sábado, junio 30, 2012

“En el lago que se derretía”, de Chung Ling







He soñado con caminar por olas de hielo.
He soñado con el azul encerrado.
¿Vamos?

Una lata con una lengua de hielo dentro.
Una lata que rueda por el blanco agrietado:
Ahí arrojé una cadencia rota.

Un sol reluciente mezclaba
Su calor con la nieve.
Tú me dijiste:
-          No es una larga serpiente azul,
Sino la señal de un lago que se derrite.
No tardaremos en oír su crujir.



en El barco de las orquídeas, 2007











viernes, junio 29, 2012

"Alta noche", de Oliverio Girondo





De vértices quemados
de subsueño de cauces de preausencia de huracanados rostros que trasmigran
de complejos de niebla de gris sangre
de soterráneas ráfagas de ratas de trasfiebre invadida
con su animal doliente cabellera de líbido
su satélite angora
y sus ramos de sombras y su aliento que entrecorre las algas del pulso de lo inmóvil
desde otra arena oscura y otro ahora en los huesos
mientras las piedras comen su moho de anestesia y los dedos se apagan y arrojan su ceniza
desde otra orilla prófuga y otras costas refluye a otro silencio
a otras huecas arterias
a otra grisura
refluye
y se desqueja








en En la masmédula, 1956










jueves, junio 28, 2012

“El secreto de la antigua música”, de Auguste Villiers de L’Isle Adam





al señor Richard Wagner




Era día de audición en la Academia Nacional de Música. En las altas instancias se había decidido el estudio de una obra de cierto compositor alemán (cuyo nombre, olvidado desde entonces, felizmente se nos escapa); y tal maestro extranjero, si había que creer en diversos memoranda publicados por la Revue de Deux Mondes, ¡era nada menos que el creador de una música «nueva»! 

Así pues, los músicos de la Ópera se encontraban reunidos para poner, como suele decirse, las cosas en claro y descifrar la partitura del presuntuoso innovador. 

El momento era grave. El director de la Academia apareció en escena y entregó al director de orquesta la voluminosa partitura en litigio. Éste la abrió, la leyó, se estremeció y declaró que la obra le parecía inejecutable en la Academia de Música de París. 

—Explíquese —dijo el director de la Academia.
—Señores —respondió el director de orquesta—, Francia no podría responsabilizarse de truncar, por una defectuosa interpretación, el pensamiento de un compositor... sea cual sea su nacionalidad. Sin embargo, en las partituras de orquesta especificadas por el autor figura... un instrumento militar caído ya en desuso y que no tiene intérprete entre nosotros; ese instrumento, que hizo las delicias de nuestros padres tenía antaño un nombre: el chinesco. Creo que la radical desaparición del chinesco en Francia nos obliga a declinar, muy a pesar nuestro, el honor de esta interpretación. 

Tal discurso había sumido al auditorio en ese estado que los fisiologistas llaman comatoso. ¡El Chinesco! Los más viejos apenas recordaban haberlo oído en su infancia. Pero les hubiera resultado muy difícil, hoy en día, poder precisar su forma. De repente, una voz pronunció estas inesperadas palabras: 

—Con su permiso, creo que yo conozco uno —todas las cabezas se volvieron; el director de orquesta se levantó de un salto.
—¿Quién ha hablado?
—Yo, los platillos —respondió la voz. 

Un instante después, los platillos estaban en el escenario rodeados, adulados y asediados con impacientes preguntas. 

—Sí —continuaban—, conozco a un viejo profesor de chinesco, maestro en su arte y sé que aún vive. 

Todos exhalaron un grito. ¡Los platillos aparecieron como un salvador! El director de orquesta abrazó a su joven satélite (porque los platillos eran todavía jóvenes). Los trombones enternecidos le animaban con sus sonrisas; un contrabajo le envió un envidioso guiño; el tambor se frotaba las manos: «¡Llegará lejos!», gruñía. En fin, en ese rápido instante, los platillos conocieron la gloria. 

A continuación, una comisión, precedida por los platillos, salió de la Ópera hacia Batignolles, a cuyas profundidades se había retirado, lejos del ruido, el austero virtuoso. Llegar, preguntar por el viejo, subir los nueve pisos, tirar del pelado cordón de su llamador y esperar, jadeando, en el descansillo, fue para nuestros embajadores cuestión de un segundo. 

De pronto, todos se descubrieron: un hombre de aspecto venerable, con el rostro rodeado de plateados cabellos que caían en largos rizos sobre sus hombros, una cabeza a lo Béranger, un personaje de romanza, estaba en pie en el umbral y parecía invitar a los visitantes a penetrar en su santuario. ¡Era él! Entraron. 

La ventana, enmarcada por plantas trepadoras, estaba abierta al cielo, en ese purpúreo momento del maravilloso crepúsculo. Los asientos eran escasos: la litera del profesor sustituyó, para los delegados de la Ópera, a las otomanas, a los poufs, que abundan demasiado a menudo en las casas de los músicos modernos. En los rincones se veían viejos chinescos; aquí y allá yacían varios álbumes cuyos títulos llamaban la atención. El primero era: ¡Primer amor!, melodía para chinesco solo, seguido de Variaciones Brillantes sobre la Coral de Lutero, concierto para tres chinescos. Después, un septeto de chinescos (gran unisón), titulado LA CALMA. Luego una obra de juventud (un poco empañada de romanticismo): Danza Nocturna de Jóvenes Moriscos en la Campiña de Granada, en el peor momento de la Inquisición, gran bolero para chinesco; finalmente, la obra del maestro: El Ocaso de un Bello Día, obertura para ciento cincuenta chinescos. Los platillos, muy emocionados, tomaron la palabra en nombre de la Academia Nacional de Música. 

—¡Ah! dijo con amargura el viejo maestro—, ¿ahora se acuerdan de mí? Debería... Mi país ante todo. Señores, iré. Al haber insinuado el trombón que la partitura parecía difícil contestó el profesor tranquilizándolos con una sonrisa: 
—No importa. 

Y tendiéndoles sus pálidas manos, curtidas en las dificultades de tan ingrato instrumento, dijo: 

—Hasta mañana, señores, a las ocho, en la Ópera. 

Al día siguiente, en los pasillos, en las galerías, en la concha del inquieto apuntador, hubo una terrible emoción: se había propagado la noticia. Todos los músicos, sentados ante sus atriles, esperaban, con el arma en la mano. La partitura de la nueva música no tenía, ahora, sino un interés secundario. De repente, la puerta trasera dio paso al hombre de antaño. ¡Estaban dando las ocho! Ante el aspecto del representante de la antigua música, todos se pusieron en pie, rindiéndole homenaje como señal de posteridad. El patriarca llevaba en su brazo, cubierto con un humilde forro de sarga, el instrumento de los tiempos pasados, que tomaba, de ese modo, las proporciones de un símbolo. Tras atravesar por entre los atriles y encontrar, sin dudar, su camino, se sentó en su antiguo sitio, a la izquierda del tambor. Después de afianzar en su cabeza un gorro de lustrina negra y una visera sobre sus ojos, descubrió el chinesco y la obertura comenzó. 

Pero, con los primeros compases y desde la primera mirada a la partitura, la serenidad del viejo virtuoso pareció ensombrecerse; en seguida, un angustioso sudor perló su frente. Se inclinó, como para leer mejor y, con el ceño fruncido, sus ojos pegados al manuscrito que hojeó enfebrecidamente, apenas respiraba... 

¿Era tan extraordinario, lo que el viejo leía, para turbarle de ese modo? ¡En efecto! El maestro alemán, por unos celos tudescos, se había complacido, con aspereza germánica, con maldad rencorosa, en erizar la parte del Chinesco de dificultades casi insuperables. Se sucedían rápidas, ingeniosas, repentinas, ¡era un desafío! Juzguen ustedes: la partitura se componía, solamente, de silencios. Sin embargo, incluso para aquellas personas que no son del oficio, ¿qué hay más difícil de interpretar, para el Chinesco, que el silencio?... ¡Y era un CRESCENDO de silencios lo que tenía que interpretar el viejo artista! 

Al ver eso se puso tieso; un movimiento febril se le escapó... Pero nada, en su instrumento, traicionó las emociones que le agitaban. No se movió ni una campanilla. ¡Ni un cascabel! Nada de nada. Se notaba que lo dominaba a fondo. ¡Él también era un maestro! Tocó. ¡Sin vacilar! Con un dominio, una seguridad, un brío, que llenó de admiración a toda la orquesta. Su interpretación, siempre sobria, pero llena de matices, era de un estilo tan matizado, de un acabado tan puro que, cosa extraña, por momentos, ¡parecía que se le oía! 

Los bravos estaban a punto de estallar por todas partes cuando un inspirado furor se encendió en el alma clásica del viejo virtuoso. Con los ojos llenos de ira y agitando ruidosamente su instrumento vengador que parecía como un demonio suspendido sobre la orquesta: 

—Señores —vociferó el digno profesor—, ¡renuncio! No comprendo nada. ¡No se escribe una obertura para un solo! ¡Yo no puedo tocar!, es demasiado difícil. ¡Protesto!, ¡en nombre del Sr. Clapisson! Aquí no hay melodía. ¡Es una cencerrada! ¡El Arte está perdido! Caemos en el vacío. 

Y, fulminado por su propio delirio, cayó. 

En su caída, agujereó el bombo y desapareció en su interior como cuando se desvanece una visión.

¡Lástima!, él se llevaba, al sepultarse en los profundos flancos del monstruo, el secreto de los encantos de la antigua música.



en Cuentos crueles, 1883








miércoles, junio 27, 2012

"Variación sobre ningún tema", de Durs Grünbein

Traducción de Juan Carlos Villavicencio / Fragmento






Y por la mañana se dispara de la ducha…
Agua, ¿sino qué? Rojo y Azul
Marcado en las llaves para caliente y fría.
Que la piel se despegue en tiras
Continúa siendo una pesadilla absurda.
Ninguna espina en la toalla, ni sangre
En los azulejos – el estertor en el vertedero
se llama higiene, no muerte.
Y si el jabón todavía está hecho
de huesos, nada dice la espuma
Secándose en las líneas de la mano.
Temerosamente con vida, tirada con fuerza
De los cabellos, muere una breve sospecha.







en Falten und Fallen, 1994














Variation auf kein Thema


Und morgens schießt aus der Dusche... / Wasser, was sonst? Rot und Blau / Steht auf den Hähnen für Heiß und Kalt. / Daß die Haut sich in Streifen / Abschält, bleibt ein alberner Alptraum. / Kein Dorn im Handtuch, kein Blut / An den Fliesen - das Röcheln im Ausguß / Heißt Hygiene, nicht Tod. / Und ob Seife noch immer aus Knochen / Gemacht wird, der Schaum / Auf den Handlinien trocknend, sagt nichts. / Ängstlich belebt, an den Haaren / Herbeigezerrt, stirbt ein kurzer Verdacht.



martes, junio 26, 2012

“Latinoamérica: ¿se viene una "primavera árabe"?”, de Adrián Salbuchi




Los dueños del poder global profundamente enquistados dentro de las estructuras de poder públicas y privadas de Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea, han desatado un nuevo tipo de guerra: instigan y controlan a su favor violentas insurrecciones populares dentro de países víctima. A la primera ola la bautizaron la “primavera árabe”. ¿Se viene ahora una segunda ola a la que llamarán “primavera latinoamericana”?



Aunque pareciera que la insurgencia violenta aún no está en los planes inmediatos de esa venidera “primavera latinoamericana”, existen sin embargo indicios de crecientes actividades de guerra psicológica disfrazada de “pro-democracia”, “pro-derechos humanos” por parte de agencias y ONG que dicen brindar “asistencia”, y que operan a través de entes locales alineados con los intereses de EE. UU., Reino Unido y la Unión Europea en nuestra región. 


Encendiendo la cerilla…

¿Será ello un prolegómeno de cosas peores por venir? Quienes encienden las “cerillas” que enardecen las protestas y disturbios populares, han aprendido mucho de su experiencia con la “primavera árabe” acerca de cómo avivar esas llamas hasta transformarlas en catastróficos incendios sociales… 

Algunas señales de alarma ya comienzan a sonar en países como Venezuela, Ecuador y Bolivia, cuyos presidentes -Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales, respectivamente– no bailan al ritmo que Estados Unidos y sus aliados pretenden como parte de su dominio centenario económico y político sobre Latinoamérica. Por ejemplo, Venezuela, Bolivia y Ecuador insisten en mantener estrechas relaciones con países que EE. UU. y sus aliados han marcado como “Estados trasgresores”; notablemente Irán, Siria y la Libia de Gadafi. ¿Se los habrá elegido entonces como cabeceras de playa para iniciar una vasta “primavera latinoamericana” insurreccional?

Recordemos que la mal llamada “primavera árabe” también comenzó cuando las llamaradas de un amplio abanico de quejas sociales fueron avivadas hasta transformarse en masivas manifestaciones de protesta que luego fueron intensificadas hasta explotar en descontrolada violencia social de todos contra todos.

Un indicio de que se están encendiendo estas “cerillas” lo desvela el diario ecuatoriano “El Telégrafo”, al informar sobre un supuesto “Proyecto Ciudadanía Activa” que estaría entrenando a periodistas opositores al gobierno del presidente Correa, y que recibió financiamiento por us$ 4.300.000 de USAID -Agencia de Desarrollo Internacional de EE. UU.- que canaliza fondos a grupos opositores locales como Faro, Esquel y Fundamedios, con la excusa de “fortalecer la democracia” a través de talleres, foros y proyectos de supervisión de los medios.


Redes de Poder

Para poder mejor comprender cómo funciona este complejo sistema de dominio, debemos también observar las actividades del sector privado que son instrumentales para lograr el control sobre los países de nuestra Región. Por ejemplo, una entidad privada como la “Americas Society” –estrechamente vinculada al poderoso Consejo de Relaciones Exteriores (Council of Foreign Relations) ubicado justo enfrente de sus oficinas en la elegante Park Avenue de la Ciudad de Nueva York– recientemente logró catapultar a uno de sus miembros, Juan Manuel Santos, al cargo de presidente de Colombia, aliado tradicional de EE. UU. en la Región.

Otros miembros de la Americas Society incluyen a poderosos líderes políticos y empresariales, regionales y globales, como el presidente del Congreso Mundial Judío, el argentino Eduardo Elsztain (socio comercial de George Soros), y Gustavo y Patricia Cisneros, dueños de un poderoso conglomerado multimediático venezolano opositor del gobierno del presidente Chávez.

Junto al fundador y co-presidente de la Americas Society, David Rockefeller, hallamos a John Negroponte quien fuera embajador ante la ONU y luego ante la invadida Iraq de George W. Bush, a quién también sirvió en el poderoso cargo de Asesor de Seguridad Nacional.

A menudo, son datos poco conocidos como éstos los que nos permiten armar el rompecabezas de cómo funciona realmente el mundo actual, pero que los multimedios occidentales sistemáticamente soslayan e ignoran.

Igual que omitieron informar sobre el hecho de que los Dueños del Poder Global lograron imponerle a la pobre Italia a Mario Monti como presidente, quien “casualmente” es también presidente para toda Europa de la poderosa Comisión Trilateral de Rockefeller-Rothschild, con su gran cantidad de miembros que son máximos directivos de los megabancos globales.

Por suerte, un creciente sector de la población mundial va tomando conciencia del hecho de que la mal llamada “primavera árabe” no es más que un vehículo para imponer la infausta “democracia” de estilo occidental al mundo musulmán, al tiempo que se debilitan todos sus Estados soberanos. Innegablemente, esto está siendo ingenierizado, financiado y promovido por los Dueños del Poder, quienes astutamente se aprovechan de las divisiones internas en esos países, y de los genuinos reclamos sociales de las poblaciones locales.

Para ello utilizan todas las armas a su disposición –a menudo a través de operativos de la CIA, el MI6 y el Mossad-. Esto incluye en lugar destacado, a las operaciones de Guerra Psicológica desarrolladas por sus multimedios globales y locales, que diseminan información distorsionada -sino falsa- acerca de lo que realmente está ocurriendo dentro de cada país y por qué.


Guía de Siete Pasos para destruir países

Escribiendo en RT el año pasado sobre la “primavera árabe”, describimos una suerte de “proceso” de siete pasos que las potencias occidentales utilizan para intensificar los disturbios sociales en países víctima para debilitarlos o incluso destruirlos como hicieron con Iraq, Libia y Afganistán y hoy hacen con Siria.

Dado que ya se avizoran similares oscuros nubarrones en el horizonte latinoamericano y en otras regiones del mundo, es que creemos conveniente remarcar ese proceso:

1. Comienzan apuntándole al país víctima que les molesta y que decidieron está listo para un “cambio de régimen”, descalificándolo como “Estado trasgresor o gobierno dictatorial”; entonces…
2. Diseminan mentiras flagrantes a través de sus multimedios globales y periodistas pagos, a lo que llaman “la preocupación de la comunidad internacional”, entonces…
3. Financian y promueven disturbios y caos interno, a menudo llegando a armar, financiar y entrenar a los peores grupos terroristas locales -tarea encomendada a la CIA, el MI6, el Mossad y sus socios en Al Qaeda y los carteles de la droga- a los que llaman “Luchadores por la Libertad”; entonces…
4. Procuran imponer resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que les permitan hacer que “legalmente” la OTAN lance una lluvia de muerte y destrucción sobre millones de personas, a lo que llaman “Sanciones para proteger a la población civil”; entonces... 
5. Invaden y comienzan a controlar al país víctima, a lo que llaman “Liberación”; entonces… 
6. Cuando el país víctima cae íntegramente bajo su control, imponen fraudulentos gobiernos locales gerenciadores, a lo que llaman "Democracia”, hasta que finalmente… 
7. Le roban al país víctima todo su petróleo, minerales y riquezas agropecuarias entregándolas a sus corporaciones y megabancos, imponiéndole un endeudamiento público imposible de pagar, a lo que llaman “inversiones globales y reconstrucción”.

De manera que, Ecuador, Venezuela, Bolivia -incluso Argentina-: ¡¡abran bien sus ojos!! No se dejen engañar por el uso violento de la fuerza en privado y de la hipocresía en público por estos facinerosos globales y sus socios locales en los multimedios, las empresas –incluso en algunos de los gobiernos gerenciadores– de los países de nuestra región.

Porque el día en que los Dueños del Poder Global decidan venir por todos nosotros, lo van a hacer todo en nombre de la “libertad de expresión”, la “democracia”, la “paz”, los “derechos humanos”, la “no-discriminación” y otras vacuas frases caza-bobos por el estilo. ¡No se dejen atrapar!



en RT, 24 de junio de 2012  







lunes, junio 25, 2012

"Sin señal de vida", de Jorge Teillier

Celebrando sus 77 años y un día




¿Para qué dar señales de vida?
Apenas podría enviarte con el mozo
un mensaje en una servilleta.

Aunque no estés aquí.
Aunque estés a años sombra de distancia
te amo de repente
a las tres de la tarde,
la hora en que los locos
sueñan con ser espantapájaros vestidos de marineros
espantando nubes en los trigales.

No sé si recordarte
es un acto de desesperación o elegancia
en un mundo donde al fin
el único sacramento ha llegado a ser el suicidio.

Tal vez habría que cambiar la palanca del cruce
para que se descarrilen los trenes.
Hacer el amor
en el único Hotel del pueblo
para oír rechinar los molinos de agua
e interrumpir la siesta del teniente de carabineros
y del oficial del Registro Civil.

Si caigo preso por ebriedad o toque de queda
hazme señas de sol con tu espejo de mano
frente al cual te empolvas
como mis compañeras de tiempo de Liceo.

Y no te entretengas
en enseñarle palabras feas a los choroyes.
Enséñales sólo a decir Papá o Centro de Madres.
Acuérdate que estamos en un tiempo donde se habla en voz baja,
y sorber la sopa un día de Banquete de Gala
significa soñar en voz alta.

Qué hermoso es el tiempo de la austeridad.
Las esposas cantan felices
mientras zurcen el terno único
del marido cesante.

Ya nunca más correrá sangre por las calles.
Los roedores están comiendo nuestro queso
en nombre de un futuro
donde todas las cacerolas
estarán rebosantes de sopa,
y los camiones vacilarán bajo el peso del alba.

Aprende a portarte bien
en un país donde la delación será una virtud.
Aprende a viajar en globo
y lanza por la borda todo tu lastre:
los discos de Joan Báez, Bob Dylan, Los Quilapayún,
aprende de memoria los Quincheros y el 7° de Línea.
Olvida las enseñanzas del Niño de Chocolate, Gurdgieff
           o el Grupo Arica,
quema la autobiografía de Trotzki o la de Freud
o los 20 Poemas de Amor en edición firmada y numerada
           por el autor.

Acuérdate que no me gustan las artesanías
ni dormir en una carpa en la playa.
Y nunca te hubiese querido más
que a los suplementos deportivos de los lunes.

Y no sigas pensando en los atardeceres en los bosques.
En mi provincia prohibieron hasta el paso de los gitanos.

Y ahora
voy a pedir otro jarrito de chicha con naranja
y tú
mejor enciérrate en un convento.
Estoy leyendo El Grito de Guerra del Ejército de Salvación.
Dicen que la sífilis de nuevo será incurable
y que nuestros hijos pueden soñar en ser economistas
            o dictadores.











en Cartas para reinas de otras primaveras, 1985











domingo, junio 24, 2012

“Alquimia de la noche”, de Carlos de Rokha







Una tarde esta última entre todas las tardes
Me habéis denunciado al séptimo demonio
Soy el navegante que detiene las mareas
Al lado de los deltas
Mis pasos entre larvas
No quieren perecer
Vosotros habéis desaparecido sin oírme
Ni nada saber de la clave del gran día
Vista en un licor de oro
Sobre las colinas donde mis panteras
Han devorado a sus hijuelos

Cuándo la tempestad dejará para mí sortilegio
En los más bellos ventisqueros

Soy el refugio de las hechizadas inviolables
La inscripción onírica del emigrante
Me interpreta en la sombra del astro

Me habéis amado por error
Os habéis creído vuestras mis sonrisas

Crimen del licántropo he soñado tus vampiros
No soy el que esperáis
Mi espectro ya ha pasado
Hacia la alquimia negra



                                      
en El orden visible, 1956






sábado, junio 23, 2012

"Lullaby para la noche", de Ahmad Shamlou

Versión de Juan Carlos Villavicencio, de la versión inglesa de Maryam Dilmaghani





El Caballero,
de pié y quieto,
–como si fuera el guardián a sueldo–
del origen sombrío–
de esta beligerante, inquieta Noche.

¡De pié inmóvil, quieto, el caballero!
Solo las largas trenzas de su caballo alado–
bailaron sobre el escenario, velando con timidez esta visión.

¡Oh, Dios, Dios!
Pero los caballeros, los caballeros–
nunca están de pié, de pié quitos–
cuando la advertencia es manifiesta–
en los velados vientos.



La joven–
centinela de pié, en silencio,
en el lado del cerco ardiente,
–como si fuera un agente encubierto– enviado para atestiguar.
Solo su largo y suelto vestido, discretamente, osciló–
con los cadenciosos susurros–
de las ráfagas a la deriva.

¡Oh, Dios, Dios!
Pero las jovenes, las jovenes–
nunca están para mirar, mirar en silencio–
cuando los hombres, sus hombres, se vuelven viejos,
desesperados y exhaustos, bajo esta lluvia de cenizas.







en Lullaby para la Noche, 1976



















viernes, junio 22, 2012

"El viaje de Schwenke & Nilo", de Clemente Riedemann

In Memoriam Nelson Schwenke (1957-2012) / Fragmentos




El dúo surge como idea con proyecciones hacia 1978, cuando Nelson estudiaba Antropología y Marcelo Pedagogía en Educación Musical, en la Universidad Austral, con sede en la ciudad de Valdivia. El encuentro se produjo en los talleres de investigación e interpretación de música chilena tradicional que la universidad mantenía como áreas de extensión artística y para la formación de sus cuadros pedagógicos. Ambos pueden allí estudiar y practicar de manera sistemática canto y guitarra, elementos que les son, de cualquier modo, conocidos desde muy jóvenes. Cantar era una costumbre de familia en el caso de Marcelo y parte de la formación religiosa en el de Nelson.

En un ensayo que Nelson hizo circular entre algunos amigos en Valdivia hacia 1980, escribe: “El cantor debe llamar a una búsqueda de identidad de su sociedad, debe contribuir a ello. No se ha madurado aún esta entidad colectiva. Estamos en una etapa de transición hacia otra en que, en una estabilidad de criterios, podamos, cada cual, componer y crear sobre todo cuanto nos rodea y del modo en que a cada cual le parezca mejor. Por ahora tenemos que reflexionar en torno a puntos en común, llamar a la conciencia de un trabajo en conjunto, a una mayor participación en el desarrollo de nuestra cultura. Estamos en una etapa de proselitismo para ‘des-adormecer’ la cultura chilena, preparándonos para desempolvar los materiales y las herramientas y volver al verdadero trabajo.”[1]

No hubo lugar ni tiempo para disquisiciones académicos. El nuevo modelo económico prostituyó el arte al negarle valor como agente de cambio cultural y propiciarlo, en lugar de ello, como frivolidad prescindible, actividad no rentable, cuando no estigmatizada como sospechosa para la paz del orden interior… “después cantaremos al amor de la pareja, a los sauces de la zona central, a la bandera de la patria vieja y/o a los bosques de Inglaterra: por ahora cantamos a lo que más nos ha golpeado la vista y el corazón.” [2]

“Sin duda, uno de los mayores méritos de las canciones es la sutileza: en ellas no hay consignas, no hay frases hechas ni ramplonas repeticiones (…) estos textos son la muestra concreta de un nuevo lenguaje que ha ido naciendo en nuestro país, de un lenguaje que los jóvenes (que pueden tener muchos años ya que esta juventud no es un problema de edad cronológica) se han visto obligados a producir en las condiciones de censura y prohibiciones. Un lenguaje que vale por el guiño, que trasciende la voz, donde un entendimiento importante se logra con (…) el silencio.” [3]

“Las canciones se pegan como tatuajes. A diferencia de los recuerdos, ellas continúan en uno, claras y definidas, sin poder olvidar de ellas lo que uno quisiera. Es que están hechas de historias, tienen la lengua de lo vivido, se suben por el chorro, resulta imposible hacerse el jeta con ellas, poseen la vedad o la mentira y nos obligan a reaccionar frente a lo que nos ocurre. Es por eso que me conmuevo con Gardel y Al Jolson ...” [4]

Nelson era todo vértigo, un resplandor erótico, literal y metafóricamente hablando, chistes y más chistes, contactos, acuerdos, porcentajes. A ratos desaparecía sin dejar huellas, para luego aparecer con ellas pegadas como silencios de redonda en las rayas de su chomba.

Marcelo, con una exterioridad más tranquila, llevaba el tumulto por dentro. Lo estoy viendo en una sala de la Facultad, esa hermosa casa de la calle General Lagos, súper concentrado, estudiando un arreglo instrumental, una armonía, corrigiendo pautas, uniendo el índice y el pulgar al mover rítmicamente la mano derecha, en tanto los dedos de la izquierda bailaban con silenciosa rapidez sobre los trastos. Hoy, todo un adulto, narigón, canoso, conserva intacta –yo lo veo– una expresión de irrenunciable ternura en la mirada, ojos que suelen ponerse húmedos cuando canta, voz que comunica intensidad significativa y que le hace saber a uno que el está sintiéndose muy bien cuando esta cantando. Músico inteligente, Marcelo Nilo ha sabido reconocer y recoger lo valioso que existe en otras experiencias musicales, sin quedarse solo con los sonidos, sino interesándose, además, en los contenidos culturales que ellos importan. Su aporte en las transformaciones acústicas que, con acierto, ha decidido emprender el dúo en el último tiempo, ha sido fundamental.

De esta fusión surge el “ángel” que de modo notable facilita la comunicación con el público, no solo durante la interpretación de los temas, sino, además, llegado el momento de dialogar con los auditores, conversación matizada con comentarios irónicos, bromas, pequeños cuentos, cuestiones que, en conjunto, forman parte del estilo personal del dúo, logrando casi siempre una atmósfera de informalidad, confianza y alegría en sus presentaciones, situación que es posible de lograr por esa suerte de complicidad colectiva estimulada por el contenido de muchas de las canciones del dúo que no desatienden los sufrimientos y las alegrías del conjunto de la sociedad chilena atravesando por la experiencia de un gobierno dictatorial.

La muerte, como tema constante, como en la realidad, tema no eludido en las composiciones del dúo, una de las razones que explican por qué este canto “underground” es ahora memoria colectiva en vastos sectores de nuestra generación que había aprendido a cantar estas canciones, que las hizo parte de su aprendizaje varios años antes de que pudieran oírse a través de la radio. La gente se las arregla, de muchas y sorprendentes maneras, para enterarse de lo que se le pretende ocultar, sobre todo cuando los acontecimientos se desarrollan en el patio de la propia casa, y celebrará, y dignificará con su recuerdo, el arte que registre esos sucesos.

La libertad de expresión es asumida aquí como un problema personal del autor, como una cuestión de inteligencia lingüística. Escribir no contra la censura, más bien, descubrir un lenguaje que la eluda. Aunque el costo es una inevitable dosis de barroquismo estructural o formal, ello se torna irrelevante si se le compara con el silencio, la omisión, la patológica indiferencia. La mente de todo creador de objetos estéticos formales es una especie de “zona liberada”. Por lo tanto, parte de esa libertad ha de proyectarse en su producción estética aún en las épocas en que los rigores de la censura y la autocensura son más severos. Es en esos momentos donde mayor dimensión ética y humana adquiere el trabajo creador.

El lenguaje, aquí, asume connotaciones de carácter fundacional, proceso que hacia fines de la década del setenta está llevando adelante la generación de escritores que empezaron a publicar sus primeras obras durante el régimen dictatorial. La naturaleza genética de este lenguaje se expresa en la fundación conceptual de la realidad deseada, opción que tendrá que aprender a sostenerse a “contracorriente” del sistema cultural instaurado por la dictadura. Tendrá que legitimarse, primero, como realidad mental, antes de ser factor orgánico de una nueva realidad socio-cultural.

Nelson vivió toda la fase de planeamiento, arreglos e incluso grabación de las bases musicales del segundo carrete, con la mente puesta en radiografías, análisis de orina, de sangre, de jugo gástrico; con los ojos fijos en el cielo raso de piezas de hospital, con el cuerpo saturado arriba de camillas rodantes; con las manos repletas de píldoras de todos los colores; con los bolsillos desfondados, acaso rotos por siempre:


“…Estos días se van como un tren
y ya no distingo el pan de ayer.
Mis cabellos renuncian a estar
de pie sobre un cráneo que envejece.
Voy y vuelvo siempre a este lugar
y nunca sé bien donde estoy.
Todo va girando hacia el final.
Nada es tan firme como ayer…”
(“Mi confesión, 1980”)


El día 19 de enero de 1987, estando en la Posta Central aguardando el resultado de una operación que acababan de practicarle a Nelson, se abrió, de repente, la puerta de un ascensor, de donde vi que Marcelo Nilo salía de espaldas, un poco inclinado, como si tratase de sacar algo desde adentro. Era la camilla, con Nelson recién operado, que había atascado una de sus ruedas en la estría de las correderas. Confieso que nunca había visto a Schwenke & Nilo en actuación tan dramática. Me acerqué para ayudar. El Nilo me vió, soltó la camilla y ambos nos dimos un abrazo, emocionados, nerviosos. “¿Podrían apurarse los huevones?”, murmuró el Schwenke, un poco adormilado aún por los efectos de los sedantes. Observé que traía puestos un par de audífonos y que sujetaba con cierta dificultad un walkman sobre su pecho.

Por eso en este discurso es frecuente la invocación a la esperanza –aunque no exista, aunque sea una estafa– en que el tiempo no vivido sea un tiempo de libertad. Cuando esta percepción mítica de la existencia aparece en los textos de Nelson, por lo general asume un lenguaje con imágenes, cacofonías o decires, provenientes de la comunidad lingüística viva, no de la libresca, incorporando una saludable cuota de humor…

El barroquismo en la construcción no es casual: corresponde a categorías eufemísticas que adoptó el lenguaje oral y escrito de los medios de comunicación y de los voceros institucionales, toda vez que debieron referirse a la realidad contingente. Así se hicieron aceptables en el coloquio cotidiano los términos minusválidos: “pronunciamiento” en lugar de “golpe”, “restricción” en lugar de “represión”, “gobierno autoritario” en lugar de “dictadura”; “voluntariado” en lugar de “incondicionales”. Por otra parte, se incorporaron a la circulación lingüística habitual los términos tendenciosos: “comunista” en lugar de “disidente”, “vendepatria” en lugar de “desterrado”, “subversivo” en lugar de “opositor”, “extremista” en lugar de “preso político”. En fin, la cuestión merece ser estudiada con la misma urgencia que todos necesitamos, de una vez por todas, llamar a las cosas por su nombre.

La sobrevida de Schwenke & Nilo se debe, en parte no desdeñable, a la prudencia con que el dúo se ha dado a la tarea de examinar su producción, la producción de sus pares dentro del Canto Nuevo, la de otros creadores latinoamericanos y, en general, el ilimitado espectro de opciones musicales que nos ofrece nuestra contemporaneidad. Y se es prudente cuando se acepta la oferta personal como una más en la infinita variedad de creaciones humanas, cuando se confía en ella porque encuentra arraigo en los principios que parecen estrellas, parecen arena, parecen rocas en el mar.









1989










[1] Nelson Schwenke: “El trabajo de la creación de la música popular en Chille hoy: una búsqueda por la definición de los criterios de realidad del creador musical”. Apunte mimeografiado, Valdivia, 1980.

[2] Nelson Schwenke: A crecer, cuaderno con los textos del recital homónimo (realizado en el auditorio del Instituto Salesiano de Valdivia, en octubre de 1980) y gráfica de Alejandro Rosas, que con la ayuda de Fasic pudo imprimirse en Minga. Santiago, 1981.

[3] Soledad Bianchi: “Valdivia. Los que no callan”, Araucaria Nº 13, pp. 21-22, 1981.

[4] Nelson Schwenke en el cuaderno A crecer.









jueves, junio 21, 2012

"Dominio mágico del sol", de James George Frazer




Así como el mago piensa que puede hacer llover, del mismo modo imagina que puede obligar al sol a brillar, apresurar su marcha o detenerla. Los ojebways imaginaron que el eclipse significaba que el sol estaba extinguiéndose y, en consecuencia, disparaban al aire flechas incen-diarias, esperando que podrían reavivar su luz agonizante. Los sencis del Perú también disparaban flechas encendidas al sol durante los eclipses, pero al parecer hacían esto, más bien que para reencandilar la lámpara solar, para ahuyentar una bestia salvaje con quien estaba luchando, según ellos creían. A la inversa, algunas tribus del Orinoco durante un eclipse de luna ponían bajo tierra ramas encendidas, pues, según ellos, si la luna se extinguiera, todos los fuegos de la tierra se apagarían con ella, excepto los que estuvieran ocultos a su mirada. Durante un eclipse de sol, los kamtchacos solían sacar de sus cabañas el fuego y oraban al gran luminar para que les alumbrase como anteriormente. Pero la oración dirigida al sol muestra que esta ceremonia era religiosa más que mágica. Puramente mágica, por otro lado, era la ceremonia que cumplían los indios chilcotín en ocasiones parecidas. Hombres y mujeres, remangándose las túnicas como cuando viajan y apoyándose en garrotes como si fueran cargados con mucho peso andaban sin cesar formando un círculo, hasta que el eclipse había pasado.[1] Indudablemente creían que así sostenían los pasos cansinos del sol según caminaba su fatigosa vuelta por el cielo. De modo parecido, en el antiguo Egipto, el rey, como representante del sol, caminaba solemnemente alrededor de los muros de un templo con objeto de asegurar que el sol cumpliera su marcha diaria alrededor del cielo, sin la interrupción de un eclipse cualquiera u otro contratiempo. Y después del equinoccio de otoño, los antiguos egipcios tenían una fiesta llamada “la natividad del bastón del sol”, pues como el luminar declinaba día tras día en el cielo y su luz y calor iban disminuyendo, suponían necesitaba un bastón en que apoyarse. Cuando un brujo de Nueva Caledonia desea un día de sol claro, lleva algunas plantas y corales al cementerio y hace a modo de un paquete con ello, añadiendo dos rizos del cabello de un niño vivo de su familia, como también dos dientes o una quijada entera del esqueleto de un antepasado. Después, trepa por un monte cuya cima se baña en los primeros rayos del sol mañanero, y allí deposita tres clases de plantas sobre una piedra plana, coloca una rama de coral seco al lado de ellas y cuelga el paquete de los hechizos sobre la piedra. A la mañana siguiente vuelve al mismo lugar y prende fuego al paquete en el momento en que el sol asoma sobre el mar. Mientras sube el humo, frota la piedra con el coral seco, invoca a sus antepasados y dice: “Sol, hago esto para que seas abrasador y te comas todas las nubes del cielo”. Repite al anochecer la misma ceremonia. Los neocaledonios también hacen sequías, por medio de una piedra en forma de disco con un agujero. En el momento en que el sol aparece, el hechicero coge la piedra y pasa y repasa varias veces una rama ardiendo por el agujero, mientras dice: “Enciendo al sol con la idea de que se comerá las nubes y secará nuestra tierra para que no pueda producir nada”. Los isleños de Banks hacen que brille el sol por medio de un sol imitado; cogen una piedra muy redonda llamada vat loa o piedra-sol, le ovillan un cordoncillo rojo alrededor y le pegan unas plumas de lechuza que representan rayos, y entonan el conjuro apropiado en voz baja. Después cuelgan la piedra de algún árbol alto tal como una higuera de Bengala o una casuarina[2], en algún lugar sagrado.

La ofrenda que el brahmán hace por la mañana, se supone hace salir el sol[3] y se nos ha dicho que “seguramente no saldría si no hiciera esa ofrenda”. Los antiguos mexicanos concebían al sol como fuente de todas las fuerzas vitales: consecuentemente le llamaban Ipalnemohuani[4], “aquel por quien todos viven”. Pero si concede la vida al mundo, también necesita recibir vida de éste, y como el corazón es el asiento y símbolo de la vida, ofrecían al sol corazones ensangrentados de hombres y animales para mantenerle vigoroso y habilitarle para correr su camino por el cielo. Así, los sacrificios mexicanos al sol fueron más mágicos que religiosos, estando ideados no tanto para agradarle y complacerle como para renovar físicamente sus energías de calor, luz y movimiento. La demanda constante de víctimas humanas para alimentar el fuego solar se satisfacía emprendiendo guerras todos los años contra las naciones vecinas y trayendo ejércitos de cautivos para sacrificarlos en el altar. Así, las incesantes guerras de los mexicanos y su cruel sistema de sacrificios humanos, los más monstruosos que se recuerdan[5], tienen su origen, en gran medida, en una teoría equivocada del sistema solar. No es necesario dar ilustración más elocuente de las consecuencias desastrosas que pueden derivarse en la práctica de un error puramente especulativo. Los antiguos griegos creyeron que el sol caminaba en su carro por el cielo y por eso los rodios, que adoraban al sol como a su principal deidad, le dedicaban anualmente un carro y cuatro caballos, hundiendo la cuadriga en el mar para que lo usase. Indudablemente pensaban que después de un año entero de trabajo los antiguos caballos y el carro estarían estropeados. Es probable que, por motivo parecido, los reyes de Judá, idólatras, dedicasen carros y caballos al sol: los espartanos, persas y masagetas también sacrificaban caballos al sol. Los espartanos hacían estos sacrificios en la cumbre del monte Taigeto, la bellísima cordillera tras de la que veían ponerse el sol todas las tardes. Es tan natural que los habitantes del valle de Esparta hicieran esto, como el que los isleños de Rodas arrojasen carros y caballos al mar dentro del cual creían se hundía el sol al anochecer, pues así, ya fuera sobre la montaña o en el mar, los caballos de refresco esperarían al cansado dios en el sitio donde con más agrado los recibiría al final de su jornada.

Así como algunas gentes piensan que pueden encender el sol o darle velocidad en su carrera, otros imaginan poder retrasarle y aun pararle. En un puerto de los Andes peruanos hay dos torreones arruinados sobre lomas enfrentadas. En los muros están engrapados unos ganchos de hierro con el propósito de sostener una red extendida de torre a torre. Esta red estaba proyectada para coger al sol. Las historias de hombres que han capturado con un lazo al sol, son bastante conocidas. Cuando el sol está bajando en el otoño y se hunde cada vez más en el cielo ártico, los esquimales de Iglulik se entretienen jugando a las “cunitas de gato”[6] con objeto de enredar al sol entre las cuerdas y prevenir así su desaparición. Por el contrario, cuando el sol se va elevando en el cielo de primavera, los esquimales juegan al “cubilete y la pelota” para favorecer su vuelta. Cuando un negro australiano desea que el sol no se ponga hasta que él llegue a casa, coloca un cepellón en la horquilla de un árbol que mire exactamente en la dirección del sol poniente. Por el contrario, si desea que el sol camine más aprisa, el australiano arroja arena al aire y la sopla hacia el sol, quizás para llevarle en volandas hacia el poniente y enterrarle bajo las arenas en las que parece hundirse al llegar la noche.







en La rama dorada, 1922












[1] Esto nos recuerda la “danza de los viejitos” de México, que quizás tiene alguna relación con esta danza solar.
[2] Árbol cuyas hojas son parecidas a las plumas del ave corredora casuario.
[3] Chantecler, de E. Rostand.
[4] No es éste el parecer de don Alfonso Caso, que nos cuenta de la filosofía teleológica del dios invisible del rey de Texcoco, Nezahualcóyotl, denominado “el dios de la inmediata vecindad”, Tloque Nahuaque o Ipalnemohuani, “aquel por quien todos viven”.
[5] Sir James Frazer, en este mismo libro, nos recuerda sacrificios humanos mucho más espantosos y crueles en otros pueblos y aun en época más moderna.
[6] Juego de niños muy conocido, que se hace con un bramante enredado entre los dedos siguiendo ciertas reglas y figuras.










miércoles, junio 20, 2012

"Familiaridades", de Ramón Oyarzún







pa la Chica, que fue una de las causas y condiciones de inspiración
a los hermanos que comparten este amor y alguna memoria




A propósito de costumbres, extrañamientos, memorias... nací en Santiago, de padre santiaguino y madre rancuaguina... de todos modos, me considero santiaguino de segunda generación con todas las de la ley... serlo no es fácil, existe cierto recelo, un desazón mudo contra los santiaguinos en Chile, un rencor ahumado; cierta contaminación de la visión siempre hace que entre santiaguinos nos veamos algo nublados, en regiones nos ven un tanto arribistas, hediendo a humo, encierro, ciudad... Sin embargo, soy de Santiago con alegría, con orgullo.

Mis primeros años los viví en Gran Avenida, comuna de San Miguel, en calle Blanco Viel, casa con horno de barro y un gallo de mascota llamado simplemente “Limachino”; después viví en Monseñor Miller, lado pechoño de Providencia... barrio donde todavía quedan núcleos de catolicismo ortodoxo entre calles con nombres de prelados, cariñosamente llamado de “entrobispos”, pero que últimamente recibe restoranes peruanos, heteróclitos lugares de fiestas exclusivas, pandillas de pokemones y prostitutos travestis. En esos barrios aprendí a andar en bicicleta, me maravillé con las luces y juegos acuáticos del monumento a la Fuerza Aérea, vi por primera vez una estatua del gran escultor místico Tótila Álbert, subí todos los baobabs del parque centenario, conocí el museo de los Tajamares donde guardan restos de la muralla enterrada, la primera muralla pública construida en Santiago -diríase el Limes chileno, que, además de proteger del río, defendía del Norte, dirección que historicamente alberga locura, peligro, desolación y muerte, en el alma santiagina- mudo testimonio de que el Mapocho alguna vez salió de su lecho, inundó Providencia, Plaza Italia, las torres de tajamar, con su plaza, teletrak y agujero en el centro por donde escapa el tiempo.

Más grande viví en Las Condes, cerca del metro El Golf, cuando el barrio crecía lento, barrio San Crescente, que tenía identidad de barrio con Almacén “Viejo Almacén”, Panadería “Progreso”, “Bazar” -con abuelita chocha y fiadora-, perro bravo llamado “Duende” –que, como niños, siempre creímos que iba a saltar la reja que escasamente lo contenía-, pastelería “Las Delicias” -verdaderamente eran manos de monjas inglesas las que hacían los pasteles ahí, inolvidable el de huevomol-, carabinero galán en la esquina, pichanga en la calle, pasajes de tierra sin rejas... el “Kika” del metro tobalaba era una “picá”, así como el “Otto Schop” de San Crescente... únicas schoperías del lugar. El barrio El Golf todavía no era aún el lugar más caro de Chile con sus torres y embajadas, bancos, edificios millonarios; entonces había mucha casa añosa, mucha abuelita sonriente. El dictador no vivía lejos, andaban militares en las calles y aventurarse algunas cuadras lejos del lugar era eso: una aventura. Todo esto ya no existe, se fue con los años 80 cuando llegó “la alegría” y nos dicen que acaba la dictadura.... después subimos, como familia, temporalmente a Manquehue con Los Militares, entre el Apumanque y el Parque Arauco, eran edificos de cooperativas militares o proyectos sociales, similares a los que se reparten por Santiago en Las Rejas, Ñuñoa o Estación Central, sólo que en éstos se filmaron escenas del filme “Caluga o Menta” que alcanzó revuelo al ser el primer filme chileno post-dictadura subtitulado y campeón en el extranjero. Mucho edificio, evidenciando la condición de dormitorio del lugar.

Volvimos a Providencia a vivir en plaza Las Lilas frente a la iglesia de El Bosque, época cuando aprendí a fumar pitos en plazas como cualquier adolescente santiaguino, en calles piolas, en el parque al costado del canal San Carlos... caminé por el parque Pocuro volviendo de carretes en Bellavista o por avenida Los Leones volviendo de Suecia y, sobre todo, por Colón hacia abajo volviendo de carretes y fiestas más caseras... Por supuesto, también hice el clásico dedo nocturno que se ha dado en llamar “mochileo urbano”. Ahí iniciamos con mi hermano y amigos la tradición extraordinaria bautizada la “primera huevada del año”, consistente en desayunar huevos cocinados de varias maneras el 1 de enero, bien trasnochados después del carrete, para irse a acostar con la primera huevá bien hecha y no tener problemas después de intentar recordar ¿qué huevada hice para año nuevo? Práctica probablemente sólo aplicable en Chile por una cuestión lexicológica y bien seguramente mejor realizada en Santiago que en cualquier otro lugar del mundo.

Después emigramos a Pedro de Valdivia con Pocuro, donde nos juntabamos con amigos a mascar chicle en la esquina, tomar cerveza en Palo Alto, comprar infinitas botellas de pisco en cualquiera de las botillerías al lado de la Municipalidad -que es un palacete pituco frente al club de oficiales de la Armada de Chile-, donde todos se curan igual... si no ¿a qué tanta botillería abierta hasta tan tarde?... en una de esas nos cambiaron una cortapluma que encontramos botada por unas chelas, eran como las cinco de la mañana y las tomamos conversando y viendo la polvorienta luz del alba sentados en la cuneta adoquinada de Pedro de Valdivia... un fiel perro quiltro, “Roque”, moviendo su cola negra indeciso entre volver a casa o seguir el carrete.

Vivimos después cerca de Manquehue con Isabel La Católica, calle Doctora Eloísa Díaz, una de las primeras médico chilenas. Por ahí ya había andado en fiestas, movidas de cogollos o anfetas al final de avenida Fleming, testigo lejano de las peleas entre “Los del Cubo” y “Los del Pool”, pandillas picantes de adolescentes que peleaban por pelear. Vivimos en una casa con patio playero que hoy se ha transformado en academia de Yoga, aunque la ancestral vecina sigue guardando su furgoneta bajo techo y las llaves de la casa bajo el tapete. Viviendo ahí subí por primera vez a los cerros de la Sierra de la Providencia y de la Cordillera de los Andes; a subir cerros -no a festejar solamente-... pasar la noche viendo cómo Santiago, fulgente e ilimitado, se extiende cual chip titánico por todo el Valle Central, iluminando desde Angostura a Colina.

Después viví entre el barrio Brasil y el Yungay, calle Arzobispo González con Compañía, disfrutando las ferias libres de Yungay, Andes, Cueto, el pan “negrito” que hace una panadería en Andes con Cumming desde los años 50, tomar Sorbete Letelier en las plazas Brasil o Yungay, conocer los moteles del barrio instalados en casas de colores impresentables -verdes fluorescentes pintados sobre morados furiosos con pilares amarillo canario-... las “casokupa” de punkis veganos que venden pan amasado a la salida del metro, de las universidades, en las plazas, afuera de las botijas... -después se gastan la plata en alfileres de gancho y en ropa usada- anduve en bicicleta hasta llegar a atropellar gente, por Matucana, Catedral, Libertad... escuché en las noches desveladas las peleas de las parejas de peruanos donde las mujeres se arañaban con rabia de gatas por un chicoco indiferente que miraba con sabiduría incásica; comí en cientos de los infinitos restoranes chinos del barrio donde hacen la salsa de soya con cocacola y algunos de los mejores pisco sours de la ciudad, buenos restoranes en ese barrio donde se lava dinero vendiendo todo tipo de carne, desde Ciervo a Rana, donde hacen unos batidos de fruta notables en el “Tonto Pinto” -regentado por una vieja copuchenta, barrera, que se las sabe todas si no las inventa-; además tiene su historia picante... también pasé por las picá de Pizza cuadradas de rastafaraias, o los sucuchos clandestinos estilo “huichipirichi” a tomar chela, borgoña, comer porotos, cazuela, fumar pitos de hoja... fui a discos diurnas en la Alameda entre Chile-España y Los Héroes, compré en los supermercados chinos de Meiggs, saqué fotos en Ramirez, Tarapacá, Condell, caminé todo Toesca hasta que se convierte en Santa Isabel hasta que se acaba, visité al mítico Profesor Elias en Domeyko, firmé y acompañé a firmar en los tribunales de Chile-España, comí en Blanco, el Don Carlos frente a Fantasilandia, en La Casona, en Los Buenos Muchachos -con espectáculo folklórico incluido- y también comí sanguches de potito o marraquetas aliadas en Exposición; después estuve viviendo en el centro mismo de la ciudad, mi lugar favorito... Huérfanos con MacIver, pleno “barrio de las muñecas”, el barrio rojo donde se vinieron a poner sex-shops regentados por mafias homosexuales, prostíbulos clandestinos peruanos, cabaretes donde la linterna con cuatro pilas sale a cinco lukas, una buena mamada a dos lukas, una paja a quina; barrio lleno de la mejor gastronomía peruana de Chile, de músicos ambulantes que hacen música con lo que sea, desde serruchos a violines chinos... cines, librerías, cafés con pierna, cafés con teta, café café y un chino donde nació la “chorrillana-mongoliana”. El verdadero centro y corazón de la ciudad. Por supuesto, a lo largo de la vida recorrí la ciudad de arriba abajo y de un lado a otro interminables veces.

De muy chico visitaba a la familia materna en Maipú para ir a tomar helados o jugar a la pelota en la plaza, ver misa de Cuasimodo en el Templo Votivo, pasar el bajo nivel de Pajaritos con la ligera sensación de estar saliendo de la ciudad cuando acaba la Alameda, ahí donde está la estatua de Santiago Bueras con sus dos espadas. Estudié en el Instituto Nacional y varias veces, para hacer la cimarra, recorrí todo el metro de estación terminal a estación terminal, sólo para ver hasta dónde llegaba la ciudad y qué había ahí. Asimismo, subí a micros anodinas, llegué hasta el paradero final de ambos lados, tomé helados o comí maní confitado con los micreros, dependiendo de la temporada, mientras esperaba la vuelta de la micro. Ese sistema de movilización no existe más, por desgracia; me cuesta pensar que los choferes del Transantiago tengan hoy en día esa misma amabilidad con un niño medio perdido que pasea de puro curioso por los márgenes de la ciudad, se me ocurre que tal vez algo de eso queda, pero cada vez menos, sin embargo, todavía tengo esperanza.

Visitaba a una chica que trabajaba en la municipalidad de La Florida, almorzábamos en el Zurdistán, el restorán más comunista frente al Mall, o en la Picá de Lautaro Carmona. Otras veces iba a ver a otra chica, más chica, que vivía en San Pablo y me esperaba en la schopería Dole del metro Neptuno, a veces salíamos a una parrillada bailable en La Tuna o íbamos a ver películas a la municipalidad de Cerro Navia... Cuando más pendejo iba harto a las Vizcachas con mi viejo a ver correr a Bacigalupo, al autocine, a la piscina, a comer tortilla al rescoldo; entonces salir por avenida La Florida con Vespucio y pasar el Pollo Caballo era también como salir de la ciudad. Después ha crecido por esos lados y ahora está lleno de edificios y condominios masomenos parecidos, que llegan casi hasta San José, en fin; alguna vez compré regalos en la feria de Navidad de Bellavista o me perdí en el San Cristóbal con alguna chiquilla; anduve en funicular y teleférico con amigos o parientes de fuera... también trabajé como traductor cuando construyeron la línea 5 y alguna vez caminé desde la plaza de Puente Alto hasta Tobalaba por los rieles, todo el día, para terminar chupando en un bar con los jefes gringos; otra vez que caminé harto llegué hasta el peaje de la 68 y otra vez caminé desde la Ciudad Satélite hasta la Florida por el anillo de Vespucio.

Nunca me pasó nada en mi ciudad excepto una vez cuando bien pendejo que me asaltaron en el puente de Escuela Militar... tal vez lo más raro que sí me pasó fue llegar curado a mi casa en Huérfanos y despertar en un radiopatrulla en Estación Central, después en un paradero en el metro La Cisterna y después en el Apumanque, entumido y no cachando nada, pero entero, con cigarros, celular y plata en el bolsillo.

Es que me gustan los límites de Santiago también, aunque antes no eran Santiago; las urbanizaciones que crecen hacia el norte como apéndices de la ciudad industrial y donde me tocó trabajar en un lugar llamado “Valle Grande”, al que se llegaba en un bus especial, seguro ahora es más accesible -de niño mi viejo pagaba una manda en Santa Teresa y una vez al mes pasábamos por ahí en auto, remontando Américo Vespucio más allá de los cerros San Cristóbal y Manquehue, por la Pirámide, dejando atrás la ciudad en el camino internacional que iba a Colina y después Los Andes... Entonces la ciudad acababa ahí, pasado el cementerio Parque del Recuerdo donde se paraban los bomberos a pedir plata y papá siempre les daba porque decía que Chile es el único país del mundo donde son voluntarios y son todos verdaderos héroes... Ahora Colina es como un barrio de Santiago, igual que Peñaflor, donde está el “Munchen” y ahora hacen una fiesta de la cerveza...

Cuando chico íbamos con la familia de mis padrinos a tomar “onces”... o a veces íbamos para el otro lado, al “Hansel y Gretel” de Lo Barnechea, que también fue alguna vez pueblo independiente y algo lejos... pero ya cuando era adolescente se había transformado en un centro de farra nocturna con discoteques de nombres tan malos como “Notti Dormi”; de todas maneras, esto siempre me hacía pensar en la canción que habla del pueblito llamado Las Condes y que al final todo es una fiesta.

La primera fiesta a la que fui fue en la Villa Santa Carolina después de un partido donde la U goleó cinco a uno al audax en el Santa Laura y Los de abajo saltaban y gritaban tanto que todavía me parece imposible que no botaran el estadio. Después, con el amigo que me llevó al estadio, tomamos un Ron Silver, éramos bien pendejos... escuchamos los consejos de algún experimentado borracho un par de años mayor. Tuve la suerte de que mi viejo trabajara de corredor de propiedades así que cuando ya estuve más “crudo” pasé varios fines de semana mostrando casas o departamentos en Maipú, Huechuraba, Santiago, Macul, Vitacura, La Florida, Pudahuel, Ñuñoa... total que aprendí a andar en micro por todos lados, a cachar de lejos los lugares donde se juntaba la gallá en las plazas a comer completos buenos y baratos, a pintar masomenos nomás, y sobre todo a usar cualquier tipo de llave. También estudié en el campus Juan Gómez Millas de la Chile, le tiré piedras a los pacos, protesté a favor y en contra de reformas, fui al Estadio Nacional -encontrarse en el pilucho para ir a alentar al bulla, ponerse, "ganarse" bajo el marcador sin saltar, vestido de negro, fumando, puteando, corriendo galería abajo al grito de gol... o ganarse en el lado norte, en esos partidos que no va nadie, reírse de la minúsculas pero aguerridas barras del Morning, Magallanes, O`higgins, que llegaban al Estadio –azul por derecho- con bombos, sus viejas con termos de café y huevos duros y fanatinchas viejos gordos con trompetas y vozarrones, doblemente más choros que los pendejos choros del LDA que les iban a pedir monedas... comí los míticos sanguches “borde con palta” en los entretiempos y moví pitos en la población Chacaritas pa’ entrar al estadio y fumarse un paragüayo, que son pal verano, como siempre le digo a mi viejo.

Me gusta Santiago, tengo memorias infinitas de carretes en casi todos lados de la ciudad, calles aplanadas en La Florida, mesas de pool en Pudahuel o en el “River Plate”, schops en Manuel Montt, fiestas con piscina temperada en La Reina alta, un asado en el que Juan Pérez quemó un toldo de totora en el parque intercomunal y llegaron los guardias a caballo en busca del culpable hasta que finalmente salimos en piño, bien curados, abrazados... Ese mismo verano había tanta polilla en la ciudad que un amigo hacía la gracia de meterselas a la boca y escupirlas y mi gata llegó a ponerse flaca de tanto perseguirlas.

Tiene onda la ciudad, diríamos extrañamente, incluso la calle Irarrázaval con sus caracoles, galerías, restoranes de comidas rancias... o Independencia, con sus depósitos de telas y espumas, sus carros de sopaipillas, son adorables...

De acuerdo, los veranos son calurosos y no hay agua ni en la Fuente Alemana que se llenaba de cabros chicos bien entretenidos, pero ahora está vetada por alguna iniciativa pelotuda de orden, qué se le va a hacer... me gusta el Forestal con sus gitanas, la Vega con sus desayunos y la Vega chica con sus queserías, Patronato sobre todo por las picás árabes y las bandejas de sushi coreano y los carretes tecno en galpones; me gusta Maipú sobre todo en las Industrias por donde se puede llegar hasta Pudahuel caminando y se pone una feria donde se vende todo barato... por supuesto, me gusta la Gran Avenida que una vez, siendo sábado cerca de las 10 de la noche, un primo atravesó corriendo ida y vuelta sin parar... aunque nadie lo crea... La Cisterna con sus botijas, su bowlings, sus barrios entre Santa Rosa, que siempre me dan un poco de vértigo, el mítico “pueblo hundido” que sólo los elegidos conocen... Debo reconocer que los mejores asados de la ciudad los he comido ahí; me gusta el cordón industrial de la ciudad, que no tiene ni dónde ni cuándo, repartido a destajo entre Panamericana, Ciudad Industrial -con su Costanera insuflada de modernidad cuando la verdad no salva a nadie y sirve más que nada para que algún imbécil pajarón en su auto de muchos millones se mate de vez en cuando por andar rajado. Me gusta Peñalolén sobre todo en las noches donde, por mucho tiempo, íbamos con mi hermano a ver a unos amigos, comer completos en carritos, comprar pitos en la toma, caminar al Mahuida o a la comunidad ecológica... podría estar escribiendo y escribiendo de mi ciudad única y gigantesca donde caben insospechados nuevos mundos y donde universos se crean y se destruyen a cada instante, porque es mi ciudad elegida, por cariño, destino y educación.

Seguro olvido infinitos hitos, en el tintero incontables lugares y horas perdidas... simplemente quería decir esto: quiero llegar a Santiago, a Estación Central, una mañana, comer una paila con huevo y marraqueta en los negocios del terminal al lado del metro Usach, pasar caminando Matucana frente a la Biblioteca y la Quinta Normal... subir por Agustinas, pasar frente a la primera iglesia metodista, donde me jugué pichangas memorables ; seguir subiendo por Huérfanos para cruzar el Golden Gate, o puente de Brooklin chileno, ambos juntos y mejorados... que el aire de la Panamericana-Línea 2 me despierte frente al Registro civil y sus colas a cadena perpetua, seguir por frente a tribunales, meterme a las galerías de Huérfanos para caminar el lado de la sombra, llegar al Bora Bora a tomar un schopero de vitamina naranja-zanahoria, pasear por las viejas galerías, tomar un café en el legendario Haiti de Ahumada, ver una matiné en el Grand Palace, que ahora es un multicine piñufla, pero fue el primer cine al que fui solo -Frankenstein- y donde mis viejos fueron juntos por primera vez al cine a ver “Rocky”, a secas... caminar por la Plaza de La Constitución con sus perros echados, sus pacos obligados a ser buena onda a pesar de los callos, por imagen país, ¿no?... tomar una Escudo heladita con dosdequeso en El rápido, o la misma Escudo y un crudo en el Bar Nacional, depende de la temporada o las ganas... ir por Bandera hasta San Pablo, caminar por Puente hasta la Plaza de Armas a ver el monumento a los hippichilenos, sentarme a la sombra del caballo de Valdivia, mirar las reproducciones de los mapas antiguos de la ciudad, escuchar a algún chistoso hacer incorrectos chistes de peruanos, almorzar unos completos en el Póker Bar frente al municipal, pasear por más galerías hasta atravesar la Alameda, por Arturo Prat llegarme a Las Tejas a tomar un terremoto con pichanga, vagar por San Diego preguntando por libros imposibles, entrar con la caída del sol al Normandie a ver alguna película vieja, bien vieja ojalá; ir a bailar cueca al Huaso Enrique, rematar en Casa de Cena conversando unas piscolas con Pariente, embalarse al Mercado a por unos mariscales con su tecito frío, por supuesto... de vuelta a Estación Central, comprar lentes de sol cuneta, tomar un bus al litoral central, ojalá la vuelta larga por San Antonio para dormir un par de horas antes de llegar a Mirasol y seguir, seguir volviendo...