domingo, octubre 13, 2024

«Brevísima relación de la destruición de las Indias: De la isla Española», de Bartolomé de las Casas o Casaus



 
Grabado de Theodore Bry


De la isla Española


En la isla Española, que fue la primera, como dejimos, donde entraron cristianos y comenzaron los grandes estragos y perdiciones destas gentes y que primero destruyeron y despoblaron, comenzando los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirse y para usar mal dellos y comerles sus comidas que de sus sudores y trabajos salían, no contentándose con lo que los indios les daban de su grado conforme a la facultad que cada uno tenía, que siempre es poca, porque no suelen tener más de lo que ordinariamente han menester y hacen con poco trabajo, y lo que basta para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un cristiano y destruye en un día, y otras muchas fuerzas y violencias y vejaciones que les hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos escondían sus comidas, otros sus mujeres e hijos, otros huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas y de palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos; y llegó esto a tanta temeridad y desvergüenza que al mayor rey señor de toda la isla, un capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer.

De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras. Pusiéronse en armas, que son harto flacas y de poca ofensión y resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas y aún de niños). Los cristianos, con sus caballos y espadas y lanzas comienzan a hacer matanzas y crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos ni dejaban niños, ni viejos ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio o le cortaba la cabeza de un piquete[1] o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban con ellas en ríos por las espaldas riendo y burlando, y cayendo en el agua decían: «¿Bullís, cuerpo de tal?»[2] Otras criaturas metían a espada con las madres juntamente y todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas que juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor y reverencia de nuestro Redentor y de los doce apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban vivos. Otros ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca; pegándoles fuego así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: «Andad con cartas», conviene a saber:[3] «Llevá las nuevas a las gentes que estaban huidas por los montes».

Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos, en aquellos tormentos desesperados se les salían las ánimas. Una vez vide que teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales señores (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros) y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impidían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que verdugo, que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla) no quiso ahogallos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el fuego hasta que se asaron de espacio como él quería.

Yo vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas, y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí que por un cristiano que los indios matasen habían los cristianos de matar cien indios.




1552



Edición de la Universidad de Alicante








[1] «de un piquete»: «de un tajo», aunque literalmente quiere decir «de un pinchazo».

[2] «¿bullís...?»: «¿os movéis?».

[3] «dellas...»: «'en algunos casos» no se las cortaban por completo, sino que las dejaban pendientes de la piel; «conviene a saber»: «es decir».












sábado, octubre 12, 2024

«Mi camino va más allá del vacío azul…», de Shu Shan K’uang-jen

Versión de Juan Carlos Villavicencio



 
Mi camino va más allá del vacío azul…
No hay lugar al que las nubes blancas no puedan partir.
Hay aquí un árbol ahora sin tronco:
el viento le devuelve todas sus hojas amarillas.










viernes, octubre 11, 2024

«La clase de griego», de Han Kang

Fragmentos del inicio



Premio Nobel de Literatura 2024


I

Borges le pidió a María Kodama que grabara en su lápida la frase «Él tomó su espada, y colocó el metal desnudo entre los dos». Kodama, la hermosa y joven mujer de ascendencia japonesa que fuera su secretaria, se casó con Borges cuando este tenía ochenta y siete años y compartió los últimos tres meses de la vida del escritor. Ella fue quien lo acompañó en su tránsito postrero, que acaeció en Ginebra, la ciudad donde el escritor pasó su infancia y donde deseaba ser enterrado. 

Un crítico escribió en su libro que esa breve frase grabada en su lápida representaba «el filo acerado». Sostenía que esa imagen era la llave que permitía el acceso a la obra de Borges, que esa espada separaba la literatura realista anterior de la escritura borgiana. A mí, en cambio, me sonó más a una confesión personal y callada. 

La breve frase es la cita de un antiguo poema épico nórdico. La primera y asimismo última vez que un hombre y una mujer pasaron juntos la noche, una espada colocada sobre el lecho separó a ambos hasta la madrugada. 

(…)


II. MUTISMO

Cuando entró en la escuela primaria, empezó a anotar palabras en las últimas hojas de su diario. Sin ninguna relación ni propósito, escribía las palabras que le habían causado alguna impresión. De todas ellas, la que guardaba como un tesoro era «숲» (bosque), cuya forma le recordaba a una antigua pagoda: ᄑ era la base, ᅮ el cuerpo y ᄉ la cúpula. Le gustaba que hubiera que entrecerrar los labios y dejar pasar el aire lenta y cuidadosamente para pronunciar ᄉ ᅮ ᄑ; y que al final hubiera que sellar los labios para que la palabra se completase en el silencio. Cautivada por esta palabra cuya pronunciación, significado y forma estaban envueltos en tanta quietud, la escribía una y otra vez: 숲. 숲. 숲. 

A pesar de los recuerdos de «niña brillante» que conservaba su madre, no llamó la atención de nadie durante la escuela primaria y secundaria. No creaba problemas, pero tampoco sobresalía por sus notas; y si bien hizo algunas amistades, no se veía con ellas después del colegio. Era una chica tranquila que no perdía el tiempo mirándose al espejo, salvo cuando se lavaba la cara; y, menos todavía, se sentía atraída por los chicos o los romances. Cuando salía del colegio, iba a una biblioteca pública y se ponía a hojear libros que no eran de estudio; y por las noches, se quedaba dormida leyendo debajo de las sábanas los que había sacado prestados. Solo ella sabía que su existencia se dividía radicalmente en dos. Las palabras que anotaba en las últimas páginas de su diario cobraban vida y se unían por sí solas creando oraciones insólitas. Por las noches, el lenguaje penetraba en sus sueños como un punzón, provocando que se despertase sobresaltada. El no poder dormir le ponía los nervios de punta y a veces un dolor inexplicable le atenazaba la boca del estómago como un hierro candente. 

Lo que más le costaba soportar era que podía oír con una claridad escalofriante las palabras que pronunciaba cada vez que abría la boca. Por muy insignificante que fuera la frase, dejaba traslucir, con la fría claridad de un trozo de hielo, la perfección y la imperfección, la verdad y la mentira, la belleza y la fealdad. Sentía vergüenza de las oraciones que se desprendían de su lengua y de sus dedos como blancos hilos de telaraña. Le daban ganas de vomitar. Y de gritar. 

Aquello le ocurrió por primera vez el invierno en que cumplió dieciséis años. El lenguaje, que la aprisionaba y la hería como una prenda hecha con miles de alfileres, desapareció de un día para otro. Podía oírlo, pero un silencio como una gruesa y compacta capa de aire se interponía entre el caracol de sus oídos y el cerebro. Rodeada por ese silencio oprimente, no podía acceder a la memoria que le permitía mover la lengua y los labios para pronunciar las palabras y sostener con firmeza el lápiz. Había dejado de pensar con el lenguaje. Se movía y lo comprendía todo sin acudir a la lengua. Un silencio anterior al habla, anterior incluso a la existencia, absorbía el fluir del tiempo y la envolvía por dentro y por fuera como una esponjosa capa de algodón. 

(…)

Pasó el tiempo y comenzó a hacerse preguntas. 

Un día, cuando faltaba poco para las vacaciones de invierno, durante una clase como cualquier otra, de pronto recordó el lenguaje sin darse cuenta, como si recuperase un órgano atrofiado, a raíz de una palabra en francés que llamó su atención. 

Quizá ocurrió en la hora de francés, y no en la de inglés o la de escritura china, porque era un idioma extranjero que ella había elegido y estaba aprendiendo por primera vez. Levantó la vista hacia la pizarra como siempre y de pronto la fijó en un punto. El profesor, bajo y medio calvo, pronunciaba la palabra señalando la pizarra. Sin pretenderlo, movió los labios como una niña pequeña y pronunció «bibliothèque» en un murmullo, lo que resonó en algún lugar más profundo que la lengua y la garganta. 

No fue consciente de la importancia de ese instante. 

Por aquel entonces el terror era todavía algo vago y el dolor vacilaba en desplegar su infierno abrasador en el vientre del silencio. Allí donde confluían la ortografía, la fonética y los significados holgados, una mecha entrelazada de alegría y culpa empezó a consumirse lentamente. 

(…)

La pérdida del habla que sufre de nuevo no es cálida ni intensa ni nítida como hace veinte años. Si el primer silencio se parecía al de antes del nacimiento, el de ahora se parece al de después de la muerte. Si antes era como mirar el ondulante mundo exterior desde el fondo submarino, ahora se ha convertido en una sombra que se arrastra por la dura superficie de paredes y suelos mientras contempla desde fuera la vida que transcurre en un gigantesco tanque cisterna. Podía oír y leer cualquier palabra, pero no podía abrir la boca y pronunciar los sonidos. Era un silencio frío y extraño, como una sombra sin cuerpo, como el tronco vacío de un árbol muerto, como la materia oscura que llena el espacio sideral. 



2023














jueves, octubre 10, 2024

«A propósito de Palestina», de Fidel Castro

Fragmento del discurso pronunciado en la sesión inaugural de la VI Conferencia Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, celebrada en el Palacio de las Convenciones de La Habana




 
No cesa el imperialismo, sin embargo, en su tenaz esfuerzo por mantener sojuzgados, oprimidos u ocupados otros pueblos y países cuyas causas demandan nuestro resuelto apoyo.

Cito en primer término al sufrido y valeroso pueblo palestino. Ningún despojo más brutal de los derechos a la paz y existencia de un pueblo se ha cometido en este siglo. Entiéndase bien que no somos fanáticos. El movimiento revolucionario se educó siempre en el odio a la discriminación racial y los pogromes de cualquier tipo, y desde el fondo de nuestras almas, repudiamos con todas nuestras fuerzas la despiadada persecución y el genocidio que en su tiempo desató el nazismo contra el pueblo hebreo. Pero no puedo recordar nada más parecido en nuestra historia contemporánea que el desalojo, persecución y genocidio que hoy realizan el imperialismo y el sionismo contra el pueblo palestino. Despojados de sus tierras, expulsados de su propia patria, dispersados por el mundo, perseguidos y asesinados, los heroicos palestinos constituyen un ejemplo impresionante de abnegación y patriotismo, y son el símbolo vivo del crimen más grande de nuestra época.

Pedazo a pedazo las tierras palestinas y territorios de los países árabes vecinos: Siria, Jordania y Egipto, han sido arrebatados por los agresores, armados hasta los dientes con los más sofisticados medios del arsenal de Estados Unidos.

La justa causa palestina y árabe suscitó el apoyo de la opinión progresista del mundo y de nuestro Movimiento a lo largo de casi 20 años. Nasser fue precisamente uno de los prestigiosos fundadores del mismo. Sin embargo, todas las resoluciones de las Naciones Unidas fueron despectivamente ignoradas y rechazadas por los agresores y sus aliados imperialistas.

Mediante la traición y la división el imperialismo ha querido imponer su propia paz. Una paz armada, sucia, injusta, sangrienta, que no será jamás paz.



3 de septiembre, 1979














miércoles, octubre 09, 2024

«Fábula», de Juan Eugenio Hartzenbush

Fragmento de Los viajes



 


Un pescador, vecino de Bilbao, 
cogió, ‘yo no sé dónde, un bacalao.
- ¿Qué vas a hacer conmigo?
(el pez le preguntó con voz llorosa).
       Él respondió: —Te llevaré a mi esposa: 
ella, con pulcritud y ligereza,
te cortará del cuerpo la cabeza; 
negociaré después con un amigo,
y si me da por ti maravedises, 
irás con él a recorrer países.
       —¡Sin cabezal ¡Ay de mí! (gritó el pescado), 
y replicó discreto el vascongado:
—¿Por esa pequeñez te desazonas? 
Pues hoy viajan así muchas personas.




s. XIX















martes, octubre 08, 2024

«Muertos», de Myrtiótisa

Traducción de José Antonio Moreno Jurado




Todos los que se nos han ido 
y todos los que se van
al viaje sin retorno
y ya no sienten dolor.

Todos los que se liberaron
de la víbora de la preocupación, 
cuyos corazones no atraviesa
la hoja de doble filo.

Todos aquellos cuyo sueño 
no turba el ronquido
ni deshace sus días
la languidez de la pena,

en el jardín por el que pasean 
y descansan dulcemente, 
¿piensan en los desgraciados 
que quedan por aquí?

El tormento de nuestra vida
y la pesada condena
¿no siembran cierta oscuridad 
en su victoria?

¿Se desvelan, rezan
por la turba del dolor? 
¿Extienden quizás sobre nosotros 
su mano inmaterial?

Pero, si no es bastante el recuerdo 
ahí abajo, donde andan diseminados, 
y nos han olvidado todos ellos, 
¿quiénes se acordarán de nosotros?



en Antología de la poesía helénica, 2022

















lunes, octubre 07, 2024

«Palestina», de Ibtisam Barakat

Traducción de Juan Carlos Villavicencio y Carlos Almonte




 

En la caja registradora
de una tienda de artículos de oficina, 
estoy a punto de comprar
un globo terráqueo.

Cincuenta dólares, dice el hombre, 
ciento noventa y cinco países 
¡todo por cincuenta dólares!

Pienso:
¡Eso significa veinticinco centavos por país!

¿Puedo darte todo mi dinero 
para que añadas a Palestina?

¿Dónde la quieres?, pregunta. 

Dondequiera que haya palestinos.



en Antología de poesía de la resistencia palestina, 2024








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sábado, octubre 05, 2024

«Encuentro con un anciano», de Yin Luan

Versión de Juan Carlos Villavicencio





en el camino me encontré con un anciano
nuestras cabezas blancas como la nieve.
caminamos una milla, luego dos
descansando cuatro veces, luego cinco.















 

jueves, octubre 03, 2024

«Una impresión luminosa: acerca de Héctor Viel Temperley», de Pedro Mairal





Yo no sabía que años después iba a ir a su entierro, no sabía que su hijo me iba a prestar sus libros de poemas y que me iban a impresionar tanto. Caminé por la playa hacia el sur buscando a mi amigo; la madre me dijo que se había ido a almorzar con el padre a un parador ahí cerca. Yo pensaba que mi amigo no tenía padre porque no vivía con ellos. Eran siete hermanos, vecinos de nuestra casa en Pinamar. Debo haber tenido nueve años. Mucho después mi amigo me iba a hablar de su padre muerto, que lo sacaba del colegio y lo llevaba a hachar troncos caídos en los bosques de Palermo, que vivía en un departamento sin teléfono y les había dicho a los hijos que tocaran el portero eléctrico de un modo particular porque de lo contrario no abría, que lo llevaba a nadar mar adentro hasta que casi no se veía la costa. Cosas así. Mi amigo me iba a dar Crawl, Hospital Británico, La Legión Extranjera; libros raros que me dejaron para siempre una impresión luminosa, una sensación de buena soledad, una mística personal vinculada al cansancio físico. Creo que caminé varios balnearios hasta que de pronto me encontré con mi amigo y su papá, un hombre barbudo con torso de nadador, retacón, que venía fumando tranquilo con la camisa en la mano. Los saludé. Mi amigo se despidió de él y nos fuimos a explorar los médanos. Fue la única vez que lo vi a Viel.






en Clarín, 2003















miércoles, octubre 02, 2024

«La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral», de Elena Poniatowska

Fragmentos





Criticar al César no es criticar a Roma. Criticar a un gobierno no es criticar a un país. 

Carlos Fuentes, al reportero Guillermo Ochoa, Excélsior, 4 de marzo de 1969 



En mis tiempos a una bola de vagos y malvivientes no solía llamárseles estudiantes. 

Pedro Lara Vértiz, sastre 



Un joven es siempre una incógnita. Matarlo es matar la posibilidad del misterio, todo lo que hubiera podido ser, su extraordinaria riqueza, su complejidad.

José Soriano Muñoz, maestro de la Escuela Wilfrido Massieu



El día 2 de octubre de 1968 salí de mi trabajo a las 5.30 horas P.M. junto con mi ayudante, pues ejerzo el oficio de tornero mecánico, y me dirigí a mi domicilio situado en Estaño 15 colonia Maza, zona postal 2, donde tomé mis alimentos como a las seis de la tarde. Estaba comiendo cuando escuché ruido como de cohetes, (luego supe que se trataba de armas de fuego) y que provenía de la Unidad Tlatelolco.

Salí a la calle para saber lo que ocurría y desde la calzada de la Villa me di cuenta que el ejército tenía rodeada la Unidad y que los soldados iban armados con ametralladoras y fusiles y que había tanques. En mi trayecto crucé por la calle de Manuel González, donde los soldados detenían a todos los transeúntes, sin ningún motivo, solamente por su apariencia de jóvenes. Me preguntaron: «¿Qué cosa haces tú aquí?», y me pidieron mi documentación. Como yo no llevaba ninguna, con ese pretexto me detuvieron y presentaron con un oficial que me preguntó: "¿A qué te dedicas?" Yo le dije que era trabajador.

—La madre, este es estudiante, fórmelo ahí.

Me colocaron contra un auto negro, recargado con las manos y los pies abiertos. Ahí me esculcaron y me golpearon sin ningún motivo. Como ve usted, fui detenido sin mediar más elemento en mi contra que haber pasado por las cercanías del lugar de Tlatelolco y porque les pareció a los militares que yo tenía aspecto de estudiante. Así fue como se inició toda la serie de hechos que me tienen todavía en prisión.

Terminado el registro, los soldados nos llevaron a los jóvenes detenidos al pie de un camión del ejército, donde nos hicieron quitarnos los zapatos. Una vez descalzos nos formaron recargados con las manos contra el camión y abiertos los pies y empezaron a golpearnos con el canto de la mano, a pisarnos los pies descalzos y a golpearnos en los testículos. Y nos cortaron el pelo.

Fuimos ultrajados por los militares, violando los derechos que nos asisten en este país. Yo creo que ni a los peores criminales se les trata de ese modo. Posteriormente llegó una camioneta panel con granaderos y los soldados se formaron en dos hileras, de manera que nosotros los detenidos teníamos que pasar por en medio. Al ir pasando, los soldados nos daban. Yo recibí un culatazo en el costado izquierdo y un golpe con el cañón del fusil en el labio superior, que me abrió una herida. Fuimos metidos a la camioneta a empellones. En el trayecto fueron subidos más detenidos y nos hallábamos amontonados, casi asfixiados. Al llegar a la Jefatura de Policía nos llevaron al sótano y después nos condujeron al segundo o tercer piso. En el trayecto, un gran número de granaderos y agentes nos golpearon gritando: «¡Pinches estudiantes, hijos de su puta madre, por su culpa no hemos dormido durante una semana!», y nos golpearon a patadas, y también con sus cascos y sus macanas, mientras nos seguían insultando.

Rendimos nuestra declaración preparatoria ante el Ministerio Público. Yo firmé, pero quiero hacer constar que se dejó un espacio en blanco al final de la hoja, y cuando lo vi de nuevo, noté que se había falsificado mi documento. La falsificación consistió en poner un agregado en el que yo aceptaba haber estado en Tlatelolco, haber disparado una pistola Llama, calibre 38 y que vacié dos cargadores sobre las personas que asistieron al mitin de Tlatelolco y tiré la pistola a la Plaza.

—¡Señor magistrado, yo desearía saber qué castigo merecen las autoridades que falsifican unos documentos tan importantes como una declaración que compromete a una persona inocente y qué manera tengo de probar que todo eso es mentira!... Además, en la propia Jefatura de Policía, todos los detenidos fuimos fichados y sin más averiguaciones un agente dijo que me pusieran en la ficha: «Agitador comunista». También se nos hizo la prueba de la parafina… Llevo en Lecumberri dos años sin haber tenido la oportunidad de defenderme.

Antonio Morales Romero tornero mecánico, preso en Lecumberri



Al caer preso yo había sufrido un proceso terrible: ocho meses de huir, de esconderme, de vivir aislado, solo y mi alma, de no ver a mis amigos ni a mis seres queridos con la frecuencia necesaria para sentirme medianamente satisfecho en mi necesidad de dar y recibir afecto. No acepté salir del país porque entendía, entiendo, que mi lucha está aquí. Tenía prendas de dignidad en la prisión que no podía abandonar sin menoscabo de la mía. Así que decidí luchar por la liberación de todos mis compañeros presos y caí preso.

Heberto Castillo, de la Coalición de Maestros, preso en Lecumberri




Puedo declararles a ustedes que en toda mi actuación me ha movido el convencimiento de que no puedo abandonar a mis hermanos los hombres sin dar un signo válido de que el cristiano en cuanto tal debe condenar cualquier forma de injusticia, particularmente cuando la injusticia se hace institución, y se impone aun a los mismos hombres que la cometen. Llevamos años de tolerar muchas injusticias en nombre del mantenimiento del orden, de la paz interior, del prestigio exterior.

Doctor Sergio Méndez Arceo, «Mensaje de Navidad, 1969», trasmitido por radio desde Cuernavaca



Todo esto en la noche, en la madrugada, Tlatelolco, madres queriendo saber, sin entender la pesadilla, sin querer aceptar nada, buscando como animales brutalmente heridos a la cría: «Señor, ¿dónde está mi hijo? ¿A dónde se los han llevado?». Y finalmente suplicando: «Por favor señor, se lo rogamos denos siquiera una seña, un indicio, díganos algo…».

Isabel Sperry de Barraza, maestra de primaría



LA AFICIÓN:

Nutrida Balacera provocó en Tlatelolco un Mitin Estudiantil.
Todos los testimonios coinciden en que la repentina aparición de luces de bengala en el cielo de la Plaza de las Tres Culturas de la Unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco desencadenó la balacera que convirtió el mitin estudiantil del 2 de octubre en la tragedia de Tlatelolco.

A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres. Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga, los que desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones y muchas personas que vinieron a darse una «asomadita». El ambiente era tranquilo a pesar de que la policía, el ejército y los granaderos habían hecho un gran despliegue de fuerza. Muchachos y muchachas estudiantes repartían volantes, hacían colectas en botes con las siglas CNH, vendían periódicos y carteles, y, en el tercer piso del edificio, además de los periodistas que cubren las fuentes nacionales había corresponsales y fotógrafos extranjeros enviados para informar sobre los Juegos Olímpicos que habrían de iniciarse diez días más tarde.

Hablaron algunos estudiantes: un muchacho hacía las presentaciones, otro de la UNAM, dijo: «El Movimiento va a seguir a pesar de todo», otro del IPN: «…se ha despertado la conciencia cívica y se ha politizado a la familia mexicana»; una muchacha, que impresionó por su extrema juventud, habló del papel de las brigadas. Los oradores atacaron a los políticos, a algunos periódicos, y propusieron el boicot contra el diario El Sol. Desde la rampa del tercer piso vieron cómo hacía su entrada un grupo de trabajadores que portaba una manta: «Los ferrocarrileros apoyamos el Movimiento y desconocemos las pláticas Romero Flores-GDO». Este contingente obrero fue recibido con aplausos. El grupo de ferrocarrileros anunció paros escalonados desde «mañana 3 de octubre en apoyo del Movimiento Estudiantil».

Cuando un estudiante apellidado Vega anunciaba que la marcha programada al Casco de Santo Tomás del Instituto Politécnico Nacional no se iba a llevar a cabo, en vista del despliegue de fuerzas públicas y de la posible represión, surgieron en el cielo las luces de bengala que hicieron que los concurrentes dirigieran automáticamente su mirada hacia arriba. Se oyeron los primeros disparos. La gente se alarmó. A pesar de que los líderes del CNH desde el tercer piso del edificio Chihuahua, gritaban por el magnavoz: «¡No corran compañeros, no corran, son salvas!… ¡No se vayan, no se vayan, calma!», la desbandada fue general. Todos huían despavoridos y muchos caían en la plaza, en las ruinas prehispánicas frente a la iglesia de Santiago Tlatelolco. Se oía el fuego cerrado y el tableteo de ametralladoras. A partir de ese momento, la Plaza de las Tres Culturas se convirtió en un infierno.

En su versión del jueves 3 de octubre de 1968 nos dice Excélsior: «Nadie observó de dónde salieron los primeros disparos. Pero la gran mayoría de los manifestantes aseguraron que los soldados, sin advertencia ni previo aviso comenzaron a disparar… Los disparos surgían por todos lados, lo mismo de lo alto de un edificio de la Unidad Tlatelolco que de la calle donde las fuerzas militares en tanques ligeros y vehículos blindados lanzaban ráfagas de ametralladora casi ininterrumpidamente…». Novedades, El Universal, El Día, El Nacional, El Sol de México, El Heraldo, La Prensa, La Afición, Ovaciones, nos dicen que el ejército tuvo que repeler a tiros el fuego de francotiradores apostados en las azoteas de los edificios. Prueba de ello es que el general José Hernández Toledo que dirigió la operación recibió un balazo en el tórax y declaró a los periodistas al salir de la intervención quirúrgica que se le practicó: «Creo que si se quería derramamiento de sangre ya es más que suficiente con la que yo ya he derramado». (El Día, 3 de octubre de 1968).

Según Excélsior «se calcula que participaron unos 5000 soldados y muchos agentes policiacos, la mayoría vestidos de civil. Tenían como contraseña un pañuelo envuelto en la mano derecha. Así se identificaban unos a otros, ya que casi ninguno llevaba credencial por protección frente a los estudiantes. El fuego intenso duró 29 minutos. Luego los disparos decrecieron, pero no acabaron».

Los tiros salían de muchas direcciones y las ráfagas de las ametralladoras zumbaban en todas partes y, como afirman varios periodistas, no fue difícil que los soldados, además de los francotiradores, se mataran o hirieran entre sí. «Muchos soldados debieron lesionarse entre sí, pues al cerrar el círculo los proyectiles salieron por todas direcciones», dice el reportero Félix Fuentes en su relato del 3 de octubre en La Prensa. El ejército tomó la Plaza de las Tres Culturas con un movimiento de pinzas, es decir llegó por los dos costados y 5 mil soldados avanzaron disparando armas automáticas contra los edificios», añade Félix Fuentes. «En el cuarto piso de un edificio, desde donde tres oradores habían arengado a la multitud contra el gobierno, se vieron fogonazos. Al parecer, allí abrieron fuego agentes de la Dirección Federal de Seguridad y de la Policía Judicial del Distrito. La gente trató de huir por el costado oriente de la Plaza de las Tres Culturas y mucha lo logró, pero cientos de personas se encontraron a columnas de soldados que empuñaban sus armas a bayoneta calada y disparaban en todos sentidos. Ante esta alternativa las asustadas personas empezaron a refugiarse en los edificios, pero las más corrieron por las callejuelas para salir a Paseo de la Reforma cerca del Monumento a Cuitláhuac».

«Quien esto escribe fue arrollado por la multitud cerca del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores. No muy lejos se desplomó una mujer, no se sabe si lesionada por algún proyectil o a causa de un desmayo. Algunos jóvenes trataron de auxiliarla pero los soldados lo impidieron».

El general José Hernández Toledo declaró después que para impedir mayor derramamiento de sangre ordenó al ejército no utilizar las armas de alto calibre que llevaba (El Día, 3 de octubre de 1968). (Hernández Toledo ya ha dirigido acciones contra la Universidad de Michoacán, la de Sonora y la Autónoma de México, y tiene a su mando hombres del cuerpo de paracaidistas calificados como las tropas de asalto mejor entrenadas del país). Sin embargo, Jorge Aviles, redactor de El Universal escribe el 3 de octubre: «Vimos al ejército en plena acción; utilizando toda clase de armamentos, las ametralladoras pesadas empotradas en una veintena de yips [sic], disparaban hacia todos los sectores controlados por los francotiradores». Excélsior reitera: «Unos trescientos tanques, unidades de asalto, yips y transportes militares tenían rodeada toda la zona, desde Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González. No permitían salir ni entrar a nadie, salvo rigurosa identificación». («Se Luchó a Balazos en Ciudad Tlatelolco, Hay un Número aún no Precisado de Muertos y Veintenas de Heridos», Excélsior, jueves 3 de octubre de 1968). Miguel Ángel Martínez Agis reporta: «Un capitán del Ejército usa el teléfono. Llama a la Secretaría de la Defensa. Informa de lo que está sucediendo: 'Estamos contestando con todo lo que tenemos…'. Allí se veían ametralladoras, pistolas 45, calibre 38 y unas de 9 milímetros». («Edificio Chihuahua, 18 hrs.», Miguel Ángel Martínez Agis, Excélsior, 3 de octubre de 1968).

El general Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa Nacional declaró: «Al aproximarse el ejército a la Plaza de las Tres Culturas fue recibido por francotiradores. Se generalizó un tiroteo que duró una hora aproximadamente...

Hay muertos y heridos tanto del Ejército como de los estudiantes: No puedo precisar en estos momentos el número de ellos.

—¿Quién cree usted que sea la cabeza de este movimiento?
—Ojalá lo supiéramos.
[Indudablemente no tenía bases para inculpar a los estudiantes]
—¿Hay estudiantes heridos en el Hospital Central Militar?
—Los hay en el Hospital Central Militar, en la Cruz Verde, en la Cruz Roja. Todos ellos están en calidad de detenidos y serán puestos a disposición del Procurador General de la República. También hay detenidos en el Campo Militar número 1, los que mañana serán puestos a disposición del General Cueto, Jefe de la Policía del DF.
—¿Quién es el comandante responsable de la actuación del ejército?
—El comandante responsable soy yo». (Jesús M. Lozano, Excélsior, 3 de octubre de 1968, «La libertad seguirá imperando». El Secretario de Defensa hace un análisis de la situación).

Por otra parte el jefe de la policía metropolitana negó que, como informó el Secretario de la Defensa, hubiera pedido la intervención militar en Ciudad Tlatelolco. En conferencia de prensa esta madrugada el general Luis Cueto Ramírez dijo textualmente: «La policía informó a la Defensa Nacional en cuanto tuvo conocimiento de que se escuchaban disparos en los edificios aledaños a la Secretaría de Relaciones Exteriores y de la Vocacional 7 en donde tiene servicios permanentes. Explicó no tener conocimiento de la ingerencia de agentes extranjeros en el conflicto estudiantil que aquí se desarrolla desde julio pasado. La mayoría de las armas confiscadas por la policía, son de fabricación europea y corresponden a modelos de los usados en el bloque socialista. Cueto negó saber que políticos mexicanos promuevan en forma alguna esta situación y afirmó no tener conocimiento de que ciudadanos estadunidenses hayan sido aprehendidos. En cambio están prisioneros un guatemalteco, un alemán y otro que por el momento no recuerdo». (El Universal, El Nacional, 3 de octubre de 1968.)

Los cuerpos de las víctimas que quedaron en la Plaza de las Tres Culturas no pudieron ser fotografiados debido a que los elementos del ejército lo impidieron («Hubo muchos muertos y lesionados anoche», La Prensa, 3 de octubre de 1968). El día 6 de octubre en un manifiesto, «Al Pueblo de México», publicado en El Día, el CNH declaró: «El saldo de la masacre de Tlatelolco aún no acaba. Hasta el momento han muerto cerca de 100 personas de las cuales sólo se sabe de las recogidas en el momento; los heridos cuentan por miles…». El mismo 6 de octubre el CNH, al anunciar que no realizaría nuevas manifestaciones o mítines, declaró que las fuerzas represivas «causaron la muerte con su acción a 150 civiles y 40 militares». En Posdata, Octavio Paz cita el número que el diario inglés The Guardian, tras una «investigación cuidadosa», considera como la más probable: 325 muertos.

Lo cierto es que en México no se ha logrado precisar hasta ahora el número de muertos. El 3 de octubre la cifra declarada en los titulares y reportajes de los periódicos oscila entre 20 y 28. El número de heridos es mucho mayor y el de detenidos es de dos mil. A las cero horas aproximadamente dejaron de escucharse disparos en el área de Tlatelolco. Por otra parte, los edificios eran desalojados por la tropa y cerca de mil detenidos fueron conducidos al Campo Militar número 1. Cerca de mil detenidos fueron llevados a la cárcel de Santa Marta Acatitla, en esta ciudad. La zona de Tlatelolco siguió rodeada por efectivos del ejército. Muchas familias abandonaron sus departamentos con todas sus pertenencias después de ser sometidas a un riguroso examen y registro por parte de los soldados. Grupos de soldados de once hombres entraron a los edificios del conjunto urbano a registrar las viviendas. Al parecer, tenían instrucciones de catear casa por casa.

Hasta ahora el número de presos que continúan en la cárcel de Lecumberri por los acontecimientos de 1968 es de 165.

Posiblemente no sepamos nunca cuál fue el mecanismo interno que desencadenó la masacre de Tlatelolco. ¿El miedo? ¿La inseguridad? ¿La cólera? ¿El terror a perder la fachada? ¿El despecho ante el joven que se empeña en no guardar las apariencias delante de las visitas?… Posiblemente nos interroguemos siempre junto con Abel Quezada. ¿Por qué? La noche triste de Tlatelolco —a pesar de todas sus voces y testimonios— sigue siendo incomprensible. ¿Por qué? Tlatelolco es incoherente, contradictorio. Pero la muerte no lo es. Ninguna crónica nos da una visión de conjunto. Todos —testigos y participantes— tuvieron que resguardarse de los balazos, muchos cayeron heridos. Nos lo dice el periodista José Luis Mejías («Mitin trágico», Diario de la Tarde, México, 5 de octubre de 1968): «Los individuos enguantados sacaron sus pistolas y empezaron a disparar a boca de jarro e indiscriminadamente sobre mujeres, niños, estudiantes y granaderos... Simultáneamente, un helicóptero dio al ejército la orden de avanzar por medio de una luz de bengala ... A los primeros disparos cayó el general Hernández Toledo, comandante de los paracaidistas, y de ahí en adelante, con la embravecida tropa disparando sus armas largas y cazando a los francotiradores en el interior de los edificios, ya a nadie le fue posible obtener una visión de conjunto de los sangrientos sucesos…». Pero la tragedia de Tlatelolco dañó a México mucho más profundamente de lo que lo lamenta El Heraldo, al señalar los graves perjuicios al país en su crónica («Sangriento encuentro en Tlatelolco», 3 de octubre de 1968): «Pocos minutos después de que se iniciaron los combates en la zona de Nonoalco, los corresponsales extranjeros y los periodistas que vinieron aquí para cubrir los Juegos Olímpicos comenzaron a enviar notas a todo el mundo para informar sobre los sucesos. Sus informaciones —algunas de ellas abultadas— contuvieron comentarios que ponen en grave riesgo el prestigio de México».

Todavía fresca la herida, todavía bajo la impresión del mazazo en la cabeza, los mexicanos se interrogan atónitos. La sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos se ha secado en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto al lugar de su quietud. Más tarde brotarán las flores entre las ruinas y entre los sepulcros.

E.P.



Son cuerpos, señor...

Un soldado al periodista José Antonio del Campo, de El Día



¡Les dije a todos que la plaza era una trampa, se los dije! ¡No hay salida! ¡Más claro lo querían ver! Les dije que no había ni por donde escapar, que nos quedaríamos todos encajonados allí, cercados como en un corral. ¡Se los dije tantas veces, pero no!

Mercedes Olivera de Vázquez, antropóloga



En el departamento donde estábamos escondidos había chavos comiéndose sus credenciales.

Genaro Martínez, estudiante de la Escuela de Economía de la UNAM















 

martes, octubre 01, 2024

«El pasado», de Minas Dimakis

Traducción de José Antonio Moreno Jurado



 
He aquí la tumba del príncipe etrusco
que se encontró
hundida en tierra desde hace innumerables años.
He aquí el carro con el timón y las ruedas.
Los despojos –huesos– de los caballos que lo llevaban 
al funeral oficial
para enterrarlo con la dignidad debida.
Las mujeres lo lavaron con perfumes.
Le pusieron su más espléndida armadura.
Sobre la hermosa cabeza, el casco con su penacho. 
Una placa de bronce en el pecho,
adornada con lirios y jazmines de plata.
Y depositaron todas las armas a su lado
para que participara en los torneos de los muertos 
que se celebrarían en su honor…

Después, viene la poesía
excavando también su necrópolis, 
completando el vacío.
Un etrusco, uno de Knosos, un egipcio.

Ruedan los siglos 
salvando los recuerdos, 
las huellas del pasado…



en Antología de la poesía neohelénica, 2022















lunes, septiembre 30, 2024

«Arte, política y museo: luchas sociales en los espacios del arte», de Samuel Toro





El 1 de octubre se inaugura en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) la exposición «Tramas de Persistencias: Ficcionalización Política y Realidades Fragmentadas en la Contemporaneidad», una propuesta curatorial que no presenta artistas ni obras en el sentido tradicional del término. En su lugar, el museo se convierte en un espacio donde diversas organizaciones sociales de base política se presentan, tensando, por así decirlo, las «estructuras convencionales» del arte contemporáneo, y la relación entre estética y política. Este desplazamiento intencional propone reflexionar sobre las implicancias y tensiones de llevar las luchas políticas al museo, y sobre cómo estas organizaciones «navegan» el campo simbólico del arte.

El hecho de que organizaciones como el Movimiento Internacional de Trabajadores (MIT), Movimiento por el Agua y los Territorios (MAT), Disidencias en Lucha, Movimiento Salud en Resistencia, Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular y Sobrevivientes de Terrorismo de Estado participen en un «contexto artístico», plantea preguntas sobre la legitimidad de los espacios donde se generan las luchas sociales. ¿Es el museo un lugar adecuado para la articulación política? ¿O se trata de una nueva forma de neutralización, o reificación del discurso contestatario, contenido en la institucionalidad histórica burguesa?

Este dilema no es nuevo, pero se acentúa en un contexto donde las organizaciones políticas, surgidas desde el margen, ocupan ahora un espacio de poder simbólico como es el museo. En parte de la historia del siglo XX, el arte ha sido un espacio de representación de las luchas sociales, pero la tensión aquí radica en que esta exposición no busca representar, sino presentar de forma directa a las organizaciones sociales involucradas. Se trata de una apuesta curatorial que problematiza la relación entre arte y política, alejándose de las tradicionales narrativas simbólicas del «arte político», para enfocarse en la «visibilidad pura» de las luchas.

La exposición aborda una cuestión central: la política ya no solo se «representa» en el arte, sino que se «presenta» en forma directa, sin mediaciones simbólicas. Esta decisión curatorial puede tener multiplicidad de lecturas y posibles contradicciones. Sin embargo, a partir del reparto de lo sensible ranceriano, las transformaciones simbólicas y materiales de un mundo, inevitablemente pasan por diferentes campos sociales. Las organizaciones de base pertenecen a un entramado que, históricamente, han mostrado alterar los cursos de las sensibilidades y, por ende, de las subjetividades, transformando realidades provenientes, muchas veces, de ficcionalizaciones que en su derrotero se transforman en realidades.

En este sentido simbólico, las organizaciones invitadas –a partir de un sistema algorítmico generativo de mundos pequeños en sistemas complejos– se involucran como entidades socio-políticas que presentan sus realidades «tal como son», con todas sus complejidades, posibles «contradicciones» y persistencias. En esta noción de «presentación directa» busco hacer visible lo que el entramado político contemporáneo tiende a invisibilizar: las luchas de base, las demandas por justicia social, y las resistencias que operan fuera de los grandes escenarios mediáticos.

El museo se convierte así en una especie de espacio de legitimación, pero no desde la lógica del espectáculo, sino desde la emergencia misma de lo político como experiencia sensible.

Sin embargo, esta decisión también abre un campo de tensiones ineludible. ¿Puede la urgencia de lo político realmente coexistir con la lógica institucional del museo? Si bien el MAC, con su historia ligada a los debates contemporáneos, parece un espacio adecuado para este tipo de «experimentos curatoriales», no deja de ser un lugar que, por su «naturaleza», ordena, clasifica y encierra las expresiones dentro de un marco estético. Esto genera una contradicción evidente: las organizaciones sociales, al ingresar al museo, se ven enfrentadas a la potencial cosificación de sus discursos. De acuerdo a esto, uno de los riesgos que enfrenta esta exposición es precisamente el de convertir la lucha social en un objeto estético que pueda ser neutralizado. Cuando las luchas sociales, especialmente las de base, entran en un espacio institucional como el museo, corren el riesgo de ser desactivadas simbólicamente, al ser despojadas de su contexto de acción concreta para ser apreciadas desde una distancia estética.

El MAC, en este sentido, puede operar como un lugar de encrucijada. Por un lado, ofrece visibilidad a organizaciones que de otra manera estarían fuera del radar cultural de las clases medias y altas que pueden frecuentar estos espacios. Por otro, corre el riesgo de encapsular dichas luchas en una narrativa que las haga accesibles y consumibles por el público artístico, sin necesariamente generar una incidencia real en el ámbito político. Esta es una contradicción que no debe eludirse. Si bien el museo otorga un lugar de visibilidad importante, también impone ciertas reglas y limitaciones. El público que asiste al MAC busca una experiencia estética, y aunque esta muestra se resista a encuadrar las luchas políticas en ese marco, no deja de ser un espacio de confrontación con la mirada histórica burguesa que tradicionalmente ha dominado los museos de arte.

Pese a las tensiones mencionadas, lo que esta exposición lograría es generar un espacio donde la política y el arte se entrelazan de una manera distinta. Al rechazar la representación y apostar por la presencia directa de las organizaciones, se visibiliza una forma de hacer política que no busca validación en el arte, sino que utiliza este espacio para amplificar su acción y su resonancia. En un momento donde las políticas neoliberales intentan desactivar cualquier forma de resistencia colectiva, la participación de estas organizaciones en un museo como el MAC puede leerse como un gesto de persistencia y supervivencia. Las luchas que presentan estas organizaciones no buscan ser estetizadas; buscan ser vistas, escuchadas y reconocidas en su dimensión política real. Es aquí donde la exposición podría lograr su mayor acierto, permitiendo que las luchas políticas emerjan en un espacio que tradicionalmente ha sido ajeno a ellas, sin forzar su entrada en la lógica del arte contemporáneo.

Sin embargo, no podemos obviar las preguntas que esto suscita y que ya mencioné de alguna manera antes: ¿Qué sucede cuando las luchas sociales se trasladan a un espacio museal? ¿Se disuelven sus demandas en el entramado artístico o logran mantener su potencia transformadora? La respuesta no es simple, y dependerá en gran medida de cómo el público y las organizaciones interactúen con este espacio.

La exposición en el MAC es una etapa en un proceso curatorial que no termina aquí, el cual busca poner en tensión –a través de redes generativas– la relación entre arte y política en un contexto contemporáneo donde las formas tradicionales de representación ya no son suficientes. No se trata de una solución definitiva obviamente, sino de un ejercicio que invita a seguir pensando sobre el lugar del arte en las luchas sociales. Al final del día, el éxito o fracaso de esta iniciativa no dependerá únicamente del espacio museal ni de la estructura curatorial, sino de la capacidad de las organizaciones sociales de mantener su autonomía y persistencia frente a la inevitable cooptación simbólica que los espacios de poder tienden a imponer. En este sentido, la exposición es un terreno de prueba para nuevas formas de interacción entre la política y la estética, donde lo que está en juego no es solo, como mencionaba antes, la representación, sino la presentación directa de las realidades fragmentadas y persistentes de nuestra contemporaneidad.





en El mostrador, 30 de septiembre, 2024





















domingo, septiembre 29, 2024

«Restos», de Ernest Dowson

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




Se apagó el fuego y se ha perdido su calor,
(¡Este es el final de toda canción cantada por el hombre!)
se ha bebido el vino predilecto, quedan los restos,
amargos como el ajenjo y salados como el dolor;
y es que la salud y la esperanza han seguido el camino del sufrimiento
hacia el deprimente olvido de las cosas ya perdidas.
Los fantasmas nos acompañan hasta el fin;
esta era una amante, este, tal vez, un amigo.
Con ojos pálidos, indiferentes, nos sentamos y esperamos
a que baje el telón y la puerta se cierre:
Este es el final de todas las canciones cantadas por el hombre.




en Decorations: in Verse and Prose,1899













Dregs

The fire is out, and spent the warmth thereof, / (This is the end of every song man sings!) / The golden wine is drunk, the dregs remain, / Bitter as wormwood and as salt as pain; / And health and hope have gone the way of love / Into the drear oblivion of lost things. / Ghosts go along with us until the end; / This was a mistress, this, perhaps, a friend. / With pale, indifferent eyes, we sit and wait / For the dropped curtain and the closing gate: / This is the end of all the songs man sings.










Contribución a Dscntxt de Alejandra Zangla















 

sábado, septiembre 28, 2024

«Escenario», de Han Dong

Traducción de Miguel Ángel Petrecca




Cuando termine este cigarrillo voy a salir para una cena
Sentado en un taxi voy a cruzar la ciudad al atardecer
hasta llegar a una mesa iluminada por lámparas
Los amigos, algo excitados, irán llegando uno tras otro,
y unas luces vividas cruzarán sus caras
antes de reflejarse en los platos límpidos,
luego cada vez más sucios a medida que el sol
de todo un día se hunde en un vaso turbio de vino

Leí este escenario en el humo de un cigarrillo.






en Un país mental. 150 poemas chinos contemporáneos
Gog y Magog, 2023