, que quería volver a mi casa, pero sobre todo que lo quería a él, pero no me salía nada.

—Ya pasó todo —me tranquilizó—. El cuerpo apareció esta mañana. Ahogada.

«Ahogada», dijo, y volvió el frío.

Ya no traté de hablar. Me aflojé, dejé caer la cabeza en la almohada. Cerré los ojos. Ahogada. Era todo cierto. Me pareció poco. Me dio bronca. Ahogada.


*   *   *

 
Después de que comí tierra de su sueño, Ana se puso rara. Desconfiaba de mí. Yo trataba de hablarle como siempre, pero no era lo mismo. Había silencio. Ella miraba todo lo que hacía yo y a mí me parecía que me controlaba porque tenía miedo de que volviera a probar tierra.

Una vez me dijo:
—Yo sé que te tiraste al río y estaba prohibido.

Parecía enojada. Esperaba que yo dijera algo y, como no supe qué contestarle, me quedé callada mirando al suelo.

Ella se me vino encima, me agarró de la mano y me llevó tironeando por un lugar nuevo. No conocía ese camino hasta que vi el cartel: Corralón Panda.

Pensé que nos íbamos a parar ahí, donde la encontraron a ella, desnuda, su cuerpo abierto como una ranita estaqueada contra la tierra, pero no. Seguimos hasta el galpón, unos metros más allá.

Había una puerta y, del susto, empecé a rezar para que estuviese cerrada. Ana empujó y la puerta se abrió.
Yo no quería entrar. Nunca antes había tenido tanto miedo en un sueño. Quería despertarme pero no podía.
Ana parecía poseída. Le supliqué que me soltara, pero tiró de mí hasta que hizo que me parara en la puerta. Me pidió que me asomara y yo miré hacia adentro. Vi una mano con un cuchillo. El corazón me pegó un sacudón. Temblaba tanto que tuve que apoyarme en el marco de la puerta. Aunque cerré los ojos, igual vi la mano de un hombre, las venas marcadas, sosteniendo un cuchillo que apuntaba hacia mi hermano.

Me puse a llorar. Quería suplicarle a Ana que parara todo pero no pude hablar. Me pareció que si nos quedábamos un momento más iban a acuchillar al Walter.

—Venir a lo de Tito el Panda está prohibido, ¿entendiste?

Cuando me desperté, me dolían las muñecas como si hubiera estado esposada.
 



Publicado por Sigilo, 2019



Fotografía original de Alejandra López