Quisiera recordarte entre una sombra, advertirte del peligro y conservar tus restos; un dedo tuyo, una uña, un atado de cabellos, el mentón, la nariz. Cantaría esa canción triste de equipaje y despedida. Te recordaría como un ser alegre y tarantino, recorriendo pueblos, calles polvorientas; calcinados tus pies largos, calcetines gruesos, perforados, y esa mirada cristalina que no entrega ni censura.
Quisiera no escribir la línea que obligadamente viene, esa frase corta y simple, tan voraz como un cuchillo entre las nubes; tan precaria y luminosa; piel carbonizada y tu lunar, mi favorito, que perdió ya la fuerza del recuerdo.
Quisiera verte y palpitar sobre tu rostro verde,
monstruo-canto,
infiel.
La caricia herida, la canción consuelo, una melodía melindrosa, los paseos pisoteados, esas noches charlatanas y el desierto inmaculado; un flamenco en vuelo, el mar salado,
un lecho, un río, una piedra.
Llegará una tarde en que el sol ya no alegrará tu voz. Me llamarás... No, no creo que lo hagas. Nunca lo haces. Pero advertirás el gesto, y el respiro sin sentido sellará el feliz acuerdo; aquél que dice nada,
solo el viento entre los vidrios,
solo el pasto alucinado,
solo un frío adiós.
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