La verdad es que de muerte respiramos
y la peste –sola ella- castigada
a la vuelta de la esquina palidece.
La verdad, en buen romance, nada debe
quedar ni recordarse, ya lo han dicho.
Pero entonces, cuando abrimos nuestros ojos
al ver una mañana algunas nubes
quisiéramos romper con el destino
quebrándonos la espalda en el intento.
La apuesta debe ser siempre muy alta:
los dados no perdonan; ni la muerte.
Sólo algunos presagios nos conmueven,
sólo aquellas despedidas (las pequeñas)
nos hacen meditar en la vejez.
Cinismo de vivir con las estrellas,
vergüenza al recordar que no hemos muerto.
Seguramente el sol sabe el momento,
no del fin, ni de hoy, no de ese golpe.
Seguramente el sol ya no despierta.
en
Verbo, 1991
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