jueves, junio 30, 2011

«Discurso del piloto automático», de Juan Cameron




 
Así en una cuadrilla de aviones de combate 
planeamos sin ningún objetivo 
Pasas por los mapas sin tocarlos 
imagen sobre el espejo de la realidad 
Pájaros no somos migratorios y el sol: 
un balón desinflado pateado por arcángeles 

Vuelas 
vamos hacia distintos rumbos por otras estaciones          las ciudades 
despiertan como iguanas de luz aferradas al mundo 
El Ecuador es un trazo en el cielo 
divide nuestras alas así la noche de la primavera 
Está allí ante tus ojos –ábrelos–      dibujado en tu mirada 
tus movimientos crean el paisaje 

Es aquel yo navego 
pero un bosque de nubes       una ciudad de esculturas de crema 
un cementerio de icebergs separan nuestro vuelo 
(tu piel está hecha de aluminio de naves 
tu corazón es una caja negra) 

Ahora tu rostro se difuma       giras de curso 
te pierde dibujada sobre las ocres lomas 
Ningún caza enemigos vendrá del horizonte 
Todo está previsto desde tu plan de vuelo 
Está bien sigue la nada 
tu piloto automático te ha obedecido sin discutir 
sin ver la tierra germinar allá abajo




en Fuegos en el umbral del milenio (Antología de poetas chilenos), 
ed. de Andrés Morales, 1998













miércoles, junio 29, 2011

“De hueso se hace la letra”, de Christian Formoso







Nunca me dijo hasta que lo dejó escrito: andas en tomas y ya no lo aguanto. Cuando la vi de nuevo yo temblaba de fiebre, de vino, de celo y del caldo de la noche. Sus manos de ellos y mi mano en un fierro: era el mismo amor enlazándolo todo. Y el fuego del fierro y la cabeza del otro: era el mismo amor enlazándolo todo. Llanto y gemido brotaron a la distancia, pero tal como ahora confundía las distancias: tú no te vas dijo zumbando mi fierro, le eché tres disparos a su casa, le puse un beso en sus ojos, y una piedra en su pecho, para que no se vaya.





en El cementerio más hermoso de Chile, 2008














martes, junio 28, 2011

"La poesía es un atentado celeste", de Vicente Huidobro





Yo estoy ausente, pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que me han esperado muchos años.

Se cansaron de esperarme y se sentaron.

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco, el atroz equívoco.

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas.

Me estoy haciendo árbol. Cuántas veces me he ido convirtiendo
            en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura.

Podría dar un grito pero se espantaría la transustanciación.
Hay que guardar silencio. Esperar en silencio.








en Últimos poemas, 1948








Contribución a Dscntxt de Miguel Muñoz






lunes, junio 27, 2011

“El Viejo y la Muerte”, de Félix María Samaniego






Entre montes, por áspero camino,
tropezando con una y otra peña,
iba un Viejo cargado con su leña,
maldiciendo su mísero destino.

Al fin cayó y, viéndose de suerte
que apenas levantarse ya podía,
llamaba con colérica porfía
una, dos y tres veces a la Muerte.

Armada de guadaña, en esqueleto,
la Parca se le ofrece en aquel punto;
pero el Viejo, temiendo ser difunto,
lleno más de terror que de respeto,
trémulo la decía y balbuciente:
- Yo… señora… os llamé desesperado; pero…
- Acaba; ¿qué quieres, desdichado?
- Que me cargues la leña solamente.

Tenga paciencia quien se cree infelice;
que aun en la situación más lamentable
es la vida del hombre siempre amable:
el Viejo de la leña nos lo dice.





Originalmente en Fábulas en verso castellano

para el uso del Real Seminario Vascongado,


1781 (Valencia)-1784 (Madrid).













domingo, junio 26, 2011

Entrevista inédita al Presidente Salvador Allende Gossens, de Saul Landau

A 103 años del nacimiento del compañero Presidente




Allende: Usted sabe, yo soy médico, vine de provincia a estudiar a Santiago. Los estudiantes de provincia vivíamos muy modestamente en pensiones y, lógicamente, nos interesaba no sólo estudiar las materias con relación a las carreras que habíamos elegido. También nos preocupábamos de mirar un poco más lejos de la universidad, la realidad de nuestro país, sobre todo que el estudiante de medicina y el médico confrontan hechos sociales muy claros. Nosotros entendimos muy rápidamente que a mayor enfermedad mayor pobreza, que a mayor pobreza mayor enfermedad, un axioma que se repite inexorablemente. Ese problema nos llevó a reunirnos en las noches para analizar las distintas corrientes filosóficas. Leímos a los teóricos del marxismo, observamos lo que acontecía en el mundo, apreciamos la lucha de los pueblos, los países en vías de desarrollo, y siempre pensamos que el hombre debe tener una dimensión distinta, que los valores de la sociedad capitalista debían ser reemplazados por otros. Por eso estudié, leí y fui fundador más tarde del Partido Socialista en 1937.

Saul Landau: ¿Qué edad tenía usted en esa época?
Debo haber tenido unos 28 años cuando fundé el Partido Socialista, junto con otros compañeros. Además, a lo largo de toda mi vida -y lo he dicho siempre-, fui ministro de Estado, diputado, senador y presidente del Senado.

Ha estado involucrado en política desde hace bastante tiempo...
Sí, desde muy joven. Fui ministro a los 29 años en el gobierno del Frente Popular, uno de los tres que hubo en Chile en la época de Pedro Aguirre Cerda y era tan socialista como ahora. Ese frente estaba conformado por radicales, socialistas, comunistas y pro-democráticos.

¿Ése fue el origen de la Unidad Popular?
No, después esos partidos se separaron, pero es un antecedente muy importante, porque fue Chile uno de los tres países donde hubo un Frente Popular. Si usted se acuerda, los otros países fueron España -que terminó con la Guerra Civil-, y Francia con el Frente Popular dirigido por León Blum, que no dejó ningún recuerdo trascendente, por el contrario. Nosotros en Chile, desarrollamos sobre todo a la clase obrera, a través de la Central Obrera de Trabajadores, para crear conciencia de su organización y darles a conocer sus derechos. Poco después creamos la Corporación de Fomento, base de la industria pesada de Chile, de acero, petróleo y electricidad. Hicimos una obra constructiva, en esa época se hablaba del Frente Popular como hoy se habla de Unidad Popular. Se aseguraba que íbamos a suprimir las libertades, que sería el caos absoluto, el degüelle de la gente, y no ocurrió eso. Por el contrario, las más grandes manifestaciones religiosas se realizaron en la época del Frente Popular. También fue nominado el primer cardenal de la iglesia chilena por petición expresa del Presidente del Frente, don Pedro Aguirre Cerda, que era el Presidente de la República.

¿Usted sigue siendo un hombre utópico?
¡No!, ¿Cómo utópico? Yo sigo defendiendo lo que he defendido durante veinte años como parlamentario socialista, y ser socialista no es ser utópico.

Pero usted tiene una visión de una sociedad distinta en el futuro...
Lógico, pero eso no se construye de la noche a la mañana. Para que un pueblo llegue a construir una sociedad distinta, se necesita un pueblo organizado y conciente. Yo le he dicho muchas veces a la gente y a los estudiantes, que para mí, no vale que un estudiante me diga que es dirigente de izquierda si es mal alumno, nosotros necesitamos buenos alumnos: primero, que cumplan sus obligaciones, después tienen derecho a decir que son dirigentes políticos. También, le he dicho a los obreros que hay que trabajar para producir más y mejor. En Chile tenemos que alcanzar un ingreso de dos mil dólares por persona al año y para eso tenemos que producir más. Los pueblos sólo progresan trabajando y produciendo más, claro que es diferente trabajar para una minoría que para un país. Los obreros del carbón están produciendo tres mil 800 toneladas de mineral al día, pero tienen que producir cuatro mil 700, y para eso tienen que trabajar más, porque sino la empresa no puede defenderse. En el acero estamos produciendo 700 mil toneladas, pero hay que llegar de aquí a dos años a dos millones de toneladas. En el cobre producimos alrededor de 750 mil toneladas, sin embargo hay que elevar la producción a mil 200 toneladas.

¿Usted cree que el pueblo ha respondido a esos objetivos?
Bueno, ahora soy más popular que antes, porque cumplimos con lo prometido y, además, le explicamos y dialogamos con el pueblo. Yo no estoy metido en la oficina de La Moneda, yo hablo con los campesinos, con los trabajadores del cobre, del carbón, con los estudiantes, con las dueñas de casa, voy a las poblaciones. En las calles la gente me saluda, ando en mi auto particular. Entonces la gente ve una cosa distinta. En Valparaíso, todos los días a la salida de la oficina de gobierno de la intendencia hay entre 400 y 500 personas, esperando a veces dos horas para poder saludarme, y en esta época de verano hay turistas de otros países y se sorprenden con un Presidente al que se le puede dar la mano y conversar. Así es, porque yo no ando rodeado de carabineros, ni con tanques. La gente puede llegar hacia donde estoy, y yo tengo el agrado de poder saludarlos... Claro que no me puedo pasar el día saludando gente (risas).

Hoy, ¿cómo se mantiene la coalición en la Unidad Popular?
Bien, porque hay un programa que nos une, que es diferente a lo que nos propusimos hace 30 años.

¿Qué conflictos hay en la coalición y cómo se resuelven?
No hay ningún conflicto serio, sólo apreciaciones con respecto a la práctica, porque no nos hemos salido en absoluto del programa de la Unidad Popular. Los parlamentarios radicales han hecho observaciones respecto a un funcionario de una provincia que tiene un criterio determinado sobre cómo debe hacerse la reforma agraria. También, han dicho que en determinados sectores de Chile, grupos que no son de la Unidad Popular, estarían estimulando la toma de predios agrícolas más pequeños de la cabida que la Ley establece, como derecho de los propietarios que trabajan en sus tierras. Pero usted comprende, que eso no se puede decir que es una norma, además nosotros, y yo personalmente, hemos establecido que la reforma agraria la haremos dentro de la ley de la reforma, y de ninguna manera vamos ha aceptar que se proceda en forma arbitraria.

¿Estos súbditos son izquierdistas independientes?
Hay que considerar dos cosas: pueden ser grupos de izquierda que no han madurado políticamente o bien campesinos, o en el caso de Cautín, Mapuches a quienes sus tierras fueron robadas hace muchos años, que han vivido con media hectárea. Ellos son considerados una raza desconocida, negada, degradada física y moralmente y una serie de factores que influyen. Usted entiende que para ellos se abre una posibilidad, y cuando se tiene hambre a veces es muy difícil razonar, sobre todo cuando no se tiene una cultura con un nivel político, cuando se les ha hecho promesas por más de un siglo, y sus abuelos, y sus padres, y ellos han sido frustrados y negados. Lógicamente, esa gente está apremiada por una realidad brutal, que es comer para vivir todos los días. Pero de allí a creer que hay un clima que provocará un caos, no. Primero, porque nosotros tenemos autoridad, no sólo de la que emana de la Ley, sino la autoridad moral, la influencia que tiene el movimiento popular, y la que tengo yo personalmente. Usted lo ha visto y lo sabe, porque ha estado en actos públicos.

¿Cómo van a mantener ellos solos su propia cultura?
Nosotros consideramos que los problemas de los mapuches no pueden solucionarse sólo en función de la reforma agraria. Aquí hay un problema antropológico cultural, de raza. Nosotros hemos mandado allá no sólo al ministro de Agricultura, sino también médicos, pedagogos, antropólogos, sociólogos. Pero esto no es un problema de un día, será un problema de muchos años, porque hoy el mapuche es considerado frente a la Ley como un niño sin derechos, entonces esa situación no puede variar de la noche a la mañana. Necesitamos el tiempo suficiente para borrar del espíritu de esa gente lo que ha estado sucediendo con ellos por más de cien años.

¿Ellos se diferencian de los chilenos?
Evidente. Ellos nos llaman huincas, pero no es un problema que pueda decir que es agobiante para Chile, es un problema importante, pero no agobiante.

¿Usted puede prever obstáculos en el camino hacia el socialismo en Chile?
Claro, evidentemente es mucho más difícil el camino nuestro, porque está dentro de la Constitución de la Ley, aquí hay un Congreso y aceptamos lo que resuelva en cuanto a los proyectos de ley. Es mucho más difícil llegar al socialismo a través de los cauces legales, porque hay posibilidades de resistencia mayores que si se hubiera llegado por el camino de la toma del poder. Nosotros tenemos que responder por nuestros actos frente al Congreso, en donde no tenemos mayoría, hay un poder judicial autónomo que puede dictaminar sus fallos, que a veces dificultan la tarea del gobierno popular. Sin embargo, estamos caminando dentro de las posibilidades y esperamos alcanzar el socialismo, pero no de la noche a la mañana, eso no se impone por decreto. Por eso, el programa de la Unidad Popular establece la existencia de tres áreas: economía social, el área mixta con capitales del Estado y privados y el área privada. Como gobierno hemos dicho que tenemos que impulsar el área social del Estado, porque ahí están los elementos esenciales y básicos del desarrollo económico, las riquezas fundamentales de Chile: el cobre, el hierro, el salitre. Este país ya tiene algunas industrias importantes, como la empresa de electricidad, la Empresa Nacional del Petróleo, además, se ha nacionalizado el carbón, el acero, pero sin dificultades les compramos las acciones a los norteamericanos en el caso del hierro y chilenos en el caso del carbón. También hemos expropiado algunas industrias, especialmente, las que trabajan hilandería y tejido, porque no cumplían con la Ley, no pagaban los salarios, porque habían cerrado el 80% de su capacidad de producción, creando un problema social muy serio. Nosotros vamos a llegar a un acuerdo con los inversionistas extranjeros, ellos saben que les conviene más que a nadie llegar a un acuerdo con nosotros, porque importaron maquinaria que dijeron que era de primera y resultó ser de segunda, por lo tanto, cometieron un fraude aduanero. Esta situación no la puede aceptar ningún país del mundo. Entonces, si Estados Unidos defiende su país ¿por qué nosotros no podemos hacer lo mismo? Nosotros queremos que se respeten los mismo derechos, nada más.

Usted habla de la reforma agraria y hay muchas personas que dicen que es el proyecto más importante de la Unidad Popular ¿Es así?
No, la reforma agraria forma parte de un plan del desarrollo económico y social de Chile, pero es importante, porque este país tiene tierras que permitirían alimentar, no a diez millones, sino a 20 o 25 millones de habitantes. Sin embargo, Chile es un país que tiene que importar todos los años carne, trigo, grasa, mantequilla, aceite, por un valor de 140 millones de dólares al año. Entonces, ¿cómo es posible? Además, el 47 por ciento de la población está subalimentada. Yo soy médico, usted lo sabe, lo he dicho, lo he escrito hace muchos años, hoy en Chile hay 600 mil niños retrasados mentales, porque no se alimentaron lo suficiente los primeros ocho meses de su vida, porque no recibieron las proteínas necesarias. De ahí nació el medio litro de leche, que no es la opción definitiva, pero es un aporte, es algo positivo. Pero la reforma agraria es parte de un proceso que tiene como base central recuperar las riquezas fundamentales de Chile para los chilenos, no se trata de apropiarse o de usurpar a las compañías dueñas del cobre, sino de decir, 'bueno señores, ¿cuánto han invertido en estas compañías y cuánto han sacado de provecho?'. Yo le puedo confirmar que en 42 años estas compañías se han llevado de Chile, tres mil ochocientos millones de dólares, con un aporte inicial de diez millones de dólares aproximadamente. Cálculos no exagerados establecen que de Chile han salido en 60 años nueve mil ochocientos millones de dólares, es decir, el valor total del capital social de este país acumulado en 400 años. ¡Un Chile ha salido por nuestras fronteras! Es por ello que nosotros planteamos el derecho a nacionalizar nuestras riquezas, porque además hemos sido exportadores de materias primas y usted sabe lo que ha pasado en el mercado internacional. Hoy, para comprar lo mismo que se compraba hace 10 años, tenemos que entregar mucho más materia prima, somos países que vendemos barato y compramos caro, porque pagamos los artículos manufacturados de países donde la gente tiene un nivel muy alto. Entonces, lo que queremos hacer es aprovechar los excedentes de la economía chilena para desarrollar nuestra propia economía y poder solucionar los problemas esenciales. Yo fui ministro de Salud Pública en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, en el año 40, allí hice la primera exposición de la vivienda en este país. En esa oportunidad, técnicos, ingenieros y arquitectos señalaron que en Chile faltaban 320 mil viviendas, de esa fecha hasta ahora han pasado 31 años, pero hoy faltan 440 mil viviendas por el aumento vegetativo de la población. Lo mismo ocurre en educación, en salud, en el trabajo, y ningún gobierno ha sido capaz de solucionar los problemas esenciales del pueblo. Pero eso también ocurre en América Latina, en gobiernos democráticos o dictatoriales. Yo creo que todos los presidentes quieren dar trabajo y no pueden, yo me imagino que todos los presidentes quisieran que todos pudieran comer y no pueden, con la educación pasa lo mismo. Entonces hay que preguntarse, ¿por qué no se puede?

¿A qué se refiere cuando habla de imperialismo?
Nuestra lucha no es contra el pueblo, sino con un sector de Estados Unidos; acuérdese cuando Kennedy atajó el alza del acero, la influencia que tienen los petroleros en su país... El pueblo norteamericano es otra cosa, nosotros estamos actuando dentro de la Ley.

Las compañías de cobre norteamericanas han sacado mucho mineral. ¿Cuándo piensa terminar con la expropiación?
Cuando salga la ley, nosotros aplicaremos lo que el Senado dictamine y, de acuerdo con esas atribuciones, haremos la nacionalización y pagaremos indemnización estudiando cada caso y además formaré un tribunal ante el cual puedan apelar las compañías y la Contraloría General de la República será la que fije la indemnización, o sea las más altas expresiones de nuestra organización jurídica.

¿El gobierno de Estados Unidos ha realizado presiones?
No, ninguna. Nosotros hemos oído la opinión del señor Nixon, pero es una opinión y comprendemos que no esté muy agradado, pero nosotros somos partidarios de que los pueblos tengan el gobierno que deseen y de la no intervención y la autodeterminación. Como hemos visto, hay una campaña internacional muy seria, que evidentemente está radicada en Estados Unidos, donde se publican artículos, absolutamente infundados respecto a Chile.

¿Por ejemplo?
Que aquí no hay libertad de prensa. ¿Y usted, por ejemplo? Usted está en Chile hace cuatro meses y habrá visto que hay la más amplia e irrestricta libertad periodística y ha visto cómo se nos ataca, cómo los diarios publican lo que se les ocurre, no sólo para apreciar situaciones políticas, sino para referirse a actitudes, hechos, inclusive la vida particular de uno. El Mercurio es el diario más poderoso de los sectores oligárquicos, y los diarios que tienen como La Tercera o La Segunda, en un lenguaje mucho más franco, y al mismo tiempo turbio en los ataques. Usted ve a la Democracia Cristiana con la prensa por la tarde, en los diarios de provincia el 80 por ciento está en manos de los sectores derechistas y, sin embargo, siguen saliendo sin problemas. ¿Cuántas revistas hay en Chile? Y ninguna de ellas pertenece a la izquierda. El presidente de la Asociación Nacional de la Prensa en Chile, el señor Germán Picó, que es el dueño del diario La Tercera, dijo que no hay presión, no hay amenaza, no hay coacción frente a la prensa. Entonces, qué valor va ha tener lo que dicen los señores de la CIA. El señor Agustín Edwards debería estar en Chile para responder ante la justicia por lo que ha hecho su banco. Nosotros les retiramos los libros al Mercurio, sí señor, para ver si cumplían las leyes tributarias, en Estados Unidos hacen lo mismo ¿verdad? y resulta que le estaban debiendo a la Tesorería Provincial de Santiago cinco mil cuatrocientos millones de pesos. Les vamos a dar facilidades para que paguen, pero las mismas que tiene el resto de la gente, y si no los paga les vamos ha aplicar la ley. El Mercurio representa los intereses de los bancos, de los monopolios y ese diario es el principal accionista del Banco Edwards, además, ese banco ha comprometido el crédito de Chile. También, es garante de operaciones al margen de la ley, y a espaldas del Banco Central por el doble del capital que tiene el banco. Nosotros no hemos perseguido al banco, es el banco el que nos ha obligado a exigir que cumplan la ley. Si ellos cumplieran con la ley no hubiera pasado nada. Pero nosotros, como Unidad Popular, no hemos hecho nada ilegal.

Quisiera saber de sus reuniones con Fidel Castro
Fidel Castro es un hombre que tiene un gran sentido de la autocrítica y respeta a sus amigos políticos. No va a mandar recetas, ni tampoco yo soy hombre que las reciba. Ello no significa que yo no pueda aprovechar la experiencia vivida por los cubanos, pero de ahí ha mandarme una carta para decirme no haga esto o aquello, jamás. Cada país tiene su realidad y sus dirigentes y de acuerdo a esa realidad será la táctica que utilicen los dirigentes. Yo he ido muchas veces a Cuba y he conversado muchas veces con Fidel Castro, conocí bastante al comandante Ernesto Guevara, conozco a los dirigentes cubanos y su lucha, sé lo difícil que ha sido vencer el bloqueo. Pero la realidad de Cuba es muy distinta a la chilena. Cuba venía de una dictadura, yo llegué a la Presidencia después de ser 25 años senador. Tengo una experiencia que la estoy poniendo al servicio de un camino chileno, para los problemas de Chile, nosotros aprovecharemos siempre la experiencia venga de donde venga, pero adecuándola a nuestra realidad. Nosotros no somos colonos mentales de nadie.











en La Nación, 24 septiembre 2005








sábado, junio 25, 2011

“Cavilaciones nocturnas”, de Lu Yu






No puedo dormir. La larguísima noche
Está colmada de amargura.
Me siento a solas en mi cuarto junto
A una lámpara humeante. Me
Restriego los pesados párpados y
Paso, indolente, las páginas
de un libro. Una y otra vez recorto
El pincel y remuevo la tinta.
Pasan las horas. La luna aparece
En la ventana abierta, pálida
Y brillante como dinero recién salido
De la fábrica. Por fin me quedo
Dormido y sueño con los días pasados
Junto al río, en Tsa-feng, y
Los amigos de mi juventud en Yen
Chao. Jóvenes y felices,
Corríamos por las hermosas colinas.
Y ahora han pasado los años
Y nunca más he vuelto a visitarlos.




en Cien poemas chinos, 2001














viernes, junio 24, 2011

"Los tejados se inclinan", de Jorge Teillier

A 76 años de su nacimiento


Jorge Teillier, Sebastián Teillier, Carolina Teillier con sus hijos Adrián y Tamia Portugal, Inti Briones, Marcial Arredondo y Alejandro Ehrenfeld. Restaurant Jaque Mate, marzo de 1989.



Los tejados se inclinan
bajo el peso de las lluvias
de infinitos inviernos.
Frente al violento resplandor
de los árboles frutales
una anciana dormita en la cocina.
Duerme porque ya hay demasiado tiempo,
porque ya no hay esposo,
ni hijos, ni fuego en la cocina.
El tiempo ha sido demasiado largo.








en El árbol de la memoria, 1961










Fotografía: Patricia García










jueves, junio 23, 2011

"Bajo el volcán", de Malcolm Lowry

Fragmento





El Cónsul bebió un poco más de mezcal. «Es este silencio lo que me aterra... este silencio...». El Cónsul releyó varias veces esta frase, la misma frase, la misma carta, todas las letras, vanas como las que llegan al puerto a bordo de un barco y van dirigidas a alguien que quedó sepultado en el mar, y como tenía cierta dificultad para fijar la vista, las palabras se volvían borrosas, desarticuladas y su propio nombre le salía al encuentro; pero el mezcal había vuelto a ponerlo en contacto con su situación hasta el punto de que no necesitaba comprender significado alguno en las palabras, aparte de la abyecta confirmación de su propia perdición, de su propia ruina infructífera y egoísta, acaso acarreada al fin por él mismo, con su propio cerebro en angustiosa pausa ante esta prueba cruelmente omitida de las congojas que le había ocasionado a Yvonne.


«Es este silencio lo que me aterra. He imaginado que te ocurre todo género de desgracias, es como si te hallases lejos, en la guerra, y yo estuviese esperando, esperando noticias tuyas, la carta, el telegrama... pero ninguna guerra tendría semejante poder para helar así mi corazón y aterrarlo tanto. Te envío todo mi amor, todo mi corazón y todos mis pensamientos y mis oraciones». Mientras bebía, el Cónsul advirtió que la vieja con las fichas de dominó trataba de atraer su atención, para lo cual abría la boca e indicaba hacia el interior con un dedo; luego se ponía a girar sutilmente en torno a la mesa para acercársele. «Sin duda debes haber pensado mucho en nosotros, en todo lo que construimos juntos, en el descuido con que destruimos la estructura y la belleza, pero sin embargo no destruimos el recuerdo de aquella belleza. Esto es lo que me ha obsesionado día y noche. Al mirar al pasado nos veo en cien lugares con cien sonrisas. Llego a una calle y allí te encuentro. De noche me deslizo en el lecho y allí me esperas. ¿Qué otra cosa hay en la vida aparte de la persona a quien se adora y la vida que puede construirse con ella? Por primera vez comprendo el significado del suicidio... ¡Dios! ¡Qué fútil y vacío es el mundo! Días llenos de momentos despreciables y empañados se suceden; con amargo ritmo rutinario se siguen una tras otra las noches inquietas asediadas por espectros: el sol brilla sin esplendor y la luna sale sin derramar sus rayos. Mi corazón sabe a ceniza y con el llanto y la fatiga se me anuda la garganta. ¿Qué es un alma perdida? Es la que se ha desviado de su verdadera senda y anda a tientas en la oscuridad de los caminos del recuerdo...».





en Bajo el volcán, 1947














miércoles, junio 22, 2011

«El público», de Federico García Lorca

Fragmento del Cuadro Primero




(El Director cambia su peluca rubia por una morena. Entran tres Hombres vestidos de frac exactamente iguales. Llevan barbas oscuras).

HOMBRE 1. ¿El señor Director del teatro al aire libre?

DIRECTOR. Servidor de usted.

HOMBRE 1. Venimos a felicitarle por su última obra.

DIRECTOR. Gracias.

HOMBRE 3. Originalísima.

HOMBRE 1. ¡Y qué bonito título! Romeo y Julieta.

DIRECTOR. Un hombre y una mujer que se enamoran.

HOMBRE 1. Romeo puede ser una ave y Julieta puede ser una piedra. Romeo puede ser un grano de sal y Julieta puede ser un mapa.

DIRECTOR. Pero nunca dejarán de ser Romeo y Julieta.

HOMBRE 1. Y enamorados. ¿Usted cree que estaban enamorados?

DIRECTOR. Hombre... Yo no estoy dentro...

HOMBRE 1. ¡Basta! ¡Basta! Usted mismo se denuncia.

HOMBRE 2. (Al Hombre 1) Ve con prudencia. Tú tienes la culpa. ¿Para qué vienes a la puerta de los teatros? Puedes llamar a un bosque y es fácil que éste abra el ruido de su savia para tus oídos. ¡Pero un teatro!

HOMBRE 1. Es a los teatros donde hay que llamar; es a los teatros para...

HOMBRE 3. Para que se sepa la verdad de las sepulturas.

HOMBRE 2. Sepulturas con focos de gas, y anuncios, y largas filas de butacas.

DIRECTOR. Caballeros...

HOMBRE 1. Sí, sí. Director del teatro al aire libre, autor de Romeo y Julieta.

HOMBRE 2. ¿Cómo orinaba Romeo, señor Director? ¿Es que no es bonito ver orinar a Romeo? ¿Cuántas veces fingió tirarse de la torre para ser apresado en la comedia de su sufrimiento? ¿Qué pasaba, señor Director…, cuando no pasaba? ¿Y el sepulcro? ¿Por qué, en el final, no bajó usted las escaleras del sepulcro? Pudo usted haber visto un ángel que se llevaba el sexo de Romeo mientras dejaba el otro, el suyo, el que le correspondía. Y si yo le digo que el personaje principal de todo fue una flor venenosa, ¿qué pensaría usted? ¡Conteste!

DIRECTOR. Señores, no es ése el problema.

HOMBRE 1. (Interrumpiendo) No hay otro. Tendremos necesidad de enterrar el teatro por la cobardía de todos. Y tendré que darme un tiro.

HOMBRE 2. ¡Gonzalo!

HOMBRE I. (Lentamente) Tendré que darme un tiro para inaugurar el verdadero teatro, el teatro bajo la arena.

DIRECTOR. Gonzalo...

HOMBRE 1. ¿Cómo?... (Pausa)

DIRECTOR. (Reaccionando) Pero no puedo. Se hundiría todo. Sería dejar ciegos a mis hijos y luego ¿qué hago con el público? ¿Qué hago con el público si quito las barandas al puente? Vendría la máscara a devorarme. Yo vi una vez a un hombre devorado por la máscara. Los jóvenes más fuertes de la ciudad, con picas ensangrentadas, le hundían por el trasero grandes bolas de periódicos abandonados, y en América hubo una vez un muchacho a quien la máscara ahorcó colgado de sus propios intestinos.

HOMBRE 1. ¡Magnífico!

HOMBRE 2. ¿Por qué no lo dice usted en el teatro?

HOMBRE 3. Eso es el principio de un argumento.

DIRECTOR. En todo caso un final.

HOMBRE 3. Un final ocasionado por el miedo.

DIRECTOR. Está claro, señor. No me supondrá usted capaz de sacar la máscara a escena.

HOMBRE 1. ¿Por qué no?

DIRECTOR. ¿Y la moral? ¿Y el estómago de los espectadores?

HOMBRE 1. Hay personas que vomitan cuando se vuelve un pulpo del revés y otras que se ponen pálidas si oyen pronunciar con la debida intención la palabra cáncer; pero usted sabe que contra esto existe la hojalata, y el yeso, y la adorable mica, y, en último caso, el cartón, que está al alcance de todas las fortunas como medio expresivo. (Se levanta) Pero usted lo que quiere es engañarnos. Engañarnos para que todo siga igual y nos sea imposible ayudar a los muertos. Usted tiene la culpa de que las moscas hayan caído en cuatro mil naranjadas que yo tenía dispuestas. Y otra vez tengo que empezar a romper las raíces.





1930











martes, junio 21, 2011

“Los Nobel de mi vida”, de Antonio Cisneros







A veces pienso en el afanoso sueño que muchos albergan en lo más profundo de sus corazones: encontrarse algún día en vivo, cara a cara, con los inmensos seres admirados.

Algunos piden imposibles. Dialogar de tú a vos con Leonardo da Vinci, Napoleón, Salomé, Carlomagno, o acudir invitados a un festín de Nerón. Otros, más bien de estirpe religiosa, darían todo por una caminata en Galilea al lado de Jesús, un regodeo con Gautama el Buda o una buena charla, aunque informal, con la sufrida Santa Rosa de Lima.

Pero la mayoría aspira, mal que bien, a las cosas tenidas por posibles (o menos imposibles, para el caso). Catherine Deneuve, García Márquez, Kim Bassinger, el príncipe de Asturias, Fidel Castro, Pelé, Octavio Paz. En mi caso, sin quererlo siquiera, me tocaron en suerte cinco premios Nobel a lo largo de mi vida.

Günter Grass ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Puedo verlo, hace cosa de diez años, rostro de godo o visigodo, con los ojos soplados y los grandes mostachos. Habla de la infamia del muro de Berlín (en su casa de Berlín occidental) mientras destaja un codo de porcino que reparte en los platos.

El único escritor que conocí con el Nobel a cuestas fue Neruda. Celebra su cumpleaños en una barcaza acoderada en el río Támesis. Allí se bambolea como un gordo santón sobre las aguas. Monologa, no sin cierta gracia, sobre todo lo humano y lo divino. Aplaudimos con gran veneración.

Con García Márquez me topé entre los vericuetos de un hotel en La Habana. Amable y socarrón, como buen colombiano del Caribe, Y aunque sortea, con pases de torero, cualquier conversación sobre su éxito todavía reciente, Cien años de soledad, no puede liberarse de ser, al mismo tiempo, Úrsula, Pietro Crespi, Aureliano Buendía y Remedios la Bella perdiéndose en los cielos.

Ciudad de México. Son las ocho de la mañana en la casa de Emilio Adolfo Westphalen, donde estoy alojado. Emilio me pregunta si quiero conocer a Octavio Paz. Yo acepto encantado. Me imagino, como es de suponerse, en un amable encuentro con cena o copetín. Pero no. El poeta, sin trámites mayores, me lleva hasta la casa del otro poeta. Toca la puerta, me presenta y se despide raudo, rumbo a su oficina (entonces la Embajada del Perú). El reloj marca las ocho y diez minutos. La hora, exacta, en que nadie espera a nadie. Octavio Paz en bata, su mujer con ruleros. Resuenan la licuadora, la aspiradora, la lustradora. El mucho gusto y los inacabables carraspeos se multiplican, sin ton ni son, hasta casi las diez de la mañana. Hora en que Emilio Adolfo me rescató. Creo que fue su última broma surrealista.

Salvo a Neruda, al resto de los premiados los conocí antes de que ganaran el Premio Nobel y, sin embargo, no sé por qué, todos tenían cara de Premio Nobel. La única excepción fue Seamous Heaney, el gran poeta irlandés con el que hice grandes migas en Hamburgo. Como todo hombre sabio, fanático de las cervezas y el balompié, jamás lo oí hablar de literatura.





en Ciudades en el tiempo, 2001













lunes, junio 20, 2011

"El panóptico", de Jeremy Bentham

Inicio




Señores:
Si encontráramos una manera de controlar todo lo que a cierto número de hombres les puede ocurrir; de disponer de todo lo que esté en su derredor, a fin de causar en cada uno de ellos la impresión que se quiera producir; de cercioramos de sus movimientos, de sus reacciones, de todas las circunstancias de su vida, de modo que nada pudiera escapar ni entorpecer el efecto deseado, es indudable que en medio de esta índole sería un instrumento muy enérgico y muy útil, que los gobiernos podrían aplicar a diferentes propósitos de la mas alta importancia.

La educación, por ejemplo, no es sino el resultado de todas las circunstancias a las cuales un niño está expuesto. Cuidar de la educación de un hombre es cuidar de todas sus acciones; es colocarlo en una posición en la cual se pueda influir sobre él como se desea, por la selección de objetos con los cuales se le rodea y por las ideas que en él se siembran.

Pero, ¿cómo un solo hombre puede bastarse para vigilar perfectamente a un gran número de individuos? Y aún ¿cómo un gran número de individuos podría vigilar perfectamente a uno solo?

Si admitimos, y no es para menos, una sucesión de personas que se releven, ya no hay unidad en sus instrucciones ni continuación en sus métodos.

Habrá, pues, que convenir fácilmente que una idea tan útil como nueva sería la que diese a un solo hombre un poder de vigilancia que, hasta ahora, ha sobrepasado las fuerzas reunidas de un gran número de personas.

Este es el problema que el señor Bentham cree haber resuelto por medio de la aplicación sostenida de un principio muy sencillo. Y entre tantos establecimientos a los cuales podría aplicarse ese principio más o menos ventajosamente, las prisiones le han parecido que merecen captar primero la atención del legislador. Importancia, variedad y dificultad son las razones de esta preferencia. Para realizar la aplicación sucesiva de tal principio a todos los otros establecimientos, no se tendría más que despojarlo de algunas de las precauciones que él exige.

Introducir una reforma completa en las prisiones; cerciorarse de la buena conducta actual y de la enmienda de los reos; determinar la salud, la limpieza, el orden, la industria en esos alojamientos hasta ahora infectados de corrupción moral y física; fortificar la seguridad pública, disminuyendo el gasto en vez de aumentarlo, y todo esto con una simple idea de arquitectura, tal es el objeto de su obra.

El resumen que vamos a someter a la consideración de ustedes está sacado del original inglés que no ha sido todavía hecho público, y será suficiente para que se pueda juzgar sobre la naturaleza y eficacia de los medios que se empleen en él.

¿Qué debe ser una prisión? La permanencia en un sitio donde se priva de la libertad a individuos que han abusado de ella, para prevenir nuevos crímenes de su parte y para disuadir a otros mediante el terror del ejemplo. Es, además, una casa de corrección en donde hay que proponerse reformar las costumbres de los individuos detenidos, a fin de que su regreso a la libertad no sea una desgracia, ni para la sociedad ni para ellos mismos.

Los más grandes rigores de las cárceles, los grilletes, los calabozos, sólo se emplean para asegurar a los prisioneros. En cuanto a la reforma, por lo general se la ha descuidado, ya sea por una total indiferencia, ya sea por la desesperación en lograrla. Algunas tentativas de esa índole no han resultado felices. Algunos proyectos fueron abandonados por requerir inversiones considerables.

Las prisiones han sido hasta ahora lugares infectos y horribles, escuelas de todos los crímenes y amontonamiento de todas las miserias, lugares que sólo podían ser visitados con temblor, porque un acto humanitario era algunas veces castigado con la muerte, y cuyas iniquidades serían aún consumadas en un profundo misterio si el generoso Howard, muerto como mártir tras haber vivido como apóstol, no hubiese despertado la atención pública hacia la suerte de esos desdichados, abandonados a todo tipo de corrupciones por la despreocupación de los gobiernos.

¿Cómo establecer un nuevo orden de cosas? ¿Cómo asegurarse, una vez establecido, de que no degenere?

La inspección: he ahí el único principio para establecer el orden y para conservarlo; pero una inspección de un nuevo género, que acelera la imaginación antes que excitar los sentidos; que pone a centenares de hombres bajo la dependencia de uno solo, dando a este solo hombre una especie de presencia universal en el recinto de su dominio.



Construcción del Panóptico

Una penitenciaría de acuerdo con el plano que a ustedes se propone sería un edificio circular, o más bien dos edificios encajados uno en otro. Los aposentos de los presos formarían el edificio de la circunferencia con una altura de seis pisos. Se les puede representar como celdas abiertas del lado interior, porque un enrejado de hierro poco macizo las expone por entero a la vista. Una galería en cada piso establece la comunicación; cada celda tiene una puerta que da a dicha galería.

Una torre ocupa el centro: es la vivienda de los inspectores; pero la torre sólo tiene tres pisos porque están dispuestos de modo que cada uno domine en pleno dos pisos de celdas. A su vez, la torre de inspección está circundada por una galería cubierta con una celosía transparente, la cual permite que la mirada del inspector penetre en el interior de las celdas y que le impide ser visto, de manera que con una ojeada ve la tercera parte de sus presos y, al moverse en un reducido espacio, puede ver a todos en un minuto. Pero, aunque estuviese ausente, la idea de su presencia es tan eficaz como la presencia misma.

Unos tubos de hojalata van de la torre de inspección a cada celda, de modo que el inspector, sin ningún esfuerzo de la voz, sin moverse, puede avisar a los presos, dirigir sus trabajos y hacerles sentir su vigilancia. Entre la torre y las celdas debe haber un espacio vacío un pozo circular que impida a los encarcelados efectuar cualquier atentado contra los inspectores.

El conjunto de este edificio es como una colmena de la cual cada celda es visible desde un punto central. El inspector invisible reina como un espíritu; pero ese espíritu puede, en caso necesario, dar inmediatamente la prueba de una presencia real.

Esa prisión se llamará panóptico, para expresar en una sola palabra su ventaja esencial: la facultad de ver, con sólo una ojeada, todo lo que allí ocurre.












1791












domingo, junio 19, 2011

“Perdita Durango”, de Barry Gifford






En nombre de la ciencia


Cuando Perdita vio a Romeo Dolorosa por primera vez, pensó que era muy feo. Estaba tomando un batido de papaya en un puesto de bebidas callejero de la calle Magazine, en Nueva Orleans. Ella pidió un zumo de naranja grande y evitó mirarle, clavando la vista en un Shoetown del otro lado de la calle. Cuando se dio la vuelta para pagar, el encargado del puesto, un hombre jorobado, de tez gris oscuro y edad y raza indeterminadas, dijo:–Ya ha pagado el caballero, guapa.

–Hoy es su día de suerte, señorita -dijo Romeo-. Y puede que también el mío.
–¿Qué quiere decir exactamente con eso? – preguntó Perdita-. No me hace falta un nuevo amigo.

Romeo se rió.

–Oh, ya lo creo que sí -dijo él, y se volvió a reír-. Tiene usted unos modales encantadores, señorita Cascarrabias. ¿Es usted hija de Lupe Vélez? Me llamo Romeo Dolorosa.

Perdita miró con mayor atención a Romeo. La verdad es que era bastante guapo, y tenía un pelo negro largo y ondulado, la piel marrón oscuro y ojos azules; no llegaba al metro ochenta, pero era un tipo sólido. Tenía buena pinta y unos brazos muy musculosos, que asomaban por las mangas cortas de su camisa hawaiana azul y roja. Era raro, pensó Perdita, que su primera impresión de él hubiera sido tan desagradable. Se preguntó qué habría visto en Romeo para que así se lo pareciera.

–No sé de qué me está hablando -dijo-, Gracias por las naranjas. Me llamo Perdita Durango. ¿Quién es Lupe Vélez?
–Mejor, mucho mejor -dijo Romeo-. Lupe Vélez era una actriz, una estrella de cine mexicana de hace unos sesenta años, que se hizo famosa por su fogoso temperamento.
–¿Por qué se la recordé yo? Usted no me conoce.
–Trataba de romper el hielo. Por favor, te pido disculpas por mi comportamiento tan impertinente. ¿Vives en Nueva Orleans, Perdita?
–Acabo de llegar esta misma tarde. Ando callejeando.

Romeo asintió con la cabeza y sonrió ampliamente. Tenía unos dientes muy grandes y muy blancos.

–Si me dejas que te invite a cenar -dijo-, me encantará enseñarte la ciudad.

Mientras sorbía la naranja con una pajita, Perdita alzó sus negros y arrebatadores ojos hacia Romeo, sonrió y asintió lentamente con la cabeza.

–Bueno, por fin nos entendemos -dijo él.

En Mosca's, aquella noche, Romeo le preguntó a Perdita si sabía lo que era un «resucitador». Ella negó con la cabeza.

–Hace más de cien años -dijo Romeo-, los médicos de las facultades de Medicina pagaban a hombres para que profanaran las tumbas, por lo general de los cementerios de los negros, y les proporcionaran cadáveres a fin de que los estudiantes los diseccionaran. Los médicos ponían los cuerpos en remojo, en whisky, para que se conservaran. No fue sino hasta casi el siglo veinte cuando las leyes cambiaron y permitieron hacer la disección de cadáveres humanos.
–¿Por qué me cuentas eso? – preguntó Perdita, lamiendo del tenedor el aliño de su ensalada.

Romeo hizo una mueca socarrona.

–La ciencia lo es todo -dijo-. En cualquier caso, es lo más importante. Muchas veces, para hacer un descubrimiento, hay que ir en contra de las creencias comunes. Yo pienso en las cosas de ese modo, científicamente. No hay nada que no estuviera dispuesto a hacer por la ciencia.
–¿Y qué pasa con los que vieron a la Virgen María en Tickfaw? – preguntó Perdita-. ¿Y con la mujer de Lubbock que sacó una foto a san Pedro ante las puertas del cielo? ¿Cómo se las arregla la ciencia con cosas así?
–Necesita dinero para las investigaciones -dijo Romeo-. Como los mil novecientos veinticinco dólares de los que se apoderó sin permiso uno que buscaba fondos esta mañana en el First National Bank del condado de St. Bernard, en la calle Friscoville de Arabi. La ciencia exige dinero, lo mismo que las demás cosas.
–¿Me estás diciendo que eres un ladrón de tumbas o un atracador de bancos? No termino de aclararme.

Romeo se rió y clavó su tenedor en su barbo relleno.

–Los científicos también tienen que comer -dijo.





en 59º and Raining: The Story of Perdita Durango, 1992












sábado, junio 18, 2011

"Ovejas postulantes a la esquila de la educación superior", de Mario Waissbluth

Fragmento




* La carrera por los “ofertones” universitarios es enfermiza. El negociado es monumental. La publicidad es engañosa, tal vez no por información incorrecta, sino por lo que NO se informa. Por ejemplo, se publicita la información de “Universidad Acreditada”. NO se indica si la CARRERA está acreditada. Hacia 2008 (no pude encontrar información posterior) de 2907 carreras de educación superior en Chile, sólo 790 se encontraban acreditadas o en proceso de acreditación. Hay una enorme diferencia entre “universidad acreditada” en un área, p.ej. administración, que en dos, o en seis, y hay enorme diferencia entre que esté acreditada por 2 o 6 años. Igualmente, hay una enorme diferencia entre una carrera acreditada por 2 años (el mínimo) a una acreditada por 7 (el máximo).

* La escasamente mencionada tasa de deserción de carreras. Por ejemplo, hace un par de años aparecieron en la prensa algunos datos: para la carrera de Pedagogía en Educación Básica la tasa de deserción en la U. Bolivariana fue de 61%; en la U. Central 56%, y en la Academia de Humanismo Cristiano 0% . Que una carrera tenga alta o baja tasa de deserción no implica necesariamente buena o mala calidad. Pero… ¿no sería importante que un alumno de escasos recursos sepa que tiene un 50% o 60% de posibilidades de farrearse un par de millones de pesos al ingresar a una determinada carrera?

* La información que provee la Comisión Nacional de Acreditación y el MINEDUC es difícil de encontrar en sus sitios web (www.cnachile.cl y www.sies.cl). Un postulante que quiera comparar carreras, y leer sus informes de acreditación, y posibilidades laborales, deberá pasar varias horas buceando, y en muchos casos encontrará información inexistente y obsoleta…. si es que se entera de que esta información existe, lo cual es muy improbable. Adicionalmente, los informes de acreditación son lo suficientemente escuetos como para que no ayuden a despejar dudas.

* Los aumentos unilaterales de aranceles. Esto se parece a las Isapres. Si los jóvenes están entrando al templo de los mercaderes, presumiblemente se van a encontrar con la desagradable sorpresa de que, al estar en 2º o 3er año, van a sufrir un aumento unilateral de precios. ¿Es ese un “mercado” balanceado entre proveedores y consumidores? ¿No se les debiera ofrecer un precio fijo, ajustable sólo en UF, año tras año? Las secciones de negocios en la prensa anuncian con orgullo las utilidades de decenas de millones de dólares que generan las universidades… trasquilando postulantes. La oferta de Ipads que andan haciendo algunas universidades para ovejas incautas bordea el límite de la locura. “Compre ahora, le regalo un Ipad, pague después en cómodas pero ascendentes cuotas”.

* Las crecientes quejas respecto a la acreditación universitaria. A estas alturas es evidente que el sistema es laxo y con los incentivos incorrectos. La baja tasa de carreras acreditadas es de por sí una señal de laxitud, y los puntajes de corte insólitamente bajos de muchas carreras es otra. La dispersión salarial entre carreras iguales llega a ser de 800% con carreras “acreditadas”. Educación 2020 lleva dos años solicitando que se haga una evaluación internacional del sistema de acreditación, en que entre otras cosas, es el acreditado el que le paga por sus servicios al acreditador privado. ¿Por qué internacional? Porque los intereses creados en Chile en torno a este sistema son excesivos. ¿Por qué no se ha hecho?

En resumidas cuentas. Chile generó en 1989 un “libre mercado” universitario que en realidad es un “libertinaje de mercado” intocado hasta hoy. De por sí la palabra “mercado” y “consumidor” me resulta ofensiva en educación, pero al menos, convirtamos el libertinaje en libertad, para proteger a nuestras ovejas postulantes “consumidoras”, que en un elevado porcentaje de casos van a terminar endeudadas, sin título, con título espurio, frustrados, o con escasas oportunidades de empleo digno. Urge una ley para el “consumidor” universitario; urge transparentar obligatoriamente TODOS los datos de las carreras ofertadas, incluyendo la información COMPLETA de acreditación, las tasas de deserción, las probabilidades de empleo, y el costo para el total de la carrera; y urge una reingeniería del sistema de acreditación de carreras, que es a lo menos desconocido, y cuyos evidentes malos resultados demuestran su fracaso.


















viernes, junio 17, 2011

“Cima”, de Aciro Luménics







Suponemos que en algún lugar tangible existe aquella amada que resiste el canto amargo, apartándose otra vez, alejándose en la tarde… más y más. Suponemos que veremos pronto aquella luz sobre el ristre de sus labios, luz de alegre compañía, luz de embargo y senectud. Suponemos -adelante, quebrantados por el círculo de arena- que levanta el cuerpo y enciende el viaje hacia la noche burda. Suponemos que repite fórmulas de antaño, modelando arcillas, platinando sus cabellos con tal de arder una vez más, junto al fuego, junto a las cenizas. Suponemos que camina lento, que complace a quienes la rodean -o al revés-, que se embriaga en su propio llanto. Suponemos que recuerda -aunque no quiera- el oscuro grito que expresó de niña, ese grito ahogado que la enmudeció durante años. Suponemos que se acuesta sobre lanas crudas que interpelan su desnuda piel, provocándola, erizándola, inquietándola hasta el punto de querer dormir y no soñar. Suponemos que es así como ella aspecta sus felices y algarábicas tensiones: desde un silencio que la pugna de cariz; desde un resabio infame de certezas olvidadas de antemano.







en A Ultranza, 1969














jueves, junio 16, 2011

"Un Rey en Nueva York", de Charles Chaplin

Fragmento



Gerente: Tenemos aquí a un verdadero fenómeno infantil, Majestad. Un niño excepcional de 10 años. Es historiador y redactor jefe del diario de la escuela.

Rey: Muy interesante.

Gerente: Le presento a Su Majestad a Rupert, nuestro joven editor.

Rey: Encantado, Rupert.

Rupert: Lo mismo digo.

Rey: Siéntate. Dime, ¿qué estás leyendo?

Rupert: A Karl Marx.

Rey: (Sonriendo) No serás comunista, ¿verdad?

Rupert: (Serio) ¿Hay que ser comunista para leer a Karl Marx?

Gerente: ¡Rupert!

Rey: Una respuesta razonable. ¿Si no eres comunista entonces qué eres?

Rupert: Nada.

Rey: ¿Nada?

Rupert: Odio cualquier forma de poder.

Rey: Pero alguien tiene que gobernar.

Rupert: No me gusta la palabra "gobernar".

Rey: Bueno, si no te gusta la palabra "gobernar", digamos "mandar".

Rupert: El mando del gobierno significa poder político y el poder político es la forma más directa de oprimir al pueblo.

Rey: ¿Qué dice usted que escribe en el diario?

Gerente: El comentario sobre la actualidad. Con su permiso, Majestad.

Rey: Pero, mi querido amiguito, la política es necesaria.

Rupert: La política es un montón de reglas impuestas al pueblo.

Rey: En este país las reglas no se imponen, son el deseo de los ciudadanos libres.

Rupert: Viaje un poco y verá la libertad que tienen.

Rey: No me has dejado terminar. Yo…

Rupert: (Agitado) Todos están atados de pies y manos.

Rey: Permíteme que termine…

Rupert: En un mundo supuestamente libre se violan los derechos de cada ciudadano…

Rey: Pero no me dejas…

Rupert:
Se han convertido en esclavos de los déspotas políticos.

Rey: (Ahora él se irrita) ¿Quieres dejarme mejor que te explique…?

Rupert: (Ya enojado) ¿Y la libertad de expresión existe?

Rey: No, porque tú te quedaste con ella.

Rupert: ¿Y la libre empresa?

Rey: Hablamos de [otra cosa].

Rupert: Hoy todo está en manos de los monopolios.

Rey: ¡De acuerdo! ¡Ahora…!

Rupert: ¿Puedo competir con los fabricantes de automóviles?

Rey: ¡Si me dejas terminas!

Rupert: ¡Ni soñarlo! ¿Acaso puedo competir con los grandes almacenes?

Rey: ¿Te puedes callar?

Rupert: ¡Ni soñarlo! El monopolio es la amenaza de la libre empresa… y si vuelvo la vista atrás 60 años atrás.

Rey: ¿Dónde estabas tú hace 60 años?

Rupert: Era sólo un chispazo de deseo en la imaginación de mi bisabuela.

Rey: Bien, ¿ya terminaste? Entonces déjame decirte una cosa… Déjame decirte que estás muy equivocado. En primer lugar…

Un niño le lanza una cucharada de comida por atrás a su cabeza. El Rey se limpia.

Rey: En primer lugar… ¡Ahora se me olvidó lo que quería decir!

Rupert: ¿Y la bomba atómica?

Rey: Ahh…

Rupert: Es un crimen que mientras el mundo clama por energía atómica usted quiera fabricar bombas atómicas.

Rey: ¿Yo? ¡Pero si yo soy contrario a la bomba atómica!
Rupert: Usted quiere aniquilar la civilización, borrar todo rastro de vida en este planeta. Aún cree que vive en el siglo XIX.

Rey: ¡Tienes que saber que perdí mi trono por no negarme a fabricar bombas atómicas!

Rupert: ¡Usted, los de su clase, creen que la bomba puede resolver sus problemas.

Rey: ¡Escúchame, mocoso!

Rupert: El hombre tiene hoy demasiado poder. El imperio romano se derrumbó con el asesinato de César. ¿Y por qué?

Rey: Por…

Rupert: Por causa del exceso de poder. El feudalismo se esfumó por causa de la revolución francesa, ¿y por qué?

Rey: Por…

Rupert: Por causa del exceso de poder. Y hoy el mundo entero estallará en mil pedazos, ¿por qué?

Rey y Rupert: ¡Por causa del exceso de poder!

Rupert: El monopolio del poder es una amenaza para la libertad. Degrada y hace víctima al individuo. ¿Y dónde está el individuo?

Rey: No lo sé, te lo juro.

Rupert: Está sumido en el terror porque se le enseña a odiar en vez de enseñarle a amar. Si queremos que la civilización sobreviva, hay que combatir el poder hasta lograr restablecer la paz y la dignidad del hombre.










1957












miércoles, junio 15, 2011

"Corazón salvaje", de Barry Gifford







El sueño de Sailor


Está aquí —dijo Lula—. Johnnie Farragut, sabes. Le he visto.
—¿Dónde? —preguntó Sailor.
—En el Café du Monde. Estaba sentado a una de las mesas de fuera, comiendo rosquillas.
—¿Te ha visto él?
—No lo creo. Yo había ido a la tienda de crêpes de enfrente, sabes, y al verle volví derecha al hotel. O sea que supongo que tendríamos que salir por piernas, ¿eh, Sailor?
—Supongo, cariño. Ven aquí un momento.

Lula dejó la caja de crêpes en la cómoda y se sentó en la cama junto a Sailor.

—No va a pasar nada, cariño. Voy a bajar a que nos cambien el aceite y nos largamos.
—¿Sailor?
—¿Sí?
—¿Recuerdas aquella vez que estábamos una noche sentados detrás de la estatua del Soldado Confederado? Apoyados contra ella. Tú me cogiste la mano y te la llevaste al corazón y dijiste: «Si lo sientes latir, Lula, puedes irte acostumbrando, porque es tuyo». ¿Lo recuerdas?
—Sí.

Lula apoyó la cabeza en el regazo de Sailor y éste le acarició el cabello negro y sedoso.

—Es lo que esperaba. Recuerdo todo lo de aquella noche. A veces, cariño, creo que fue la mejor noche de mi vida. De verdad.
—No hicimos nada especial que yo recuerde. No hicimos más que hablar.
—Hablar es bueno. Siempre que haya lo otro, sabes. A mí lo de hablar me gusta mucho, si es que no te has dado cuenta.
—Cuando saliste tuve un sueño —dijo Sailor—. Es raro, pero cuando estaba en Pee Dee casi nunca tenía sueños. A lo mejor dos o tres veces y después nada que pudiese recordar. Eran de chicas, supongo, igual que todos los demás.
—¿Y éste lo recuerdas?
—Sí. No era nada divertido, Lula. Estaba en una ciudad grande, como Nueva York, aunque ya sabes que nunca he estado allí. Era en invierno y todo estaba lleno de hielo y nieve. Yo estaba en un sitio de lo más tirado con mi madre. Ella estaba enferma y yo tenía que conseguirle medicinas pero no tenía dinero. De todos modos le dije que iba a buscar las píldoras que necesitaba. Entonces salí a la calle y había millones de personas que iban y venían por todas partes y me resultaba imposible encaminarme a donde quería ir. Soplaba un viento muy fuerte y yo no iba abrigado. Pero no me helaba, sino que sudaba y sudaba mucho. Me caía el sudor por todas partes. Y además estaba sucio, como si hiciera mucho tiempo que no me bañaba, de manera que el sudor era casi negro.
—Vaya, eso sí que es un sueño raro.
—Ya lo sé. Seguí andando sin rumbo. La gente no hacía más que empujarme y tropezarse conmigo y todo el mundo iba muy abrigado. Supongo que me creían un vago o un majara, por mi aspecto. Entonces pensé en ti y fui a tu casa. Sólo que tu casa era en Nueva York, una ciudad fría y oscura y muy lejos.

»Era difícil andar. Tenía que empujar a todo el mundo. Cada vez había más gente y el cielo estaba iluminado, pero también había sombras. Tú vivías en un edificio grande y tuve que subir muchas escaleras, pero al final averigüé dónde era. Me dejaste pasar, pero no te alegraste de verme. No hacías más que decir: «¿Por qué has venido a verme ahora? ¿Por qué ahora?», como si hiciera mucho tiempo que no nos veíamos.

—Ay, cariño, qué idea. A mí siempre me gustaría verte, en cualquier circunstancia.
—Ya lo sé, almendrita. Pero no era que te fastidiara verme, sino que tú estabas fastidiada. Te fastidiaba verme allí. Además te habías cortado el pelo y llevabas flequillo. Había unos niños pequeños, y supongo que te habías casado y que tu marido iba a volver en cualquier momento. Yo tiritaba de frío. Estaba empapado de aquel sudor negro y sabía que te daba miedo, así que me largué. Y después desperté sudando, y dos minutos después llegaste tú.

Lula levantó la cabeza hasta alcanzar el pecho de Sailor y lo abrazó.

—A veces los sueños no significan nada, sabes. Son como cosas que se te meten en la cabeza y no puedes controlar, sabes. Y nadie sabe por qué. Una vez yo soñé que un hombre me robaba y me encerraba en una habitación de una torre con una ventana pequeñísima y fuera no había más que agua, sabes. Cuando se lo conté a mamá me dijo que era algo que había recordado de un cuento de cuando era pequeña.
—Bueno, yo tampoco me preocupo, cariño —dijo Sailor—. Sólo que me dio una sensación rara entonces.

Lula levantó la cabeza y besó a Sailor bajo la oreja izquierda.

—Los sueños no son más raros que la vida real —dijo—. Y a veces ni la mitad.






en Corazón salvaje: la historia de Sailor y Lula, 1990














martes, junio 14, 2011

"Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", de Jorge Luis Borges

A 25 años de su muerte


I

Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedía (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Le pregunté el origen de esa memorable sentencia y me contestó que The Anglo-American Cyclopaedia la registraba, en su artículo sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada) poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen XLVI dimos con un artículo sobre Upsala; en las primeras del XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, pero ni una palabra sobre Uqbar. Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice. Agotó en vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar, Ookbar, Oukbahr... Antes de irse, me dijo que era una región del Irak o del Asia Menor. Confieso que asentí con alguna incomodidad. Conjeturé que ese país indocumentado y ese heresiarca anónimo eran una ficción improvisada por la modestia de Bioy para justificar una frase. El examen estéril de uno de los atlas de Justus Perthes fortaleció mi duda.

Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen XXVI de la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a las repetidas por él, aunque -tal vez- literariamente inferiores. Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El texto de la Enciclopedia decía: “Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables” (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan. Le dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo. A los pocos días lo trajo. Lo cual me sorprendió, porque los escrupulosos índices cartográficos de la Erdkunde de Ritter ignoraban con plenitud el nombre de Uqbar.

El volumen que trajo Bioy era efectivamente el XXVI de la Anglo-American Cyclopaedia. En la falsa carátula y en el lomo, la indicación alfabética (Tor-Ups) era la de nuestro ejemplar, pero en vez de 917 páginas constaba de 921. Esas cuatro páginas adicionales comprendían al artículo sobre Uqbar; no previsto (como habrá advertido el lector) por la indicación alfabética. Comprobamos después que no hay otra diferencia entre los volúmenes. Los dos (según creo haber indicado) son reimpresiones de la décima Encyclopaedia Britannica. Bioy había adquirido su ejemplar en uno de tantos remates.

Leímos con algún cuidado el artículo. El pasaje recordado por Bioy era tal vez el único sorprendente. El resto parecía muy verosímil, muy ajustado al tono general de la obra y (como es natural) un poco aburrido. Releyéndolo, descubrimos bajo su rigurosa escritura una fundamental vaguedad. De los catorce nombres que figuraban en la parte geográfica, sólo reconocimos tres -Jorasán, Armenia, Erzerum-, interpolados en el texto de un modo ambiguo. De los nombres históricos, uno solo: el impostor Esmerdis el mago, invocado más bien como una metáfora. La nota parecía precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos puntos de referencias eran ríos y cráteres y cadenas de esa misma región. Leímos, verbigracia, que las tierras bajas de Tsai Jaldún y el delta del Axa definen la frontera del sur y que en las islas de ese delta procrean los caballos salvajes. Eso, al principio de la página 918. En la sección histórica (página 920) supimos que a raíz de las persecuciones religiosas del siglo trece, los ortodoxos buscaron amparo en las islas, donde perduran todavía sus obeliscos y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. La sección Idioma y Literatura era breve. Un solo rasgo memorable: anotaba que la literatura de Uqbar era de carácter fantástico y que sus epopeyas y sus leyendas no se referían jamás a la realidad, sino a las dos regiones imaginarias de Mlejnas y de Tlön... La bibliografía enumeraba cuatro volúmenes que no hemos encontrado hasta ahora, aunque el tercero -Silas Haslam: History of the Land Called Uqbar, 1874-figura en los catálogos de librería de Bernard Quaritch.[1] El primero, Lesbare und lesenswerthe Bemerkungen über das Land Ukkbar in Klein-Asien, data de 1641 y es obra de Johannes Valentinus Andreä. El hecho es significativo; un par de años después, di con ese nombre en las inesperadas páginas de De Quincey (Writings, decimotercero volumen) y supe que era el de un teólogo alemán que a principios del siglo XVII describió la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz -que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él.

Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas, memorias de viajeros e historiadores: nadie había estado nunca en Uqbar. El índice general de la enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese nombre. Al día siguiente, Carlos Mastronardi (a quien yo había referido el asunto) advirtió en una librería de Corrientes y Talcahuano los negros y dorados lomos de la Anglo-American Cyclopaedía... Entró e interrogó el volumen XXVI. Naturalmente, no dio con el menor indicio de Uqbar.


II

Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos. En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses; muerto, no es siquiera el fantasma que ya era entonces. Era alto y desganado y su cansada barba rectangular había sido roja. Entiendo que era viudo, sin hijos. Cada tantos años iba a Inglaterra: a visitar (juzgo por unas fotografías que nos mostró) un reloj de sol y unos robles. Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. Solían ejercer un intercambio de libros y de periódicos; solían batirse al ajedrez, taciturnamente... Lo recuerdo en el corredor del hotel, con un libro de matemáticas en la mano, mirando a veces los colores irrecuperables del cielo. Una tarde, hablamos del sistema duodecimal de numeración (en el que doce se escribe 10). Ashe dijo que precisamente estaba trasladando no sé qué tablas duodecimales a sexagesimales (en las que sesenta se escribe 10). Agregó que ese trabajo le había sido encargado por un noruego: en Rio Grande do Sul. Ocho años que lo conocíamos y no había mencionado nunca su estadía en esa región... Hablamos de vida pastoril, de capangas, de la etimología brasilera de la palabra gaucho (que algunos viejos orientales todavía pronuncian gaúcho) y nada más se dijo -Dios me perdone- de funciones duodecimales. En setiembre de 1937 (no estábamos nosotros en el hotel) Herbert Ashe murió de la rotura de un aneurisma. Días antes, había recibido del Brasil un paquete sellado y certificado. Era un libro en octavo mayor. Ashe lo dejó en el bar, donde -meses después- lo encontré. Me puse a hojearlo y sentí un vértigo asombrado y ligero que no describiré, porque ésta no es la historia de mis emociones sino de Uqbar y Tlön y Orbis Tertius. En una noche del Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua en los cántaros; si esas puertas se abrieran, no sentiría lo que en esa tarde sentí. El libro estaba redactado en inglés y lo integraban 1001 páginas. En el amarillo lomo de cuero leí estas curiosas palabras que la falsa carátula repetía: A First Encyclopaedia of Tlön. vol. XI. Hlaer to Jangr. No había indicación de fecha ni de lugar. En la primera página y en una hoja de papel de seda que cubría una de las láminas en colores había estampado un óvalo azul con esta inscripción: Orbis Tertius. Hacía dos años que yo había descubierto en un tomo de cierta enciclopedia práctica una somera descripción de un falso país; ahora me deparaba el azar algo más precioso y más arduo. Ahora tenía en las manos un vasto fragmento metódico de la historia total de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica. Todo ello articulado, coherente, sin visible propósito doctrinal o tono paródico.

En el "onceno tomo" de que hablo hay alusiones a tomos ulteriores y precedentes. Néstor Ibarra, en un artículo ya clásico de la N. R. F., ha negado que existen esos aláteres; Ezequiel Martínez Estrada y Drieu La Rochelle han refutado, quizá victoriosamente, esa duda. El hecho es que hasta ahora las pesquisas más diligentes han sido estériles. En vano hemos desordenado las bibliotecas de las dos Américas y de Europa. Alfonso Reyes, harto de esas fatigas subalternas de índole policial, propone que entre todos acometamos la obra de reconstruir los muchos y macizos tomos que faltan: ex ungue leonem. Calcula, entre veras y burlas, que una generación de tlönistas puede bastar. Ese arriesgado cómputo nos retrae al problema fundamental: ¿Quiénes inventaron a Tlön? El plural es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor -de un infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia- ha sido descartada unánimemente. Se conjetura que este brave new world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras... dirigidos por un oscuro hombre de genio. Abundan individuos que dominan esas disciplinas diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaces de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático. Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor es infinitesimal. Al principio se creyó que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modo provisional. Básteme recordar que las contradicciones aparentes del Onceno Tomo son la piedra fundamental de la prueba de que existen los otros: tan lúcido y tan justo es el orden que se ha observado en él. Las revistas populares han divulgado, con perdonable exceso, la zoología y la topografía de Tlön; yo pienso que sus tigres transparentes y sus torres de sangre no merecen, tal vez, la continua atención de todos los hombres. Yo me atrevo a pedir unos minutos para su concepto del universo.

Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción. Ese dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo falso en Tlön. Las naciones de ese planeta son -congénitamente- idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje -la religión, las letras, la metafísica- presuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial. No hay sustantivos en la conjetural Ursprache de Tlön, de la que proceden los idiomas "actuales" y los dialectos: hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar. Surgió la luna sobre el río se dice hlör u fang axaxaxas mlö o sea en su orden: hacia arriba (upward) detrás duradero-fluir luneció. (Xul Solar traduce con brevedad: upa tras perfluyue lunó. Upward, behind the onstreaming it mooned.

Lo anterior se refiere a los idiomas del hemisferio austral. En los del hemisferio boreal (de cuya Ursprache hay muy pocos datos en el Onceno Tomo) la célula primordial no es el verbo, sino el adjetivo monosilábico. El sustantivo se forma por acumulación de adjetivos. No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo o anaranjado-tenue-de1 cielo o cualquier otra agregación. En el caso elegido la masa de adjetivos corresponde a un objeto real; el hecho es puramente fortuito. En la literatura de este hemisferio (como en el mundo subsistente de Meinong) abundan los objetos ideales, convocados y disueltos en un momento, según las necesidades poéticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad. Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño. Esos objetos de segundo grado pueden combinarse con otros; el proceso, mediante ciertas abreviaturas, es prácticamente infinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme palabra. Esta palabra integra un objeto poético creado por el autor. El hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos hace, paradójicamente, que sea interminable su número. Los idiomas del hemisferio boreal de Tlön poseen todos los nombres de las lenguas indoeuropeas y otros muchos más.

No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlön comprende una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas a ella. He dicho que los hombres de ese planeta conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión y del pensamiento; nadie comprendería en Tlön la yuxtaposición del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo -que es un sinónimo perfecto del cosmos-. Dicho sea con otras palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La percepción de una humareda en el horizonte y después del campo incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas.

Este monismo o idealismo total invalida la ciencia. Explicar (o juzgar) un hecho es unirlo a otro; esa vinculación, en Tlön, es un estado posterior del sujeto, que no puede afectar o iluminar el estado anterior. Todo estado mental es irreductible: el mero hecho de nombrarlo -id est, de clasificarlo- importa un falseo. De ello cabría deducir que no hay ciencias en Tlön -ni siquiera razonamientos. La paradójica verdad es que existen, en casi innumerable número. Con las filosofías acontece lo que acontece con los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que toda filosofía sea de antemano un juego dialéctico, una Philosophie des Als Ob, ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional. Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos. Hasta la frase "todos los aspectos" es rechazable, porque supone la imposible adición del instante presente y de los pretéritos. Tampoco es lícito el plural "los pretéritos", porque supone otra operación imposible... Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente.[2] Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo -y en ellas nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.

Entre las doctrinas de Tlön, ninguna ha merecido tanto escándalo como el materialismo. Algunos pensadores lo han formulado, con menos claridad que fervor, como quien adelanta una paradoja. Para facilitar el entendimiento de esa tesis inconcebible, un heresiarca del undécimo siglo[3] ideó el sofisma de las nueve monedas de cobre, cuyo renombre escandaloso equivale en Tlön al de las aporías eleáticas. De ese "razonamiento especioso" hay muchas versiones, que varían el número de monedas y el número de hallazgos; he aquí la más común:

“El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas de cobre. El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas, algo herrumbradas por la lluvia del miércoles. El viernes, Z descubre tres monedas en el camino. El viernes de mañana, X encuentra dos monedas en el corredor de su casa”. [El heresiarca quería deducir de esa historia la realidad -id est la continuidad- de las nueve monedas recuperadas.] “Es absurdo (afirmaba) imaginar que cuatro de las monedas no han existido entre el martes y el jueves, tres entre e1 martes y la tarde del viernes, dos entre el martes y la madrugada del viernes. Es lógico pensar que han existido -siquiera de algún modo secreto, de comprensión vedada a los hombres- en todos los momentos de esos tres plazos.”

El lenguaje de Tlön se resistía a formular esa paradoja; los más no la entendieron. Los defensores del sentido común se limitaron, al principio, a negar la veracidad de la anécdota. Repitieron que era una falacia verbal, basada en el empleo temerario de dos voces neológicas, no autorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento severo: los verbos encontrar y perder, que comportan una petición de principio, porque presuponen la identidad de las nueve primeras monedas y de las últimas. Recordaron que todo sustantivo (hombre, moneda, jueves, miércoles, lluvia) sólo tiene un valor metafórico. Denunciaron la pérfida circunstancia algo herrumbradas por la lluvia del miércoles, que presupone lo que se trata de demostrar: la persistencia de las cuatro monedas, entre el jueves y el martes. Explicaron que una cosa es igualdad y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum, o sea el caso hipotético de nueve hombres que en nueve sucesivas noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo -interrogaron- pretender que ese dolor es el mismo?[4] Dijeron que al heresiarca no lo movía sino el blasfematorio propósito de atribuir la divina categoría de ser a unas simples monedas y que a veces negaba la pluralidad y otras no. Argumentaron: si la igualdad comporta la identidad, habría que admitir asimismo que las nueve monedas son una sola.

Increíblemente, esas refutaciones no resultaron definitivas. A los cien años de enunciado el problema, un pensador no menos brillante que el heresiarca pero de tradición ortodoxa, formuló una hipótesis muy audaz. Esa conjetura feliz afirma que hay un solo sujeto, que ese sujeto indivisible es cada uno de los seres del universo y que éstos son los órganos y máscaras de la divinidad. X es Y y es Z. Z descubre tres monedas porque recuerda que se le perdieron a X; X encuentra dos en el corredor porque recuerda que han sido recuperadas las otras... El Onceno Tomo deja entender que tres razones capitales determinaron la victoria total de ese panteísmo idealista. La primera, el repudio del solipsismo; la segunda, la posibilidad de conservar la base psicológica de las ciencias; la tercera, la posibilidad de conservar el culto de los dioses. Schopenhauer (el apasionado y lúcido Schopenhauer) formula una doctrina muy parecida en el primer volumen de Parerga und Paralipomena.

La geometría de Tlön comprende dos disciplinas algo distintas: la visual y la táctil. La última corresponde a la nuestra y la subordinan a la primera. La base de la geometría visual es la superficie, no el punto. Esta geometría desconoce las paralelas y declara que el hombre que se desplaza modifica las formas que lo circundan. La base de su aritmética es la noción de números indefinidos. Acentúan la importancia de los conceptos de mayor y menor, que nuestros matemáticos simbolizan por > y por <. Afirman que la operación de contar modifica las cantidades y las convierte de indefinidas en definidas. El hecho de que varios individuos que cuentan una misma cantidad logran un resultado igual, es para los psicólogos un ejemplo de asociación de ideas o de buen ejercicio de la memoria. Ya sabemos que en Tlön el sujeto del conocimiento es uno y eterno. En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles -el Tao Te King y las 1001 Noches, digamos-, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres...

También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto.

Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad. No es infrecuente, en las regiones más antiguas de Tlön, la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz; la primera lo encuentra y no dice nada; la segunda encuentra un segundo lápiz no menos real, pero más ajustado a su expectativa. Esos objetos secundarios se llaman hrönir y son, aunque de forma desairada, un poco más largos. Hasta hace poco los hrönir fueron hijos casuales de la distracción y el olvido. Parece mentira que su metódica producción cuente apenas cien años, pero así lo declara el Onceno Tomo. Los primeros intentos fueron estériles. El modus operandí, sin embargo, merece recordación. El director de una de las cárceles del estado comunicó a los presos que en el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la libertad a quienes trajeran un hallazgo importante. Durante los meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas de lo que iban a hallar. Ese primer intento probó que la esperanza y la avidez pueden inhibir; una semana de trabajo con la pala y el pico no logró exhumar otro hrön que una rueda herrumbrada, de fecha posterior al experimento. Éste se mantuvo secreto y se repitió después en cuatro colegios. En tres fue casi total el fracaso; en el cuarto (cuyo director murió casualmente durante las primeras excavaciones) los discípulos exhumaron -o produjeron- una máscara de oro, una espada arcaica, dos o tres ánforas de barro y el verdinoso y mutilado torso de un rey con una inscripción en el pecho que no se ha logrado aún descifrar. Así se descubrió la improcedencia de testigos que conocieran la naturaleza experimental de la busca... Las investigaciones en masa producen objetos contradictorios; ahora se prefiere los trabajos individuales y casi improvisados. La metódica elaboración de hrönir (dice el Onceno Tomo) ha prestado servicios prodigiosos a los arqueólogos. Ha permitido interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora no es menos plástico y menos dócil que el porvenir. Hecho curioso: los hrönir de segundo y de tercer grado -los hrönir derivados de otro hrön, los hrönir derivados del hrön de un hrön- exageran las aberraciones del inicial; los de quinto son casi uniformes; los de noveno se confunden con los de segundo; en los de undécimo hay una pureza de líneas que los originales no tienen. El proceso es periódico: el hrön de duodécimo grado ya empieza a decaer. Más extraño y más puro que todo hrön es a veces el ur: la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la esperanza. La gran máscara de oro que he mencionado es un ilustre ejemplo.

Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.

Salto Oriental, 1940.



POSDATA DE 1947.

Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en la Antología de la literatura fantástica, 1940, sin otra escisión que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas.

En marzo de 1941 se descubrió una carta manuscrita de Gunnar Erfjord en un libro de Hinton que había sido de Herbert Ashe. El sobre tenía el sello postal de Ouro Preto, la carta elucidaba enteramente el misterio de Tlön. Su texto corrobora las hipótesis de Martínez Estrada. A principios del siglo XVII, en una noche de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una sociedad secreta y benévola (que entre sus afilados tuvo a Dalgarno y después a George Berkeley) surgió para inventar un país. En el vago programa inicial figuraban los "estudios herméticos", la filantropía y la cábala. De esa primera época data el curioso libro de Andreä. Al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis prematuras comprendieron que una generación no bastaba para articular un país. Resolvieron que cada uno de los maestros que la integraban eligiera un discípulo para la continuación de la obra. Esa disposición hereditaria prevaleció; después de un hiato de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. Hacia 1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afiliados conversa con el ascético millonario Ezra Buckley. Éste lo deja hablar con algún desdén -y se ríe de la modestia del proyecto. Le dice que en América es absurdo inventar un país y le propone la invención de un planeta. A esa gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo:[5] la de guardar en el silencio la empresa enorme. Circulaban entonces los veinte tomos de la Encyclopaedia Britannica; Buckley sugiere una enciclopedia metódica del planeta ilusorio. Les dejará sus cordilleras auríferas, sus ríos navegables, sus praderas holladas por el toro y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos y sus dólares, bajo una condición: "La obra no pactará con el impostor Jesucristo." Buckley descree de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo. Buckley es envenenado en Baton Rouge en 1828; en 1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos, el volumen final de la Primera Enciclopedia de Tlön. La edición es secreta: los cuarenta volúmenes que comprende (la obra más vasta que han acometido los hombres) serían la base de otra más minuciosa, redactada no ya en inglés, sino en alguna de las lenguas de Tlön. Esa revisión de un mundo ilusorio se llama provisoriamente Orbis Tertius y uno de sus modestos demiurgos fue Herbert Ashe, no sé si como agente de Gunnar Erfjord o como afiliado. Su recepción de un ejemplar del Onceno Tomo parece favorecer lo segundo. Pero ¿y los otros? Hacia 1942 arreciaron los hechos. Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros y me parece que algo sentí de su carácter premonitorio. Ocurrió en un departamento de la calle Laprida, frente a un claro y alto balcón que miraba el ocaso. La princesa de Faucigny Lucinge había recibido de Poitiers su vajilla de plata. Del vasto fondo de un cajón rubricado de sellos internacionales iban saliendo finas cosas inmóviles: platería de Utrecht y de París con dura fauna heráldica, un samovar. Entre ellas -con un perceptible y tenue temblor de pájaro dormido- latía misteriosamente una brújula. La princesa no la reconoció. La aguja azul anhelaba el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlön. Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real. Un azar que me inquieta hizo que yo también fuera testigo de la segunda. Ocurrió unos meses después, en la pulpería de un brasilero, en la Cuchilla Negra. Amorim y yo regresábamos de Sant'Anna. Una creciente del río Tacuarembó nos obligó a probar (y a sobrellevar) esa rudimentaria hospitalidad. El pulpero nos acomodó unos catres crujientes en una pieza grande, entorpecida de barriles y cueros. Nos acostamos, pero no nos dejó dormir hasta el alba la borrachera de un vecino invisible, que alternaba denuestos inextricables con rachas de milongas -más bien con rachas de una sola milonga. Como es de suponer, atribuimos a la fogosa caña del patrón ese griterío insistente... A la madrugada, el hombre estaba muerto en el corredor. La aspereza de la voz nos había engañado: era un muchacho joven. En el delirio se le habían caído del tirador unas cuantas monedas y un cono de metal reluciente, del diámetro de un dado. En vano un chico trató de recoger ese cono. Un hombre apenas acertó a levantarlo. Yo lo tuve en la palma de la mano algunos minutos: recuerdo que su peso era intolerable y que después de retirado el cono, la opresión perduró. También recuerdo el círculo preciso que me grabó en la carne. Esa evidencia de un objeto muy chico y a la vez pesadísimo dejaba una impresión desagradable de asco y de miedo. Un paisano propuso que lo tiraran al río correntoso. Amorim lo adquirió mediante unos pesos. Nadie sabía nada del muerto, salvo "que venía de la frontera". Esos conos pequeños y muy pesados (hechos de un metal que no es de este mundo) son imagen de la divinidad, en ciertas religiones de Tlön.

Aquí doy término a la parte personal de mi narración. Lo demás está en la memoria (cuando no en la esperanza o en el temor) de todos mis lectores. Básteme recordar o mencionar los hechos subsiguientes, con una mera brevedad de palabras que el cóncavo recuerdo general enriquecerá o ampliará. Hacia 1944 un investigador del diario The American (de Nashville, Tennessee) exhumó en una biblioteca de Memphis los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. Hasta el día de hoy se discute si ese descubrimiento fue casual o si lo consintieron los directores del todavía nebuloso Orbís Tertius. Es verosímil lo segundo. Algunos rasgos increíbles del Onceno Tomo (verbigracia, la multiplicación de los hrönir) han sido eliminados o atenuados en el ejemplar de Memphis; es razonable imaginar que esas tachaduras obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible con el mundo real. La diseminación de objetos de Tlön en diversos países complementaría ese plan... [6] El hecho es que la prensa internacional voceó infinitamente el "hallazgo". Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los Hombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Casi inmediatamente, la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden -el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo- para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas -traduzco: a leyes inhumanas- que no acabamos nunca de percibir. Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.

El contacto y el hábito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado en las escuelas el (conjetural) "idioma primitivo" de Tlön; ya la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores) ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre -ni siquiera que es falso. Han sido reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo que la biología y las matemáticas aguardan también su avatar... Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran, de aquí a cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön.

Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne.











En Ficciones (1941-1944)