domingo, noviembre 30, 2025

«Una joven en Tokio», de Aki Shimazaki

Inicio / Traducción de Patricia Orts




El coche desciende por una cuesta. Los faros iluminan la carretera sinuosa y cubierta de hojas caídas.

O. y yo acabamos de cenar en un restaurante situado en la cima. Hemos comido unos filetes deliciosos acompañados de un exquisito vino tinto chileno mientras escuchábamos música de piano. El restaurante se llama No-no-yuri. Dado lo rústico del nombre, «Lirio del Campo», me ha sorprendido su calidad. Mecida por una brisa suave, he bebido más de lo habitual. Mi amante ha elogiado la belleza de mi rostro y la elegancia de mi atuendo: una blusa plisada y una falda larga de muselina. También le han cautivado mi broche y mis pendientes de rubíes verdes, auténticos, que compré en una famosa joyería de Ginza.

Avanzamos envueltos en la oscuridad. No nos cruzamos con nadie. Esta no es la carretera por la que hemos venido. ¿Dónde estamos? Siento un poco de miedo. Pasado un momento, veo un panorama de Tokio a través de los árboles desnudos. Las luces resplandecen hasta donde alcanza la vista. Entonces O. se detiene.

—¿Te gusta, Kyoko?
—Sí, es magnífico.

Mientras observo el paisaje, pienso en las metrópolis que adoro: Nueva York, Los Ángeles, Londres, Moscú, París, Roma… Uno de mis mayores placeres es cenar contemplando la ciudad por la noche. Debido a mi trabajo, voy con frecuencia al extranjero. De hecho, estoy deseando que llegue el momento de hacer mi próximo viaje.

Arrancamos de nuevo. El camino se vuelve abrupto y O. se concentra en la conducción.

Todavía aturdida, observo su perfil. Tiene rasgos regulares, y me gusta sobre todo su nariz recta. Esta noche, antes de ir al restaurante, hemos hecho el amor en un motel parejero. 

Parecía muy excitado, a diferencia de mí, que me he mostrado más bien desapasionada.

Hace siete meses que salgo con él. Me pregunto durante cuánto tiempo seguirá siendo mi amante. Vuelvo los ojos hacia la ventanilla. Ya no se ve nada.

La pendiente es ahora menos pronunciada. Relajado, O. me habla de su jefe y de sus compañeros. Trabaja como ingeniero informático en un importante banco. Me limito a decir «¿Sí?» o «¿Ah, sí?» o «No lo sabía». No quiero ser una maleducada. Él sigue charlando de buen humor.

—¿Te llevas bien con tu jefe estadounidense? —me pregunta de pronto.
—Sí, muy bien. ¿Por qué lo dices?
—Sabes de sobra por qué.

Le intriga la relación que puede existir entre un director y su secretaria, dado que están en contacto cada día, y que incluso viajan juntos.

—Es un hombre respetuoso —le contesto—. No hay nada entre nosotros. Nuestra relación es estrictamente profesional.
—¿Cómo puede permanecer impasible al lado de una mujer tan guapa y sexi como tú?—insiste, poco convencido—. ¿Acaso es homosexual?
—No lo creo. Está casado y tiene dos hijos. Conozco mucho a su mujer, que también es estadounidense. Parece una pareja muy unida.
—Sea como sea, tengo celos de él.
—¿Y eso lo dices tú, que estás casado? —le pincho.
—Casado o no —se defiende—, es imposible reprimir los sentimientos y el deseo. Uno de mis amigos se ha divorciado para casarse con su secretaria.
—Supongo que su matrimonio ya hacía aguas —comento—. Mejor que lo haya dejado, en lugar de seguir con el adulterio.
—¿Me estás diciendo que me divorcie?
—No, en absoluto. Al contrario, te aconsejo que no descuides a tu mujer, ya que aún la quieres. Tenéis un hijo. Si descubre que le eres infiel, te echará de casa.

Él calla. En una ocasión vi una fotografía de ella. Según me ha contado O., su mujer jamás ha trabajado, pero cocina bien.

—Si me pone de patitas en la calle —murmura—, me instalaré en tu piso...
—No tengo sitio para ti, lo siento. Me encanta vivir sola. Y no cocino para nadie. 
—Sé amable conmigo, Kyoko, estoy muy enamorado de ti. Dime la verdad, ¿qué relación tienes con tu jefe?

Su insolencia me deja pasmada. Mi jefe está en Boston con su mujer desde hace cuatro días. Regresará a Tokio dentro de tres.

—No hay nada entre los dos —repito—. No siento nada especial por él.
—¿Cómo puedes estar segura de eso? —Luego se ríe. Vuelve a estar de buen humor.




















No hay comentarios.: