lunes, marzo 27, 2023
Prólogo a Historia de la noche, de Jorge Luis Borges
domingo, marzo 26, 2023
“¿Recuerdas?”, de Manuel Magallanes Moure
¿Recuerdas? Una linda mañana de verano.
La playa sola. Un vuelo de alas grandes y lerdas.
Sol y viento. Florida al mar azul. ¿Recuerdas?
Mi mano suavemente oprimía tu mano.
Después, a un tiempo mismo, nuestras lentas miradas
posáronse en la sombra de un barco que surgía
sobre el cansado límite de la azul lejanía,
recortando en el cielo sus velas desplegadas.
Cierro ahora los ojos, la realidad se aleja
y la visión de aquella mañana luminosa
en el cristal oscuro de mi alma se refleja.
Veo la playa, el mar, el velero lejano,
y es tan viva, tan viva la ilusión prodigiosa,
que, a tientas, como un ciego, vuelvo a buscar tu mano.
sábado, marzo 25, 2023
«Escrito en el Templo de Zhang Xun y Xu Yuan», de Wen Tianxiang
viernes, marzo 24, 2023
“Cuando se fue Magdalena”, de Miguel Arteche
Cuando se fue Magdalena.
Cuando tan lejos se fue.
Nadie supo si llovía
la noche de su partida,
cuando se fue Magdalena,
cuando se fue.
Nadie vio si se alejaba
por el mar y la montaña.
Nunca se fue Magdalena,
nunca tan lejos se fue.
Nadie dijo si algún día
Magdalena volvería.
Nadie sabe.
Yo lo sé.
Nunca volvió Magdalena.
Yo, que estoy muerto, lo sé.
jueves, marzo 23, 2023
«Intromisión», de Denise Levertov
miércoles, marzo 22, 2023
“Cuando te levantas...”, de Paul Eluard
Cuando te levantas el agua se despliega
Cuando te acuestas el agua se expande
Eres el agua desviada de sus abismos
Eres la tierra que echa raíces
y sobre la cual todo se asienta
Produces burbujas de silencio en el desierto de los ruidos
Cantas himnos nocturnos en las cuerdas del arcoíris
Estás en todas partes suprimes todas las rutas
Sacrificas el tiempo
A la eterna juventud de la llama exacta
Que vela la naturaleza al reproducirla
Mujer tú engendras un cuerpo siempre igual
El tuyo
Tú eres la semejanza
en Antología de la Poesía Surrealista, 1961
Aldo Pellegrini, selección y traducción
martes, marzo 21, 2023
«Celebrando mi útero», de Anne Sexton
lunes, marzo 20, 2023
“Quizás”, de Vera Brittain
Quizás algún día vuelva a brillar el sol
Y veré que los cielos aún son azules,
Y sentiré otra vez que no vivo en vano,
Aunque me sienta privada de Ti.
Quizás los dorados prados a mis pies
Harán que las radiantes horas de la primavera
luzcan alegres
Y me serán dulces los blancos brotes de mayo,
Aunque Tú hayas fallecido.
Quizás brillen los bosques de verano,
Y las rosas púrpura sean bellas otra vez,
así como los campos de cosecha del otoño
un exquisito deleite,
Aunque Tú no estés ahí.
Quizás algún día no me retorceré de dolor
Al ver el paso del año moribundo
Y al volver a escuchar canciones navideñas,
Aunque Tú no puedas oírlas.
Pero, aunque el amable Tiempo renueve muchas alegrías,
Hay la más grande alegría que no conoceré
De nuevo, porque mi corazón al perderte
Se quebró, hace mucho tiempo.
Extraído de The First World War Poetry Digital Archive,
University of Oxford
Traducción de Carlos Almonte
Perhaps
domingo, marzo 19, 2023
«Dote», de Oswald de Andrade
sábado, marzo 18, 2023
“En el umbral de mi partida”, de Xu Lizhi
Quiero ver una vez más el mar abierto
y comprobar qué tan copiosas
han sido mis lágrimas de media vida
Quiero subir una vez más
el pico más alto de alguna montaña
e intentar llamar de vuelta a mi alma extraviada
Quiero acostarme en alguna pradera
y ojear la Biblia que me dio mi madre
También quiero acariciar el cielo
tocar con los dedos ese cremoso azul
Pero no podré hacer nada de esto
estoy por dejar este mundo atrás
Ustedes que han oído hablar de mí,
no se sorprendan de mi partida
menos aún suspiren o se aflijan
Estuve bien cuando llegué
y ahora que me voy, lo estaré también
3 de julio de 2014
en Poesía china contemporánea, 2019
Simplemente Editores
viernes, marzo 17, 2023
«Monólogos de la casta Susana: Sé que hablan de mí, sé que me espían», de Antonio Cisneros
jueves, marzo 16, 2023
“Las reformas sociales y la violencia”, de Aldous Huxley
“Cuanto mayor sea la violencia, tanto menor resultará la revolución”. Puede sacarse provecho meditando esta sentencia de Barthélemy de Ligt.
Para que pueda considerarse que una revolución ha tenido éxito, ella debe significar la realización de algo nuevo. Pero la violencia y los resultados de la violencia -la contraviolencia, la suspicacia y el resentimiento por parte de las víctimas, y la creación por parte de los que la perpetran de una tendencia a usar de violencias mayores son cosas demasiado conocidas y demasiado desesperantemente antirrevolucionarias. Una revolución violenta solo puede obtener los inevitables resultados de la violencia, que son tan viejos como el mundo.
O permítasenos más bien plantear el asunto de otra forma. No puede considerarse que una revolución haya tenido éxito, si no nos conduce hacia el progreso. Ahora bien, citando una vez más al Dr. Marett, el único progreso verdadero es el progreso en caridad. ¿Será posible, acaso, realizar progresos en caridad por medios que estén esencialmente desprovistos de caridad? Si consideramos desapasionadamente nuestra experiencia personal y los anales históricos, tenemos que llegar a la conclusión de que no es posible. Pero es tan vivo nuestro deseo de encontrar un “atajo” hacia Utopía, estamos tan parcialmente inclinados en favor de las personas que tienen opiniones parecidas a las nuestras, que rara vez nos hallamos en condiciones de conducirnos con el desapasionamiento necesario. Porfiamos en que los fines que creemos buenos pueden justificar el empleo de medios que nos constan ser abominables; seguimos creyendo, contra toda evidencia, que esos medios nocivos pueden lograr los buenos fines que deseamos. El grado hasta que pueden llegar a engañarse a sí mismas, personas de gran inteligencia, queda bien demostrado en los siguientes conceptos extraídos del libro que el profesor Laski ha escrito sobre el Comunismo. “Es evidente -dice- que sin la férrea dictadura del Jacobinismo, la República hubiera sido destruida”. A cualquier persona que se ponga a considerar imparcialmente el asunto, los hechos parecerán más bien demostrarle que fue precisamente la férrea dictadura del Jacobinismo la que destruyó a la República. La rigidez dictatorial llevó a la guerra exterior y a la reacción interna. La guerra y la reacción suscitaron la dictadura militar.
La dictadura militar resultó en nuevas guerras. Estas guerras sirvieron para que por sobre la extensión de Europa se intensificasen los sentimientos nacionalistas. El Nacionalismo llegó a cristalizar en una cantidad de nuevas religiones idólatras, que dividieron al mundo. (El credo nazi, por ejemplo, está contenido implícitamente, y hasta cierto punto llega a estar explícitamente expuesto en los escritos de Fichte). Al nacionalismo se le debe la conscripción militar dentro de los países y el imperialismo en el exterior. “Sin la férrea dictadura de los Jacobinos -dice el profesor Laski- la república hubiera sido destruida”.
¡Admirable concepto! Desgraciadamente, ahí están también los hechos. El primer hecho importante es que la República fue destruida y que la principal causa de la destrucción fue la férrea dictadura de los Jacobinos. Pero no fue este tampoco el único mal de que se hizo responsable la dictadura Jacobina. Llevó a los despilfarros y a las matanzas inútiles de las guerras napoleónicas, a la imposición a perpetuidad de la esclavitud militar, o conscripción, prácticamente en todos los países de Europa; y a la aparición de todas esas idolatrías nacionalistas, que amenazan la existencia de nuestra civilización. Un “récord” admirable. Y, sin embargo, personas que se creen revolucionarias persisten en suponer que empleando métodos esencialmente parecidos a los que usan los Jacobinos, ellas podrían lograr resultados tan diferentes de aquellos, como lo pueden ser la justicia social y la paz entre las naciones.
La violencia nunca puede ser el camino hacia un progreso verdadero, a menos que, como compensación y reparación, sea seguida por circunstancias no violentas y por actos de justicia y de buena voluntad. En tales casos, lo que realiza el progreso es el tratamiento compensatorio y no la violencia que tal tratamiento intenta compensar. Por ejemplo, hasta donde puede llegarse a considerar que la conquista romana de las Galias y la conquista británica de las Indias se tradujeron en progreso (y es difícil poder decir si lo realizaron, y totalmente imposible colegir si un adelanto parecido no hubiera podido alcanzarse sin conquistas), estos progresos se debieron totalmente al tratamiento compensatorio de las administraciones romana y británica, una vez terminadas las violencias. En aquellos casos en que el tratamiento compensatorio no sigue al hecho original de la violencia, como sería el caso de aquellos países que fueron conquistados por los turcos, no llega a cumplirse ningún progreso verdadero. (Cuando la violencia se lleva hasta sus límites extremos y se extermina totalmente a las víctimas, la pizarra queda limpia, y los perpetradores de violencia quedan en situación de empezar de nuevo por cuenta propia. Este fue el procedimiento que, rechazando la alternativa más humana propuesta por Penn, emplearon los colonizadores ingleses en Norteamérica, para solucionar el problema de los indios pieles rojas. Intrínsecamente abominable, esta política solo puede llevarse a cabo en países escasamente poblados).
Cuanto más se prolongue la violencia, tanto más difícil les resulta, a aquellos que la han empleado, encontrar la forma de realizar actos compensatorios no violentos. Se crea una tradición de la violencia y los hombres aceptan escalas de valores, de acuerdo con las cuales los actos de violencia se computan como hechos heroicos o virtuosos. Cuando esto sucede, como aconteció, por ejemplo, entre los Tártaros y los Vickings y como parecería que los dictadores quisieran que ocurriese entre los germanos, los italianos y los rusos, existen pocas perspectivas de que los efectos de la violencia sean anulados por actos de justicia y de benevolencia posteriores.
De lo expuesto se deduce que ninguna reforma tiene probabilidades de poder alcanzar los resultados que se propone, a menos que, además de ser bien intencionada, sea oportuna. Cuando las circunstancias históricas dadas susciten tanta oposición como para que sea necesario recurrir a la violencia a fin de implantar una reforma social, acometerla resulta criminalmente temerario. Ya que son muchas las probabilidades de que no solamente fallen los buenos resultados que se anticiparon para toda reforma que necesite de la violencia para ser implantada, sino también de que las cosas se pongan peor de lo que estaban antes. La violencia, como hemos visto, solo puede acarrear los resultados de la violencia; y estos efectos solo pueden ser anulados por una no-violencia compensatoria posterior a los hechos; en aquellos lugares en que la violencia ha sido empleada durante mucho tiempo, se forma un hábito de violencia y se les hace sumamente difícil, a los que la perpetran, trocar su política. Más aún, los resultados de la violencia van siempre mucho más lejos que los sueños más disparatados de los que recurren a ella, muchas veces con buena intención. La “dictadura de hierro” de los Jacobinos concluyó, como ya hemos visto, en tiranía militar, veinte años de guerras, conscripción a perpetuidad en la mayor parte de Europa y la aparición de la idolatría nacionalista. En nuestra época, la violencia de la opresión zarista mantenida durante tanto tiempo y la catastrófica y aguda violencia de la Guerra Mundial determinaron “la dictadura de hierro” de los Bolcheviques. La amenaza de una violencia revolucionaria mundial engendró el Fascismo; el Fascismo originó el rearmamentismo; el rearmamentismo ha determinado la desliberalización progresiva de los países democráticos. Solo el tiempo podrá decirnos cuáles serán los resultados finales de “la dictadura férrea” de Moscú. Actualmente (junio de 1937) las perspectivas son, por decir lo menos, tristes y oscuras.
Si es que queremos, entonces, intentar reformas en gran escala que no se corrompan por sí solas en el proceso de su implantación, debemos proceder de tal manera que no tenga que recurrirse a la violencia para imponerla o que, en el peor de los casos, se necesite usar de muy poca violencia.
(Es bueno tomar nota, a este respecto, que las reformas implantadas bajo el estímulo del temor a violencias de países vecinos y con el objetivo de poder usar más eficientemente de la violencia en guerras internacionales futuras, se corrompen tanto a la larga, como las reformas que solo pueden implantarse recurriendo a alguna forma de temor doméstico. Los dictadores han logrado muchas transformaciones en gran escala, dentro de la estructura de las sociedades que gobiernan, sin haber tenido que recurrir al temor. El pueblo consintió estas transformaciones, porque había sido persuadido, mediante intensa propaganda, de que eran necesarias para poner al país al abrigo de una “agresión extranjera”. Algunos de estos cambios han participado de la naturaleza de las reformas deseables; pero hasta donde hayan sido calculados para hacer más eficaz al país como máquina de guerra, tienden a incitar a los demás países al mejoramiento de su propia eficiencia militar y hacen de este modo más probable el advenimiento de la guerra. Pero la naturaleza de la guerra moderna es tal, que parece inverosímil que ninguna reforma deseable pueda sobrevivir a la catástrofe. Puede verse, de este modo, que reformas intrínsecamente deseables y que hayan sido aceptadas sin oposición pueden, sin embargo, degenerar, si la comunidad ha sido persuadida de aceptarlas, mediante propaganda dirigida a despertar su temor a extrañas violencias futuras, o a ensalzar la gloria de futuras violencias perpetradas con éxito por uno mismo).
Volviendo a nuestro tema principal, que es la necesidad de evitar las violencias interiores durante la implantación de las reformas, vemos que una reforma puede ser intrínsecamente buena, pero tan inoportuna en determinadas circunstancias históricas, como para ser prácticamente inútil. Esto no quiere decir que tengamos que caer en el error enorme en que incurrió Hegel -y que repite con entusiasmo todo tirano moderno que tenga algún crimen que justificar o alguna locura que racionalizar-, el error que consiste en afirmar que lo real es lo racional, y que lo histórico es lo mismo que lo ideal. Lo real no es lo racional y todo lo que existe no es legítimo. En cualquier momento histórico dado, lo real, tal como lo conocemos, contiene algunos elementos racionales que han sido incorporados laboriosamente a su estructura por el esfuerzo paciente del hombre; entre las cosas que existen, algunas son más justas y mejores que otras. Por consiguiente, el más elemental sentido común exige que, cuando implantemos reformas, tratemos de preservar todos aquellos elementos del orden existente que posean algún valor.
Pero no es todo. Los cambios para la mayor parte de los seres humanos son profundamente penosos. Y siendo así, haremos bien en mantener aquellos elementos constitutivos del orden existente, que no sean ni particularmente nocivos, ni especialmente benéficos, sino simplemente neutros. El conservatismo humano es un hecho, en cualquier situación determinada de la historia. Es por ello muy importante que los reformadores sociales se abstengan de emprender transformaciones innecesarias, como transformaciones de magnitudes asombrosas. En todo lo que fuese posible, las instituciones familiares debieran extenderse y desarrollarse de manera que puedan producir los resultados deseados. De este modo, la cantidad y la intensidad de movimiento opositor a transformar y el riesgo de tener que emplear procedimientos violentos, podrían reducirse al mínimo.
en El fin y los medios (Capítulo IV), 1937
miércoles, marzo 15, 2023
“Campo Santo”, de Heddy Navarro Harris
Los muertos
llevan puestas sus parcas coreanas
aprietan sus maletines negros
mascando chicle
se deslizan
en suaves patines alemanes
Las muertas
llevan medias y tacones altos
tiñen su cabello
electrocutan sus pestañas
someten su rostro
a estucos torturantes
además cojean
disimulando un dolor de dedos comprimidos
Muertos mis muertos
lapidarias sus sonrisas
amortajadas sus palabras
veladas sus miradas
tomando el fresco
del cementerio nuestro
martes, marzo 14, 2023
«Adiós libros míos», de Kenzaburō Ōe
lunes, marzo 13, 2023
“La mujer que estoy queriendo”, de Antonio Gil
Ella se acoda en la mesa
y los ángeles de los pueblos chicos
vienen a mirarla
con tristeza de días seguidos
y horas de flauta en la lluvia.
Detrás de la puerta,
ya el invierno prepara
la velocidad de sus caballos
por el campo
y pastorea por los patios
un viento de hojas secas
y ovejas escolares.
Arde en la noche de la ciudad
sonando una guitarra
como por el bosque
un hacha de filo antiguo
recién inaugurada,
ella me mira entonces, largamente,
asomando su mirada más allá de mi rostro
y el rostro cotidiano
de todos los objetos...
(no haya más palabras,
todo queda dicho)
Yo navego el amor entonces,
arbolo el amor con una vela
a partir de sus ojos míos
y por la ciudad se aleja ardiendo
y al galope
una nueva guitarra hacia los huertos.
en Poesía para el camino (Antología), 1977