sábado, marzo 22, 2025

«Mi padre», de Zhang Zao

Traducción de Miguel Ángel Petrecca



 
Era 1962 y no sabía qué hacer.
Joven todavía, idealista y de izquierda,
pero etiquetado como reaccionario.
En Xinjiang la panza se le hinchó por el hambre
y escapó de regreso a su hogar en Changsha.
Su abuela le cocinó sopa de cerdo y zanahoria,
con unos dátiles rojos flotando en el caldo.
Dentro de su cuarto prendió una varita,
y observó en el humo un desconcierto ascendente.
Se encontraba perdido de verdad ese día.
Salió a dar un paseo, pero no pudo pensar.

Se echaba a reír mirando fijo cosas invisibles.
Su abuela le dio un cigarrillo, y él fumó por primera vez.
Dijo: la palabra «absurdo» se deshace en los anillos de humo.
Al mediodía tuvo ganas de ir a sentarse a una isla,
a tocar la flauta.
Empezó a andar hacia allá pero en el medio cambió de idea,
y mientras bordeaba el mismo camino de golpe
pensó que siempre había dos yo dentro de él,
uno que iba para un lado,
y otro que iba para el otro,
uno que cantaba sentado sobre la belleza,
y otro que marchaba por la ruta de Mayo
en el centro de una verdad inextinguible.

Pensó, ahora está todo bien. Como sea, está todo bien.
Se detuvo. Se dio vuelta. Empezó a caminar hacia la isla.
Con este giro, conmovió una campana en el horizonte.
Con este giro, perturbó todos los ritmos del mundo.
Con este giro, el camino se volvió maravilloso,

y mi padre se convirtió en mi padre.





en Un país mental. 150 poemas chinos contemporáneos
Gog y Magog, 2023














viernes, marzo 21, 2025

«Fundación», de Susana Thénon




 
Como quien dice: anhelo, 
vivo, amo,
inventemos palabras,
nuevas luces y juegos,
nuevas noches 
que se plieguen
a las nuevas palabras.
Hagamos 
otros dioses
menos grandes, 
menos lejanos,
más breves y primarios.
Otros sexos 
hagamos
y otras imperiosas necesidades 
nuestras,
otros sueños 
sin dolor y sin muerte.
Como quien dice: nazco, 
duermo, río,
inventemos 
la vida 
nuevamente.


en Edad sin tregua, 1958
















jueves, marzo 20, 2025

«Todo el oro de Lisboa», de Juan Patricio Riveroll

Fragmento



 
Hacía rato que no iba al bar de Vizcaínas en horas de operación. No me necesitaban. En la banqueta, a un lado de la entrada, había tres tipos recargados en la pared, yonquis vagabundos inyectándose una sustancia que podía ser cualquier cosa, una escena que más valía ignorar. La barra ocupaba todo el lado derecho, y en el espacio siguiente tocaba una banda de siete músicos que apenas cabían en el escenario y que juntos producían un sonido funk hip-hopero y tropical que tenía a la gente brincando. Todos los integrantes rapeaban y la única mujer cantaba. Santiago pidió una botella de mezcal para que los tragos salieran de ahí, ahorrando un poco de dinero; nos metimos a la pista con algunos trabajos y brincamos con la raza el resto del toquín. […]

Chocamos los vasos y en eso Karla llegó a abrazarnos. 

—De huevos la tocada —le dije al separarnos.
—Son unos chingones. Lo que no puede ser son los pinches yonquis que ya se apañaron la banqueta. Y no los puedo mandar a volar, no me vaya a meter en pedos. Aquí nuuunca sabes. 
—No le hacen daño a nadie —dijo Santiago. 
—No mames, claro que hacen. Aquí viene banda híper alivianada pero también banda fresa, y sí se espantan. No mames, Santi, si hasta yo me espanto. No chingues. Ese pedo es indefendible. 

Él levantó la ceja, le pidió las llaves de la oficina para darnos unas rayas y ella nos acompañó. 

—A ver si puedes averiguar cómo le hacemos para que desaparezcan de aquí. Es tu única tarea hasta que la cumplas —dijo viéndome a los ojos antes de aspirar una. 

No sabía por dónde empezar. Cuando al fin volví al hotel y pude dormir algunas horas, bajé a preguntarle al Hechicero qué haría en mi lugar. 

—Háblale a la policía. 
—No jodas. Eso lo pudo hacer Karlita en un minuto. Tiene que ser una maniobra desde adentro, no puede parecer que somos unos rajones. Perdemos toda credibilidad en la colonia si hacemos una mamada de esas. 
—Uta, pues entonces no sé. 

Hice más preguntas en lugares cercanos, en otro bar y en una taquería, y me dijeron lo mismo. También traté de hacerles conversación, de convencerlos de instalarse en otra parte, y nada más me dieron lástima. Apenas balbuceaban. Es probable que ni siquiera supieran en dónde estaban. Además, no siempre eran los mismos. La calidez del bar logró que vieran ese espacio como una clase de guarida, en donde convivían con gente sin tener que interactuar de ningún modo. La cosa no estaba fácil. Karla escuchó lo que me recomendaron tres gerentes de la zona, y su respuesta fue muy similar a un regaño, justo lo que me temía. Esa vía no era posible. Entonces, en vez de preguntar qué harían en esa situación, lo que pregunté fue si había alguien que estuviera a cargo de la zona de una manera, digamos, extraoficial; quería saber si había algo así como un líder sindical, y ante eso llegué a dos respuestas: el cartel La Unión decidía todo lo relacionado a cualquier tipo de estupefacientes, y el equivalente al líder que buscaba era el mero mero petatero de plaza Meave, que controlaba todo lo demás. 

[…]

Llegamos, toqué y el tipo de la entrada nos volvió a dejar afuera unos minutos. Me sentí mejor acompañado. Le acepté a Karla un cigarro y los nervios se diluyeron con el humo del tabaco. La música que salía del local de enfrente le daba un toque de fiesta a una situación tensa, bocinas en venta que no llegaban a tronar por más que le subieran, que arrastraban consigo la coherencia de ese gran circo que se desenvolvía en torno nuestro, en el que la compraventa se convertía en un rito ceremonial aderezado con punchis punchis de barrio. En eso se abrió la puerta, tiramos la colilla al suelo y Karla entró primero. Di un paso adelante y el tipo cruzó el brazo para bloquearme la entrada. 

—Nada más puede pasar una persona. 
—Ya hablé con la secretaria del señor Flores Cruz. Nos está esperando. 
—Nada más puede pasar una persona —repitió en el mismo tono. 
—No hay pedo, ahí vengo. Aquí espérame —dijo Karla y el tipo me cerró la puerta. Me avergoncé de no poder acompañarla, en una situación que estaba fuera de nuestro control, en la que no había más que hacer caso. Me acomodé en la banqueta y me recargué en la pared bajo el rayo del sol. Qué carajos estaba haciendo ahí, en una vida que solo me correspondía porque la arrebaté, porque me impuse, y en ese instante se me reveló mi posición ridícula, a la deriva en un mundo en el que debería de estar haciendo otra cosa. Quizá era tiempo perdido, aunque también cabía la posibilidad de que el futuro fuera absolutamente opuesto al que imaginé hasta ese punto de mi vida. Si dejaba de pensar en lo que yo esperaba de mí y en lo que la gente a mi alrededor esperaba que hiciera, si de una vez por todas evitara darle seguimiento a un guion impuesto por ideas preconcebidas y por algunos prejuicios sociales, las opciones que podrían abrirse frente a mí serían como un abanico de una amplitud inmensa, y este momento equivaldría a un punto de partida. Dentro de tal escenario, todo representaría una nueva posibilidad. Si cambiaba de chip no había nada que pudiera detenerme. La clave era no ver el cambio como una traición al destino, sino como una liberación, o una purga. La clave era aprender más y en otras direcciones y traicionar cada vez que fuera necesario. Librarse de las ataduras y de todo lo predestinado. Tal vez en aquella senda estaba la realización, pero ¿qué significaba eso? Si a este mundo venimos a aprender, cada cambio de rumbo es una nueva apuesta para ahondar en lo que no sabemos. Para crecer. Me encontraba entonces justo en el lugar en el que tenía que estar, fuera del laberinto del señor Flores Cruz, al son de un techno-infierno para darse un tiro y con el rayo del sol en la cara, a la espera de saber si nos libraríamos de una bola de yonquis. Qué carajos estaba haciendo ahí. 

Vi la puerta abrirse y a Karla salir con parsimonia. Me levanté de un salto en lo que ella encendía otro cigarro. 

—¿Quieres? 

Negué con la cabeza y emprendimos el camino de vuelta con más calma. Le dio un par de caladas antes de hablar. 

—A toda madre el gordo, la neta.
—Cállate, no mames. Que no te vayan a oír.
—Serénate, no pasa nada. Ya hasta nos volvimos compas. 
—¿Neta?
—Obviamente no, pero le caí bien. Que una pinche güerita tenga su bar aquí al lado y se le plante enfrente para pedirle un paro le pareció un detallazo. No me pidió ni un centavo, quiso saber de qué iba el antro y al final me dijo que ya no me preocupara, que si volvían a aparecer regresara a verlo. 
—Qué maravilla.
—Amerita un mezcal.

Esa noche, por arte de magia, la banqueta se había despejado.




Publicado por Tusquets Editores, 2024


















miércoles, marzo 19, 2025

Entrevista sobre Palestina a José Saramago, de Javier Ortiz

Fragmentos / Traducción de las respuestas de Saramago en portugués, de Juana María Inarejos
 



Tengo entendido que ya habías estado antes por [Ramala]. ¿En qué condiciones? ¿Cómo fueron esas experiencias? 
La primera vez que viajé a Israel fue, si no me equivoco, en 1990, para la presentación de la traducción hebraica del Memorial del convento. Se me ofreció, entonces, la posibilidad de viajar por la región, desde Belén hasta la frontera con el Líbano y a los montes del Golán. Sólo al final del viaje supe que había sido transportado en un coche blindado... No pude tener entonces contacto con los palestinos, pero no fui insensible a su silencio ni a la tristeza de las miradas que se cruzaban con las mías. Debo confesar, sin embargo, que, probablemente por la satisfacción de verme traducido por primera vez al hebreo y por las atenciones (tanto particulares como oficiales) de que me vi rodeado, no presté la debida atención a la situación de los palestinos. Seguramente también influiría en mi relativa desatención la apariencia de «paz» que en esa época se observaba. Cuando regresé a Lisboa di una conferencia sobre las impresiones del viaje, en particular las emociones que experimenté en los diversos lugares que mantienen viva la memoria del Holocausto. 

Esta vez has estado cinco días, ¿no? ¿Qué viste, con quién hablaste? 
Lo que vi en Palestina me hizo comprender que mucha de la información corriente que circulaba en los medios de comunicación (me refiero a la información anterior al agravamiento de la situación, una vez que ahora difícilmente alguien podrá alegar ignorancia) era insuficiente y superficial, cuando no tergiversada, salvo en ocasiones muy concretas, cuando el dramatismo de los episodios narrados o una fácil aprehensión de las imágenes hacían «atractiva» la noticia. Con mis colegas, estuve en Ramala y en la Franja de Gaza, oí la protesta indignada de los que vieron sus casas destruidas, los lamentos de los que lloraban a sus muertos, vi largas filas de palestinos a la espera de que les permitieran el paso en los puestos de control para ir a trabajar en el «otro lado», percibí la frialdad con que los soldados israelíes intentaban enmascarar su propio miedo… Se respiraba la tensión en el ambiente, corrían noticias de concentraciones de tanques, era evidente que el Ejército israelí estaba preparándose para una ofensiva a gran escala. Sabemos lo que sucedió después. 

Se te ha reprochado que no mostraras interés por contactar con escritores israelíes y conocer sus puntos de vista. 
Hablé con escritores israelíes situados políticamente a la izquierda que me expresaron sus preocupaciones y su voluntad de paz. Me di cuenta de que existe una minoría de israelíes que desean una solución justa para los palestinos, pero también se me hizo claro que ningún partido en Israel, en el actual marco político, tiene condiciones para hacer suyas y promover entre la población esas aspiraciones de paz y de justicia. Conviví durante algunas horas con un admirable grupo de teatro formado por judíos y palestinos, cambié impresiones y admiré el valor de jóvenes que pagaron con la cárcel su negativa a prestar servicio militar en los territorios ocupados. Pero es obvio, incluso para un observador superficial, que la mejor parte del pueblo israelí se encuentra atada de pies y manos, y sin la mínima posibilidad de organizarse políticamente para los cambios necesarios. 

Con todo el ruido que organizó la visita, mucha gente no se enteró de que uno de los objetivos del viaje era visitar a Mahmud Darwish. Háblame de él. 
El objetivo inicial del viaje, del que antes he hecho referencia, nunca se olvidó. En un teatro de Ramala se realizó una lectura de textos poéticos y de ficción, tanto de los escritores de la delegación como de poetas y escritores palestinos. Mahmud Darwish estaba presente y fue aplaudido como pocas veces he visto aplaudir a un poeta. Se percibía que la voz de Mahmud, no siendo la voz única del pueblo palestino, es aquella que con más intensidad expresa sus dolores y sus esperanzas. Me pregunto si están todavía vivos todos aquellos hombres y mujeres que llenaban el teatro. Me pregunto si el propio teatro todavía estará en pie. 

La comparación que hiciste entre la situación en que el Gobierno de Israel mantiene al pueblo palestino y la que vivieron muchos judíos en campos de concentración nazis como el de Auschwitz ha levantado muchas y muy furibundas iras. ¿Qué pretendías al hacer esa comparación? ¿En qué sentido te parece rigurosa y en qué sentido crees que sería impropio establecerla? 
Para los judíos, Auschwitz es la palabra prohibida. Llegaron a decirme en Jerusalén que podía llamar a los israelíes lo que quisiera, pero que nunca pronunciara tal palabra. Auschwitz es para los judíos una herida que probablemente no cicatrizará jamás. Pero es también una herida que ellos no quieren ver cicatrizada, que constantemente arañan para que continúe sangrando, como si pretendieran hacernos responsables de ella. Auschwitz, en cierto modo, impide a los judíos enfrentarse con la realidad del mundo. Es evidente que tenía clara conciencia de lo que iba a suceder al pronunciar la palabra maldita, pero creo que fue el hecho de haberla dicho y de haberme arriesgado a las consecuencias lo que hizo renacer un debate cada vez más necesario, el debate que servirá para esclarecer las responsabilidades del pueblo de Israel en su propia situación. The Wall Street Journal escribió que mis declaraciones habían levantado en Europa una ola de antisemitismo. Es absurdo, no puedo tanto… Además, si algún antisemitismo anda por ahí, la culpa no la tengo yo, sino precisamente quien de él se queja, es decir, el gobierno de Israel y la mayoría que lo apoya. Mis declaraciones sobre Ramala y Auschwitz han sido tergiversadas sistemáticamente. Yo no comparé los hechos de Ramala con los hechos de Auschwitz, sino el espíritu de Auschwitz con el espíritu de Ramala. Lo anuncié cuando esa realidad era ya patente para cualquier persona que se atreviera a mirarla de frente. Luego el Ejército israelí se ha encargado de confirmarla del modo más terrible. El «plan de paz» que Sharon presentó a Bush para obtener su visto bueno apunta claramente en esa dirección. Prevé un remedo de Estado palestino sin capacidad militar y con autoridad sobre un territorio reducido, que incluiría zonas de seguridad, vallas, alambradas electrificadas y puestos de control, todo ello destinado a separar físicamente a los árabes de los israelíes. Dibujemos un mapa y veremos nítidamente que lo que Sharon pretende es convertir el llamado «territorio palestino» en un inmenso campo de concentración. No me ha sorprendido, insisto, la reacción que ha tenido la referencia a Auschwitz. Es más, podría decir que, aparte de esperarla, la forcé deliberadamente. Si hubiera formulado una crítica rutinaria, habría encontrado un eco rutinario. Todos los días se producen críticas rutinarias contra Israel y nadie las tiene en cuenta. Esta ha obligado a que se discuta sobre el fondo del problema. Israel está expulsando a los palestinos y, a los que no consigue expulsar, los recluye en algo que cada día adquiere más nítidamente los caracteres de un espacio concentracionario. 

Sabes que no eres el único que utiliza el símil de «campos de concentración» al referirse a Palestina. 
Claro que no. Ni en público ni en privado. Por citar sólo un ejemplo, te diré que me acaba de llegar una carta de Brasil, de un brasileño judío, con unas reflexiones propias muy interesantes, y con citas de intelectuales judíos que todos admiramos y que nos ayudan a entender lo que pasa. Una de estas citas es de Hannah Arendt, que, hace años, refiriéndose a la tragedia de su pueblo, escribió: «Es perfectamente concebible, e incluso cabe dentro de las posibilidades políticas prácticas, que un bello día, una humanidad altamente organizada y mecanizada llegue a la conclusión, de manera democrática –es decir, por decisión de la mayoría–, de que a la humanidad, entendida como un todo, le conviene liquidar ciertas partes de sí misma». Para Hannah Arendt a esta conclusión se llega cuando se admiten que hay pueblos «descartables», a los que se les puede despojar primero de su tierra, luego de la condición de ciudadanos con derechos, finalmente de la vida que van arrastrando casi sin capacidad de defensa. Mi corresponsal brasileño decía que el pueblo palestino, para el gobierno de Israel, para los ciudadanos que lo han elegido y para las dictaduras árabes vecinas, se ha convertido en un «pueblo descartable», a imagen y semejanza de lo que ocurrió con el pueblo judío en los primeros decenios del siglo xx. Y hay similitudes si lo miramos bien. 

¿Has recibido estos días muestras de apoyo, de concordancia con tus planteamientos, por parte de judíos? 
Sí, muchas y algunas son testimonios desgarradores de personas que sufrieron en sus carnes todos los atropellos por el hecho de ser judíos, incluso la experiencia terrible del campo de concentración. Tengo cartas de supervivientes o de familiares de supervivientes que no consiguen entender la política de Ariel Sharon ni a quienes conociéndolo lo votaron. El gran poeta Juan Gelman, también judío, ha escrito, y me lo mandó para que lo leyera, un artículo que habla de los refuzniks, los reservistas de las fuerzas armadas israelíes que se niegan a servir en los territorios palestinos ocupados. Pues bien, en ese artículo además de contar los agravios que sufren los refuzniks, es decir, cárcel, pérdida de empleo, aislacionismo social, la consideración de traidor, tanto para el reservista como para su familia, Gelman, que sabe de lo que habla, narra historias de civiles que no escapan del clima de intolerancia operante. Textualmente dice: «La mítica cantante Yaffa Yarkoni, de setenta y siete años, que desde la guerra de 1948 ha acompañado todas las batallas de las tropas israelíes, luego de mirar un noticiero con escenas de Yenín declaró a la radio del ejército: “Cuando vi a los palestinos con las manos atadas a la espalda, hombres jóvenes, me dije ‘es lo mismo que nos hicieron en el Holocausto. Somos un pueblo que atravesó el Holocausto. ¿Cómo somos capaces de hacer esto?’”. Reuven Rivlin, ministro de Comunicaciones, calificó esas palabras de “blasfemia” y se suspendió un homenaje a Yarkoni que se venía preparando desde hacía dos años: no por las presiones del gobierno, sino del público». Hasta aquí el relato de Gelman, aunque podríamos seguir leyéndolo, porque cuenta que 43 profesores de la Universidad firmaron una declaración para impedir que el ex ministro de Justicia de Israel Yossi Beilin pudiera impartir una conferencia en la Universidad Ben Gurion por haber participado en la elaboración de los acuerdos de paz de Oslo. Recuerda también Gelman una frase de Michael Lerner: «Si un pueblo está involucrado en la brutalidad hacia fuera, es seguro que la crueldad y el odio se reflejarán también dentro de esa comunidad». Por cierto, el número de refuzniks es algo así como el uno por mil de los 400.000 reservistas del ejército israelí. 
[…]
¿Cómo puede entenderse que gentes que se dicen de izquierda defiendan la existencia de un Estado de base religiosa, que prohíbe el matrimonio civil, que limita los derechos políticos de una parte de su población, que niega la ciudadanía a quienes siempre vivieron allí y la concede en función de la adscripción religiosa, que tiene legalmente regulada la tortura, etcétera? 
Mientras no «refundemos» la izquierda (¿cuándo, cómo y con qué ideas?), todas las confusiones son y serán posibles. En cuanto a Israel, está claro que se trata de un Estado parateocrático en el que se ha perdido (si es que alguna vez la tuvo) una noción consensual de pensamiento de izquierda, tal como, hasta tiempos recientes, lo entendíamos en Europa. 

Se te ha tachado de antisemita. ¿Cuáles son tus sentimientos ante el pueblo judío? 
Llamarme antisemita es una cortina de humo, o simplemente una estupidez malintencionada. En todo cuanto he escrito hasta hoy no se encuentra una sola palabra de donde honestamente se pueda concluir la existencia, en mí, de ese sentimiento. Cuando los judíos creían y difundían que había escrito Ensayo sobre la ceguera pensando en el Holocausto, no me llamaban antisemita. Cuando se decía, sin el más mínimo fundamento, que uno de mis libros lo había escrito en Israel, tampoco me llamaban antisemita. Dicen ahora que lo soy porque esa falsedad conviene a su propaganda. Pero sí me manifiesto en contra de la incapacidad que están demostrando los israelíes para extraer lecciones de humanidad de los espantosos sufrimientos que padecieron sus antepasados. En lugar de aprender de las víctimas, se han inscrito en la escuela de los verdugos. ¿Que ayer fueron segregados? Ahora segregan. ¿Que fueron torturados? Ahora torturan. Hay un fragmento de El evangelio según Jesucristo en que, indirectamente, coloco a los judíos de cara a su responsabilidad en relación a los palestinos, pero eso no lo entendieron los israelíes. Dos horrores les impiden a los judíos mirarse al espejo: el de Auschwitz y el de su propia conciencia ahora. 

Es desalentador comprobar, como antes decías, qué magras son las filas del verdadero pacifismo israelí, ¿verdad? 
Es que resulta mucho más fácil educar a los pueblos para la guerra que para la paz. Para educar en el espíritu bélico basta con apelar a los más bajos instintos. Educar para la paz implica enseñar a reconocer al otro, a escuchar sus argumentos, a entender sus limitaciones, a negociar con él, a llegar a acuerdos. Esa dificultad explica que los pacifistas nunca cuenten con la fuerza suficiente para ganar… las guerras. En este caso, además, estamos hablando de un pueblo que vive preso de un imaginario enfermizo que le hace sentirse «elegido» y, por tanto, avalado por una patente de corso de origen divino. 
[…]
Leí que tus libros han sido retirados de las estanterías de las librerías israelíes, donde venían teniendo una excelente acogida. 
En aquellos días, efectivamente, hubo librerías que, por decisión propia o presión de los lectores, retiraron mis libros. Sé que, en ciertos casos, algunas que habían retirado los libros de los escaparates pasaron después a venderlos por debajo del mostrador… De todas formas, según me cuentan, en marzo se vendieron en Israel 3.000 ejemplares de Todos los nombres. En abril, tras mis declaraciones en Ramala, 280. Eso parece indicar que 2.720 lectores estaban equivocados sobre mí y que 280 sabían quién era yo. Esos son los que me importan. 
[…]
He leído que te han reprochado no tener en cuenta que donde tus libros han tenido tradicionalmente más éxito es en Israel, no en Palestina. 
Y yo he respondido que ése es un argumento estúpido y mezquino, que evidencia una mentalidad avariciosa. Es verdad que en Israel no falta dinero para comprar libros, pero yo no comercio conmigo mismo: no me vendo a quien compra mis libros. De todos modos, que esa gente tan preocupada por mis derechos de autor no se inquiete: mis obras también están traducidas al árabe. Estoy seguro de que algunos de mis libros también circularán por Palestina. Aunque es probable que más de un ejemplar haya quedado enterrado bajo los escombros de Yenín. 

En cualquier caso, no deja de producir una cierta melancolía ver a judíos rompiendo libros, retirándolos de la vista o quemándolos. También eso sugiere paralelismos terribles. 
Este tipo de represalias representa uno de los capítulos más comunes de la interminable historia de la intolerancia. El libro ha sido siempre una de sus primeras víctimas. Cuando se prohíbe un libro, lo que se quiere es eliminar a la persona que lo escribió. 
[…]
Tú no sólo hablaste de «nazi-judíos», sino que también comparaste al régimen de Tel Aviv con la Sudáfrica del apartheid, aunque esa otra observación, que tus compañeros de expedición suscribieron en el manifiesto que hicisteis público antes de la visita, apenas fue comentada. Sin embargo, me pregunto si esa otra comparación es correcta. Pretoria no practicó realmente el apartheid, dígase lo que se diga, sino la segregación: «Para blancos, para negros». Quería que hubiera negros, sólo que «en su sitio». Es Israel la que ha aplicado un verdadero apartheid, procediendo a la expulsión de la «raza maldita». Entre 1947 y 1949, más del 50% de la población árabe fue echada de Palestina. Unas 700.000 personas. Eso sí se atiene a la literalidad del apartheid. Podría hablarse incluso de limpieza étnica. 
No fui yo el que usó por primera vez las palabras «nazi-judíos», sino un judío, una gran figura intelectual y moral, el profesor Leibowitz (fallecido en 1994), que, en un ensayo que provocó una enorme polémica en Israel, acusó al Ejército israelí de «judío-nazi». Si todavía estuviera vivo, ¿cómo calificaría el profesor Leibowitz las más recientes acciones bélico-terroristas de los militares israelíes? En cuanto al apartheid, analizar sus contenidos ideológicos y programáticos está fuera del ámbito de esta respuesta. Sin embargo, no veo grandes diferencias entre apartheid y segregación, una vez que, en principio, se «limitan», uno y otro, a prácticas que niegan lo que Pierre Bourdieu expresó en esta fórmula brillante: «El otro es como yo y tiene el derecho de decir “yo”». Si Israel hubiera simplemente «empujado» a los palestinos hacia Cisjordania y la Franja de Gaza, podríamos hablar, indistintamente, con razonable precisión, de segregación o apartheid, pero lo que en realidad pasa es algo diferente y peor: Israel no quiere tener a los palestinos como vecinos; quiere que desaparezcan del «paisaje». En una entrevista dada al Diário de Notícias de Portugal el 7 de abril, Adiel Mintz, presidente del Yesha Council, organización gubernamental que administra los asentamientos judíos en Cisjordania y en la Franja de Gaza, a la pregunta del periodista: «¿Tiene proyectos para construir nuevos asentamientos?», respondió lo siguiente: «Me gustaría traer un millón más de personas a Judea y Samaria en los próximos diez o quince años. Pero, principalmente, ampliando las comunidades ya existentes». No se puede ser más claro en cuanto al futuro que Israel ha diseñado para los palestinos, si le dejan las manos libres... 
[…]
Suele pretenderse que el Estado de Israel nació como fruto de una resolución de las Naciones Unidas. Sin embargo, la proclamación del Estado hebreo fue anterior al acuerdo de la ONU y sus dirigentes nunca se ajustaron a los términos fijados por el organismo internacional. Desde el principio se apoderaron de más territorio del que les había sido asignado, territorio que fueron ampliando más y más en aplicación del derecho de conquista, desalojando población árabe y apropiándose de sus pertenencias muebles e inmuebles. ¿Cree que habría base política y moral para plantear la anulación del acuerdo por el que se admitió la existencia de Israel? 
Base política y moral suficiente supongo que la habría, pero plantear esta cuestión ahora significaría, y tal vez para siempre, tapar todos los caminos que podrán llevar un día a la solución del conflicto. Y las víctimas de esa obstrucción serían fatalmente los palestinos... Los Estados Unidos necesitan que Israel esté donde está porque Israel es su vanguardia de penetración en Oriente Próximo. 
[…]
Dejando a un lado a los incondicionales del Estado de Israel, me gustaría conocer tu opinión sobre la actitud de los que sostienen que lo correcto es situarse en una posición «equidistante» entre las dos partes en conflicto. 
Pero es que esto no es un conflicto entre dos partes equiparables. No se trata del enfrentamiento entre dos Estados, cada uno con su ejército, sus fronteras... Aquí lo que tenemos es un Estado, dotado de un ejército poderosísimo, que se dedica a la conquista de un territorio que pertenece a otro pueblo, a la destrucción y la rapiña de sus pertenencias, a la humillación sistemática, a la reclusión en guetos o, alternativamente, a la expulsión de la gente de su tierra. Y por otro lado tenemos la Intifada, piedras, viejos kaláshnikov, suicidas que van a matar… Ante una situación así, la neutralidad es imposible. Declararse «neutral», o «equidistante», ¿a qué equivale, en la práctica? A no intervenir, esto es, a permitir que Israel siga avanzando en su política de hechos consumados. Negarse a actuar en contra de Israel es, de hecho, apoyar a Israel. 

Esa viene a ser la política de la Unión Europea, que hace continuos llamamientos a «ambas partes» para que «cesen los actos de violencia», como si la responsabilidad de lo que está sucediendo se repartiera a partes iguales entre israelíes y palestinos. 
Ah, sí: Europa, la cuna de la civilización, de las letras, del arte, y todo eso. Es lamentable cómo se está comportando. Es de una cobardía total, porque las autoridades europeas saben perfectamente lo que está sucediendo. Y no hacen nada. Asisten al desastre con los brazos cruzados. Se limitan a aprobar resoluciones sin ningún contenido concreto y a enviar de vez en cuando delegaciones protocolarias que Israel desprecia sin el menor disimulo. La UE podría presionar muy eficazmente sobre Sharon, si quisiera, porque Europa es el principal punto de referencia de la economía de Israel. Pero no hace nada. 

El Holocausto se ha convertido en un factor de chantaje moral y político: se diría que quien critica lo que hace Israel se convierte ipso facto en cómplice del Holocausto. 
El Holocausto es, como decía antes, la gran y permanente autojustificación de los israelíes. Piensan que, por mucho mal que ellos puedan infligir ahora a quien sea, nunca será comparable con el que sufrieron ellos. En su conciencia patológica de pueblo escogido, creen que el horror que padecieron les exime de culpa alguna por los siglos de los siglos. No conceden a nadie el derecho a juzgarlos, porque ellos fueron torturados, gaseados e incinerados. Además, y a la vez, quieren que todos nos sintamos corresponsables del Holocausto y que expiemos nuestra supuesta culpa aceptando sin rechistar cuanto hagan o dejen de hacer. Se han convertido en rentistas del Holocausto, pero lo cierto es que ni nosotros tenemos culpa alguna en aquella barbarie ni ellos pueden hablar en nombre de las víctimas que aquel horror generó. Es más: me pregunto, y es una pregunta retórica, porque tengo algunas respuestas concretas, qué pensarían quienes murieron en Auschwitz y en otros campos de concentración nazi, y las víctimas de los pogromos y de otras persecuciones históricas sufridas por el pueblo judío, si levantaran la cabeza y vieran lo que Israel está haciendo en su nombre. Estoy seguro de que muchos se cubrirían el rostro, avergonzados. 

Volvamos a la «equidistancia». Los que defienden esa posición alegan que, si bien es cierto que Israel está cometiendo muchos excesos que merecen condena, también lo es que la resistencia palestina perpetrá atentados abominables contre la población israelí. 
Jamás he mostrado la más mínima simpatía para con las sangrientas acciones que llevan a cabo, contra la población civil judía, los llamados «terroristas suicidas». Son horrendas. Y las condeno. Pero me llama la atención que las mismas personas que se escandalizan porque comparara los crímenes nazis con los crímenes israelíes, pretextando que «no hay proporción» –cuando lo que yo comparé no tenía nada que ver con proporciones–, pongan luego en el mismo nivel un cierto número de atentados cometidos por palestinos desesperados con la práctica sistemática de rapiña, destrucción y muerte llevada a cabo disciplinadamente desde 1948 por un Estado que cuenta con el ejército mejor pertrechado del mundo, excepción hecha del «amigo americano». ¿Esas dos realidades sí pueden ponerse en el mismo plano? Los Gobiernos occidentales reservan la catalogación de terrorista para los actos de violencia indiscriminada realizados por activistas que no actúan encuadrados en una organización estatal, y se niegan a reconocer la existencia del terrorismo de Estado. Se aprovechan del hecho de que el terrorismo a secas no pretende esconderse –al contrario, se esfuerza al máximo para que la sociedad se entere de su existencia–, en tanto que el terrorismo de Estado hace todo lo posible por volverse «invisible», porque es tanto más eficaz cuanto más desapercibido pasa. Las manos sucias de los Estados gastan muchos guantes. En todo caso, la llamada «comunidad internacional» y el propio Israel deberían empezar por preguntarse qué razones explican que haya en Palestina cada vez más personas dispuestas a convertirse en bombas e inmolarse por su pueblo. 

«¿Para qué sirve la literatura?», se preguntó en voz alta Jean-Paul Sartre ya hace muchos años, a la vista de la ignominia, la injusticia y la explotación de que eran víctimas los desheredados de su tiempo. Dado que no puede decirse que el panorama mundial haya mejorado demasiado desde entonces, cabe volver a plantear la pregunta: ¿qué poder tiene la literatura frente a todo esto? 
¿Por sí misma? Ninguno. Jamás los escritores cambiaremos el mundo. El arte y la literatura carecen de poder frente a los ejércitos. Otra cosa es que el artista, o el escritor, en tanto que ciudadano, intervenga para dejar constancia pública de su protesta, y que sus palabras puedan tener uno u otro eco moral. Todos los ciudadanos, escritores o no, tenemos no sólo el deber de decir, sino también el de hacer. Y no sólo de cara a nuestro propio país. También de cara al mundo. 

¿Hay razones para el optimismo? 
Me temo que no. Lo que está en juego va más allá de la necesidad de una pacificación del conflicto. El Oriente Próximo es un campo de batalla no sólo político y religioso; también económico y estratégico. Para quienes manejan el conflicto desde las bambalinas, los muertos cuentan poco. Y la razón aún menos. Mientras los obstáculos que encuentren en su avance sean tan débiles, seguirán la marcha. 

¿A qué cabe aspirar? 
A corto plazo, el objetivo deseable y posible es que los palestinos vean reconocido su derecho a tener un Estado digno de ese nombre, con fronteras seguras y claramente definidas. Definidas por los dos lados. A más largo término, aspiro a que las dos comunidades vivan juntas y en paz. Quizá algún día, en el futuro, evocando todos los muertos del presente, recordándolos y llorándolos, palestinos y judíos sean capaces de establecer una relación que merezca llamarse fraternal. ¡Todavía no nos han privado del derecho a soñar! 




en ¡Palestina existe!, 2002














martes, marzo 18, 2025

«Huesos viejos», de Gary Snyder

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




Allá afuera caminando, buscando comida,
un rizoma, el canto de un pájaro, una semilla que se puede golpear
pelar, remover, coger, agarrar,
          apenas arreglárselas,

no hay comida en las polvorientas laderas del pedregal 
–llevar algo– buscar algo,
ir por un sueño hambriento.
Hueso de venado, carnero,
          huesos hambre hogar.

Ahí afuera en alguna parte
un santuario para los viejos,
el polvo de los viejos huesos,
          viejos cuentos y canciones.

Lo que comimos –quién comió qué–
         cómo todos prevalecimos.


en Mountains and rivers without end, 1996












lunes, marzo 17, 2025

Carta de Ossip Mandelstam enviada a su hermano Alejandro (Shura) y a su mujer, desde el campo de tránsito, cerca de Vladivostok

Traducción de Lydia Kúper




Querido Shura:

Estoy en Vladivostok, en el USVITL*, barraca número II. El tribunal especial me ha condenado a cinco años por actividad contrarrevolucionaria. El convoy salió de Butyrki el 9 de septiembre y llegamos aquí el 12 de octubre. Mi salud es muy mala. Estoy delgado y completamente agotado, casi irreconocible, pero no sé si merece la pena que envíen ropa, comida y dinero. De todos modos pueden intentarlo. Tengo muchísimo frío sin ropa adecuada.

Nadia amada, ¿vives, querida mía? Shura, escríbeme inmediatamente sobre Nadia. Esto es un centro de tránsito. No me han seleccionado para el Kolyma y puede que tenga que pasar aquí el invierno.

Los beso, queridos míos.

OSSIA



Shura, otra cosa más: Estos últimos días hemos salido a trabajar. Eso me ha animado. Este campo es un campo de tránsito y desde aquí se nos envía a los campos normales. Parece que me han eliminado, de manera que tengo que prepararme a pasar el invierno aquí. Así que, por favor, envíame un telegrama y algo de dinero por giro telegráfico.



en Contra toda esperanza (Memorias), de Nadiezhda Mandelstam, 1970/2012





* USVITL: Dirección de los Campos de Trabajo colectivo del Nordeste.
















domingo, marzo 16, 2025

«Venganza», de Taha Muhammad Ali

Traducción de Juan Carlos Villavicencio y Carlos Almonte



A veces desearía
poder enfrentarme a duelo
con el hombre que mató a mi padre 
y arrasó nuestra casa, 
confinándome
a
un país estrecho.
Y si él me matara,
por fin descansaría,
y si yo estuviera preparado —
¡Me vengaría!

*       *       *

Pero si cuando apareciera mi enemigo 
y se revelara
que tenía una madre
esperándolo,
o un padre que pondría
su mano derecha sobre
el corazón en su pecho
cada vez que su hijo llegaba tarde, 
aunque fuera sólo por un cuarto de hora 
para reunirse como habían fijado… 
entonces no lo mataría,
incluso si pudiera.

*       *       *

De la misma manera… yo
no lo asesinaría
si pronto se aclarara
que tenía un hermano o hermanas 
que lo aman y anhelan verlo siempre.
O si tuviera una esposa que lo recibiera 
e hijos que
no pudieran soportar su ausencia
y a quienes emocionaran sus regalos.
O si tuviera
amigos o compañeros,
vecinos que conocía
o amigos de la cárcel
o de una habitación de hospital, 
o compañeros de escuela… 
preguntando por él
y mandándole saludos.

*       *       *

Pero si resulta
que está solo
—cortado como la rama de un árbol— 
sin madre ni padre,
sin hermano ni hermanas,
sin esposa, sin hijos,
y sin parientes ni vecinos ni amigos, 
colegas o compañeros,
entonces no añadiría nada al dolor
de esa soledad —
ni al tormento de la muerte,
ni al dolor de fallecer.
En lugar de eso, me alegraría
ignorarlo cuando pasara junto a él
en la calle — mientras
me convencería
de que no prestarle atención
es en sí misma una especie de venganza.



en Antología de Poesía de la Resistencia Palestina
Descontexto Editores, 2024








Pueden comprar nuestra antología
o en las mejores librerías de Chile y Argentina











sábado, marzo 15, 2025

«El hombre de las flores silvestres», de Lu Yu

Versión de Carlos Manzano y Kenneth Rexroth




¿Conocéis al anciano que vende flores
Junto a la Puerta Meridional?
Vive de las flores, como una abeja.
Por la mañana, vende malvas
Y por la noche ofrece amapolas. El
Techo de su cabaña deja ver
El azul del cielo. Su tarro de arroz
Siempre está vacío. Cuando ha
Conseguido dinero suficiente con sus
Flores, se dirige a un salón de
Té. Cuando se le ha acabado el dinero,
Recoge algunas flores más. Durante
Toda la estación de las flores, también
Él retoña. Todos los días pasa
La jornada borracho. ¿Qué le importa
Que se promulguen nuevas leyes
En el palacio del Emperador? ¿Qué más
Le da que el Gobierno descanse
Sobre arena? Si intentas hablar con
Él, no responde, sino que te
Brinda una sonrisa de borracho por
Entre sus alborotados cabellos.



en Cien poemas chinos, 1966












viernes, marzo 14, 2025

«En la región de los grandes lagos», de Joseph Brodsky

Traducción de Amaya Lacasa y Ramón Buenaventura




En ese tiempo, en tierra de dentistas
(sus hijas encargan la ropa en Londres
y en sus anuncios las tenazas exhiben
Muelas del Juicio anónimas, abstractas),
yo, que en la boca ocultaba ruinas
más derrumbadas que cualquier Partenón,
espía, delator o quintacolumnista
de una civilización putrefacta
(haciéndome pasar por profesor de letras)
vivía en un college junto al lago
más famoso. Mi función estribaba
en torturar a zánganos locales.
Todo lo que por aquel entonces escribí
termina inevitablemente en puntos
suspensivos. Me metía en la cama sin desnudarme.
Si de noche veía una estrella en el techo,
ésta, según las leyes de la combustión,
me resbalaba por la mejilla hasta caer en la almohada
sin darme tiempo a pensar un deseo.



1972



en A part of Speech, 1980














jueves, marzo 13, 2025

«Noche, luna», de Lisa Suhair Majaj

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




Esta noche la luna volvió a enredarse en las ramas 
del naranjo, luego se deslizó entre ellas, liberando 
su esfera ámbar hacia el cielo, y mientras la veía liberarse 
y encogerse de hombros en una noche que se hacía más oscura, pensé 
en llamarte para que vinieras a mirar, a capturar la luna con tu cámara, 
como siempre amaste hacer. Pero las temibles mareas de la muerte 
te arrastraron a un cielo distinto. ¡Vuelve, amor!
Te mostraré mi última pintura: una luna de vendimia atrapada 
en un árbol de un cielo cada vez más profundo — esa constante nostalgia…



2025









Night, Moon

Tonight the moon tangled again in the branches / of the orange tree, then slipped through, its amber / orb released to the sky, and as I watched it shrug / free to a night deepening to dark I thought of calling / you to come look, capture the moon with your camera / like you always loved to do. But death’s fearsome tides / have pulled you now to a different sky. Come back, love! / I’ll show you my latest painting: harvest moon caught / in a tree in deepening sky—that current of longing…









miércoles, marzo 12, 2025

«Nos habían dicho que rezáramos…», de Valentina Demuro

Traducción de Antonio Nazzaro




Nos habían dicho que rezáramos
que sostuviéramos la luz en las manos
una cuna para proteger la noche
del viento que cierra los ojos
el viento que sacude
el espanto de las amapolas.
Pero su estremecimiento
nunca mueve con piedad el cielo
cuando es negro como una guerra
y se come el silencio
los hombres, sus casas











Ci avevano detto di pregare / trattenere la luce nelle mani / una culla per proteggere la notte / dal vento che chiude gli occhi / il vento che scuote / lo spavento dei papaveri. / Ma il loro tremito / mai muove a pietà il cielo / quando è nero come una guerra / e mangia il silenzio / gli uomini, le loro case










martes, marzo 11, 2025

«La noche de Gaza», de Zuheir Abu Shayeb

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Así como es él 
ahí sentado y mirando de la mañana a la noche
no podía dormir
no podía morir como los niños de Gaza
no hay mártir alguno
que venga a llevarlo al camino de la eternidad
como llegan los mártires a cada batalla
para visitar luego a la vida y a sus hijos.
Y ellos les dicen:
Nunca morimos. Aquí estamos en la vida
y si la gente hubiera cerrado sus ojos
ellos nos hubieran visto.

Así como es él…
No hace nada más que eso todo el tiempo
mira hacia el pequeño cielo allá arriba
pero él no ve.
No hace nada 
pero cada vez que los aviones aullaron, 
él se agrietaba como una casa
y colapsaba entonces
y su alma quedaba perdía en la tierra.
No hace nada más que permanecer en silencio
temiendo despertar con un gemido a los mártires en sus sueños

Él no hace nada
salvo no hacer nada.
Mientras los mártires atravesaban la luz 
y brillaban por la noche de Gaza.
El cielo volvió otra vez a la tierra 
y la vida volvió a su hogar
como una viuda cuyo marido murió hace décadas
y siguió reiterando sus carencias 
muriendo de silencio cada día.
















lunes, marzo 10, 2025

«A la espera de su hija», de Suō no Naishi

Traducción de Mariana Alonso




Cómo querría 
olvidar y por un momento
quedarme dormida.
Llegará el día en que
te veré en mi sueño.




en Las 36 mujeres inmortales de la poesía japonesa
También el caracol ediciones, 2024













domingo, marzo 09, 2025

«El sabor de la muerte: el terremoto 8,8 en Chile», de Juan Villoro

Originalmente llamado «El sabor de la muerte»
 

 

El terremoto de magnitud 8,8 que devastó a Chile el 27 de febrero fue tan potente que modificó el eje de rotación de la Tierra. El día se redujo en 1,26 microsegundos. Desde la Estación Espacial Internacional, el astronauta japonés Soichi Noguchi fotografió la tragedia y mandó un mensaje: «Rezamos por ustedes».

Los mexicanos tenemos un sismógrafo en el alma, al menos los que sobrevivimos al terremoto de 1985 en el DF. Si una lámpara se mueve, nos refugiamos en el quicio de una puerta. Esta intuición sirvió de poco el 27 de febrero. A las 3.34 de la madrugada, una sacudida me despertó en Santiago. Dormía en un séptimo piso; traté de ponerme en pie y caí al suelo. Fue ahí donde desperté. Hasta ese momento creía que me encontraba en mi casa y quería ir al cuarto de mi hija. Sentí alivio al recordar que ella estaba lejos.

Durante dos minutos eternos el temblor tiró botellas, libros y la televisión. El edificio se cimbró y pude oír las grietas en las paredes. Pensé que nos desplomaríamos. Alguien gritó el nombre de su pareja ausente y buscó una mano invisible en los pliegues de la sábana. Otros hablaron a sus casas para contar segundo a segundo lo que estaba pasando. Imaginé el dolor que causaría esa noticia, pero también que mi familia dormía, con felicidad merecida. Me iba del mundo en una cama que no era la mía, pero ellos estaban a salvo. La angustia y la calma me parecieron lo mismo. Algo cayó del techo y sentí en la boca un regusto acre. Era polvo, el sabor de la muerte.

Mientras más duraba el temblor, menos oportunidades tendríamos de salir de ahí. Los muebles se cubrieron de yeso. Una naranja rodó como animada por energía propia.

Cuando el movimiento cesó, sobrevino una sensación de irrealidad. Me puse de pie, con el mareo de un marinero en tierra. No era normal estar vivo. El alma no regresaba al cuerpo. Los gritos que el edificio había sofocado con sus crujidos se volvieron audibles. Abrí la puerta y vi una nube espesa. Pensé que se trataba de humo y que el edificio se incendiaba. Era polvo. Sentí un ardor en la garganta. Volví al cuarto, abrí la caja fuerte donde estaban mis documentos, tomé mi computadora y perdí un tiempo precioso atándome los zapatos con doble nudo. Los obsesivos morimos así.

En la escalera se compartían exclamaciones de asombro y espanto. Ya abajo, una conducta tribal nos hizo reunirnos por países. Los mexicanos repasamos cataclismos y supusimos que la ciudad estaría devastada. La acera de enfrente era un bloque de sombras, escuchamos ladridos distantes, los coches de los trasnochadores tocaban la bocina, había cristales en el suelo, pero la fachada de nuestro edificio permanecía intacta.

En la explanada frente al hotel se alzaba la réplica de una estatua de la Isla de Pascua. Es la efigie de un Moai, jerarca que durante su mandato habrá visto maremotos. Se convirtió en nuestra figura tutelar. Supimos esto cuando se fue la luz y dejamos de verlo. Por suerte, el apagón duró poco. La piedra donde los ojos parecen hechos por el tiempo regresó de las sombras. No estábamos solos.

Otra señal de tranquilidad vino del reino animal. Un perro se echó a dormir en medio de nosotros. Mientras no despertara, todo estaría bien.

Alguien quiso regresar al edificio por sus «pantalones de la suerte». La superstición era la ciencia del momento. Nuestras ideas, si se las puede llamar así, no seguían un curso común. El editor Daniel Goldin, que estaba en muletas por un accidente previo, me propuso recorrer el edificio para ver si había daños estructurales. «¡Tú estás cojo y yo soy tonto!», exclamé. De nada servía que buscáramos lo que no podíamos encontrar, como un ciego y un sordo dibujados por Goya.

Poco a poco, la realidad recuperó nitidez. Me sorprendió que tanta gente usara pijama. Pensaba que se trataba de una prenda en desuso. Un grupo de voluntarios volvimos al hotel por pantuflas. No podíamos revisar la estructura, pero podíamos evitar que se enfriaran los pies.

La arquitectura chilena es una forma del milagro. Sólo esto explica que en Santiago los daños hayan sido menores. Aunque algunos edificios fueron desalojados y otros tendrán que ser demolidos (inmuebles posteriores a 1990, cuando las leyes de supervisión se hicieron menos estrictas), lo cierto es que la resistencia del paisaje urbano fue asombrosa. Un terremoto es una radiografía de la honestidad arquitectónica. En 1985, el terremoto de la Ciudad de México demostró que la especulación inmobiliaria y la amañada construcción de edificios eran más dañinas que los grados de Richter. «Con usura no hay casa de buena piedra», escribió Ezra Pound.

Llama la atención que en un país con tanta sapiencia antisísmica el aeropuerto padeciera graves lastimaduras. El cierre de vuelos contribuyó al aftershock. Nuestra vida se había detenido y no sabíamos cuándo comenzaría nuestra sobrevida. Estábamos en el limbo o en un episodio de la serie Lost.



Pillaje y rating

El discurso de los noticieros se caracterizó por el tremendismo y la dispersión: desgracias aisladas, sin articulación de conjunto. Las imágenes de derrumbes eran relevadas por escenas de pillaje. No había evaluaciones ni sentido de la consecuencia. Unos tipos fueron sorprendidos robando un televisor de pantalla plana extragrande. Obviamente no se trataba de un objeto de primera necesidad. ¿Era un caso solitario? ¿El crimen organizado se apoderaba de electrodomésticos? Los rumores sustituyeron a las noticias. Se mencionó a un pueblo que temía ser invadido por otro. El relato fragmentario de los medios mostraba rencillas de tribus y repetía las declaraciones de una gobernadora que pedía que el ejército usara sus armas.

Algunos amigos chilenos creen que además de la morbosa búsqueda de rating, los noticieros pretenden crear un clima de confrontación antes de que Michelle Bachelet abandone el poder. El sismo llegó como un último desafío para la presidenta que tiene el 80 por ciento de aprobación y como una amarga encomienda para su sucesor, el empresario Sebastián Piñera, que había prometido expansión y desarrollo al estilo Disney World y ahora tendrá que proceder con el cuidado de los restauradores y anticuarios. Si el ejército comete un error en los días de toque de queda, o si se produce una confrontación, la sucesión presidencial sería menos tersa, se podrían hacer acusaciones sobre el origen de la violencia y se regresaría al divisionismo y la crispación que durante años dominaron la sociedad chilena. Las réplicas más fuertes del sismo ocurrirán en la política chilena.

En Santiago, la suspensión de vuelos y la ocasional falta de teléfonos, Internet, suministro de electricidad y agua fueron las señas visibles de la catástrofe. Esto nos dejó la sensación de estar en un reality show al revés. Nuestra vida parecía transcurrir en la realidad controlada de un estudio de televisión, mientras las cámaras retrataban una realidad salvaje al sur de Chile. Los supermercados asaltados eran el rostro dramático de un país donde la gente tenía hambre y las filas para cargar gasolina en los barrios ricos de Santiago eran su rostro hipocondríaco.

El terremoto ha sido el segundo más fuerte en la historia de Chile. La isla Robinson Crusoe naufragó como el personaje que le dio su nombre. El tsunami dejó miles de desaparecidos y sepultados en el lodo. Los rescatistas chilenos que estuvieron en Haití comentan que será mucho más difícil sacar cuerpos de construcciones de concreto, encapsulados en el lodo endurecido después del tsunami.

Aún hay mucha gente atrapada en la zona de Concepción. Como tantas veces, los periodistas han llegado al desastre antes que las personas que deben aliviarlo, y como siempre, los más afectados son los que habían padecido antes el cataclismo de la pobreza.

Dos días después del terremoto fui a una casa en las afueras de Santiago, con piscina y jardines, uno de esos espacios latinoamericanos que muestran que Miami puede estar donde sea. Había que hacer un esfuerzo para recordar que el escenario pertenecía al país arrasado por el terremoto.

En su duplicidad, la cifra 8,8 adquiere carga simbólica: los gemelos del miedo, el diablo ante el espejo o, sencillamente, lo que somos y lo que podemos dejar de ser. Una falla invisible decide el juego, nuestra residencia en la Tierra.



en La Nación de Argentina, 6 de marzo de 2010















sábado, marzo 08, 2025

«Enviada al académico Ch’en del Instituto para la Iluminación de la Literatura», de Wei Feng

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Profundo en el otoño
más allá de las tierras salvajes,
esta extraña trepa a una terraza
frente al palacio.

Mi carta de larga distancia
no estaba sellada ni enviada todavía
cuando, por las alas de los gansos salvajes,
llegó una de tu parte.
La tierra helada atrofia
los árboles fronterizos; los cielos puros
rompen las nubes enfermizas.

A una distancia ilimitada
tu corazón me vigila; a gusto
en el Palacio del Sur, tu carta
es brillante como un tejido de seda.



Pintura original: Paisaje, de Shitao (c.1698–1700)