lunes, enero 28, 2019

«El tigre», de Charles Simić

Traducción de Juan Carlos Villavicencio





En memoria de George Oppen

En San Francisco, ese invierno,
Había una pequeña tienda oscura
Lleno de budas aletargados.
La tarde en la que entré
Nadie salió a saludarme.
Me paré entre los sabios
Como si tratara de leer sus pensamientos.

Uno era enorme y estaba hecho de piedra.
Unos pocos eran del tamaño de la cabeza de un niño.
Y tenían manchas del color de la sangre seca.
Había algunos no más grandes que ratones,
Y parecían estar escuchando.

«Los vientos de marzo, vientos negros,
los vientos descarnados», escribió el poeta muerto.

Al atardecer su calle estaba vacía
Excepto por mi larga sombra.
Abiertas ante mí como tijeras.
Ahí estaba su casa donde conté la historia
Del soldado ruso,
Aquel que se veía como un chino.

Yacía herido en la cama de mi padre,
Y yo le traía fósforos y agua.
Por eso me regaló un pequeño tigre
Hecho de marfil. Su boca estaba abierta de ira
Pero ya no le quedaban rayas.

Hubo una noche en la que pinté
De negro sus ojos, de rojo su lengua.
Mi madre sostuvo la lámpara por mí,
Mientras se preocupaba por el tipo de suerte
Que la bestia podría traernos.

El tigre en mi mano rugió débilmente
Cuando estuvimos solos en la oscuridad,
Pero cuando puse mi oído en la puerta del poeta
esa tarde, no escuché nada.

«Los vientos de marzo, los vientos negros,
Los vientos descarnados», escribió alguna vez.






en Hotel Insomnia, 1992















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