lunes, febrero 28, 2011

“La losa decía cuándo ella murió”, de Dylan Thomas







La losa decía cuándo ella murió.
Su nombre y apellido me pararon de golpe.
Una virgen casada, descansaba.
Desposóse en este lluvioso lugar,
al que fui a parar un día por suerte,
antes de oír yo en el seno de mi madre,
o de ver en la concha del espejo,
a través de su corazón yerto hablar la lluvia
y el sol en su rostro muerto.
Más no puede decir la gruesa losa.
Antes de que yaciera en el lecho de un extraño
con una mano hundida en el pelo,
o aquella lluviosa lengua golpease retrospectivamente
durante años diabólicos y muertes inocentes
al cuarto de un niño oculto,
oí decir –más tarde- a los hombres,
se quejaba por la desnudez de sus miembros vestidos de blanco
y por sus labios rojos ennegrecidos a besos,
lloraba de dolor y hacía muecas,
hablaba y se desgarraba aunque sonrieran sus ojos.

Yo, que vi en una acuciante película
a la muerte y a esta loca heroína
encontrarse en un muro mortal,
la oí hablar por el quebrado pico
del pájaro de piedra que era su guardián:
Morí antes de llegar a mis nupcias
mas mi vientre se abultaba
y sentí en mi elemental caída
arrancarse llameante una ruda cabeza roja
y las inundaciones queridas de su pelo.





en Poemas: 1934-1952, 1976















domingo, febrero 27, 2011

«El sol y la muerte», de Gonzalo Rojas





Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.

¿De qué me sirve el rayo
que escribe por mi mano? ¿De qué el fuego,
si he perdido mis ojos?

¿De qué me sirve el mundo?

¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,
y a dormir, y a gozar, si todo se reduce
a palpar los placeres en la sombra,
a morder en los pechos y en los labios
las formas de la muerte?

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado
al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,
y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto
de aquel monstruoso parto.

Hay dos lenguas adentro de mi boca,
hay dos cabezas dentro de mi cráneo:
dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,
dos esqueletos luchan por ser una columna.

No tengo otra palabra que mi boca
para hablar de mí mismo,
mi lengua tartamuda
que nombra la mitad de mis visiones
bajo la lucidez
de mi propia tortura, como el ciego que llora
contra un sol implacable.





en La miseria del hombre, 1948

















sábado, febrero 26, 2011

"Cuento quiromántico", de Ciro Alegría







Yo me dejaba ir a la deriva. (Paréntesis para los sabios: que haya luz artificial o natural no hace al caso. ¿Os habéis sobresaltado como cuando, mientras dormís plácidamente, el vecino del piso de arriba deja caer violentamente los zapatos? En realidad, no se trata sino de eso: de un molesto ruido de zapatos). Entonces quedamos en que me dejaba ir... Mis pensamientos habían soltado las amarras. Estaba en uno de esos momentos en que es inútil tomar rumbo porque perderlo a los pocos minutos es cosa cierta. No he de explicarles por qué llegué a tal situación. Una situación así suele presentarse a raíz de grandes catástrofes o solamente porque olvidamos la tarea de oficiar de punteros de reloj en la hora justa —¡hay tantas horas!— o cosas así...

Bueno: si se inquietan ustedes por mi falta de precisión, les diré: Yo estaba tratando de matar el tiempo —de esta paradoja dicharachera se venga el muy taimado ya sabemos cómo— en un acuario de peces de colores. Habíamos planeado con Lucy ir a un dancing, pero ella no acudió a la esquina de la cita. ¡Esa Lucy! Siempre con sus senos parleros contando las “mil y una noches”. Y en la espera fui como una barcaza que roe sus amarras y al fin se deja ir.

La ciudad me hacía el efecto de haberse despoblado. Los transeúntes con quienes tropezaba me parecían seres caídos de otro planeta. Bien. Ir por una ciudad sin rumbo cierto y llegar a sitios propicios, al cariz novelesco es cosa que sucede, si no en la vida, por lo menos en las historias a las que se juzga dignas de contar. Me duelen los oídos de tener que incidir en un lugar común, pero he de hacerlo. Ya se verá.

Llegué precisamente a un suburbio destartalado en el cual el ritmo de avance parecía haberse detenido hacía muchos años. Todo estaba a medio hacer o semi destruido. No sé qué es peor. Las casas se caían a pedazos o eran solamente meras intenciones de tales, en forma de paredes inconclusas. Largas distancias de paredones agrietados las separaban y las callejas oscilaban entre la recta y la curva con una vacilación ebria. Otra cosa que merece apuntarse es que las paredes no tenían una neta voluntad vertical y es de imaginarse el disgusto del sol al fallarle su plomada de las doce del día.

¿Decía? Sí: entré a un pequeño bar y tomé asiento ante una mesa que estaba, como todas, lustrosa de mugre y tenía una apariencia neurótica. Frente a mí, un hombre bebía cerveza. El bar estaba atendido por una mujer semi destruida, lo que no me llamó la atención, pues tendría más de cincuenta años. No había más gente allí hasta que entró un niño. Estaba a medio hacer pero, como es natural, el hecho se explica. Salió advirtiéndomelo con sus ojos juguetones. Cuando he aquí que, al voltear, me encuentro con que el hombre aquel sí se encontraba raramente a medio hacer. Tendría unos sesenta años. Es casi inimaginable que un hombre a tal edad se encuentre a medio hacer, pero era evidentemente así. Por la indumentaria no podía colegirse nada, puesto que no vestía en forma especial. Acaso por un pasador, formado de un cordel pequeño rematado en botones que le ajustaba, pasando bajo la corbata, las puntas del cuello, podía deducirse que se había estacionado en alguna esquina vital.

Pero sucede que el hombre me pregunta mi nombre y mi profesión y mi salud y, como yo le contesto, se decide a entablar charla. Se echa a hablar seguidamente sobre el estado del tiempo. Hasta aquí no hay nada extraño, pues toda la gente, en situaciones símiles, hace exactamente lo mismo. No son las palabras.

Sus manos semejan garfios que buscan en el aire algo de qué apropiarse. Quizá está tratando subconscientemente, de completarse y la intención se le resuelve en un gesto baldío de mano. El hombre coge su vaso, con la mano en prestancia de zarpa, y bebe como si el líquido tuviera suma importancia para su factura personal y atravesara, al mismo tiempo, inminente riesgo de perderse. Le invito un sándwich y tengo la impresión de que no piensa estar ingiriendo carne y pan. No sé cómo palpar sus aristas romas e inacabadas y llegar a su íntima palpitación inquieta.

—¿Tiene usted hambre? —le pregunto al fin.
—No, en lo absoluto, he estado un poco resfriado.
—¿Pero así es usted siempre?
—¿Así qué?
—Nada, una manera de ver.
—¡Ah!

Y el hombre se mueve, azorado en su silla. Busca en mí algo. Quiere penetrarme por los ojos y llevarse de mí lo que le falta para ser sin angustia. Evidentemente no encuentra qué llevarse y se pone a escudriñar la pared en el lugar en que hay un anuncio de football. Luego se vuelve a mí y me dice, al mismo tiempo que pide más cerveza:

—Es usted un hombre completo.

Pienso que tiene razón y siento, cada vez más, su angustia de incompleto. Ahora pasan los minutos en silencio. Bebemos más cerveza, pero de ninguna manera estamos ebrios.

—¿Usted es de aquí? —me pregunta.
—No. Ya le dije que soy de otra parte.
—¡Ah, yo también quisiera ser de otra parte!

Y luego mueve los pies, taconea, se agita todo él sobre un camino que no existe. Yo estoy queriendo marcharme, pero el hombre me detiene con una imploración de oídos atentos. Posiblemente está queriendo oír mis voces silenciosas. Lo que le digo a mi corazón, que se ha empeñado en afirmar tonterías sobre ese hombre y hasta se encuentra en trance de llorar.

—Charlemos de algo...

¡Ah, ahora quiere francamente que yo le diga algo redondo y concluido y yo no encuentro cómo hacerlo! ¿Qué le faltará a este hombre torturado? Termino:

—No sé conversar y creo que ya hemos dicho mucho.
—Es evidente: ya hemos dicho mucho.

Y vuelve a poner frente a mí —lo hizo ya antes— su lívida oreja izquierda surcada de venillas rojas en tanto que con su zarpa se oprime el cuello, allí donde la nuez se revuelve como una rana presa. Pero al fin termina por levantarse y marcharse en busca de no sabría decir qué. No ha de encontrarlo jamás. Ese hombre se quedará a medio hacer y cuando lo entierren, enterrarán a medio hombre.

Yo también me marcho. Y llego al azar a un dancing y encuentro que le falta una puerta más amplia. No me sorprende que Lucy está allí. Viene a hablarme, pero ya no me interesa. Mis pupilas se han aguzado. Me doy cuenta de que le faltan senos y de que, en cambio, le sobra la nariz.

Tal mi aventura. ¿Estuve loco? Yo siempre he sido un hombre cuerdo. Además, mi última percepción me califica como hombre que estaba en sus cabales. Y lo sigo estando porque a Lucy siempre la veo así. Sólo que desde ese día me he aplicado más ahincadamente a esta malhadada ocupación de escribir. Ahora pienso que el mundo está al revés. Si hay Dios, él sabrá.






en 7 cuentos quirománticos (selección de Dora Varona), 1980















viernes, febrero 25, 2011

"Las 10 estrategias de manipulación mediática", de Noam Chomsky





1. La estrategia de la distracción

El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las élites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. “Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar (ver "Armas silenciosas para guerras tranquilas")

"El terror se basa en la incomunicación y el aislamiento " (Rodolfo Walsh)



2. Crear problemas y después ofrecer soluciones

Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: Dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana (Delincuencia), u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de, estrictas, políticas y leyes de seguridad en perjuicio de su propia libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales, privatizaciones y el desmantelamiento de los servicios públicos.



3. La estrategia de la gradualidad

Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos (Como se viene haciendo con ciertas privatizaciones). Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado de bienestar mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si se hubiesen aplicado de una sola vez.



4. La estrategia de diferir

Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa, pero necesaria” (Como la actual reforma a la edad de las pensiones del Gobierno y la oposición española), obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “después de esto todo irá a mejor y el sacrificio podrá ser evitado”. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.



5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad o enfermos mentales

La mayoría de la publicidad televisiva dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y una entonación particularmente infantil, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más grande sea el engaño al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantil. ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos años de edad" (ver “Armas silenciosas para guerras tranquilas”).



6. Utilizar el aspecto emocional más que reflexivo

Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar Shock, una suerte de corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos. (Ejemplo mostrar una y otra vez a víctimas de un desastre, un atentado o de una crisis económica, para utilizarlas como justificante y así llevar a cabo “Decisiones impopulares, pero necesarias”) Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…

"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Nada grande se puede hacer con la tristeza" (Arturo Jauretche)



7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad

Hacer que el público sea incapaz de comprender las técnicas que influyen directamente en él y los métodos utilizados para su control y esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible con el acceso a la menor cantidad de información verdadera, de forma que la distancia de la ignorancia que se planea entre las clases inferiores y superiores parezca, sea y permanezca inalcanzable para las inferiores"



“La mayoría de los profesores enseñan hechos, los buenos profesores enseñan ideas y los grandes profesores enseñan cómo pensar” (Jonathan Pool)



"La ignorancia es el peor enemigo de la civilización, y la ignorancia suele ser, en sus efectos, tan malvada como la propia maldad" (Eugenio María de Hostos)



8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad

Promover al público a creer que es “La moda” ser simple, estúpido, vulgar e inculto. Instando a tratar como a “Bicho raro” a quien piensa más de la cuenta. ¿Irónico no?



9. Reforzar la auto-culpabilidad

Hacer creer, al individuo, que él es el único culpable de su propia desgracia, por causa de su poca inteligencia, mínimas capacidades, o de su insuficiente esfuerzo. Así, en lugar de rebelarse en contra del injusto sistema económico en el que vive, el individuo se auto-desvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción.



10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.

En el transcurso de los últimos 50 años, los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las élites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “Sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder de manipulación y utilización de los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.










Artículo redactado por Sylvain Timsit






2010













jueves, febrero 24, 2011

“Los chilenos”, de Jaime Bayly







Echado en su cama del hotel Ritz, agobiado de ver los programas de bailes simiescos en la televisión chilena, harto de ver los noticieros que hacen alarde de algún mínimo triunfo deportivo de algún chileno en alguna competencia internacional, apelmazado por las noticias espesas de El Mercurio y levemente irritado por el aire arribista y trepador de La Tercera, hastiado en fin del aire chileno enrarecido que respira a la espera de que aparezca su víctima más preciada, esa mujer esquiva y misteriosa, Alma Rossi, que no aparece y que tal vez nunca aparecerá, Javier Garcés piensa que no tiene nada en particular contra los chilenos, pero tiene mucho en general contra los chilenos. No he sido nunca un peruano con fobia a lo chileno, lastrado por el viejo rencor de la guerra perdida, acomplejado porque ellos prosperaron y nosotros seguimos rezagados y debatiendo con aspereza asuntos que ellos ya zanjaron con inteligencia. No soy antichileno, se dice Garcés. Pero estos días en Santiago, unos días en los que ya he matado a dos chilenos con tan exquisita fruición, me han permitido tener una percepción más exacta de lo que son en promedio los chilenos, y me han permitido por tanto sentir que los chilenos naturalmente me caen mal, aunque no tan mal como mis compatriotas, los peruanos. Pero los chilenos me caen mal, esto está claro ahora y no estaba claro antes, cuando solía venir a menudo a Santiago, a Viña, a Cachagua, a Valparaíso, a Zapallar, a presentar mis libros y dar conferencias sosas. Me caen mal porque son falsos, hipócritas, fariseos, taimados. Me caen mal porque simulan ser conservadores cuando son libertinos. Me caen mal porque fingen ser honrados cuando son tan tramposos como los argentinos (sólo que más discretamente). Me caen mal porque son por naturaleza pérfidos, desleales. No puedes creer en ellos. No te dicen nunca lo que están pensando. Te dicen algo retorcido y fraudulento para obtener algún beneficio generalmente monetario. Les gusta demasiado el dinero. Venden a su madre por dinero (yo no vendo a mi madre por dinero porque la amo y porque vivo del dinero de mi madre, que es una razón más para amarla). Son trepadores, arribistas, y lo peor es que han trepado y ya se sienten más arriba que los demás y te miran para abajo. Y si bien han sabido hacer dinero y sobre todo ahorrarlo, esconden dos defectos que me resultan particularmente despreciables: son avaros, tacaños, miserables, son roñosos, son trémulos y cobardes para gastar, guardan la plata por falta de audacia, por pusilánimes, porque piensan en su jubilación, no en darse la gran vida, como los argentinos, que no ahorran un carajo pero se divierten mucho más. Y luego me irrita que los chilenos miren ahora para abajo a sus vecinos sólo por esa sensación de bonanza que los embarga cuando antes debieran mirarse al espejo. Perdón por la franqueza, pero si elijo a un chileno al azar, es feo, es un guiñapo, es un enano contrahecho, es sujeto de facciones como cuchillos afilados, es feo como una patada en los testículos. Y a pesar de eso, se sienten lindos, se sienten regios, se sienten estupendos, se sienten Primer Mundo. Primer Mundo, los cojones. Son sólo una tribu más, una tribu como la argentina, como la peruana, como la uruguaya, sólo que, como les da miedo divertirse y gastar el dinero, como ahorran por instinto conservador, son ahora una tribu pujante que sale a comprar negocios en las tribus vecinas. Pero eso no los hace mejores, los hace más odiosos porque se permiten un aire de superioridad, una mirada condescendiente, y son sólo unos rotos culiaos, con perdón por la ordinariez. No tengo nada contra los chilenos en particular, y tengo amigos chilenos, y conozco a chilenos encantadores en Santiago y en Lima y en Madrid, pero tantos días de reclusión en el Ritz y de minuciosa contemplación de los hábitos y costumbres chilenos me llevan a esta severa conclusión: en general, los chilenos me caen como el culo y cuando los escucho hablar con esa tonadilla tan insoportable me caen aún peor. Prefiero mil veces a los argentinos. Prefiero mil veces a los colombianos. Prefiero cien mil veces a los uruguayos. Los chilenos suelen ser falsos, lambiscones, desleales, buenos para la intriga y el chisme, ensimismados contando sus pesitos revaluados, de pronto orgullosos de la tribu a la que pertenecen porque un tenista gana un puto partido o porque van al mundial de fútbol y vuelven a perder con Brasil, tanto nadar para morir ahogados. Javier Garcés piensa que un chileno promedio es tan feo como un peruano promedio y tan mentiroso como un peruano promedio aunque menos haragán que un peruano promedio, pero eso que algunos encuentran meritorio, el espíritu laborioso y pujante y emprendedor del chileno promedio, es lo que a Garcés le inflama o irrita un tanto los cojones. Porque, se dice Garcés, el chileno no es bueno como amigo, te traiciona casi siempre, y tampoco es bueno como socio, te quiere sacar ventaja casi siempre, y tampoco es bueno para el vicio, porque les sale el pudor y la mojigatería y cada tres calles hay una estatua al fascista santificado de Escrivá de Balaguer. Lo que no sé, piensa Garcés, es si la mujer chilena es buena para culear. Y está claro que, en promedio, una chilena está más buena que una peruana, aunque nunca más buena que una argentina, pero sí he visto estos días en Santiago a no pocas chilenas a las que les empujaría la verga, gustoso. En conclusión, los chilenos me caen como el culo pero me gustaría darle por el culo a una chilena y hacerla mi rota culiá, piensa Garcés, y toma una copa de champagne, y piensa a cuál de sus amigas chilenas debería llamar para invitarla a cenar y tratar de llevársela a la cama. El problema es que todas están casadas, se detiene a pensar. Aunque esto, bien mirado, puede no ser un problema en modo alguno, porque si hay una tribu llena de cornudos es la chilena: hay que ver lo papanatas que son los chilenos para dejarse engañar por sus mujeres, hay que ver lo astutas y mitómanas y putitas que son las ricas chilenas casadas para buscar un buen pedazo de verga fuera de casa, habrá que ir llamando a mis amigas chilenas a ver cuál me presta un rato su culito, piensa Garcés. Chilenos del orto: ¿todo el puto día tienen que estar bailando tonadillas afiebradas brasileras en televisión? Tengo que salir a caminar, piensa Garcés, y seca la copa de champagne y apaga el televisor, harto de esa chusma de putas y maricas y animadores vocingleros y concursos de bailes simiescos. Y después dicen que son alemanes o ingleses estos huevones, piensa Garcés, en el ascensor: los chilenos son tan bárbaros y feos como nosotros los peruanos, basta de hipocresías.






Fragmento de Morirás Mañana 2, El Misterio de Alma Rossi, novela -ambientada en Santiago, Viña del Mar, Reñaca y Zapallar- que será publicada por Alfaguara después del verano 2011.



en Perú21, 3 de enero de 2011















miércoles, febrero 23, 2011

"Toda la vida", de Andrés Racz

24 de junio, 1948 - 21 de febrero, 2011




Cuenta Jorge Luis Borges en alguno de sus escritos (no recuerdo cual), que consultado el pintor impresionista de origen norteamericano James Whistler, cuanto se había demorado en pintar su famosa pintura "Nocturno de Londres", respondió: "Toda mi vida".

Es sabido que se demoró tres años, pero creo que la respuesta de Whistler encierra una verdad profunda. Sólo el tiempo (la vida) permite alcanzar determinados niveles de síntesis y hondura.


James Abbott McNeill Whistler. Nocturne, Grey and Gold,
Westminster Bridge. 1871-74



Esta pintura sin duda prefigura lo que sería la pintura moderna de un siglo después. Se pueden ver en ella las formas que muchos años después usarían Rothko, Kline, Tapies... y otros adalides de la pintura abstracta de las décadas del cincuenta y sesenta del siglo XX.

Existen en la historia talentos juveniles naturales, extraordinarios y poco comunes, pero son pocos. Nombres como Mozart en música, Picasso en pintura, Welles en cine, Rimbaud en poesía vienen a la mente.

En fotografía, al ser un medio que la democratización de la economía y la técnica ha puesto al alcance de casi todos, se ha producido un fenómeno -que a mí me gusta- en que todos somos fotógrafos. Gozo con las fotos de cualquiera, con los álbumes fotográficos, con los avisos, con las fotos de las revistas. Pero, ¿son todos los fotógrafos artistas?

La foto en color que ilustra este post, por ejemplo, fue tomada por un turista cualquiera en Lake Tenaya, California. La de abajo en blanco y negro, con el mismo ángulo de vista fue tomada por Ansel Adams, uno de los padres de la fotografía.

¿Cuánto se demoró el turista? Un 1/250 de segundo de su vida. Es decir nada.


¿Cuánto se demoró Ansel Adams? 1/250 de segundo en el que se concentraba toda la vida.

Es decir todo.

Ansel Adams - Lake Tenaya, 1946











24 de julio, 2006



en Lugares Comunes, bello blog de Andrés.
Hasta siempre, compañero.








martes, febrero 22, 2011

"Calles salvajes", de Mario Santiago Papasquiaro






para Martin Scorsese




Aúllan las sirenas / tras Ulises
Tras el náufrago menos oxidado de la Banda
/ Otra tienda de abarrotes de los dioses
saqueada sin que hayan despertado los dragones /
La quilla de 1 cometa golpea la barbilla tricorne de 1 semáforo
Cuántas jaulas al servicio del destino
Cuántos tiras rebanados en la nómina del Hades
En los barrios del Erizo
Los arpones son de sal & huesos de agua
Machacados por la niebla
los silbidos / las carreras tras las bardas
Lo más lejos del carcaj ya fallecido
Aúllan las sirenas
Con la brida de la noche latigueándoles las crines
Es 1 charco su mirada
1 gargajo que enguantado les modera el desconcierto
La modorra de las calles es su escena
Vaya noche antiBuñuel / antiDalí
Antiteatro debrayado de los vientos
Antiplacer del flexo
& lenguas desovadas
Como si huevos en el corral de la parálisis
anestesiaran la hora & el destino de 1 disparo




en Jeta de santo, 2008















lunes, febrero 21, 2011

Entrevista a Shigeru Umebayashi, de José Luis Díez-Chellini





La trayectoria profesional como músico de Shigeru Umebayashi se remonta a los años 80, con la fundación del grupo de rock Ex, con un éxito tal que lo convertiría en un fenómeno de masas en Japón. El grupo se disolvería en 1985, momento en el cual Umebayashi trasladaría su talento a la composición para cine. Entre sus obras, destacan los scores para And Then (Sorekara, 1985), de Morita Yoshimitsu, El Cristo de Nanjing (1995), de Tony Au, Con ánimo de amar2046 (2004), ambas dirigidas por Wong Kar-Wai, y la reciente La casa de las dagas voladoras (2004), junto a Zhang Yimou.

Hablemos de sus orígenes. Usted estuvo relacionado íntimamente con el mundo del new wave rock al formar parte del exitoso grupo EX. ¿Qué lo empujó a dejar este mundo e introducirse en la composición de bandas sonoras?
Primero de todo, me siento afortunado y honrado de haber trabajado con muchos directores importantes. Componer música para películas es otra manera de expresar mi música, pero no significa que haya abandonado mi pasión por la música rock. Si tuviera la oportunidad me gustaría lanzar un álbum sólo de música rock.

¿Cómo fueron sus comienzos en este mundo con películas como Itsuka darekaga korosareru (1984), Let Him Rest in Peace (Tomo yo shizukani nemure, 1985) o And then (Sorekara, 1985)?
A mediados de los 80 la industria japonesa del cine alcanzaba su punto decisivo. Mientras yo tenía un buen número de discos de música rock editados, el actor Yusaku Matsuda, que aparece en Lluvia Negra de Ridley Scott, era cada vez más conocido en Japón. Gracias a que tuve la oportunidad de ser productor del señor Matsuda, se me abrieron muchas puertas para conocer gente de la industria del cine. Una nueva generación de directores de cine fue adoptando la música de cine muy seriamente, y estaban ansiosos de un nuevo estilo de música. Afortunadamente, mi estilo de componer calzó bien con sus ideas y encajó perfectamente en este momento de cambio. Durante esta época todavía era guitarrista de mi grupo EX.

La crítica y el público occidental reconoció su excelente trabajo a partir de su especial colaboración con Wong Kar-Wai en Con ánimo de amar (Fa yeung nin wa), pero olvida que usted tenía más de veinte trabajos a sus espaldas en el momento que realizó esa partitura. Fuyajo (1998), Nan Jing de ji du (1995), Tokarefu (1994), fueron sólo una muestra de su trabajo hasta llegar a Con ánimo de amar. ¿Qué trabajos destacaría de este período de tiempo?
Por favor, deben saber que soy un hombre que no para de amar. Esta pregunta para mí es tan difícil como responder “¿Quién es la única mujer que has amado?”. Perdónenme, pero no tengo una respuesta para esta pregunta.




Háblenos de su fructífera relación con Wong Kar-Wai. ¿Cómo surgió? ¿Qué destacaría de su relación artística con el director?
Conocí a Wong hace aproximadamente 8 años a través de un amigo de Hong Kong. Me gustaba tanto su trabajo como a él el mío y era muy aficionado a mis bandas sonoras. Desde entonces, ambos quisimos colaborar juntos en un futuro no muy lejano. Lo que es maravilloso sobre nuestra relación es que cuando veíamos aspectos artísticos o creativos él y yo no necesitábamos palabras para entendernos; era un regalo sentir lo mismo.

¿Qué supuso para usted, como músico, hacer la partitura de Con ánimo de amar?
El tema principal de la música para “Yumeji’s Theme” fue compuesto originalmente para una de las canciones de la película japonesa Yueyi, dirigida por Seijun Suzuki. Volviendo al asunto de referencia, no se quiso que la música jugase un papel importante en la película hasta que Wong salvó su verdadero espíritu utilizando mi canción en este film. Desde ese día le profeso una gran gratitud.

¿Qué grandes diferencias estilísticas encuentra entre este trabajo y su continuación, 2046?
Al igual que en 2046, la música original compuesta fue mal interpretada desde el principio. Vi fragmentos de la película durante 3 años, pero empecé a componer sólo un mes antes del montaje final. Mirando la pantalla la gente debe ver 2046 como una secuela de Con ánimo de amar, pero las tuve totalmente aisladas en mi mente cuando las compuse.




En 2046 no sólo aparece música suya sino también de compositores de cine con partituras ajenas a esta película: George Delerue o Zbigniew Preisner. ¿Por qué se decidió utilizar estas composiciones y no música escrita por usted?
Por favor, pregúntenselo a Wong.

Como en casi toda su obra, el violín es importantísimo en esta banda sonora, pero aquí encontramos un importante y retentivo tema principal que le hace moverse musicalmente por géneros tan dispares como la rumba, el jazz o la vertiente más clásica. ¿Cómo consigue mantener coherencia a una composición que se desplaza por géneros tan diferentes?
Todas las canciones de The Beatles, por ejemplo, tienen diferentes estilos de música y todavía todas son recordadas como música de The Beatles. Y para mí lo mismo, siempre intento escuchar diferentes estilos de música y relacionarme con ellos lo máximo posible. Los estilos diferentes y las diversas texturas de música me atraen mucho. Siendo compositor, debo estar dispuesto a adaptarme a todo tipo de música; algo así como la industria de la moda, la cocina, la arquitectura, etc., todos tienen diferentes estilos y con la música ocurre exactamente lo mismo. Si no nos obligamos a nosotros mismos a hacer algo bueno, a menudo el resultado es que carecemos de algo, y quizá sea la pasión. Para mí, la música española es una música apasionada. Admiro mucho la música española.

Una adolescente (Shôjo, 2001) es una delicada partitura con una importante reminiscencia de música europea. ¿A qué se debe esa aproximación deliberada a esta música y dejar de lado las raíces musicales más orientales?
Desde que era niño siempre me gustó el cine europeo. Quizá el trabajo que hago ahora refleja aquellas películas que veía en mi juventud, pero al mismo tiempo siento que muchas de mis canciones tienen el resabio de la música asiática.

Detengámonos un poco en una de sus mejores partituras, El Tren de Zhou Yu ( Zhou Yu de huo che , 2002) ¿A qué se debe que no esté editada esta magnífica banda sonora cuando es tan protagonista en la historia, muy por encima de la interpretación de los actores o de la propia historia?
Muchas gracias. No está incluido todo lo que compuse, pero el CD contiene 10 canciones que fueron editadas sólo en Japón. Me encantará enviarte una.

Los elementos naturales están omnipresentes en todo momento en el relato. El tren atravesando frondosos bosques, el río, la niebla, etc. Para componer la partitura, usted utilizó como inspiración paisajes naturales pertenecientes a su propio entorno? ¿Cuáles son esos lugares?
Los paisajes no fueron tan importantes cuando compuse este trabajo. La actriz Gonz Li interpretó un papel muy atractivo para mí. Sentí que quería expresar más libertad con mi música, pero el director fue inesperadamente conservador.

El violín está omnipresente durante todo el relato, pero hay un momento, cuando Gon Li tiene la mirada perdida, que usted introduce en un magnífico solo de piano. Este tema atrapa exageramente la atención del oyente. ¿Qué hay detrás de la composición de este tema? ¿Cómo surgió? ¿Qué pretendía transmitir? ¿En qué medida es importante la utilización del piano en este leitmotiv?
Me gustaría examinar mi música otra vez, pero creo que nunca compuse un solo de piano.

El Tren de Zhou Yu es un film de enorme lirismo. A la hora de componer, ¿le es más fácil aceptar trabajos como éste, donde el halo poético impregna todo el argumento, o por el contrario busca otro tipo de proyectos donde sea usted el que cree ese sentido poético con su música, un tronco de madera que debe de ser perfectamente tallado?
Es cierto que me gustan las películas líricas. Disfruto componiendo para aquellas películas que no necesitan música.

Pasemos a uno de sus éxitos más incontestables. La partitura para La casa de las dagas voladoras (Shi mian mai fu, 2004). Dirigida por Zhan Yimou, director que se preocupa mucho por el cuidado de los aspectos técnicos, destacando la fotografía de sus películas. ¿Qué tipo de indicaciones le dio para su composición?
Creo que me pude expresar libremente en esta producción. Zhang Yimou confió en todo mi trabajo.




En la película encontramos un triángulo amoroso donde se desarrollan dos historias de amor, a cuál más diferente. ¿Qué le llevo a tomar la decisión de realizar leitmotivs diferentes para estas dos historias de amor?
Cuando me centré en la historia, tuve que pensar en una forma diferente de abordar la música. Sin embargo, cuando amamos a alguien, no debería ser diferente la una de la otra, sólo la situación es diferente. He expresado mi concepción del amor en la canción “Lovers”.

En su composición hay un leitmotiv fantástico, que podemos encontrar en el corte “Farewell nº1”, y que después es desarrollado en “Farewell nº2”, y que tiene lugar las dos veces que los amantes hacen hincapié de separarse. ¿Qué nos puede contar de este tema?
Muchas gracias. También me gusta mucho esta banda sonora, y creo que los temas expresan la clase de persona que soy. Espero escribir una sinfonía con este motivo en el futuro.

Varios comentarios de aficionados y de parte de la crítica especializada, establecen un paralelismo entre el tema “Lovers” de Con ánimo de amar y el tema central de El Padrino, de Nino Rota. ¿Qué piensa al respecto?
Eso me alegra mucho. Nino Rota es uno de los compositores que más admiro y siempre he sido un fan de El Padrino. Desgraciadamente, “Lovers” no alcanzó el nivel de El Padrino. Estoy preparado para otro desafío.

Por favor, háblenos de sus próximos proyectos.
Acabo de finalizar una película italiana llamada Mare Buio con la directora Roberta Torre. Ahora estoy trabajando en la posproducción de la película Fearless con el director Ronny Yu (y producida por Bill Kong). Y para el año que viene tengo planes para trabajar en una producción francesa y en otra griega, ambas historias de amor.












en www.bsospirit.com, 2005















domingo, febrero 20, 2011

"Lluvia al amanecer", de Po Chü-I







Al amanecer zumban los grillos
             luego el ruido cesa.
La moribunda llama del candil
             vacila bajo el alero.
Aunque la ventana impide
             la entrada del polvo y la lluvia
Oigo gotear incesante el agua
             sobre las hojas del bananero.




en Poetas chinos de la dinastía T'ang, 1961















sábado, febrero 19, 2011

«Masturbación eléctrica«», de Norman Mailer




Hay algo de insatisfactorio en Mick Jagger. Siempre promete más de lo que da. De los grupos de rock surgidos en estos últimos diez años, los Rolling Stones parece ser el más siniestro. Sin embargo, después de un momento, no resultan tan aterrorizantes. Te acostumbrarás en seguida.

Su música es terriblemente sucia. Siempre hay mucho ruido de fondo. «¡Oh, no, Dios, no vas a quebrar este corazón de piedra!». Detrás de esas continuas quejas, detrás de esas voces roncas o chillonas que suenan como el chillido de las llantas de un coche en el asfalto; a través de toda esa masturbación eléctrica de todos esos sonidos de escopetas distantes, de ese golpeteo de tambores, hay una montaña de mierda. Porque no es cuestión de decir: «¡Voy a matarte, hijo de puta!». Fingen estar aquí para invocar a Satanás, como en Simpatía por el diablo, pero nunca llega el verdadero terror.

Lo que pasa es que no hacen falta muchos huevos para tener una guitarra eléctrica, un enorme sistema de amplificación y cincuenta mil empresas multinacionales a quienes atacar, aunque ellas en realidad están trabajando horas extras para amplificar esa música.

Por allí están todos esos maullidos, todas esas amenazas a medida, todas esas amargas maldiciones resonando al fondo, toda esa sensación de desorden, como si por allí anduviera una madre con los nervios rotos buscando el cepillo para peinarse. Los mantiene unidos el ritmo, el orden magnífico que impone la baratería.

Y con ese ritmo febril se puede hacer cualquier cosa: se puede soñar con el alzamiento del Tercer Mundo, con la sublevación de África. Se produce una sublimación... ¡es que sus dotes de actores son soberbias! De ellos surge la sensación de una familia andrógina, algo que nadie había conseguido. Todo eso es de primera calidad. Pero situados en ese algo nivel de actuación, al final resultan decepcionantes. Porque dependen del volumen. A medio volumen no consiguen nada.

Las letras de Jagger son interminablemente repetitivas a fin de provocar una tensión que te atrape entre lo entrañable y lo puerco de su voz. No se necesita una letra muy buena si la vas a repetir una y otra vez.

Pero Jagger ha cantado maravillosamente el momento en que la familia se rompe toda. El hijo quema con ácido la cara de la madre, la madre le hunde los huevos al hijo, y en ese momento llega el primo gordo y dice: «¿Qué pasa aquí? ¿Por qué están todos peleándose? ¿Por qué no comemos?». Y todos se sientan a la mesa: al hijo no le quedan huevos, la madre tiene la cara quemada, continúa la vida familiar británica. Ese clima Jagger lo ha captado como nadie. Si Jagger hubiese sido escritor, hubiera sido de los mejores. Pero esa maravillosa cualidad no se transparenta tanto en la letra como en el conjunto total de sonido, en los instrumentos, en el estrépito de la banda, en todo. Y, especialmente, en la voz inigualable de Jagger.












viernes, febrero 18, 2011

“Francis Bacon: el que abrió y cerró un camino”, de Kate MacDonald

Fragmento






Otra famosa anécdota relata esta relación entre suerte y vida. Corrían los años sesenta, Bacon estaba en el sur de Francia, donde jugaba todos los días a la ruleta. Ya se le acababa el dinero cuando el último día ganó 1600 libras, mucho dinero para esa época, con lo que pudo arrendar una Villa que llenó de comida y alcohol para todos sus amigos. A la semana siguiente había dilapidado todo, apenas pudo pagar el ticket en tren de vuelta a Londres. ‘En la ruleta quiero ganar, es lo mismo que me pasa con la pintura: siento que quiero ganar, aunque siempre termine perdiendo’.





en Revista La Panera, septiembre 2010















jueves, febrero 17, 2011

"Primer manifiesto surrealista", de André Breton

Fragmento



Tanta fe se tiene en la vida, en la vida en su aspecto más precario, en la vida real, naturalmente, que la fe acaba por desaparecer. El hombre, soñador sin remedio, al sentirse de día en día más descontento de su sino, examina con dolor los objetos que le han enseñado a utilizar, y que ha obtenido a través de su indiferencia o de su interés, casi siempre a través de su interés, ya que ha consentido someterse al trabajo o, por lo menos no se ha negado a aprovechar las oportunidades... ¡Lo que él llama oportunidades! Cuando llega a este momento, el hombre es profundamente modesto: sabe cómo son las mujeres que ha poseído, sabe cómo fueron las risibles aventuras que emprendió, la riqueza y la pobreza nada le importan, y en este aspecto el hombre vuelve a ser como un niño recién nacido; y en cuanto se refiere a la aprobación de su conciencia moral, reconozco que el hombre puede prescindir de ella sin grandes dificultades.

Si le queda un poco de lucidez, no tiene más remedio que dirigir la vista hacia atrás, hacia su infancia que siempre le parecerá maravillosa, por mucho que los cuidados de sus educadores la hayan destrozado. En la infancia la ausencia de toda norma conocida ofrece al hombre la perspectiva de múltiples vidas vividas al mismo tiempo; el hombre hace suya esta ilusión; sólo le interesa la facilidad momentánea, extremada, que todas las cosas ofrecen. Todas las mañanas los niños inician su camino sin inquietudes. Todo está al alcance de la mano, las peores circunstancias materiales parecen excelentes. Luzca el sol o esté negro el cielo, siempre seguiremos adelante, jamás dormiremos.

Pero no se llega muy lejos a lo largo de este camino; y no se trata solamente de una cuestión de distancia. Las amenazas se acumulan, se cede, se renuncia a una parte del terreno que se debía conquistar. Aquella imaginación que no reconocía límite alguno ya no puede ejercerse sino dentro de los límites fijados por las leyes de un utilitarismo convencional; la imaginación no puede cumplir mucho tiempo esta función subordinada, y cuando alcanza aproximadamente la edad de veinte años prefiere, por lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas.

Pero si más tarde el hombre, fuese por lo que fuere, intenta enmendarse al sentir que poco a poco van desapareciendo todas las razones para vivir, al ver que se ha convertido en un ser incapaz de estar a la altura de una situación excepcional, como la del amor, difícilmente logrará su propósito. Y ello es así por cuanto el hombre se ha entregado, en cuerpo y alma al imperio de unas necesidades prácticas que no toleran el olvido.

Todos los actos del hombre carecerán de altura, todas sus ideas, de profundidad. De todo cuanto le ocurra o cuanto pueda llegar a ocurrirle, el hombre solamente verá aquel aspecto del conocimiento que lo liga a una multitud de acontecimientos parecidos, acontecimientos en los que no ha tomado parte, acontecimientos que se ha perdido. Más aún, el hombre juzgará cuanto le ocurra o pueda ocurrirle poniéndolo en relación con uno de aquellos acontecimientos últimos, cuyas consecuencias sean más tranquilizadoras que las de los demás. Bajo ningún pretexto sabrá percibir su salvación

Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.

Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente. Reducir la imaginación a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedará esclavizada en virtud de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho a la suprema justicia. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más). ¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu? ¿Para el espíritu, acaso la posibilidad de errar no es sino una contingencia del bien?













1924










miércoles, febrero 16, 2011

“Ten piedad de mí”, de Jorge Isaacs







¡Señor!, si en sus miradas encendiste
ese fuego inmortal que me devora
y en su boca fragante y seductora
sonrisas de tus ángeles pusiste;

si de tez de azucena la vestiste
y negros bucles; si su voz canora,
de los sueños de mi alma arrulladora,
ni a las palomas de la selva diste,
perdona el gran dolor de mi agonía
y déjame buscar siquiera olvido
en la callada sepultura fría.
Olvidarla en la tierra no he podido.
¿Cómo podré esperar si ya no es mía?
¿Cómo vivir, Señor, si la he perdido?



en Poesías, 1864















martes, febrero 15, 2011

"Lo que el viento se llevó", de Margaret Mitchell

Fragmento final



—¿Adónde piensas ir?
Los ojos de Rhett brillaron al contestar:
—Tal vez a Inglaterra, o a París. Tal vez a Charleston, a intentar hacer las paces con mi gente.
—Pero si los odias. Te he oído muy a menudo reírte de ellos.
—Me sigo riendo —dijo él, encogiéndose de hombros—. Pero ya he llegado al final de mi vida aventurera, Scarlett. Tengo cuarenta y cinco años, la edad en que un hombre empieza a conceder algún valor a las cosas que en la juventud trató tan a la ligera. La unión de la familia, el honor, la tranquilidad, tienen raíces demasiado hondas. ¡Oh, no me estoy retractando, no me arrepiento de ninguno de mis actos! Me he dado la gran vida. Una vida tan excelente, que ahora empieza a perder sabor y necesito algo distinto. No, nunca he pensado en cambiar más que las manchas de la piel, pero quiero conseguir la apariencia exterior de la respetabilidad. La respetabilidad ajena, querida mía. La tranquila dignidad que puede tener la vida, vivida entre gentes distinguidas. Cuando viví esa vida, no aprecié su sereno encanto.

De nuevo Scarlett parecía encontrarse en la huerta de Tara. Había la misma mirada en los ojos de Rhett que había brillado entonces en los de Ashley. Las palabras de Ashley resonaban en sus oídos tan claramente como si no fuera Rhett el que estaba hablando. Recordaba fragmentos de frases: «Una simetría, una perfección de arte griego», repitió, como un papagayo.

Rhett exclamó:
—¿Por qué dices eso? Es precisamente lo que yo quería decir.
—Es algo que oí a Ashley hace mucho tiempo, en aquellos días.

Él se encogió de hombros y la luz desapareció de sus ojos.
—¡Siempre Ashley! —dijo. Y permaneció un momento en silencio—. Scarlett, cuando tengas cuarenta y cinco años, acaso comprenderás de qué estoy hablando, y entonces tal vez, también tú, estarás cansada de seres amanerados, modales fingidos y emociones baratas. Pero lo dudo. Yo creo que siempre te sentirás más atraída por el brillo que por el oro... Sin embargo, no puedo esperar tanto para cerciorarme... Y tampoco deseo esperar. No me interesa. Me voy a errar por viejas ciudades, y viejas regiones, donde tal vez quede algo de los viejos tiempos... Soy tan sentimental como todo eso. Atlanta es demasiado nueva para mí.
—Basta —dijo Scarlett de pronto.

Apenas había oído nada de lo que él había dicho. Desde luego no lo había entendido. Pero comprendió que no podría soportar por más tiempo con serenidad el sonido de su voz cuando ya no quedaba amor en él.

Rhett se detuvo y la miró asombrado.
—Comprendes lo que estaba diciendo, ¿verdad? —preguntó, poniéndose en pie.
Scarlett le tendió las manos con las palmas hacia arriba, con el ademán que desde las más remotas edades ha indicado súplica, y su corazón se reflejaba en su rostro.
—No —exclamó—. Lo único que sé es que no me quieres y que te marchas. ¡Oh, amor mío! Si tú te marchas, ¿qué va a ser de mí?

Por un momento, Rhett vaciló como si se preguntase si no sería mejor una mentira piadosa que la verdad desnuda. Luego se encogió de hombros.
—Scarlett, nunca he sido de esas personas que recogen los pedazos rotos, los pegan y luego se dicen a sí mismos que la cosa compuesta está tan bien como la nueva. Lo que está roto, roto está. Y prefiero recordarlo como fue, nuevo, a pegarlo y ver después las señales de la rotura durante toda mi vida. Acaso, si yo fuera más joven... —suspiró—. Pero soy demasiado viejo para creer en sentimentalismos, equivalentes a pasar una esponja y volver a empezar. Soy demasiado viejo para soportar la carga de mentiras corteses, que nacen de vivir en continua desilusión. No podría vivir contigo y mentirte, y mucho menos podría mentirme a mí mismo. Quisiera que me pudiese importar adonde vas o lo que quieres. Pero no puedo.

Lanzó un suspiro y dijo con suave indiferencia:
—Querida mía, la verdad es que me importa un bledo.

Scarlett, muda, le oyó subir las escaleras, sintiendo que la iba a asfixiar aquel dolor que sentía en la garganta. Con el ruido de pasos, que moría en el vestíbulo, moría la última cosa por la que valía la pena vivir. Sabía que no había apelación. Que ninguna razón desviaría a aquel frío cerebro de su veredicto. Sabía que había pensado cada una de las palabras que había dicho, por muy a la ligera que algunas de ellas hubieran sido pronunciadas. Lo sabía porque sentía en él algo fuerte, implacable, todas las cualidades que en vano buscara en Ashley.

Jamás había comprendido a ninguno de los dos hombres a quienes había amado, y así los había perdido a los dos. Ahora tenía una vaga sensación de que, si hubiera comprendido a Ashley, nunca lo habría amado y de que si hubiera comprendido a Rhett nunca lo habría perdido. Pensó, desolada, que no había comprendido nunca a nadie en el mundo.

Sentía un piadoso embotamiento de la mente; un embotamiento que —lo sabía por larga experiencia— daría pronto paso a un dolor agudo, lo mismo que los destrozados tejidos divididos por el bisturí del cirujano atraviesan un instante de insensibilidad antes de que comience su tortura.

«No quiero pensar en esto ahora —se dijo, ceñuda, evocando su antiguo conjuro mágico—. Me volveré loca si pienso ahora en que lo pierdo. Pensaré en ello mañana.»
«Pero —gritaba su corazón, rechazando el conjuro y comenzando a dolerle— no puedo dejarle marchar. Tiene que haber algún medio para impedirlo.»
—No quiero pensar en esto ahora —repitió en voz alta, procurando encontrar un baluarte contra la marea ascendente del dolor—. Yo... En fin, yo mañana me iré a Tara. —Y se sintió aliviada.

Había ido otra vez a Tara medrosa y derrotada y había salido de entre sus acogedores muros fuerte y armada para la victoria. Lo que había conseguido una vez, sin saber cómo, lo conseguiría, Dios mediante, de nuevo. ¿De qué modo? No lo sabía. No quería discurrir sobre ello ahora. Lo único que quería era tener un espacio abierto en el cual respirar a su gusto, un lugar tranquilo para cicatrizar sus heridas, un refugio en el que trazar su plan de campaña. Pensó en Tara y sintió como si una mano tibia y suave acariciase su corazón. Creía ver la casa blanca dándole la bienvenida a través de las rojizas hojas otoñales; percibir la suave inquietud del crepúsculo posarse sobre ella como una bendición; advertir la caída del rocío sobre los campos de arbustos verdes, maculados de copos blanquecinos; ver el crudo color de la tierra roja y la sombría belleza de los pinos oscuros en las lejanas colinas.

Se sintió vagamente reconfortada, y algunos de sus locos pesares, de sus heridas, quedaron desvanecidos. Permaneció un momento recordando pequeños detalles: la avenida de oscuros cedros que conducía a Tara, los macizos jazmines, el vivo verdor de las plantas sobre los muros blancos, las cortinillas blancas que revoloteaban en las ventanas. Y Mamita estaría allí. De repente anheló ver a Mamita con ansia, como anhelaba, cuando era una niña pequeñita, reclinar su cabeza en el robusto pecho, sentir la curtida y negra mano acariciando su cabello. Mamita: el último eslabón con los tiempos pasados...

Con el espíritu de su raza, que se niega a reconocer la derrota, aun cuando la mire fijamente, cara a cara, Scarlett levantó la cabeza. Atraería de nuevo a Rhett. Estaba convencida de que lo conseguiría. No había habido un solo hombre al que no hubiese subyugado cuando se lo había propuesto.

«Pensaré en todo esto mañana, en Tara. Allí me será más fácil soportarlo. Sí: mañana pensaré en el medio de convencer a Rhett. Después de todo, mañana será otro día.»










1937


















lunes, febrero 14, 2011

"La red social: Fuck Facebook?", de Óscar Brox

Acerca de The Social Network (2010), de David Fincher




1. Observaciones sobre el trailer

No es casualidad que la promoción de La red social (The Social Network, David Fincher, 2010) vaya acompañada por una variación del Creep de Radiohead, cuyo lamento describe la condición de personaje triste y solitario de Mark Zuckerberg. Ya en los primeros instantes observamos cómo el perfil del propio Mark se construye a partir de la suma de imágenes que los usuarios suben a la página de Facebook (minuto 0’50 del trailer). Mientras, el coro belga que interpreta el tema del grupo inglés relaja la ansiedad de Mark haciéndole saber que «You’re so very special», apropiándole perversamente lo que en la canción original anhelaba Thom Yorke.

El perfil de Mark, compuesto por cientos de imágenes, recuerda a este otro. Es en la falta de imagen propia y en la exigencia de dotar a un estado emocional con su correspondiente representación visual donde encontramos el porqué de Facebook: transplantar la experiencia —cerrada— de las fraternidades a una realidad virtual abierta, porque «It’s fun» y permite tener «A better life» (minuto 1’01). Permite desarrollar nuestras habilidades personales de una manera que la realidad no puede compensar: online, construyendo mundos a partir de tags, imágenes y actualizaciones de estado tan definidos que nos hacen olvidar en qué contexto se están llevando a cabo.

La imagen del Leviatán de Thomas Hobbes nos advertía de los esfuerzos de la Modernidad por dar con un fundamento que explicase por qué estaban donde estaban y, sobre todo, qué forma era la más adecuada para rellenar el vacío de poder que dejaba la Iglesia como figura hegemónica. Podemos imaginar el momento de la Historia en el que el hombre necesitó nuevas guías para entender su necesidad de expansión. La red social habla del poder y de la expansión en un sistema que conecta dos elementos básicos como el lenguaje y la emoción; de cómo la sofisticación del primero —a través del poder— es capaz de disfrazar la vulnerabilidad del segundo creando una herramienta emocional dirigida a ramificar un poco de nuestros yoes en el espacio virtual. El relato de esa creación, como el de la Modernidad, es una tragedia.



2. Capitalismo emocional salvaje

En Wall Street (1987), Oliver Stone nos hizo aceptar como axioma que la ambición es buena, sobre todo cuando el capitalismo salvaje no conoce un enemigo eficaz —si acaso, él mismo— que frene las fluctuaciones de la bolsa. Más de veinte años después, Sean Parker continúa el mantra que popularizase el personaje interpretado por Michael Douglas. Lo importante es amasar capital lo más rápido posible, porque lo cool no es tener un millón de dólares, sino un billón. He aquí una curiosa mutación: el capitalismo salvaje de finales de los ’80 abraza la realidad virtual con la promesa de permanecer en la cúspide más tiempo del que permite el mercado de valores. Porque, a diferencia de la caprichosa mecánica de la bolsa, Facebook es un estilo de vida que continuará funcionando a través de futuras implementaciones. La crisis de los países desarrollados no limita el desarrollo del capital emocional. Al contrario, exige la expresión de ese malestar creando grupos, actualizando perfiles o manifestando el estado actual de las cosas. La crisis es la condición de posibilidad del capitalismo emocional salvaje: siempre necesitamos un espacio donde volcar nuestras experiencias cotidianas.

La historia de La red social es, por encima de todo, el relato de un abandono. Erica deja a Mark porque está cansada de aguantar un comportamiento típico de T.O.C. (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Y Mark traiciona a Eduardo, su amigo, porque envidia algo que sólo podrá conseguir a través de Facebook: la aceptación. De hecho, el drama del filme consiste en los intentos de su protagonista de no resignarse a aceptar su falta de conexión con la realidad, con las personas y sus emociones. La tragedia se mueve a través de los mecanismos dramáticos que Mark utiliza para resistirse a la verdad, buscando una certeza imposible —recuperar el tiempo perdido con Erica; demostrar su capacidad para la empatía— que haría sonrojar al Othello descrito por el filósofo Stanley Cavell: un hombre corroído por sus dudas, que necesita de una certeza metafísica para compensar el miedo a que Desdémona no le corresponda. Mark, como Othello, necesita un Yago —en el filme podría ser Sean— o un coro griego que cante sus excelencias —You’re so very special—, para encubrir su deseo de disponer de habilidades sociales bajo una interfaz que permita entrar en conexión con todo ese terreno vedado: la sociedad.

Todos sentimos la necesidad de expresar nuestras emociones de manera personal o bajo el anonimato. Este texto sería un ejemplo de ello, como también lo sería cuestionar su objetivo y mis intenciones. Hay que buscar la clave de La red social en las mismas coordenadas que Wall Street: ¿Por qué la ambición es buena? ¿Por qué y para qué tener miles de amigos en Facebook? ¿Por qué la historia de su creación implica un relato de dolor? Basta recordar que en el filme de Oliver Stone la falta de escrúpulos de Gordon Gekko le conducía a ingresar en prisión. Sin embargo, en la película dirigida por David Fincher sucede lo contrario; la falta de escrúpulos de Mark le conduce a encabezar las listas de jóvenes millonarios y al reconocimiento social. ¿Significa eso que estamos ante otra clase de capitalismo mejor aceptado? Significa que estamos ante uno de los mejores retratos del estado de salud de nuestro tiempo, en el que el triunfo se mide a través de la necesidad. Si Don Draper anunciase Facebook, diría que se trata de un estilo de vida; «la comunicación adecuada para nuestros tiempos». Por tanto, de una herramienta necesaria para nuestro desarrollo humano.



3. Explorar las emociones/Explotar los sentimientos

Uno de los puntos débiles de Origen (Inception, Christopher Nolan, 2010) radicaba en el poco partido que el guión sacó a la arquitectura de una idea. De haber indagado más, seríamos conscientes de la verdadera dificultad de Cobb para reprimir en su memoria los recuerdos fantasmagóricos, para evitar contaminar con su pena infinita una idea compartida. El filme de Nolan explotaba los sentimientos —manifestados en la presencia espectral de Marion Cotillard—, pero no exploraba las emociones con la misma intensidad. En cambio, La red social, que también narra la arquitectura de una idea, no cesa de ofrecernos apuntes y pequeños detalles para subrayar el impacto de nuestra vida interior en la génesis de una obra. Apenas cuesta imaginar Facebook como la gran fábrica de explotación de los sentimientos, en tanto se nutre de la actualización constante del estado de sus usuarios; en otras palabras, se define a partir de la vida de los otros, no de la suya propia. En esa definición hallamos el auténtico drama de la historia urdida por Aaron Sorkin: Mark es otro vampiro, como los ladrones de ideas o los brokers desalmados del parqué de Wall Street. Pero es una clase de vampiro más sofisticado, un vampiro cuya gran creación es, al mismo tiempo, el testigo de su dolor, de su falta de vida; el recuerdo de que ese sentimiento durará para siempre: la imposibilidad de vivir una vida en sus propios términos, porque su lenguaje, su mundo, todo él está construido a partir de experiencias ajenas, estados ajenos —nos gusta/nos disgusta— y emociones ajenas. Y es a través de esa distancia desde donde observamos la personalidad hermética de su creador, un veinteañero que vigila celosamente el estado de su creación mientras, en su soledad, se cuestiona por qué no puede hacer lo mismo —la realidad, en definitiva, no se actualiza/reforma a la misma velocidad con la que un perfil lo hace tecleando F5.

Con La red social, Fincher ha definido el tormento y el éxtasis de una generación que no duda en abrazar la tecnología como una extensión necesaria de su identidad, aunque el trasvase entre realidad y realidad virtual diluya aspectos fundamentales de nuestro Yo—ahí está la filmografía del malogrado Satoshi Kon para atestiguarlo. Uno de esos aspectos fundamentales es el que caracteriza este despiadado retrato del creador de Facebook: cómo la necesidad de alcanzar un objetivo nos hace olvidar el camino que elegimos para alcanzarlo. La diferencia con respecto a otras historias es que sus protagonistas apenas son post-adolescentes que empiezan a intuir lo jodido que es vivir en el mundo. De ahí, precisamente, el énfasis que pone Fincher en no dejar correr ninguna pieza de este complejo entramado emocional que supone el desarrollo de Facebook. Cada nuevo paso en la consolidación del producto significa una nueva pérdida en nuestra interacción con la realidad, un nuevo salto hacia una red —sin red de seguridad— en la que disipar eficazmente los defectos, errores y problemas como arquitectos de nuestro futuro. Ahí está el drama de esta maravillosa película: El conflicto no sólo está en sufrir o no, en explorar o en explotar; el conflicto está en lo poco tolerantes que somos a la frustración. Mark crea Facebook para darse otra oportunidad en un entorno en el que el fracaso nunca tendrá el mismo eco —podrá borrarse, editarse, modificarse, y tantas cosas como sean necesarias— que en su desafortunada relación con Erica. Y en ese movimiento en falso está la definición de una generación cuya mejor crónica es La red social.











en miradas.net
















domingo, febrero 13, 2011

"Ligeia", de Fernando Pessoa

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




No quiero ir donde no haya luz,
De abajo la inútil gleba no ve nunca
Las flores, ni el curso al sol de los ríos
Ni cómo las estaciones que se renuevan
Reiteran la tierra. Ya me pesa
En los párpados que tiemblan el miedo hueco
De no ser nada, y ni tener vista o gusto,
Calor, amor, el bien y el mal de la vida.




1924










Ligeia

Não quero ir onde não há a luz,/ De sob a inútil gleba não ver nunca/ As flores, nem o curso ao sol dos rios/ Nem como as estações que se renovam/ Reiteram a terra. Já me pesa/ Nas pálpebras que tremem o oco medo/ De nada ser, e nem ter vista ou gosto,/ Calor, amor, o bem e o mal da vida.//







sábado, febrero 12, 2011

“He nacido para mis obras, junto con mi destino”. Entrevista a María Luisa Bombal, por Edda Morales B.







Desde la terraza, en el piso 17, una panorámica visión perfila la ciudad de Viña del Mar, mientras el atardecer cubre desde el mar a los cerros junto al aroma de las flores, sobre el escritorio, en el departamento de nuestra entrevistada. Ella es María Luisa Bombal, considerada la más representativa figura del surrealismo literario.

Es la más alta prosa poética. Autora de La última niebla y La amortajada, obra donde el mundo humano muestra un aspecto mágico y poético y las impresiones oscilan entre la realidad y el ensueño. María Luisa Bombal ha novelado a la mujer, que ama con intensidad. Nuestra escritora se muestra emocionada por la designación: ser ella la Primer Premio Regional de Literatura Joaquín Edwards Bello, en 1978, entregado en 1979, en acto solemne en el Casino Municipal de Viña del Mar.



La escritora María Luisa Bombal, ¿cómo define a la mujer María Luisa Bombal?
Yo diría, soy una mujer de gran carácter y temperamento, diferentes la una de la otra. Pero ambas se unifican frente a la palabra amor, y frente a la palabra paz. Una paz muy grande para todos los seres humanos.

¿Qué significa para usted La última niebla? ¿Es su obra favorita? ¿Se identifica con alguno de sus personajes?
La última niebla tiene una gran significación por ser mi primera obra. Se ha constituido en mi favorita. Realmente la adoro, la adoro… Me identifico con las dos mujeres que aparecen, con la soñadora y con Regina, la apasionada.

¿Cuáles son sus proyectos literarios?
Deseo terminar un libro que hace un tiempo he comenzado a trabajar. Quiero que sea el más grande. También he iniciado varios cuentos a los que pronto daré término, para su publicación.

Como creadora, ¿puede usted decir cómo se gesta una nueva obra en su interior?
No sé. Me parece que he nacido para mis obras, junto con mi destino. Las cosas que mis sentimientos han forjado, las he vivido intensamente. Mi vida personal ha estado siempre vinculada a mi vida literaria.

¿Qué impresión o vivencia podría destacar como la más importante en su vida, y por qué?
Las impresiones en mi vida son tantas y tantas para destacar. Son todas las que compartí con mi segundo marido, quien me acompañó durante treinta años, espiritual y materialmente.

¿Qué autor podría destacar y por qué?
Todos los autores conocidos contienen algo por lo cual se destacan. Siempre revelan algo interesante, algo emocionante. Tendría que hacer una lista muy larga para nombrarlos a todos. No tengo autores predilectos.

¿Cree usted que el recordar el ayer nos hace nacer o envejecer?
Recordar el ayer, sin lugar a dudas, nos hace nacer, nacemos siempre en el presente… Siempre nacemos, jamás envejecemos. Siempre nacemos…





en El Correo de Valdivia, 3 de agosto de 1979















viernes, febrero 11, 2011

"La taberna del gato negro", de Naguib Mahfuz

Fragmento



Estaban todos cantando cuando un desconocido apareció en la puerta.

El hombre paseó su mirada por el local y, al no encontrar ninguna mesa vacía, desapareció por el pasillo; todos creyeron que se había marchado. Pero al poco tiempo volvió con una silla de paja –la del griego propietario del local-, la colocó junto a la estrecha puerta y se sentó.

El hombre había mantenido siempre la misma expresión taciturna: cuando entró la primera vez, cuando volvió tras marcharse, y cuando se sentó. No había mirado a nadie. Sus ojos reflejaban una mirada dura y severa a la vez que ausente, como buscando refugio en un misterioso mundo lejano. Su aspecto era sombrío, fuerte y terrible: parecía un luchador, un púgil o un levantador de pesas. Su forma de vestir resaltaba su aspecto sombrío: jersey negro, pantalón gris oscuro y zapatos marrones. Lo único que relucía en aquella mole oscura era una calva cuadrada coronando la gran y sólida cabeza.

Su inesperada llegada provocó una especie de descarga eléctrica en los allí presentes: el canto se interrumpió, los rasgos se contrajeron, la risa se apagó y todos dudaron entre mirarlo directa o disimuladamente. Pero todo eso no duró mucho; tras reponerse del choque producido por la sorpresa y la visión desagradable, se negaron a permitir que un desconocido les estropeara la velada y se hicieron señas para ignorarlo y continuar conversando, jugando y bebiendo; aunque en realidad no conseguían olvidarse del intruso ni ignorarlo por completo: el hombre permaneció pesando en su ánimo como una muela inflamada. En un momento dado, dio una palmada con una fuerza inquietante y el viejo camarero se acercó a él y le sirvió un vaso de aquel vino infernal. Se lo bebió de un trago y pidió otro. Después le mandó que le pusiera cuatro vasos: se los bebió uno tras otro y siguió pidiendo más.

Todos volvieron a sentir miedo; la risa murió en sus labios y permanecieron en silencio, taciturnos.

¿Qué clase de hombre era aquél?

El vino infernal que había bebido bastaba para matar a un elefante; en cambio, él permanecía allí sentado, duro como una roca, sin mostrar la menor alteración o agitación y con la misma dureza en su expresión. ¿Qué clase de hombre era aquél?

El gato negro se acercó a él como indagando, en espera de que el hombre le echara algo de comer. Como vio que no le daba nada, empezó a restregarse contra su pierna pero el hombre dio una patada en el suelo y el gato salió corriendo, sin duda extrañado por aquella conducta a la que no estaba acostumbrado.

El griego volvió la cabeza en dirección a la sala con una mirada inexpresiva. Se fijó un momento en el forastero y luego volvió a mirar al vacío. Entonces, el desconocido salió de su estado de inercia: movió la cabeza violentamente a derecha e izquierda, hizo rechinar los dientes y empezó a hablar en un tono muy bajo, como dirigiéndose a sí mismo o a un interlocutor imaginario, mientras profería amenazas agitando los puños y su rostro mostraba una expresión de cólera.

El silencio y el miedo reinaban en el lugar; luego se oyó por primera vez su voz, ronca como un rugido, repitiendo con fuerza:
-¡Maldición!... ¡Ay de ti! Apretó el puño y continuó:
-Que venga la montaña... y lo que hay detrás. Tras un breve silencio, continuó, en un tono ligeramente más bajo:
-Éste es el problema, para decirlo de forma simple y clara.

Los presentes se convencieron de que permanecer allí no tenía sentido. La velada había terminado en fracaso nada más empezar: era mejor marcharse.

Tras intercambiarse miradas significativas, se prepararon para levantarse. Entonces, el forastero reparó por primera vez en su existencia y salió de su ensimismamiento. Los miró de manera inquisitiva, les hizo una seña para que se parasen y les preguntó:
-¿Quiénes sois?

Era una pregunta que no merecía la pena contestar -si se hubiera tratado de otra persona-, pero ninguno se atrevió a ignorar o despreciar a aquel hombre.
-Somos clientes de este local desde hace mucho tiempo -dijo uno, alentado por su avanzada edad.
-¿Cuándo habéis llegado?
-Al comienzo de la noche.
-Entonces ¿estabais aquí antes de que yo llegara?
-Sí.

Les hizo un gesto para que volvieran a sentarse y continuó con tajante firmeza:
-Que nadie se marche.

Ellos no podían dar crédito a sus oídos y, con la lengua paralizada por el estupor, no le pudieron responder como merecía.
-Pero queremos marcharnos -dijo el anciano con una calma que contrastaba con su estado de ánimo real.

El hombre los miró, amenazador, y dijo:
-Quien quiera dejar de vivir, que avance.

Nadie quería dejar de vivir, y se limitaron a mirarse con perplejidad. El anciano preguntó entonces:
-¿Por qué te opones a que nos marchemos?
-No intentéis engañarme -dijo el hombre meneando la cabeza con sarcasmo-. Vosotros lo habéis oído todo.












1969