domingo, mayo 11, 2025

«Hadeel», de Rafeef Ziadah

Versión de César Vegas




Hadeel tiene nueve.
no, disculpen,
Hadeel tenía nueve años.

Un funcionario israelí dijo que lamentan su muerte
«Pero el terrorismo se tiene que acabar, 
los misiles se tienen que acabar,
la resistencia se tiene que acabar»
o continuarán, continuaran, continuarán, 
bombardeando a Gaza,
hasta que renunciemos a la poca dignidad que nos queda.
Hasta que elijamos a quién ellos quieren, 
firmemos lo que ellos quieren y 
muramos, muramos, muramos en silencio 
como ellos quieren.

Sonríen y lamentan la muerte como un accidente ocasional
y lamentan cómo los niños palestinos mueren 
en una cámara de tortura colectiva: Gaza. 
ven…
la seguridad de Israel es absoluta y
está escrita con sangre
y con tapadoras
y el arte de las mujeres voceras
porque la muerte es más tolerable si viene de una mujer
la muerte, me dicen,
es más cortés y elegante si viene de una mujer.

¿Y quién,
quién le dirá a la madre de Hadeel
ocupada horneando pan y za’atar
que las palomas no volverán a volar sobre Gaza, 
las palomas no volverán a volar sobre Gaza.

Hadeel se ha ido
y su hermano Ahmed perdió la vista.

Las palomas… las palomas, no volverán a volar sobre Gaza.

Hadeel…
Ninguna plegaria que recuerde
ninguna plegaria que recuerde
o que más o menos recuerde
te traerá de vuelta,
ninguna plegaria que busque dentro de mi interior
te traerá de vuelta.

Mientras te envuelves en relatos de Palestina 
te escondes bajo tu cama
esperando al próximo soldado
que tire abajo tu puerta,
para expulsarnos de una historia
que cargamos sobre nuestras espaldas. 
Hadeel… Hadeel… Hadeel… 

¿Quién?
¿Quién de ustedes le dirá a Hadeel que nada 
cambió el día que ella murió?
La siguiente reunión…
el próximo tren…
La siguiente reunión…
el próximo tren…
ni una pausa… ni una lágrima.

¿Merece esto un comunicado de prensa? 
¿Merece esto un comunicado de prensa? 
Sólo la perdida de otro palestino
¿Merece esto un comunicado de prensa?
la solidaridad desde lejos como una broma de mal gusto 
una mala historia para contarle a un niño.
Pero las palomas
las palomas no vuelan sobre Gaza nuevamente 
las palomas no vuelan sobre Gaza nuevamente. 
Hadeel se ha ido para siempre.
Se ha ido.

No hay palabras finales
sólo un vacío en el corazón de su madre 
sólo un vacío en el corazón de su madre. 
Y me dicen…
continúan diciéndome,
«No llores por los mártires
no llores por los mártires
continúa la lucha
continúa la lucha
continúa la lucha»
pero por Hadeel
por Hadeel denme tan solo un momento de silencio
dame un momento de silencio…
No.
Denme un momento de sincera resistencia, 
sincera resistencia,
así podrán mantener la poca dignidad que les queda
por Hadeel.



en Poesía palestina, 2015













sábado, mayo 10, 2025

«En una noche de otoño, escribo mis sentimientos», de Wei Ye

Versión de Juan Carlos Villavicencio



Casi a medianoche
me siento a solas en el bosque;
caen las hojas por todas partes
rozando mi túnica desgastada.

Las sombras de la luna se mueven con lentitud;
se tensa el ritmo de los grillos.
El rocío brilla tenuemente en la superficie;
el canto de las grullas suenan en lo alto.
Las cuatro estaciones apuran la vejez;
el otoño me afecta de manera especial.
Infinitas preocupaciones
atormentan mi mente
la noche presiona mi corazón.

Así de solo,
confío
en el viento puro
que sabe lo que pienso:
sobre todo suspirar
junto al bambú en el patio,
alivia esta melancolía.














viernes, mayo 09, 2025

«Canto al Ejército Rojo», de Pablo de Rokha

A 80 años de la victoria sobre los nazis





¿A cuál entraña virgen le vaciaste un mundo de fuego, y te forjaste, en condición de espada y mito?
¿De dónde emerges tú, ceñido de banderas ardiendo y cabezas 
de tormenta, criatura asombrosa, la cual abarca mil leguas 
reales de punta a punta del corazón?
Carro de oro de la antigüedad, ¿en qué océano de sangre hirviente se bañó tu cara de gloria?

Rumorosas bayonetas, amapolas de sol, dan grandes vacas dulces y 
extranjeras, nacen los padres-ríos en ti, y su gran barba conyugal 
se incendia en el ciclón de horror de las batallas, en cuyo enorme 
y gigante lomo cantan las naranjas, con su pollera de jovencitas 
estudiosas; un caballo de espanto te cruza, gritando con 
una puñalada en la garganta, mientras tú montas tu león, 
aparejado con la montura de Dios en las montañas del Génesis,
todo de rojo son libertador ungido,
los antepasados de Alemania besan tu frente de sauce tronante 
y de jornada de toro,
y la Humanidad se te entrega en su lecho de llanto.

       Sí, las antiguas sombras del Señor de los Ejércitos te sonríen,
la voluntad mundial de Stalin relampaguea en su cuero de siglos, 
picoteando los acrisolados fusiles proletarios,
y la ley divina te ampara, porque EL SOLDADO LENIN marcha  
a la cabeza de tus héroes,
desnudo, tremendo, glorioso, desde la muerte, atravesado de inmortalidad,
resonando, todo enorme como un tambor militar,
con la sociedad emancipada a la espalda.

       Eres un lagar bramando y un jardín rugiendo,
la cólera de Dios bendice tu piedad, Dios camina, gritando, junto a 
tus soldados de asalto y categoría
(altos niños santos de azúcar y sangre) 
y un buey radiante ara los terrenos de tu epopeya victoriosa, cosechando 
estupendo pan de sudor, arrecido, furibundo, en el cual una paloma feliz 
pone un huevo de lágrimas, bañado de palacios blancos,
para las familias de los obreros emancipados, alegres, como enormes 
ancas de vacas;
los agricultores y los poetas te abrazan, vestidos de abis 
como el viñador a su padre, como los cachorros a la montaña inmortal 
del relámpago, como el ciego a la aldea natal, lo mismo 
que la madreselva sagrada a la patagua;
alumbra tus entrañas el abastero, con su traje de carne oceánica, ancho 
y claro, como patio de provincia,
el carpintero, el albañil, el alfarero, cocidos en madera y barro, 
la capa inmensa, 
de piel de tempestad, enarbolada en el pecho de fierro del minero, 
del labrador que raja la montaña y siembra adentro huevos 
de muerto y ventanas-cataclismos, o rayos pintados de olor 
agonizante, del cavador de tumbas de niebla,
el pollo de guitarra de los zapateros y los ganaderos rurales,
el gran ataúd, parecido a un barco submarino, de los pescadores inocentes 
en su ojo azul, solo, medio a medio de los hombros;
hay carretas de heno y hay monturas y tibias de cosaco o de corsario,
y el huracán del explorador Admunsen en la honda y remota hoya  
antártica, remece tus cabellos, y tu voz de túnel,
e Iván Pavlov, el capitán de «los reflejos condicionados», está dormido 
en las riberas de Timoshenko…
¡Oh sol! ¡Oh caballo de Dios! ¡Oh Todopoderoso!, eternidad y raíz colosal 
de la especie, poeta de trinchera, 
entidad inmortal, como el átomo, inmortal e inmortal de inmortales,
inmortal por los aposentos maravillosos de tu levadura y por tu gran 
placenta maternal, inmortal como hecho y como sueño, saliendo 
del misterio eterno,
inmortal, por la inmortalidad avanzas con tus trenes blindados 
y tus aviones, inmortal, inmortal, inmortal.

       ¡Oh! Heráclito con relámpagos para tu gran Escuadra,
oloroso en tu pellejo de durazno y de aceituna infinita, recordando 
al altar inmortal, en el que crece para siempre el antepasado 
de los dólmenes, inmortal justiciero del asesino; 
¿quién es capaz de mirarte, cara a cara, en la faz y cantarte, 
¡oh! iluminado?,
quejido de herramientas y martillos con quejido, la artesanía de los botijos 
y las vasijas en los ritos mortuorios del Libro de Los Muertos
la gran Pirámide solar, al Satanás domando del desierto, el hueso 
de perro de los rebenques del fundador de ciudades,
todo comercio de esclavos y la prostitución redimes…

       Pueblo en armas, reivindicación de millones de años de llanto,
avanza, avanza, con el Mariscal Joseph Visarianovich Dugasvili STALIN,
en su gran leona vegetal,
la historia está a tus pies, como la gallina bajo el gallo,
que la tempestad de sal de tu metralla raje el vientre triforme del 
imperialismo y haga parir al mundo un canto de liberación proletaria,
y que el potrón colosal de la clase obrera enarbole su látigo, 
encima del lomo de los verdugos de los pueblos, su látigo de setenta 
y una serpientes, con siete ojos de oro y de rubí, mordiendo, 
su látigo trascendental y tremendo
como la inmortalidad de Dostoievsky y la flor del pan.

       No gran máquina militar, no disciplina, no jerarquía,
sí disciplina, sí jerarquía, sí gran máquina militar, de la organización 
estratégica, himno con hocico de hierro, águila de pólvora, canto de 
fuego y de ferrocarriles, tú, que sales del vientre de la U.R.S.S. maternal,
¡oh! animal de resplandor e hipnotismo, cabezas pisando cortadas; 
areópago y montaña azul, pala santa, viento hecho fuego en 
las generaciones, montura de crucificado;
os entrego la heroicidad humanística de Marco Polo,
el grito general de Martín Alonso Pinzón, y la voluntad cuadrada 
o matemática de Mahoma, en el día inmenso de los orígenes 
y de la Egira —que era una yegua de asfalto—,
el pecho de perro y de santo león, de Job, en el corazón de la Mesopotamia,
la pelea estupenda de Jacob, hermano de Esaú, con todos 
los demonios de los desiertos o el enorme Dios de su egolatría,
el terror de Agar y de la viuda de Nahim, todo completamente 
hecho de sangre,
y la tinaja de miel de Ruth, la cual venía arrastrando su zapato 
de durazno con su terrible yunta de picaflores,
el cementerio de pirámides de Amenophis IV, el hereje del 
gran funeral a la memoria del Nilo,
la horda terrosa y amarilla de Gengis-Khan, investigando 
qué es el heroísmo y el infinito, por los desfiladeros de Birmania, 
con un pellejo de aguardiente encima de los cuernos directos, 
hechos de pueblo y patria,
el clan de degolladores y laboradores de cabezas de horror, 
de religión, de terror y piedad de los indios jíbaros, contra 
el invasor bestia,
las pacíficas burguesías idílicas de la inmortal Alemania popular, 
que «comía ganso, toro y cerveza», como el buen Arusa de Egipto, 
y «quemaba incienso para Osiris».
la monumentalidad de Miguel Angel, el cual lloraba en piedra 
sus terrores,
el sol de la espada sacrosanta de don Juan de Austria y la natural 
pluma de cuero de Cervantes, que se parece a la esfera del mundo 
y es su origen, el pingajo
sobrenatural de François Villon, flotando y gritando en la Plaza 
de la Concordia,
los carromatos ensangrentados de Atila, brillando al atardecer, 
por la defensa y la grandeza de sus pueblos, entre fogatas, 
entre vasijas, entre monturas y látigos pálidos,
el gritazo fenomenal del hombre de Pekin, frente a frente 
a la primera llama,
el vozarrón con sensación de Emperador del Cid, y su pellejo 
de guerrero, que relumbra, en Babieca, como plata o cuchilla santa, 
en su armadura castellana, impoluta, trágica, y su bastón de varón 
ancestral enfurecido, como un cacho de alcohol de muerto,
el son materno de la alfarería hitita, ardiendo en siete ciudades 
más abajo de la Hus caldea,
los aquellos altos y vagos cantos de la marinería
en las bodegas de los veleros corsarios, levantándose de grandes 
puñales y esqueletos, a la orilla de las horcas eternas 
que forjaron Gran Bretaña,
el grito de los castillos, entre los cuales subterráneos aullaban 
los pueblos debajo del caballo de los Señores,
la poesía destruida del inquilinaje, el quien remonta por 
un callejón de soledad, al comenzar la noche tremenda su canto 
de sapos que son recuerdos, y toda la piojada SANTA de 
la profetización de Paracelsus y Jacob Boehme,
la vieja querella de miseria que le plantearon al Faraón 
los esclavos del antiguo Egipto,
la cuchilla del portavoz que escribió, por su mano con muerto 
el «Mane-Teecel-Phares» de los explotados de Babilonia, 
sobre una gran muralla de vino de siglos,
el amanecer dramático de Espartaco sobre la espalda 
ensangrentada del siervo con el siervo yuntas hechos,
la inmensa revolución político-social-estética de Abraham, 
el gran sacerdote-hereje, patriarca y reformador y legislador 
religioso que, en todo lo santo, santo de la montaña, degolló 
la teofagia y los asesinos sagrados,
el viento negro de los magos caldeos, buscando lo santo 
en la astrología, y lo santo santo de la predicación popular 
de «LOS ILUMINADOS»,
los testimonios de Elias, el profeta, que incendió su tiempo 
con su carro de fuego, arrojándose mundo abajo, aterrado, 
bramando, con Dios en las entrañas,
la investigación hechicero-quiromántico-plebeya de 
los sacerdotes druidas, fluidos, tallados en óxido 
de plata, marinos y metafísicos,
y el sayal congojoso del grande fraile mendicante, el cual 
hacía sonar el terror, entre los esqueletos y las calaveras del siglo XIII,
o la matraca de las antiguas cuaresmas obscuras, en 
el ataúd de los pueblos, gritando, 
la tragedia de poeta de sepulcro, Gutenberg, inventor de 
los libros usados,  y su muerte de pobre histórico 
en hospital inglés, por haber enriquecido la industria 
y el porvenir sombrío del género humano,
el comercio de acero intelectual de Cristóforo don Colombo, 
judío de Italia, que se extrajo un Hemisferio del esqueleto, 
el llanto, tremendamente santo de los esclavos encadenados 
en los buques negreros, con toda la negra negrura del África 
en las hondas bodegas y el terror ancestral del pirata 
al cual explotan los Imperios,
Drake y Cavendish en los subterráneos de Inglaterra, 
cavando tumbas de castas, borrachos, 
con la sangre de clase, que sacrificaron, con lomo y todo, 
al león colosal de Liverpool, o a la prostitución internacional 
de Marsella,
heroicos, idiotas, mugrientos varones de patíbulo 
en cementerios-mausoleos durmiendo,
perros de fuego, con hueso tremendo de funeral salvaje 
en las mandíbulas y chaleco de cazador frustrado o 
de Notario por Isabel II, capado,
la agonía patibularia de Hierolamo Savonarola encima 
de las piras del origen del Renacimiento,
la cantata total del RESENTIMIENTO de Rabelais, quien 
inventó un universo de poesía, y se metió en él, pagano popular, 
soberbio, por la libertad de la inteligencia,
la gran montura de plata y piedra de don Luis de Argote y Góngora, 
creador y cura español del arte,
el precio de pueblo de los ritos ígneos de Melquisedec y la ortodogía 
poderosa de la Francmasonería, peleando, por debajo, las batallas 
de las ideas, como terribles mundos,
Marat y la Comuna, ajustando la máquina ensangrentada de 
la Revolución Francesa a la gran víscera popular contra 
los verdugos de Francia: LA GUILLOTINA,
aquella la calavera inmensa y vagabunda de Cromwell, el dulce 
héroe Oliverio, que fue enterrado y ahorcado en panteón de 
Emperadores e ignominia, y cuyos viejos y muy flacos huesos 
recorren los negros Museos —en los que defeca el cornudo— 
y las librerías polvorientas,
además la carroña de Tut-Ank-Amón, yerno de Nefertiti, 
la hermosísima, hecho majestad y pueblo de compraventa 
en los milenios,
la dual estampa de Moisés, creador de Jehová, en el Sinaí, 
de la Arabia, quien organizó y agonizó en las cúspides 
de las cúspides, entre los golfos de Suez y de Akaba, 
porque toda LA CULTURA BAJO DE LAS MONTAÑAS,
el poema bestial y social del joven Arthur Rimbaud, antes 
de hacerse comisionista en especulación de «ÉBANO»;
el llanto de palo amargo de los asesinados en los pogroms, 
y el clamor, MALDITO por LOS MALDITOS, del judío 
azotado de escupos, expatriado en la soledad incendiada 
del errabundo infinito, la redención del cargador negro, 
en negro hecho social estipulado,
y la prostituta, tremendamente pateada en el vientre por el rufián 
en las casas de citas, cuyo horizonte es grandemente desventurado,
el sudor y el clamor de los vendimiadores, y sus claras mujeres, 
cargando sol maduro y azúcar o vino futuro con los estómagos 
vacíos por magros salarios de andrajos con espanto,
la conspiración de Catilina contra la burguesía, como de oro negro,
la faz inmortal de Sócrates irguiéndose desde la muerte, que iba 
andando hacia el corazón más varonil de su época, y diciendo, 
perfectamente derecho: «CRITÓN, NO OLVIDES QUE DEBO 
UN GALLO A ESCULAPIO, Y PÁGALO»;
Empédocles y Demócrito arrojándose al materialismo, a la manera 
de un lago de fuego,
Lao-Tsé y Li-Po diluidos de infinito en infinito, infinito, humo 
en humo, agua en agua, eco en eco, como vasija de vino vaciada 
al mal, Jesucristo 
gritando, medio a medio del mundo de dos palos cruzados: «¡PADRE, 
PADRE MÍO!; ¿por qué me abandonaste?»,
el luto enorme de Lincoln, libertador de los esclavos, asesinado 
por los esclavos, en la cabeza de Norteamérica, en combate singular 
con los enemigos de su patria, recién parida en el Mayflower,
el pabellón de cóndor popular de Luis Emilio Recabarren y su carro 
de santos, arrastrado por cuatro caballos de plata, 
la barba agraria del padre Marx, ancho como un barco, a cuya cabeza 
de titán le rugiese un león muerto, ha setenta siglos, en las batallas 
del Mahabarata, la lluvia inmensa y tremenda
que cubrió los rostros remotos de los condenados de Chicago, 
cuyas grandes bocas bramaban como fusiles o como volcanes,
el genio del pueblo, que gritaba en las trompetas de Jericó, cuando 
el Arca de la Alianza, cargando sacerdotes castrados, relampagueaba 
su religión de sangre terrible de cuchillas y gargantas,
el saco de lágrimas en la espalda desventurada de los eunucos, 
que veían orinar a las señoras con el ademán de las yuntas,
el horror de todos los complejos de castración —origen de religiones— 
que desembocaron en los hospicios y en las iglesias, y estaban 
originados por antepasados hambrientos o sifilíticos, por la vida 
interna de los castrados,
los llantos rajados, como polleras de tonto, de los tuberculosos, 
los borrachos hereditarios, los dementes precoces, y el grito 
de los mendigos de la China, sembrando costras de lepra, cuando 
los pasaron a cuchilla los otros hambrientos, desde los viejos, 
negros versos bíblicos,  hasta la gran época de los Monopolios 
y las acumulaciones de capitales en los inmensos trusts financiero-
bancario-especulativos,
subhumanos, subterráneos, subcansados por la mendicidad agonizante,
la osamenta estupenda de los que murieron, encadenados 
por los tiranos en los tenebrosos calabozos espantosos de los castillos, 
o se los comieron los buitres o los tigres de la tronera feudal,
la gran audacia de las degolladas, por haber violado el cinturón 
de castidad y el terror del hombre enorme de la Máscara de Hierro,
el arrastre congojoso y polvoriento de los endemoniados, los alquimistas, 
los hechiceros, los sabatistas, los taumaturgos o los astrólogos, hijos 
del pueblo, equivocados, servidores de grandes señores, entre 
los cuales florecía la demagogia,
el corazón social de los terroristas rusos y los anarquistas ahorcados 
por heroísmo,
la fe cuajada en los dragones, en las vacas sagradas, en las serpientes 
o los elefantes inefables, allí, en donde ardiesen en Dios Buda y Confucio, 
o en el país de las espadas santas y el Sol Naciente, antaño, hoy azotado 
de militares y comerciantes «amarillos»,
los gatos sagrados y las cebollas divinas de los egipcios, los grandes 
dioses crueles de los fenicios y los caldeos adivinadores de naciones, 
y el dios babilónico, degollador o flagelador de sus súbditos,
toda la creencia de la plebe latina despavorida y los primeros piojosos 
cristianos de las Catacumbas, capados o alucinados por el Señor, 
para el servicio de las divinidades sanguinarias, que reflejaban 
la miseria, la avaricia, la tristeza, la geografía y la geología, 
o la lujuria desesperada y terrible,
el clamor popular de las catedrales de la Edad Media, las que sonaban 
como campana real,
y su sol rotundo a muchedumbres o a multitudes futuras, que gritarían 
la polvorienta cabalgata vagabunda, a todo lo ancho de la historia, 
representándose, como retratos del Estado y las Teogonías, hechas 
por las fieras de la santidad,
el piano-árbol de Juan Sebastián Bach, cargado de naranjas o castañas 
o manzanas o vino inmenso, y los templos ateos de Wolfgang Goethe 
y de Beethoven, el desmelenado,
el bordón de los trovadores y los atorrantes de la poesía que expresaba 
el feudalismo, como llanto, la bota vinera de los bardos, el arte gigante 
y secular del vate, ensombrecido por los siglos huidos, como la espada 
del conquistador en las tinieblas, y su montura de héroe, cruzada 
de relámpagos y esclavitud,
la honda y la lira de David, la miel silvestre, en cueros de fierro 
de Juan Bautista, el Esenio, y su Salomé, que lo degolló 
porque mucho y tanto lo amaba, los piojos sagrados del anacoreta,
el ataúd de los oradores populares, apedreados por los tiranos, 
por los lacayos de los tiranos, sobre la sangre y los degüellos 
de la de San Bartolomé y las masacres políticas, iguales en Jerusalén, 
en París, en Madrid o en la Manchuria, ensangrentada en su juventud,
el dolor peleando con el terror de las tribus errantes que buscaron 
los pastos y el amor en las colinas del Mediterráneo, de entre 
las cuales emergió Roma,
a las orillas del Nilo, del Ganges, del Sena, del Rhin, del Hudson, 
del Ródano, del Guadalquivir, del Amazonas, del Tigris y del Éufrates, 
del Titicaca, del Orinoco, del Guadarrama o del Amarillo, del Golfo 
de Persia o del Mar Negro, del Bio-Bío frutal,
al pie de los Urales, de los Pirineos, de la Sierra Morena, de 
los Apeninos y los Cárpatos, de los Himalayas, del Gaurisankar 
y los sagrados Andes americanos,
en las mesetas del Altiplano, de Castilla, de la Mesopotamia, antiguamente 
mágica, del Tíbet, o en la gran hoya hidráulica-antártica, en la cual 
solloza la ballena azul sus golondrinas, y está nevado el frac 
de los pingüinos, 
y tallaron el huracán de Dios en los cuernos de los renos, asesinando 
bestias con flechas de piedra y cuchillos de sílex, que son los lobos padres 
de la religión,
el proletariado oficial, comandando los sindicatos, y la política dramática 
del hackero milenario, espantosamente y tronadoramente sepultado 
en el obrero militante, palanca de nuestro hondo siglo y su imagen,
el instante del shock y del colapso mundial, en el que Heráclito, 
el Dialéctico, frente a frente a la historia paralizada, dijo: 
«TODO FLUYE»,
o cinco milenios después, cuando, abriendo un tajo de mil años, 
el Manifiesto Comunista pronunció aquella frase soberbia, que aún 
resuena: «un gran fantasma recorre Europa»… y definió 
la lucha de clases,
y el minuto en que Platón percibió la intuición de la Atlántida,
la hora absorta de pólvora de Waterloo, en la que el error 
del Mariscal Grouchy, impidió, por consolidación del soldado, 
que la egolatría napoleónica se sentase a fumar encima de Europa,
el siglo de un día en que Dios detuvo el sol sobre los judíos desarrapados 
de Josué, para que señorease el Decálogo, a caballo en todos los pueblos,
la circunstancia estelar y espantosa que originó la autointrospección 
de Pablo de Tarsos, herido por el rayo divino de su yo y su neurosis, 
el cual, haciendo de la predicación del Tiberiades un clan político-
demoníaco que echó abajo a Roma imperial, esclavizante, después 
de ser mercader y verdugo, se entregó a los desamparados, 
apedreándolos y acuchillándolos,
la eternidad, desde en donde adentro de la zarza ardiendo, que eran 
sus cabellos,  Dios se dirigió a su Caudillo, y aquella voz 
del Todopoderoso, que se desgarró rugiendo: «Caín, Caín, 
¿qué has hecho de tu hermano?»,
el chivateo popular-demoníaco de los surrealistas, su gran magia, 
lograda en blanco lapsus falso, de colchón del sudor, de hechicería 
de cocinería y mercado de aldea, la condición onírica y dramática 
de su intelectualismo, vaciado en los andrajos del infraconsciente,
y las carnestolendas del negro, a cuya negrura, el negro sueño negro 
coloca flecos negros de vientos negros ennegreciéndolos, la cual lujuria 
es desgarradora y proletaria, y está debajo de una gran callampa negra, 
que desgarra los vestidos y es tan negra, que es más negra que la negra 
muerte, con su dentadura luminosa, en lo obscuro,
la copa de sangre popular, sangre-carne-sangre de Dios, al cual devora 
el sacerdote en el sacrificio de la Santa Misa,
los zapatos desesperados del emigrante, a los cuales se apega 
la tierra natal, con su atado de mujer,  llorando en todos los pechos 
convulsos, toda la sombra, la sombra, la sombra inmortal de 
los cementerios extranjeros, en los que muere la muerte lluviosa,
arrinconada en la soledad estupefacta, como vieja y terrible bruja de palo,
como un toro sin cabeza, que parece un lugar de vino o un león 
o un faquir de llanto, que es, únicamente, un fantasma 
y su abrigo de pieles,
el recuerdo de los dioses muertos, abandonados en los pueblos 
abandonados,
la lágrima que recorre los campos de batalla royendo la espada 
de los héroes, como aquella rata funeral 
y blanca que anida en las caídas coronas,
el espectro de las familias pospretéritas, en el sexo de fuego, 
con anchos tejados, de las provincias,
el clamor del que murió en la gran catástrofe, ceñido de mujeres 
adolescentes, y era apuesto y varonil, como un gran poeta, o como 
el toro de oro, que forjara la apostasía hebrea, al pie del Calvario,
el pelo de los niños muertos en el pecho del pueblo de sus madres, 
olvidado en los alambrados del pasado, como un verso no escrito nunca,
el mundo de futuro y categoría de la inmortalidad soviética, grande 
como madre embarazada, acumulando la libertad y la dignidad 
de la Humanidad en altos y anchos carros de riqueza, 
que comen el hombre y la mujer, como son gozosos 
y contentos de vivir organizados.
el pulso innumerable y duro de las Democracias, el cual descansa 
en los soldados rojos, como el fusil en los victoriosos hombros, 
toda la potestad de la especie, desde el Jefe de Tribu, y el clan 
antropófago, hasta Joseph Visarianovich Dugasvili STALIN, 
el más civilizado y la más alta montaña del siglo,
el pabellón internacional de Chile, ensangrentado en San Gregorio, 
acrisolado en la mar-oceano de Iquique,
porque todos, los vivos y los muertos y los que no abrieron nunca los ojos,
porque no quisieron nacer, los que aún no han nacido, los pobres, 
los enfermos, los tristes, los desesperados y los desamparados, 
del grande hambre, madre de dioses, las viudas y las niñas heroicas 
y terriblemente ofendidas o arrasadas en su virginidad, el artista, 
con aperos de sol, y los polvorientos empleados públicos, el cristiano, 
el mahometano, el luterano, el budista, el taoísta, el teósofo, el sabatista, 
el naturista, el abogado, el ingeniero, el médico, el arquitecto, el albañil, 
el cargador, el comerciante ambulante, el industrial, el sacerdote, 
el militar, el agricultor, el político, el soldado, el «carabinero», el marino, 
el que está al margen de la sociedad, por pequeño o por inmenso, 
los ahorcados y los fusilados por la «religión» y los degollados 
por la ley injusta, todos, te abrazan, todos por todos, ¡ah! 
sacro Ejército Rojo, ¡oh! santo y humano conductor 
de todas las victorias;
¿qué trueno de llanto y de oro relampaguea, como un signo, 
en tus pabellones inmortales? —el saludo de todos los pueblos de la tierra,
¿qué gran bandera, que resuena como la voz de Dios en los Infiernos, 
llama a la concordia al género humano, desde las entrañas pisoteadas 
de las batallas, enarbolando tu corazón, sobre la muerte? 
—el Partido Comunista Bolchevique, tu Partido, el Partido 
del porvenir humano,
¿quién brama, adentro de ti, como un toro rojo en la inmortalidad? 
—Lenin.

       Tu caballería a la espada va uncida, como al huracán el riñón 
del héroe y sus testículos,
a la espada, que no se empuña, ni se maneja, ni se levanta, como un grito 
genial, sino que se la ensilla, como a una hermosa yegua del océano,
a la espada, que canta, echando espuma, como alma de vaca o de ídolo,
he ahí por qué caen enormes racimos de cabezas de fascistas, que tenían 
envenenada la lengua, aquella 
lengua, la lengua tremenda, que escupió la verdad manchada;
tus mariscales son obreros de la civilización, trayendo el fuego tremendo 
de Prometeo en las mochilas,
y tus soldados sufren, cuando matan, el tormento de los cirujanos 
inspirados;
eres el vértice de donde partirán todos los caminos, todos los caminos 
del dolor hacia la felicidad humana
y un cordero de Dios, inmolado en los altares sacrosantos.
por eso, pájaros y bestias, te dan su leche profunda, con ruido de hijos,
porque en ti naufragó la máquina,
y comenzó la criatura social, por cuyo corazón la sociedad respira, 
solloza, aclama su organismo colectivo y permanece.

       La voluntad y la misericordia, 
la primera de las cuales es una serpiente negra y la segunda un lobo 
que caza palomas para un tigre enfermo,
circundan tu cabeza de dios oceánico,
y Jehová, Thor, Vichnú, Júpiter, Odín, Brahma, Moloch, Osiris, 
Manco-Cápac, Huitzilopóchtli, arrastran tus tanques tremendos
enganchando setenta veces setenta potros a su mitología.

       Si el grito de las Vírgenes del Sol te pertenece,
y la primera canción del acanto te saluda, arrojándote a la cara 
sólo una hermosa pava azul y un sollozo,
es porque arrastras un panal de abejas en los potreros del pecho,
y la Columna Prestes es tu condecoración preferida y la espada 
de honor de tus columnas, en las que resuena la epopeya de Stalingrado, 
como un tambor de dolor y oro;
como a un Dios milenario, chorros de vino te cruzan la barba 
cuajada de Dios,
y en tu corazón crecen los granos y las bestias, que dan comida 
a las generaciones,
el honorable pan del mundo, por el cual clamaban las gargantas 
proletarias,
las marmitas sacrosantas y aterradas de religión, adentro de las cuales 
el hombre calienta las arterias y se alegra por los antepasados, 
en sus riñones, la poesía 
dulcemente amarilla del samovar doméstico, en cuyo vapor de olor 
a intimidad ruge el invierno,
el delicioso matrimonio del asado de buey con la cebolla, que 
es tímidamente tierra, como teta de niña o flor de colchón antiguo,
el gran hogar tribunal de las viejas hogueras, abuelas del brasero 
de bronce;
destino de hoy y mito del siglo, avanza, con tu huracán de dinamita 
proletaria, y tus regimientos de trabajadores manuales e intelectuales,
avanza, avanza, ¡oh! corazón crucificado,
avanza sobre la historia, avanza resucitando la perdida grandeza 
del hombre e inundándolo, avanza a la sombra 
de tus estandartes generales,
invade su actitud de espectador del aterrador poema,
conquista la naturaleza poniendo por destino que la naturaleza 
no domine, humillándonos, a la naturaleza inmortal;
canto al Ejército Rojo, al cual abrazan unánimemente
los ejércitos de los ejércitos de los ejércitos de Dios y, adentro 
del cual Gran Bretaña y Norteamérica, la China, la Francia, la India, 
están sumadas, y el pueblo alemán, el pueblo italiano, el pueblo japonés, 
todos los pueblos de todos los pueblos, cantan, aúllan, gritan 
por el destino del hombre,
como grandes toros de comida, y la gran Esfinge 
cuenta con la lengua de la piedra, la eterna verdad de la especie, 
no antes más grande;
¡malditos sean, por ti, los machos cabríos del azufre y la metafísica,
los demonios enmascarados de la Quinta Columna, que echan la tiniebla 
por el hocico y calumnian la literatura,
el Arcángel Gabriel, vendido a Trotzky,
malditos sean, por ti, los predicadores del incandescente idealismo 
de cuarisma, en siniestras carnestolendas degenerado, 
como leche de serpiente negra,
malditos sean, por ti, los que salen con sables de humo a provocar 
al enemigo, y huyen, llorando,
malditos sean, por ti, los que escupen y rehuyen el combate singular, 
emboscándose en tu gran vendaval de metralla y filosofía,
malditos sean, por ti, los eunucos que juran tu santo nombre en vano,
malditos sean, por ti, y por todos los siglos de los siglos de los siglos 
tus enemigos, enemigos de las entrañas del hombre,
malditos sean, por ti, y por todos los siglos de los siglos de los siglos,
los impostores, los desertores, los traidores,
los espías, los quintacolumnistas y escúpales la boca la tierra 
en donde nacieron!…

       Una gran trompeta de oro cubre tu frente,
y tus mariscales inmortales son soldados, enarbolando los dictados 
de la colectividad proletaria,
eres un pueblo que pelea, un mundo que pelea, un siglo que pelea.

Ejército político, y, por lo santo, humano, suma, dirección, guía 
de la multitud ecuménica,
Napoleón y Pedro el Grande juegan en tu rodilla de semilla, y 
la catedral gótica no posee la gran cúpula de sonoridad que 
tus océanos de muchedumbres de multitudes agrandan,
si la cuchilla de la justicia enarbolas, reintegras la criatura a sus orígenes;
el pelo de tus muertos te acaricia las mejillas, como un río natal los pies 
del antiguo emigrante,
y tu actitud recuerda la armadura de los hidalgos,
¡oh! engendrador de naciones, ¡oh! libertador de ciudades, ¡oh! hermano, 
¡oh! hijo, ¡oh! esposo de la verdad, engendrado 
en la Revolución de Octubre,
dichosos, eternamente, aquellos que empuñan tus fusiles, con el gesto 
inmenso del redentor social en los cabellos,

       Europa, resonando, escucha las descargas libertadoras,
y al mal animal de Hitler se le está cayendo, en este enorme enero, 
toda la baba del terror y va muriendo y perdiendo excremento,
la bestia obscura que hizo banderas de cadenas y negros garrotes 
con crucifijos.

       Churchill, Roosevelt, abrazan a tus Voroshilov y 
a tus Rokossovsky geniales,
y las pobladas democráticas del universo saben que sobre millones 
de héroes asientas tu planta, la planta cuadrada, que aplasta 
sabandijas amarillas,
cuando tu paso de parada da majestad a la tierra soltera.

       A la memoria de la Internacional, tu lenguaje 
habla la lengua sangrienta y sin mancha de los mundos recién nacidos,
y en tus manos crece el árbol del conocimiento.

       Oloroso a campanas, florecido como el sol, sonando, y cuajado 
de pan y madreselvas,
cargando, como un atado de monedas, el dolor de todos los pueblos,
hasta la negra salmuera de las lágrimas se te transformó en levadura, 
establo y panadería de infelices,
y en ti comienza la nueva era a dar cosechas.
Pascua Negra y rito gigante de categoría y volumen blanco,
hecho con pellejo de siglos:
fenómeno dialéctico, poema, obra de arte, toda como tallada en carne,
tu cañón central, feliz, apunta al fascista,
como la flecha del primer héroe cuando les destrozó el corazón 
a los antiguos monstruos del miedo;
das leche, das palomas, das gente, en su gran fábrica de sangre,
el puñal del Hacedor, tú se lo arrebataste a Jehová, entre truenos 
de fuego y alcantarillas,
vuela un caballo grande contra mares de piedra en tus dominios,
el hacha de los leñadores prehistóricos perfuma tus manos de labrador, 
en la alta montaña sacra,
y cuando vas a degollar un tigre fascista,
se te florecen las bayonetas coloradas, como un árbol de mármol 
ensangrentado:
a era antigua es comparable tu tribuna,
en la cual sacrificaron viejas bestias de presa y toros los profetas 
y los poetas mundiales,
coronados de hechicería y símbolos,
y en donde emergen, ahora, poderosos sacos de trigo proletario 
y alimentos populares;
relumbran, como monedas de oro en bolsillos de trabajadores,
la Hoz y el Martillo, en partición solar, emergiendo del vientre enorme 
de la lucha de clases,
como el arcoiris entre cien dragones degollados,
y tus ímpetus cíclicos relampaguean a todo lo alto y lo ancho 
de la Humanidad civilizada,
llamando a los pueblos enfermos por la economía imperialista,
como quien extrae una gran, inmensa, enmohecida llave, de adentro 
de un antiguo tiburón embalsamado;
sí, pero azotas las negras banderas, las negras conciencias, las negras 
miserias, con implacable látigo, y rechazas, en ademán de conquistador 
de la justicia internacional,
pedir o dar cuartel al impostor de horrible y quemante dentadura,
lleno de sacro horror y gran violencia multitudinaria, coronado 
del espantoso oleaje SOCIAL;
tú todo de oro, como la corona de Carlomagno,
sí, pero arrasas asesinos de criaturas y degenerados, con complejo 
de castración, anormales delirantes, criminales, hienas del sadismo 
intelectual del parásito y del especulador amarillo,
y rebanas las gargantas con tu hachazo de frutas,
haciendo cantar y bramar las ametralladoras en el estómago 
de los ahorcadores de mujeres,
o el avión que pone un huevo de fuego: 
sí, pero castigas, con tu puño de mundo, la canalla con delirio 
persecutorio,
y tu bofetón, cara a cara, da vergüenza a los desvergonzados,
como una gran cuchilla ejecutora de la reparación por el humilde 
y el valiente, heridos en toda el alma,
por los chacales con cuello, criados en los manicomios.

       Genio de estatuas y pirámides de pirámides,
poderoso monumento funerario, a la caída del sol de los siglos, catedral,
paso a paso ascienden tus peldaños 
los antaño desventurados de Dios, y, en la esfera total, más arriba, sobre 
los últimos deslumbramientos, comprenden que únicamente 
la realidad es necesario.

       Como una gran lengua hinchada, ¡oh! hermano,
te lamen los espías y los quintacolumnas, con su actitud de sapos 
de llanto, tenebrosos entre vagabundos,
tú ni siquiera los escupes, hijo del tiempo,
no, les haces mirarse en la dignidad de tus espadas, y se incendian,
sí, quemados de espanto, perecen,
se caen muertos en las tinieblas, de espaldas, como batallas perdidas, 
los cabrones que escriben babeándote,
solos, con ojos podridos de fantasmas.

       Se abrió la tierra herida, y tú, emergiendo entre instrumentos 
de labranza,
entre barretas y arados, entre garlopas y toneles,
te pusiste a engendrar la sociedad futura en las entrañas de la burguesía,
por lobos hambrientos acorralado,
mientras la tempestad de Dios te cruzaba la cara.

La verdad militar fluye de ti, civil, cae y madura en acontecimientos, 
no se hizo el hombre a tu imagen, tú te hiciste a imagen del hombre 
para su servicio y mitología,
por lo cual estarás sobre los dioses, enarbolado;
como la muerte no domina la vida florida en tus clarines, 
y anchas marchas militares
circundan de penachos tu voz sangrienta,
tu afirmación de la inmortalidad heroica emerge, circunscrita 
de epopeyas y pólvora grande;
caballero de la paz, con la espada al cinto,
en ti resurge la fiesta pánica y dionisíaca, en grandes lagares de mosto, 
como sangre de potro,
cuando es menester que florezca la forma de la bomba;
de verdades universales, gran universalidad te proclamo, 
con los brazos abiertos, gran cátedra social contemporánea,
gran posada, ofreces tu caldo caliente a todos los viajeros 
de todos los caminos,
cuando la noche gravita como un enorme cuero de uña y lluvias 
y tumbas sobre el hombre;
aterrador misterio, engendrador de los nuevos estilos,
entre tus cuernos de macho central, el «grande arte comunista», 
su expresión ejecuta,
mandando una gran carga a la bayoneta a la retórica,
pisoteando lo caduco burgués, originando los contenidos colectivos 
del fondo-forma revolucionario.

La médula viril de Stalingrado da águilas a tu configuración pétrea,
hígado de tu hígado, su trompeta de fuego, te brama adentro 
de los huevos eternos
la canción inmortal de los trabajadores.

Parado yo, pisando mil estadios de poesía,
vistiendo mi casaca de toro y catástrofe del lenguaje, completamente 
ceñido de vestigios y antigüedad,
abrazo tus insignias dulces, como fuerte espada,
tu formación en escuadrones, universal y agraria, como la bandera 
de las familias de Chile,
tu nombre grandioso y varonil de soldado sumado a soldados,
¡oh! corazón bienaventurado de estos siglos, hechos de lágrimas de hierro,
salud y dignidad a nombre del hombre!…



1944















 

jueves, mayo 08, 2025

«Otra vez Amarilis», de Márgara Sáenz*




 
El tiempo ha pasado y vuelves a mi memoria.

Tu auto trepando hacia la sierra, la Cream-Rica
¿recuerdas?, volteando a la derecha, todos
esos moteles.

Entonces éramos nosotros; no tú, no yo. Me quiérote
te gózame, me amándonos, decíamos.

¿A quién llevas ahora? Contigo entre las piernas
¿quién pega alaridos y triza los espejos
donde nos repetíamos bestiales y dulcísimos?

¿Qué otro vientre recibe tu miel mía, peruano? Di
qué frívola puta, qué sórdida hipócrita limeña,
qué casada cuidadosa del cornudo.

Hijo de perra, ¿lo haces? Pero allí no, nunca, con
nadie vuelvas a la habitación 35. Que se te
muera para siempre, que se te pudra si regresas.

Una vez dije allí no ¿recuerdas?, dije después
donde quieras. Tú me observabas igual que un
entomólogo, eras un médico lascivo examinando
una muchacha muerta de amor: no hables, eres
una muñeca, un cuerpo sin voluntad, y me
tocabas probándome y fui durazno de esos
que se abren con la mano.

Un durazno, dijiste a mis espaldas, a la luz de la
tarde, separando con suavidad mis carnes,
descubriendo lo que ni yo conozco, mi zona
más oscura, la que guarda esa caricia atroz,
obscena y tuya que no olvido.

Júralo: no has de volver a esa cama con nadie. Me
has negado tu cuerpo, el que gustaba mirar
impúdico y erecto viniendo a mí, el tuyo que
era el mío. Concédeme eso entonces: anda a
otro sitio a hacer tus porquerías.

O vuelve a la habitación 35. El tiempo ha pasado,
ya no hay sino recuerdos y Amarilis qué puede
sino juntar palabras. Ahora somos tú y yo, no
existe más nosotros. Uno y uno, dos solos: yo
y esa mierda que tú soy y yo añoras, desgraciado.




en Poemas del amor erótico, 1972



Pintura original: Antropofagia (1929), de Tarsila do Amaral 








* Heterónimo de Mirko Lauer, Abelardo Oquendo y Antonio Cisneros










miércoles, mayo 07, 2025

«Un auténtico fantasma», de Thomas Carlyle

Probable traducción de Jorge Luis Borges




¿Habría algo más prodigioso que un auténtico fantasma? El inglés Johnson anheló, toda su vida, ver uno; pero no lo consiguió, aunque bajó a las bóvedas de las iglesias y golpeó féretros. ¡Pobre Johnson! ¿Nunca miró las marejadas de vida humana que amaba tanto? ¿No se miró siquiera a sí mismo? Johnson era un fantasma, un fantasma auténtico; un millón de fantasmas lo codeaba en las calles de Londres. Borremos la ilusión del Tiempo, compendiemos los sesenta años en tres minutos, ¿qué otra cosa era Johnson, qué otra cosa somos nosotros? ¿Acaso no somos espíritus que han tomado un cuerpo, una apariencia, y que luego se disuelven en aire y en invisibilidad?



en Sartor Resartus, 1834




en Antología de la literatura fantástica
(Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Cazares y Silvina Ocampo eds.), 1940














martes, mayo 06, 2025

«Contra el cristal de la pecera de acuario», de Rodolfo Fogwill





La tibia luz
azul
titila en la pecera

la tibia luz
titila
azul
por la pecera
de nuestra era

tibia
la luz
de la pecera
titila
en nuestra era

en la era
de la pecera
de acuario

en la era titilante
y tibia

¡Somos
los entibiados!

los que en la era
de la pecera
nadando
acariciamos
el cristal
que reproduce
la tibia luz
de nuestras formas
reflejas

Aquí
reflejo
somos

juntos
en la pecera
estamos

puros reflejos
de la pecera
nadando
solos
nos deslizamos
envueltos
en su atenuada
y tibia
luz

luz azulina
no mortecina:

medida
retenida

luz contenida
en el vacío artificial
donde la ínfima materia
repite, contenida
su combustión artificial

La tibia luz
la tibia luz
la tibia luz
titila

o vibra, azulina
entibiando todo

Ay tibios
habitando
la hora interminable
de nuestra flotación interminable

ay peces
envolviéndonos
en esta música
del burbujeo del aire

oyendo
juntos
el ronroneo de la tibieza
el burbujeo del aire
el borboteo del bienestar
la vibración de la pecera

aire insuflado
esferas elevándose
como nosotros,
siempre buscando
la superficie
de la pecera

siempre encontrando
donde estallar
fuera de la pecera

ahí:
alto en el agua
donde termina el agua

¡Esferas eternamente repitiéndose para estallar!

¡formas que eternamente se suceden solo para estallar ahí….!

formas intermitentes
puros reflejos
efectos de la luz
sobre lo que contuvo al aire

nada:
aire igual
bolsas de lo inasible

¡cómo acarician al pasar
y vuelan
hacia la superficie
para perderse..!

Desde la misma
superficie
de la pecera
llegan los copos
de nuestro balanceado pan

¡lluvia que trae el pan nuestro
de cada instante
a la pecera
de una era
sin días!

a la pecera
sin jornadas

a la pecera
sin respiro
donde el agua, indolora
acaricia
la permanente flotación
deslizándose

Pero
tras el cristal y fuera
de la tibieza
de nuestra era
lejos del burbujear
de la pecera
fuera del bienestar
de nuestra tibia
y acariciada flotación
pasan
como agrandadas
sombras

¿Formas humanas..?

¿imágenes que suben del pasado…?

¿imágenes de un mundo,
como si hubiera mundos
fuera de la pecera..?

¿señales de una era imperfecta, anterior..?

¿indicios de los que sirven a la pecera
insuflan aire
vierten copos
o cuidan la tibieza
de nuestra luz?

¿efectos
de nuestros sueños
contra el cristal?

¿efectos del cristal
de las preguntas
retóricas?

¿o de la opacidad de las respuestas?

Si fuese así
decí:

¿por que flotamos
tan apegados
a la luz?

¿por qué nadamos
acariciando
la tibieza
azulina
del agua?

¿y por qué desplazamos
estos brillos tan tenues
de nuestra piel por la pecera…?

¿solo para girar
levemente y tenues
y desplazarnos siempre
en círculos
frente al vacío reflejo
que nos contuvo?

¿para brillar en el vacío
que nos contuvo?

¿o «tuvo»?
¿o nos contiene?
¿o representa,
alienta,
entibia,
atrapó,
o formó y sobrevive.?
¿o burla…?

Viejas preguntas
de una era
olvidada:

¿pero por qué tenemos estos labios tan grandes…?

para besar mejor
la imagen reflejada
de nuestros labios
en el cristal

¿y por qué lucimos estos brillos tan te-
nues en nuestra piel, en la pecera…?

para brillar
levemente y tenues
al desplazarnos
en círculos
brillantes
por la pecera
frente al cristal

¿y por qué este hábito semiflotante
de habitar brillando, circulando, hundidos…?

¿Jamás sabremos nunca?

¿nunca más
intentaremos responder?

¿y nadaremos siempre
en nuestro todo
sin saber nada
sin poder nada
sin querer nada
puro nadar,
nosotros?

¿Basta esperar
en la pecera?

¿basta habitar
la espera
como si algo
viniera a suceder
al sol desaparecido
de acuario?

¿a ese sol
que nadie
entre los nuestros
recordará?

Buen: dale
calla pez
de una vez

no hay fuera
ni después
de la era
donde nadas
repitiendo tus formas
contra el cristal
de cada instante
en un tiempo medido
por el subir del aire
con un ritmo visual,
de vibración y vuelo
de aire a lo alto
buscando disolverse
y desaparecer…

Mide: medí tu tiempo
intercalando
en las esferas
que huyen,
el canto
de tu libertad
escuchada

Oid flotantes el burbujeo del aire

no hay nada afuera
ahí derramándose

todo está adentro
aquí, ordenándose

todo está en la pecera

aquí pez,
en tu era
que ya es lo que es

¡Y el burburjeo sagrado
de los instantes, oid!

y escuchá -oid- cómo estallan
las inocuas esferas
de aire insuflado
para alentar
ondulaciones breves
y vagos desplazamientos de agua
dispuestos a brillar
como antes

Sí:

allí en límite del agua
a punto de temer como antes

aquí o tal vez fuera del agua,
a punto de empezar como antes

así: como creí
a punto de poder como antes
de que la era comenzase
su terminar para nosotros, fijos
a la tibieza
de este habitar sin manos, pez,
junto a mí, aquí, otra vez
de nuevo, juntos
y aún ateridos por la caricia
de girar, nadando, aquí
pero cantando así

si

sí:
siempre invocando un ruido
de rotos
cristales
imaginados.




1999



















 

lunes, mayo 05, 2025

«Un día te querré… Un día: ¿cuándo?…», de Julia Prilutzky Farny





Un día te querré... Un día: ¿cuándo?
No lo sé, ni me importa, todavía.
Tan segura de amarte estoy, un día,
que ni anhelo ni busco, voy andando.

Mi mano que la espera va ahuecando
hoy reposa indolente, blanda y fría.
Un día te querrá... Hoy sólo ansía
encerrarse en la tuya, descansando.

Mi amor sabe aguardar. No es impaciente:
su deseo es arroyo, y no torrente
que hacia ti, con certeza, sigue andando.

Y una tarde cualquiera y diferente
me ha de dar a tu amor, serenamente.
Un día te amaré: ¿qué importa cuándo?



Sin datos editoriales

















domingo, mayo 04, 2025

«Bajo este cielo extraño», de Elí Urbina





Bajo este cielo extraño hundido en el silencio
corto la oscuridad con turbia pincelada.
Un inmenso arenal me circunda, se extiende
sobre el hueco del mundo, llena todo de ausencia.
Erguido entre el dolor me mezclo con el polvo
en marcha circular, siempre en sentido opuesto.
El tiempo no es el tiempo, pero de golpe pasa.
Tensa de incertidumbre la palma de mi mano,
raigambre membranosa, se alarga sordamente.
Un raudo, casi helado ardor asciende, estalla.
Violento es el tumulto terrestre de la angustia.
Tanta boca, piedra, uña. Tanto ojo, vidrio, pelo.
Cada estremecimiento es un corte insondable.
Cada paso me envisca incrustado de culpa.
Materia abominada. Substancia crepitante.
Desde otra oscuridad, en la memoria, un rostro
grita inerme. ¿Es su nombre el nombre de mi herida?
En vano corto el muro de carne de esta sombra.
Es todo desamparo, dolor que nunca acaba. 



en El abismo del hombre, 2020


















sábado, mayo 03, 2025

«Llaves del domingo», de Ouyang Jianghe

Traducción de Miguel Ángel Petrecca





Las llaves se sacuden al sol del domingo a la mañana.
El hombre que vuelve tarde en la noche no puede entrar a su casa.
El ruido de la llave en la cerradura no suena tan distante 
como los golpes a la puerta, las direcciones de los sueños son más confiables.

En el momento en que atravieso una autopista en los suburbios, 
los faros de los autos se apagan de golpe. Arriba en el cielo infinito 
alguien aprieta los frenos de su bicicleta. Inclinación, 
un segundo de inclinación, escucho las llaves caer al piso.

Unas llaves de muchos años atrás se sacuden al sol. 
Las levanto, pero no sé dónde se esconde la mano 
detrás de las llaves. Todos los días antes del sábado 
están cerrados, y no sé cuál debo abrir.

Ahora es domingo. Todas las habitaciones 
misteriosamente entreabiertas. Tiro las llaves.
Puedo entrar a cualquiera de esos cuartos sin golpear la puerta. 
En el mundo abarrotado de gente, la habitación vacía.






en Un país mental. 150 poemas chinos contemporáneos
Gog y Magog, 2023























viernes, mayo 02, 2025

«Humanidad hecha de palabras», de Wallace Stevens

Traducción de Alberto Girri



 
¿Qué seríamos nosotros sin el mito sexual,
el humano ensueño o el poema de la muerte?
 
Castrados en un amasijo hecho de luna. La vida consiste 
en proposiciones acerca de la vida. El humano ensueño 

es una soledad en la cual componemos esas proposiciones, 
desgarrados por los sueños, por los terribles sortilegios 

de las derrotas y por el miedo a descubrir que derrotas y 
sueños son uno.
 
La raza entera es un poeta que escribe las excéntricas 
proposiciones de su destino.



1946




Fotografía original de Sylvia Salmi









Men made out of words

What should we be without the sexual myth, / The human revery or poem of death? // Castratos of moon-mash—Life consists / Of propositions about life. The human // Revery is a solitude in which / We compose these propositions, torn by dreams, // By the terrible incantations of defects / And by the fear that defeats and dreams are one. // The whole race is a poet that writes down / The eccentric propositions of its fate.











jueves, mayo 01, 2025

«Recuerdo», de Edna St. Vincent Millay

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




Estábamos muy cansados, estábamos tan contentos —
habíamos estado yendo y viniendo toda la noche por el ferry.
Estaba brillante y vacío, y olía a establo —
pero miramos el fuego, nos apoyamos en una mesa,
nos acostamos en la cima de un monte bajo la luna;
y seguían sonando los silbatos, y pronto amaneció.
Estábamos muy cansados, estábamos tan contentos —
habíamos estado yendo y viniendo toda la noche por el ferry.
Y tú comiste una manzana, y yo comí una pera,
una docena de cada fruta que habíamos comprado por ahí;
y el cielo se puso pálido, y el viento se enfrió,
y el sol subió goteando, como cuba colmada de oro.
Estábamos muy cansados, estábamos tan contentos, 
habíamos estado yendo y viniendo toda la noche por el ferry.
Saludamos con un «¡Buenos días, madre!» a una cabeza cubierta 
            con un chal,
y compramos un diario matutino que ninguno de los dos leyó; 
pero ella lloraba: «¡Dios los bendiga!», por las manzanas y las peras,
y le dimos todo nuestro dinero menos nuestros pasajes para volver.



en Poetry, mayo de 1919








Recuerdo

We were very tired, we were very merry— / We had gone back and forth all night on the ferry. / It was bare and bright, and smelled like a stable— / But we looked into a fire, we leaned across a table, / We lay on a hill-top underneath the moon; / And the whistles kept blowing, and the dawn came soon. / We were very tired, we were very merry— / We had gone back and forth all night on the ferry; / And you ate an apple, and I ate a pear, / From a dozen of each we had bought somewhere; / And the sky went wan, and the wind came cold, / And the sun rose dripping, a bucketful of gold. / We were very tired, we were very merry, / We had gone back and forth all night on the ferry. / We hailed, “Good morrow, mother!” to a shawl covered head, / And bought a morning paper, which neither of us read; / And she wept, “God bless you!” for the apples and pears, / And we gave her all our money but our subway fares.









miércoles, abril 30, 2025

Carta de Vincent Van Gogh a Paul Gauguin





Gracias por haberme escrito de nuevo, mi querido amigo y queda tranquilo, que después de mi regreso he pensado en ti todos los días. No me he quedado en París más que tres días y el ruido, etc., parisiense me causaba tan mala impresión que he juzgado prudente para mi cabeza largamente al campo; de no ser así en seguida hubiera corrido a verte. Y me causa un enorme placer que digas que el retrato de la arlesiana, hecho rigurosamente sobre tu dibujo, te ha gustado.

He tratado de seguir con fidelidad respetuosa tu dibujo y, sin embargo, tomando la libertad de interpretar por medio de un color el carácter sobrio y el estilo del dibujo en cuestión. Es una síntesis de arlesiana, si quieres; como las síntesis de arlesianas son raras, toma ésta como obra tuya y mía; como resultado de nuestros meses de trabajo juntos. Para hacerlo, yo he pagado con más de un mes de enfermedad, pero también sé que es una tela que tú, yo, y otros pocos comprenderemos, como nosotros querríamos que se comprenda...

Tengo aún de allá un ciprés con una estrella, un último ensayo -un cielo de noche, con una luna sin resplandor, apenas el delgado creciente emergiendo de la sombra opaca proyectada por la tierra - una estrella de resplandor exagerado, si te parece, resplandor suave de rosa y verde en el cielo ultramarino donde corren las nubes. En lo bajo, un camino bordeado de altas cañas amarillas, detrás de las cuales están los Bajos Alpes azules, un viejo albergue con ventanas iluminadas de anaranjado y un ciprés muy alto, muy recto, muy sombrío. Sobre el camino, un coche con un caballo blanco y dos paseantes retrasados. Muy romántico, si te parece; pero también, creo, muy provenzal...

Oye una idea que quizá te convenga; yo trato de hacer así, estudios de trigales –yo no puedo sin embargo dibujar esto–, nada más que tallos de espigas verdeazules, hojas largas como cintas, verdes y rosas por el reflejo, espigas amarilleantes, ligeramente ribeteadas de rosa pálido por la floración polvorosa, una campanilla rosa en lo bajo, enrollada alrededor de un tallo. Así, ayer vi dos figuras: la madre, con un vestido carmín profundo, la hija en rosa pálido con un sombrero amarillo sin adorno alguno; rostros muy sanos de campesinas, bien curtidos por el aire libre, quemados por el sol; la madre, sobre todo, con una cara muy, muy roja y cabellos negros y dos diamantes en las orejas. Y he vuelto a pensar en esa tela de Delacroix: La educación materna. Porque en las expresiones de los rostros había realmente todo lo que hubo en la cabeza de George Sand, ya sabes que hay un retrato –busto George Sand– de Delacroix; hay un grabado en la Ilustration, con los cabellos cortos.



17 de junio de 1890