miércoles, junio 18, 2025

«Carta abierta a un 'renacido'»,* de James Baldwin

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




Conocí a Martin Luther King Jr. antes de conocer a Andrew Young. Sé que Andy y yo nos conocimos gracias a Martin. Andy era, en mi opinión, y no porque él se describiera así, «la mano derecho» de Martin. Era presente – absolutamente presente. Vio lo que estaba pasando. Asumió la responsabilidad de saber lo que sabía y de ver lo que veía. Sólo he oído una vez a Andy intentar describirse a sí mismo: cuando intentó dejar en claro algo sobre mí a otra persona. Así que, una noche, supe lo que significaba el ministerio cristiano para él. Permítanme explicarlo un poco.

El texto proviene del Nuevo Testamento, Mateo 25:40: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis».

Me encuentro en la difícil y nada aburrida situación de tener noticias que dar a Occidente – por ejemplo: negro no es sinónimo de esclavo. Les aconsejo que no intenten defenderse de este mensaje impactante, engorroso e indeseado. Lo volverán a escuchar: de hecho, este es el único mensaje que probablemente escuchará Occidente de ahora en adelante.

Lo expreso de esta manera un tanto astringente porque es necesario, y porque hablo, ahora, como nieto de un esclavo, descendiente directo de alguien que se convirtió al cristianismo. «Mi conversión», como dice Countee Cullen, «tuvo un alto precio / pertenezco a Jesucristo». También hablo como exministro del Evangelio y, por lo tanto, como uno de los renacidos. Recibí instrucciones de alimentar al hambriento, vestir al desnudo y visitar a los presos. Lejos estoy de mi juventud y de la casa de mi padre, pero no he olvidado estas instrucciones, por lo que ruego que mi alma nunca las olvide. Quienes hoy se llaman «renacidos» simplemente se han convertido en miembros del club privado más rico y exclusivo del mundo, un club al que el hombre de Galilea ni siquiera podía aspirar a entrar. Menos desearlo.

«De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis». Son palabras duras. Es difícil vivir con ellas. Es una descripción despiadada de la responsabilidad que tenemos entre nosotros. Es bajo esa dura luz que uno toma una decisión que es moral. De que Occidente ha olvidado que existe la decisión moral, dan testimonio mi historia, mi carne y mi alma. Y así, si me permiten decirlo, es el aprieto en el que el más célebre cristiano renacido del mundo ha logrado meter al señor Andrew Young.

No insistiremos en la verdad obvia de que lo que Occidente llama una crisis «energética» disfraza con torpeza lo que ocurre cuando ya no se pueden controlar los mercados, estás encadenado a las colonias (en lugar de que sea al revés), se están quedando sin esclavos (ni confiar en los que crees que aún te pertenecen), no se puede, tras una reflexión rigurosamente sobria, enviar a los Marines o a la Royal Navy a ninguna parte o arriesgarse a una guerra global, no tienes aliados –sólo socios comerciales o «satélites»– y has roto todas las promesas que se han hecho alguna vez, en cualquier lugar y a cualquier persona. Sé de lo que hablo: mi abuelo nunca recibió las «cuarenta hectáreas y una mula» prometidas; los nativos que sobrevivieron ese holocausto están en reservas o muriendo en las calles, y ni un solo tratado entre Estados Unidos y los nativos se cumplió jamás. Eso es todo un récord.

Los judíos y los palestinos saben de promesas incumplidas. Desde la Declaración Balfour (durante la Primera Guerra Mundial), Palestina estuvo bajo cinco mandatos británicos, e Inglaterra prometió la tierra a los árabes o a los judíos, según quién pareciera llevar la delantera. Los sionistas —a diferencia de los judíos—, utilizando, como alguien lo expresó, la «maquinaria política disponible», es decir, el colonialismo, por ejemplo, el Imperio Británico mismo, prometieron a los británicos que, si les entregaban el territorio, el imperio estaría a salvo para siempre.

Pero a nadie le importaban los judíos, y cabe destacar que los sionistas no judíos suelen ser antisemitas. Los estadounidenses blancos responsables de enviar esclavos negros a Liberia (donde aún trabajan para la plantación de caucho Firestone) no lo hicieron para liberarlos. Los despreciaban y querían deshacerse de ellos. La intención de Lincoln no era «liberar» a los esclavos, sino «desestabilizar» al gobierno confederado dándoles motivos para «desertar». La Proclamación de Emancipación liberó, justamente, a los esclavos que no estaban bajo el control del Presidente de una entidad que aún no podía garantizar la existencia de la Unión.

Siempre me ha asombrado que nadie parezca capaz de establecer la conexión entre la España de Franco, por ejemplo, y la Inquisición española; el papel de la Iglesia –o, para ser brutalmente preciso, la Iglesia Católica– en la historia de Europa y el destino de los judíos; y el papel de los judíos en la cristiandad y el descubrimiento de América. Pues el descubrimiento de América coincidió con la Inquisición y la expulsión de los judíos de España. ¿Acaso nadie ve la conexión entre El mercader de Venecia y El prestamista? En ambas obras, como si no hubiera pasado el tiempo, se retrata al judío haciendo el trabajo sucio y usurero del cristiano. El primer hombre blanco que vi fue el administrador judío que llegó a cobrar la renta, y la cobraba porque no era el dueño del edificio. De hecho, nunca vi a ninguno de los dueños de los edificios en los que fregamos y sufrimos durante tanto tiempo, hasta que fui adulto y famoso. Ninguno de ellos era judío. 

Y yo no era estúpido: el del almacén y el farmacéutico eran judíos, por ejemplo, y fueron muy pero muy amables conmigo y con nosotros. Los policías eran blancos. La ciudad era blanca. La amenaza era blanca, y Dios era blanco. Ni por un instante de mi vida resonó la despreciable y absolutamente cobarde acusación de que «los judíos mataron a Cristo». Reconocía a un asesino cuando lo veía, y los que intentaban matarme no eran judíos.

Pero el Estado de Israel no se creó para la salvación de los judíos, sino para la salvación de los intereses de Occidente. Esto es lo que queda claro (debo decir que siempre lo tuve claro). Los palestinos han estado pagando las consecuencias de la política colonial británica de «divide y vencerás» y de la conciencia cristiana culpable de Europa durante más de treinta años.

Finalmente: no hay absolutamente —repito: absolutamente— esperanza alguna de establecer la paz en lo que Europa llama con tanta arrogancia Oriente Medio (¿cómo iba a saberlo Europa, tras haber fracasado tan estrepitosamente en encontrar un paso hacia la India?) sin negociar con los palestinos. La caída del Sha de Irán no solo reveló la profunda preocupación del piadoso Carter por los «derechos humanos», sino que también reveló quién suministraba petróleo a Israel y a quién suministraba armas. Resultó ser, para decirlo claramente, la Sudáfrica blanca [del Apartheid].

Bueno. Un judío, en Estados Unidos, es un hombre blanco. Tiene que serlo, ya que yo soy negro y, como supone, su única protección contra el destino que lo llevó a Estados Unidos. Pero sigue haciendo el trabajo sucio de los cristianos, y los hombres negros lo saben.

Mi amigo, el Sr. Andrew Young, con un gran amor y coraje, y con una nobleza silenciosa, irreprochable e indescriptible, ha intentado evitar un holocausto; yo lo proclamo héroe, traicionado por cobardes.



en The Nation, 29 de septiembre de 1979








* Renacido (Born-again en inglés) refiere a una experiencia de conversión religiosa profunda y transformadora, típica del cristianismo evangélico protestante, central en la comunidad afroamericana post-esclavitud, donde el individuo 'nace de nuevo' al aceptar a Jesucristo como salvador.










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