«No sé», grité sin lograr sonido, «no sé. Si no viene nadie, es que precisamente no viene nadie. No le he hecho nada malo a nadie, nadie me ha hecho nada, pero nadie quiere ayudarme. Absolutamente nadie. Pero tampoco es así. Es sólo que nadie me ayuda; de lo contrario, Nadie sería amable. Me encantaría –¿por qué no?– ir de paseo con un grupo de Nadie. Naturalmente, a las montañas, ¿adónde si no? ¡Cómo se amontonan estos Nadie, todos estos brazos estirados y enganchados, todos estos pies, separados por minúsculos pasos! Se entiende, todos visten de frac. Caminamos como sin ganas, el viento viaja por los huecos que dejamos abiertos, entre nuestros miembros y nosotros mismos. ¡Las gargantas se liberan en las montañas! Es un milagro que no cantemos».
1904-1905
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