martes, agosto 19, 2025

«Carta a un profesor», de Friedrich Nietzsche + comentario de André Breton

Traducción de Joaquín Jordá



Turín, 6 de enero 1889.

Querido Señor Profesor:

Seguro que preferiría ser profesor en Basilea que Dios; pero no me he atrevido a llevar mi egoísmo privado hasta el punto de abandonar la creación del mundo. Usted dice que se deben hacer sacrificios, vívase en el lugar y en la manera en que se viva. Pero me he reservado un pequeño cuarto de estudiante que está situado frente al Palacio Carignan (donde nací bajo el nombre de Víctor-Emmanuel), y que me permite además oír desde mi mesa de trabajo la magnífica música que tocan debajo de mí, en la Galería Subalpina. Pago veinticinco francos, servicio incluido, preparo mi té y yo mismo hago mis compras, sufro por tener los zapatos rotos y agradezco al cielo cada instante del viejo mundo, frente al cual los hombres no se han mostrado bastante sencillos y bastante tranquilos. Como estoy condenado a distraer la próxima eternidad con bromas descabelladas, tengo una nueva manera de escribir, que no deja nada que desear y que es muy bonita y nada fatigante. Correos está a cinco pasos de aquí; yo mismo llevo las cartas que dirijo a los grandes cronistas mundanos. Naturalmente, mantengo las relaciones más estrechas con el Figaro, y para que usted pueda darse cuenta de la paz en que puedo vivir, oiga las dos primeras de mis bromas descabelladas:

No tome muy en serio el caso Prado. (Yo soy Prado, yo soy también el padre de Prado, me atrevo a añadir que también soy Lesseps) Quisiera aportar a mis parisinos, que quiero bien, una nueva noción —la del honrado criminal. También soy Chambige—igualmente un honrado criminal.

Segunda broma: Saludo al Inmortal Señor Daudet, que forma parte de los Cuarenta Astu. 

Una cosa desagradable y que ofusca mi modestia, es que en el fondo yo soy todos los grandes nombres de la historia; en cuanto a los hijos que me deben la luz, me pregunto con cierta desconfianza si todos aquellos que entran en el reino de Dios no proceden también de Dios. Este otoño, he asistido en dos ocasiones sin ningún asombro a mi propio entierro, la primera vez bajo el nombre de Conde Robilant (no, es mi hijo, en la medida en que, infiel a mi naturaleza, yo soy Carlos-Alberto); la segunda yo mismo era Antonelli. Querido Señor, debería ver ese monumento de arquitectura; como no tengo absolutamente ninguna experiencia sobre mis propias creaciones, todas las críticas que pueda formular le valdrán mi reconocimiento sin que pueda sin embargo prometerle que me servirán. Nosotros, los artistas, somos ineducables. Hoy he asistido a una opereta (quirinal-moresca), y en esa ocasión, he comprobado con placer que ahora Moscú, tanto como Roma, son algo grandioso. Vea usted, incluso en los paisajes es preciso reconocerme un cierto talento. Si usted está de acuerdo, sostendremos juntos ricas, ricas conversaciones; Turín no está lejos, muy serios deberes profesionales le esperan aquí y un vaso de vino de Valtelina completará la cosa. El descuido indumentario es de rigor.

Suyo de todo corazón,

Nietzsche.



Mañana llegan mi hijo Humberto y la encantadora Margarita, a quienes, sin embargo, recibiré como a usted en mangas de camisa. Paz a Madame Cosima… Ariane… de vez en cuando es evocada…

Voy por todas partes con la ropa de trabajo, todo el hombro de los transeúntes y les digo: Siamo contenti? Son Dio ho fatto questa caricatura…

Puede hacer de esta carta el uso que quiera con tal de que no me rebaje en la estimación de los basileos.






COMENTARIO DE ANDRÉ BRETÓN

Es sorprendente que Nietzsche se haya recomendado a la vigilancia de los psiquiatras firmando la admirable carta del 6 de enero de 1889, ante la cual se puede sentir la inclinación de ver la más alta explosión lírica de su obra. El humor nunca ha alcanzado tal intensidad, ni ha chocado con peores límites. En efecto, toda la empresa de Nietzsche tiende a fortificar el «super ego» como engrandecimiento y ampliación del ego (el pesimismo presentado como fuente de buena voluntad; la muerte como forma de libertad, el amor sexual como realización ideal de la unidad de contradictorios: «aniquilarse para retornar»). Sólo se trata de devolver al hombre todo el poder que ha sido capaz de poner sobre el nombre de Dios. Puede que a tal temperatura el yo se disuelva («Yo es otro», dirá Rimbaud, y no se ve por qué no sería para Nietzsche una serie «de otros», elegidos a capricho del momento y designados por su nombre). Es cierto que aquí hace su aparición la euforia: estalla como una estrella negra en el enigmático «Astu» que se empareja con el «¡Baou!» del poema «Devoción» de Rimbaud y testimonia que los puentes de comunicación están rotos. ¿Pero los puentes de comunicación con quién, si todos están, todos en uno solo, del mismo lado? «Todas las morales, nos dice Nietzsche, han sido útiles en el sentido de que han dado a la especie, de entrada, una estabilidad absoluta: en cuanto se ha alcanzado esa estabilidad, el objetivo puede colocarse más alto.

Uno de estos movimientos es incondicionado: la nivelación de la humanidad, los grandes hormigueros humanos, etc. El otro movimiento, mi movimiento, es, al contrario, la acentuación de todos los contrastes y de todos los abismos, la supresión de la igualdad, la creación de seres todopoderosos.» Sólo se delira para los demás y Nietzsche sólo ha representado ideas delirantes de grandeza para los hombres pequeños.






Pintura original: Retrato de Friedrich Nietzsche por Curt Stoeving
















No hay comentarios.: