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miércoles, agosto 27, 2025

«Una ventana», de Jorge Teillier



Naima 
(4 de septiembre 2012 - 27 de agosto, 2025)

 
Todas las nubes
me anunciaban que tú llegarías, 
cuando despertaba para volverme 
hacia la ventana de los sueños.
Pero tú debías extraviarte:
los pájaros se comían las migas
que sembré para señalarte el camino.

Alguien vestido siempre de negro te vigilaba 
y quería transformarte en otra,
para que yo no te reconociera.
Hasta que de pronto nos encontramos
y la realidad hecha pompas de jabón 
voló de retorno al país de la pureza.



en Poemas del País de Nunca Jamás, 1963









A propósito de la muerte de nuestra hijita Naima, la gatita más bella del cosmos













lunes, agosto 25, 2025

«No hay tiempo enlutado», de Víctor Ortega Cabezas




 
En torno al cadáver
la muerte nos muestra su rostro
pálido y enaltecido,
la contemplamos
y olvidamos nuestro propósito.
Mientras la ciudad duerme,
se escucha en la ciega noche
la celebración de alguna boda triste,
el estruendo de una noche caída.

La iglesia con sus cortinas de terciopelo
anuncia la llegada,
en tocata y fuga
inundando el cielo babilónico.

Ni los óleos decorativos,
ni los ojos más vidriosos
no pueden evitar las campanadas,
no pueden evitar ese olor a entierro.



en El espacio de la muerte, 2025















miércoles, agosto 20, 2025

«O'Higgins», de Bárbara Délano




Para el doctor Walter

Odio tener que hablar de O’Higgins
como el padre de la patria
porque sé que no es padre de nada
porque no sé si mi patria tiene padres
porque patria es un nombre feo
En cambio me gusta la palabra pueblo
porque es ancha ancha y ruidosa

Al doblar la esquina
me asaltan los perros tras las rejas
mientras pienso en qué diré sobre un muerto

Odio tu vieja cara inmóvil O’Higgins
detesto el horario que me imponen
cuando sólo quiero escribir
y salir a la calle
con mis caballos rojos
quemándose por dentro

Acuso a las construcciones
a las fortalezas
que se levantan en mis pesadillas
desde donde asoman rostros obscuros
manuales textos
desde donde cuelgan
tus retratos tricolores

Odio la sala de clases donde babean eunucos
vanagloriando incluso tus derrotas
Odio las viejas ideas sobre estandartes
y monumentos
porque los monumentos deben hacerse
a la hora del desayuno
quizás a la de almuerzo
porque los monumentos se hacen
sin discursos y no se exhiben en las plazas

Odio al que pasa por alto
se hace el que no sabe
que también fuiste hijo natural

Odio el odio que te tengo
abuelo Bernardo
por culpa de ellos
y aunque te tienen adornando las oficinas
públicas
yo creo en el parque que lleva tu nombre
y creo en la micro del recorrido O’Higgins 2A
con gente colgando
por las tristes calles de Santiago




en Antología de la generación del 80, (Andrés Morales ed.), 2010













Contribución indirecta a DscnTxt de Javier García Bustos

















lunes, julio 21, 2025

«Desde abajo», de Gonzalo Rojas



Gonzalo Rojas con el presidente Salvador Allende (1970)
 

Entonces nos colgaron de los pies, nos sacaron
la sangre por los ojos,
                                        con un cuchillo
nos fueron marcando en el lomo, yo soy el número
25.033,
             nos pidieron
dulcemente,
casi al oído,
que gritáramos
viva no sé quién.

                               Lo demás
son estas piedras que nos tapan, el viento.



en Oscuro, 1977















martes, julio 01, 2025

«Mar pequeño del que peregrina (Diario de huerta)», de Diego Alfaro Palma

Fragmento




No sé qué me gusta más, si escribir o caminar. A ratos pienso que son casi lo mismo. No sé muy bien por qué hago uno o lo otro, tampoco me interesa saber para dónde voy cuando tomo el lápiz o los zapatos: salgo a dar una vuelta. No ambiciono libros, tampoco grandes historias, pero hace unos días me dijeron que debería usar plantillas: gasto las suelas para un lado. En realidad, esto ya lo sabía. No tengo muchos zapatos ni zapatillas, pero todas están gastadas de la misma forma. Me preguntaron si acaso me dolía la espalda. Nunca pensé en eso, pero sé que me va a cobrar la cuenta cargar tantas cajas en las librerías que trabajé. En los últimos días tuve una caminata distinta hacia el cerro La Huinca en Limache, un viaje habitual en mí, pero esta última vez fue extraño o mi cuerpo se sintió extraño; el camino de siempre se había convertido de arcilla a polvo, mi nariz comenzó a sufrir alergia, mis ojos apenas podían ver, el cuerpo me picaba. La Huinca en los inviernos de mi infancia y juventud era un lugar verde, poblado de cantos de pájaros, pero se ha ido convirtiendo en una explanada de tierra seca, espinos secos, boldos secos, canales secos, litres secos. Desde su altura se puede ver montañas verdes de paltos que han absorbido el agua que hace falta. Las paltas o aguacates viajan miles de kilómetros hacia supermercados desconocidos. La Huinca era un poema que había escrito mi abuelo y que habían continuado mis padres. Era el lugar a donde me iba a esconder o a escapar en mi bicicleta, y quizás algún día sea otro punto del desierto. Entonces pienso si podré seguir escribiendo cuando ese lugar desaparezca, cuando el fuego le pase por encima o una sorpresiva lluvia produzca un aluvión. La lluvia hoy es algo impensable y sin embargo la espero. La nostalgia me parece algo impensable. Si la escritura es igual a caminar siento que ninguna de las dos es totalmente inútil. 

Camino porque otros escribieron y escribo porque otros caminaron hacia una cima similar.




Publicado por Portaculturas, Córdaba (Argentina), 2025







Pueden comprarlo en Chile en Libro Verde






viernes, junio 27, 2025

Dos entrevistas a Amanda Durán



(1982-2025)


I. «La muerte es tan democrática y permanente». 
Entrevista de Giovanni Astengo
 
En esta conversación, realizamos un periplo por la escritura desde el cuerpo, lo sagrado y lo pagano, la muerte y sobre todo por la fuente inagotable del quehacer poético, lugar que hoy Amanda, trabaja de la mano de la reconocida gestora cultural chilena María Luisa Lanas.

En tu poesía hay un tejido, un nudo inexorable, que vincula el ser mujer en relación al cuerpo, sentirse, pensarse, intuirse desde ese corpus parlante, vivido y siempre al límite del influjo y reflujo de los fluidos de sangre o de semen; un cuerpo colmado de dolor, de erotismo y de auto-conocimiento, «He intentado no amar después de los muertos», repites tres veces en un poema de tu segundo libro, Ovulada, publicado en Chile y España. ¿A partir de qué contexto personal y social configuras esta poética, a veces, hermética; y de qué forma operan estas imágenes que podrían ser «duras» para un lector más conservador?
La poesía en mi trabajo es el confesionario por excelencia, lo relaciono mucho al diario de vida por lo íntimo del proceso, un camino tan personal, como una búsqueda de sanación perpetua. El cuerpo claramente es otra constante, termina siendo el ánfora de toda esa experiencia, antes de ser escrita. Mi conexión con esa palabra y todo el cuerpo son mi único soporte real para la vida. Nudo es ese primer proceso de exploración donde todo esquema filoso y catalogador como ser mujer, hija, madre, huérfana o hermana se interrogan entre sí, mutuamente. Me gusta tocar la realidad como un collage físico que puede descomponerse, que puede abrirse como una carta o estudiarse como este caso, el caso de Nudo que es una autopsia.
 
Mientras reviso tu libro Antro (Misa para señoritas), publicado el año 2010, por Árbolanimal, Argentina. Leo: «Putita de Dios / que quitas el pecado del mundo». Y pienso en Sylvia Plath, Sinead O’Connor, Safo, etc. Este libro establece una solemnidad al seguir ciertas pautas tanto de la religiosidad oficial –usando el latín– o la plegaria solitaria sola con un crucifijo en la mano, como diciendo «Yo, la peor de todas», como Sor Juana Inés de la Cruz. Pero sin dudas lo que llama la atención , es que en este formato de misa dominical, pases a lo pagano, a las ninfas del bosque del «entusiasmo». ¿Cuál es el desarrollo de este «Cántico» rituálico, donde vuelve a aparecer el cuerpo de la mujer de forma más celebratoria, a diferencia de Ovulada?
Antro es el estremecimiento ante el otro, en este caso «la otra» esa que no tiene altar. El desamparo de una mujer muerta que no puede homenajearse. Empecé a escribirlo tras el asesinato de una gran amiga a manos de su pareja. Ella descansaba en un gran congelador, donde su sangre se endurecía en sacrificio por todas las que seguíamos vivas. Ese terremoto emocional me llevó a querer hablar con mujeres abusadas y buscar en las oraciones sacras, esas en las que la diosa pagana fue sincréticamente sustituida por una virgen o por una Eva. En el texto oficial de la santa misa hay una de estas lecturas, el «Salve Regina». Una de las pocas menciones en que la mujer no es quien puede rogar por nosotros, sino a quien rogamos desde el desamparo, es un extracto hermoso que incluí en el libro y que en español dice así:

«A ti clamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas»

Yo sé que este libro puede parecer grotesco, es sumamente grotesco, como el modo en que murió Kajsa, como el ruido de un minutero por cada mujer que es violada y asesinada en algún lugar del mundo.

Yo fui amigo de tu madre, Tamara Durán, más conocida como «La Perestroika», gran performista en los años de dictadura, y en tu último libro La Belleza (Amargord, España, 2016) lo que suena de fondo es un verdadero requiem a tu madre, sin la normativa formal de este tipo de escritura o reglas musicales. No obstante, no deja de conmover tu visión con respecto a la muerte de Tamara, y pienso en el poeta Humberto Díaz-Casanueva y su Requiem a su madre, pero es mejor Seru Girán –como dices– con «Hundiendo el Titanic», porque siento que ella se te «aparece» o tu recuerdo pasa más por lo nimio que por lo grandilocuente. ¿Cómo se puede escribir después de una experiencia vital tan fuerte?
Escribir o pintar son dos caminos hermosos para romper el llanto de una experiencia así de fuerte. La muerte es tan democrática y permanente, todos cargamos con ella o sobre ella. La Belleza es un intento de acompañar a Tamara en esa muerte tan lejos y violenta. Convencerla que había tenido un último día hermoso, tomar su cabeza y dejarla escapar. Siempre lo pensé así, en mi necesidad de acurrucarla y darle esa despedida romántica o poética, pero verso a verso la que se iba despidiendo era siempre yo. La que se arrojaba al precipicio de vivir sin madre. La que nacía una vez más para asumirse huérfana. Es un libro al que le tengo profundo cariño por el tremendo aprendizaje que ha significado siempre leerlo.

¿Cuáles son tus apreciaciones con respecto al Estallido social, el post-estallido, la pandemia y el feminismo?
Acá prefiero citar Plan de evasión, del genio Bioy Casares. Se trata de una prisión clandestina en la que el recluso ignora su condición de encierro. Para lograr esto Castel, quien dirige el proyecto, interviene quirúrgicamente los órganos de algunos presos, con el fin de alterar todo lo que perciben. Ellos, por ejemplo, pueden ver enormes paisajes en vez de rejas tras la operación de sus corneas. La prisión se convierte en una isla que, aunque tendrá muros de agua y mantendrá la sensación de encierro, también formula esa idea de «oportunidad» que toda Isla desierta tiene. Entonces a nivel subconsciente los individuos de este relato son libres y sólo la noción de confinamiento podría realmente confinarlos.

Quizás no estábamos más libres antes, teníamos esas «corneas adulteradas», pero ahora que hemos vivido el estallido con todo lo que implica (uno de sus bellos matices es la manifestación multitudinaria del feminismo) y ahora que incluso casi medio millar de jóvenes han perdido sus ojos, creo que estamos mucho más cerca de ver y de encontrar caminos. Puede que estemos encerrados, pero ya tenemos garantizada la posibilidad de soñar lo que queremos vivir cuando estemos afuera, juntos.


en Periódico Carajo, 23 de junio, 2021



II. «Mi poesía es muy confesional, me relacioné con la poesía desde lo íntimo, desde la libertad absoluta de poder decir todo lo que yo sintiera». 
Entrevista de Ariadne Agámez

En el marco de la versión número 32 del Festival Internacional de Poesía de Medellín, Publimetro habló con la reconocida poeta.

«Me advirtieron, que a las mujeres que buscan se les descose el rostro, que andan por ahí, chorreando esa herida horrenda, que están solas, tan solas, que se les calca una foto en blanco y negro y un adónde, y ellos dicen: no hay nadie», fragmento del poema «Hoja Blanca», que revela cómo a través de las letras, la poeta logra expresar su más profundo dolor por la violencia que viven las mujeres en el mundo.

Amanda Durán nació en Chile, en 1982. Es escritora y artista visual chilena. Su obra ha sido publicada en Perú, España, Chile, Uruguay y Argentina. Participando, además, de antologías en Suecia, Francia, Guatemala, México y Canadá. Sus libros son Zona primavera; Ovulada, libro publicado en Chile (MAGO Editores); España (Amargord Ediciones); y Perú (Altazor Ediciones); Antro, misa para señoritas, presentado en Uruguay (La Propia Cartonera), Argentina (Árbolanimal) y Chile (Ediciones Colectivas Periféricas); La Belleza, España (Amargord Ediciones), y finalmente Nudo en Chile (MAGO Editores) que reúne extractos de sus últimos tres libros.

¿Quién es Amanda Durán?
Soy una poeta construida con el amor de un abuelo que me enseñó poesía desde los ocho años, para rescatarme de la tristeza y fue el mejor regalo que pudieron haberme dado. Mi primer libro se publicó a los 12 años y he tenido la suerte de estar muy bien acompañada por escritores que admiro, que me han dado el apoyo, como N. Parra, que prologó mi primer libro; de ahí en adelante, mis otros maestros Patricio Manns y Raúl Zurita.

¿Cuál fue esa tristeza de la que la poesía logró rescatarla?
Las tristezas de los tiempos, la herida de la familia disfuncional, que es una herida transversal en este momento para todos los seres humanos y en algunos casos se soporta más y en otros menos. Tiene que ver justamente con esa ausencia del amor nutricional, que olvida a veces escuchar la voz de los  niños y de las mujeres. Mis padres se separaron y no iban a vivir conmigo. Eso a los ocho años me provocó una depresión, de la que me rescató sólo la poesía. De ahí en adelante, la poesía ha sido mi bastón para la vida.

¿Cómo fue la experiencia de escribir el primer libro siendo tan joven?
Era como un juego, como para un niño jugar lucha o dibujar, para mí era dibujar historias con las palabras. Mi abuelo me regaló el concepto de la licencia poética, que es que en el papel y gracias al lápiz tienes un universo ilimitado y permiso para decir lo que quieras, transformar las palabras en lo que quieras y mezclar el lenguaje como quieras.  En el libro hay poemas desde los 8 hasta los 12, no tiene una temática esencial, pero básicamente es una niña jugando con varios conceptos, las alas de los ángeles, la familia y los niños.

¿Qué fue lo que marcó el proceso de convertirse en poeta desde tan temprana edad?
Lo que más me marcó fue tener la posibilidad de relacionarme con grandes poetas. Desde muy niña haber sido invitada a lecturas, encuentros y poder conocer un tipo de escritura que en el colegio no enseñaban y eso me explotó la cabeza. Desde niña tengo la noción de que la poesía es un derecho humano y que, lamentablemente, no está considerada en las mallas pedagógicas. Se nos enseñan ciertos poetas en cada país, ciertos poetas extranjeros, algunos nacionales, pero no se nos muestra esta gran variedad de voces y esta capacidad de esa licencia poética, que para un niño puede transformar la vida. La palabra es lo primero que utilizamos para comunicarnos y cuando aprendemos a hablar tendemos un puente con el otro y ese puente puede manifestar nuestro interior de un modo que sabemos manejar todos los seres humanos en nuestros lenguajes e idiomas.

¿Cómo describe su poesía?
Mi poesía es muy confesional, me relacioné con la poesía desde lo íntimo, desde la libertad absoluta de poder decir todo lo que yo sintiera. Finalmente fue mi puente para decir todo lo que no estaba diciendo en la vida. Por eso también la rescató como mi gran salvavidas. Mis libros fueron mis gritos de auxilio en distintos momentos mi vida. La Ovulada tiene mucho que ver con esta maternidad violenta, una relación abusiva, esta relación con el padre maltratador y la pareja en la que se convierte. En Antro, veo a otras mujeres vivir sus propias luchas y sus propias experiencias de las heridas que va cargando. En esa época mi mejor amiga fue asesinada por su pareja en Suecia, eso me afectó profundamente. Luego viene el libro siguiente, La Belleza, en el que me relaciono con la muerte de mi madre, reconciliándome con esa idea, porque todo se relaciona, mi madre también fue víctima de violencia machista y fue asesinada. En ese libro decidí enfrentarlo, no con rabia, sino asumir la belleza de quién había sido mi madre, la belleza de su partida y la belleza que tiene el dolor también. Zurita es un poeta chileno a quién admiro mucho y dice que «el poeta es aquel que viene del paraíso, que en su dolor de no tenerlo responde con poesía. La poesía, incluso la más triste, no está contando esa experiencia del paraíso. Todos mis libros tienen un proceso muy orgánico, muy real.

¿Cómo ha sido el recorrido de las mujeres poetas en el mundo?
Tenemos una larga historia de mujeres poetas maravillosas que lamentablemente tuvieron finales bien tristes y trágicos a nivel mundial. La mayoría de las mujeres, la misma Gabriela Mistral, la poeta chilena, que si bien no se suicidó terminó autoexiliada, viviendo sola, en un país lejano, siendo descartada por sus pares masculinos en Chile, siendo que ganó el Nobel. Nuestra misión como poetas es sobrevivir para entregarle esa posta a las que vienen, de que de poesía no se muere. Justamente la poesía para la mujer ha sido tan peligrosa, porque se ha relacionado con la escritura desde el diario de vida, muy íntimo, muy secreto, muy tuyo. Es una relación muy auténtica. El hombre, en cambio, su relación ha sido desde el escrito formal, lo aceptado por la sociedad como la palabra auténtica, científica, por tanto está más desde lo de afuera, tiene un tema muy diferente a la poesía de las mujeres que viene con una historia espiritual de autorrescate, esa poesía confesional que refleja la vulnerabilidad, que muy pocos quieren aceptar. Debemos apoyarnos mucho como mujeres, escuchar las heridas que venimos a contar y cuál es el paraíso del que venimos a dar un mensaje.

¿Cómo ha sido llegar al Festival en Medellín?
Feliz. Este es un festival que todo poeta sueña experimentar y ha sido como estar en un sueño, pero consciente para llevarme todas las experiencias posibles.



en Publimetro (Colombia), 28 de julio, 2022





Fotografía original de Juan Augusto Cardona






















jueves, junio 26, 2025

«Bajo la luz…», de Amanda Durán




 
Bajo la luz: la lámpara,
el filo, el tajo del aire,
ella,
ahogada por la angustia
contenida por el muro y esa
escalera a la nada, que prometía
una vía de escape.





en La belleza, Amargord, 2017



















miércoles, junio 25, 2025

«Edad de oro», de Jorge Teillier


 
Jorge Teillier junto a Sybila Arredondo y León Ocqueteaux 
en la casa de Hernán Cortés #2839, Santiago de Chile
Noviembre de 1959. Sin datos del autor.


Un día u otro
todos seremos felices.
Yo estaré libre
de mi sombra y mi nombre.
El que tuvo temor
escuchará junto a los suyos
los pasos de su madre,
el rostro de la amada será siempre joven
al reflejo de la luz antigua en la ventana,
y el padre hallará en la despensa la linterna 
para buscar en el patio
la navaja extraviada.

No sabremos
si la caja de música
suena durante horas o un minuto;
tú hallarás —sin sorpresa—
el atlas sobre el cual soñaste con extraños países, 
tendrás en tus manos
un pez venido del río de tu pueblo,
y Ella alzará sus párpados
y será de nuevo pura y grave
como las piedras lavadas por la lluvia.

Todos nos reuniremos
bajo la solemne y aburrida mirada 
de personas que nunca han existido, 
y nos saludaremos sonriendo apenas 
pues todavía creeremos estar vivos.




en El cielo cae con las hojas, 1958
Versión definitiva en Descontexto Editores, 2025












Pueden comprarlo escribiendo a descontextoeditores@gmail.com
o en las mejores librerías de Chile y Argentina gracias a BigSur


















martes, junio 24, 2025

HOY a 90 años de su nacimiento / Presentación de El Cielo cae con las Hojas de Jorge Teillier






Descontexto Editores
& Bar Liguria
los invitan a la presentación 
de 
El Cielo cae con las Hojas
del poeta lautarino
Jorge Teilier
a 90 años de su nacimiento

Edición de Juan Carlos Villavicencio


con la participación de las poetas
Elvira Hernández
Macarena Urzúa
y el poeta
Cristián Gómez Olivares

Música de Lux Violeta
(Jessica Sequeira & Carlos Mejía)


Martes 24 de junio · Bar-Restaurant Liguria 
Merced #298 · Barrio Lastarria · 19:00 (Chile)

         















lunes, junio 23, 2025

«El cielo cae con las hojas (poemas de Jorge Teillier)», de Jaime Valdivieso




 
Siempre hemos pensado que el arte es una especie de mediana, vasta o diminuta región, por la cual atravesamos unos cortos o largos momentos, y cuya huella, muchas veces, perdura largamente en nosotros.

En pocas oportunidades hemos tenido la impresión más auténtica de vivir esta singular experiencia en que consiste el arte, como a través de los libros de Jorge Teillier: Para Ángeles y Gorriones y El Cielo Cae con las Hojas, recientemente publicado.

Este ultimo libro, aunque menos fresco, tal vez menos luminoso que el primero, tiene no obstante la misma línea temática, mayor madurez espiritual. Se hace en estos poemas más evidente, más definitiva, su visión de la realidad, de la vida, en la que juega un papel importantísimo el factor tiempo, como categoría de la existencia, y que se expresa a través de una nostalgia por las cosas idas y a la vez como ansiedad de un mundo distinto, ideal, más justo, más puro, más bello.

Poesía fuera del tiempo: de ahora, de ayer, de mañana, de muchos años más, pues, aunque hecha con elementos más cerca del ensueño y de la magia que de la realidad, se afirma, sin embargo, en ideales que pertenecen a la esencia del hombre y que son de siempre. Tal vez, única en nuestra literatura, la poesía de Jorge Teillier nos introduce en un universo como aquel que descubrió el Grand Moulnes, plagado de duendes, de seres misteriosos, que se mueven en silencio, vagamente, o no se mueven y que a veces desaparecen dejando tras de sí sólo una leve estela: «Una sombra se sienta junto al telar roto; / Frente a la puerta / nos estrechamos las manos / y partimos sin mirar atrás; / Hemos llegado cerca de un pueblo / la niebla rodea casas que apenas existen».

Si diéramos la oportunidad a este poeta de organizar un mundo a su imagen, de seguro que nos encontraríamos en una región particularísima, un tanto eglógica, en donde veríamos algunas ovejas, bajo unos sauces, niños, junto a un estero; mirando absortos las ondas de un agua transparente; y más allá, en una casa con palomas y gallinas, una hermosa muchacha triste, pálida; vestida de otra época.

Si examinamos su estructura formal veremos que ella coincide exactamente con su espíritu. Su sintaxis es lenta, entrecortada, sin ligazón gramatical muchas veces, sino simplemente unida por el clima psicológico que hace además que cada rasgo concreto, regional, propio del sur de nuestro país, deje de ser dato meramente ilustrativo para elevarse, en su conjunto, al plano de la mejor poesía universal.

No obstante, todo lo anterior, cabría señalar al poeta cierta insistencia en el uso de algunas palabras como «antiguo», «olvidado», «viejo», «extraño», «gastado», que al repetirse en ciertos giros con demasiada frecuencia, pierden persuasión poética y caen en el mero recurso mecánico.




en Las Últimas Noticias, martes 7 de abril, 1959











Contribución a DscnTxt de Tomás Harris



















martes, junio 17, 2025

«Nuestra carencia», de Micaela Paredes




 

Si el universo avanza
hacia su desintegración
si el tiempo es hambre y el espacio es frío
nuestra carencia no tiene remedio
nuestra carencia es el remedio
porque no es nuestra porque no
                                         somos
más que agua aprisionada

            un cuerpo

sometido a la gravedad
a las leyes
de la entropía

maneras de representar el infierno
de ser materia y no poseer
más que una imagen.




en Propétides, Editorial Devenir, 2024


















lunes, junio 16, 2025

«Insomnio», de Antonieta Rodríguez París




 
Desperté en la casa solitaria
sentada en el borde de la noche
con un silencio redondo de nostalgia.
Había soñado con una vida de árbol
o de estrella
y con la sombra de los acantilados
que nunca había visto.
En el contorno de un camino
suspiré tu nombre
como el rododendro enfermo
a los pies de la luna llena.
La tristeza de los ventanales
reflejaba un largo purgatorio.




en Poemas gramaticales, 1988














viernes, junio 06, 2025

«El hombre obscuro», de Gonzalo Millán





El hombre obscuro tuvo una mujer clara, 
luminosa como una uva…
Hombre obscuro y mujer obscura.
No hubo caso. Su luz lo molestaba, 
protegía sus ojos con lentes ahumados.
Hombre obscuro y mujer obscura.
La separación fue un parto, la luz se fue, 
el nacimiento de un ciego.
Hombre obscuro y mujer obscura.
Solo. Vivía en un embudo negro, tapado, 
negro.
Hombre obscuro y mujer obscura.
Salía en las noches, buscaba.
Miraba su rostro en las pozas.
Hombre obscuro y mujer obscura.
En un cine negro sus piernas y manos 
se tocaron.
Hombre obscuro y mujer obscura.
Bajo un paño de fotógrafo se dieron 
el primer beso.
Hombre obscuro y mujer obscura.
Bebieron café negro luego tendidos en el lecho de caoba.
Hombre obscuro y mujer obscura.
Se encontraron.
Hombre obscuro y mujer obscura.
Van al zoológico a buscar la claridad 
en las pieles de los animales.
Hombre obscuro y mujer obscura.
Desesperados…


Gonzalo Millán
Estudiante. 19 años. Es su primer poema publicado. 
(en Orfeo, 11-12, 1965)













viernes, mayo 30, 2025

«Twilight», de Jorge Teillier





Todavía yace bajo el manzano
el tílburi cansado de los abuelos. 
¿Quién recogerá esas manzanas 
donde aún brilla un sol de otra época? 
El cerco se pudre.
La ortiga invade al jardín.
Alguien mira al tílburi
y apenas lo distingue
en la luz oscilante
entre la tarde y la noche.

Bodas y entierros.
Una tarde entera luchando contra el barro 
cuando íbamos al pueblo recién fundado.
Un viaje de ebrios entre la susurrante penumbra 
esquivando las ramas enloquecidas.
Viajamos y viajamos
aún sabiendo que todo no puede sino terminar 
en una casa miserable desde donde se mira
esa luz obstinada en pelear contra la noche.

¿Quién recogerá las manzanas
donde aún puede vivir un sol de otra época?
La ortiga invade el jardín.
El día no alcanza a refugiarse en la casa.
Para huir de la oscuridad sólo hay un tílburi cansado 
que no se cansa de luchar contra la noche.




en El cielo cae con las hojas, 1958
Edición definitiva por Descontexto Editores, 2025















lunes, mayo 26, 2025

«Külla marri purra», de Jaime Huenún





Hay ausencias que viajan por los sueños
como vientos marinos,
Gregoria Carilaf.
Hay palabras que la poderosa muerte
no entiende ni pronuncia,
Bernardo Nahuelcoy.
Hay canciones que florecen en secreto
de los muertos sin tumbas,
Juan Segundo Tralcal.
Hay mujeres que buscan silenciosas
tu corazón perdido,
Ceferino Yaufulem.
Aún te esperan los trigales alados
y tu caballo blanco,
Gervacio Héctor Huaiquil.
Aún te llora el Cautín de los patitos
y de las aguas nieve,
Juanito Cheuquepán.
Todavía te cantan los laureles
de San Juan de la Costa,
José Panguinamún.
Todavía sangran los matorrales
que acunaron tu cuerpo,
José Avelino Runca.
¿Sigues solo mirando frente al río
veloces golondrinas,
Mateo Panguilef?
¿Aún escuchas el golpe de las olas
y el canto de las hualas,
Alejo Nahuelhual?
Se te ha visto feliz en Nehuentúe
buscando piedras de oro,
Francisco Curamil.
Se te ha visto pelear contra tu sombra
en playas de Pelluco,
Carlitos Coñoecar.
¿Tienes hambre y sed de vino rojo
en los bares de Rahue,
Juan Neicul Maripán?
¿Todavía esperas luz y leche
frente al fuego de marzo,
Marina Painemún?
No hay silencio que no tiemble y abrace
el sonido boscoso
de los nombres caídos.
No hay amor ni herencia ni combate
que no deje mil huellas
en la tierra y el sol.



en Ceremonia de los nombres, 2021







 









martes, mayo 13, 2025

«hace horas que nieva…», de José Mansilla





hace horas que nieva
y damos vuelta las palabras
al compás del círculo que describen
todos los caminantes
blanquea y en los límites del agua deshecha
tejemos la red del futuro
puede nevar así
y volver a encontrarnos en esta calle
con el mismo paradero aonikenk 
donde otros habladores
contemplaron la nevisca
pintados de blanco
ardiendo de rojo
cerca del fuego
 


en Voces en el silencio, Ediciones Kultrún, 2004















viernes, mayo 09, 2025

«Canto al Ejército Rojo», de Pablo de Rokha

A 80 años de la victoria sobre los nazis





¿A cuál entraña virgen le vaciaste un mundo de fuego, y te forjaste, en condición de espada y mito?
¿De dónde emerges tú, ceñido de banderas ardiendo y cabezas 
de tormenta, criatura asombrosa, la cual abarca mil leguas 
reales de punta a punta del corazón?
Carro de oro de la antigüedad, ¿en qué océano de sangre hirviente se bañó tu cara de gloria?

Rumorosas bayonetas, amapolas de sol, dan grandes vacas dulces y 
extranjeras, nacen los padres-ríos en ti, y su gran barba conyugal 
se incendia en el ciclón de horror de las batallas, en cuyo enorme 
y gigante lomo cantan las naranjas, con su pollera de jovencitas 
estudiosas; un caballo de espanto te cruza, gritando con 
una puñalada en la garganta, mientras tú montas tu león, 
aparejado con la montura de Dios en las montañas del Génesis,
todo de rojo son libertador ungido,
los antepasados de Alemania besan tu frente de sauce tronante 
y de jornada de toro,
y la Humanidad se te entrega en su lecho de llanto.

       Sí, las antiguas sombras del Señor de los Ejércitos te sonríen,
la voluntad mundial de Stalin relampaguea en su cuero de siglos, 
picoteando los acrisolados fusiles proletarios,
y la ley divina te ampara, porque EL SOLDADO LENIN marcha  
a la cabeza de tus héroes,
desnudo, tremendo, glorioso, desde la muerte, atravesado de inmortalidad,
resonando, todo enorme como un tambor militar,
con la sociedad emancipada a la espalda.

       Eres un lagar bramando y un jardín rugiendo,
la cólera de Dios bendice tu piedad, Dios camina, gritando, junto a 
tus soldados de asalto y categoría
(altos niños santos de azúcar y sangre) 
y un buey radiante ara los terrenos de tu epopeya victoriosa, cosechando 
estupendo pan de sudor, arrecido, furibundo, en el cual una paloma feliz 
pone un huevo de lágrimas, bañado de palacios blancos,
para las familias de los obreros emancipados, alegres, como enormes 
ancas de vacas;
los agricultores y los poetas te abrazan, vestidos de abis 
como el viñador a su padre, como los cachorros a la montaña inmortal 
del relámpago, como el ciego a la aldea natal, lo mismo 
que la madreselva sagrada a la patagua;
alumbra tus entrañas el abastero, con su traje de carne oceánica, ancho 
y claro, como patio de provincia,
el carpintero, el albañil, el alfarero, cocidos en madera y barro, 
la capa inmensa, 
de piel de tempestad, enarbolada en el pecho de fierro del minero, 
del labrador que raja la montaña y siembra adentro huevos 
de muerto y ventanas-cataclismos, o rayos pintados de olor 
agonizante, del cavador de tumbas de niebla,
el pollo de guitarra de los zapateros y los ganaderos rurales,
el gran ataúd, parecido a un barco submarino, de los pescadores inocentes 
en su ojo azul, solo, medio a medio de los hombros;
hay carretas de heno y hay monturas y tibias de cosaco o de corsario,
y el huracán del explorador Admunsen en la honda y remota hoya  
antártica, remece tus cabellos, y tu voz de túnel,
e Iván Pavlov, el capitán de «los reflejos condicionados», está dormido 
en las riberas de Timoshenko…
¡Oh sol! ¡Oh caballo de Dios! ¡Oh Todopoderoso!, eternidad y raíz colosal 
de la especie, poeta de trinchera, 
entidad inmortal, como el átomo, inmortal e inmortal de inmortales,
inmortal por los aposentos maravillosos de tu levadura y por tu gran 
placenta maternal, inmortal como hecho y como sueño, saliendo 
del misterio eterno,
inmortal, por la inmortalidad avanzas con tus trenes blindados 
y tus aviones, inmortal, inmortal, inmortal.

       ¡Oh! Heráclito con relámpagos para tu gran Escuadra,
oloroso en tu pellejo de durazno y de aceituna infinita, recordando 
al altar inmortal, en el que crece para siempre el antepasado 
de los dólmenes, inmortal justiciero del asesino; 
¿quién es capaz de mirarte, cara a cara, en la faz y cantarte, 
¡oh! iluminado?,
quejido de herramientas y martillos con quejido, la artesanía de los botijos 
y las vasijas en los ritos mortuorios del Libro de Los Muertos
la gran Pirámide solar, al Satanás domando del desierto, el hueso 
de perro de los rebenques del fundador de ciudades,
todo comercio de esclavos y la prostitución redimes…

       Pueblo en armas, reivindicación de millones de años de llanto,
avanza, avanza, con el Mariscal Joseph Visarianovich Dugasvili STALIN,
en su gran leona vegetal,
la historia está a tus pies, como la gallina bajo el gallo,
que la tempestad de sal de tu metralla raje el vientre triforme del 
imperialismo y haga parir al mundo un canto de liberación proletaria,
y que el potrón colosal de la clase obrera enarbole su látigo, 
encima del lomo de los verdugos de los pueblos, su látigo de setenta 
y una serpientes, con siete ojos de oro y de rubí, mordiendo, 
su látigo trascendental y tremendo
como la inmortalidad de Dostoievsky y la flor del pan.

       No gran máquina militar, no disciplina, no jerarquía,
sí disciplina, sí jerarquía, sí gran máquina militar, de la organización 
estratégica, himno con hocico de hierro, águila de pólvora, canto de 
fuego y de ferrocarriles, tú, que sales del vientre de la U.R.S.S. maternal,
¡oh! animal de resplandor e hipnotismo, cabezas pisando cortadas; 
areópago y montaña azul, pala santa, viento hecho fuego en 
las generaciones, montura de crucificado;
os entrego la heroicidad humanística de Marco Polo,
el grito general de Martín Alonso Pinzón, y la voluntad cuadrada 
o matemática de Mahoma, en el día inmenso de los orígenes 
y de la Egira —que era una yegua de asfalto—,
el pecho de perro y de santo león, de Job, en el corazón de la Mesopotamia,
la pelea estupenda de Jacob, hermano de Esaú, con todos 
los demonios de los desiertos o el enorme Dios de su egolatría,
el terror de Agar y de la viuda de Nahim, todo completamente 
hecho de sangre,
y la tinaja de miel de Ruth, la cual venía arrastrando su zapato 
de durazno con su terrible yunta de picaflores,
el cementerio de pirámides de Amenophis IV, el hereje del 
gran funeral a la memoria del Nilo,
la horda terrosa y amarilla de Gengis-Khan, investigando 
qué es el heroísmo y el infinito, por los desfiladeros de Birmania, 
con un pellejo de aguardiente encima de los cuernos directos, 
hechos de pueblo y patria,
el clan de degolladores y laboradores de cabezas de horror, 
de religión, de terror y piedad de los indios jíbaros, contra 
el invasor bestia,
las pacíficas burguesías idílicas de la inmortal Alemania popular, 
que «comía ganso, toro y cerveza», como el buen Arusa de Egipto, 
y «quemaba incienso para Osiris».
la monumentalidad de Miguel Angel, el cual lloraba en piedra 
sus terrores,
el sol de la espada sacrosanta de don Juan de Austria y la natural 
pluma de cuero de Cervantes, que se parece a la esfera del mundo 
y es su origen, el pingajo
sobrenatural de François Villon, flotando y gritando en la Plaza 
de la Concordia,
los carromatos ensangrentados de Atila, brillando al atardecer, 
por la defensa y la grandeza de sus pueblos, entre fogatas, 
entre vasijas, entre monturas y látigos pálidos,
el gritazo fenomenal del hombre de Pekin, frente a frente 
a la primera llama,
el vozarrón con sensación de Emperador del Cid, y su pellejo 
de guerrero, que relumbra, en Babieca, como plata o cuchilla santa, 
en su armadura castellana, impoluta, trágica, y su bastón de varón 
ancestral enfurecido, como un cacho de alcohol de muerto,
el son materno de la alfarería hitita, ardiendo en siete ciudades 
más abajo de la Hus caldea,
los aquellos altos y vagos cantos de la marinería
en las bodegas de los veleros corsarios, levantándose de grandes 
puñales y esqueletos, a la orilla de las horcas eternas 
que forjaron Gran Bretaña,
el grito de los castillos, entre los cuales subterráneos aullaban 
los pueblos debajo del caballo de los Señores,
la poesía destruida del inquilinaje, el quien remonta por 
un callejón de soledad, al comenzar la noche tremenda su canto 
de sapos que son recuerdos, y toda la piojada SANTA de 
la profetización de Paracelsus y Jacob Boehme,
la vieja querella de miseria que le plantearon al Faraón 
los esclavos del antiguo Egipto,
la cuchilla del portavoz que escribió, por su mano con muerto 
el «Mane-Teecel-Phares» de los explotados de Babilonia, 
sobre una gran muralla de vino de siglos,
el amanecer dramático de Espartaco sobre la espalda 
ensangrentada del siervo con el siervo yuntas hechos,
la inmensa revolución político-social-estética de Abraham, 
el gran sacerdote-hereje, patriarca y reformador y legislador 
religioso que, en todo lo santo, santo de la montaña, degolló 
la teofagia y los asesinos sagrados,
el viento negro de los magos caldeos, buscando lo santo 
en la astrología, y lo santo santo de la predicación popular 
de «LOS ILUMINADOS»,
los testimonios de Elias, el profeta, que incendió su tiempo 
con su carro de fuego, arrojándose mundo abajo, aterrado, 
bramando, con Dios en las entrañas,
la investigación hechicero-quiromántico-plebeya de 
los sacerdotes druidas, fluidos, tallados en óxido 
de plata, marinos y metafísicos,
y el sayal congojoso del grande fraile mendicante, el cual 
hacía sonar el terror, entre los esqueletos y las calaveras del siglo XIII,
o la matraca de las antiguas cuaresmas obscuras, en 
el ataúd de los pueblos, gritando, 
la tragedia de poeta de sepulcro, Gutenberg, inventor de 
los libros usados,  y su muerte de pobre histórico 
en hospital inglés, por haber enriquecido la industria 
y el porvenir sombrío del género humano,
el comercio de acero intelectual de Cristóforo don Colombo, 
judío de Italia, que se extrajo un Hemisferio del esqueleto, 
el llanto, tremendamente santo de los esclavos encadenados 
en los buques negreros, con toda la negra negrura del África 
en las hondas bodegas y el terror ancestral del pirata 
al cual explotan los Imperios,
Drake y Cavendish en los subterráneos de Inglaterra, 
cavando tumbas de castas, borrachos, 
con la sangre de clase, que sacrificaron, con lomo y todo, 
al león colosal de Liverpool, o a la prostitución internacional 
de Marsella,
heroicos, idiotas, mugrientos varones de patíbulo 
en cementerios-mausoleos durmiendo,
perros de fuego, con hueso tremendo de funeral salvaje 
en las mandíbulas y chaleco de cazador frustrado o 
de Notario por Isabel II, capado,
la agonía patibularia de Hierolamo Savonarola encima 
de las piras del origen del Renacimiento,
la cantata total del RESENTIMIENTO de Rabelais, quien 
inventó un universo de poesía, y se metió en él, pagano popular, 
soberbio, por la libertad de la inteligencia,
la gran montura de plata y piedra de don Luis de Argote y Góngora, 
creador y cura español del arte,
el precio de pueblo de los ritos ígneos de Melquisedec y la ortodogía 
poderosa de la Francmasonería, peleando, por debajo, las batallas 
de las ideas, como terribles mundos,
Marat y la Comuna, ajustando la máquina ensangrentada de 
la Revolución Francesa a la gran víscera popular contra 
los verdugos de Francia: LA GUILLOTINA,
aquella la calavera inmensa y vagabunda de Cromwell, el dulce 
héroe Oliverio, que fue enterrado y ahorcado en panteón de 
Emperadores e ignominia, y cuyos viejos y muy flacos huesos 
recorren los negros Museos —en los que defeca el cornudo— 
y las librerías polvorientas,
además la carroña de Tut-Ank-Amón, yerno de Nefertiti, 
la hermosísima, hecho majestad y pueblo de compraventa 
en los milenios,
la dual estampa de Moisés, creador de Jehová, en el Sinaí, 
de la Arabia, quien organizó y agonizó en las cúspides 
de las cúspides, entre los golfos de Suez y de Akaba, 
porque toda LA CULTURA BAJO DE LAS MONTAÑAS,
el poema bestial y social del joven Arthur Rimbaud, antes 
de hacerse comisionista en especulación de «ÉBANO»;
el llanto de palo amargo de los asesinados en los pogroms, 
y el clamor, MALDITO por LOS MALDITOS, del judío 
azotado de escupos, expatriado en la soledad incendiada 
del errabundo infinito, la redención del cargador negro, 
en negro hecho social estipulado,
y la prostituta, tremendamente pateada en el vientre por el rufián 
en las casas de citas, cuyo horizonte es grandemente desventurado,
el sudor y el clamor de los vendimiadores, y sus claras mujeres, 
cargando sol maduro y azúcar o vino futuro con los estómagos 
vacíos por magros salarios de andrajos con espanto,
la conspiración de Catilina contra la burguesía, como de oro negro,
la faz inmortal de Sócrates irguiéndose desde la muerte, que iba 
andando hacia el corazón más varonil de su época, y diciendo, 
perfectamente derecho: «CRITÓN, NO OLVIDES QUE DEBO 
UN GALLO A ESCULAPIO, Y PÁGALO»;
Empédocles y Demócrito arrojándose al materialismo, a la manera 
de un lago de fuego,
Lao-Tsé y Li-Po diluidos de infinito en infinito, infinito, humo 
en humo, agua en agua, eco en eco, como vasija de vino vaciada 
al mal, Jesucristo 
gritando, medio a medio del mundo de dos palos cruzados: «¡PADRE, 
PADRE MÍO!; ¿por qué me abandonaste?»,
el luto enorme de Lincoln, libertador de los esclavos, asesinado 
por los esclavos, en la cabeza de Norteamérica, en combate singular 
con los enemigos de su patria, recién parida en el Mayflower,
el pabellón de cóndor popular de Luis Emilio Recabarren y su carro 
de santos, arrastrado por cuatro caballos de plata, 
la barba agraria del padre Marx, ancho como un barco, a cuya cabeza 
de titán le rugiese un león muerto, ha setenta siglos, en las batallas 
del Mahabarata, la lluvia inmensa y tremenda
que cubrió los rostros remotos de los condenados de Chicago, 
cuyas grandes bocas bramaban como fusiles o como volcanes,
el genio del pueblo, que gritaba en las trompetas de Jericó, cuando 
el Arca de la Alianza, cargando sacerdotes castrados, relampagueaba 
su religión de sangre terrible de cuchillas y gargantas,
el saco de lágrimas en la espalda desventurada de los eunucos, 
que veían orinar a las señoras con el ademán de las yuntas,
el horror de todos los complejos de castración —origen de religiones— 
que desembocaron en los hospicios y en las iglesias, y estaban 
originados por antepasados hambrientos o sifilíticos, por la vida 
interna de los castrados,
los llantos rajados, como polleras de tonto, de los tuberculosos, 
los borrachos hereditarios, los dementes precoces, y el grito 
de los mendigos de la China, sembrando costras de lepra, cuando 
los pasaron a cuchilla los otros hambrientos, desde los viejos, 
negros versos bíblicos,  hasta la gran época de los Monopolios 
y las acumulaciones de capitales en los inmensos trusts financiero-
bancario-especulativos,
subhumanos, subterráneos, subcansados por la mendicidad agonizante,
la osamenta estupenda de los que murieron, encadenados 
por los tiranos en los tenebrosos calabozos espantosos de los castillos, 
o se los comieron los buitres o los tigres de la tronera feudal,
la gran audacia de las degolladas, por haber violado el cinturón 
de castidad y el terror del hombre enorme de la Máscara de Hierro,
el arrastre congojoso y polvoriento de los endemoniados, los alquimistas, 
los hechiceros, los sabatistas, los taumaturgos o los astrólogos, hijos 
del pueblo, equivocados, servidores de grandes señores, entre 
los cuales florecía la demagogia,
el corazón social de los terroristas rusos y los anarquistas ahorcados 
por heroísmo,
la fe cuajada en los dragones, en las vacas sagradas, en las serpientes 
o los elefantes inefables, allí, en donde ardiesen en Dios Buda y Confucio, 
o en el país de las espadas santas y el Sol Naciente, antaño, hoy azotado 
de militares y comerciantes «amarillos»,
los gatos sagrados y las cebollas divinas de los egipcios, los grandes 
dioses crueles de los fenicios y los caldeos adivinadores de naciones, 
y el dios babilónico, degollador o flagelador de sus súbditos,
toda la creencia de la plebe latina despavorida y los primeros piojosos 
cristianos de las Catacumbas, capados o alucinados por el Señor, 
para el servicio de las divinidades sanguinarias, que reflejaban 
la miseria, la avaricia, la tristeza, la geografía y la geología, 
o la lujuria desesperada y terrible,
el clamor popular de las catedrales de la Edad Media, las que sonaban 
como campana real,
y su sol rotundo a muchedumbres o a multitudes futuras, que gritarían 
la polvorienta cabalgata vagabunda, a todo lo ancho de la historia, 
representándose, como retratos del Estado y las Teogonías, hechas 
por las fieras de la santidad,
el piano-árbol de Juan Sebastián Bach, cargado de naranjas o castañas 
o manzanas o vino inmenso, y los templos ateos de Wolfgang Goethe 
y de Beethoven, el desmelenado,
el bordón de los trovadores y los atorrantes de la poesía que expresaba 
el feudalismo, como llanto, la bota vinera de los bardos, el arte gigante 
y secular del vate, ensombrecido por los siglos huidos, como la espada 
del conquistador en las tinieblas, y su montura de héroe, cruzada 
de relámpagos y esclavitud,
la honda y la lira de David, la miel silvestre, en cueros de fierro 
de Juan Bautista, el Esenio, y su Salomé, que lo degolló 
porque mucho y tanto lo amaba, los piojos sagrados del anacoreta,
el ataúd de los oradores populares, apedreados por los tiranos, 
por los lacayos de los tiranos, sobre la sangre y los degüellos 
de la de San Bartolomé y las masacres políticas, iguales en Jerusalén, 
en París, en Madrid o en la Manchuria, ensangrentada en su juventud,
el dolor peleando con el terror de las tribus errantes que buscaron 
los pastos y el amor en las colinas del Mediterráneo, de entre 
las cuales emergió Roma,
a las orillas del Nilo, del Ganges, del Sena, del Rhin, del Hudson, 
del Ródano, del Guadalquivir, del Amazonas, del Tigris y del Éufrates, 
del Titicaca, del Orinoco, del Guadarrama o del Amarillo, del Golfo 
de Persia o del Mar Negro, del Bio-Bío frutal,
al pie de los Urales, de los Pirineos, de la Sierra Morena, de 
los Apeninos y los Cárpatos, de los Himalayas, del Gaurisankar 
y los sagrados Andes americanos,
en las mesetas del Altiplano, de Castilla, de la Mesopotamia, antiguamente 
mágica, del Tíbet, o en la gran hoya hidráulica-antártica, en la cual 
solloza la ballena azul sus golondrinas, y está nevado el frac 
de los pingüinos, 
y tallaron el huracán de Dios en los cuernos de los renos, asesinando 
bestias con flechas de piedra y cuchillos de sílex, que son los lobos padres 
de la religión,
el proletariado oficial, comandando los sindicatos, y la política dramática 
del hackero milenario, espantosamente y tronadoramente sepultado 
en el obrero militante, palanca de nuestro hondo siglo y su imagen,
el instante del shock y del colapso mundial, en el que Heráclito, 
el Dialéctico, frente a frente a la historia paralizada, dijo: 
«TODO FLUYE»,
o cinco milenios después, cuando, abriendo un tajo de mil años, 
el Manifiesto Comunista pronunció aquella frase soberbia, que aún 
resuena: «un gran fantasma recorre Europa»… y definió 
la lucha de clases,
y el minuto en que Platón percibió la intuición de la Atlántida,
la hora absorta de pólvora de Waterloo, en la que el error 
del Mariscal Grouchy, impidió, por consolidación del soldado, 
que la egolatría napoleónica se sentase a fumar encima de Europa,
el siglo de un día en que Dios detuvo el sol sobre los judíos desarrapados 
de Josué, para que señorease el Decálogo, a caballo en todos los pueblos,
la circunstancia estelar y espantosa que originó la autointrospección 
de Pablo de Tarsos, herido por el rayo divino de su yo y su neurosis, 
el cual, haciendo de la predicación del Tiberiades un clan político-
demoníaco que echó abajo a Roma imperial, esclavizante, después 
de ser mercader y verdugo, se entregó a los desamparados, 
apedreándolos y acuchillándolos,
la eternidad, desde en donde adentro de la zarza ardiendo, que eran 
sus cabellos,  Dios se dirigió a su Caudillo, y aquella voz 
del Todopoderoso, que se desgarró rugiendo: «Caín, Caín, 
¿qué has hecho de tu hermano?»,
el chivateo popular-demoníaco de los surrealistas, su gran magia, 
lograda en blanco lapsus falso, de colchón del sudor, de hechicería 
de cocinería y mercado de aldea, la condición onírica y dramática 
de su intelectualismo, vaciado en los andrajos del infraconsciente,
y las carnestolendas del negro, a cuya negrura, el negro sueño negro 
coloca flecos negros de vientos negros ennegreciéndolos, la cual lujuria 
es desgarradora y proletaria, y está debajo de una gran callampa negra, 
que desgarra los vestidos y es tan negra, que es más negra que la negra 
muerte, con su dentadura luminosa, en lo obscuro,
la copa de sangre popular, sangre-carne-sangre de Dios, al cual devora 
el sacerdote en el sacrificio de la Santa Misa,
los zapatos desesperados del emigrante, a los cuales se apega 
la tierra natal, con su atado de mujer,  llorando en todos los pechos 
convulsos, toda la sombra, la sombra, la sombra inmortal de 
los cementerios extranjeros, en los que muere la muerte lluviosa,
arrinconada en la soledad estupefacta, como vieja y terrible bruja de palo,
como un toro sin cabeza, que parece un lugar de vino o un león 
o un faquir de llanto, que es, únicamente, un fantasma 
y su abrigo de pieles,
el recuerdo de los dioses muertos, abandonados en los pueblos 
abandonados,
la lágrima que recorre los campos de batalla royendo la espada 
de los héroes, como aquella rata funeral 
y blanca que anida en las caídas coronas,
el espectro de las familias pospretéritas, en el sexo de fuego, 
con anchos tejados, de las provincias,
el clamor del que murió en la gran catástrofe, ceñido de mujeres 
adolescentes, y era apuesto y varonil, como un gran poeta, o como 
el toro de oro, que forjara la apostasía hebrea, al pie del Calvario,
el pelo de los niños muertos en el pecho del pueblo de sus madres, 
olvidado en los alambrados del pasado, como un verso no escrito nunca,
el mundo de futuro y categoría de la inmortalidad soviética, grande 
como madre embarazada, acumulando la libertad y la dignidad 
de la Humanidad en altos y anchos carros de riqueza, 
que comen el hombre y la mujer, como son gozosos 
y contentos de vivir organizados.
el pulso innumerable y duro de las Democracias, el cual descansa 
en los soldados rojos, como el fusil en los victoriosos hombros, 
toda la potestad de la especie, desde el Jefe de Tribu, y el clan 
antropófago, hasta Joseph Visarianovich Dugasvili STALIN, 
el más civilizado y la más alta montaña del siglo,
el pabellón internacional de Chile, ensangrentado en San Gregorio, 
acrisolado en la mar-oceano de Iquique,
porque todos, los vivos y los muertos y los que no abrieron nunca los ojos,
porque no quisieron nacer, los que aún no han nacido, los pobres, 
los enfermos, los tristes, los desesperados y los desamparados, 
del grande hambre, madre de dioses, las viudas y las niñas heroicas 
y terriblemente ofendidas o arrasadas en su virginidad, el artista, 
con aperos de sol, y los polvorientos empleados públicos, el cristiano, 
el mahometano, el luterano, el budista, el taoísta, el teósofo, el sabatista, 
el naturista, el abogado, el ingeniero, el médico, el arquitecto, el albañil, 
el cargador, el comerciante ambulante, el industrial, el sacerdote, 
el militar, el agricultor, el político, el soldado, el «carabinero», el marino, 
el que está al margen de la sociedad, por pequeño o por inmenso, 
los ahorcados y los fusilados por la «religión» y los degollados 
por la ley injusta, todos, te abrazan, todos por todos, ¡ah! 
sacro Ejército Rojo, ¡oh! santo y humano conductor 
de todas las victorias;
¿qué trueno de llanto y de oro relampaguea, como un signo, 
en tus pabellones inmortales? —el saludo de todos los pueblos de la tierra,
¿qué gran bandera, que resuena como la voz de Dios en los Infiernos, 
llama a la concordia al género humano, desde las entrañas pisoteadas 
de las batallas, enarbolando tu corazón, sobre la muerte? 
—el Partido Comunista Bolchevique, tu Partido, el Partido 
del porvenir humano,
¿quién brama, adentro de ti, como un toro rojo en la inmortalidad? 
—Lenin.

       Tu caballería a la espada va uncida, como al huracán el riñón 
del héroe y sus testículos,
a la espada, que no se empuña, ni se maneja, ni se levanta, como un grito 
genial, sino que se la ensilla, como a una hermosa yegua del océano,
a la espada, que canta, echando espuma, como alma de vaca o de ídolo,
he ahí por qué caen enormes racimos de cabezas de fascistas, que tenían 
envenenada la lengua, aquella 
lengua, la lengua tremenda, que escupió la verdad manchada;
tus mariscales son obreros de la civilización, trayendo el fuego tremendo 
de Prometeo en las mochilas,
y tus soldados sufren, cuando matan, el tormento de los cirujanos 
inspirados;
eres el vértice de donde partirán todos los caminos, todos los caminos 
del dolor hacia la felicidad humana
y un cordero de Dios, inmolado en los altares sacrosantos.
por eso, pájaros y bestias, te dan su leche profunda, con ruido de hijos,
porque en ti naufragó la máquina,
y comenzó la criatura social, por cuyo corazón la sociedad respira, 
solloza, aclama su organismo colectivo y permanece.

       La voluntad y la misericordia, 
la primera de las cuales es una serpiente negra y la segunda un lobo 
que caza palomas para un tigre enfermo,
circundan tu cabeza de dios oceánico,
y Jehová, Thor, Vichnú, Júpiter, Odín, Brahma, Moloch, Osiris, 
Manco-Cápac, Huitzilopóchtli, arrastran tus tanques tremendos
enganchando setenta veces setenta potros a su mitología.

       Si el grito de las Vírgenes del Sol te pertenece,
y la primera canción del acanto te saluda, arrojándote a la cara 
sólo una hermosa pava azul y un sollozo,
es porque arrastras un panal de abejas en los potreros del pecho,
y la Columna Prestes es tu condecoración preferida y la espada 
de honor de tus columnas, en las que resuena la epopeya de Stalingrado, 
como un tambor de dolor y oro;
como a un Dios milenario, chorros de vino te cruzan la barba 
cuajada de Dios,
y en tu corazón crecen los granos y las bestias, que dan comida 
a las generaciones,
el honorable pan del mundo, por el cual clamaban las gargantas 
proletarias,
las marmitas sacrosantas y aterradas de religión, adentro de las cuales 
el hombre calienta las arterias y se alegra por los antepasados, 
en sus riñones, la poesía 
dulcemente amarilla del samovar doméstico, en cuyo vapor de olor 
a intimidad ruge el invierno,
el delicioso matrimonio del asado de buey con la cebolla, que 
es tímidamente tierra, como teta de niña o flor de colchón antiguo,
el gran hogar tribunal de las viejas hogueras, abuelas del brasero 
de bronce;
destino de hoy y mito del siglo, avanza, con tu huracán de dinamita 
proletaria, y tus regimientos de trabajadores manuales e intelectuales,
avanza, avanza, ¡oh! corazón crucificado,
avanza sobre la historia, avanza resucitando la perdida grandeza 
del hombre e inundándolo, avanza a la sombra 
de tus estandartes generales,
invade su actitud de espectador del aterrador poema,
conquista la naturaleza poniendo por destino que la naturaleza 
no domine, humillándonos, a la naturaleza inmortal;
canto al Ejército Rojo, al cual abrazan unánimemente
los ejércitos de los ejércitos de los ejércitos de Dios y, adentro 
del cual Gran Bretaña y Norteamérica, la China, la Francia, la India, 
están sumadas, y el pueblo alemán, el pueblo italiano, el pueblo japonés, 
todos los pueblos de todos los pueblos, cantan, aúllan, gritan 
por el destino del hombre,
como grandes toros de comida, y la gran Esfinge 
cuenta con la lengua de la piedra, la eterna verdad de la especie, 
no antes más grande;
¡malditos sean, por ti, los machos cabríos del azufre y la metafísica,
los demonios enmascarados de la Quinta Columna, que echan la tiniebla 
por el hocico y calumnian la literatura,
el Arcángel Gabriel, vendido a Trotzky,
malditos sean, por ti, los predicadores del incandescente idealismo 
de cuarisma, en siniestras carnestolendas degenerado, 
como leche de serpiente negra,
malditos sean, por ti, los que salen con sables de humo a provocar 
al enemigo, y huyen, llorando,
malditos sean, por ti, los que escupen y rehuyen el combate singular, 
emboscándose en tu gran vendaval de metralla y filosofía,
malditos sean, por ti, los eunucos que juran tu santo nombre en vano,
malditos sean, por ti, y por todos los siglos de los siglos de los siglos 
tus enemigos, enemigos de las entrañas del hombre,
malditos sean, por ti, y por todos los siglos de los siglos de los siglos,
los impostores, los desertores, los traidores,
los espías, los quintacolumnistas y escúpales la boca la tierra 
en donde nacieron!…

       Una gran trompeta de oro cubre tu frente,
y tus mariscales inmortales son soldados, enarbolando los dictados 
de la colectividad proletaria,
eres un pueblo que pelea, un mundo que pelea, un siglo que pelea.

Ejército político, y, por lo santo, humano, suma, dirección, guía 
de la multitud ecuménica,
Napoleón y Pedro el Grande juegan en tu rodilla de semilla, y 
la catedral gótica no posee la gran cúpula de sonoridad que 
tus océanos de muchedumbres de multitudes agrandan,
si la cuchilla de la justicia enarbolas, reintegras la criatura a sus orígenes;
el pelo de tus muertos te acaricia las mejillas, como un río natal los pies 
del antiguo emigrante,
y tu actitud recuerda la armadura de los hidalgos,
¡oh! engendrador de naciones, ¡oh! libertador de ciudades, ¡oh! hermano, 
¡oh! hijo, ¡oh! esposo de la verdad, engendrado 
en la Revolución de Octubre,
dichosos, eternamente, aquellos que empuñan tus fusiles, con el gesto 
inmenso del redentor social en los cabellos,

       Europa, resonando, escucha las descargas libertadoras,
y al mal animal de Hitler se le está cayendo, en este enorme enero, 
toda la baba del terror y va muriendo y perdiendo excremento,
la bestia obscura que hizo banderas de cadenas y negros garrotes 
con crucifijos.

       Churchill, Roosevelt, abrazan a tus Voroshilov y 
a tus Rokossovsky geniales,
y las pobladas democráticas del universo saben que sobre millones 
de héroes asientas tu planta, la planta cuadrada, que aplasta 
sabandijas amarillas,
cuando tu paso de parada da majestad a la tierra soltera.

       A la memoria de la Internacional, tu lenguaje 
habla la lengua sangrienta y sin mancha de los mundos recién nacidos,
y en tus manos crece el árbol del conocimiento.

       Oloroso a campanas, florecido como el sol, sonando, y cuajado 
de pan y madreselvas,
cargando, como un atado de monedas, el dolor de todos los pueblos,
hasta la negra salmuera de las lágrimas se te transformó en levadura, 
establo y panadería de infelices,
y en ti comienza la nueva era a dar cosechas.
Pascua Negra y rito gigante de categoría y volumen blanco,
hecho con pellejo de siglos:
fenómeno dialéctico, poema, obra de arte, toda como tallada en carne,
tu cañón central, feliz, apunta al fascista,
como la flecha del primer héroe cuando les destrozó el corazón 
a los antiguos monstruos del miedo;
das leche, das palomas, das gente, en su gran fábrica de sangre,
el puñal del Hacedor, tú se lo arrebataste a Jehová, entre truenos 
de fuego y alcantarillas,
vuela un caballo grande contra mares de piedra en tus dominios,
el hacha de los leñadores prehistóricos perfuma tus manos de labrador, 
en la alta montaña sacra,
y cuando vas a degollar un tigre fascista,
se te florecen las bayonetas coloradas, como un árbol de mármol 
ensangrentado:
a era antigua es comparable tu tribuna,
en la cual sacrificaron viejas bestias de presa y toros los profetas 
y los poetas mundiales,
coronados de hechicería y símbolos,
y en donde emergen, ahora, poderosos sacos de trigo proletario 
y alimentos populares;
relumbran, como monedas de oro en bolsillos de trabajadores,
la Hoz y el Martillo, en partición solar, emergiendo del vientre enorme 
de la lucha de clases,
como el arcoiris entre cien dragones degollados,
y tus ímpetus cíclicos relampaguean a todo lo alto y lo ancho 
de la Humanidad civilizada,
llamando a los pueblos enfermos por la economía imperialista,
como quien extrae una gran, inmensa, enmohecida llave, de adentro 
de un antiguo tiburón embalsamado;
sí, pero azotas las negras banderas, las negras conciencias, las negras 
miserias, con implacable látigo, y rechazas, en ademán de conquistador 
de la justicia internacional,
pedir o dar cuartel al impostor de horrible y quemante dentadura,
lleno de sacro horror y gran violencia multitudinaria, coronado 
del espantoso oleaje SOCIAL;
tú todo de oro, como la corona de Carlomagno,
sí, pero arrasas asesinos de criaturas y degenerados, con complejo 
de castración, anormales delirantes, criminales, hienas del sadismo 
intelectual del parásito y del especulador amarillo,
y rebanas las gargantas con tu hachazo de frutas,
haciendo cantar y bramar las ametralladoras en el estómago 
de los ahorcadores de mujeres,
o el avión que pone un huevo de fuego: 
sí, pero castigas, con tu puño de mundo, la canalla con delirio 
persecutorio,
y tu bofetón, cara a cara, da vergüenza a los desvergonzados,
como una gran cuchilla ejecutora de la reparación por el humilde 
y el valiente, heridos en toda el alma,
por los chacales con cuello, criados en los manicomios.

       Genio de estatuas y pirámides de pirámides,
poderoso monumento funerario, a la caída del sol de los siglos, catedral,
paso a paso ascienden tus peldaños 
los antaño desventurados de Dios, y, en la esfera total, más arriba, sobre 
los últimos deslumbramientos, comprenden que únicamente 
la realidad es necesario.

       Como una gran lengua hinchada, ¡oh! hermano,
te lamen los espías y los quintacolumnas, con su actitud de sapos 
de llanto, tenebrosos entre vagabundos,
tú ni siquiera los escupes, hijo del tiempo,
no, les haces mirarse en la dignidad de tus espadas, y se incendian,
sí, quemados de espanto, perecen,
se caen muertos en las tinieblas, de espaldas, como batallas perdidas, 
los cabrones que escriben babeándote,
solos, con ojos podridos de fantasmas.

       Se abrió la tierra herida, y tú, emergiendo entre instrumentos 
de labranza,
entre barretas y arados, entre garlopas y toneles,
te pusiste a engendrar la sociedad futura en las entrañas de la burguesía,
por lobos hambrientos acorralado,
mientras la tempestad de Dios te cruzaba la cara.

La verdad militar fluye de ti, civil, cae y madura en acontecimientos, 
no se hizo el hombre a tu imagen, tú te hiciste a imagen del hombre 
para su servicio y mitología,
por lo cual estarás sobre los dioses, enarbolado;
como la muerte no domina la vida florida en tus clarines, 
y anchas marchas militares
circundan de penachos tu voz sangrienta,
tu afirmación de la inmortalidad heroica emerge, circunscrita 
de epopeyas y pólvora grande;
caballero de la paz, con la espada al cinto,
en ti resurge la fiesta pánica y dionisíaca, en grandes lagares de mosto, 
como sangre de potro,
cuando es menester que florezca la forma de la bomba;
de verdades universales, gran universalidad te proclamo, 
con los brazos abiertos, gran cátedra social contemporánea,
gran posada, ofreces tu caldo caliente a todos los viajeros 
de todos los caminos,
cuando la noche gravita como un enorme cuero de uña y lluvias 
y tumbas sobre el hombre;
aterrador misterio, engendrador de los nuevos estilos,
entre tus cuernos de macho central, el «grande arte comunista», 
su expresión ejecuta,
mandando una gran carga a la bayoneta a la retórica,
pisoteando lo caduco burgués, originando los contenidos colectivos 
del fondo-forma revolucionario.

La médula viril de Stalingrado da águilas a tu configuración pétrea,
hígado de tu hígado, su trompeta de fuego, te brama adentro 
de los huevos eternos
la canción inmortal de los trabajadores.

Parado yo, pisando mil estadios de poesía,
vistiendo mi casaca de toro y catástrofe del lenguaje, completamente 
ceñido de vestigios y antigüedad,
abrazo tus insignias dulces, como fuerte espada,
tu formación en escuadrones, universal y agraria, como la bandera 
de las familias de Chile,
tu nombre grandioso y varonil de soldado sumado a soldados,
¡oh! corazón bienaventurado de estos siglos, hechos de lágrimas de hierro,
salud y dignidad a nombre del hombre!…



1944