miércoles, enero 31, 2007

“Manifiesto de la Antropofagia”, de Oswald de Andrade





- Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.

- Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz.

- Tupi, or not tupi, that is the question.

- Contra todas las catequesis. Y contra la madre de los Gracos.

- Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago.

- Estamos cansados de todos los maridos católicos sospechosos en situación dramática. Freud puso fin al enigma mujer y a otros temores de la psicología impresa.

- Lo que obstaculizaba la verdad era la ropa, el impermeable entre el mundo interior y el mundo exterior. La reacción en contra del hombre vestido. El cine americano informará.

- Hijos del sol, madre de los vivientes. Encontrados y amados ferozmente, con toda la hipocresía de la nostalgia, por los inmigrados, por los traficados y por los turistas. En el país de la gran serpiente.

- Fue porque nunca tuvimos gramáticas, ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental. Perezosos en el mapamundi del Brasil.

- Una conciencia participante, una rítmica religiosa.

- Contra todos los importadores de conciencia enlatada. La existencia palpable de la vida. Y la mentalidad pre-lógica para que la estudie el señor Lévy-Bruhl.

- Queremos la Revolución Caraíba. Más grande que la Revolución Francesa. La unificación de todas las revueltas eficaces en la dirección del hombre. Sin nosotros Europa no tendría siquiera su pobre declaración de los derechos del hombre.

- La edad de oro anunciada por la América. La edad de oro. Y todas las girls.

- Filiación. El contacto con el Brasil Caraiba. Ori Villegaignon print terre. Montaigne. El hombre natural. Rousseau. De la Revolución Francesa al Romanticismo, a la Revolución Bolchevique, a la Revolución Surrealista y al bárbaro tecnificado de Keyserling. Caminamos…

- Nunca fuimos catequizados. Vivimos a través de un derecho sonámbulo. Hicimos nacer a Cristo en Bahía. O en Belén del Pará.

- Pero nunca admitimos el nacimiento de la lógica entre nosotros.

- Contra el Padre Vieira. Autor de nuestro primer préstamo, para ganar su comisión.

- El rey analfabeto le había dicho: ponga eso en el papel pero sin mucha labia. El préstamo se hizo. Se gravó el azúcar brasilero. Vieira dejó el dinero en Portugal y nos trajo la labia.

- El espíritu se rehúsa a concebir el espíritu sin el cuerpo. El antropomorfismo. Necesidad de la vacuna antropófaga. Para el equilibrio contra las religiones del meridiano. Y las inquisiciones exteriores.

- Sólo podemos atender al mundo orecular.

- Teníamos la justicia codificación de la venganza. La ciencia codificación de la Magia. Antropofagia. La transformación permanente del Tabú en tótem.

- Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop del pensamiento que es dinámico. El individuo víctima del sistema. Fuente de las injusticias clásicas. De las injusticias románticas. Y el olvido de las conquistas interiores.

- Rutas. Rutas. Rutas. Rutas. Rutas. Rutas. Rutas.

- El instinto Caraíba.

- Muerte y vida de las hipótesis. De la ecuación yo parte del Cosmos al axioma Cosmos parte del yo. Subsistencia. Conocimiento. Antropofagia.

- Contra de las élites vegetales. En comunicación con el suelo.

- Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue Carnaval. El indio vestido como senador del Imperio. Fingiendo ser Pitt. O apareciendo en las óperas de Alencar lleno de buenos sentimientos portugueses.

- Ya teníamos el comunismo. Ya teníamos la lengua surrealista. La edad de oro.

- Catiti Catiti Imara Notiá Notiá Imara Ipejú

- La magia y la vida. Teníamos la relación y la distribución de los bienes físicos, de los bienes morales, de los bienes merecidos. Y sabíamos transponer el misterio y la muerte con la ayuda de algunas formas gramaticales.

- Pregunté a un hombre lo que era el Derecho. Él me respondió que era la garantía del ejercicio de la posibilidad. Ese hombre se llamaba Galli Mathias. Lo devoré.

- Sólo no hay determinismo donde hay misterio. ¿Pero qué nos importa eso?

- Contra las historias del hombre que empiezan en el Cabo Finisterra. El mundo no datado. No rubricado. Sin Napoleón. Sin César.

- La fijación del progreso por medio de catálogos y televisores. Sólo la maquinaria. Y los transfusores de sangre.

- Contra la sublimaciones antagónicas. Traídas en las carabelas.

- Contra la verdad de los pueblos misioneros, definida por la sagacidad de un antropófago, el Visconde de Cairú: - Es mentira muchas veces repetida.

- Pero no fueron cruzados los que vinieron. Fueron fugitivos de una civilización que estamos devorando, porque somos fuertes y vengativos como el Jabutí.

- Si Dios es la conciencia del Universo Increado, Guarací es la madre de los vivientes. Jací es la madre de los vegetales.

- No tuvimos especulación. Pero teníamos la adivinación. Teníamos Política que es la ciencia de la distribución. Y un sistema social planetario.

- Las migraciones. La fuga de los estados tediosos. Contra las esclerosis urbanas. Contra los Conservatorios y el tedio especulativo.

- De William James a Voronoff. La transfiguración del Tabú en tótem. Antropofagia.

- El pater familias y la creación de la Moral de la Cigüeña: Ignorancia real de las cosas + habla de imaginación + sentimiento de autoridad ante la prole curiosa.

- Es necesario partir de un profundo ateísmo para llegar a la idea de Dios. Pero la Caraíba no lo necesitaba. Porque tenía a Guarací.

- El objetivo creado reacciona con los Ángeles de la Caída. Después Moisés divaga. ¿Pero qué nos importa eso?

- Antes de que los portugueses descubrieran al Brasil, Brasil había descubierto la felicidad.

- Contra el indio de antorcha. El indio hijo de María, ahijado de Catalina de Médicis y yerno de D. Antonio de Mariz.

- La alegría es la prueba del nueve.

- En el matriarcado de Pindorama.

- Contra la Memoria fuente de la costumbre. La experiencia personal renovada.

- Somos concretistas. Las ideas se apoderan, reaccionan, queman gentes en las plazas públicas. Suprimamos las ideas y las otras parálisis. Por las rutas. Creer en las señales, creer en los instrumentos y en las estrellas.

- Contra Goethe, la madre de los Gracos, y la Corte de D. Juan VI.

- La alegría es la prueba del nueve.

- La lucha entre lo que se llamaría Increado y la Criatura – ilustrada por la contradicción permanente entre el hombre y su Tabú. El amor cotidiano y el modus vivendi capitalista. Antropofagia. Absorción del enemigo sacro. Para transformarlo en tótem. La humana aventura. La terrenal finalidad. Pero, sólo la puras élites consiguieron realizar la antropofagia carnal, que trae en sí el más alto sentido de la vida y evita todos los males identificados por Freud, males catequistas. Lo que sucede no es una sublimación del instinto sexual. Es la escala termométrica del instinto antropófago. De carnal, él se vuelve electivo y crea la amistad. Afectivo, el amor. Especulativo, la ciencia. Se desvía y se transfiere. Llegamos al envilecimiento. La baja antropofagia aglomerada en los pecados del catecismo – la envidia, la usura, la calumnia, el asesinato. Plaga de los llamados pueblos cultos y cristianizados, es en contra de ella que estamos actuando. Antropófagos.

- Contra Anchieta cantando las once mil vírgenes del cielo, en la tierra de Iracema, - el patriarca João Ramalho fundador de São Paulo.

- Nuestra independencia aún no ha sido proclamada. Frase típica de D. Juan VI: - Hijo mío ¡pon esa corona en tu cabeza, antes que algún aventurero lo haga! Expulsamos la dinastía. Es necesario expulsar el espíritu de Bragança, las ordenaciones y el rapé de María de la Fuente.

- Contra la realidad social, vestida y opresora, catastrada por Freud – la realidad sin complejos, sin locura, sin prostituciones y sin las prisiones del matriarcado de Pindorama.





Piratininga, 1928
Año 374 de deglución del Obispo Sardinha





martes, enero 30, 2007

“Borges en la trampa”, de Marino Baeza



Intelectuales de nota, escritores que muy a menudo nos deleitan con los frutos de su imaginación o con las galas de su estilo, suelen provocarnos también dolores de estómago cuando exhiben un desaprovechamiento tan cabal de las dotes de que gozan, cuando se muestran como seres fuera del tiempo en que viven.

Con motivo del Año Nuevo, el diario “Clarín” de Buenos Aires, hizo una encuesta entre escritores argentinos muy conocidos y distinguidos, acerca de lo que será 1971, este nuevo período que hemos empezado a vivir. Dos autores, Juan José Manauta y Marta Lynch, abordaron la realidad cultural y política con valor, la realidad argentina y la realidad mundial. “En lo nacional (dijo Manauta) espero que el pueblo argentino se una para derrotar la dictadura”. Marta Lynch, por su parte, pronostica que “el proceso de liberación de los pueblos de Latinoamérica no lo para nadie, gracias a Dios. Ni la OEA, ni la SIP, ni la SAP, ni el Pentágono, ni la policía”.

Jorge Luis Borges pone la nota languidecente y reaccionaria cuando cae en esa trampa tan corriente que consiste en dividir el mundo en Oriente y Occidente y se muestra, ¡cómo no!, partidario de Occidente. “En el orden internacional (declara a “Clarín”), creo que hay un estado de guerra entre Occidente y el comunismo. Estoy resueltamente a favor de la cultura occidental”.

Es verdad que hay una guerra de agresión de los Estados Unidos a Vietnam, pero pensar que ella cae dentro del fácil esquema Oriente y Occidente parece notoriamente ingenuo. También hay otra guerra de agresión en el Oriente Medio, en la que Israel se ha apoderado de territorios de los países árabes. Tampoco es una guerra de Oriente y Occidente. Cuando Borges declara su adhesión a la cultura occidental ¿quiere decir que, como su colega norteamericano John Steinbeck, es partidario de aplastar a los vietnamitas, o en el caso de Oriente Medio, de masacrar, como se hace efectivamente, a la tierra Palestina y demás países árabes? ¿No repara el autor argentino que, en este caso, la llamada cultura occidental se traduce en crueles bombardeos, en ataques bacteriológicos, en destrucción de ciudades y pueblos con preferencia de escuelas y hospitales, en el empleo del napalm, en masacres de aldeas, cuyos habitantes fueron indiscriminadamente pasados a cuchillo como My Lay? ¿Podría creerse que un poeta de la sensibilidad de Jorge Luis Borges apoya todo eso?

Otros poetas, como el mexicano Enrique González Martínez, vieron la falsedad del esquema de una contradicción insalvable entre Oriente y Occidente, y la expresaron en versos inolvidables:


¿Por qué dices Oriente y Occidente,
por qué bifurcas la esperanza humana
si corre el mar desde la misma fuente?



en “Las Noticias de la Última Hora”, 7 de enero, 1971









Nota Descontexto: A pesar de los 36 años de la nota, asusta (e indigna) su presente actualidad.









lunes, enero 29, 2007

"Inmortal Afrodita", de Safo





Inmortal Afrodita de colorido trono,
hija de Zeus, artificiosa, te suplico
que no sometas a infortunios ni dolores,
oh Soberana, mi corazón.

Y ven, como otras veces
que abandonaste la casa de tu padre
cuando a lo lejos mi voz oías,
luego que tu dorada

carroza preparabas: te conducían hermosas
ágiles aves cruzando la tierra oscura,
batiendo fuertemente sus alas en medio
de los cielos y del éter.

De inmediato llegaban.
Y tú, dichosa, con tu rostro inmortal sonriendo,
preguntabas con qué sentimiento ahora sufría,
la causa porque te invocaba,

qué anhelaba por sobre todo
mi enloquecido ser: "¿A quién deseas ahora
que mi persuasión atraiga hacia tu amor?
¿Quién, oh Safo, te atormenta?

Haré que pronto te siga, si te huye;
que si tus regalos rechaza, él te los ofrezca,
y que de inmediato te ame, si no ama,
aunque no lo desee".



domingo, enero 28, 2007

«Angustia», de Stéphane Mallarmé

Traducción de Juan Carlos Villavicencio





No vengo esta noche a vencer tu cuerpo, oh bestia
en quien van los pecados de un pueblo, ni a cavar
en tus cabellos impuros una triste tempestad
bajo el incurable hastío que derrama mi beso:

Pido a tu lecho el pesado dormir sin sueños
que se cierne bajo las desconocidas cortinas del remordimiento
y que puedes degustar tras tus negras mentiras,
tú que de la nada sabes más que los muertos.

Pues el Vicio, al roer mi nativa nobleza,
me ha marcado como a ti con su esterilidad,
pero mientras tu seno de piedra está habitado

por un corazón al que el diente de ningún crimen hiere
yo huyo, pálido, derrotado, obsesionado por mi sudario
con miedo a morir cuando me acuesto solo.






Retrato de Mallarmé por Paul Gauguin











ANGOISSE
(Tournon, febrero 1864.)

Es bajo el título «A une putain» («A una puta») que se encuentra este soneto en un manuscrito sin fecha en la Biblioteca Jacques Doucet, como también en un texto casi idéntico en el Manuscrit Aubanel. Es bajo este título que lo conocieron primeramente los amigos del autor. En marzo 1864, Henri Cazalis le escribía:

«Si no hubiera prestado tus versos a Armand Renaud, quien me ha suplicado dejárselos por un tiempo, hoy te hablaría mucho de ellos. Ellos merecen una larga, una muy larga discusión, que la reservo para mi próxima carta. Los versos a una puta son, creo yo, unos sin falta: hay un verso sublime: Toi qui sur le néant en sois plus que les morts (Tú que sobre la nada sabes más que los muertos); hay quizás otros, pero no me acuerdo sino de ése».

El 15 de abril 1864, Eugène Lefébure le escribía:
«Lo que me golpea más en sus versos retumbantes y sombríos, es una singular potencia de concentración. Es probable que las causas se remonten muy lejos en su vida y que ellas hayan ido a parar como corolario al spleen que hace su fuerza como poeta y su dolor como hombre… Pienso sobre todo en su soneto a una puta, una verdadera obra maestra que contiene un pozo de dolor».

El soneto apareció en el Parnasse Contemporain (del 12 mayo 1866) bajo el título «A celle qui est tranquille» («A la que es tranquila»), en evidente imitación de «A celle qui est trop gaie» («A la que es demasiado alegre») de Baudelaire, como debió también serlo, en otra entrega del Parnasse Contemporain, el título de E. des Essarts, «A celle qui est trop loin» («A la que está demasiado lejos»).

El soneto de Mallarmé reapareció, bajo el mismo título, veinte años más tarde, en la Basoche de septiembre 1885.

En seguida, para «desbaudelairizar» sus obras, Mallarmé renunció a este título y lo sustituyó por el de «Angoisse» («Angustia»), bajo el cual figura este soneto en la edición de Poésies (Revue Indépendante, 1887) y en las ediciones siguientes. Es de notar que en el Parnasse Contemporain de 1866 figura bajo este título un soneto de Verlaine, que titulado «l’Angoisse», toma lugar, el año siguiente, en la colección de Poëmes Saturniens. Es el poema que empieza como Nature, rien de toi ne m’emeut, ni les champs… (Naturaleza, nada tuyo me conmueve, ni los campos…)


Extraído de Mallarmé: Œuvres complètes, «Notes et Variantes», 
Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, 1945 (reimp. 1984.), p. 1426.





Traducción de esta nota a cargo de Miguel Muñoz





















sábado, enero 27, 2007

"El mundo según Cheever", de Rodrigo Fresán

Fragmentos de la introducción del autor a La geometría del amor de John Cheever
(Emecé Editores, Barcelona, 2002)





Existe, claro, un Cheever Country, un territorio inequívocamente cheeveriano. En ese paisaje que se extiende desde Nueva Inglaterra (cuna y sepulcro de la familia Wapshot de sus dos primeras novelas), pasa por la Manhattan de los años treinta y cuarenta y, a partir de los cincuenta, deja la Gran Ciudad para instalarse en suburbios residenciales que pueden llamarse Shady Hill, Bullet Park o Proxmire Manor, con la escapada de rigueur a Europa; Italia en especial. El mundo según Cheever –el mundo que se alza al otro lado de las puertas para siempre cerradas del Paraíso- es el mundo de hombres y mujeres urbanos y suburbanos. Un mundo donde puede vislumbrarse– a través del lente ambarino de un vaso con whisky hasta el filo de sus bordes– ¡El horror! ¡El horror! conradiano instalado bajo la superficie aparentemente tranquila de una piscina bajo la luz de la luna. Personajes siempre en fuga-ladrones, voyeurs, alcohólicos, adictos, habitantes de la noche como una inmensa habitación vacía- pero que de algún modo se las arreglan para mantener cierta extraña pureza y una rara forma de santidad. Cheever podía ver en la aparente banalidad de sus personajes, en su follaje absurdo e impertinente, las raíces secretas pero tangibles de antiguos mitos y de arquetipos inmemoriales («La forma más sencilla de comprender nuestro tiempo es a través de las antiguas mitologías», aseguró); de ahí que, a menudo, la desmesurada crónica de una pequeña infamia culmine con el estruendo de gloria épica: a [...] después oscurece; en una noche así, los reyes de áureas vestiduras atraviesan las montañas cabalgando sus elefantes».

Y nosotros cabalgamos con ellos. Y somos personas un poco mejores -o un poco más afortunadas-de lo que éramos hasta entonces.


Contar el cuento

A menudo al Cheever novelista se le reprocha -o se le reprochaba- la estructura invertebrada de sus novelas. Se las considera torpes e imperfectas sucesiones de relatos breves en busca de una dirección y un sentido. No es cierto, claro. Pero sí es cierto que Cheever será recordado más por sus ficciones breves y también es cierto que los mismos detractores de su forma no dudaron en celebrar la publicación de The Stories of John Cheever señalando que, probablemente, se tratara de una de las encarnaciones más próximas al fantasma siempre inasible de la gran novela americana. A Cheever, en público, el asunto nunca le preocupó demasiado, y en privado -en sus Diarios- el asunto le preocupaba demasiado. Hoy, la idea atómica de la novela propuesta por Cheever no sólo es celebrada en sus ficciones sino imitada in aeternum en ficciones ajenas. A modo de curiosidad reveladora, basta inspeccionar el programa propuesto por Cheever para sus alumnos en su breve y accidentado paso por lowa University. Lo primero que Cheever pedía era la escritura de un diario que abarcase por lo menos una semana y en el que aparecieran registradas todas las experiencias. Sentimientos, sueños, orgasmos, ajustadas descripciones de la ropa holgada que estaba de moda y de los colores de las botellas vacías o a vaciar. El segundo paso consistía en la escritura de un cuento en el que siete personas o paisajes que aparentemente no tuvieran nada que ver aparecieran inevitable y profundamente relacionados entre sí. El tercer paso -y ésta era su asignatura favorita- era el de redactar una carta de amor como si se la estuviera escribiendo desde un edificio en llamas. «Un ejercicio que nunca falla», aseguraba.

«Un cuento o un relato es aquello que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras esperas que te saquen una muela. El cuento corto tiene en la vida, me parece a mí, una gran función. Es, también, en un sentido muy especial, un eficaz bálsamo para el dolor: en un telesilla que te lleva a la pista de esquí y que se queda atascado a mitad de camino, en un bote que se hunde, frente a un doctor que mira fijo tus radiografías... Pasamos el tiempo esperando una contraorden para nuestra muerte y cuando no tienes tiempo suficiente para una novela, bueno, ahí está el cuento corto. Estoy muy seguro de que, en el momento exacto de la muerte, uno se cuenta a sí mismo un cuento y no una novela», dijo y -en «Why I Write Short Stories», ensayo especialmente escrito para la revista Newsweek con motivo de la publicación y éxito de Cuentos y relatos- precisa: «¿Quién lee cuentos?, uno se pregunta, y me gusta pensar que los leen hombres y mujeres en salas de espera; que los leen en viajes aéreos transcontinentales en lugar de ver películas banales y vulgares para matar el tiempo; que los leen hombres y mujeres sagaces y bien informados quienes parecen sentir que la ficción narrativa bien puede contribuir a nuestra comprensión de unos y otros y, algunas veces, del confuso mundo que nos rodea. La novela, en toda su grandeza, exige, al menos, algún conocimiento de las unidades clásicas, que preservan ese lazo misterioso entre la estética y la moral; pero que esta antigüedad inexorable excluyera la novedad en nuestras formas de vida sería lamentable. Algunos conocemos esta novedad a través de La guerra de las galaxias, otros a través de la melancolía que sigue al error cometido por un jugador que no batea en las últimas entradas de un partido de béisbol. En la búsqueda de esta novedad, la pintura contemporánea parece haber perdido el lenguaje del paisaje y-mucho más importante- del desnudo. La música moderna se ha separado de aquellos ritmos profundamente enraizados en nuestra memoria, pero la literatura aún posee la narrativa -el cuento- y uno defendería esto con la propia vida. En los cuentos de mis estimados colegas -y en algunos míos- encuentro esas casas de verano alquiladas, esos amores de una noche, y esos lazos extraviados que desconciertan la estética tradicional. No somos nómadas, pero -sin embargo- subsiste más que una insinuación en el espíritu de nuestro gran país, y el cuento es la literatura del nómada».

Y el cuento es la literatura del expulsado.


Una visión del mundo

En una carta a George W Hunt, John Cheever cuenta que «se me ha diagnosticado Gran Mal o lo que solía conocerse como epilepsia. Cuando se me pregunta acerca del "aura" que precede a mis ataques creo vislumbrarla imagen de un obispo caminando por una playa en Nantucket bendiciéndome en un idioma que parece haber sido olvidado para siempre. Esto es lo último que recuerdo antes de proceder a morder la alfombra oriental de mi abuela y despertar, más tarde, en la sala de emergencias del hospital. No pienso que esto sea prueba de mi genio o de mi locura pero sí que tanto uno como otra son, a menudo, no deseados por mí. Aquí termina nuestra lección de hoy».

En 1971, en un apunte de sus Diarios, puede leerse: «Bebo ginebra y releo algunos de mis cuentos. Existe el peligro de repetirse. Mientras paseaba por el bosque, oí a un hombre que gritaba: "¡Amor! ¡Valor! ¡Compasión! ". De pie sobre una roca, gritaba los nombres de las virtudes sin tener a nadie que lo escuchara. Debía de estar loco. El problema es que esa escena la escribí hace diez años. Oh-oh».

«Una visión del mundo» es, seguro, la mejor de las muchas epifanías escritas por Cheever, uno de sus más grandes logros en la crítica de los ritos perversos de la vida moderna y de su entorno, y una demostración de la maestría de su técnica y de su prosa (lo que el escritor John Gardner definió como «esa voz de Cheever para escribir cantando») a la hora de sostener una trama compuesta íntegramente por sueños («Tengo sueños de una densidad que me gustaría poder trasladar a mis ficciones», desea en sus Diarios) y percepciones del universo hasta construir una suerte de plegaria donde la lluvia (el agua) vuelve a presentarse como agente redentor. Otra vez –como en tantos cuentos del autor– aparece el motivo expulsión del paraíso/apocalipsis suburbano/revelación, pero me parece que ésta es la versión más lograda y definitiva y un cierre más que apropiado para esta antología. Aquí, más que en ninguna parte, se hace evidente el mandato que Cheever se impuso para su vida de escritor y que aparece con emocionante claridad en sus Diarios: «Escribir bien, con pasión, con menos inhibiciones, ser más cálido, más autocrítico, reconocer el poder de la lujuria tanto como su fuerza, escribir, amar. (...J No disimular nada ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad, escribir sobre mi torpeza sexual, el sufrimiento de Tántalo, la magnitud de mi desaliento –creo entreverlo en sueños–, mi desesperación. Escribir sobre los necios sufrimientos de la angustia, la renovación de nuestras fuerzas cuando aquéllos pasan; escribir sobre la penosa búsqueda del yo, amenazado por un extraño en la oficina de correo, un rostro apenas entrevisto en la ventanilla de un tren; escribir sobre los continentes y las poblaciones de nuestros sueños, sobre el amor y la muerte, el bien y el mal, el fin del mundo.

Sea.


viernes, enero 26, 2007

"Epitafios de la guerra", de Rudyard Kipling

Extractos


UN SIRVIENTE

Estábamos juntos desde que la Guerra comenzó. Él era mi sirviente —y el mejor de los dos.


UN HIJO

Mataron a mi hijo mientras de alguna broma se reía. Me hubiera gustado saber qué era,
pues tal vez pueda servirme el día en que las bromas sean pocas.


HINDÚ CIPAYO EN FRANCIA

Este hombre en su propia tierra rezaba no sabemos a qué Poderes.
Nosotros le rezamos para pagarle por su bravura en la nuestra.


PELÍCANOS EN EL DESIERTO

Una tumba cerca de Halfa

La arena levantada sobre mí se amontona,
que ninguno pueda saber donde yazgo
para que mis hijos se aflijan...
Oh alas que baten al alba, devolved
del desierto a vuestro joven en la víspera.


DOS CONMEMORACIONES CANADIENSES

I

Damos todo lo que ganamos, todo.
Nadie se lamenta por nosotros o nos elogia. Sólo en todas las cosas recuerdan,
es el Miedo, no la Muerte, lo que mata.

II

De pequeñas ciudades en tierras lejanas llegamos,
a salvar nuestro honor y un mundo en llamas.
En pequeñas ciudades de tierras lejanas dormimos;
y confiamos en el mundo que ganamos para que tú lo mantengas.


R. A. F. (DE DIECIOCHO AÑOS)

Riendo a través de las nubes, todavía sus dientes de leche sin caer,
ciudades y hombres con violencia golpeó desde lo alto.
Sus muertes salvó, ha vuelto al juego
de los niños, con cosas de niños ahora abandonadas.


EL HOMBRE REFINADO

Era de espíritu delicado. Por mis necesidades me aparté
desdeñando los comunes oficios. Fui visto desde lejos y fui muerto...
¿Cómo entiende esto la alegría? Dejad que sea cada hombre juzgado por sus acciones.
He pagado el precio por vivir conmigo en los términos que yo he querido.


EL REBELDE

Si había reclamado ante Vuestra Puerta Vida sobre la Tierra,
y, escondido entre las almas que esperan, fui arrojado de repente al nacimiento
incluso entonces, entonces incluso, con trampas y cepos en mi camino esparcidos,
Señor, me he burlado de Vuestros atentos cuidados antes de unirme a la Muerte.
¿Pero ahora? ...Bajo Vuestra Mano estaba antes aún de que los planetas se formaran.
Y ahora —aunque los planetas pasen—, permanezco en donde sé de Vuestra vergüenza.


ALGUIEN QUE DEJÓ TARENTO

Desde el viento frío del Norte con barco y compañeros descendió, en busca de los huevos de la muerte depositados en cascarones invisibles. Encontraron muchos que tomaron en su viaje y llevaron adelante. La pesquería de repente fue pasto de las llamas y un suspiro clamoroso llegaba al ojo de las gaviotas hambrientas.


ACTORES

En una lápida conmemorativa en la Iglesia de la Santísima Trinidad,
Stratford-on-Avon.

Una vez fingimos para deleite vuestro,
alegría y tristeza de los hombres: pero nuestro día ha pasado.
Rogamos sus disculpas dondequiera que en un momento hayamos caído-
viendo que vuestros servidores hemos sido hasta este fin.





1914-1918


jueves, enero 25, 2007

“Mi colega”, de Charles Bukowski




Para ser un chico de 21 años en Nueva Orleans
yo no valía mucho la pena.
Tenía una pequeña habitación que olía a meados y muerte,
pero quería estar allí,
y habían dos adorables chicas al final del vestíbulo
quienes no paraban de golpear a mi puerta y gritar.
"¡Levántate! ¡Hay cosas buenas allá afuera!".
"¡Lárguense!", les decía,
pero eso sólo las estimulaba más;
me dejaban notas bajo la puerta
y pegaban flores con cinta adhesiva al pomo de la puerta.
Yo nadaba en vino barato y cerveza verde y demencia.

Conocí al viejo tío de la habitación de al lado;
de algún modo yo me sentía viejo como él;
sus pies y tobillos estaban hinchados
y no podía atarse los zapatos.
Cada día, sobre la una del mediodía,
salíamos a dar un paseo juntos,
y era un paseo muy lento.
Cada paso era doloroso para él.
Cuando nos acercabamos al bordillo,
yo le ayudaba a subir y bajar, agarrándole por el codo
y por la parte de atrás de su cinturón; lo conseguíamos.

Me gustaba. Nunca me cuestionó sobre lo que hacía
o lo que dejaba de hacer.
El debería haber sido mi padre,
y lo que más me gustaba era lo que decía una y otra vez:
"Nada vale la pena”.

Era un sabio.
Aquellas chicas jóvenes deberían
haberle dejado a él
las notas y las
flores.



miércoles, enero 24, 2007

"¿Qué es la literatura?", de Jean-Paul Sartre

Fragmento



Un joven imbécil escribe: «Si usted quiere comprometerse, ¿a qué espera para inscribirse en el Partido Comunista?» Un gran escritor, que se comprometió muchas veces y rompió sus compromisos todavía con más frecuencia, pero que lo ha olvidado, me dice: «Los peores artistas son los más comprometidos: ahí tiene a los pintores soviéticos». Un viejo crítico se lamenta dulcemente: «Quiere usted asesinar a la literatura; el desprecio de las Bellas Letras se exhibe con insolencia en su revista». Un pobre de espíritu me llama intelectualoide, lo que es sin duda para él el peor de los insultos; un autor que se arrastró penosamente de una guerra a otra y cuyo nombre despierta a veces lánguidos recuerdos entre los viejos, me reprocha que no me preocupe de la inmortalidad: sabe, a Dios gracias, de mucha gente bien que pone en ella su mayor esperanza. A los ojos de un buen foliculario norteamericano, mi laguna está en que no he leído nunca a Bergson ni a Freud; en cuanto a Flaubert, que no se comprometió, parece que me obsede como un remordimiento. Los maliciosos guiñan el ojo: «¿Y la poesía? ¿Y la pintura? ¿Y la música? ¿También quiere usted comprometerlas?» Y los espíritus marciales preguntan: «¿De qué se trata? ¿De literatura comprometida? Pues bien, es el antiguo realismo socialista, a no ser que estemos ante una renovación del populismo, mucho más agresivo».

¡Cuántas tonterías! Es que se lee mucho más de prisa, mal, y que se juzga antes de haber comprendido. Por tanto, comencemos de nuevo. Esto no es divertido para nadie, ni para ustedes, ni para mí. Pero hay que dar en el clavo. Y como los críticos me condenan en nombre de la literatura, sin decir jamás qué entienden por eso, la mejor respuesta que cabe darles es examinar el arte de escribir, sin prejuicios. ¿Qué es escribir? ¿Por qué se escribe? ¿Para quién?
En realidad, parece que nadie ha formulado nunca estas preguntas.











martes, enero 23, 2007

"Presagio", de Ramón Santiago




Quisiera recordarte entre una sombra, advertirte del peligro y conservar tus restos; un dedo tuyo, una uña, un atado de cabellos, el mentón, la nariz. Cantaría esa canción triste de equipaje y despedida. Te recordaría como un ser alegre y tarantino, recorriendo pueblos, calles polvorientas; calcinados tus pies largos, calcetines gruesos, perforados, y esa mirada cristalina que no entrega ni censura.

Quisiera no escribir la línea que obligadamente viene, esa frase corta y simple, tan voraz como un cuchillo entre las nubes; tan precaria y luminosa; piel carbonizada y tu lunar, mi favorito, que perdió ya la fuerza del recuerdo.

Quisiera verte y palpitar sobre tu rostro verde,
monstruo-canto,
infiel.

La caricia herida, la canción consuelo, una melodía melindrosa, los paseos pisoteados, esas noches charlatanas y el desierto inmaculado; un flamenco en vuelo, el mar salado,

un lecho, un río, una piedra.

Llegará una tarde en que el sol ya no alegrará tu voz. Me llamarás... No, no creo que lo hagas. Nunca lo haces. Pero advertirás el gesto, y el respiro sin sentido sellará el feliz acuerdo; aquél que dice nada,

solo el viento entre los vidrios,
solo el pasto alucinado,
solo un frío adiós.



 

lunes, enero 22, 2007

"Quien soy yo", de Juan (Luis) Martínez







Espero que la sombra me separe del día
Y que fuera del tiempo, bajo un cielo sin techo
La noche me acoja donde mejor sé morir.

Si mi destino está sobre la tierra, entre los hombres,
Preciso será aceptar en mí aquello que me definió,
Puesto que no quiero ser otro que yo mismo.

Mi nombre, mi rostro, todo aquello que no me pertenece
Lo doy como forraje al público insaciable,
Mi verdad la comparto con los míos.

No vivo en la superficie, mi morada está más profunda
el malentendido no viene de mí: nada tengo que ocultar
si no sé adónde voy, sé con quién voy.

Mi parte del trabajo es asumir mi libertad
lo digo a fin que más tarde nadie se asombre:
lucharé hasta que me reconozcan vivo.

Mi patria está sin nombre, sin tachas
hay una verdad en la subversión
que nos devolverá nuestra pureza escarnecida.

Y si debiera equivocarme, eso nada cambiaría
hacer reventar los sistemas es el único juego aceptable,
el movimiento es la única manera de permanecer vivos.

Mi amor lo doy al hombre o a la mujer
quién me acompañará en este periplo incierto
donde velan la angustia y la soledad.

Y no cerraré los ojos, ni los bajaré.




en Le Silence et sa brisure, 1976







Traducción de Juan Luis Martínez,
en Poemas del otro, 2003









domingo, enero 21, 2007

"La orgía de los dioses", de Georges Perec






Encubierto en el asombro de una nube, guardo espejos y pinceles, ante el frío arrojo de unos cuantos dioses peregrinos. En plena desnudez comparto el viaje de sus alas, cansado en los fermentos de sus libaciones. Si recorro el bosque, más allá de las montañas, enfrento el cuerpo flácido de Louise, senos mustios que no se comparan con los cuerpos de las elegidas. Se restriegan unos contra otros, otras contra ellas, se remuerden, tuercen, sufren, gritan, gimen. Se recuestan, encuclillan, lamen, y se dejan discernir por el mármol fálico.

Al costado fríen huevos, cebollines y tomates. Los demás reponen fuerzas, duermen siestas tras el carromato de la entrada, brillan como el sol bajo la cera de sus cuerpos, bajo el liso vientre de doncellas que permiten ser violadas, sólo por el gusto de sentir esa violencia. Una fuerza leve y constante que las lleva hasta otro tiempo, en que se esforzaron por ser, o parecer, de otra prestancia.

El camino de regreso es arduo. Bajo el sol ardiente y meridiano, me preparo antes de llegar. Imagino el culo encima de la alfombra, su entrepierna seca y sus pelos duros entremezclándose en la entrada, haciendo más difícil el intento de ingresar. Louise me ama, lo sé, pero es imposible, cada tanto, o siempre, concentrarme en ella. Y vuelvo y vuelvo a la escena de los dioses, como si estuviera henchido de la piedra; como si su culo ajado fuera el de Atenea.



 

sábado, enero 20, 2007

«Continuidad de los parques», de Julio Cortázar






H
abía empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.




en Final de juego, 1956














jueves, enero 18, 2007

“Carta a los rectores de las universidades europeas”, de Antonin Artaud





Señor rector:

En la estrecha cisterna que llamáis "Pensamiento": los rayos del espíritu se pudren como parvas de paja.

Basta de juegos de palabras, de artificios de sintaxis, de malabarismos formales; hay que encontrar -ahora- la gran Ley del corazón, la Ley que no sea una ley, una prisión, sino una guía para el Espíritu perdido en su propio laberinto. Más allá de aquello que la ciencia jamás podrá alcanzar, allí donde los rayos de la razón se quiebran contra las nubes, ese laberinto existe, núcleo en el que convergen todas las fuerzas del ser, las últimas nervaduras del Espíritu. En ese dédalo de murallas movedizas y siempre trasladadas, fuera de todas las formas conocidas de pensamiento, nuestro Espíritu se agita espiando sus más secretos y espontáneos movimientos, esos que tienen un carácter de revelación, ese aire de venido de otras partes, de caído del cielo.

Pero la raza de los profetas se ha extinguido. Europa se cristaliza, se momifica lentamente dentro de las ataduras de sus fronteras, de sus fábricas, de sus tribunales, de sus Universidades. El Espíritu “helado” cruje entre las planchas minerales que lo oprimen. Y la culpa es de vuestros sistemas enmohecidos, de vuestra lógica de dos y dos son cuatro; la culpa es de vosotros -Rectores- atrapados en la red de los silogismos. Fabricáis ingenieros, magistrados, médicos a quienes escapan los verdaderos misterios del cuerpo, las leyes cósmicas del ser; falsos sabios, ciegos en el más allá, filósofos que pretenden reconstruir el Espíritu. El más pequeño acto de creación espontánea constituye un mundo más complejo y más revelador que cualquier sistema metafísico.

Dejadnos, pues, Señores; sois tan sólo usurpadores. ¿Con qué derecho pretendéis canalizar la inteligencia y extender diplomas de Espíritu? Nada sabéis del Espíritu, ignoráis sus más ocultas y esenciales ramificaciones, esas huellas fósiles tan próximas a nuestros propios orígenes, esos rastros que a veces alcanzamos a localizar en los yacimientos más oscuros de nuestro cerebro.

En nombre de vuestra propia lógica, os decimos: la vida apesta, Señores. Contemplad por un instante vuestros rostros, y considerad vuestros productos. A través de las cribas de vuestros diplomas pasa una juventud demacrada, perdida. Sois la plaga de un mundo, Señores, y buena suerte para ese mundo, pero que por lo menos no se crea a la cabeza de la humanidad.



miércoles, enero 17, 2007

"Oz de bar irlandés", de Juan Carlos Villavicencio





Algo pasa que el mar aleja i sus nostalgias.
De risas i bailes soy ciego i tardío.
Ahora están las copas o sus cuerdas
            de un lenguaje extraño entre maderas.
El fuego i las pinturas en la piel que se distancia.
Otro es el viaje tras la mirada adversa.
Ya en un rincón del puerto las máscaras se esconden.
De risas i bailes como magia. No.
Tras los focos se detienen las rutinas i,
                        ajeno un ocaso al bar,
persisten en su reflejo de caminos otros encontrados:
apenas tótem aguardando bajo estrellas.




Buenos Aires, 2 de marzo, 2004.








martes, enero 16, 2007

“El retorno de los brujos”, de Louis Pauwels y Jaques Bergier

Fragmento




¿Cuál era mi situación en aquel momento? En 1940, cuando el desastre, tenía veinticinco años. Pertenecía a la generación funesta que vio derrumbarse un mundo, que había sido amputada del pasado y dudaba del porvenir. Yo estaba muy lejos de creer que la época de agobio fuese digna de respeto y que hubiésemos de empaparla de nuestro amor. Más bien me parecía que lo más razonable era negarse a participar en un juego en que todo el mundo hacía trampas.

Durante la guerra me había refugiado en el hinduismo. Él era mi maquis. Vivía en él, en una resistencia absoluta. No hay que buscar el punto de apoyo en la Historia y entre los hombres, pues siempre se nos escapa. Busquémoslo en nosotros mismos. Seamos de este mundo como si no fuéramos de él. Nada me parecía más bello que el somormujo de la Bhagavad Gita, «que se sumerge y remonta el vuelo sin mojarse las plumas». Hagamos, me decía, que los acontecimientos contra los que nada podemos no puedan nada contra nosotros. Y me sentaba en el suelo, en la actitud del loto, sobre una nube venida de Oriente. Por la noche, mi padre leía a escondidas mis libros, tratando de comprender la extraña enfermedad que tanto me separaba de él.

Más tarde, el día después de la Liberación, busqué un maestro que me enseñara a vivir y a pensar. Me hice discípulo de Gurdjieff. Esforzábame en desligarme de mis emociones, de mis sentimientos, de mis impulsos, con el fin de encontrar, más allá, algo que fuese móvil y permanente y que me consolara de mi escasa realidad y del absurdo del mundo. Juzgaba a mi padre compasivamente. Me figuraba poseer los secretos del gobierno del espíritu y de todo conocimiento. En realidad, no poseía más que la ilusión de poseer y un intenso desprecio por aquellos que no compartían la misma ilusión.



 

lunes, enero 15, 2007

«Últimas cartas desde la locura», de Vincent Van Gogh



La Chambre à Arles / Slaapkamer te Arles (octubre, 1888)


Mi querido Théo:

En fin, te envío un pequeño croquis para darte una idea aproximada del giro que toma el trabajo.

Porque hoy me he vuelto a poner a la tarea. Tengo los ojos fatigados todavía; pero en fin, tenía una idea en la cabeza y éste es el croquis. Siempre tela de 30. Esta vez es simplemente mi dormitorio; sólo que el color debe predominar aquí, dando con su simplificación un estilo más grande a las cosas para llegar a sugerir el reposo o el sueño en general. En fin, con la vista del cuadro debe descansar la cabeza o más bien la imaginación.

Las paredes son de un violeta pálido. El suelo es a cuadros rojos.

La madera del lecho y las sillas son de un amarillo de mantequilla fresca; la sábana y las almohadas, limón verde muy claro.

La colcha, rojo escarlata. La ventana, verde.

El lavabo, anaranjado; la cubeta, azul.

Las puertas, lilas.

Y eso es todo –nada más en ese cuarto con los postigos cerrados.

Lo cuadrado de los muebles debe insistir en la expresión del reposo inquebrantable.

Los retratos en la pared, un espejo, una botella y algunos vestidos.

El marco -como no hay blanco en el cuadro- será blanco.

Esto, para tomarme el desquite del reposo forzado* a que me he visto obligado.

Trabajaré aún todo el día de mañana; pero ya ves qué simple es la concepción. Las sombras y las sombras proyectadas están suprimidas; ha sido coloreado con tintes planos y francos como los crespones. Esto va a contrastar con, por ejemplo, La diligencia de Tarascón y el Café nocturno.

No te escribo más porque voy a comenzar mañana muy temprano, con la fresca luz del amanecer, para acabar mi tela.

No te olvides de darme noticias de cómo van los colores.

Espero que me escribirás uno de estos días.

La próxima vez te haré un croquis de otras piezas.

Un apretón de manos.



Arlés, octubre de 1888









* Vincent tenía la vista muy cansada debido a una serie de croquis que había tomado de La diligencia de Tarascón.



















domingo, enero 14, 2007

“Didáctica de la alegría”, de Leopoldo Marechal

Fragmentos



1


Así, pues, Elbiamante, recogerás los frutos
que yo he cortado en otras latitudes
y a favor de otros climas,
tal un grumete niño que ha encontrado en las playas
el cinturón de Ulises navegante.



2

No haré aquí un Evangelio (nunca logré la barba
completa de un sectario),
ni siquiera una Guía de Perdidos,
obra que yo reservo a los calientes
empresarios del alma.
Te doy, sí, las grosuras de mi arte,
su riñón bien cubierto, sus maduros pichones.
Y no tras el halago de un laurel
que ya toca mi frente sin herir su modestia,
sino con la esperanza de quien puso en el viento
una paloma rica de mensajes.



3

Desertarás primero la Tristeza,
con su país de soles indecisos
y de rumiantes vacas.
La Tristeza es el juego más tramposo del diablo:
tiene las presunciones de una Musa frutal,
y sólo es un pañuelo con que se suena el alma
su nariz en resfrío.
Elbiamor, ¿qué dirías de una lámpara hermosa,
pero sin luz adentro?
Tal es, yo te lo juro, la Tristeza:
es igual a esos platos de vitrina
que nunca recibieron y no recibirán
ni una manzana verde ni un cuchillo.



4

Si la Tristeza es ya tu inquilina morosa,
échala de tu casa, pero sin altivez.
Le dirás que se lleve su catre y su baúl,
que se ponga su gorro de astracán o de lluvia
y que se valla, en fin, a pisar hojas muertas
o a tocar los llorosos violones del hastío.



5

Una vez expulsada la Tristeza,
cuídate de los Tristes:
ellos no ven la luz, como sea
por el solo agujero de sus flautas.
Yo propongo a los númenes que inventan
la salud y el decoro de la ciudad humana
la construcción de un Barrio de los Tristes
en el suburbio menos frecuentado.
Allá se juntarían, y por fuerza de ley,
todos los hombres de color invierno:
los mártires del hígado y la pena,
los convictos de angustia, los no circuncidados
en el ritual del júbilo,
todos los confesores de zozobras,
todos los virgos de la hilaridad.
Ostentarían como distintivos
una rama de sauce pluvial en el sombrero,
en el brazo una liga de la Parca
y en el ojal un búho de latón esmaltado.
Sólo comerciarían en los ramos que siguen:
el pan de la congoja y el vinagre del tedio;
los barnizados muebles de la desolación,
los trajes en buen uso del espanto,
los ataúdes hechos a medida
para las ilusiones que fallecen,
los elásticos perros del insomnio,
las mulas flacas de la soledad
y otros artículos afines
con la tiroides y el Parnaso.




 

sábado, enero 13, 2007

"Proposiciones sobre el fascismo", de Georges Bataille


1. “La organización más perfecta del Universo se puede llamar Dios.”[1] El fascismo, que recompone la sociedad a partir de elementos existentes, es la forma más cerrada de la organización, es decir, la existencia humana más cercana al Dios eterno.

En la revolución social (pero no en el estalinismo actual), la descomposición alcanza por el contrario su punto extremo.

La existencia se sitúa constantemente en las antípodas de dos posibilidades igualmente ilusorias: es “ewige Vergottung und Entgottung”, “una eterna integración que diviniza (que convierte en Dios) y una eterna desintegración que aniquila a Dios en ella misma”.

La estructura social destruida se recompone desarrollando lentamente en ella una aversión por la descomposición inicial.

La estructura social recompuesta “luego de un fascismo o de una revolución negadora”, paraliza el movimiento de la existencia, que exige una desintegración constante. Las grandes construcciones unitaristas no son más que los preámbulos de un desencadenamiento religioso que conducirá el movimiento de la vida más allá de la necesidad servil.

El encanto, en el sentido tóxico del término, de la exaltación nietzscheana proviene de que desintegra la vida llevándola al colmo de la voluntad de poder y de la ironía.


2. El carácter sucedáneo del individuo en relación con la comunidad es una de las raras evidencias que surgen de las investigaciones históricas. La persona toma prestados de la comunidad unitaria su forma y su ser. Las crisis más opuestas desembocaron ante nuestros ojos en la formación de comunidades unitarias semejantes: no había entonces allí ni enfermedad social ni regresión; las sociedades volvían a encontrar su modo de existencia fundamental, su estructura de todos los tiempos, tal como se había formado o reformado en las circunstancias económicas o históricas más diversas.

La protesta de los seres humanos contra una ley fundamental de su existencia sólo puede tener, evidentemente, una significación limitada. La democracia que descansa sobre un equilibrio precario entre las clases no es quizás otra cosa que una forma transitoria; no sólo trae consigo las grandezas sino también las pequeñeces de la descomposición.

La protesta contra el unitarismo no tiene lugar necesariamente en un sentido democrático. No está necesariamente hecha en nombre de un más acá; las posibilidades de la existencia humana pueden de ahora en más ser situadas más allá de la formación de sociedades monocéfalas.


3. Reconocer el corto alcance de la cólera democrática (en gran parte privada de sentido a partir del hecho de que los estalinismos la compartan) no significa en ninguna medida la aceptación de la comunidad unitaria. Estabilidad relativa y conformidad con la ley natural no confieren en ningún caso a una forma política la posibilidad de detener el movimiento de ruina y de creación de la historia, y todavía menos de satisfacer de una vez las exigencias de la vida. Todo lo contrario, la existencia social cerrada y ahogada está condenada a la condensación de fuerzas de explosión decisivas, lo cual no es realizable en el interior de una sociedad democrática. Pero sería un error grosero imaginar que un impulso explosivo tenga como única finalidad, e incluso simplemente como finalidad necesaria, la destrucción de la cabeza y de la estructura unitaria de una sociedad. La formación de una estructura nueva, de un “orden” que se desarrolle a través de la tierra entera y la someta, es el único acto liberador real y el único posible, porque la destrucción revolucionaria es seguida con regularidad por la reconstitución de la estructura social y de su cabeza.


4. La democracia reposa sobre una neutralización de los antagonismos relativamente débiles y libres; excluye toda condensación explosiva. La sociedad monocéfala resulta del libre juego de las leyes naturales del hombre, pero cada vez que es formación secundaria, representa una atrofia y una esterilidad de la existencia aplastantes.

La única sociedad repleta de vida y de fuerza, la única sociedad libre, es la sociedad bi o policéfala, que ofrece a los antagonismos fundamentales de la vida una salida explosiva constante, pero limitada a las formas más ricas.

La dualidad o la multiplicidad de las cabezas tiende a realizar en un mismo movimiento el carácter acéfalo de la existencia, porque el mismo principio de la cabeza es reducción a la unidad, reducción del mundo a Dios.


5. “La materia inorgánica es el seno materno. Ser liberado de la vida es convertirse en verdadero; es concluirse. El que comprendiera esto consideraría como una fiesta el hecho de volver al polvo insensible.”[2]

“Concederle igualmente la percepción al mundo inorgánico; una percepción absolutamente precisa, ¡allí reina la ‘verdad’! La incertidumbre y la ilusión comienzan con el mundo orgánico.”[3]

“Pérdida en toda especialización: la naturaleza sintética es la naturaleza superior. Ahora bien, toda vida orgánica es ya una especialización. El mundo inorgánico que se encuentra detrás de ella representa la mayor síntesis de fuerzas; por esta razón parece digno del mayor respeto. Allí el error, la limitación de perspectiva no existen.”[4]

De estos tres textos, el primero resume a Nietzsche y los otros dos forman parte de sus escritos póstumos. Revelan al mismo tiempo las condiciones de esplendor y de miseria de la existencia. Ser libre significa no ser función. Dejar que la vida se encierre en una función es dejar que la vida se castre. La cabeza, autoridad conciente o Dios, representa la unidad de las funciones serviles que se ofrece y se toma a sí misma como un fin, en consecuencia, es la que debe ser objeto de la aversión más profunda. Es limitar el alcance de esta aversión utilizarla solamente como el principio de lucha contra los sistemas políticos unitarios: pero se trata de un principio fuera del cual tal lucha no es más que una contradicción interior.

[1] De La voluntad de poder.
[2] Véase Andler, Nietzsche, su vida y su pensamiento.
[3] En Obras póstumas.
[4] Ibidem.

viernes, enero 12, 2007

“Un maravilloso cuento oriental de un santo desnudo”, de Wilhelm Heinrich Wackenröder




El Oriente es la patria de lo maravilloso. En la antigüedad y en los inicios de las costumbres de tan lejanos países, se hallan consejos y enigmas extremadamente raros que aún se resisten a la razón, según ella misma más sabia. Viven también en estos parajes seres extraños que nosotros consideramos locos pero que, en aquellas tierras, son adorados como seres sobrenaturales. El espíritu oriental considera a estos santos desnudos como depositarios maravillosos de un genio más elevado que, desde el firmamento, se ha precipitado en el cuerpo humano, que ahora no sabe comportarse humanamente. Pues, según vemos, todas las cosas en el mundo son ya de una u otra manera, según las observemos. La razón humana es un filtro maravilloso que, a su solo contacto, convierte todo cuanto existe de acuerdo con nuestros deseos.

Así, uno de estos santos desnudos vivía en una remota caverna o gruta, a cuyo lado corría un hilo de agua. Nadie podía decir cómo había llegado hasta allí. Como quiera que haya sido, su presencia se había notado desde hacía pocos años. Lo descubrió una caravana y, desde entonces, se sucedieron frecuentes peregrinaciones hasta su solitaria morada.

Este curioso ser no gozaba de paz ni en la noche ni en el día, tenía siempre la impresión de estar bajo el continuo zumbido de las rotaciones de la Rueda del Tiempo. Nada podía hacer frente a ese ruido, nada podía proponerse. Un miedo inmenso lo agotaba en su trabajo continuo, impidiéndole también escuchar otra cosa que no fuese —en su incansable movimiento— el estrépito de la terrible rueda, la cual llegaba hasta las mismas estrellas o incluso las sobrepasaba. Como una cascada de caudalosas y retumbantes corrientes que caían desde el firmamento, derramándose para la eternidad, suspendida en el instante, carente del sosiego de un segundo, así sonaba en sus oídos, y todos sus sentidos se hallaban fijamente concentrados sólo en ella. La efusión de su miedo, cautiva cada vez más en el remolino de una salvaje confusión, era arrastrada a su yo interior, y los sonidos, mezclados unos con otros, se tornaban atrozmente indómitos. No podía descansar, día y noche se le veía en el ajetreo más laborioso y enérgico, como si intentara darle vueltas a una enorme rueda. De sus incoherentes frases podía sacarse en limpio que se sentía repelido por ella, que quería reforzar la veloz y desenfrenada rotación con todo el esfuerzo de su cuerpo, con objeto de que el tiempo no cayera en peligro de inmovilizarle un solo instante. Como se le preguntara qué estaba haciendo, gritaba entonces convulsivamente:

—¡Infelices! ¿No estáis oyendo la fragorosa Rueda del Tiempo?

Y acto seguido continuaba trabajando más desenfrenadamente aún, derramando sudor sobre la tierra, y con gestos desarticulados posaba la mano sobre su palpitante pecho, como si quisiera sentir el enorme engranaje de la perpetua marcha. Se enfurecía cuando los peregrinos llegaban a él y permanecían de pie, tranquilamente, observándolo o susurrando entre sí. Se estremecía apasionadamente al mostrarles la incontenible rotación de la perpetua Rueda del Tiempo, veloz, uniforme y regular. Crecía su cólera frente a aquellos que no sentían ni notaban nada del mecanismo, en el que estaban también engranados férreamente; los apartaba de sí cuando, en medio de su furor, alguien se le aproximaba demasiado.

Si no querían verse expuestos, tenían que imitar vivazmente su esforzado movimiento. Pero su enojo volvíase mucho más feroz y peligroso sí a su lado un desconocido emprendía cualquier trabajo físico, como sembrar en las proximidades de su caverna o bien arrancar yerbas o cortar ramas. Entonces, en virtud de que, hallándose bajo el terrible fluir del tiempo, alguien fuera capaz de pensar en estas míseras ocupaciones, él solía reírse inconteniblemente. Saltaba de su cueva como un tigre y, si llegaba a alcanzar a un infeliz, le arrancaba la vida de un solo golpe. Regresaba de inmediato a su caverna y con mayor vehemencia que antes, daba vuelta a la Rueda del Tiempo. Sin embargo, durante varios días seguía enfurecido; les hablaba a los hombres con frases sin sentido, reclamándoles cómo era posible que se ocuparan de otras cosas y emprendiesen trabajos tan indignos. No era capaz de alargar el brazo hacia cualquier cosa para tomarla con la mano, no podía dar ningún paso como otro cualquiera. Un miedo estremecedor lo recorría por dentro al intentar, aunque fuera una sola vez, interrumpir ese vertiginoso caos. Apenas en contadas ocasiones, cuando las noches lucían hermosas y la luna se elevaba delante de su oscura gruta, se abrazaba de pronto a sí mismo, gemía y lloraba desesperado, pues el ruido de la gigantesca Rueda del Tiempo no lo dejaba en paz para que él, que era un santo, pudiera realizar y crear algo sobre la faz de la tierra. En aquellos momentos sentía un anhelo por todo lo hermoso y desconocido, y hacía esfuerzos por levantarse y poner manos y pies en movimientos suaves y tranquilos, ¡pero todo esfuerzo era inútil! Buscaba algo especial, desconocido, que pudiera tocar y a lo cual quería entregarse. Aspiraba a salvarse de sí mismo dentro o fuera de sí mismo, pero ¡era imposible! Su desesperación y su llanto no podían ser mayores. Lanzando un fuerte bramido, se levantaba de un salto y empujaba de nuevo la tremendamente ruidosa Rueda del Tiempo.

Así continuó durante varios años, días y noches enteros. En cierta ocasión, en verano, en una hermosa noche de luna llena, el santo estaba, como otras veces, en el suelo de su caverna, gimoteando y retorciéndose las manos. La noche era fascinante: en el azuloso firmamento las estrellas lucían como adornos dorados sobre un amplio y sólido escudo; de las claras mejillas del rostro de la luna irradiaba una tenue luz bajo la cual la verde tierra se bañaba. Las copas de los árboles emergían, bajo esa maravillosa iluminación, como nubes que navegaban sobre troncos, y las chozas de los lugareños se hallaban convertidas en oscuras figuras rocosas y en albeantes palacios fantasmagóricos. Los hombres, no más cegados por los rayos del sol, vivían con sus miradas en el firmamento, y sus almas reflejábanse hermosamente en el celestial esplendor de la noche de luna.

Dos amantes, que gustaban de abandonarse a las maravillas de la soledad nocturna, remontaron esa noche el río en un bote ligero, que pasó ante la caverna del santo. Los penetrantes rayos lunares habían alumbrado y diluido sus más íntimos y oscuros rincones en las almas de los amantes. Habían fundido sus sentimientos más delicados y, unidos, navegaban dentro de las ilimitadas corrientes. Desde su embarcación se esparcía una música etérea que flotaba ascendiendo hacia el espacio celeste. Dulces trompetas y algunos otros encantadores instrumentos recrearon un mundo de flotantes sonidos melodiosos y, a través de ellos, se escuchaba la siguiente canción:

Una ansiada y dulce lluvia
Recorre los campos y los ríos.
Tersos rayos de luna preparan el tálamo
A los arrobados sentidos del amor.
¡Ay! ¡Cómo murmuran las aguas! ¡Cómo reflejan sus rizados hilos en la bóveda celeste!
Amor habita el firmamento, como oleaje puro nos inflama en una gloria luminar que no se encendería si Amor no infundiera fortaleza.
Y, tocado por el hálito del cielo, cielo, agua y tierra se sonríen.
El claro de luna se prolonga en las flores, robadas por el sueño fueron las palmeras, el follaje corona los santuarios.
Y, elevando sus tiernos suspiros, desde su quimera, palmeras y flores, hijas de Amor, esparcen todos sus sonidos.


A las primeras notas de la música y los versos, desapareció en el santo la frenética Rueda del Tiempo. Eran las primeras notas que se habían escuchado en esos solitarios parajes. El incierto anhelo se había cumplido dando fin al hechizo, el genio perdido se había librado de su envoltura terrenal. El cuerpo del santo desapareció; esta forma espiritual, bella como un ángel, tejida en ligeros perfumes, se elevó desde la cueva, alargó sus delgados brazos, pleno de ansiedad, hacia el cielo, y fue ascendiendo acorde con la melodía de la música, en movimientos danzantes, hacia las alturas.

Cada vez más alto, hacia el firmamento, la eterna y diáfana figura flotó, elevada por los tonos suavemente ondulantes de las trompetas y el canto. Con alegría celestial, la figura danzaba aquí y allá, intermitentemente, sobre las blancas nubes que nadaban en el espacio aéreo, balanceándose cada vez más alto en rítmicos movimientos hasta que, finalmente, voló hacia los astros en espirales ascendentes. Entonces el firmamento se dejó oír a través de los aires con estruendoso clamor, puro y celestial, hasta que el genio penetró en su inmensidad.

Caravanas de viajeros admiraron la milagrosa aparición nocturna, y los amantes creían estar viendo al genio del amor y de la música.




jueves, enero 11, 2007

"Maestros antiguos", de Thomas Bernhard

Fragmento


Estaba allí sentado y miraba las cartas que había escrito mi mujer en el transcurso del tiempo y leía las notas que había tomado en el transcurso del tiempo y lloraba a lágrima viva. Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada, la más enaltecida y exaltada, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. Cuando el ser querido por nosotros más que cualquier otro del mundo ha muerto, nos deja con horribles remordimientos, dijo Reger, con espantosos remordimientos, con los que tenemos que existir después de su muerte y en los que un día nos asfixiaremos.










miércoles, enero 10, 2007

"Bush busca salida honorable a derrota miserable", de Fernando A. Torres

Desde EEUU. Diciembre 2006



La insanidad consiste en hacer lo mismo una y otra vez
y esperar resultados distintos.
Albert Einstein

Acorralado por su propia fallida estrategia, Bush continúa cayendo por el abismo de sus propios errores. El triunfo de los demócratas –o mas bien dicho– la derrota de los republicanos en las elecciones parlamentarias de noviembre marcó el inicio de una asolapada claudicación política –por lo menos en el plano internacional– en la cual Bush intenta buscar una salida honorable a un derrota miserable, traspasando sus equívocos con sus respectivos costos al resto de nosotros.

Si la Casa Blanca pusiera un anuncio en su ventana este diría: “Se buscan ideas nuevas. El Presidente ha fracasado pero igual se busca una nueva estrategia para aquel difícil país, una estrategia de salida honorable, de victoria en medio de la derrota. Si a usted se le ocurre algo, pase a hablar con el Presidente (Se prefieren las mismas ideas pero dichas de otra forma.)”.

El proceso de “consultas” en la cual Bush se encuentra enfrascado desde ya hace mas de tres semanas es una mas de sus constantes desfachateces: traspasar el legado de sus errores y estupideces al resto de la población; un intento de ganar tiempo transfiriendo su exclusiva responsabilidad al resto de la ciudadanía. A su vez, la movida puede fácilmente leerse como una trampa política destinada especialmente a los demócratas para que estos “asuman” también el costo político, moral y militar de la derrota en Irak.

Le quedan menos de dos años. La estrategia principal de Bush es ganar tiempo cortejando a los demócratas y perfilándose –en el medio de sus desastrosas políticas nacionales e internacionales– como el hombre del medio, del centro, de la reflexión, que escucha con detención a “todos” los sectores, que “reflexiona profundamente” antes de tomar una decisión.

La testarudez con la sensatez. La ruta de una supuesta victoria en Irak no pasa por el Pentágo en Washington, aquel escabroso camino pasa principalmente por Irán, Siria y Palestina. Pero el Presidente no lo entiende y por eso no le ha sido fácil. El Grupo de Estudio sobre Irak, se lo dijo en su propia cara: es una derrota y solo queda una salida “honorable” por la puerta de la diplomacia internacional.

Además otro grupo de militares y expertos con el cual Bush se reunió el 11 de diciembre en la Casa Blanca no solo le dijo que la situación en Irak era grave sino que de pasadita le dijeron que gran parte del problema era su propio equipo de seguridad nacional: los neo-cons que vieron en la invasión a Irak la oportunidad para asentar de una vez por todas el imperio militar indiscutible en la región.

Pero con los grupos de discusión y las consultas a alto nivel hasta ahora realizadas el tiro le ha salido por la culata. Casi nadie –exceptuando un puñado de fieles que no quieren perder el empleo– le ha dicho lo que quería que le dijeran. Fue tal la decepción de escuchar tanta “cruda” realidad que se vio obligado a postergar su discurso de “a new way forward” de diciembre hasta el próximo enero.

Tras la derrota, la algarabía semántica –reflejo de la desesperación– se desmorona. Su política de “mantener el rumbo” fue desbaratada. Luego, la de “mantener el rumbo pero cambiar de táctica” también fue vencida. Ahora el aparataje propagandístico de la Casa Blanca apareció con un nuevo término “el nuevo camino hacia adelante.”

El Presidente insiste en una salida que contemple la “victoria.” Pero el problema radica en que ni siquiera el mismo ha sido capaz de definir la “victoria” en Irak.

A medida que pasa el tiempo hasta llegar al discurso de enero 07 –y lamentablemente para los irakíes, los musulmanes y el resto del mundo amante de la paz– se esta creando un consenso generalizado entre los grupos en el poder y un sector importante de demócratas que, cualquiera sea la próxima estrategia de turno que el terco Presidente anuncie en enero, se necesita enviar mas tropas.

Incluso el Pentágono todavía contempla el triunfo militar: una salida tipo “Faluja,”con un aumento de tropas para una supuesta ofensiva final que sería catastrófica para el pueblo irakí. Aislar políticamente a la oposición en Irak, entre ellos al clérigo Muqtada al Sadr para luego propinar un rápido y mortal castigo militar a sus fuerzas. Ubicar la cabeza política de la oposición más conflictiva y cortarla.

El American Enterprise Institute, una organización ultra-derechista que prácticamente a diseñado la invasión y guerra en Irak ya lo ha dicho. En su reciente “plan para la victoria en Irak” este think tank ha propuesto el envío de siete brigadas y regimientos para iniciar nuevas operaciones de seguridad que fortalezcan al gobierno irakí. Esta claro, cuando hablan de “seguridad” quieren decir aumentar la guerra para demostrar el poderío militar estadounidense en la región.

En enero Bush podrá decir en su teatral discurso, que después de escuchar al país, a los demócratas y a docenas de expertos, tiene una nueva propuesta que será “el nuevo camino hacia adelante” hacia una “victoria” que será muy a lo estadounidense, es decir una derrota honorable.

Lo que por seguro no podrá decir es que ha escuchado al pueblo más importante del dilema, al pueblo que vive fuera de la segura zona verde de Bagdad, al pueblo irakí.














martes, enero 09, 2007

"Relato", de Raymond Queneau




Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre. Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.




en Ejercicios de estilo, 1947



lunes, enero 08, 2007

"La música más triste del mundo", de Kazuo Ishiguro

Fragmento





Pocas músicas resultaban no tener una larga historia de sufrimiento detrás, no haber sido compuestas en medio de la opresión, el exilio, la guerra, el hambre. Así y todo, después de unos cuantos minutos de escuchar, me encontraba moviendo la cabeza y diciendo: "No, no es lo suficientemente triste. Quiero algo realmente triste". Mientras escribo esto, mi búsqueda continúa; debo encontrar la música que, sin lugar a dudas, sea la más triste del mundo. Pero el trabajo realizado hasta ahora me ha conducido a una idea reveladora: la música que intenta abrazar la tristeza, que aspira a enterrarse en ella, se encuentra destinada a carecer de verdadera tristeza. La música verdaderamente triste es por lo general celebratoria de la superficie, incluso festiva: música de personas intentando alejar el dolor, sumergiéndose por un momento en las alegrías pasajeras de la vida. Ésta es la tristeza que se encuentra en el borde de una sonrisa, la sombra pensativa que sigue al placer de estirar los brazos.



Del guión para la película homónima (The Saddest Music in the World), 2003