jueves, octubre 16, 2025

«La culpa colectiva», de Luis Rosales


 


La nieve es un esfuerzo, nunca duerme,
nunca puede dormir. La nieve última 
quizá no va a caer, quizás no pueda 
volver a atar el agua en la blancura 
temporal de sus manos. Sí, mañana 
tal vez no va a nevar, caerá la lluvia,
y en el mirar de Dios seremos náufragos 
de muerte semanal y para nunca.



en Ayer vendrá (Poemas 1935-1984), 2010














miércoles, octubre 15, 2025

«Pérdida pérdida pérdida», de Roberto Appratto



(1950-2025)


Pérdida pérdida pérdida
La pérdida la más pérdida
No hay otra cosa que
Pérdida todo lo que puedo pensar
Es pérdida no admite traducción
Es pérdida no es la palabra pérdida
Es pérdida salgo a la calle
Y es pérdida prendo la luz del cuarto
Pérdida pienso un rato y es estrictamente
Pérdida fantaseo sobre el  futuro pero en seguida
Es la pérdida no es más que pérdida
Lo que puedo hacer es pérdida lo que se me ocurre
Es pérdida si me lamento es en razón de
La pérdida todo lo demás se confronta
Con la pérdida si alguna vez hubo otra cosa
Hoy es la pérdida no es la imagen de la pérdida
Es la pérdida
No es una reflexión sobre el estado actual
Es la pérdida no es el deseo de otra cosa que pudiera
Eventualmente consolar sino
La pérdida la pérdida no es la debilidad que viene
Luego de la pérdida no hay luego de la pérdida
Es la pérdida
Acá la conciencia no juega no puede porque
Es la pérdida por lo tanto la pérdida
Hace  ver la pérdida y sólo la pérdida

Si uno mira para ahí



en La carta perdida, 2018

















 

martes, octubre 14, 2025

«Las Encantadas», de Daniel Samoilovich

Siete poemas

(1949-20205)

 
EL INFORME

«Al parecer —dice un informante de la Royal Society—
la Naturaleza ha querido engañar a Sir Charles
con su vistosa variedad: pero nuestro corresponsal
sin dejarse confundir por tanto pico, trompa,
belfo, hocico, cara,
ha descubierto que en todos, sapos, moscas,
ortigas y humanos late
un mismo y veleidoso instinto
de conservación. Esto torna innecesaria
la existencia de Dios, a la sazón reemplazado
por las tediosas notas del botánico;
y en vez del Designio Divino, lo que se nos ofrece
es un ciego combate a garra y diente
del que los mamíferos no salen mal parados
pero que también consiente el ala que sirve
para huir, la pequeñez que facilita el esconderse.
Es afortunado que por las dudas, por si se arrepintiera
la Evolución haya dejado por el sendero un hilo
del cual Sir Charles cree haber encontrado la punta.
Tal vez si nos lo trae nos sirva
para coserle un chaleco de loco
y un lindo bonete de blasfemo
y dotado de estos enseres, devolverlo
a la isla pirata donde puso
a punto su sistema».



HERMOSO LODO OSCURO, TRAS MESES

      de no ver otra cosa que el suelo
calcinado del norte de Chile.
Las tortugas, único alimento...
su número empero disminuye...
en otros tiempos, barcos corrientes
se llevaron de una sola vez
seiscientas, setecientas tortugas...
una sola fragata, doscientas
                                                          en un día.



OTRO DETRACTOR DE DARWIN

«Su sistema por otra parte está
desprovisto de belleza, si no fuera
por sus otros defectos bastaría
con éste para tornarlo indigno
de atención y de crédito: números,
alturas y mareas, lucha
por la vida, este hombre no puede
al parecer pensar en otra cosa
que en ángulos, medidas, egoísmo
sin fin entre el bárbaro zigzag
                         del alba en los volcanes apagados».
 


PERO ES QUE NO SE TRATA, ¿NO?

ni de berdad ni de belieza, ¿no?
sino de seiscientas, setecientas tortugas
de una vez, doscientas
en un solo día.
O sea, un animal enorme, ¿no?,
algo que pesa bastante, más de doscientos
kilos, y a su vez doscientas
en un solo día: arreadas a bordo por
planchones de madera o hombreadas
entre dos o tres, en redes. Vivas, a fin
de que vivan, les damos pasto
de comer y cada día
de los doscientos que siguieron
apaleamos una y la comemos.
Rompiendo antes la caparazón: obvio.
Un animal extremadamente lento, pero apto
para la supervivencia.
Hasta que llegamos nosotros:
      dispuestos a acarrear
doscientas en un solo día.
La caparazón se dispone en hexágonos y cada
hexágono ajusta con los otros, con pentágonos
no hubieran podido, cómo
y cuándo aprendieron geometría.
El caso es que nos llevamos doscientas
en un solo día, escandalosamente fáciles
de cazar, no tenían previsto, se ve, nuestra visita,
tenían hexágonos, tenían su técnica
lento acorazada de vivir, o sea:

Me como el pasto que no se mueve, dado lo cual,
maldita la falta que me hace
andar saltando como una liebre,
y si algo me ataca me meto
para adentro, me duermo una siesta
de dos o tres siglos mientras
el otro se aburre y se va:
por pico duro que tenga los dientes se le van a quebrar
contra este carapacho, y peso lo suficiente
como para que no pueda ni pensar en levantarme
y romperme dejándome caer
desde quinientos metros: que pruebe el plumífero
levantar vuelo conmigo entre sus garras, si
lo que es menos probable todavía,
encontrara de dónde agarrarme. ¿Se entiende?
Peso y falta de ángulos, dureza y retracti
bilidad. Pero
(y "pero" es el verdugo de todo lo que amamos)
¿quién se iba a imaginar la llegada de estos
cretinos implumes, con dedos articulados, el pulgar oponible, etc. ?
No todo
puede preverse en esta vida, el caso
es que nos divertimos bastante sobre esta planeta
en esta pedaza del planeta hasta
que, etc., etc., etc.
En cualquier caso, admitirán que no se trata
de belieza, el estilo que habíamos
elegido era bastante belio, lo hacíamos con bastante
gracia, por lo menos nos parecíamos
graciosas a mismas nosotras y pulvus
nos echábamos que durraban semanas: ni belieza
ni éxtasis faltábannos. Oh, mis amigos, habláis de rrimas
pero no olvidéis que es la cruda
intemperrie el problema: un carrapacho
de acerro hubiéramos debido
      tener para defendernos en forma adecuada
de la intemperie cuando adoptó la forma
de estos duros cretinos:
pero hubiera
sido técnicamente imposible: necesitábamos algo
que pudiera crecer, me refiero
a que el carapacho tenía que empezar siendo
más bien chico, caso contrario
hubiéramos debido nacer enormes, lo cual
plantea nuevas dificultades técnicas,
(estas sí, insalvables): en suma, nuestro talón
aquilino teníamos y he aquí que:
uno, vino a saberse que era necesario
que lo tuviéramos, dos,
duramos hasta que unos cretinos
lo descubrieron. A fin de
comernos; esa es otra; hubiera sido
harto prudente saber a mierda
a fin de que los implumes no tuvieran deseo
de comernos, lo que no entiendo
es cómo se les cruzó por la cabeza
que podríamos, que podrían: es que lo prueban
todo, el agua del pericardio ¡el agua
del pericardio!, auténticos
carniceros buscando como perros
hambrisedientos qué mierda comer.
Gustarles, ese fue el problema,
aparecer ante los ávidos ojuelos
del bípedo como apetecible
menú. ¿Por qué
no se comen entre ellos? Me temo
que también, que incluso. ¿Y no sería posible
ser nomás una idea, algo
indiges-incorrup?
No está mal. No una tortuga ser, sino la mera idea
de una tortuga, ahí sí, ahí seguro
que no se tomaban el trabajo de comernos, oh, sí, mucho
mejor todavía que saber a mierda. O sea: volverse
más fáciles de transportar pero en el mismo grado
y por lo mismo, menos interesantes. No saber
a nada, impalpa-insonda-
bles ser: inodor, incolor, insipid
as, imposibl, impensabl, impasibl
es ser. Con lo que llegamos entonces a
nuestro error capital, inicial:
la tangibili- la palpabili- la inteligibili
dad. El peso, que fue nuestro ingenuo remedio
      contra la pájarocaptura, transformóse
en nuestro problema a la hora de la
implucaptura. Ironía, etcétera.
En todo caso no vengan ahora
con la belieza, con
el amanecer en las islas remotas, la línea
roja del sol sobre
conos de volcanes apagados.



ENTRE EL ZIGZAG DE LOS VOLCANES APAGADOS

llega tu mano, repartís los naipes:
como si la aspereza del cartón
se tornara irreal y las cartas
al salir de tus dedos, transparentes,
como si dejaran en ellos
rugosidad y solidez, sentido,
no entiendo el juego que me llega, entiendo
que me ha llegado juego pero no
qué juego: además, si todos ven
mis cartas, cómo puedo jugar.



ME QUEDO QUIETO, NO PORQUE NO PUEDA

moverme yo sino por la parálisis
simultánea de la opacidad
           y del sentido: te miro

desesperado, no parece que lo notes,
parece, no parece, me acuerdo
           que acá le dicen brillos al diamante.

Como quien percibiera dormido el cuerpo
inmóvil, sin entender que se está quieto
           porque uno duerme:

y le ordenara, en el sueño, moverse,
sin lograr que obedezca, estando,
           como está, boca abajo, dormido:

en un cuarto feo, azul
que por suerte o por desgracia uno
           no llega a ver

estando, como está, dormido,
estampado en la cama, creyendo
           que se quedó paralítico, que

la cama, horizontal, es un muro
vertical, o peor, una barrera
           invisible

como el cuarto feo y azul
que, por suerte o por desgracia, uno
           no llega a ver

soñando, como sueña, que está
paralítico entre el rojo
           zigzag.



UNA POR UNA POR UNA, Y CADA UNA

de un golpe
y gloriosamente adentro. Cierta valentía,
más bien, cierta temeridad, cierto deseo
de pelea, cierta inconsecuencia
entre los medios y el fin, por ejemplo
dejar correr el agua de la ducha
entre los dedos, pensar en un pato,
larga y detalladamente, un pato
con su forma y sus colores, después pintar
un círculo amarillo que no tiene nada que ver
con el presunto pato, se informa solamente
de la mecánica de la reflexión acerca del pato
y por ahí ni siquiera sino simplemente
se beneficia el círculo de la contigüidad de las experiencias
de bañarse y pintar, por ahí ni siquiera.




2002















lunes, octubre 13, 2025

«Postales eslovenas», de Silvio Mattoni




28


Creció el olivo en el patio y llegó 
hasta mi vista al borde de la ventana
con sus manojos de hojas lanceoladas
y verdes que parecen polvorientas
pero exhiben su intenso tono mate.
Ahora un poco de viento lo movió
y me hizo señas mientras traducía 
el relato francés de dos poetas 
que se encuentran, divagan, en su idioma
bajo amenazas de orden. Desearían 
decir alguna forma de vida o de presencia
pero solo hay palabras que se vuelven,
para ellos, parábolas. Te digo 
entonces que este olivo es tan antiguo 
como su nombre, que sigue verde y sigue 
anunciando lo que hace, el verde olivo 
oscila en esta siesta y este patio.



Publicado por Borde Perdido Editora, 2025















domingo, octubre 12, 2025

«Le pregunté a mi amiga…», de Plestia Alaqad

Versión de Juan Carlos Villavicencio


 
Le pregunté a mi amiga:
¿No puede esperar tu llanto?
Me respondió con los ojos llenos de lágrimas:
No, no tendré tiempo para llorar mañana.
La vida es una carrera
y estoy cansada
de perseguir al tiempo que está matando todo lo va quedando de mí.
En mi contra corre el tiempo y yo corro contra él…
no puedo parar ni siquiera a tomar un respiro
¿Por culpa del tiempo? Es que no se detiene nunca.
Le dije: estoy cansada, como tú
pero de esperar por un tiempo que no pasa
por un correo que no llega
por un teléfono que no suena
el tiempo está matando cualquier esperanza que viva dentro de mí.












sábado, octubre 11, 2025

«Mi familia vive en la Monte Huérfano…», de Hongzhi Zhengjue

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Mi familia vive en el Monte Huérfano,
todo el año, con la puerta a medio cerrar.
Suspiro por mi cuerpo avejentado,
pero legaré a mi descendencia, este, mi Camino.














viernes, octubre 10, 2025

«Melancolía de la resistencia», de László Krasznahorkai

Fragmento / Traducción de Adan Kovacsics



PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2025

Era Mádai, un hombre sordo que acostumbraba a gritar sin piedad al oído de sus víctimas «con el fin de intercambiar opiniones», lo cual, repetía, no le importaba en absoluto, y si bien los otros dos coincidieron en esta exhortación, adoptaron posiciones divergentes en cuanto al qué. Prescindiendo de toda introducción al tema de conversación y reconociendo a [György] Eszter como dueño y señor de la situación, el señor Nadaban, un carnicero corpulento que debía su privilegiada posición entre los ciudadanos más influyentes a sus llamadas «dulces obras poéticas», declaró que él deseaba llamar la atención de los presentes sobre la necesidad de la solidaridad, mientras que el señor Volent, entusiasta ingeniero de la fábrica de botas y experto en toda clase de problemas técnicos, sacudió la cabeza y nombró la serenidad como punto de partida para una acción conjunta, en oposición al señor Mádai, el cual acalló a los otros, volvió a inclinarse hacia el oído de Eszter y comunicó a voz en cuello lo siguiente: «¡Hay que estar vigilante, a cualquier precio! ¡Esa es nuestra tarea, señores, digo yo!». Así y todo, ninguno de ellos dudaba de que aquello que definían con los conceptos fundamentales de «vigilancia», «serenidad» y «solidaridad» solo era la obertura prometedora de sus argumentaciones cargadas de responsabilidad, y estaban ansiosos por empezar a desarrollar sus irrefutables argumentos, de suerte que a Eszter —tras reponerse de su innegable asombro al toparse allí, ante la entrada del Casino de Señores de la fábrica de medias, con esos «tres idiotas del montón»— no le resultó difícil imaginar lo que le esperaba si la radical diferencia de opiniones entre esos tres héroes temblorosos llegaba a manifestarse, o sea que se arriesgó y, como quería ceder cuanto antes la palabra a Valuska, que se mantenía apartando del círculo de los caballeros, y prevenir los ataques de estos, les preguntó cómo habían alcanzado la unánime conclusión de que el fin había llegado («tal y como he podido colegir de sus palabras», añadió). La pregunta los sorprendió, por lo visto, y las tres miradas airadas se reunieron en un rayo, como quien dice, pues ninguno podía imaginar que György Eszter, objeto de todos los respetos «por dorar con la esfera del arte nuestra aburrida vida cotidiana, gracias a su excepcional talento», como señaló en su día un texto de homenaje, o por ser, como escribiera el carnicero Nadaban en un poema laudatorio, «alfa y omega de nuestra gris realidad», que György Eszter no supiera nada de nada; pero en cuestión de segundos encontraron, sin embargo, la simple explicación de semejante desinformación, atribuible, según ellos, a la naturaleza distraída de los grandes espíritus que se retiran del mundanal ruido, y tomaron conciencia con orgullo de que, una vez más, eran precisamente ellos los afortunados elegidos para informar a esta personalidad viviente de los funestos cambios producidos en el destino de la ciudad. El abastecimiento era del todo imprevisible, la escuela y las oficinas ya casi no funcionaban, el problema de la calefacción de las casas alcanzaba dimensiones alarmantes debido a la falta de carbón, señalaron cortando el uno la palabra del otro. No había medicamentos, se lamentaban con expresión de dolor, la circulación de coches y autobuses había dejado de existir y esa misma mañana hasta los teléfonos se habían quedado mudos, poniendo un sello definitivo en la situación. Y entonces, dijo el señor Volent en tono amargo, entonces además, terció el señor Nadaban, y entonces para colmo, gritó el señor Mádai, viene este circo a frustrar nuestras esperanzas depositadas en el desarrollo y el restablecimiento del orden, un circo con una ballena enorme a la que habíamos dejado entrar de buena fe y contra la cual ya nada se podía hacer, por cuanto esta compañía realmente extraña, señaló el señor Nadaban bajando la voz, altamente sospechosa, asintió el señor Mádai, y sumamente siniestra, añadió el señor Volent frunciendo el ceño con expresión lúgubre, había llegado ya, por desgracia, a la plaza Kossuth. Sin prestar atención a Valuska, que los miraba ora con desconcierto, ora con tristeza, comunicaron a Eszter que se trataba sin la menor duda de una banda criminal, si bien no les había sido fácil descubrir el significado de todo ello y el fondo de la cuestión. «¡Son al menos quinientos!», exclamaron, para señalar acto seguido que, de hecho, la compañía estaba compuesta por dos personas, que la atracción era lo más terrible, dijeron, y que servía de simple pretexto a esa gentuza carente de más señas para atracar por la noche a los pacíficos habitantes. Afirmaron que la ballena no desempeñaba papel alguno y, a continuación, que la ballena era la causa de todo, y cuando por último declararon, refiriéndose a unos «turbios bandidos», que ya habían empezado a robar y, al mismo tiempo, que seguían todos inmóviles en la plaza, Eszter se hartó y levantó la mano con decisión, indicando que pedía la palabra. Sin embargo, el señor Volent se le adelantó rápidamente y declaró que la gente tenía miedo, de modo que no podemos quedarnos sin hacer nada, intervino el señor Nadaban, esperar con los brazos cruzados, añadió en su tono característico el señor Mádai, a que llegue la catástrofe. Aquí hay niños, soltó el señor Nadaban con lágrimas en los ojos, y madres que sollozan, trompeteó el señor Mádai, de modo que lo más querido para nosotros, el calor del hogar familiar, concluyó a modo de colofón un señor Volent totalmente estremecido, corría un riesgo enorme… Uno puede imaginar lo que aún habría sido capaz de dar de sí aquel coro quejumbroso, aliado para la resistencia, pero ya es imposible de saber, porque Eszter, aprovechando un respiro en la depresión generalizada, tomó la palabra; para mayor comodidad y considerando el nerviosismo de los señores, adaptó cuanto tenía que decir al atormentado mundo psíquico de los tres y les hizo saber que sí existía una solución y que una voluntad audaz jamás abandonaba la esperanza de cambiar la situación para mejor. 



1989










Contribución parcial e indirecta a DscnTxt de EPDLP.com















viernes, octubre 03, 2025

«Escrito en un reflejo», de Hugo Mujica

Tres poemas



 
8.

de tantos desgarros
voy a coserme otro cuerpo
para dar de comer
                        a mi sombra.

también fuera de las venas hace sangre



12.

ángel de arena
internándose en la marejada,

o frente al espejo
donde la ilusión de vernos mira
la ilusión de ver

—un vidrio es transparente
                                  cuando no transparenta nada—



19.

y como los que no tienen ojos
estiramos las manos hasta leer con las yemas
sobre la piel de los mudos

o todo o nada:

como quien baja los párpados
hasta mirar a los ojos
                              el amor de los ciegos



Publicado originalmente por Editorial El imaginero, 1987





También en Umbral de la palabra, Descontexto Editores, 2025









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jueves, octubre 02, 2025

«Colo-Colo Continuación del mito: Una forma de criar», de Gabriel Zanetti




 
Mi papá era un hincha inusual. Parecía más contento cuando perdía la U que cuando ganaba Colo-Colo. Recuerdo haber celebrado juntos, gritando por la ventana de living los goles de River Plate contra el equipo azul, en la semifinal de la Libertadores de 1996. Los vecinos nos gritaban «¡argentinos culiaos!». Pero nunca lo vi tan descompensado como el día que los Chunchos ganaron el torneo nacional después de veinticinco años. Veníamos de no sé dónde, mi mamá de copiloto, mis hermanas pequeñas y yo atrás. El hombre escuchaba la radio tranquilo hasta que le cobraron un penal a la U, a diez minutos del final. Patricio Mardones la echó adentro. Lo que restaba de partido fueron chuchadas hasta que terminó el encuentro. Apagó la radio, antes de que sonara el «Ser un romántico viajero». 

Siguió el camino a casa en silencio durante varios minutos. El Fiat 147 blanco parecía un funeral. De pronto, volvió al planeta. Comenzó a tapar a puteadas a los autos que tocaban la bocina, a los adherentes de Universidad de Chile que agitaban sus banderas en las esquinas. Yo tenía 11 años, no me daba mie do. Mi papá era mi héroe y le encontraba la razón. Bajé la ven tana y emulé su actitud, hasta que mi mamá se dio vuelta y me retó. El tema era con la U. Si campeonaba Católica o cualquier otro equipo le daba lo mismo. 

Le alteraba que hablaran más de la selección chilena que de Colo-Colo. Odiaba a Marcelo Salas, a pesar de su incuestionable talento. «No le llega ni a los talones a Zamorano», decía cada vez que se le presentaba una oportunidad. «La selección 23 siempre ha sido Colo-Colo más un par de jugadores de otros equipos», aseguraba. Prefería los planteamientos defensivos, esos que ganaban de contragolpe a la italiana. Los fines de semana abría los ojos temprano para ver el Calcio en la rai. A pesar de ser del Inter de Milán, gozaba con cualquier partido, le daba estabilidad emocional. 

Le gustaba mucho Arbiza, Garrido, Barticciotto, Emerson Pereira y Jaime Pizarro. Me contaba con nostalgia sobre la cali dad de Caszely y Chamaco Valdés… «Si jugaran hoy serían cracks en los principales cuadros europeos». Admitía la calidad de Leonel Sánchez y Alberto Fouillioux, que según él inventó el chanfle. Nunca le perdonó al Cóndor Rojas la cagada en el Maracaná. También consideraba a Parraguez y a Mario Leppe. No soportaba a los jugadores «pichuleros». 

Cuando veíamos los partidos por televisión ponía el volumen muy fuerte y me dejaba solo. Se dedicaba a hacer cosas, a limpiar, ordenar ropa o maestrear. Al escuchar el grito de gol, corría a la pieza, miraba la repetición y decía «Vamos». Era in capaz de observar cómo se resbalaba un defensa y nos metían una pepa. Sufría por el equipo, como lo hacía con todo lo cercano a él. Sus reacciones en torno al dolor eran al estilo de Santino Corleone: Colo-Colo era parte de su familia. 

Las veces que me llevaba al Monumental cambiaba radical mente de switch. Algo lo tranquilizaba al ir a la sede de Cienfuegos, comprar dos entradas, las que me mostraba con una sonrisa orgullosa. Yo contaba los días, mañana a mañana antes de ir al colegio, abría esa olla inmensa de loza blanca con motivos celestes para tallarinatas que usaba para guardar papeles, cuentas, boletas, recordatorios. Leía Colo-Colo versus Católica; Colo-Colo versus Nacional; Colo-Colo versus Estudiantes de la Plata. Acariciaba esos cartones. 

Los días de partido copero faltaba al colegio. Me iba con él a su compraventa de autos ubicada en Exequiel Fernández y Camino Agrícola. Desde temprano, me entretenía rellenando talonarios de venta o molestando a los mecánicos preguntando por qué fallaba el motor. Me quedaba con ellos hasta que el tarro partía. A la hora de almuerzo, salíamos a comprar repuestos a 10 de Julio, y después comíamos un churrasco. La tarde pasaba lenta, hasta que mi papá decía «Yapos, hijo, vamos». 

Me sorprendía que le cambiara tanto el carácter. Agarrábamos el auto más fácil de sacar del negocio y menos panero. Bajábamos al Monumental. Recuerdo un partido: Colo-Colo versus Estudiantes, a quienes vencimos 4-2 de ida, primer triunfo de un equipo chileno en tierras argentinas. Había con fianza. Mientras caminábamos, como siempre, aparecían los macheteros. Mi papá abría la chauchera, pasaba unas gambas y decía «Disfruten las chelitas, cabros». 

Un desconocido Martín Palermo marca el primer gol para el Pincharrata, a poco de iniciado el partido. En la segunda parte, Basay empata. El mismo 9 hace un golazo de globito y sentencia el 2-1 para el Cacique. Mi viejo ya no estaba eufórico. Su tranquilidad me asombraba. Salimos de la mano entre la multitud. Mi papá siempre lo hacía así, yo era su tesoro. De regreso a casa, escuchábamos la radio Cooperativa. Llegábamos al departamento de la Villa Frei, besaba a mis hermanas y a mi mamá, prendía la estufa a parafina afuera del departamento, y cuando amainaba el olor del combustible, la entraba, ponía la tetera encima, y cuando hervía tomábamos once. 

Mi papá era moderno para su época. Tomaba en brazos a mis hermanas, las bañaba y metía a la cama. A pesar de la realidad constatada día a día, a nadie se le pasa por la cabeza que a un ser querido lo afecte una enfermedad mortal. «El Tavi» —por Octavio—, mi padre, luchó cuatro años contra 25 una fibrosis pulmonar. Cuando lo iba a ver al hogar de ancianos me preguntaba por Colo-Colo. Tenía todos los canales, pero era incapaz de ver un partido. Yo le decía: «Vamos prime ros, la U en la mitad de la tabla». Sentado frente a él, hablando fuerte para que el sonido del saturador de oxígeno no me cortara la voz, sacaba la ficción del bolsillo y relataba: «El domingo jugamos contra Unión Española. Íbamos 0-0, Colo-Colo defendiendo, de milagro uno de los muertos de la línea de cuatro rechaza un pelotazo y se la echan a correr a Paredes. Puta viejo, el Tanque a puro cuerpo y codazos se las arregló para entrar al área. Puntete abajo y ganamos». «¿En serio hijo?». «A lo campeón, papi, como siempre». Nunca olvidaré su sonrisa. Cuando voy al cementerio a dejarle flores, guardo unas poquitas para el mausoleo de los Viejos Cracks de Colo-Colo.


Publicado por el Fondo de Cultura Económica, 2025
























martes, septiembre 30, 2025

«La boca del pozo», de Jabra Ibrahim Jabra

Traducción de Juan Carlos Villavicencio y Carlos Almonte





[Durante la masacre de Dayr Yasin, 
el enemigo arrojó los cuerpos
de sus víctimas en el pozo del pueblo]

La boca del pozo
donde las manos de jovencitas juguetonas
disfrutan su amistad, vertiendo
agua de la fuente en las tinajas,
en medio del canto y la alegría.
¿Se convertiría de repente en una entrada hacia la nada
esa entrada a una tumba, llena de jovencitas
y de mujeres embarazadas sangrando,
mezclada ahora la sangre con pólvora?
¿Se secaron y arrugaron los racimos de uvas que la rodeaban? 
¿Se quemó el trigo y derramaron
los odres su contenido sobre las piedras esparcidas,
y fue Jesús crucificado ahí otra vez?

La boca del pozo será nuestro segundo Gólgota.
De su entrada ensangrentada brotará
lava negra, ardiente y humeante,
mezclada con la carne de jovencitas y mujeres embarazadas 
para destruir
a aquellos que sembraron la muerte
y alimentaron a las águilas en nuestra tierra. 
Entonces, desde su sagrada y abundante fertilidad, 
fluirá la vida, con seguridad fluirá
en todos nuestros pueblos otra vez.



en Antología de Poesía de la Resistencia Palestina
Descontexto Editores, 2024





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domingo, septiembre 28, 2025

«Ofrenda votiva», de Gabriele D'Annunzio

Traducción de Fernando Iscar


 
El citarista Eunomo de Locri consagraba en Delfos
una cigarra de trabajado bronce al dios.
 
Había un certamen de cítara. Y el rival de Eunomo,
Esparto, ahí estaba preparado; y ahí estaban 
 
los jueces, y atentos acercaban sus delicados
oídos al sonido docto, graves los rostros, sentados.
 
Alto flameaba el día sobre el rojo toldo, irradiando
cerúleo a lo lejos, entre los oleastros, el mar.

En la divina luz era la febea prueba más 
solemne: les temblaba a los contendientes el corazón.
 
Cuando al tañido, del plectro de oro sonó la cítara
locrita, una cuerda rompióse con un silbido.
 
De palidez se cubrió Eunomo, temiendo
que faltase la nota justa en el acorde pleno,
 
a los delicados oídos de los jueces; ¡cuando sobre la barra
del instrumento, sobre la desierta clavija
 
vino a posarse, ebria de rocíos, una cigarra cantora,
que el perfecto sonido dio de la cuerda 
 
ausente, entonando de improviso al modo eolio la agreste
voz que poco antes era de los bosques alegría!
 
Venció por tal ayuda, en presencia de los ilustres jueces,
el citarista Eunomo, venció la hermosa prueba.

Por lo que, Rey Apolo, oh arco de plata, hijo
de la inmortal Leto, el coronado Eunomo
 
quiso honrarte en Delfos, ofreciéndote sobre una cítara,
forjada en el más rico bronce, su cigarra.
 
No sólo, como al de Locri, la séptima cuerda
se me rompió silbando repentinamente, oh dios.
 
Todas las cuerdas, por virtud del plectro, se rompieron: abandonadas
quedaron las clavijas sobre la barra ebúrnea;
 
cuelgan retorcidos los nervios; entre los grandes cuernos lunares
teje la araña en el espacio vacío.
 
Tal, oh Esminteo, sobre el tronco insigne del laurel, la consagrada
lira aparece, cual inútil astilla.
 
Pero, apenas tus caballos alcanzan lo más alto del cielo
con sus ardientes cervices, oh Febo, encrinado auriga,
 
(ansioso respira el bosque, de lejos refulgen los golfos
que la divina curva fingen de tu Arco)

llegan las cigarras que al alba bebieron una gotita
de celeste rocío y aún están ebrias,
 
llegan sobre aquella exánime; y, quietas, bajo
sus alas maravillosas, tales ríos de melodía
 
vierten en la cóncava bóveda que nunca
extrajo el plectro más suaves notas,
 
ni sobre las tierras y las aguas, ni sobre nuestros queridos
pensamientos, fluyó con el sonido serenidad más pura.
 
Por lo que me sonrío, oh Cintio, de Eunomo; pero que en mi pecho
no tiemble, como al citarista, el corazón.
 
Serénase con el continuo sonido nuestra alma,
satisfecha por su silencio, rica por sus pensamientos,
 
como un hermoso trirreme anclado en un puerto,
de regreso de su periplo, cargado de bellos tesoros.



en Canto nuevo, 1896













sábado, septiembre 27, 2025

«El día de la comida fría», de Li Qingzhao

Versión de Carlos Manzano de la traducción de Kenneth Rexroth




 
Claro y soleado es el esplendor de
La primavera en el día de la
Comida Fría. El humo agonizante se
Alza del animal de jade, como
Un hilo de seda que flotara en el
Agua. Sueño sobre una pila
De cojines, entre adornos para el pelo,
Rotos y dispersos. Las golondrinas
No han regresado del mar Meridional, pero
Los hombres vuelven a empezar
Y se pelean por nimiedades. A lo largo
Del río vuelan pétalos de pérsicos.
Amentos de sauce llenan de pelusa el aire.
Luego, en el ocaso anaranjado,
Caen gotas de lluvia muy dispersas.



en Cien poemas chinos, 1966











viernes, septiembre 26, 2025

«Desnudo en barro», de César Vallejo





Como horribles batracios a la atmósfera,
suben visajes lúgubres al labio.
Por el Sahara azul de la Sustancia
camina un verso gris, un dromedario.

Fosforece un mohín de sueños crueles.
Y el ciego que murió lleno de voces
de nieve. Y madrugar, poeta, nómada,
al crudísimo día de ser hombre.

Las Horas van febriles, y en los ángulos
abortan rubios siglos de ventura.
¡Quién tira tanto el hilo: quién descuelga
sin piedad nuestros nervios,
cordeles ya gastados, a la tumba!

¡Amor! Y tú también. Pedradas negras
se engendran en tu máscara y la rompen.
¡La tumba es todavía
un sexo de mujer que atrae al hombre!
 


en Los heraldos negros, 1919








jueves, septiembre 25, 2025

«Heredia no va a morir». Entrevista a Ramón Díaz Eterovic, de Carlos Almonte


Celebrando a Ramón Díaz Eterovic,
Premio Nacional de Literatura 2025

 
¿Cómo nace tu interés por el género policial?
En primer lugar hay una curiosidad lectora, en la época de mi adolescencia provinciana, que me llevó a conocer algunos textos de Poe, Conan Doyle, Ellery Queen, Dorothy Sayers, hasta llegar a otros autores que me interesaron más, como Chandler, Ross MacDonald, Simenon. Lecturas orientadas por el azar –combinadas con acercamientos a la poesía y a un sinfín de novelas no policíacas–  en las que fui conociendo las potencialidades del género, la rigurosidad de su estructura, el magnetismo de sus tramas y protagonistas. 

Después vino el abordaje del género como escritor, y más que un asunto largamente meditado, tengo la impresión de que en algún momento apareció Heredia a mi lado y comenzó a hablarme de su vida y aventuras. Así nace La ciudad está triste, escrita en 1985, en una semana; y publicada en 1987 después de varias revisiones de la versión original y de muchos fracasos por encontrar un editor interesado en publicar una novela policial, que además era un texto contestatario a la dictadura que se  vivía. La buena acogida que tuvo esta novela entre sus pocos lectores me motivo a escribir Nunca enamores a un forastero y de ahí no he parado hasta terminar, recientemente, la décima novela de Heredia:  A la sombra del dinero. Siento por lo tanto –a la manera de Paul Auster– que Heredia, más que un alter ego, es una especie de «hermano interior» con el que de tarde en tarde dialogo sobre las cosas que nos pasan. 

Por otra parte, también diría que mi afición al género policial nace por el deseo de testimoniar ciertas situaciones delictivas y marginales existentes en Chile, a través del discurso de un antihéroe descreído, pero con los cojones suficientes como para mirar la realidad sin concesiones. En algún momento –en 1984 o 1985– pensé que mis inquietudes temáticas eran abordables desde la novela policial, en su vertiente de novela negra, donde encontré los códigos para explorar la relación crimen–política–violencia, tan habitual en los países latinoamericanos. Quería abordar una literatura con acento realista, a través de un género muy marginal en Chile, y desde ahí proyectar mis historias y obsesiones. Cuando publiqué La ciudad está triste no era mucho lo que se hablaba en Chile de «novela negra», y por lo tanto gran parte de mi trabajo literario lo he tenido que hacer luchando contra los prejuicios e ignorancias del medio. Prejuicios hacia la novela policial, y en su momento, prejuicios en contra de los textos con contenidos políticos, textos de resistencia. 

¿Por qué la profesión de investigador es, necesaria y recurrentemente, tan solitaria como el oficio de las putas y los escritores? 
La profesión del investigador (en la literatura), como la del escritor, es necesaria porque apunta a reconocer las cicatrices más ocultas en el corazón de la sociedad. Generalmente, como los escritores, los detectives de ficción son seres solos, hasta cierto punto desarraigados, inconformistas, que viven en la marginalidad y desde ella observan pasar la vida. La soledad es tal vez la condición que lo hace más sensible a los problemas de quienes recurren a su ayuda. Los detectives, como las putas y los escritores, son exploradores del alma, de la desolación que muchas veces rodea a las personas. 

El género policial está hecho sobre la base de claves recurrentes, estructuras y personajes tipo, frases hechas, clichés, etc. En este sentido Heredia no hace más que seguir la tradición, adaptándose «latinoamericanamente» al género. ¿Consideras una limitante el hecho de que el relato policial se arme siempre de la misma forma? ¿En dónde radica la mayor creatividad del género?
El género policial es tan limitante como lo puede ser cualquier otro género literario; y escribir una novela policial es tanto o más difícil que escribir una novela común y corriente. Lo importante en la narrativa policial que se hace en Latinoamérica –sobre todo en las últimas dos o tres décadas– es que es asumida por un grupo de escritores interesados en dar al género estatura y trascendencia literaria. Escritores que asumen el género sin prejuicios ni lo consideran algo menor; que siguen sus claves, las parodian, o las discuten (al modo de Piglia o Bolaño) pero que se acercan a él con respeto y amor. La creatividad de este esfuerzo está en la recodificación del género para hacerlo apropiado a la realidad de los países latinoamericanos que se busca reflejar. 

La narrativa policial latinoamericana – a partir de los clichés o códigos tradicionales del género– ha aportada una mirada aguda, crítica, que le ha permitido convertirse en una narrativa de corte social, vinculada a la criminalidad del Estado o los poderosos, al crecimiento de las grandes urbes latinoamericanas y al desamparo en que dentro de ellas se mueve el hombre común y corriente. 

En lo personal, creo que mi aporte ha estado en hacer de mis novelas una suerte de crónica del Chile de los últimos años. Haber creado un personaje que tiene una matriz en el género policial y en la novela social chilena (Manuel Rojas, Nicomedes Guzmán, Gonzalo Drago, Diego Muñoz, Francisco Coloane), pero que también tiene una personalidad propia que lo hace atractivo y con el cual muchos lectores pueden identificarse. Y al fin de cuenta, lo que va quedando en la literatura son los personajes y las buenas historias. 

En Nadie sabe más que los muertos, Heredia le dice con pudor su nombre a Fernanda, pero ambos concuerdan en usar sólo «Heredia». ¿Cuál es el nombre de pila de Heredia? 
La verdad es que no lo sé. He pensado que tiene un nombre algo ridículo o poco común, pero nunca he llegado a dar con uno preciso. Heredia a secas me parece bien, y me gusta jugar con la imaginación del lector para que piensen en su nombre de pila. Heredia es un nombre con personalidad y además, el uso de ese único nombre remarca de alguna manera su soledad, y recoge algo que es muy típico entre los chilenos (sobre todo en los liceos y oficinas) de llamarse sólo por los apellidos. 

Heredia se caracteriza por tener amoríos pasajeros, mujeres que van y vienen, etc. En este mismo sentido, ¿es una relación duradera, el matrimonio por ejemplo, opuesto por esencia a la profesión de detective? ¿En qué sentido la soledad alimenta y en cuál destruye a Heredia?
Supongo que un Heredia casado y con hijos no tendría la misma libertad para desplazarse por la ciudad e investigar sus casos. La soledad de Heredia nace de su apego a esa libertad, y a la posibilidad de ir tomando lo que la vida le ofrece, sin grandes compromisos domésticos ni cotidianos, sin grandes necesidades materiales, y sin otra cortapisa que su entusiasmo para enganchar con un caso y seguirlo a fondo. En su soledad, Heredia reafirma su compromiso con el oficio que ejerce y la verdad que busca. Y aunque suene contradictorio, la soledad de Heredia también forma parte de sus debilidades, porque llega un momento en su jornada diaria en el que sus únicas compañías son sus dudas y el gato Simenon. En esos instantes reflexiona y recarga sus energías para seguir en sus empeños. 

Alguna vez dijiste que Heredia aumentaba de edad en cada novela. ¿Esto significa que morirá algún día? ¿Tienes preparada su muerte? ¿La has visualizado alguna vez? 
No, Heredia no va a morir. En la última novela que publiqué –El hombre que pregunta– Heredia, refiriéndose a Alejandro Dumas y a la muerte de sus tres mosqueteros, dice que «no hay perdón para los que dejan morir a sus héroes», y pretendo ser fiel a esa sentencia de Heredia . Tengo escritas diez novelas con Heredia y en la cabeza me dan vueltas ideas para escribir unas cinco o seis más. He pensado escribir, más adelante, una novela en que aparezca un Heredia viejo, achacoso, investigando su último caso, y aferrado a su oficio con la misma convicción que muestra en sus primeras novelas. No sé si algún día la escriba, si sea capaz de reconocer, al igual que Heredia, que estoy quemando mis últimos cartuchos, pero la idea está.  

Hay una especie de nobleza o de fin moral en los investigadores más conocidos, y en Heredia en particular (acepta casos sin dinero, casos de justicia política, de equidad social, etc.). ¿Por qué es tan estrecha esta relación entre Heredia y la sociedad oprimida o los que sufren injusticias?
Eso responde a la opción de vida asumida por Heredia: actuar desde la esquina en que están los jodidos del mundo, los que no tienen a nadie que los defienda, los que –como dice Jorge Teillier en unos de sus poemas– no son «santos, profetas ni poderosos». En la medida que el motor que mueve a Heredia es la verdad, es casi de simple lógica que esté del lado de los que sufren injusticias. La novela policial es en esencia un discurso moral, ético, que tiene que ver con la verdad y la justicia para quienes son violentados en su condición humana. 

¿Por qué el tema político, no sólo dentro del marco chileno, es tan importante en tu narrativa? (Además de la constante presencia de la dictadura chilena, hay referencias a conflictos entre ingleses y alemanes, nazis y judíos, etc.) 
Supongo que es por la historia que me ha tocado vivir. Tenía 17 años al momento del golpe militar de 1973, y tuve que vivir otros 17 años en un medio sin libertad, orientado por los atropellos de Pinochet y sus cómplices (militares y civiles convertidos en mentirosos, cobardes y asesinos). En esa situación «lo político» siempre ha estado en el centro de mis intereses, no tanto como un quehacer partidario (que hoy no me interesa mayormente, porque la política chilena, de izquierda a derecha, está llena de apernados, ambiciosos y mediocres, que están en la actividad política por obtener una cuota de poder personal, y no por luchar por un proyecto o utopía) sino como una reflexión acerca del poder en la sociedad, y de cómo el hombre se ha organizado o debería organizarse para sobrevivir como especie supuestamente racional.  Sobre este tema, el año pasado, los profesores Guillermo García–Corales y Miriam Pino, publicaron un ensayo – «Poder y crimen en la narrativa chilena»– donde analizan las novelas de Heredia. Y bueno, la relación de la realidad chilena con la de otros países es más o menos obvia. Pasa agua bajo el puente de la historia, y el hombre, de aquí o de allá, sigue cometiendo las mismas aberraciones, los mismos atentados a su libertad; sigue siendo el Caín bíblico que mata a su hermano por la razón que tenga más a mano. 

El género policial, me parece, es un género que no admite muchas exigencias de precisión. Hay ciertos vacíos que se dejan pasar en pos de una lectura coherente. Asuntos como que un moribundo con las tripas afuera alcance a hablar frases largas, o que aparezca la persona precisa en el momento preciso, etc. ¿Tienes la misma opinión? ¿Cómo procedes para lograr la coherencia?
La novela policial exige más precisión y rigor que cualquier otro tipo de novela. Hay que preocuparse de la estructura del relato, de la coherencia de los personajes y del curso de la trama. La novela policial cuenta con muchos lectores preocupados de los detalles y que anda buscando «las caídas» del autor. Ahora bien, a mí no me interesa tanto la novela policial como un mecanismo de relojería, y en tal sentido apuesto más al interés global de la historia que cuento, al ambiente en que se desarrolla y a las características de mis personajes. 

Preocuparse principalmente del enigma perjudicó en alguna etapa el desarrollo del relato policial, pero hoy en día las aguas corren por otros lados, con más preocupación por la calidad del texto y sus componentes, no sólo por el acertijo. En cuanto a la coherencia; todo texto literario, del género que sea, demanda coherencia, de otro modo se cae a pedazos. 

Es sabido que has recibido varias ofertas por llevar tu obra al cine. ¿Qué ha impedido ver las aventuras de Heredia en la pantalla grande? Si de ti dependiera, ¿qué actor –chileno y/o extranjero– debiera encarnar a Heredia?
Han existido acercamientos para llevar al cine alguna historia de Heredia y todos han quedado en el camino por falta de dinero. Hacer cine en Chile es difícil. Afortunadamente, el último mes, un proyecto para hacer una serie televisiva de Heredia ganó el premio del Consejo Nacional de Televisión y obtuvo el financiamiento adecuado. El proyecto fue presentado por la productora Valcine. Las historias de Heredia serán dirigidas por los cineastas Ignacio Agüero y Arnaldo Valsecchi, y para interpretar a Heredia se ha pensado en Boris Quercia. Esperamos que la serie esté en pantalla durante el segundo semestre del 2004. 

En cuanto a la segunda parte de la pregunta, dos actores extranjeros que harían un buen Heredia son Robert de Niro o Andy García. Y de los chilenos, me parece bien Quercia, aunque también vería bien en el personaje a Néstor Cantillana o Rodolfo Pulgar, a quienes, a parte de ser buenos actores, los veo más cerca de la imagen física que tengo de Heredia. 

¿Cuál es, en tu opinión, el escritor más importante del género policial? ¿Tienes algún investigador favorito?
En asuntos literarios no me gustan las clasificaciones de «el mejor», «el más grande», etc. Creo que son todas injustas y arbitrarias. Como en poesía, cuento, o lo que sea, hay muchos autores que han creado personajes maravillosos y buenas historias. Y entre ellos: Chandler, Highsmith, Simenon, Jim Thompson, y un largo etcétera que me obligaría a llenar varias páginas. Y en cuanto a investigadores privados, sucede lo mismo. Entre otros muchos, me gusta el Marlowe de Chandler; Lew Archer de MacDonald, el inspector Maigret de Simenon, Tony Romano de Juan Madrid, Gordiano el Sabueso de Steven Taylor, el padre Cadfael de Ellis Peters. De los chilenos, menciono al Inspector Cortés de René Vergara, y Julien Morris de Alfonso Reyes Messa. 

¿Podrías elegir una novela del género policial, tu favorita? ¿Cuáles son las novelas que consideras imprescindibles? 
Es imposible escoger «la novela» en un universo de tantas novelas notables. Mencionar una, sería dejar fuera a muchas que llenan mi gusto y son de mis afectos. Hay, desde luego, muchas que son imprescindibles para todo lector que quiera abordar el género, y al decir esto, pienso, al azar de la memoria, en obras como: El largo adiós de Chandler, Carta a mi juez de George Simenon, Pasado negro de Rubem Fonseca, Triste, solitario y final de Osvaldo Soriano, 1280 almas de Jim Thompson, Disparen sobre el pianista de David Goodis, ¿Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy, La dalia negra de James Ellroy, Las apariencias engañan de Juan Madrid, Brillo de Elmore Leonard, La Rosa de Alejandría de Vásquez Montalbán, Los milaneses matan en sábado de Georgio Scerbanenco, El cartero llama dos veces de J. M. Cain. En general, diría que mis autores favoritos son Simenon, Osvaldo Soriano y Chandler. De Chandler aprendí el sentido ético de la novela policial; de Soriano la posibilidad de transgredir los códigos del género para hacer literatura policíaca con acento y sabor latinoamericano; y de Simenon aprendí que la esencia de la novela policial no está en el enigma sino en crear personajes convincentes y en evocar ambientes que den color local y verosimilitud a las historias.

Y luego, imprescindibles para conocer las expresiones del género en Latinoamérica, mencionaría: Manual de perdedores de Juan Sasturaín, Luna caliente de Mempo Giardinelli, Perder es cuestión de método de Santiago Gamboa, Nombre de torero de Luis Sepúlveda, Sangre en la sangre de Paco Ignacio Taibo II, Pasado perfecto de Leonardo Padura, Joy de Daniel Chavarría, El mejor enemigo de Fernando López, Variaciones en rojo de Walsh, y los cuentos de Borges y Bioy Casares, y los de algunos autores chilenos, como Alberto Edwards, René Vergara, Alfonso Reyes Messa,  L.A. Isla.  

Por último, ¿hasta qué punto un escritor policial es un investigador frustrado?
No creo que el escritor sea un investigador frustrado, al menos no en mi caso, que nunca he tenido aspiraciones policíacas más allá del papel. Sí creo que todo escritor es un investigador, en el sentido de que, al crear sus ficciones realiza algo así como una doble investigación: en primer lugar hacía el interior de sí mismo para descubrir las ideas, sentimientos, obsesiones, que desea expresar; y luego, en segundo lugar, para ir construyendo su historia, por cuanto, al menos en mi caso, no comienzo una novela con su desarrollo totalmente definido, sino que voy descubriendo sus claves o pistas al correr de las palabras. Escribir e investigar un crimen se parecen en que se parte de un hilo suelto y no se sabe con absoluta certeza a dónde se va a llegar. 



en Revista Descontexto, nº 5, 2004
















miércoles, septiembre 24, 2025