jueves, noviembre 20, 2025

«Diálogos de la carroña», de Deisa Tremarias




 
Un hombre
cuenta paciente
el hambre de los días,
no habrá dios que conserve la carne
cuando el tiempo tome su aliento
 
Los restos postrados
murmuran muy quietos,
acercándose
cada vez más
ante el aroma putrefacto
 
Tomarán la forma de lo que va cesando
e irán cantando la tonada de la muerte
mientras dibujan círculos perfectos en el cielo

son lo negro del vuelo

la plata en el pico

la sombra en la tierra.




en Círculo de poesía, 25 de octubre, 2024





















miércoles, noviembre 19, 2025

«Telémaco», de Guillermo Sucre





Había recorrido esa ciudad bajo otro cielo
Lo abrumaba la inocencia
Su rostro era lo desconocido
Respiraba en las calles un perfume insolente
El espejo detrás del deseo
El trato con la tristeza lo tornó rebelde
No vivía en el desamparo sino en la soledad
Todo viaje lo extraviaba
Ese sol que gira en las noches
Quién ardía detrás de su fuego
Ningún rostro ningún nombre
Sólo el origen el lenguaje de la muerte
Así vio quemarse todos sus sueños
«Padre, estas cenizas»




en La mirada, 1970



















lunes, noviembre 17, 2025

«Marciano», de Nona Fernández

Fragmento del inicio




M


Hubo una noche en la selva colombiana donde todo parecía tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Estaba de guardia, recostado en la tierra, y las cosas no eran más que eso, la inmensidad del cielo, las estrellas sobre mi cabeza, el aire caliente movilizando las copas de los árboles y, por primera vez, la convicción de ser sólo una partícula más de ese paisaje. Me sentí chiquitito. Desde entonces me siento así. Lo que te cuento no tiene la dimensión de lo que fue, pero quizá debiéramos buscar el comienzo de esta historia ahí, en las huellas que quedaron, en el espacio pequeño que dejé en la oscuridad.

Hubo una mañana, que probablemente fueron muchas, en la que estuve sentado en mi cama, sintiendo el sol del invierno en la frente y oliendo el pan tostado que salía de la cocina en una panera de mimbre que llevaba una de mis hermanas. Creo que estoy ahí, entre las manos de mis hermanas, refugiado en alguna de sus palmas. Quizá levito en el olor del pan. O en el vapor de la tetera caliente que hierve en esa cocina. O en los rayos de sol que entraban y siguen entrando por la ventana de mi pieza, en esa casa que un día tuve.

Todavía estoy ahí, mirando hacia afuera. ¿Qué veía? ¿Qué veo?

El mar del puerto. El cielo de la mañana, probablemente algunas nubes.

Sueño con ese mar. Lo sobrevuelo como si fuera una gaviota, a unos treinta metros de altura. Siento el viento en la cara, veo las olas, su espuma blanca golpeando el roquerío, y cuando me aburro aprieto los brazos contra el cuerpo para lanzarme en picada. Me sumerjo en el agua fría, buceo entre reinetas y merluzas. Luego salgo, me elevo otra vez, planeo y me lanzo al mar para volver a sumergirme. No sé de dónde saco que apretando los brazos contra el cuerpo podré ir más rápido. Supongo que lo vi en los monos animados, pero por lo menos en mis sueños funciona. De esa forma me elevo y caigo, una y otra vez. 

El mar del puerto siempre está del otro lado de la ventana.

También el parrón del patio.

La higuera, el limonero, mi madre regando las rosas.

La realidad es gigante y para intentar darle un orden se la encierra en un rectángulo. ¿Será que la historia está subordinada a la geometría?

Hubo una noche de tormenta, cuando era niño, en la piquero en el barro de una población anegada. Hubo un piquero en el mar, tardes de playa, peleas con mi madre y más peleas con mi madre. Hubo muchos partidos de fútbol. Hubo muchos partidos de fútbol. Hubo cientos de pelotas y canchas y buenas y malas jugadas. Hubo un afiche del Che pegado en la pared de mi pieza. Hubo un día en que mi padre murió sin que debiera haberlo hecho y en ese error imperdonable la fecha se repite. 



Publicado por Random House, 2025

















domingo, noviembre 16, 2025

«La historia», de Kamal Nasser

Traducción de Juan Carlos Villavicencio y Carlos Almonte




Te contaré una historia...
Una historia que vivió en los sueños de la gente...
Una historia que vino del mundo de las tiendas...
Fue forjada por el hambre y decorada por las oscuras noches 
de mi país, mi país que es un puñado de refugiados...
Uno de cada veinte de ellos tiene un kilo de harina...
y promesas de alivio... regalos y encomiendas.
Es la historia del grupo que sufre
que estuvo diez años pasando hambre
entre lágrimas y agonía...
En la adversidad y la nostalgia...

              *   *   *

Esta es la historia de un pueblo que fue engañado 
que fue arrojado al laberinto de los años
pero ellos se opusieron y se mantuvieron firmes 
sin atuendos, unidos,
salieron a la luz desde las tiendas
a la revolución del retorno en el mundo de la oscuridad.



en Antología de Poesía de la Resistencia Palestina
Descontexto Editores, 2024





Pueden comprar nuestra antología
o en las mejores librerías de Chile y Argentina











sábado, noviembre 15, 2025

«Discutiendo sobre la existencia», de Lan Lan

Traducción de Miguel Ángel Petrecca




Parece que está hablando sobre un libro,
hablando sobre la vida de unas personas.

Mirando su remera gastada me distraigo;
y los árboles susurran tras la ventana.

Escucho su voz de hace dos años, de hace un año.
Afuera, el cielo se altera velozmente.

No sé en qué momento la oficina oscurece,
y hace ya un largo rato que él está callado.

Alrededor todo está tan silencioso.
De afuera viene el susurro de los árboles.





en Un país mental. 150 poemas chinos contemporáneos
Gog y Magog, 2023





















jueves, noviembre 13, 2025

«Del amor de Chile», de Raúl Zurita





Del amor de Chile, del amor de todas las
cosas que de norte a sur, de este
a oeste se abren y hablan
Los torrentes y los nevados que se tocan
y hablan amándose porque en este mundo
todas las cosas hablan de amor;
las piedras con las piedras y los pastos
con los pastos
Porque así se aman las cosas, las playas,
los desiertos, las cordilleras, los
bosques de más al sur, los glaciares y
todas las aguas que se abren tocándose
Para que tú las veas se abren
Sólo para que tú lo escuches Chile se
levanta
Sólo para que tú y yo nos miremos
por todo el horizonte, sí mira:
se levantan.



en La vida nueva, 1994















lunes, noviembre 10, 2025

«Sed», de Alfredo Saldaña





Atraviesa el desierto y mientras camina transforma esa alegoría de la carencia que es la sed en cuestión disputada de sentido, avidez nunca saciada de un saber entendido como falta y no como asedio, la potencia que ha impulsado todos los viajes a lo largo de la historia, los elegidos y los impuestos, los reales y los imaginarios.

No da por hecho, es un decir, que su promesa vale lo que pesa su mala conciencia, y recuerda las paradojas que algunas metáforas —«tengo sed», «te doy mi palabra»— encierran al abrirse y desplegarse con un verbo de posesión, tener, cuando lo que está indicando no es una tenencia o una propiedad sino precisamente la privación o la poquedad de aquello que desea (agua, vino, luz, compasión, belleza, conocimiento); al reconocer, otras veces, que cuando da esa palabra, en realidad, es ella quien lo entrega dejándolo indefenso, a la deriva, desnudo y sin protección, roto como un muñeco de trapo abandonado desde hace demasiado tiempo en el rincón más apartado y polvoriento de un desván.



en Sanar la herida. Poesía 1983-2025, 2025















Contribución a DscnTxt de Julio Espinosa Guerra













domingo, noviembre 09, 2025

«Conversación con un amigo», de Francisco Brines




 
Se me ha quemado el pecho, como un horno
Por el dolor de tus palabras
Y también de las mías.
Hablamos del mundo, y desde el cielo
Descendía su paz a nuestros ojos.
Hay momentos del hombre en que le duele
Amar, pensar, mirar, sentirse vivo,
Y se sabe en la tierra por azar
Solo, inútilmente en ella.
Como si se tratase de algo ajeno
Hablamos de nosotros
Y nos vimos inciertos, unas sombras.

Con poca fe, con las creencias rotas
Con un madero en la marea,
Con toda la esperanza naufragando
Porque no es la que llega a nuestra barca,
Sólo la caridad nos redimía
Del mal nuestro de ser.
Mirábamos la calle, rodeados
De luz, de tiempo, de palabras, de hombres.




en El rumor del tiempo, 1988

















viernes, noviembre 07, 2025

«Primera soledad», de Vicent Andrés Estellés

Un poema



 
Es un deseo súbito callar, de no oír,
de dejar que se acabe la tarde del domingo,
de pensar en la inmensa soledad de las tardes
de domingo en la huerta, de pensar en la inmensa
soledad de las tardes de domingo en el pueblo,
de pensar en la inmensa soledad de las tardes
del cementerio, hija, con el piar del pájaro
que se ha quedado solo, que no sabe a dónde ir,
que ha perdido a los suyos, que va loco buscando,
dando bandazos, hija, sin encontrar su sitio,
los suyos: todo eso que ocurre cada tarde
cuando cae la tarde, cuando llega la noche,
esa noche que nunca termina de llegar,
que está ahí, como una amenaza, y no llega,
y va a llegar, y está al caer, y no llega…
Pienso cómo serán las tardes de domingo
del cementerio, luego de los ramos, el agua
renovada, los tiestos de colores, los vidrios
festoneando fosas anónimas, humildes:
luego de la visita de todos los domingos,
cuando se han ido todos, cuando todos los muertos
se han quedado , en silencio, cada uno en su sitio,
tristes de soledad, calladamente amaros,
cada uno en su sitio, en su nicho, en su fosa,
con sus recuerdos, con su tristeza, sus cosas,
con todas esas cosas que palpitaban por
la mañana con todos los parientes, los hijos,
los padres, los hermanos, las esposas, los tíos,
llorando allí, rezando allí, yendo a la fuente
con un bote y trayendo agua, poniendo ramos,
quedándose callados, llevándose un pañuelo
a los ojos, y el aire todo lleno de pájaros,
todo lleno de almas, todo lleno de niños,
de alegres niños muertos, que chillan, vuelan, giran…
Y después esta tarde tan larga del domingo,
cada muerto en su sitio, quieto, callado, sin
ganas de decir nada, sin ganas de escuchar
nada, sin nada, nada, que mirar, que escuchar
allí, en el cementerio, donde termina el pueblo,
donde empieza el secano, con esos torpes pájaros
que siempre se extravían cuando cae la tarde
y van como asustados en busca de los suyos,
como asustados, como con miedo de encontrarse
allí, en el cementerio, cuando caiga la noche,
mientras cae la tarde con tanta soledad,
con humedad tristísima de sábana mojada.
Cada muerto en su sitio, cada muerto llorando
de eso, de estar allí y así, de no poder
estar con los demás, o de los demás
no estén allí con ellos, de no estar todos juntos
para toda la muerte, como antes estuvieron
para toda la vida, de no estar todos juntos
cuando llega la noche con tanta soledad.




1988










Contribución a DscnTxt de María Jesús Blanco Casals



















jueves, noviembre 06, 2025

«De vita philologica», de Jaime Siles




 

a Jenaro Talens

La vida me ha hecho lírico― o como otros dicen, egotista― ahogando en mí, 
gracias a Dios Todopoderoso, a aquel sabio en ciernes. Pero a las veces echo 
de menos a aquel muchacho de veinticinco años, tan leído, tan erudito, 
tan científico, tan objetivo― creo que se dice así―, tan cargado de citas 
y de teorías de otros.
MIGUEL DE UNAMUNO

 

Lo que debo al latín son muchas cosas.
Para empezar, mi sensación de lengua,
tan diferente a la ilusión del habla,
y la idea de que todo lenguaje
es ―y es sólo ― un acto de pensar:
un pensamiento erguido sobre un sinfín de ejes,
tan exactos como sus mecanismos,
que construye, sobre sonidos puros,
la arquitectura de una identidad.
Pero no sólo eso ―que es inútil y cierto,
y cerebral también y hasta pedante―
sino el recuerdo del resplandor de tardes
en que aquello que el texto me oponía
era un placer semántico que me transfiguraba
como un limbo de inteligencia pura
en el que la sintaxis de las frases
y las palabras se correspondían
y en el que cada esfuerzo presuponía otro
y éste entrañaba el placer de encontrar
otra dificultad.
Yo crecí bajo la sombra de los diccionarios
y creía que el mundo
era un texto preciso con sintaxis exacta
que cada tarde había también que analizar.
Crecí feliz entre un viento de páginas.
Luego me cambiaron el código
y la clave de cifra
y me quedé sin nada que leer.
Soy feliz por instantes, pero
mi traducción del mundo
resulta cada vez más imperfecta:
me equivoco en los verbos,
no acierto con los modos,
se me borran los tiempos
e, incluso, me confundo de caso o de flexión.
Cuando esto ocurre ―y me ocurre a menudo―
recuerdo aquellas tardes de sintaxis perfecta
y hermenéutica lúcida,
en que el perímetro del tiempo
eran mis diecisiete años
y el espacio del mundo,
sólo mi habitación.
La lectura de un texto nos hace personajes
y la vida, también.
Nuestra vida es un texto al que le faltan páginas
y las lagunas existentes dejan
no sólo abierto el blanco de los márgenes
sino que, hasta en el mismo texto conservado,
surgen siempre imprevistos vacíos que hay que completar.
Feliz de aquél que puede
fijar su vida como si fuera un texto,
desechar disparatadas conjeturas
y optar por una sola y única lección.
Yo he perdido mi texto, y la vida me arrastra
mientras yo la recuerdo como a sus paradigmas
y al antiguo muchacho que imaginé yo mismo
y que llegó a llamarse incluso como yo.
Lo peor de ser joven es que no se distingue
entre la realidad del ser y su gramática
y se hace metafísica del detalle más nimio
y se eleva a sistema el dato más trivial:
se confunden los ejes de sus dos mecanismos
y, al intentar cambiarlos, chocamos con los límites
de nuestro pensamiento y vemos lo perfecto
de todo raciocinio y lo imperfecto de todo lo real.
Por eso he amado el río de la lengua
y he recorrido a pie casi todo su curso
en un fallido intento de llegar a sus fuentes
y beber la primera palabra originaria
por si en ella se oía, sin manchar por el hombre,
un sonido perdido, algo
que todavía pudiera valer como verdad.
Yo no lo escucho, pero sé su existencia.
De nada sirve todo el conocimiento
ni la interpretación más sólida o brillante,
ni la idea más lúcida ni el juicio más feliz.
De nada sirven, cuando se viste sólo de prestado
o se vive en un alma fiada o de alquiler;
cuando no hay propiedad sin hipoteca
y hasta la muerte viene con su factura del agua o de la luz.
El latín concedía cierta pasión al orden.
En el orden de ahora la sintaxis funciona
por completo al revés:
sólo hay pasión allí donde hay desorden,
y el ritmo de las frases es un anacoluto
en el que los meandros de la vida
alteran la consecutio temporum
y la atracción de modos impide
la exacta percepción de lo real.

Me gustaría poder abrir sin más el diccionario
de una lengua que careciera de gramática;
de una lengua cuyos sonidos fueron sólo
el ritmo de la pausa de una sucesión
y de la que pudiéramos saber toda la historia,
su evolución, sus fases, sus etapas… todo
salvo el preciso sentido de sus términos:
una lengua, como nosotros mismos,
condenada a su forma y a carecer de significación.
La hermenéutica es una ciencia pía: una
experiencia casi religiosa,
cuya praxis consiste en alterar el orden
de la sintaxis órfica
y convertir el sentido del mundo
en un catálogo de frases de liturgia
y en el ficticio orden de un ritual.
En el latín… ¡qué seguro era el mundo
y su belleza exacta
cómo recomponía el orden que rompe lo real!
Nada más bello
que aquellas trampas de la inteligencia
con puentes levadizos y palancas
movidas y accionadas por una leve cifra de su vocabulario
y un sistema muy próximo al del propio pensar.
¡Qué perfectos los casos y las declinaciones
y cómo los añoro cada vez que en la vida me siento naufragar!
Son como mástiles que aguantan la tormenta
y avanzan en la noche a través de la bruma
como un buque fantasma que tuviera velamen
y no tripulación.
¡Cómo siento de firme la fuerza de su lengua!
¡Cómo viene y dirige mi torpe maniobra,
rectifica mi rumbo y aguanta mi timón!
El latín es un agua profunda
que sostiene todas las superficies
y que crea en los mapas
la ilusión o certeza de que hay un punto exacto
o alguna idea firme
o una isla segura
o la existencia de un lugar
más allá del lugar que se hunde y flota
al ritmo y al vaivén de las palabras
y que reaparece cuantas veces
perdemos de vista el horizonte
o el dolor nos borra de los ojos
las figuras que forman
la ficción o relato de nuestro recorrido
y nos fija como un punto de amarre
a una playa lejana que se mueve,
como la luz dentro de la memoria,
entre el latido regular de un péndulo
y la átona música de una muerte perfecta
cuyas aguas sonaran siempre al mismo compás.
Eso por consignar sólo la metafísica
y no los años sórdidos en que viví de él.
No: no es la especialidad
lo que de su filología me interesa
sino la vida que hay entre los márgenes
de un libro hecho de tiempo
cuya lengua podemos, sin hablarla, leer.
Ese libro del que todos podemos ser gramática,
esa lengua que ya sólo se escribe,
ese tiempo que es ya sólo lugar.
Feliz de quien no tiene que traducir el mundo
ni siente necesidad o afán de interpretarlo
porque sabe que lo que afirma al hombre
no es el sentido sino la sucesión.
Vivir consiste sólo en sucederse,
como un anfibio, en las aguas de un yo terco y fugaz
que se confunde sólo con su costumbre.



en Himnos tardíos, 1999





















miércoles, noviembre 05, 2025

«La obispa», de Núria Sales

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




La obispa Lynn hace medio siglo
que vive
en Playamuertos
pero no dice
ni pío
más que en inglés.
Se ha empeñado en no saber nada
más
y ha triunfado.
La obispa Lynn no se quiere mezclar,
aplatanarse.
Por eso
aunque se muera de calor
toma su té caliente
cada tarde a las cinco.
Por eso aunque se muera de calor
cada día pasa el rastrillo
por su jardincito
recortado y simétrico 
donde sólo deja crecer
hierbita verde
recortadita
y rosas de marca:
pena de muerte a las flores indígenas
transgresoras:
flamboyanes, orquídeas,
buganvillas
y otras malas hierbas.
Por eso, aunque se muera de calor
juega al tenis cada mediodía
y sólo se relaciona con la tía
del cónsul de El Salvador.
La obispa Lynn no quiere aplatanarse
pero un día se va a morir
y ya veremos quién vencerá.



en Exili a Playamuertos, 1961
























lunes, noviembre 03, 2025

«He envejecido», de Joan Teixidor

Traducción de Juan Carlos Villavicencio





He envejecido de tanta vida mía.  
He prosperado en la nostalgia.  
El mundo tan pequeño me empequeñeció.  
Envidio a los hombres que lo dejaron todo.



en Fluvià, 1983















domingo, noviembre 02, 2025

«La estaca», de Lluís Llach

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




El abuelo Siset me hablaba 
temprano en la mañana en el portal, 
mientras esperábamos al sol 
y veíamos pasar los carruajes.

Siset, ¿no ves la estaca 
a la que todos estamos atados? 
Si no podemos librarnos de ella 
¡nunca podremos caminar!

Ella va a caer, si tiramos todos,
ya no puede durar demasiado,
seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar bien podrida ya.

Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allá,
seguro que cae, cae, cae
y nos vamos a poder liberar.

Pero Siset, hace mucho tiempo 
que las manos se me están deshollando 
y cuando la fuerza un instante se me va 
ella se hace más fuerte y más grande todavía.

Ella va a caer, si tiramos todos,
ya no puede durar demasiado,
seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar bien podrida ya.

Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allá,
seguro que cae, cae, cae
y nos vamos a poder liberar.

El abuelo Siset ya no dice nada, 
fue un mal viento el que se lo llevó,
quién sabe hacia dónde
mientras sigo bajo el portal.

Y cuando pasan los nuevos muchachos
estiro el cuello para cantar 
el último canto de Siset, 
el último canto que me enseñó.

Ella va a caer, si tiramos todos,
ya no puede durar demasiado,
seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar bien podrida ya.

Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allá,
seguro que cae, cae, cae
y nos vamos a poder liberar.


1968















sábado, noviembre 01, 2025

«Prólogo al Pabellón de Orquídeas», de Wang Xizhi

Sin datos del traductor




El tercer día del tercer mes de la primavera, me encontraba en el pabellón de las orquídeas, cerca de un arroyo cristalino. Los amigos y poetas se reunieron en el lugar para disfrutar de la ocasión. El aire estaba impregnado de la fragancia de las flores y el sonido del agua fluyendo por el arroyo. Nos acomodamos cómodamente y, mientras disfrutábamos de nuestra compañía, compusimos poemas y celebramos la belleza del momento. El paisaje y el entorno parecían contribuir a la perfección de la ocasión, pero, al mismo tiempo, me invadía una sensación de tristeza por lo efímero de todo lo que estábamos viviendo.

En ese entorno, observando el mundo que nos rodeaba, no pude evitar reflexionar sobre la transitoriedad de todas las cosas. La vida humana es efímera, y aunque los momentos de felicidad y belleza sean preciosos, también son fugaces. En cuanto uno intenta aferrarse a un momento, ya se ha desvanecido. Todo lo que nace ha de perecer, y las personas que componen parte de nuestra vida también están destinadas a partir. La naturaleza misma se ve marcada por este cambio continuo y el ciclo de vida y muerte.

Así, aunque la poesía que compusimos esa tarde es hermosa, también se perderá con el paso del tiempo. Lo mismo ocurre con las personas que nos rodean. La belleza que percibimos en este momento desaparecerá, y los recuerdos de esta ocasión quedarán solo como una sombra que se desvanece con los años. En el futuro, cuando alguien lea estos poemas, quizás no entienda el contexto de este encuentro, ni la emoción que nos invadió. Y lo que es aún más triste, es que algunos de los presentes ya no estarán aquí para compartir este recuerdo.

A pesar de la impermanencia, encuentro consuelo en la caligrafía. La escritura, aunque también sujeta al paso del tiempo, puede preservar la esencia de un momento, aunque no lo pueda hacer de manera eterna. Es por eso que, aunque la reunión y los poemas que surgieron en este día se desvanecerán, su presencia en la caligrafía y en la memoria será un testimonio de la belleza y la armonía de este instante.

En cuanto a la escritura, no busco la inmortalidad en estos caracteres, sino simplemente expresar lo que en este momento siento, tal como las palabras surgen espontáneamente de la mano del calígrafo. Al igual que el agua del arroyo que fluye sin esfuerzo, la caligrafía también debe ser natural, sin forzamientos. Es el resultado de una mente tranquila, en paz consigo misma y con el entorno, un estado de armonía que permite que el trazo sea fluido y bello.

Así, mientras observo el paisaje que me rodea, no puedo evitar sentir una profunda gratitud por este momento de unión con la naturaleza y los amigos. Pero también soy consciente de que, tal como el agua fluye y el viento sopla, todos los momentos en la vida están destinados a desvanecerse. Y en este desvanecerse está la verdadera belleza, la belleza de lo efímero.




353 d. C.





















 

jueves, octubre 30, 2025

«Esperanza», de Ramon Llull

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Cuando por la estrella al amanecer
se aparejan todas las flores 
y el sol multiplica su color

         de esperanza,

me visto de dulce
alegría, con la confianza
que en la Señora del amor siento;
y pido un confesor entonces,
me acuso a todos de ser un pecador,

         y que me ordene

reparar todo el daño
que de tal forma causé, pecando,
a aquellos que son siervos
de la Reina de las virtudes,
para que así reciba tal ayuda

         que a ningún pecado

quede yo compelido,
una vez que tan bien haya sido confesado.



en Medicina de pecat, 1300








D'esperança

Quan per l'estela en l'albor / e s'aparèllon tuit li flor / que el sol montiplic llur color // d'esperança, // mi vest alegrança / d'una douçor, confiança / que hai en la Dona d'amor; / e adoncs deman confessor, / a tuit m'acús per pecador, // e que ell me man // que reta tot lo dan / que hai donat gran, en pecant, / a cells que estan servidors / de la Regina de valors, / per ço que n'esper tal secors // que a null pecat // no sia obligat, / pus que en sia bé confessat.