lunes, septiembre 30, 2019

Hoy: Presentación de “De este Lado del Cielo. Nueva Antología de Poesía Peruana” (edición de Mario Pera), por Descontexto Editores





Hoy lunes 30 de septiembre, Descontexto Editores los invita a la presentación de "De este Lado del Cielo. Nueva Antología de Poesía Peruana", con edición de Mario Pera. Posteriormente a la presentación, habrá un recital poético con varios de los antologados: Juan Cristobal, Victoria Guerrero, Carmen Ollé, Carlos López de Gregori, Jorge Pimentel, Marcela Robles, Dalmacia Ruiz Rosas, Juan de la Fuente y Mirko Lauer.

Edificio Platino
Av. Ricardo Palma 341
Miraflores, Lima, Perú
a las 19:00 horas.












domingo, septiembre 29, 2019

“Tragedia”, de Vicente Huidobro





María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga. Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo. Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.

Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.

¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?

Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados, sino llenos de asombro, por no poder comprender un gesto tan absurdo.

Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.



en Diario La Nación, 5 de noviembre de 1939



Nota: “En lo que revela sin duda una percepción nítida de los rasgos estéticos y opciones expresivas de la ficción ultracorta, Huidobro da a conocer en 1939 tres textos brevísimos [“La joven del abrigo largo”, “La hija del guardaagujas” y “Tragedia”; recopilados con posterioridad en Antología, edición de Eduardo Anguita (1945) y en Obras Completas (1976)], anunciando que formaban parte de un proyecto iniciado en 1927 bajo el título de Cuentos diminutos. Su voraz curiosidad literaria y su prolífica inventiva lo llevaban a anunciar periódicamente nuevos y muy divergentes proyectos, pero en este caso es evidente que estaba atento a la decantación, todavía embrionaria, de una nueva estructura genérica de la ficción. Este proyecto se inserta en el intenso proceso de exploración y transgresión de los límites canónicos de la ficción que emprendía por esos años la literatura vanguardista, y que Huidobro asumió con denodado entusiasmo y con una preferencia por el asedio lúdico a los discursos consagrados: por la desacralización burlesca antes que programática”. (“Algo más que risas y burlas: las ficciones breves de Vicente Huidobro”, de Juan Armando Epple, Anales de Literatura Chilena, Año 9, junio 2008, Nº 9, 85-95).












sábado, septiembre 28, 2019

«Zapatillas bordadas rojas», de Guan Yunshi





Recostados uno contra otro,
junto a la ventana bajo las nubes.
Lecho alumbrado por la luna.
Bañados en el mar de amor
cantamos abrazados,
una canción tras otra.
El alma en un hilo, escuchamos:
Ya el temible tambor
anuncia la madrugada.
¡Qué escasas han sido las horas
para tantas palabras de amor!
¡Y qué rápido pasa la noche...!
Un huso que corre en un telar.
¡Cielo mío! Si hay años bisiestos,
¿por qué no puede darnos
una noche bisiesta?



en Poesía clásica china, 2001












viernes, septiembre 27, 2019

“Destino”, de Andrés Morales





La verdad es que de muerte respiramos
y la peste –sola ella- castigada
a la vuelta de la esquina palidece.
La verdad, en buen romance, nada debe
quedar ni recordarse, ya lo han dicho.
Pero entonces, cuando abrimos nuestros ojos
al ver una mañana algunas nubes
quisiéramos romper con el destino
quebrándonos la espalda en el intento.

La apuesta debe ser siempre muy alta:
los dados no perdonan; ni la muerte.
Sólo algunos presagios nos conmueven,
sólo aquellas despedidas (las pequeñas)
nos hacen meditar en la vejez.

Cinismo de vivir con las estrellas,
vergüenza al recordar que no hemos muerto.

Seguramente el sol sabe el momento,
no del fin, ni de hoy, no de ese golpe.

Seguramente el sol ya no despierta.



en Verbo, 1991












jueves, septiembre 26, 2019

“Oscuros ríos”, de Juan Carlos Villavicencio





Tres poemas


I

Los hombres no han advertido
            sus ojos atados a mástiles sin canto:
el silencio
cada vez
asediando sus bestiales muros
ya sin luz.



II

Han olvidado adónde las naves
            i hasta dónde el viento arrastra.
Cada una de las sombras camina bajo la noche
            -ahora sin estrellas ni sextantes-
donde un espejo expone la verdad de toda lepra.



III

Cada huella como un cosmos sin retorno.



en Oscuros ríos, 2018
Dscntxt Editores











miércoles, septiembre 25, 2019

“A un suicida en una piscina”, de Luis Hernández Camarero





No mueras más
Oye una sinfonía para banda
Volverás a amarte cuando escuches
Diez trombones
Con su añil claridad
Entre la noche
No mueras
Entreteje con su añil claridad
Por lo que Dios más ame
Sal de las aguas
Sécate
Contémplate en el espejo
En el cual te ahogabas
Quédate en el tercer planeta
Tan solo conocido
Por tener unos seres bellísimos
Que emiten sonidos con el cuello
Esa unión entre el cuerpo
Y los ensueños
Y con máquinas ingenuas
Que se llevan a los labios
O acarician con las manos
Arte purísimo
Llamado música
No mueras más
Con su añil claridad.



en De este Lado del Cielo. Nueva Antología de la Poesía Peruana, 2018













martes, septiembre 24, 2019

«Sobre Oscuros ríos, de Juan Carlos Villavicencio», de Martín Gubbins





Oscuros ríos es una imagen poderosa y atractiva, formal y sustantiva. Pertenece por derecho propio a una cierta eternidad, más aún al dejarla anclada al estado de cosas del presente –Chile de hoy– en el poema XLIXa (poema incrustado que altera el orden de las cosas), lo que le otorga una actualidad muy elocuente y se hace huella, esa imagen, se hace cosmos sin retorno por una eterna permanencia aquí y ahora.

Un aire entre modernista y arcaico está presente en todo el libro, y eso me parece muy audaz de parte del autor. Recursos formales como el uso de la «i» que se reitera, en vez de la «y», enfatizan ese carácter. Lo mismo que el uso de procedimientos visuales del caligrama clásico en los poemas XLIV y XLIX, y por cierto también la manera de titular los poemas, todos con números simplemente, pero romanos. ¿Quién puede hoy realmente contar hasta 51 con números romanos? (52 en estricto rigor, por la trampa del doble 49 en el poema XLIXa). Forma sutil y efectiva, visual por cierto, de traer lo latino al presente. Modernismo anglosajón quiero decir por supuesto. Y ese tipo de relación con el arcaísmo; ese del make it new poundiano.

El libro en general es muy impresionante y complejo, incluida la «otra obra» que es parte integrante de él, incluida a modo de prólogo y consistente en una lectura sobre el libro, hecha por Carlos Cociña. Declaro mi predilección por el título del poemario e imagen de donde surge en el tantas veces aludido poema XLIXa, además del enigmático poema XLII, que sólo dice: «[Herejía de Heráclito]». Ello además de la portada misma en su integridad, dado por el mapa psicogeográfico de Guy Debord, de donde surge la imagen de su diseño.

Ni qué decir de las dos páginas finales escritas en griego, sin título ni explicación alguna. ¿Qué dicen? Es muy desconcertante ese final porque muy pocos podrán leerlo pero muchos podrán descifrarlo. Ahí es donde el río oscuro reside, haciéndose letra, y donde todos los poemas que lo anteceden se transforman en ribera, borde donde el ser humano contemporáneo se halla observando y haciendo públicas ciertas observaciones en verso.

¿Qué dijeron? ¿Qué dirían hoy día los pensadores de la antigua Grecia? ¿Qué pensaría Heráclito de este libro? ¿Qué dirían, por ejemplo, acerca de cómo ha evolucionado la bellísima palabra téchne, que hacía del arte y la técnica una misma cosa? ¿De la poiesis que era cosa material y visión al mismo tiempo? ¿Qué dirían del estado de la areté como deber social con uno mismo, en un país a veces como Chile, o el mundo entero? Mucha agua ha pasado bajo los puentes de la poesía, pero pocas cosas han cambiado en las riberas.

Nadie escribe así ahora. Menos aún con ese tono de autoridad sin complejos. Con esa solemnidad que uno inevitablemente encuentra aún más presente en el texto después de haber oído a Villavicencio leer en voz alta. Su voz se oye muy clara en su escritura. Eso impresiona. Nadie escribe así ahora. Cuando nadie escucha a la poesía realmente, la voz del poeta se alza de distintas formas, en este caso como un grito de guerra o de muerte, en una vuelta a ciertos orígenes de Occidente que no han dejado de ser su presente.

Oscuros Ríos, así con mayúscula inicial en ambas letras, es un libro audaz y culto, que conmueve y también asusta un poco a la vez. ¿Qué más se puede pedir de una obra de poesía en estos tiempos?




XLIXa

Oscuros ríos.

Oscuros ríos de la patria.

Oscuros ríos del cosmos, la palabra, del respiro.

Panta rei, un oscuro río que no termina de nacer
                    ni de sangrar, que no deja de doler ni de morir.

                    Oscuros ríos que son fuego,
                    pero que cargan en esta era la vergüenza
                                                                           de los crueles,
                    tan cercana ahora a lo invisible deviniendo
                             por la muerte a traicionar
                                                   nuestros sentidos i raíces.



El fuego que ha sido traicionado

                                                      las cenizas

                                                                     oscuros ríos





Santiago, junio de 2019












lunes, septiembre 23, 2019

“El televisor de Jean”, de Raymond Carver





Mi vida va sobre ruedas en este momento.
Aunque ¿quién se atreve
a decir que no volveré a flaquear?
Esta mañana me acordé
de una novia que tuve justo después
de mi ruptura matrimonial.
Una chica muy dulce llamada Jean.
Al principio, ella no tenía ni idea
de la parte mala de las cosas. Llevó
su tiempo. De todos modos,
me amaba un montón, decía.
Y sé que era cierto.
Me dejó quedarme en su casa
cuando dirigía
los mezquinos asuntos de mi vida
por su teléfono. Me compraba
alcohol, me decía
que no era un borracho
como todos esos otros.
Me firmaba cheques
y los dejaba sobre la almohada
cuando se iba al trabajo.
Me regaló una chaqueta Pendleton
aquella Navidad, y todavía la uso.
Yo, por mi parte, le enseñé a beber.
Y a dormir
con la ropa puesta.
A cómo despertar
llorando en mitad de la noche.
Cuando la dejé, me pagó dos meses
de alquiler. Y me dio
su televisor en blanco y negro.
Hablamos por teléfono una vez,
meses después. Estaba borracha.
Yo también.
Lo último que me dijo fue:
¿podría ver mi tele otra vez?
Miré alrededor
como si el televisor pudiera aparecer
de repente en su sitio otra vez,
sobre la silla de la cocina. O si no,
salir del armario de la cocina
y presentarse. Pero ese televisor,
el que Jean me regaló,
había sido arrojado calle abajo
semanas antes.
No se lo dije. Le mentí, claro.
Pronto, le dije, muy pronto.
Y colgué el teléfono
después, o antes, de que colgara ella.
Pero aquellas palabras oídas como en sueños
me hicieron sentir
que había llegado al final de una historia.
Y ahora, con esa última mentira
a mis espaldas,
podía descansar.



en Todos nosotros. Poesía completa, 2019











domingo, septiembre 22, 2019

«La partida inconclusa», de Floridor Pérez




(1937-2019)



Isla Quiriquina, octubre 1973

BLANCAS: Danilo González, Alcalde de Lota
NEGRAS: Floridor Pérez, Profesor rural de Mortandad

1. P4R P3AD
2. P4D P4D
3. CD3A PXP
4. CXP A4A
5. C3C A3C
6. C3A C2D
7. .........

Mientras reflexionaba su séptima jugada
un cabo gritó su nombre desde la guardia.
–¡Voy!– dijo
pasándome el pequeño ajedrez magnético.
Como no regresara en un plazo prudente
anoté, en broma: Abandona.

Sólo cuando el diario EL SUR
la semana siguiente publicó en grandes letras
la noticia de su fusilamiento
en el Estadio Regional de Concepción
comprendí toda la magnitud de su abandono.
Se había formado en las minas del carbón,
pero no fue el peón oscuro que parecía
condenado a ser, y habrá muerto
con señoríos de rey en su enroque.

Años después le cuento a un poeta.

Sólo dice:
¿y si te hubieran tocado las blancas?





en Cartas de prisionero, 1984




















sábado, septiembre 21, 2019

«El Arroyo de la Orquídea», de Su Shi

Versión de Juan Carlos Villavicencio





Visita al Templo del Manantial Claro en el Oeste



En el riachuelo debajo de la colina se ahoga el brote
            de la breve orquídea;
En el sendero de arena entre los pinos no hay rastros de barro.
Cae y cae la lluvia mientras los cucos cantan.

¿Quién dice que un viejo no puede volver otra vez a ser
             su propio manantial?
Delante del templo el agua aún fluye hacia el oeste.
¿Por qué no puede cantar el gallo al amanecer con su cresta blanca
            como la nieve?












viernes, septiembre 20, 2019

«La perfecta dormida», de Homero Aridjis







En el hálito ardiente de su propio sonido quema
y en su ámpula germina la crisálida
La libélula transcurre bajo el sol
Rompe la quieta corriente del instante
se oye el remo y el río que ha pasado comparece
al golpe del nuevo movimiento
Se recuesta en el agua el esplendor
Otras criaturas tañen las olas en el mar
Aire de su aire vibra la gaviota
el soplo el verbo el yo soy de esa muchacha
y el médano como los árboles etéreo
Nuevas existencias toman superficie
toman cuerpo en sus ojos
Los astros son pupilas
Siempre un poeta canta entre los muertos



en Revista Orfeo, 11-12, 1965
















jueves, septiembre 19, 2019

«Déjate una semilla en la mano...», de Elisa Biagini

Traducción de José Molina





Déjate una semilla en la mano
que te crezca como vena, que
sobreviva a lo oscuro:

te restaure
el dedo que has
cortado por cada uno
de tus muertos.

(Clonada desde las orejas

nuevamente en la plaza).





en La Colmena, Nº83, jul-sep, 2015












Lasciati un seme in mano / che ti cresca di vene, che / sopravviva al buio: // ti rifaccia / il dito che hai / tagliato per ogni / tuo morto. // (Clonata dalle orecchie // nuovamente su piazza)









miércoles, septiembre 18, 2019

“Resoluciones”, de Franz Kafka





Elevarse por encima de un estado lamentable ha de ser fácil aunque se aplique una energía intencionada. Me incorporo bruscamente del sillón, doy vueltas alrededor de la mesa, muevo cabeza y cuello, pongo fuego en mis ojos, tenso los músculos en torno a ellos. Contrariando cualquier sentimiento, saludo efusivamente a A. cuando viene a verme, tolero cordialmente a B. en mi habitación e ingiero a grandes tragos, pese al sufrimiento y al esfuerzo, todo cuanto se dice en casa de C.

Pero incluso actuando así, cualquier error —imposible de evitar, por lo demás— bastará para bloquearlo todo, lo fácil y lo difícil, y tendré que volver hacia atrás en círculo.

De ahí que el mejor consejo sea aceptarlo todo, comportarse como una masa pesada y, aunque nos sintamos como impelidos por el viento, no dejarse arrancar un solo paso innecesario, observar a los demás con mirada animal, no sentir el menor arrepentimiento; en pocas palabras: asfixiar con la propia mano el fantasma de vida que aún quede, es decir, aumentar todavía más la última paz sepulcral y no dejar subsistir nada aparte de ella.

Un gesto característico de semejante estado consiste en pasarse el dedo meñique por las cejas.



en Obras Completas. Narraciones y otros escritos, 2003













martes, septiembre 17, 2019

«Araucanos», de Gabriela Mistral







Vamos pasando, pasando
la vieja Araucanía
que ni vemos ni mentamos.
Vamos, sin saber, pasando
reino de unos olvidados,
que por mestizos banales,
por fábula los contamos,
aunque nuestras caras
suelen sin palabras declararlos.

Eso que viene y se acerca
como una palabra rápida
no es el escapar de un ciervo
que es una india azorada.
Lleva a la espalda al indito
y va que vuela. ¡Cuitada!

–¿Por qué va corriendo, di,
y escabullendo la cara?
Llámala, tráela, corre
que se parece a mi mama.

–No va a volverse, chiquito,
ya pasó como un fantasma.
Corre más, nadie la alcanza.
Va escapada de que vio
forasteros, gente blanca.

–Chiquito, escucha: ellos eran
dueños de bosque y montaña
de lo que los ojos ven
y lo que el ojo no alcanza,
de hierbas, de frutos, de
aire y luces araucanas,
hasta el llegar de unos dueños
de rifles y caballadas.

–No cuentes ahora, no,
grita, da un silbido, tráela.

–Ya se pierde ya, mi niño,
de Madre-Selva tragada.
¿A qué lloras? Ya la viste,
ya ni se le ve la espalda.

–Di cómo se llaman, dilo.

–Hasta su nombre les falta.
Los mientan «araucanos»
y no quieren de nosotros
vernos bulto, oírnos habla.
Ellos fueron despojados,
pero son la Vieja Patria,
el primer vagido nuestro
y nuestra primera palabra.
Son un largo coro antiguo
que no más ríe y ni canta.
Nómbrala tú, di conmigo:
brava-gente-araucana.
Sigue diciendo: cayeron.
Di más: volverán mañana.

Deja, la verás un día
devuelta y transfigurada
bajar de la tierra quechua
a la tierra araucana,
mirarse y reconocerse
y abrazarse sin palabras.
Ellas nunca se encontraron
para mirarse a la cara
y amarse y deletrear
sobre los rostros sus almas.






en Poema de Chile, 1967