miércoles, noviembre 26, 2025

«Papá y los colores», de Héctor Hernández Montecinos



 


Papá morí en el río.
Ellos fueron.
No los niños.
Esos juncos malvados me ofrecieron estas piedras.
Me dijeron que eran mágicas.
Yo les creí y me lancé al río.
Papá ellos me engañaron.
No fue mi culpa morirme.
Los niños me decían que no les hiciera caso.
Huye.
Huye.
Huye de esos juncos me gritaban.
Pero yo quería hablar con ellos como hablo con las abejas.
Los juncos son malvados papá.
No hables con ellos.
Querrán empujarte al río y morirás como yo.
Te darán unas piedras y te dirán que son mágicas pero no lo son.
No quiero que te mueras papá.
Ya no podrás dormir junto a mí.
Es culpa de esos malvados juncos. 
Desde el fondo del río me pareces hermoso.
El sol brilla en tu cabeza y tiritas como la corriente del agua.
Bailas en el cielo.
No grites más mi nombre.
Ya me morí.
Tú no me ves y corres despavorido.
No conozco a esa gente que te acompaña.
¿Son luciérnagas?
¿Son cigarras?
¿Son libélulas?
Papá diles que no se posen en los juncos.
Son malvados.
Diles que vuelen más allá del río.
Hay un bosque muy fresco.
Y más allá hay unas montañas con una nieve rosada.
Papá tus manos se ven tan grandes.
Das manotazos en el agua.
Casi me tocas pero estoy en el fondo del río y no me alcanzas.
Estoy feo.
Hinchado y lleno de manchas.
Mi piel se puso blanda y se deshizo.
Estoy feo papá.
Mejor no me busques más.
Dile a mamá que me fui con las abejas.
Ella sabe que también hablo con las flores y nos creerá.
No quiero que me regañe.
No le digas que le hice caso a los juncos.
No le digas que creí que estas piedras eran mágicas.
No le digas que eres hermoso.
Mamá no es mamá.
A mamá se la llevaron los coyotes.
Yo vi cuando vinieron y se fue con ellos.
Los besó en la boca y les dio de comer.
Eran tres coyotes.
Tenían los ojos rojos y hablaban raro.
Mamá sacó una rata de su entrepierna y se las dio.
Los coyotes la despedazaron.
No.
No era una rata.
Era un conejo.
Sí.
Eran decenas de conejos.
Los coyotes olieron toda la casa.
Yo estaba escondido debajo de las cascaras de patatas.
No pudieron verme.
Mamá los invitó a la cama y se movieron con ella.
La mordían y mamá gritaba.
Yo quería ayudarla pero mamá levitaba y no la podía alcanzar.
Más conejos caían de la cama.
Estaban ciegos y de su boca salía vino.
Esos conejos no eran conejos papá.
Eran corderos.
No tenían patas.
Eran feos y yo tenía miedo.
Mamá seguía levitando y los coyotes aullaban.
Mamá te dirá que no es cierto.
Te dirá que los coyotes eran mis amigos y que yo dormí con ellos.
No es verdad.
No creas en sus palabras.
Te dirá que te sigo cuando vas al río.
Te dirá que me desnudo cuando te desnudas.
Pero no le creas papá.
Ella duerme con los coyotes.
Créeme a mí.
Los juncos me dijeron que esas piedras eran mágicas.
Por eso fui con ellos.
Me engañaron.
Al tomar las piedras se hicieron grandes y caí al río.
Eran dos piedras.
Tenían pelos y eran suaves como la piel.
Las besé papá.
Tú estabas sobre mí.
Los juncos son malvados.
Los coyotes volvieron una vez más.
Mamá cortaba la leña que tú no cortas.
Los árboles sangraban y ella se reía.
Tenía dos hachas.
Una en cada mano.
Arrancaba los árboles de raíz.
Estaba loca.
En eso llegaron los coyotes.
Bebieron la sangre de los árboles y también rieron papá.
Yo los vi.
Mamá no es mamá.
Ella te dirá que me fui con los niños y que no me busques más.
Estoy en el fondo del río y no me ves.
No te acerques a los juncos.
Son malvados.
No me busques donde acaba el camino.
Los coyotes aparecerán y querrán comerte.
No regreses a casa porque mamá no es mamá.
Vete con las abejas.
Te darán miel.
Te gustará como me gusta a mí.
La hacen las flores cuando sueñan.
Papá anochece.
No me busques más.
Estoy feo.
Mi cabello se desprende y se va con el río.
Ya no tengo ojos pero aun así te veo papá.
Vete antes que aparezcan los coyotes.
Vete con esas cigarras.
Vete con esas libélulas.
No vuelvas a casa.
Toma papá.
Toma estas piedras por si aparecen los coyotes.
Coge papá estas piedras.
Son piedras mágicas.
Eso papá.
Abre tu mano.
Acércate un poco.
Acércate un poco más. 


 

II



Papá se ha caído al río.
Fueron los juncos malvados.
Papá da manotazos al aire.
Papá grita.
Nadie oye a papá.
Tomó mi mano y resbaló.
Pobre papá.
Los pájaros esos nos han visto.
Pájaros del demonio.
Papá se cayó.
Le dije que no hiciera caso a los juncos.
Le dije que eran malvados pero no me escuchó.
Ahora papá es arrastrado por la corriente.
Su cuerpo se estrella con las rocas del río.
Se oye cada hueso que cruje.
Ya no tiene dientes.
Papá es un bebé y se está muriendo.
Lo siguen los peces carroñeros.
Quieren comerse a papá.
Los coyotes huelen la sangre a lo lejos.
Uno de ellos aúlla.
Se acerca la manada completa.
La tierra tiembla.
Es linda la primavera.
Me gustan los colores aunque no pueda verlos.
Todo debe oler verde.
No sé cómo huele el verde.
Imagino que a aire podrido.
Papá sigue dándose de tumbos.
Su cuerpo se tajea con los troncos de los árboles que alguien derribó 
            anoche.
Se llena de astillas enormes.
Son estacas.
Alguien hizo eso papá.
Derribaron todos los árboles a la redonda y los arrojaron al río.
Papá ya no grites.
Nadie te escuchará.
Guarda silencio.
Te vas a callar.
Los peces carroñeros te rodean.
No saben si comerte o sentir lástima.
Se alejan.
Ni para eso sirves.
Ahora habrá que esperar a los coyotes.
Llegarán al anochecer.
Un brazo tuyo se queda varado en la orilla.
Las hormigas vendrán.
Son cientos de miles.
Harán orificios entre tus uñas y la piel.
Por ahí entrarán lentamente.
Sentirás una a una como devoran la carne emblandecida.
Llenarán tus dedos por dentro y luego tu mano.
Subirán arrasando con todo.
Ni siquiera pelos quedarán.
Beberán lo que quede de sangre y podrán hablar hasta el amanecer.
Te dije papá que no te acercarás al río.
Te advertí que los juncos eran malvados.
Las piedras no eran mágicas pero no me hiciste caso.
Nunca me escuchas.
Yo te hablo y me ignoras.
No me ves.
Soy invisible.
Para ti estoy muerto papá.
Nací muerto.
Como estas malditas piedras en el fondo de este maldito río.
¿Es linda la primavera papá?
Cuéntame cómo es.
¿Es cierto que las plantas se elevan hasta el cielo para alimentarse del sol?
¿Es cierto papá?
Dime si es verdad que el arcoíris es de muchos colores.
¿Cuántos?
¿Qué colores son?
¿Viven las nubes?
¿Tienen hijos?
Las hormigas han dejado restos de huesos.
Parecen de pollo.
Papá es un pollo
¿Eres un pollo papá?
¿Puedes poner huevos?
¿Sabes volar?
Eres un pollo y los coyotes te van a desplumar.
Te retorcerán el cogote.
¿Qué le dirás a mamá si quiere hacerte un guisado?
Te cortará la cabeza y te meterá a una olla con agua hirviendo.
Me dirá a mí que te arranque las plumas y las patas.
Yo no quiero que seas un pollo papá.
No podrás volar.
A mí me gustan las abejas.
Vuelan muy bonito.
Se roban los colores de las flores.
Van de una en una.
Duermen ahí.
Luego sueñan con ellas y se van.
Las flores sueñan papá.
En ese momento las abejas se roban sus colores.
Comienza a hacer frío.
Los coyotes no tardan en llegar.
No queda mucho de ti papá.
Tendrán que conformarse con lo que deje el río.
Esos juncos eran malvados.
Sus piedras no eran mágicas.
Quiero que esos pájaros dejen de mirarme.
Váyanse.
No sé lo que quieren.
Me arrastra el río.
Tú y yo somos lo mismo.
Rebanadas de carne.
Astillas de huesos.
Cartílagos flotando.
Pelo enredado en las ramitas a la deriva.
A nadie le importamos.
He escuchado como gritan tu nombre.
Ahora que anochece ya se fueron.
Sólo se oye la manada de coyotes acercándose.
Las hormigas también se han ido.
Una brisa fresca huele a humo.
Alguien quema leña a lo lejos.
Pasarán la noche cerca del río.
De verdad te quieren.
No saben que eres una gallina.
¿Tienes huevos?
¿Vas a poder volar alguna vez?
Nunca me dijiste cómo es la primavera.
Luego te quejas.
Esas luces en el bosque son los ojos de los coyotes.
Vienen con hambre.
Son cientos.
Te devorarán toda la noche.
Las hormigas se amanecerán cantando.
Mañana volverán.
Recorrerán todo el bosque para llegar aquí mismo.
Seguirán buscándote pero nadie te encontrará.
Lo que de ti quede se perderá en la ciénaga.
Te lo dije papá.
Esos juncos son malvados.
Esas piedras no son mágicas.


 

III
 

Papá ya no existes.
De ti no queda nada.
Mamá llora en casa.
Mis hermanos los juncos cantan con el viento.
Mamá oye el silbido de los juncos malvados.
Cree que es papá.
Canten más fuerte.
Los juncos se dejan penetrar por las ráfagas de aire y cantan.
Es una letanía.
Las cigarras y las libélulas que pasan a su lado se desploman.
Las esporas abandonan su camino y vienen acá a morirse.
Es una letanía tan hermosa.
Mamá cree que está soñando.
Deben ser los ángeles que vienen por mí.
Se cubre con el güipil y sale de casa.
Sus pies apenas rozan el musgo de las piedras.
Es como si levitara.
Canten más fuerte.
Los riachuelos y las nubes se detienen a escuchar.
Los juncos cierran los ojos y se entregan al viento.
Elevan su voz lo más alto que pueden.
Cientos de juncos malvados cantando al unísono.
Las capas subterráneas de la tierra vibran.
Las raíces de los árboles se contraen.
Mamá se acerca levitando.
Algo trae en su mano.
No sé lo qué es.
La observo desde el fondo del río.
Ella no me ve.
Cree que estoy jugando con los niños.
Cree que me fui con las abejas.
Nací muerto.
Estoy feo.
Canten malditos juncos.
Canten más fuerte.
Viene cayendo la lluvia pero se paraliza y regresa al cielo.
Las olas del mar a lo lejos iban a estrellarse contra las rocas.
Pero las rocas se tendieron en la arena para oír a los juncos que cantan.
Cantan.
Cantan.
Cantan
¿Oyes cómo cantan los juncos?
Cierra los ojos y óyelos.
Están cantando.
Mamá mueve los labios pero no la oigo.
Los pájaros que observan siguen ahí.
No dicen nada.
Sólo miran.
Mamá se acerca.
Mamá levita.
Los juncos se estremecen cantando.
Mamá levita más alto.
Los coyotes aparecen de improviso y saltan sobre los juncos.
Los muerden con rabia.
Los juncos claman compasión.
Gimen.
Se retuercen.
Piedad gritan.
Piedad a estos malvados juncos.
Los coyotes se meten al río y los arrancan de raíz.
Sollozan los juncos.
Ya no cantan.
Imploran.
Mamá comienza a descender lentamente.
Los coyotes la esperan para devorarla.
Mamá los coyotes te harán daño.
No oye.
Sigo musitando algo que nadie entiende.
Sangran los hocicos de los coyotes.
Tienen cientos de astillas enterradas.
Los juncos son malvados.
El paladar y la lengua sangran.
Se han reunido debajo de mamá y la engullirán.
La esperan con ansías.
Los juncos ya no existen.
Papá tampoco.
Las cigarras y las libélulas han recobrado el juicio y han huido.
También las nubes y las rocas del mar.
Llueve.
Esto no es la primavera.
Acá no hay colores.
Los coyotes quieren acabar con mamá.
Algo dice.
Se oye poco a poco su voz.
Abre su boca.
Mamá dice mi nombre.
Me está llamando.
Busca mi mirada en el fondo del río.
Estoy feo.
Mamá me llama.
Los coyotes la observan.
Ya no quieren comérsela.
Mamá posa sus pies en el musgo.
Ya no levita.
Mira el río y viene hacia acá.
Sigue repitiendo mi nombre
¿Qué quiere de mí?
Mamá morí en el río.
Los niños me empujaron.
Me ofrecieron cáscaras de patatas.
Las habían secado al sol.
Las abejas llegaron y querían llevárselas.
Las abejas son malvadas mamá.
Huye de las abejas.
No vueles con ellas.
Te harán daño.
Lo quieren todo mamá.
Yo tenía hambre y los niños me daban cáscaras de patatas.
Tenía que acercarme al río.
Entonces uno de ellos me empujó y caí.
Intenté nadar pero las abejas me pinchaban las manos.
Son malvadas mamá.
No vueles con ellas.
Querrán picarte y robarte los colores.
Así morí en este río mamá.
Esta es la verdad.
Luego vino papá.
Pero papá era amigo de los niños.
Dormía con ellos.
Les contaba cómo era la primavera.
Les mostraba los colores.
Ellos los tomaban en las manos para que yo los viera.
Papá hizo eso.
Yo le pedía que me sacara del río pero jugaba con esos niños.
Papá sálvame.
Papá aquí estoy.
Papá me ahogo.
Los niños miraban los colores y sonreían con maldad.
Yo me estaba muriendo mamá.
Entraba el agua en mi boca.
No podía respirar.
Papá dame la mano.
Papá ¿me amas?
Papá ¿me dejarás morir?
Mis ojos se nublaron.
No me moví más.
El río comenzó a arrastrarme y así me morí.
Esta es la verdad mamá.
Los coyotes.
Se acercan los coyotes mamá.
Se están metiendo al río.
¿Por qué te ríes?
Son muchos coyotes mamá.
Me están mirando.
Vienen hacia mí.
Mamá los coyotes están rugiendo.
Mamá esta es la verdad.
No regreses a casa.
Las abejas te harán daño.
Mamá no me dejes.
No.
Los coyotes.
Los coyotes.
Los coyotes.

 


IV
 

Mamá ya te vas.
Los coyotes me devoraron toda la noche.
Hicieron conmigo lo que quisieron.
Ahora duermen y al rato se irán contigo.
Les escuché decir que los llevarás a casa.
Les harás una cama con la ropa que usábamos papá y yo
¿Es cierto?
Les cantarás canciones después de comer y bailarás sin caerte
¿Es cierto eso mamá?
Los meterás en tu cama y te moverás con ellos.
Aullarán y tú también.
Mamá eres un coyote.
Se lo conté a papá pero no me hizo caso.
Los juncos me decían que con las piedras mágicas podría matarte 
            pero no quise.
Eso me decían los juncos.
Yo creí que eran malvados pero tenían razón.
Eres un coyote mamá.
Papá era un pollo.
¿Yo qué soy?
Los coyotes se despiertan y te siguen.
Ya no levitas.
Pisas el musgo sobre las piedras y tropiezas.
Qué silenciosa y fría es esta mañana.
Sale un vapor del hocico de los coyotes.
Parecen almas.
Cientos de almas en pena que viven dentro de esos malvados animales.
Cruzan el bosque tras mamá y no dejan huellas.
Entonces cuando pasan cerca del estanque mamá se saca la ropa y 
            se arroja al agua.
Mamá hace cosas extrañas.
Recuerdo que una vez preparó tortillas con algo que sacaba de sus oídos.
Sacaba y sacaba con sus manos para luego amasar.
Salió al patio y trajo dos armadillos.
Les arrancó la cabeza con los dientes.
Luego los molió a golpes y los echó a la masa.
Sangraban aún y puso todo al fuego.
Olía feo.
Coman nos dijo a papá y a mí.
Comimos y teníamos asco pero mamá nos observaba de manos cruzadas.
Se lo comerán todo.
Una cabeza de los armadillos había rodado cerca de mis pies.
Me jalaba el pantalón.
Gruñía.
Sentía sus bigotes en mi tobillo.
Me daba cosquillas y reía.
Mamá pensaba que me burlaba de la comida y me rompió el plato 
            en la cara. Ahora comerás del suelo.
Me agaché hasta donde estaba la cabeza del armadillo y le devolví 
            su cuerpo. Corre le decía yo.
Entonces salió despavorido sin que mamá se diera cuenta.
Ya comí mamá.
Eres muy buena mamá le decía.
Observaba mi plato y me abrazaba.
Ve a jugar con los niños.
Vayan al río.
Está muy lindo en estas fechas.
Pero ni ella ni yo sabíamos qué fechas eran.
Ahora sé que el río crece y su cuerpo se agranda.
Mamá es un coyote.
Nos ha engañado.
Todos lo sabían menos yo.
Los juncos me decían que fue la culebra que vive en los cafetales 
            la que hizo a mamá un coyote.
Decían eso y yo los escupía.
Los insultaba.
Juntaba orina en mis manos y se las arrojaba.
Mamá no es un coyote les gritaba.
Chillaba.
Los juncos insistían y yo lloraba.
Mamá hace cosas extrañas.
La primera vez que papá murió ella tenía trece años.
Papá se le aparecía en las noches.
Le contaba que los ángeles eran lindos.
¿Quieres verlos?
Mamá tenía miedo.
Pero papá le tomaba la mano y salían de casa.
Caminaban toda la noche y llegaban a un monte.
Hace muchos años allí vivía un dios.
Entonces los indiecitos le hicieron una casa para que durmiera.
La construyeron con petates y ramas de árbol.
Vieron que el dios era bueno.
Con el tiempo se construyó una iglesia pero a los indiecitos no les gustó.
Tampoco al dios y se fueron con él a vivir a la luna.
En esas ruinas viven unos niños.
Sólo se ven de noche.
No tienen ojos ni pelo.
Esos son los ángeles.
Son muy lindos.
Mamá  tenía miedo.
No le gustaban esos ángeles.
Entonces quería volver a casa.
Los niños tenían una fogata que alimentaban con las bancas de la iglesia.
A veces arrojaban figuras talladas en madera.
Papá los ayudaba y cantaba con ellos.
Tenían un idioma raro.
Mamá no quería más estar ahí.
Corría desesperada por el bosque.
Volvía a su cama al amanecer.
Despertaba.
Los coyotes llenaron la casa.
Aullaban y mamá parecía entenderles.
Mamá se arrojaba al suelo y comía con ellos.
Dormía pegada a sus cuerpos.
Orinaba y cagaba ahí.
Mamá es un coyote.
Lo dijeron los juncos.
Tienes que darle con estas piedras.
Son mágicas.
Si le das en la cabeza verás que es un coyote.
Gruñirá y saldrá huyendo.
Yo no quería darle de piedrazos a mamá.
Uno de los coyotes tiene plumas en vez de pelaje.
Es el que más aúlla y el que se monta sobre mamá y la hace gritar.
Mamá sufre con los coyotes.
Deberé ayudarla.
Gime de dolor y se retuerce.
Los coyotes son malvados.
Se le ponen los ojos blancos y se agarra el cabello.
Solloza y rasguña los vidrios de la ventana.
Afuera atardece.
Todo está en calma.

 


V


Mamá hace cosas extrañas.
¿Quieres un color?
¿Lo quieres?
Pues ve a buscarlo al río.
Allá hay muchos.
Ve.
Los niños te acompañarán
¿No es así niños?
Pues vayan ahora. Ahorita.
Entonces yo corría a toda velocidad.
Le ganaba a los niños en llegar al río.
Quería ser el primero en ver los colores.
Correr más rápido que todos y que cada color fuese apareciendo.
Corría.
Corría.
Corría y pensaba en cómo serían los colores.
Llegaba al borde del río y ahí me paraba.
Miraba hacia atrás y ninguno de los niños venía.
Pasaban las horas y nadie más.
Yo miraba a lo lejos.
Los niños se habían ido.
Volvió cada uno a los restos donde habitaba.
Troncos huecos.
Debajo de las piedras.
Vísceras secas.
Huesos apolillados.
No querrán ver los colores acaso.
Se lo pierden.
No les contaré cómo son.
Me sentaba a esperar a que los colores asomaran.
Las horas seguían llegando.
Flotaban en las aguas del río.
Qué lindas se veían.
Una a una.
Redonditas y risueñas.
Pero cada una estaba resguardada por un animal.
La hora de la puesta del sol venía con un gato de un solo ojo.
La hora del atardecer con un perro que aullaba a la primera estrella.
La del crepúsculo con una serpiente que se mordía la cola.
La del ocaso con un escarabajo que empujaba al resto de las constelaciones.
Las miraba avanzar lentamente.
Me acomodaba en un arbusto y seguía esperando a los niños.
La hora del anochecer estaba acompañada de un búho que comenzaba 
            a profetizar.
La hora de la umbra venía con un león a punto de despertarse.
La de las pesadillas con una cabra de tres cabezas.
Y la medianoche con un toro que era la misma noche.
Unos pájaros que no decían nada me observaban.
No se movían.
¿Estarán esperando también los colores?
¿Serán un color?
¿Qué es un color?
¿Estarán esperando a los niños?
Hacía frío y una brisa comenzaba a empujarme.
El río es lindo.
Me gusta el río.
Qué lindos son esos juncos.
Son suaves.
Se oyen.
Las estrellas se reflejan en el agua.
Brillan.
Coge una de las piedras mágicas.
Cógela.
Pero yo sólo veía las estrellas en el río.
Toma una de ellas.
Esas piedras son mágicas.
Te encantarán.
Estiré mi mano hacia una de las estrellas que refulgían en el río.
Tomé el charquito de agua y ahí estaba la estrella.
Ya ves.
Esa piedra es mágica.
Ahora pide un deseo.
Pero yo no sabía lo que era el deseo.
¿Qué es lo que quieres?
¿En qué sueñas?
Papá.
Papá y los colores.
Eso le dije a los juncos.
Se reían.
Se reían más fuerte.
Perdían el equilibriode tanto reírse.
Entonces uno de los pájaros habló.
Ven.
Vamos a ver los colores.
Nos internamos en el bosque.
Gracias juncos.
Gracias piedras mágicas.
Te voy a enseñar algo.
No debes contárselo a nadie.
Será el secreto más grande de nuestras vidas.
Avanzábamos cada vez más.
Yo sentía que alguien nos iba siguiendo pero no decía nada.
Escuchaba el musgo sobre las piedras.
¿Veremos los colores?
¿Volveré a ver papá?
El pájaro se me acercó y me susurró algo al oído.
¿Papá vive en aquella montaña?
¿El río se lo llevó hasta allá?
Esperaré que la luna se llené y me iré con ella.
Llevaré agua de flores y tortillas.
Iré donde papá y los colores.
Le contaré muchas cosas.
Soy casi un hombre pero también casi soy una mujer.
Mamá dice que esa montaña es un volcán.
Lleno de coyotes hambrientos.
Te saltan encima y te devoran el aire.
Con sus patas amasan tu cuello hasta triturar los huesos.
Luego hacen lo mismo con la piel.
Meten su hocico en tu cuello y se lo llevan.
Eso me dice mamá y grita de espanto.
No sabrá que me voy a buscar a papá.
Sigo esperando a que la luna se llene.
Hace frío y tarda.
Miro las estrellas.
Son tan poquitas.
Casi todas han muerto.
Mamá dice que es culpa del volcán.
Que cuando respira hacia adentro les arranca el fuego.
Cada vez que te encuentres en el cielo con esas estrellas que caen es que 
            el volcán las está devorando.
No vayas nunca al volcán.
Es perverso.
Está lleno de coyotes y de animales carroñeros.
Les gusta comerse la muerte de uno.
No vayas a ese volcán.
No vayas nunca.
Fui.

Los colores me trajeron de regreso a casa.




en OIIII, RIL editores, 2020









viernes, noviembre 21, 2025

«Alocución a la poesía», de Andrés Bello

Fragmento


Retrato de Andrés Bello por Raymond Quinsac Monvoisin


Divina poesía,
tú, de la soledad habitadora,
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría;
tú, a quien la verde gruta fue morada,
y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo adonde te abre
el mundo de Colón su grande escena.
También propicio allí respeta el cielo
la simple verde rama
con que al valor coronas;
también allí la florecida vega,
el bosque enmarañado, el sesgo río,
colores mil a tus pinceles brinda;
y céfiro revuelto entre las rosas;
y fúlgidas estrellas
tachonan la carroza de la noche;
y el Rey del cielo, entre cortinas bellas
de nacaradas nubes, se levanta,
y la avecilla en no aprendidos tonos
con dulce pico endechas de amor canta.

¿Qué a ti, silvestre ninfa, son las pompas
de dorados alcázares reales?
¿A tributar también irás con ellos,
en medio de la turba cortesana,
el torpe incienso de servil lisonja?
No tal te vieron tus más bellos días
cuando en la infancia de la gente humana,
maestra de los pueblos y los reyes,
cantaste al mundo las primeras leyes.
No te detenga, ¡oh diosa!,
esta región de luz y de miseria,
en donde tu ambiciosa
rival Filosofía,
que la virtud a cálculo somete,
de los mortales te ha usurpado el culto;
donde la coronada hidra amenaza
traer de nuevo al pensamiento esclavo
la antigua noche de barbarie y crimen;
donde la libertad, vano delirio,
fe la servilidad, grandeza el fasto,
la corrupción cultura se apellida:
descuelga de la encina carcomida
tu dulce lira de oro, con que un tiempo
los prados y las flores, el susurro
de la floresta opaca, el apacible
murmurar del arroyo transparente,
las gracias atractivas
de natura inocente
a los hombres cantaste embelesados;
y sobre el vasto Atlántico tendiendo
las vigorosas alas, a otro cielo,
a otro mundo, a otras gentes te encamina,
do viste aún su primitivo traje
la tierra, al hombre sometida apenas;
y las riquezas de los climas todos,
América, del sol joven esposa,
del antiguo océano hija postrera
en su seno feraz cría y esmera.



1823















jueves, noviembre 20, 2025

«Diálogos de la carroña», de Deisa Tremarias




 
Un hombre
cuenta paciente
el hambre de los días,
no habrá dios que conserve la carne
cuando el tiempo tome su aliento
 
Los restos postrados
murmuran muy quietos,
acercándose
cada vez más
ante el aroma putrefacto
 
Tomarán la forma de lo que va cesando
e irán cantando la tonada de la muerte
mientras dibujan círculos perfectos en el cielo

son lo negro del vuelo

la plata en el pico

la sombra en la tierra.




en Círculo de poesía, 25 de octubre, 2024





















miércoles, noviembre 19, 2025

«Telémaco», de Guillermo Sucre





Había recorrido esa ciudad bajo otro cielo
Lo abrumaba la inocencia
Su rostro era lo desconocido
Respiraba en las calles un perfume insolente
El espejo detrás del deseo
El trato con la tristeza lo tornó rebelde
No vivía en el desamparo sino en la soledad
Todo viaje lo extraviaba
Ese sol que gira en las noches
Quién ardía detrás de su fuego
Ningún rostro ningún nombre
Sólo el origen el lenguaje de la muerte
Así vio quemarse todos sus sueños
«Padre, estas cenizas»




en La mirada, 1970



















lunes, noviembre 17, 2025

«Marciano», de Nona Fernández

Fragmento del inicio




M


Hubo una noche en la selva colombiana donde todo parecía tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Estaba de guardia, recostado en la tierra, y las cosas no eran más que eso, la inmensidad del cielo, las estrellas sobre mi cabeza, el aire caliente movilizando las copas de los árboles y, por primera vez, la convicción de ser sólo una partícula más de ese paisaje. Me sentí chiquitito. Desde entonces me siento así. Lo que te cuento no tiene la dimensión de lo que fue, pero quizá debiéramos buscar el comienzo de esta historia ahí, en las huellas que quedaron, en el espacio pequeño que dejé en la oscuridad.

Hubo una mañana, que probablemente fueron muchas, en la que estuve sentado en mi cama, sintiendo el sol del invierno en la frente y oliendo el pan tostado que salía de la cocina en una panera de mimbre que llevaba una de mis hermanas. Creo que estoy ahí, entre las manos de mis hermanas, refugiado en alguna de sus palmas. Quizá levito en el olor del pan. O en el vapor de la tetera caliente que hierve en esa cocina. O en los rayos de sol que entraban y siguen entrando por la ventana de mi pieza, en esa casa que un día tuve.

Todavía estoy ahí, mirando hacia afuera. ¿Qué veía? ¿Qué veo?

El mar del puerto. El cielo de la mañana, probablemente algunas nubes.

Sueño con ese mar. Lo sobrevuelo como si fuera una gaviota, a unos treinta metros de altura. Siento el viento en la cara, veo las olas, su espuma blanca golpeando el roquerío, y cuando me aburro aprieto los brazos contra el cuerpo para lanzarme en picada. Me sumerjo en el agua fría, buceo entre reinetas y merluzas. Luego salgo, me elevo otra vez, planeo y me lanzo al mar para volver a sumergirme. No sé de dónde saco que apretando los brazos contra el cuerpo podré ir más rápido. Supongo que lo vi en los monos animados, pero por lo menos en mis sueños funciona. De esa forma me elevo y caigo, una y otra vez. 

El mar del puerto siempre está del otro lado de la ventana.

También el parrón del patio.

La higuera, el limonero, mi madre regando las rosas.

La realidad es gigante y para intentar darle un orden se la encierra en un rectángulo. ¿Será que la historia está subordinada a la geometría?

Hubo una noche de tormenta, cuando era niño, en la piquero en el barro de una población anegada. Hubo un piquero en el mar, tardes de playa, peleas con mi madre y más peleas con mi madre. Hubo muchos partidos de fútbol. Hubo muchos partidos de fútbol. Hubo cientos de pelotas y canchas y buenas y malas jugadas. Hubo un afiche del Che pegado en la pared de mi pieza. Hubo un día en que mi padre murió sin que debiera haberlo hecho y en ese error imperdonable la fecha se repite. 



Publicado por Random House, 2025

















domingo, noviembre 16, 2025

«La historia», de Kamal Nasser

Traducción de Juan Carlos Villavicencio y Carlos Almonte




Te contaré una historia...
Una historia que vivió en los sueños de la gente...
Una historia que vino del mundo de las tiendas...
Fue forjada por el hambre y decorada por las oscuras noches 
de mi país, mi país que es un puñado de refugiados...
Uno de cada veinte de ellos tiene un kilo de harina...
y promesas de alivio... regalos y encomiendas.
Es la historia del grupo que sufre
que estuvo diez años pasando hambre
entre lágrimas y agonía...
En la adversidad y la nostalgia...

              *   *   *

Esta es la historia de un pueblo que fue engañado 
que fue arrojado al laberinto de los años
pero ellos se opusieron y se mantuvieron firmes 
sin atuendos, unidos,
salieron a la luz desde las tiendas
a la revolución del retorno en el mundo de la oscuridad.



en Antología de Poesía de la Resistencia Palestina
Descontexto Editores, 2024





Pueden comprar nuestra antología
o en las mejores librerías de Chile y Argentina











sábado, noviembre 15, 2025

«Discutiendo sobre la existencia», de Lan Lan

Traducción de Miguel Ángel Petrecca




Parece que está hablando sobre un libro,
hablando sobre la vida de unas personas.

Mirando su remera gastada me distraigo;
y los árboles susurran tras la ventana.

Escucho su voz de hace dos años, de hace un año.
Afuera, el cielo se altera velozmente.

No sé en qué momento la oficina oscurece,
y hace ya un largo rato que él está callado.

Alrededor todo está tan silencioso.
De afuera viene el susurro de los árboles.





en Un país mental. 150 poemas chinos contemporáneos
Gog y Magog, 2023





















jueves, noviembre 13, 2025

«Del amor de Chile», de Raúl Zurita





Del amor de Chile, del amor de todas las
cosas que de norte a sur, de este
a oeste se abren y hablan
Los torrentes y los nevados que se tocan
y hablan amándose porque en este mundo
todas las cosas hablan de amor;
las piedras con las piedras y los pastos
con los pastos
Porque así se aman las cosas, las playas,
los desiertos, las cordilleras, los
bosques de más al sur, los glaciares y
todas las aguas que se abren tocándose
Para que tú las veas se abren
Sólo para que tú lo escuches Chile se
levanta
Sólo para que tú y yo nos miremos
por todo el horizonte, sí mira:
se levantan.



en La vida nueva, 1994















lunes, noviembre 10, 2025

«Sed», de Alfredo Saldaña





Atraviesa el desierto y mientras camina transforma esa alegoría de la carencia que es la sed en cuestión disputada de sentido, avidez nunca saciada de un saber entendido como falta y no como asedio, la potencia que ha impulsado todos los viajes a lo largo de la historia, los elegidos y los impuestos, los reales y los imaginarios.

No da por hecho, es un decir, que su promesa vale lo que pesa su mala conciencia, y recuerda las paradojas que algunas metáforas —«tengo sed», «te doy mi palabra»— encierran al abrirse y desplegarse con un verbo de posesión, tener, cuando lo que está indicando no es una tenencia o una propiedad sino precisamente la privación o la poquedad de aquello que desea (agua, vino, luz, compasión, belleza, conocimiento); al reconocer, otras veces, que cuando da esa palabra, en realidad, es ella quien lo entrega dejándolo indefenso, a la deriva, desnudo y sin protección, roto como un muñeco de trapo abandonado desde hace demasiado tiempo en el rincón más apartado y polvoriento de un desván.



en Sanar la herida. Poesía 1983-2025, 2025















Contribución a DscnTxt de Julio Espinosa Guerra













domingo, noviembre 09, 2025

«Conversación con un amigo», de Francisco Brines




 
Se me ha quemado el pecho, como un horno
Por el dolor de tus palabras
Y también de las mías.
Hablamos del mundo, y desde el cielo
Descendía su paz a nuestros ojos.
Hay momentos del hombre en que le duele
Amar, pensar, mirar, sentirse vivo,
Y se sabe en la tierra por azar
Solo, inútilmente en ella.
Como si se tratase de algo ajeno
Hablamos de nosotros
Y nos vimos inciertos, unas sombras.

Con poca fe, con las creencias rotas
Con un madero en la marea,
Con toda la esperanza naufragando
Porque no es la que llega a nuestra barca,
Sólo la caridad nos redimía
Del mal nuestro de ser.
Mirábamos la calle, rodeados
De luz, de tiempo, de palabras, de hombres.




en El rumor del tiempo, 1988

















viernes, noviembre 07, 2025

«Primera soledad», de Vicent Andrés Estellés

Un poema



 
Es un deseo súbito callar, de no oír,
de dejar que se acabe la tarde del domingo,
de pensar en la inmensa soledad de las tardes
de domingo en la huerta, de pensar en la inmensa
soledad de las tardes de domingo en el pueblo,
de pensar en la inmensa soledad de las tardes
del cementerio, hija, con el piar del pájaro
que se ha quedado solo, que no sabe a dónde ir,
que ha perdido a los suyos, que va loco buscando,
dando bandazos, hija, sin encontrar su sitio,
los suyos: todo eso que ocurre cada tarde
cuando cae la tarde, cuando llega la noche,
esa noche que nunca termina de llegar,
que está ahí, como una amenaza, y no llega,
y va a llegar, y está al caer, y no llega…
Pienso cómo serán las tardes de domingo
del cementerio, luego de los ramos, el agua
renovada, los tiestos de colores, los vidrios
festoneando fosas anónimas, humildes:
luego de la visita de todos los domingos,
cuando se han ido todos, cuando todos los muertos
se han quedado , en silencio, cada uno en su sitio,
tristes de soledad, calladamente amaros,
cada uno en su sitio, en su nicho, en su fosa,
con sus recuerdos, con su tristeza, sus cosas,
con todas esas cosas que palpitaban por
la mañana con todos los parientes, los hijos,
los padres, los hermanos, las esposas, los tíos,
llorando allí, rezando allí, yendo a la fuente
con un bote y trayendo agua, poniendo ramos,
quedándose callados, llevándose un pañuelo
a los ojos, y el aire todo lleno de pájaros,
todo lleno de almas, todo lleno de niños,
de alegres niños muertos, que chillan, vuelan, giran…
Y después esta tarde tan larga del domingo,
cada muerto en su sitio, quieto, callado, sin
ganas de decir nada, sin ganas de escuchar
nada, sin nada, nada, que mirar, que escuchar
allí, en el cementerio, donde termina el pueblo,
donde empieza el secano, con esos torpes pájaros
que siempre se extravían cuando cae la tarde
y van como asustados en busca de los suyos,
como asustados, como con miedo de encontrarse
allí, en el cementerio, cuando caiga la noche,
mientras cae la tarde con tanta soledad,
con humedad tristísima de sábana mojada.
Cada muerto en su sitio, cada muerto llorando
de eso, de estar allí y así, de no poder
estar con los demás, o de los demás
no estén allí con ellos, de no estar todos juntos
para toda la muerte, como antes estuvieron
para toda la vida, de no estar todos juntos
cuando llega la noche con tanta soledad.




1988










Contribución a DscnTxt de María Jesús Blanco Casals



















jueves, noviembre 06, 2025

«De vita philologica», de Jaime Siles




 

a Jenaro Talens

La vida me ha hecho lírico― o como otros dicen, egotista― ahogando en mí, 
gracias a Dios Todopoderoso, a aquel sabio en ciernes. Pero a las veces echo 
de menos a aquel muchacho de veinticinco años, tan leído, tan erudito, 
tan científico, tan objetivo― creo que se dice así―, tan cargado de citas 
y de teorías de otros.
MIGUEL DE UNAMUNO

 

Lo que debo al latín son muchas cosas.
Para empezar, mi sensación de lengua,
tan diferente a la ilusión del habla,
y la idea de que todo lenguaje
es ―y es sólo ― un acto de pensar:
un pensamiento erguido sobre un sinfín de ejes,
tan exactos como sus mecanismos,
que construye, sobre sonidos puros,
la arquitectura de una identidad.
Pero no sólo eso ―que es inútil y cierto,
y cerebral también y hasta pedante―
sino el recuerdo del resplandor de tardes
en que aquello que el texto me oponía
era un placer semántico que me transfiguraba
como un limbo de inteligencia pura
en el que la sintaxis de las frases
y las palabras se correspondían
y en el que cada esfuerzo presuponía otro
y éste entrañaba el placer de encontrar
otra dificultad.
Yo crecí bajo la sombra de los diccionarios
y creía que el mundo
era un texto preciso con sintaxis exacta
que cada tarde había también que analizar.
Crecí feliz entre un viento de páginas.
Luego me cambiaron el código
y la clave de cifra
y me quedé sin nada que leer.
Soy feliz por instantes, pero
mi traducción del mundo
resulta cada vez más imperfecta:
me equivoco en los verbos,
no acierto con los modos,
se me borran los tiempos
e, incluso, me confundo de caso o de flexión.
Cuando esto ocurre ―y me ocurre a menudo―
recuerdo aquellas tardes de sintaxis perfecta
y hermenéutica lúcida,
en que el perímetro del tiempo
eran mis diecisiete años
y el espacio del mundo,
sólo mi habitación.
La lectura de un texto nos hace personajes
y la vida, también.
Nuestra vida es un texto al que le faltan páginas
y las lagunas existentes dejan
no sólo abierto el blanco de los márgenes
sino que, hasta en el mismo texto conservado,
surgen siempre imprevistos vacíos que hay que completar.
Feliz de aquél que puede
fijar su vida como si fuera un texto,
desechar disparatadas conjeturas
y optar por una sola y única lección.
Yo he perdido mi texto, y la vida me arrastra
mientras yo la recuerdo como a sus paradigmas
y al antiguo muchacho que imaginé yo mismo
y que llegó a llamarse incluso como yo.
Lo peor de ser joven es que no se distingue
entre la realidad del ser y su gramática
y se hace metafísica del detalle más nimio
y se eleva a sistema el dato más trivial:
se confunden los ejes de sus dos mecanismos
y, al intentar cambiarlos, chocamos con los límites
de nuestro pensamiento y vemos lo perfecto
de todo raciocinio y lo imperfecto de todo lo real.
Por eso he amado el río de la lengua
y he recorrido a pie casi todo su curso
en un fallido intento de llegar a sus fuentes
y beber la primera palabra originaria
por si en ella se oía, sin manchar por el hombre,
un sonido perdido, algo
que todavía pudiera valer como verdad.
Yo no lo escucho, pero sé su existencia.
De nada sirve todo el conocimiento
ni la interpretación más sólida o brillante,
ni la idea más lúcida ni el juicio más feliz.
De nada sirven, cuando se viste sólo de prestado
o se vive en un alma fiada o de alquiler;
cuando no hay propiedad sin hipoteca
y hasta la muerte viene con su factura del agua o de la luz.
El latín concedía cierta pasión al orden.
En el orden de ahora la sintaxis funciona
por completo al revés:
sólo hay pasión allí donde hay desorden,
y el ritmo de las frases es un anacoluto
en el que los meandros de la vida
alteran la consecutio temporum
y la atracción de modos impide
la exacta percepción de lo real.

Me gustaría poder abrir sin más el diccionario
de una lengua que careciera de gramática;
de una lengua cuyos sonidos fueron sólo
el ritmo de la pausa de una sucesión
y de la que pudiéramos saber toda la historia,
su evolución, sus fases, sus etapas… todo
salvo el preciso sentido de sus términos:
una lengua, como nosotros mismos,
condenada a su forma y a carecer de significación.
La hermenéutica es una ciencia pía: una
experiencia casi religiosa,
cuya praxis consiste en alterar el orden
de la sintaxis órfica
y convertir el sentido del mundo
en un catálogo de frases de liturgia
y en el ficticio orden de un ritual.
En el latín… ¡qué seguro era el mundo
y su belleza exacta
cómo recomponía el orden que rompe lo real!
Nada más bello
que aquellas trampas de la inteligencia
con puentes levadizos y palancas
movidas y accionadas por una leve cifra de su vocabulario
y un sistema muy próximo al del propio pensar.
¡Qué perfectos los casos y las declinaciones
y cómo los añoro cada vez que en la vida me siento naufragar!
Son como mástiles que aguantan la tormenta
y avanzan en la noche a través de la bruma
como un buque fantasma que tuviera velamen
y no tripulación.
¡Cómo siento de firme la fuerza de su lengua!
¡Cómo viene y dirige mi torpe maniobra,
rectifica mi rumbo y aguanta mi timón!
El latín es un agua profunda
que sostiene todas las superficies
y que crea en los mapas
la ilusión o certeza de que hay un punto exacto
o alguna idea firme
o una isla segura
o la existencia de un lugar
más allá del lugar que se hunde y flota
al ritmo y al vaivén de las palabras
y que reaparece cuantas veces
perdemos de vista el horizonte
o el dolor nos borra de los ojos
las figuras que forman
la ficción o relato de nuestro recorrido
y nos fija como un punto de amarre
a una playa lejana que se mueve,
como la luz dentro de la memoria,
entre el latido regular de un péndulo
y la átona música de una muerte perfecta
cuyas aguas sonaran siempre al mismo compás.
Eso por consignar sólo la metafísica
y no los años sórdidos en que viví de él.
No: no es la especialidad
lo que de su filología me interesa
sino la vida que hay entre los márgenes
de un libro hecho de tiempo
cuya lengua podemos, sin hablarla, leer.
Ese libro del que todos podemos ser gramática,
esa lengua que ya sólo se escribe,
ese tiempo que es ya sólo lugar.
Feliz de quien no tiene que traducir el mundo
ni siente necesidad o afán de interpretarlo
porque sabe que lo que afirma al hombre
no es el sentido sino la sucesión.
Vivir consiste sólo en sucederse,
como un anfibio, en las aguas de un yo terco y fugaz
que se confunde sólo con su costumbre.



en Himnos tardíos, 1999





















miércoles, noviembre 05, 2025

«La obispa», de Núria Sales

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




La obispa Lynn hace medio siglo
que vive
en Playamuertos
pero no dice
ni pío
más que en inglés.
Se ha empeñado en no saber nada
más
y ha triunfado.
La obispa Lynn no se quiere mezclar,
aplatanarse.
Por eso
aunque se muera de calor
toma su té caliente
cada tarde a las cinco.
Por eso aunque se muera de calor
cada día pasa el rastrillo
por su jardincito
recortado y simétrico 
donde sólo deja crecer
hierbita verde
recortadita
y rosas de marca:
pena de muerte a las flores indígenas
transgresoras:
flamboyanes, orquídeas,
buganvillas
y otras malas hierbas.
Por eso, aunque se muera de calor
juega al tenis cada mediodía
y sólo se relaciona con la tía
del cónsul de El Salvador.
La obispa Lynn no quiere aplatanarse
pero un día se va a morir
y ya veremos quién vencerá.



en Exili a Playamuertos, 1961
























lunes, noviembre 03, 2025

«He envejecido», de Joan Teixidor

Traducción de Juan Carlos Villavicencio





He envejecido de tanta vida mía.  
He prosperado en la nostalgia.  
El mundo tan pequeño me empequeñeció.  
Envidio a los hombres que lo dejaron todo.



en Fluvià, 1983















domingo, noviembre 02, 2025

«La estaca», de Lluís Llach

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




El abuelo Siset me hablaba 
temprano en la mañana en el portal, 
mientras esperábamos al sol 
y veíamos pasar los carruajes.

Siset, ¿no ves la estaca 
a la que todos estamos atados? 
Si no podemos librarnos de ella 
¡nunca podremos caminar!

Ella va a caer, si tiramos todos,
ya no puede durar demasiado,
seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar bien podrida ya.

Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allá,
seguro que cae, cae, cae
y nos vamos a poder liberar.

Pero Siset, hace mucho tiempo 
que las manos se me están deshollando 
y cuando la fuerza un instante se me va 
ella se hace más fuerte y más grande todavía.

Ella va a caer, si tiramos todos,
ya no puede durar demasiado,
seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar bien podrida ya.

Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allá,
seguro que cae, cae, cae
y nos vamos a poder liberar.

El abuelo Siset ya no dice nada, 
fue un mal viento el que se lo llevó,
quién sabe hacia dónde
mientras sigo bajo el portal.

Y cuando pasan los nuevos muchachos
estiro el cuello para cantar 
el último canto de Siset, 
el último canto que me enseñó.

Ella va a caer, si tiramos todos,
ya no puede durar demasiado,
seguro que cae, cae, cae,
pues debe estar bien podrida ya.

Si yo tiro fuerte por aquí
y tú tiras fuerte por allá,
seguro que cae, cae, cae
y nos vamos a poder liberar.


1968