Los labios y trenzas de esa mujer
resplandecieron cuando la conocí.
Ella arrancó una flor de mis costillas
y voló hasta la fuente
donde construyó una casa con seda esplendorosa.
Cuando la besé,
corrió como una gacela
refulgiendo a través del campo de Dios.
Le dije: «¿Quién eres, mujer del agua?»
y ella dijo: «Soy una reina».
Cuando la abracé
me envolvió con sus olas
y encendió estrellas dentro de mí.
Le dije: «¿Quién eres, flor de terciopelo?».
Ella dijo: «Soy las plumas del ruiseñor,
el sabor que deja cada beso».
Cuando le di el más dulce de mis abrazos
y pude orar,
ella irrumpió a través de mí, de cada célula, de cada vena
y erigió sobre mi cadáver
una casa en la que siempre habrá vida.
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