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martes, agosto 19, 2025

«Carta a un profesor», de Friedrich Nietzsche + comentario de André Breton

Traducción de Joaquín Jordá



Turín, 6 de enero 1889.

Querido Señor Profesor:

Seguro que preferiría ser profesor en Basilea que Dios; pero no me he atrevido a llevar mi egoísmo privado hasta el punto de abandonar la creación del mundo. Usted dice que se deben hacer sacrificios, vívase en el lugar y en la manera en que se viva. Pero me he reservado un pequeño cuarto de estudiante que está situado frente al Palacio Carignan (donde nací bajo el nombre de Víctor-Emmanuel), y que me permite además oír desde mi mesa de trabajo la magnífica música que tocan debajo de mí, en la Galería Subalpina. Pago veinticinco francos, servicio incluido, preparo mi té y yo mismo hago mis compras, sufro por tener los zapatos rotos y agradezco al cielo cada instante del viejo mundo, frente al cual los hombres no se han mostrado bastante sencillos y bastante tranquilos. Como estoy condenado a distraer la próxima eternidad con bromas descabelladas, tengo una nueva manera de escribir, que no deja nada que desear y que es muy bonita y nada fatigante. Correos está a cinco pasos de aquí; yo mismo llevo las cartas que dirijo a los grandes cronistas mundanos. Naturalmente, mantengo las relaciones más estrechas con el Figaro, y para que usted pueda darse cuenta de la paz en que puedo vivir, oiga las dos primeras de mis bromas descabelladas:

No tome muy en serio el caso Prado. (Yo soy Prado, yo soy también el padre de Prado, me atrevo a añadir que también soy Lesseps) Quisiera aportar a mis parisinos, que quiero bien, una nueva noción —la del honrado criminal. También soy Chambige—igualmente un honrado criminal.

Segunda broma: Saludo al Inmortal Señor Daudet, que forma parte de los Cuarenta Astu. 

Una cosa desagradable y que ofusca mi modestia, es que en el fondo yo soy todos los grandes nombres de la historia; en cuanto a los hijos que me deben la luz, me pregunto con cierta desconfianza si todos aquellos que entran en el reino de Dios no proceden también de Dios. Este otoño, he asistido en dos ocasiones sin ningún asombro a mi propio entierro, la primera vez bajo el nombre de Conde Robilant (no, es mi hijo, en la medida en que, infiel a mi naturaleza, yo soy Carlos-Alberto); la segunda yo mismo era Antonelli. Querido Señor, debería ver ese monumento de arquitectura; como no tengo absolutamente ninguna experiencia sobre mis propias creaciones, todas las críticas que pueda formular le valdrán mi reconocimiento sin que pueda sin embargo prometerle que me servirán. Nosotros, los artistas, somos ineducables. Hoy he asistido a una opereta (quirinal-moresca), y en esa ocasión, he comprobado con placer que ahora Moscú, tanto como Roma, son algo grandioso. Vea usted, incluso en los paisajes es preciso reconocerme un cierto talento. Si usted está de acuerdo, sostendremos juntos ricas, ricas conversaciones; Turín no está lejos, muy serios deberes profesionales le esperan aquí y un vaso de vino de Valtelina completará la cosa. El descuido indumentario es de rigor.

Suyo de todo corazón,

Nietzsche.



Mañana llegan mi hijo Humberto y la encantadora Margarita, a quienes, sin embargo, recibiré como a usted en mangas de camisa. Paz a Madame Cosima… Ariane… de vez en cuando es evocada…

Voy por todas partes con la ropa de trabajo, todo el hombro de los transeúntes y les digo: Siamo contenti? Son Dio ho fatto questa caricatura…

Puede hacer de esta carta el uso que quiera con tal de que no me rebaje en la estimación de los basileos.






COMENTARIO DE ANDRÉ BRETÓN

Es sorprendente que Nietzsche se haya recomendado a la vigilancia de los psiquiatras firmando la admirable carta del 6 de enero de 1889, ante la cual se puede sentir la inclinación de ver la más alta explosión lírica de su obra. El humor nunca ha alcanzado tal intensidad, ni ha chocado con peores límites. En efecto, toda la empresa de Nietzsche tiende a fortificar el «super ego» como engrandecimiento y ampliación del ego (el pesimismo presentado como fuente de buena voluntad; la muerte como forma de libertad, el amor sexual como realización ideal de la unidad de contradictorios: «aniquilarse para retornar»). Sólo se trata de devolver al hombre todo el poder que ha sido capaz de poner sobre el nombre de Dios. Puede que a tal temperatura el yo se disuelva («Yo es otro», dirá Rimbaud, y no se ve por qué no sería para Nietzsche una serie «de otros», elegidos a capricho del momento y designados por su nombre). Es cierto que aquí hace su aparición la euforia: estalla como una estrella negra en el enigmático «Astu» que se empareja con el «¡Baou!» del poema «Devoción» de Rimbaud y testimonia que los puentes de comunicación están rotos. ¿Pero los puentes de comunicación con quién, si todos están, todos en uno solo, del mismo lado? «Todas las morales, nos dice Nietzsche, han sido útiles en el sentido de que han dado a la especie, de entrada, una estabilidad absoluta: en cuanto se ha alcanzado esa estabilidad, el objetivo puede colocarse más alto.

Uno de estos movimientos es incondicionado: la nivelación de la humanidad, los grandes hormigueros humanos, etc. El otro movimiento, mi movimiento, es, al contrario, la acentuación de todos los contrastes y de todos los abismos, la supresión de la igualdad, la creación de seres todopoderosos.» Sólo se delira para los demás y Nietzsche sólo ha representado ideas delirantes de grandeza para los hombres pequeños.






Pintura original: Retrato de Friedrich Nietzsche por Curt Stoeving
















lunes, agosto 04, 2025

«El arte como mondadura», de Michel Houellebecq

Traducción de Encarna Castejón




Lunes, Escuela de Arte de Caen. Me habían pedido que explicara por qué la bondad me parece más importante que la inteligencia o el talento. He hecho lo que he podido, y no me ha resultado fácil; pero sé que era verdad. Después he visitado el taller de Rachel Poignant, que utiliza vaciados de distintas partes de su cuerpo. Me he quedado parado delante de unas largas correas cubiertas con el vaciado de una de sus tetas (¿la derecha?, ¿la izquierda? No tengo ni idea). Por la consistencia, como de goma, y por el aspecto, la cosa recordaba, francamente, los tentáculos de un pulpo. Sin embargo, he dormido bastante bien.

Miércoles, Escuela de Arte de Avignon; un «día del fracaso» organizado por Arnaud Labelle-Rojoux. Yo tenía que hablar del fracaso sexual. Todo ha empezado casi alegremente, con una proyección de cortometrajes reunidos bajo el título Películas sin cualidades; unos hilarantes, otros extraños, a veces ambas cosas (creo que el rollo circula por diversos centros de arte; sería una pena perdérselo). Después he visto un vídeo de Jacques Lizène. Está obsesionado con la miseria sexual. Su sexo sobresalía de un agujero en una placa de contrachapado; tenía alrededor un nudo corredizo hecho con un cordel que servía para accionarlo. Lo agitaba mucho rato, a sacudidas, como si fuera una marioneta floja. Yo estaba muy incómodo. Esa atmósfera de descomposición, de fracaso triste que acompaña al arte contemporáneo, acaba por hacerle a uno un nudo en la garganta; y se echa de menos a Joseph Beuys con sus propuestas llenas de generosidad. Aun así, el testimonio sobre nuestra época que implican cosas como ésta es de una precisión que le deja a uno impresionado. He pensado en eso durante toda la tarde, y no he podido escapar de esta conclusión: el arte contemporáneo me deprime; pero me doy cuenta de que representa, con mucho, el mejor comentario reciente sobre el estado de las cosas. He soñado con bolsas de basura rebosando de filtros de café, de mondaduras, de trozos de carne en salsa. He pensado en el arte como mondadura, y en los pedazos de sustancia que se quedan pegados a las mondaduras.

Sábado, encuentro literario en el norte de la Vendée. Algunos escritores «regionalistas de derechas» (se sabe que son de derechas porque, cuando hablan de sus orígenes, les encanta mencionar a un antepasado judío de hace cuatro generaciones; así todo el mundo puede comprobar su mentalidad abierta). Por lo demás, como en todas partes, un público muy variopinto; lo único en común es la lectura. Esta gente vive en una región donde el número de matices del verde es infinito; pero bajo el cielo completamente gris desaparecen todos los matices del verde. He pensado en el curso de los planetas cuando ya no quede vida, en un universo cada vez más frío, marcado por la progresiva extinción de las estrellas; y las palabras «calor humano» casi me han hecho llorar.

Domingo, he subido en el TGV para volver a París; se acabaron las vacaciones.




Texto aparecido en la sección «Le carnet à spirales» 
de Les Inrockuptibles (número 5, 1995) reeditado 
en Interventions, Flammarion, 1998



















martes, julio 29, 2025

«¿Por qué escribo?», de Margaret Atwood

Sin datos del traductor




Es un asunto que siempre me pareció muy complejo. Podría responder con otra pregunta: ¿Por qué no escribe todo el mundo? Porque es verdad que la escritura, es decir, la combinación ordenada del lenguaje y la narración, es como las otras actividades artísticas, una de las cosas que distinguen a los seres humanos. Escribir es algo propio de la condición humana.

Podría también citar a Pascal y decir: «Escribo, por lo tanto, soy». O incluso proclamar mi parentesco con Sartre al afirmar que la escritura es el acto por el cual me defino. Se podría decir que la escritura es la estructura que ubico entre mi yo y el no-ser, el caos, la desintegración.

Podría también pretender que soy una exploradora que organiza campos de experiencia y de lenguaje nunca antes organizados de esa manera; o bien, practicar una adición elaborando fórmulas verbales para alejar del lector espíritus y demonios, o al menos, hacerle creer ilusiones; incluso, ser una moralista que compara la palabra «es» y todas sus implicancias con la palabra «debería», pues tales comparaciones están implícitas en la novela como género… O podría definirme como una hedonista y decir que amo esto, dado que escribir es también una forma de juego. Si fuera invitada a uno de esos talk shows norteamericanos, diría que lo hago porque eso me reporta dinero, lo que sería la única razón decente.

Cada una de estas explicaciones encierra algo de verdad, si bien ninguna es la adecuada. El hecho es que ignoro por qué escribo. Todos los interrogantes desconocen un fin. Cada uno esconde un «por qué», hasta llegar a una pregunta primigenia. «¿Por qué el universo?».

Quizás los escritores escriben para saber la respuesta. Y porque nunca la encuentran.   









Contribución a DscnTxt desde Leteo por Christian Kupchik


















domingo, mayo 25, 2025

Tres entrevistas a Gastón Soublette (1927-2025)



(1927-2025)
 
I [por Paula Huenchumil]

Gastón Soublette (92 años) nos recibe en el Instituto de Estética de la Universidad Católica, lugar en el que realiza clases hace más de 40 años. El destacado filósofo y musicólogo analiza parte de los símbolos mapuche utilizados en la construcción de la nación chilena, así como lo que ocurre en la actualidad. 

En días de fiestas patrias analiza críticamente a la identidad chilena, puesto que ve un empobrecimiento espiritual en la realización personal; «¿quieren que los pueblos indígenas dejen su cultura para que se incorporen a esta porquería?», se plantea.

«Yo soy un pacificista, por mí que nadie queme nada, pero yo me explico que se llegue a esos extremos, porque si no hay justicia, lo tribunales no los escuchan, ¿qué van a hacer? Tiene que haber una acción armada que finalmente termine por convencer a los chilenos que hay que devolver las tierras. Que el pueblo mapuche dé esta lucha bien apegado a sus tradiciones como siempre lo ha hecho», afirma el académico.

Usted es una de las personas que más ha estudiado los simbolismos mapuche que utilizó Bernando O’Higgins ¿cuáles son los más relevantes?
Bernardo O’Higgins e Ignacio Zenteno diseñaron la estrella de la bandera solitaria, que se estrenó el 12 de febrero de 1817 en la Plaza de Armas. Ahí se mostró por primera vez al público. Está hecha sobre la proporción áurea, que es distinta a la proporción de la bandera actual, la cual tiene un cuadrado para el paño azul, dos cuadrados para el banco, y tres para el rojo. Es difícil explicar lo que es la proporción áurea; es la geometría griega, hay un trazo que es dividido en dos partes desiguales, de tal manera la razón que hay del lado chico al grande, es la misma que la del grande y el todo. Según toda esa proporción se hizo la bandera de la jura de la Independencia. Lo curioso es que si uno mira esa bandera, ve que la estrella no está en el eje central, sino que está inclinada, porque debe ser vista colgada, no en un palo, así la estrella queda en el eje recto. Es una bandera de una composición geométrica distinta a la de ahora, todo tiene un simbolismo. Es una ley que rige el crecimiento de los seres vivos en el fondo, entonces era muy importante aplicar eso a la bandera, porque eso significa que la nación se regía por la leyes fundamentales del cosmos. En cuanto a la estrella, muchas personas cuando la veían por primera vez, le preguntaron a O’Higgins qué representa y él dijo es la estrella de Arauco. Entonces como la gente en Chile es muy superficial, les bastó con esa respuesta, porque alguien podría haberle preguntado qué es la estrella de Arauco y ahí hay otro tema, la wuñelfe, o estrella de ocho puntas. Lautaro llevaba en su bandera de combate de color rojo, al centro, una estrella blanca. El rojo es fuego y sangre, pero con sabiduría, «vamos a entrar en batalla, pero no vamos a dejar de ser humanos», de ahí vienen «inche ka che», «yo también soy gente». Por eso está la estrella de iluminación en una bandera de combate. Con eso O’Higgins quiso vincular también la nación con la sangre indígena, como diciendo que la sabiduría tiene una raíz en el pueblo mapuche. Si uno mira bien esa bandera, ve que la estrella es pentagonal y normalmente la estrella mapuche es octogonal, ocho puntas. Uno dice es la estrella de Pitágoras, como la de Venezuela o la de Estados Unidos, donde no es un símbolo, sino un signo, significa el número de estados o provincias, pero aquí es un símbolo, el cual también es espiritual, que está encima de los material. Entonces O’Higgins sintetizó las dos tradiciones, la pitagórica de Europa que significa el hombre, la preminencia del espíritu con la estrella de Arauco que representa la iluminación, es importante que se sepa, pero a Chile le importa un comino, los pelaos juran la bandera, pero no saben que están jurando en el fondo.

¿Por qué cree que es una historia que no se sabe popularmente en Chile?
Porque los chilenos somos muy superficiales, a nadie le interesa, no lo sienten, como si se les hablará en chino, no lo sienten. Yo creo que de los países de Latinoamérica el que tiene menos identidad cultural es Chile, cualquier otro país tiene un vínculo con los pueblos originarios mucho más profundo que el nuestro, aquí nos hemos separado totalmente de la tierra y de los pueblos que viven en armonía, en el orden natural. Eso lo sentía muy profundamente O’Higgins. Él tenía sangre mapuche, la señora Riquelme era mestiza, su padre era irlandés. También el general José de San Martín.

¿En qué se observa esa falta identidad en Chile?
Los chilenos no han entendido nunca qué es una cultura, qué es una cultura viva, por eso es muy difícil para un chileno –que es tan superficial– entender el valor de una cultura viva, que siempre es un valor, no un problema. Eso es muy difícil que el chileno lo entienda, un boliviano lo entiende, un brasileño lo entiende, en algunos lugares de Europa también. La política hacia los pueblos originarios es que dejen de ser indígenas y que se incorporen a la cultura imperante. Cuando se dice eso, yo digo «no existe la cultura imperante, se acabó, es nada más un constructo económico y tecnológico». ¿Quieren que dejen su cultura para que se incorporen a esta porquería? Los gobiernos no han entendido nada, entonces la resistencia mapuche es contra esa incomprensión. Por ejemplo cuando Pinochet hizo la división de las comunidades, sencillamente el campo del nguillatun entró en el lote como un terreno cualquiera, entonces les contestaron «es sagrado», pero no entienden nada.

Esta incomprensión ¿Se gestó con la creación del estado-nación chileno?
Sí, me da la impresión que cierto sector de España que vino para acá era el menos iluminado. Cuando O’Higgins abdicó siempre temió de lo que le iba a pasar al pueblo mapuche, preocupado del despojo, del daño que luego se realizó.

¿Cree que algún gobierno en Chile realizó una buena gestión respecto al pueblo mapuche?
Hubo una política de devolución de tierras que comenzó con Patricio Aylwin, quien no creo que haya entendido mucho de lo que significa la cultura mapuche, pero vio un problema de justicia. Una devolución de tierras muy tímida.

¿Cómo se refleja la identidad chilena en las celebraciones de fiestas patrias?
Cada vez más perdida. Estamos en el modelo internacional regido por el utilitarismo norteamericano. Estamos en eso, pero identidad cultural, espiritual, ya no existe en Chile. Eso les está pasando a muchos países, el hombre medio del mundo perdió su cultura. […] Los problemas ahora son sólo económicos. Cuando se habla de educación, no se habla de contenido, solo de financiamiento, ya no se les ocurre formar a las personas, creen que el hombre ya está realizado, que hay que darle los medios para que se incorpore al sistema, pero no sabe que tiene adentro una energía psíquica muy grande que debe realizarle gradualmente a través de la vida. Dicen «egresó, ya está realizado ese hombre, solo hay que darle los medios para que trabaje para servir al sistema». Con eso no vamos a llegar a ninguna parte. En la educación no hay nada formativo. Para las culturas indígenas el hombre debe realizarse a través de un esfuerzo constante y adquirir kimun (conocimiento), rakiduam (pensamiento).

¿Ve alguna solución respecto a la relación del Estado con el pueblo mapuche?
Yo creo que el pueblo mapuche no tiene nada que perder, así que va a seguir adelante con su lucha. Y mientras más incomprensivos sea el Estado chileno, más violencia va haber. Yo creo que el pueblo mapuche va a ganar a la larga, porque está dispuesto a las últimas consecuencias. Morirán algunos, como Camilo Catrillanca y otras víctimas, y existirá apoyo de otros países que se darán cuenta de la gravedad de la situación.

en Interferencia, 18 de agosto, 2019



II [por Fernanda Paúl]

Entrevistar a Gastón Soublette no es una tarea fácil.

A sus 94 años, el filósofo, esteta, musicólogo y escritor chileno ha perdido el sentido del oído, por lo que prefiere no atender el teléfono.

Tampoco tiene computador ni correo electrónico. Y todo lo que escribe, lo hace con una máquina de los años 80, incluidas las respuestas a esta entrevista.

Además, vive alejado del mundo, en una quinta en la pequeña localidad de Limache, en la región de Valparaíso, Chile.

Pero Soublette no pierde la lucidez. Tampoco su increíble capacidad de analizar la sociedad actual, con una agudeza que lo ha llevado a ser reconocido como un importante referente intelectual del país sudamericano.

En esta entrevista realizada […] con BBC Mundo, Soublette desmenuza las consecuencias del crecimiento ilimitado en el mundo, las injusticias perpetradas por las élites políticas y económicas, la falta de solidaridad y respeto por la humanidad, y las consecuencias del avance de la tecnología en la mente humana, entre otras cosas.

En Chile ha habido un fuerte debate respecto al individualismo y la falta de solidaridad en la pandemia, se dice que a nadie le importa mucho lo que le pasa al de al lado. ¿Cree que el coronavirus ha desnudado las fracturas de la sociedad moderna de este país?
Creo que la pandemia, al igual que una guerra, tiene el poder de extraer lo mejor y lo peor de los individuos y, esto, a modo de juicio final. Lo peor está demasiado a la vista y no se puede disimular. La espiral de la violencia delictiva, los femicidios que se multiplican, los asesinatos de niños y niñas, y hasta las amenazas de muerte de algunos a sus vecinos sólo por el hecho de haber contraído el mal del coronavirus; las fiestas clandestinas de quienes no les importa contagiarse sin pensar que ellos pueden contaminar a otros; el pillaje a todo nivel de vehículos de transporte, de centros comerciales; los asaltos hasta en las calles céntricas de la ciudad; los atentados incendiarios; los enfrentamientos entre bandas rivales de narcotraficantes con balaceras que dan muerte a muchas víctimas inocentes, en fin… Eso por una parte, y por otra, la ocasión que este encierro les brinda a muchos de hacer un balance de sus vidas, pues todo se acelera y ya nadie tiene tiempo de parar esta máquina para revisar lo hecho y lo que está por hacer, y eso se debe a las formas de vida que ha generado un modelo de civilización cuyos únicos valores y fundamentos son económicos, tecnológicos y políticos. El hombre interior en la mayor parte de la humanidad está muerto. Nuestra mente enteramente vertida hacia el exterior sólo funciona ante el estímulo de los lugares comunes del día a día ciudadano.

¿Qué lo llevó a esa conclusión? ¿Esto tiene que ver con la falta de solidaridad e individualismo imperante?
El hombre interior es la parte más elevada de nuestro ser consciente, por así llamarlo, el núcleo de la conciencia. El hombre tiene el deber moral de trabajar sobre sí mismo para obtener el gobierno de su vida psíquica, desde ese ámbito profundo de su propia alma. Si se deja arrastrar por la corriente que se vierte hacia el exterior, ese centro rector de la conciencia queda subordinado al poder de los impulsos psíquicos y el hombre interior se desvanece a través de los años. La civilización en que vivimos, que sólo pide rendimiento de nosotros, es el paradigma alienante de la psique humana; hoy sólo queda el hombre que proyecta su mente hacia el exterior para actuar sobre las cosas y las personas. Por esa alineación de nuestro espíritu carecemos de un referente trascendente, con lo cual perdemos la noción del sentido.

Usted ha afirmado que Chile vive en una «sociedad muy injusta». ¿Qué cree que la condujo hasta allí?
La injusticia de la sociedad chilena es una forma más de injusticia que impera en el mundo entero. Una elite de emprendedores a nivel mundial detenta toda la riqueza del planeta y maneja el mundo desde la trastienda del poder político. Eso ocurre en todos los países con diferentes matices. Los peores matices se dan en los países del tercer mundo. Chile entre ellos figura a la cabeza de los países en que la distribución del ingreso es la más desigual. Sumado a eso la corrupción funcionaria de muchos servidores públicos a nivel regional y comunal, quienes permiten la destrucción de nuestro patrimonio urbano y natural privilegiando ciertos proyectos inmobiliarios e industriales en desmedro del buen vivir de los ciudadanos. La sociedad contemporánea está obligada a vivir en formas que le son impuestas por una élite de poderosos emprendedores, los cuales manejan el mundo. Esas formas de vida impuestas por ellos tienen por finalidad mantener este constructo económico y tecnológico que son los países modernos, y que les permite a ellos retener para sí mismos toda la riqueza del mundo. Esa falta absoluta de solidaridad y respeto por la humanidad no se tolerará más en el siglo XXI. Los estallidos sociales muestran que ese modelo de sociedad está llegando a su fin.

¿Se puede recuperar la solidaridad?
La solidaridad entre los hombres sólo es posible cuando estos tienen virtud y sabiduría. La solidaridad no se puede recuperar por medio de una campaña de promoción ni por medio de una ideología. La solidaridad puede volver al mundo sólo por un cambio de paradigma cultural, fruto del trabajo sostenido de minorías disidentes que asocian a personas que tienen virtud y sabiduría para conducirse en la vida.

¿Qué papel debería jugar la élite económica y política en una crisis tan fuerte como la que estamos viviendo producto de la pandemia?
La elite económica en estas circunstancias debiera concertarse para patrocinar planes de ayuda al sector más vulnerable de nuestra población. La gente pierde su trabajo, pierde su remuneración, carece de medios y, encima, los obligan a encerrarse en sus casas. Entonces no se extrañen que la espiral de la violencia delictiva haya llegado al grado de gravedad que observamos hoy. Además, todos sabemos que la pandemia ha contribuido a incrementar el capital de los más afortunados.

¿Cree que las ayudas sociales han sido suficientes en Chile y en América Latina para proteger a los marginados?
Ciertamente las ayudas sociales son insuficientes en un sistema que genera desigualdades escandalosas como las que se dan en Chile. La ayuda es circunstancial, en tanto que la mayor parte de la población vive en una estrechez al límite de lo soportable, y justamente en esos medios es donde germinan las aberraciones morales y la delincuencia en gran escala.

Usted tiene 94 años y ha visto pasar muchas cosas frente a sus ojos. Ha dicho que la civilización industrial fracasó en su intento de alcanzar el bienestar y que la «calidad humana» de las personas ha disminuido. ¿Qué lo llevó a esa conclusión?
La civilización industrial surgió como consecuencia de la filosofía utilitaria anglosajona, la cual promovió el imperativo de la generación de riqueza como el sentido mismo de la vida. Paralelamente a eso, estaba ya ocurriendo el fenómeno de una creciente secularización de la sociedad, hasta el punto culmine en que Friedrich Nietzsche proclamó ante el mundo su famoso «Dios ha muerto». La justificación suprema de la civilización industrial es la búsqueda del bienestar, pero con el correr del tiempo la vida en los centros urbanos de volvió mecánica y extremadamente compleja, la necesidad de un creciente rendimiento obligó a los hombres a vivir en el apremio constante. Los emprendimientos industriales movilizaron grandes masas de trabajadores los cuales fueron explotados al máximo, y el hombre medio de todas la naciones se transformó en un consumidor y usuario pasivo, delegando sus aptitudes personales en especialistas e intermediarios. En algunos aspectos se alcanzó un cierto bienestar, aunque el fenómeno del crecimiento ilimitado transformó la ciudad moderna en un infierno mecánico donde desapareció la noción misma de la felicidad. El día a día de los ciudadanos se empobreció, desarticulando y anulando la cultura tradicional de los pueblos, con lo que se desvanecieron las nociones de «sabiduría» y «virtud», de «sentido» y «trascendencia». En adelante, no hubo más sentido que el que los hombres le quieran dar a la vida. Desapareció la noción de un sentido preexistente al hombre. Esa nueva cosmovisión generó esos sistemas de pensamiento que llamamos «ideologías». Y como las ideologías son puro pensamiento, el hombre no tuvo más mundo que el que podía resultar de su actividad pensante, en suma: un mundo enteramente pensado y, con él, también un hombre enteramente pensado. Ese mundo pensado se impuso a la estructura psíquica del hombre y al plan maestro de la naturaleza. Así, la civilización industrial anuló la integridad psíquica de los hombres y provocó la desarticulación de los ecosistemas del orden natural.

¿A qué se refiere cuando habla de «calidad humana»?
La calidad humana se prueba en el sentido de «comunidad» y supone lo que tradicionalmente llamamos «virtud». La virtud consiste en amar y respetar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La calidad humana se prueba también en el desarrollo de las facultades superiores de la persona. Pero sea lo uno o lo otro, resulta una moral subordinada a la armónica convivencia social.

Antes de la pandemia del coronavirus, estaban ocurriendo protestas no sólo en Chile sino en varios países del mundo. ¿Cree que van a continuar cuando se acabe la covid-19?
Las protestas sociales que empezaron el año 2019 fueron suspendidas por la fuerza mayor de la pandemia. Pero terminada esta emergencia, los hechos que motivan las protestas persisten y la reacción violenta de las masas ante los privilegios de los poderosos continuarán, pues la humanidad está demostrando que no seguirá tolerando que el poder económico siga manejando el mundo en beneficio de una elite pero a costa de la mayoría, a quien le cuesta vivir en una estrechez al límite de lo soportable. Como tampoco va a seguir tolerando que los poderosos sigan destruyendo la naturaleza al punto de poner en riesgo la supervivencia de nuestra especie.

Usted ha estado al margen de la tecnología. ¿Por qué?
Procuro vivir lo que más pueda libre de tecnología porque la conducta humana que se somete a ella termina condicionando inconscientemente su funcionamiento mental. Es un hecho comprobado que el hombre es lo que hace, y ese condicionamiento es progresivo. Así, sin advertirlo, el hombre moderno entrega la génesis de sus pensamientos a diversos mecanismos de manera que la reiteración crea una adicción y al fin pierde su identidad como persona humana.

¿Qué opinión tiene de las redes sociales y cómo estas han sido un vehículo a una época marcada por la posverdad?
Las redes sociales han prestado ayuda a los disidentes del mundo transmitiendo textos, anuncios, proclamas, manifiestos, textos reflexivos, noticias importantes y convocatorias para acciones concretas. También han sido usadas para el tráfico de varios, incluido el de personas, para promover el comercio sexual y la pornografía, han sido la causa de muchos crímenes, falsas noticias, estafas, amenazas, difamaciones, robos, etc. La rapidez de sus efectos es parte del aceleramiento que han adquirido todos los procesos de la existencia. La vida, en verdad, tiene otros ritmos a causa de la ley del crecimiento gradual, y la psique humana se adecúa mejor a ellos. No creo que el apóstol Pablo de Tarso con la ayuda de tan poderoso instrumento hubiese podido difundir la fe cristiana en el imperio romano, como lo hizo con la ayuda de eso que él llamaba Espíritu Santo.

¿Qué piensa de las nuevas generaciones? ¿Tiene esperanzas en ellas?
Hace 50 años que ejerzo como académico de la Facultad de Filosofía y Estética de la Universidad Católica y en los últimos 20 años he observado un cambio muy favorable en los jóvenes. Un sentido más desarrollado de la justicia y la dignidad humana, una conciencia más clara de la igualdad esencial de todos los seres humanos, una tendencia persistente a conocer y promover los fundamentos culturales de la identidad nacional, y una autenticidad mayor para aparecer ante los demás, sin simulaciones. Creo que están más capacitados que antes para enfrentar la realidad y tienen más coraje.

en BBC News Mundo, 9 de mayo, 2021



III [por Amanda Marton Ramaciotti]

Viene con un característico poncho sobre su cuerpo y un bastón en su mano derecha. Gastón Soublette (94) se acerca al portón, saluda y, emocionado, comenta: «Hoy es un gran día».

Es domingo, 4 de julio. Y mientras el reconocido docente, filósofo, musicólogo y esteta abre las puertas de su morada en Limache –una amplia residencia italiana de inicios del siglo XX– para conceder esta entrevista, en Santiago se inaugura la Convención Constitucional.

Pide disculpas por no poder mostrar el interior de su casa. «Me están cuidando mucho», dice, refiriéndose a las recomendaciones de sus tres hijos sobre las medidas sanitarias por la pandemia mientras se dirige al fondo del terreno, cerca de la piscina, bajo el sol.

«Supongo que conversaremos sobre la Convención», afirma. Y sí, hablaremos de eso. Pero el diálogo será más amplio. Mucho más amplio.

En él, Soublette comentará sobre su intimidad, sobre la pérdida de su única hermana, la destacada compositora Sylvia Soublette, y de su esposa, Bernadette de Saint Luc, hace poco más de un año. También soltará garabatos, contará detalles sobre cuando subió un cerro de Valparaíso buscando que lo asaltaran, de cuando gastó una importante suma de dinero destinada a la Revolución de 1968 en Francia, de sus proyectos más actuales y de sus arrepentimientos.

«Me arrepiento de muchas cosas», afirma el postulado al Premio Nacional de Humanidades 2021, con más de 7.000 firmas que apoyan su nombramiento.   


Parte 1: Lo íntimo

Usted tiene muchos apodos, como «El sabio de la tribu» y «El viejo del poncho». Pero ¿cómo se definiría? 
Yo no soy un hombre de acción, no podría ser político, ni tener una oficina de abogados o ingenieros. No. Yo soy un intelectual que piensa. Y que incursiona en diversas ramas del saber para entender el sentido de la vida. Eso yo lo pude hacer consciente mucho más tarde, pero a juzgar por las cosas que yo hacía y pensaba, me di cuenta de que había una crisis del sentir en el mundo. Que se hacían muchas cosas, pero yo no sabía para qué.

¿Y ha podido llegar a la conclusión de cuál es el sentido de la vida para usted?  
Yo creo que nadie puede decir que le cayó la teja y finalmente entendió el sentido de la vida. Pero uno puede aproximarse a entender por dónde va la cosa. Yo fui a un colegio católico y la enseñanza de las asignaturas de la educación media fue muy deficitaria, porque los profesores eran muy mediocres. Ahora, en cuanto a la evangelización, creo que la religión que me enseñaron a mí no me sirvió de nada. Pero llegué al cristianismo nuevamente a través de una larga y penosa investigación mía (el libro Rostro de Hombre) y también tratando de entender qué le pasa a uno en la vida cuando está en las buenas y también cuando está en las malas… Para no caer exclusivamente en lo religioso, yo diría que todo ser humano nace con un potencial psíquico muy grande, no importa que en la vida real, en la sociedad, no sea una persona que no tenga ninguna característica excepcional. Cualquiera, que tú consideras que es tonto, que es flojo, que es tocado, todos nacemos con un potencial psíquico enorme. Entonces para mí el sentido de la vida consistiría en una organización de sociedad que le asegure a cada individuo el desarrollo pleno y armónico de ese potencial de nacimiento que tiene.

Pero eso no necesariamente ocurre en la realidad.
La realidad es al revés. La sociedad está organizada de una manera en la cual es prácticamente imposible al hombre medio llegar a ese ideal de un desarrollo pleno y armónico de su potencial de nacimiento. La explotación del hombre por el hombre tiene el sesgo maligno de impedir que ese ser que ha recibido un potencial de nacimiento muy grande, apenas pueda realizar una mínima parte de su potencial. Se ha creado una maquinaria a la cual la mayoría debe servir y los beneficios de eso lo reciben muy pocas personas.

En un lapso muy corto de tiempo usted perdió a su hermana, a su pareja y también a algunos contemporáneos con quienes compartió en varios conversatorios, como Humberto Maturana. ¿Cómo lidia con la soledad y la muerte?
El hecho de estar encerrado en esta casa, solo, al lado de la pieza de la que fue mi esposa, con el retrato de mi hermana al frente, y con esas noticias que llegan, como que murió Humberto Maturana… Eso hace que uno se fortalezca al contemplar algo que es aflictivo, que es triste, pero saco fuerzas y digo «por algo estoy en esto», «el sentido de la vida incluye esto». El sentido de la vida incluye que yo esté solo en este momento y yo tengo que asumir esa situación y tomarla lo mejor que pueda. Cuál es el fruto que salió de esta soledad: salieron mis memorias, salió un comentario sobre el libro de las mutaciones de Confucio y ahora le ofrecí a la Facultad de Filosofía de la UC un ensayo sobre el Mito del Paraíso, tanto del punto de vista teológico como antropológico, de la visión científica sobre la posibilidad de que en el pasado haya habido un equilibrio perfecto entre el hombre, la naturaleza y el hombre consigo mismo. Todo eso ha sido posible gracias a la soledad. Porque con la casa llena de gente yo no puedo escribir (se ríe). Todo eso ha sido positivo para mí. Y he aprendido también a conocerme a mí mismo.

¿Qué ha aprendido?
Mira, hay ciertas personas que dicen «Yo no me arrepiento de nada». Yo considero que ahí hay una actitud orgullosa, yo no paso por esa soberbia y me arrepiento de muchas cosas.

¿Como cuáles?
Me arrepiento de haber estudiado Derecho, me hizo perder mucho tiempo. Algunas personas me dicen « Ya, pero de algo te sirvió». Y sí, me ordenó la mente, porque el Código Civil es una maravilla de lógica y de redacción. Está redactado en un castellano muy, muy puro. Me arrepiento de no haber estudiado Filosofía o Antropología. Me arrepiento de no haber usado ese tiempo en llegar al pensamiento filosófico que me ha caracterizado después. Son cosas de las cuales me arrepiento.

¿Y a nivel personal?
A nivel personal me arrepiento de haber sido egoísta, oye.

¿En qué sentido fue usted egoísta?
Juzgo mal muchas actitudes de mi juventud. Algunos pueden decir que estaba caminando por el camino equivocado y no hay nada peor que vivir a contra pelo. Eso te lleva a reflexionar permanentemente si lo estás haciendo bien o mal. Te quita sensibilidad sobre el prójimo. Eso me pasó a mí. El hecho de estudiar Derecho me hacía sufrir. La neurosis era muy grande, me produjo mucho daño psicológico. Yo le dije a mi padre que quería estudiar Filosofía y él me dijo que me iría a morir de hambre si estudiaba Filosofía. Y eso me bastó. Incluso él invitó algunos amigos a la casa que tenían cargos importantes en la política para que conversaran conmigo y me orientaran, pero nadie me dijo que mi mente era más para la filosofía que para el derecho. Si me hubiesen dicho eso, a lo mejor mi padre hubiese valorado eso. Y eso de que uno se va a morir de hambre estudiando Filosofía… bueno, ¡existe la Academia, pues mijita! Entonces… hay muchas cosas que me desagradan recordar cuando miro mi pasado. Estando aquí me he visto obligado a enfrentar ese pasado insensible a los demás, preocupado permanentemente de mí mismo, concentrado egoístamente en mi persona.


Parte 2: Lo marginal

Soublette tiene la sensación de que su memoria cronológica «no le interesa a nadie». Entonces, para cumplir con una solicitud de Ediciones UC sobre sus recuerdos, empezó, hace un año, a escribir sus encuentros con todos los seres marginados que conoció. «Estos marginales iban desde la alta nobleza europea en ruinas hasta delincuentes y locos de aquí de Chile», cuenta. El resultado es un libro que ya está listo y que debe salir publicado durante el segundo semestre.

¿Qué historias le parecen particularmente destacables?
Mira, por ejemplo: cuando vino la dictadura, las universidades fueron intervenidas y el almirante Jorge Swett fue rector de la Católica. Y él era medio pariente mío. Entonces mucha gente me decía: «Oye hueón, a ti nunca te va a pasar nada, eres un privilegiado, estái emparentado con el jefe, no te va a pasar nada». Efectivamente no me pasaba nada (se ríe) y yo hacía muchos méritos para que me echaran. Invitaba a mapuches al Campus Oriente y dejaban la grande en el patio central, los alumnos bailaban, salían a la calle, algunos quemaban muebles… Y a pesar de todo nunca me echaron, nunca me llamó a su oficina el rector a decirme «Oye, qué diablo estái haciendo hueón, me estái dejando mal». Ante eso, yo dije: «Sabes qué, quiero que me pase algo alguna vez. Y si voy a ser castigado, que sea por mi propio pueblo y no por la DINA».

¿Y cómo llevó a cabo su plan de ser castigado?
Fui a Valparaíso un sábado en la noche. Solo, para arriba. Y una prostituta salió de un boliche y me dijo: «¿Pa' dónde vai, loco? Si este lugar no es pa' ti, te van a asaltar arriba, te van a sacar la cresta y te vai a acordar de mí». Entonces yo le dije: «No, si tengo buenos amigos…». «Oye, hueón, si te lo digo por tu bien nomás», dijo. Bueno, me asaltaron arriba, me metieron en un callejón oscuro, pero no tan oscuro como para que yo no les viera la cara a los gallos. Eran como cinco, daba la impresión de que había uno que era el jefe.

¿Conversó usted con ellos?
Fue extraño lo que ocurrió. Lo lógico era un cuchillo aquí en el cuello y «entrega la plata, conchetumadre», pero no pasó nada. Hasta ese momento eran como que nos mirábamos las caras nomás, entonces el que parecía jefe me dijo algo que me estremeció: «¿Qué tenemos de común tú y yo?». «Chuuuta», dije yo, «este gallo se las trae, no cualquier lanza hace esa pregunta. Este es un gallo profundo», pensé yo. Le dije: «Mira, yo creo que está bien claro que lo que tenemos de común es la protesta». Ahí dijeron que todo estaba bien, salimos del callejón y nos sentamos en la vereda, bajo un poste de alumbrado público. Ellos andaban con una garrafa, tomamos un trago y me preguntaron por qué andaba por ahí. Me dijeron, «¿No sabí que era peligroso esto?». «Bueno, por lo que acaba de pasar, claro que me doy cuenta de que es peligroso», le contesté (se ríe). Y ahí empezaron a reírse, después nos presentamos, nos dimos la mano, nos tomamos toda la garrafa, y yo les pregunté si no querían seguir tomando, porque yo conocía un boliche que estaba abierto toda la noche. Quedamos como cuba de curados, amigos para toda la vida.

¿Son amigos hasta hoy?
¡Sí! El jefe –le dicen «El Richard»– me pidió que yo fuera padrino de su hijo, y yo soy padrino de él. Para mí ha sido un pasaporte increíble: la cantidad de lanzas que hay es enorme, y les digo «Yo soy padrino del Richard» y me contestan «Ya, pasa hueón, aquí no te va a pasar nada» (ríe a carcajadas).


¿Qué otra historia marginal hay en el libro?
Ahí cuento mi participación en la Revolución de Mayo en París, que fue bastante estrecha, estuve metido en cualquier cantidad de cosas, si la policía me hubiese pillado me hubiese puesto en la frontera inmediatamente porque yo era diplomático.

¿De qué forma usted se involucró?
Yo pude participar en las deliberaciones del comité revolucionario… El grupo contaba con dos pistolas, dos escopetas y cuatro molotovs y quería tomarse la municipalidad. El jefe me dijo: «¿Tú has venido aquí a oír o a proponer?». Y les comenté: «Tomarse la municipalidad es una brutalidad, yo he pasado al frente y la cantidad de guardias armados que hay… olvídense de tomarse el edificio». Les propuse una resistencia no violenta en un teatro donde había unas discusiones lindas: «Entra la policía a la platea baja, entran a la sala principal del teatro y ustedes silencio absoluto, ninguna palabra. Ustedes háganse los muertos para que los arrastren por el suelo. Ustedes no insulten, no peguen, un silencio sepulcral. Eso tiene un efecto psicológico tremendo». Se aprobó por unanimidad. Pero las autoridades fueron más astutas, no mandaron nunca a la policía sabiendo que los revolucionarios iban a comenzar a pelearse entre ellos. Entonces el jefe del comité revolucionario se robó una caja donde había el equivalente a 3.000 dólares y no halló nada mejor que venir a esconderse a mi departamento el hueón, así que le sacamos lustre a la plata de la revolución, fuimos a restaurantes caros, nos compramos ropa…

¿Esa fue su única participación en la Revolución?
No… Después fui a otro comité revolucionario, pero no me admitieron, sino que me invitaron a una sesión solemne en el auditorio municipal donde un mendigo que vivía abajo de puente en París iba a dictar una clase magistral. Lo encontré increíble: llegó el gallo, un zaparrastroso, barbudo, cochino, piojento, y se mandó un discurso inimaginable. Pero para los marxistas fue una ducha de agua fría, porque ellos esperaban que él hablara de la injusticia social y él dijo: «Noo, no estoy aquí porque he caído por la injusticia social, yo estoy ahí porque lo elegí, estoy ahí por vocación dijo, yo escogí ese tipo de vida» (se ríe).


Parte 3: Lo público

Hay una gran campaña para que usted reciba el Premio Nacional de Humanidades. ¿Qué opina sobre eso?  
Yo se los agradezco enormemente, porque no me lo esperaba. He sabido por mi ayudante que se formó un dossier muy grueso con 70 cartas de apoyo de los más diversos signatarios, psicólogos, filósofos, concejales, alcaldes, indígenas, hay de todo… 

¿Le emociona?
Sí, me emociona, porque el reconocimiento del mundo académico no es el de las empresas ni del mundo político. El mundo académico es donde me he movido siempre, es gratificante. Pero no sé cuál será el criterio…

¿Quiere recibir el Premio?
Sí, me gustaría.

Me decía antes de la entrevista que está emocionado por la Convención Constituyente. ¿Qué espera de ella?
Un cambio radical en la concepción de la educación, y que haya una educación formativa. Para eso habría que dejar sentado de que hubo una cultura específicamente chilena. Cuando una cultura está viva, le asegura a todos los miembros de la comunidad. Le asegura que tengan sabiduría y virtud. Y que tengan como referencia las nociones de sentido y de trascendencia. Eso está muy vivo todavía en los pueblos originarios, y de ahí mi gran cercanía con ellos. Toda la cultura criolla y campesina también tuvo su cultura. Y lo ves en los cuentos, en los dichos, en todo lo que puedes recopilar del texto hablado popular de nuestra cultura.

Sin embargo, sigue habiendo un gran distanciamiento entre el mundo académico y la sabiduría popular…
Ahí está uno de los grandes problemas en Chile. Los caballeros que han manejado la política en Chile y que han organizado a su antojo la sociedad han partido de un tremendo prejuicio: el indio es un ignorante que hay que chilenizar, incorporar a la cultura vigente. Y de otro mucho más grave: que el hombre de campo, el peón, el huaso, la comadre, y todo ese grupo que dio la tradición criolla chilena, es gente ignorante que hay que educar. No saben nada. Sobre ese prejuicio se construyó la cultura ilustrada en Chile. La de Enrique McIver, la de Benjamín Vicuña Mackenna, la de los grandes rectores de universidades. Cuando se editó por primera vez en Chile los refranes que se había recogido de las tradiciones orales, la prensa dijo que Vicuña Cifuentes perdía su tiempo ocupándose de la «cultura del vulgo». Sin darse cuenta de que esos refranes son maravillas literarias. Llegas a la conclusión de que hubo sabiduría en el pueblo chileno y una sabiduría que yo considero superior a la de los estamentos ilustrados, que estaban preocupados del «desarrollo» del país.

¿Hacía dónde nos llevó esos prejuicios?  
Condujeron por mal camino a los gobiernos de Chile y se empezó a producir esa separación que usted me menciona, entre la cultura ilustrada y la popular. Pero están los trabajos valiosos de los antropólogos chilenos de recoger la tradición oral. Sólo que lo hicieron porque estudiaron antropología afuera, en España, en Inglaterra, en Francia, y se dieron cuenta que acá había una veta estupenda. Eso durmió hasta la llegada de Violeta Parra, quien fue la gran figura del pueblo criollo chileno. Quien sacó la cabeza y dijo que esa cultura se estaba muriendo y que ella la debería salvar. Gracias a ella estoy metido en todo esto.

En ese sentido, ¿considera que estamos en un período de reivindicación del pueblo criollo e indígena?
¡Sin dudas! Me ha dado mucho gusto ver a los pueblos originarios ahí presentes como constituyentes.

En medio de todo ese contexto salió este año una reedición de su libro Tao te King, sobre Lao Tse ¿Por qué recordar a ese pensador hoy?
El libro es importante porque es una filosofía política china muy sabia. Y si lees alguno de los epigramas, te darás cuenta de que es un lenguaje muy moderno. Hay uno que dice: «Mientras más leyes y decretos se promulgan, más surgen los criminales y los ladrones. Mientras más eficiencia hay, tanto o más sumido en el desorden está el Estado. Mientras más actúa la gente con habilidad y astucia, más son los signos nefastos que aparecen».

¿Qué otras enseñanzas se pueden sacar de ahí?
Es algo curioso: varios intelectuales indígenas mapuches se interesaron mucho en el libro del Tao, porque sintieron que esa sabiduría china corresponde a la sabiduría de ellos y que la interpretaba muy bien. Se trata de un hombre que vive en una época moderna y se acuerda de que actualmente los valores fundantes de la cultura china se han perdido, y que esos valores los tienen los sabios y santos de la antigüedad. Por eso dice, por ejemplo: «El buen gobernante no tiene planes propios de gobierno, hace suyo las aspiraciones más íntimas de su pueblo y está ahí para interpretarlas». Ahí tienes tú una enseñanza que no ha pasado nunca de moda.

Finalmente, en medio de la pandemia y de los procesos políticos a los que se enfrenta Chile se ha dicho que estamos en una época de individualismo por sobre la solidaridad. ¿Cómo cree que podemos recuperar la solidaridad?
Para tener solidaridad hay que tener bien claro quién es mi prójimo y cuál es mi deber de amarlo y respetarlo como a mí mismo. Eso está muy perdido en la sociedad chilena. Eso no se puede generar desde afuera, con una buena legislación, con reglamentos, sino con un vuelco de consciencia. Mientras no se produzca el vuelco de consciencia, todo lo que tú hagas por presionar a la sociedad para que haya solidaridad siempre va a pifiar. Lo que abunda en Chile es el hombre astuto, el hombre que tira agua para su molino nomás, el aprovechador. Es lo que dice Tao: Mientras sea así, más signos nefastos aparecen. La naturaleza reacciona a esa supuesta astucia, como si dijera: «Mira, hueón, la cagada que quedó».



en The Clinic, 5 de julio, 2021















jueves, abril 24, 2025

«Maria Popova: una pregunta», de Krista Tippett

Traducción de Jimena Castro




Maria Popova nació en Bulgaria mientras todavía estaba tras la Cortina de Hierro. La noción de «alma» había sido desterrada de ese mundo. Pero fue criada por sus abuelos en un departamento lleno de libros, y hasta el día de hoy estudia los apuntes de los márgenes de los libros de su abuelo, para quien la vida intelectual fue una forma de sobrevivencia espiritual. En un mundo que cambió tras la Guerra Fría, vino a estudiar a Estados Unidos. Y mientras trabajaba en una oficina para pagar la universidad, en los primeros años de uso del correo electrónico, comenzó un newsletter semanal sobre ideas, dirigido a algunos pocos amigos. Creo que el bagaje centroeuropeo de Maria le da una fe audaz, de cierta forma muy poco estadounidense, al poder de las ideas. Y de alguna manera logra usar las herramientas tecnológicas al servicio de la sabiduría al modo antiguo. Cuando hablo con Maria, a sus treinta años, ella ya lleva una década en esto. Brain Pickings es un esfuerzo de amor que cuenta con una vasta audiencia, y que señala el potencial redentor de la tecnología. Ella, al igual que Brené Brown, mientras buscaba preguntas aparentemente no relacionadas entre sí, se tropezó con un robusto vocabulario de la esperanza.

Creo que el magnetismo de tu trabajo, lo que hace que la gente se sienta atraída hacia él, es que es aspiracional. Lo que contrasta con lo «disruptivo». Vamos por la vida con todas estas suposiciones que acarreamos y transmitimos a las nuevas generaciones, de que no hay lugar para profundizar, que sólo podemos recibir las cosas en porciones pequeñas. Y, sin embargo, tú le muestras este descubrimiento a la audiencia, de que sí queremos que nuestro cerebro se expanda. Percibo que hay en ti una auténtica calidad como ser humano, que se refleja en tu trabajo, de confianza y generosidad intelectual. ¿Existe en ti una filosofía vinculada a eso?
Bien, hay alguna creencia esencial, supongo. Pienso mucho en la relación entre cinismo y esperanza. El pensamiento crítico sin esperanza es cinismo. Pero la esperanza sin pensamiento crítico es ingenuidad. Intento vivir en ese espacio entre las dos, de construir una vida ahí. Porque encontrar faltas y sentirse sin esperanza sobre la posibilidad de mejorar nuestra situación produce resignación, que es un síntoma del cinismo, una especie de mecanismo de defensa inútil. Pero, por el otro lado, creer ciegamente que todo va a resultar bien por sí solo, también genera una forma de resignación, porque no habría motivo para empeñarnos en hacer mejor las cosas. Creo que para sobrevivir, como individuos y como civilización, pero especialmente para poder prosperar, necesitamos tender un puente entre el pensamiento crítico y la esperanza.   



en Becoming Wise. An Inquiry into the Mystery and Art of Living, 2016



















miércoles, abril 16, 2025

«Hablo a las paredes», de Jacques Lacan

Fragmento / Traducción de Dora Saroka

 


Este no es el fondo de las cosas. No es aquí donde expongo el fondo de las cosas. Pero, ¿dónde estoy, quién me creo que soy para hablar del fondo de las cosas? Casi creería que estoy con seres humanos, o incluso «hechos a mano».[1] Sin embargo, me dirijo a ellos de este modo. 

En el fondo, lo que me motivó fue hablar de mi seminario. Como quizás ustedes sean los mismos, hablé como si les hablara a ellos, lo que me llevó a hablar como si hablara de ustedes, y, quién sabe, eso me llevó a hablar como si les hablara a ustedes. 

No era en absoluto mi intención, porque si vine a hablar a Sainte-Anne fuue para hablar a los psiquiatras, y de manera manifiesta ustedes no son evidentemente todos psiquiatras. Pero, en fin, lo seguro es que se trata de un acto fallido. Es un acto fallido que por lo tanto en cualquier momento corre el riesgo de ser logrado, es decir que podría ocurrir que pese a todo le hable a alguien. ¿Cómo saber a quién hablo? Sobre todo porque, a fin de cuentas, ustedes cuentan en el asunto, por más que me esfuerce en hacer abstracción de cuántos son. Cuentan al menos por cuanto no estoy hablando donde contaba con hablar, puesto que contaba con hablar en el anfiteatro Magnan y estoy hablando en la capilla. 

[Ruido de petardos.] 

¡Qué lío! ¿Escucharon? 

¿Escucharon? Le hablo a la capilla. Esta es la respuesta. Hablo a la capilla, es decir, a las paredes.[2] Cada vez más logrado, el acto fallido. Ahora sé a quién le vine a hablar, a lo que siempre hablé en Sainte-Anne, a los muros. Hace una pila de años. De tanto en tanto volví con algún pequeño título de conferencia acerca de lo que enseño, y algunos otros, no les voy a hacer la lista. Siempre les hablé a los muros. 

¿Quién tiene algo que decir? 

[Alguien del público]: Deberíamos salir todos si usted quiere hablarles a los muros. 

¿Quién me habla? Ahora voy a poder comentar lo siguiente: cuando hablo a los muros se interesan algunas personas. Por esto mismo pregunté recién quién hablaba. Es cierto que en lo que se denominaba un asilo, en una época en que se era honesto, «el asilo clínico», como se decía, los muros, de todos modos, no eran cualquier cosa. 

Diré más: me parece que esta capilla es un lugar extremadamente bien hecho para que captemos de qué se trata cuando hablo de los muros. Esta especie de concesión de la laicidad a los internados, una capilla con su guarnición de capellanes, no es que sea formidable desde el punto de vista arquitectónico pero, en fin, es una capilla con la disposición que se espera de ella. Se olvida demasiado que el arquitecto, por más esfuerzo que haga para huirles, está hecho para eso, para construir muros. Y los muros, a fe mía –a partir de lo que hablaba hace un rato, tal vez el cristianismo tiende demasiado hacia el hegelianismo–, están hechos para rodear un vacío. 

¿Cómo imaginar lo que llenaba los muros del Partenón y de algunas otras bagatelas por el estilo, de las que nos quedan algunos muros derruidos? Es difícil saberlo. Lo cierto es que de eso no tenemos absolutamente ningún testimonio. Tenemos la impresión de que durante todo ese período al que designamos con el rótulo moderno de paganismo, había cosas que sucedían en diversas fiestas de las que se conservó el nombre porque había anales que fechaban las cosas así: Fue en las grandes Panateneas donde Adirnanto y Glaucón, etc., encontraron al llamado Céfalo. ¿Qué pasaba ahí? Es absolutamente increíble que no tengamos ni la menor idea. 



2011







[1] Cousehumains. Juego de palabras a partir de etres humains [seres humanos] y «coum main» [textualmente: cosido a mano], expresión de la lengua francesa que se refiere a algo hecho con habilidad y perfección. [N. de la T.] 


[2] En francés, Parler aux murs equivale a la expresión «hablar a las paredes». En adelante se conserva el término «muro» para mantener la coherencia con lo que sigue de la charla. [N. de la T.] 









domingo, abril 13, 2025

«Escolasticidio o la destrucción del saber», de Soledad Chávez Fajardo





Ante mis ojos veo un grabado de Piranesi, uno de la colección de la Roma Antigua. Son esas colosales construcciones en ruinas. La tensión entre la magnificencia y el abandono son la clave de su belleza y de la melancolía que generan. Esto me lleva a pensar en cuánta colosal obra del hombre ha sido abandonada o, lo que es peor, destruida ex profeso. En un ejercicio doloroso hago un repaso por algunas de las principales destrucciones de bibliotecas en la historia de la humanidad. Por ejemplo, hacia el 612 antes de nuestra era, Nínive fue asediada por babilonios y medos. Allí se destruyó por completo la Biblioteca Real de Asurbanipal. Con ello, entre otras tradiciones textuales, se destruyeron los primeros textos literarios de la humanidad, como el Poema de Gilgamesh. Lamentablemente, por más que se hayan encontrado fragmentos en el sitio de Nínive o nuevas versiones, la epopeya permanece incompleta. Probablemente a finales del siglo IV de nuestra era, una de las sedes de la Biblioteca de Alejandría, el Serapeo, fue saqueada y destruida, por ser un enorme espacio del «saber pagano». Escritores cristianos de la época, como Rufino de Aquilea y Sozomeno lo describen pormenorizadamente. A tal punto fue un hito esta destrucción, que se entiende como la consolidación del cristianismo en la Antigüedad tardía. Ya más cerca de nuestra historia, en 1931, en lo que se conoce como la Quema de conventos, la Casa profesa de Madrid fue incendiada y, con ella, la que se conocía como la segunda mejor y más completa biblioteca del país: la jesuita. Ochenta mil volúmenes (muchos de ellos incunables) se consumieron con las llamas.

Sigo con este ejercicio ingrato y doloroso y hago un repaso por algunas de las principales destrucciones de universidades en la historia de la humanidad. El año 1190 el general turco afgano Bakhtiyar Khilji, dentro de las estrategias de la invasión musulmana en India, ordenó destruir la universidad de Nalanda. Esta había sido fundada en el año 427 y es considerada la primera universidad tal como hoy pensamos este concepto: con un inmueble en donde, incluso, habitaban sus profesores y estudiantes. Este centro de saber, considerado la capital de los estudios budistas en su momento, era un centro relevantísimo en ciencias como las matemáticas y la astronomía. Hasta los años 1499 o 1500 estuvo en funcionamiento La Madraza, la primera universidad en Al-Ándalus en donde se enseñaba, sobre todo, ciencias, como astronomía y matemáticas desde 1349. El cardenal Cisneros fue quien dio la orden de asaltar la universidad, sacar los libros de su biblioteca y quemarlos públicamente en una hoguera en la plaza de Bibarrambla.

Más nuevo es lo que se hizo en Irak, el año 2003, cuando el 10 de abril tropas norteamericanas y sus aliados saquearon piezas sumerias, acadias, asirias y babilónicas (entre otras) del Museo Nacional de Irak. Lo mismo en la Biblioteca y Archivo Nacional de Irak, que sufrió de ataques e incendios en dos ocasiones y donde se perdieron millones de libros y registros. El 11 de abril el Museo Arqueológico de Mosul fue asaltado y saqueado. Durante los días de la Batalla de Bagdad (entre el 3 y el 13 de abril) la biblioteca de la Universidad de Bagdad fue destruida y saqueada. Entre los textos destruidos y desaparecidos había un enorme número de manuscritos medievales. Cómo olvidar la épica saga de la bibliotecaria Alia Muhammad Baker por rescatar textos de gran valor de la biblioteca donde trabajaba, la Biblioteca Central de Basora, entre estos, una biografía del XIV de Mahoma. La lista es larga, pues estos son solo unos botones de muestra para una guerra que implicó una invasión so pretexto de la posesión de armas de destrucción masivas que albergaba Irak, algo que nunca se comprobó, dicho sea de paso.

Sigo con este ejercicio doloroso y presento ahora algunos de los ejemplos más actuales, como el 17 de enero de 2024, cuando la Universidad de Israa, solo después de 10 años de fundada, fue demolida por fuerzas israelíes. Durante los setenta días previos a su demolición, fue usada como centro de detención y como espacio de francotiradores de las fuerzas israelíes. Un dato importante acerca de esta novel universidad es que se destacaba por la carrera de Derecho y porque un número importante de mujeres (más que hombres) estudiaba allí esta carrera. El 6 de febrero de 2024 la Universidad de Al-Aqsa, la más antigua institución pública en Palestina (fundada en 1955), cuyo foco es la formación de profesores, fue nuevamente bombardeada en dos de sus sedes. Ya en 2004 una parte de la universidad había sido destruida por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). En lo que se conoce como la Invasión invernal de los años 2008-2009, la Biblioteca de Tel al-Hawa fue parcialmente destruida. 

Tengo entre mis manos el documento que la asociación de bibliotecarios y archiveros palestinos ha redactado para dar cuenta de cómo se ha ido mermando el acervo textual no desde octubre[1] (que muchas veces se piensa que octubre es el momento cero), como cuando en 1948, durante la Nakba, 30.000 libros y manuscritos fueron saqueados de hogares palestinos (se puede ver en el documental The Great Book Robbery, del año 2011, del director israelí Benny Brunner). O cuando en 1982, durante la invasión israelí del Líbano, Israel saqueó y confiscó la biblioteca y los archivos de la Organización de Liberación de Palestina. En noviembre de 2023 espacios como el Archivo Central de Gaza fue totalmente destruido. En diciembre de 2023 la mezquita y biblioteca Omari fue completamente destruida. La mezquita, que databa del siglo VII albergaba en su biblioteca la mayor colección de libros raros en palestina (¿un pequeño alivio? El año 2022 doscientos manuscritos pudieron ser digitalizados).

Puedo seguir con más ejemplos, porque los hay por decenas, como la destrucción de librerías, como la Al Mansur, la que a mayo de 2021 albergaba más de cien mil volúmenes en lo que era el «empleo de los libros» en Gaza, y donde padres de escolares y estudiantes universitarios iban a comprar sus libros. «Yo no tengo nada que ver con un grupo armado, con una facción política, se trata de un ataque contra la cultura. He pasado por dos Intifadas y tres guerras de Gaza pero esto jamás había ocurrido, jamás la librería había sido destruída», comentó su dueño, Samir Al Mansur, en su momento.

No quiero seguir con las muertes de rectores, decanos, académicos y estudiantes. Es un total barrido de los saberes que me recuerdan a lo de Nínive, al cardenal Cisneros, a la estrategia de Bakhtiyar Khilji, entre tantos otros movimientos de extrema intolerancia. Se ha entendido el intento de cortar relaciones académicas con Israel como un acto de intolerancia, por lo demás. Ser intolerante es constatar cómo estas universidades han sido total o parcialmente destruidas. Ser intolerante es revisar, día a día cómo miles de universitarios no podrán terminar sus estudios. Ser intolerante es constatar que el resultado de esta estrategia de guerra es anular el derecho a formación de miles de palestinos. 

Joaquín Córdoba Zoilo, catedrático de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid, a propósito de la destrucción ya referida de Irak, afirmó: «Los profesionales debemos desvelar la reciente historia de la destrucción sistemática de un patrimonio brillante, la intencionada desvertebración de Irak a través de la eliminación de su historia verdadera, su patrimonio y sus especialistas. Por imperativo moral, porque sabemos que los yacimientos, la arqueología y los museos de aquel país encierran junto a su razón de ser como nación, su memoria y la de toda la Humanidad».[2] Lo relevante en Córdoba Zoilo es la responsabilidad que tiene una comunidad académica en condenar y traer a colación, cuantas veces se pueda, estos actos de memoricidio (como lo usa Ilan Pappé y Nur Masalha), de anulación de la humanidad, para el caso de Palestina, el intento de destruir la historia, la memoria de la existencia del pueblo palestino. A propósito de lo de Irak, Córdoba Zoilo afirmó: «Las llamadas oficiales de ayuda y las iniciativas de instituciones como el Instituto Oriental de Chicago, el Museo Británico, la Universidad de Turín o la Universidad de Tokio en 1994 se encontraron con el silencio o la dejación de responsabilidad. UNESCO e Interpol estuvieron lejos de asumir sus obligaciones, probablemente ante el temor a irritar al Consejo de Seguridad [de Naciones Unidas] o a quien ejercía el dominio sobre el mismo», algo que, creo, no se puede ni debe repetir esta vez. La pasividad o un modus operandi laxo respecto a una condena clara y vehemente es necesaria en estos casos, sobre todo con universidades que están, en estos momentos, desarrollando armamento o por su complicidad con las violaciones a los derechos humanos, lamentables praxis que ayudan a perpetuar esta barbarie (como la universidad de Tel Aviv, la Universidad Hebrea de Jerusalem, la Universidad de Ben Gurión, el Instituto Weizmann de Ciencias en Rehovot o el Technion de Haifa). 

Quiero insistir en que la destrucción intencional de bienes culturales patrimoniales ha sido reconocido como crimen de guerra y perseguido en el Tribunal Internacional Corte Criminal. Posiblemente César, en uno de los grandes daños que sufrió la Biblioteca de Alejandría a causa del asedio que lideró, podría haber sido juzgado el día de hoy. Lo mismo quienes instaron y lograron destruir saberes a lo largo de la historia de nuestra humanidad. En este caso, junto con el claro proyecto genocida hay, por lo demás, un culturicidio sin lugar a dudas. El hecho de cortar relaciones académicas con universidades que, con su saber ayudan en el escolasticidio y el memoricidio, es un acto de habla claro y serio: cancelar un accionar que no hace más que silenciar, acallar y masacrar el saber. Con eso, señores, no se juega ni se puede hacer vista gorda. 







Notas:


2. Fuente: ElDiario.es: «La destrucción cultural de Irak, un crimen premeditado e impune», de Ignacio Fontes, 23 de marzo de 2024.

















miércoles, abril 02, 2025

En la 49ª Feria del Libro Independiente de Valparaíso, la Antología de Poesía de la Resistencia Palestina

 


Este sábado 
5 de abril del 2025
a las 17 hrs.
presentaremos nuestra
Antología de poesía de la resistencia palestina
junto a Ismael Rivera 
y Juan Carlos Villavicencio
en la Feria del Libro Independiente de Valparaíso
para que nos acompañen
y difundan
y leamos a los poetas palestinos
cómo se lo merecen.

¡Nos vemos en Valparaíso este fin de semana!









miércoles, diciembre 18, 2024

«Libreta/Sarlo», de Beatriz Sarlo

Siete anotaciones



(1942-2024)

 
7 de marzo. En Scitture estreme, Franco Rella cita un aforismo de Kafka: «Hay un punto desde donde ya no es posible el regreso. Este es el punto a alcanzar». No puedo decidir si es un impulso optimista o pesimista; expresa un deseo, pero no sé si es un deseo de destrucción o de futuro absoluto, de utopía absorta en lo que vendrá y no en lo que fue. Aunque todo lo que sabemos sobre Kafka inclina a pensar que el aforismo es pesimista, la negación del cumplimiento de toda promesa y de la llegada a una tierra prometida parece más un ansia de nuevo comienzo, de punto cero, abolición de una historia maldita o corte simple con la repetición. Nacimiento, no renacimiento. No hay tiempo para que el pasado ensucie o enturbie el presente. El pasado como mancha: alejarse de él, llegar al punto de no retorno.

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10 de octubre. Repetición. En un panel cuyo escenario es la Feria de Frankfurt (juro no hablar sobre el retrato de Maradona ni las fotos del colorido álbum oficial), alguien dice que nadie ha entendido el peronismo. Me sorprendo por la ancianidad de la afirmación. Menciono libros, investigaciones, artículos, escritos en las últimas dos décadas por lo menos. El panelista, que no da señas de tomarlos en serio, insiste: «Sí, pero nadie lo entendió». No es un fantasma del pasado; es un político de sesenta años, una edad que, salvo enfermedad grave, no impide la lectura ni la comprensión de textos. Después pasa a dar su teoría del peronismo, una síntesis que confunde significante vacío con significante flotante (debe tener un déficit de atención). No voy a contestarle que lo que acaba de decir es un mal resumen de Laclau, porque he respetado a este panelista cuando fue un político independiente, original y audaz. Lo que dice sobre la cualidad incomprensible del peronismo (o por lo menos incomprensible para quienes no son peronistas) es propio de la mística o del romanticismo poético. Tampoco se lo digo porque tengo miedo de que, acostumbrado a que no le discutan mucho, empiece a explicarme que nadie entendió el romanticismo ni supo leer bien a los místicos, que hay que ser romántico para entender a Victor Hugo y místico para leer a San Juan de la Cruz. Unanimismo.

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27 de septiembre. Salgo de viaje. Hace diez años, antes de internet, era más difícil saber qué se iba a encontrar en el lugar de destino. Recuerdo un vuelo a Nueva York donde, por casualidad, porque ninguna aerolínea ofrece a los pasajeros de clase turista el New Yorker de la semana, pude leer la cartelera de música. Durante todo el viaje supe adonde iría la noche siguiente. Art Blakey tocaba con los Messengers en Sweet Basil. Esa noche, mientras hacía cola sobre la nieve, mientras la nieve caía sobre mi impermeable, un tipo dijo: «Blakey, Blakey, esto sólo lo hago por vos». Yo, extranjera, no tenía tantas exclusiones y lo habría hecho también por otros. Al final pudimos entrar al boliche. Ahora ese suspenso es innecesario, Blakey murió, pero si alguien viaja a New York sabe quién toca en Sweet Rythm (antes Sweet Basil) y en cualquier otro lado. No sé qué prefiero. Llegaba a una ciudad y corría al kiosco para buscar el Voice, el City Paper de donde fuera. Parada en una esquina, hojeaba como una posesa las carteleras; indefectiblemente desilusionada me daba cuenta de que había llegado un día después y lo mejor había sucedido la noche anterior; pero descubría también que me esperaba algo esa misma noche. Buscaba una cabina de teléfono para hacer una reserva, encontraba un contestador y dejaba un mensaje, quedaba inquieta. Esperaba hasta la noche y llegaba al boliche con la breve información de cartelera (con suerte, un comentario o un destacado de la semana). No sospechaba que una década después toda esa excitación iba a disolverse en internet; las revistas que antes se compraban y después se obtenían gratis, ahora están en la pantalla de mi computadora, y puedo armar un itinerario como si hubiera contratado un paquete turístico en una agencia especializada en freaks, fans, melómanos y bizarros. No extraño esas décadas donde el azar trazó las líneas inesperadas de una relación suspensiva con las ciudades extranjeras, a las que llegaba como a una fiesta sorpresa, donde uno es verdaderamente un desconocido. Hoy el mapa y la ciudad real se acercan. Ahora espero justamente que, en algún lugar, se produzca una dislocación.

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24 de septiembre. Leo varias páginas de una novela alemana, en traducción, que no me convence. Pienso, dos o tres veces, cuánto más voy a darle antes de dejarla o de comprobar que me equivoco y que vale la pena seguir. Las peores películas comerciales (quiero decir las que se hacen en el sistema de producción de los grandes estudios, no los fracasos comerciales medio torpes) siempre tienen tres minutos aceptables al principio. El comienzo es un momento peligroso, porque el libro pasa por un riesgo verdadero: que lo cierren. Por eso muchos cuestionarios a escritores incluyen la pregunta sobre los «comienzos favoritos»: Call me Ishmael, y arranquemos (de esa frase inmejorable también arranca Charles Olson en su libro sobre Moby Dick). En las novelas rusas leídas, por supuesto, también en traducción, el comienzo está lleno de personajes que tienen dos o tres nombres distintos: el apellido, el patronímico, el diminutivo, Sasha, Nadezha, Aliosha. Trampas para lectores. Edward Said señala dos comienzos del escritor: cuando rompe o se ubica en una tradición y cuando empieza un libro: son gestos que definen (también lo cree Bloom) todo lo que viene después, incluso la obra tardía. La épica neutralizaba los comienzos peligrosos con la invocación a la Musa (o a los santos del cielo) y el ofrecimiento de algunos adjetivos para caracterizar al héroe. Pero hay que reconocer que la épica no se compuso para lectores ni mucho menos para lectores modernos, gente inquieta, poco capaz de tolerar, ya sea por el lado de la estética o de la exigencia de sentimentalismo, ideología y ficción.

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31 de agosto. Terminé de leer el libro de Buch sobre el «escándalo Schönberg». Algo me sorprende, como si no hubiera podido pensarlo antes. Muchos de los críticos que odiaban su música entendían bien, en términos técnicos, lo que Schönberg estaba haciendo; podían describirlo perfectamente, incluso darle un nombre, «atonal»; y, poco más tarde, escuchar un acorde de los doce sonidos menos uno. Escucharlo y refutarlo. Es interesante esta bisagra donde se entiende lo que se escucha aunque se lo aborrezca; en otros períodos, se aborrece pero no se entiende, no se es capaz de describir qué está sucediendo en un film de vanguardia, por ejemplo. Y, en general, se piensa que si algo se entiende no puede aborrecerse. Los críticos de Schönberg son el caso que invalida una idea tan de cajón, tan obviamente didáctica.

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23 de agosto. Domingo a la noche, en el bar de la Biblioteca Nacional, después de haber entrado al salón donde lo velaban a Fogwill. Guillermo Piro, Daniel Guebel y Marcos Mayer cuentan historias irónicas, frustradas, última conversación por teléfono, mesa de poesía en el Rojas de la que Fogwill estuvo majestuosamente ausente, reediciones. Valen para pasar el tiempo entre la llegada y la partida (de la Biblioteca, quiero decir). El mozo jura que nos va a cobrar JW etiqueta roja por el etiqueta negra que nos está sirviendo. Piro dice que el dueño del bar se hizo millonario con todos los que pasaron esa tarde. Ridículamente, insisto en el entierro del día siguiente, en Quilmes, pregunto si alguien va. Nadie va. Oscar Terán habló en el de Pancho Aricó, un entierro socialdemócrata, habría dicho Fogwill. Alberto Díaz me contó el entierro de Saer, en París. No sé por qué estoy interesada en el entierro de Fogwill, más que en esa reunión de sus amigos en la terraza de la Biblioteca. Debería ser a la inversa. Sin embargo, el entierro es algo así como la escena monumental de una muerte, el momento en que hay que convencerse del todo: Fogwill se murió.

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31 de mayo. Almuerzo con L. Fue dirigente sindical y militante político de la izquierda radicalizada. Hoy es presidente de una gran cooperativa gráfica y escribe poemas. Hablamos de Robert Walser, ese escritor cuya «lengua se había vuelto loca», como dijo Benjamin. Apropiadamente, cumpliendo la frase de Benjamin como si fuera un destino, Walser vivió desde 1929 hasta su muerte, en 1956, en manicomios suizos. Pienso que a L. le va a interesar y le cuento otra historia. Mi amigo A. se pasó cuatro o cinco años escribiendo los comunicados de prensa del SMATA, Córdoba, el sindicato que dirigía René Salamanca, desaparecido el 24 de marzo de 1976. A. también desapareció por esos días, pero fue reconocido como preso y salió al exilio poco después. En 1985 regresó a la Argentina; publicó una novela y trabajó en el periodismo. En esa época nos veíamos mucho, sobre todo para discutir, con igual entusiasmo, de política y de literatura. Un día llegó con la siguiente resolución: «Me voy a hacer internar en un loquero, quiero escribir un libro». Le dije con una sensatez conservadora: «Si te hacés internar es porque, de algún modo, estás loco». Como sea, consigue que un médico lo admita en un manicomio cordobés. Está allí algunas semanas, quizá más tiempo. Cada vez que sale, me busca para contarme las anécdotas desgarradoras y cómicas de los locos. Después regresa a México, se enferma y muere. L. me dice que mi amigo le recuerda a Austerlitz de Sebald. No se me había ocurrido. A. murió antes de Sebald y, cuando empezó con su proyecto del manicomio, sólo hablábamos de Walsh y de Lunar Caustic de Malcolm Lowry. L. me cuenta que, hacia 1973, una tarde llegó a su casa René Salamanca, el dirigente del SMATA, y que lo acompañaba un hombre joven (agrego: flaco, encorvado, de ojos azules y barba rala). Era mi amigo. No se quedó a comer con ellos las pizzas que amasó el padre de L. Dio un pretexto. Seguramente se fue al cine o a las librerías, abandonó por unas horas ese mundo de militancia obrera que lo atrapaba como un remolino. L. me da su último libro de poemas. Me quedo pensando que ese cruce de literatura y política parece haber transcurrido en otro planeta del que hoy quedamos unos restos dispersos, sin función evidente.



en Bazaramericano (Año XI, Nº 57), 2016