La losa decía cuándo ella murió.
Su nombre y apellido me pararon de golpe.
Una virgen casada, descansaba.
Desposóse en este lluvioso lugar,
al que fui a parar un día por suerte,
antes de oír yo en el seno de mi madre,
o de ver en la concha del espejo,
a través de su corazón yerto hablar la lluvia
y el sol en su rostro muerto.
Más no puede decir la gruesa losa.
Antes de que yaciera en el lecho de un extraño
con una mano hundida en el pelo,
o aquella lluviosa lengua golpease retrospectivamente
durante años diabólicos y muertes inocentes
al cuarto de un niño oculto,
oí decir –más tarde- a los hombres,
se quejaba por la desnudez de sus miembros vestidos de blanco
y por sus labios rojos ennegrecidos a besos,
lloraba de dolor y hacía muecas,
hablaba y se desgarraba aunque sonrieran sus ojos.
Yo, que vi en una acuciante película
a la muerte y a esta loca heroína
encontrarse en un muro mortal,
la oí hablar por el quebrado pico
del pájaro de piedra que era su guardián:
Morí antes de llegar a mis nupcias
mas mi vientre se abultaba
y sentí en mi elemental caída
arrancarse llameante una ruda cabeza roja
y las inundaciones queridas de su pelo.
en Poemas: 1934-1952, 1976
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