viernes, junio 17, 2011

“Cima”, de Aciro Luménics







Suponemos que en algún lugar tangible existe aquella amada que resiste el canto amargo, apartándose otra vez, alejándose en la tarde… más y más. Suponemos que veremos pronto aquella luz sobre el ristre de sus labios, luz de alegre compañía, luz de embargo y senectud. Suponemos -adelante, quebrantados por el círculo de arena- que levanta el cuerpo y enciende el viaje hacia la noche burda. Suponemos que repite fórmulas de antaño, modelando arcillas, platinando sus cabellos con tal de arder una vez más, junto al fuego, junto a las cenizas. Suponemos que camina lento, que complace a quienes la rodean -o al revés-, que se embriaga en su propio llanto. Suponemos que recuerda -aunque no quiera- el oscuro grito que expresó de niña, ese grito ahogado que la enmudeció durante años. Suponemos que se acuesta sobre lanas crudas que interpelan su desnuda piel, provocándola, erizándola, inquietándola hasta el punto de querer dormir y no soñar. Suponemos que es así como ella aspecta sus felices y algarábicas tensiones: desde un silencio que la pugna de cariz; desde un resabio infame de certezas olvidadas de antemano.







en A Ultranza, 1969














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