jueves, octubre 17, 2024

«El secreto de la acumulación originaria», de Karl Marx





Hemos visto cómo el dinero se transforma en capital; cómo mediante el capital se produce plusvalía y de la plusvalía se obtiene más capital. Con todo, la acumulación del capital presupone la plusvalía, la plusvalía de la producción capitalista, y esta la preexistencia de masas de capital[1] relativamente grandes en manos de los productores de mercancías. Todo el proceso, pues, parece suponer[2] una acumulación originaria previa a la acumulación capitalistaprevious accumulation», como la llama Adam Smith), una acumulación que no es resultado del modo de producción capitalista, sino su punto de partida.

Esta acumulación originaria desempeña en la economía política aproximadamente el mismo papel que el pecado original en la teología. Adán mordió la manzana, y con ello el pecado se posesionó del género humano. Se nos explica su origen contándolo como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite diligente,[3] y por el otro una pandilla de vagos y holgazanes.[4] Ocurrió así que los primeros acumularon riqueza y los últimos terminaron por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de este pecado original arranca la pobreza de la gran masa —que aun hoy, pese a todo su trabajo, no tiene nada que vender salvo sus propias personas— y la riqueza de unos pocos, que crece continuamente, aunque sus poseedores hayan dejado de trabajar hace mucho tiempo. El señor Thiers, por ejemplo, en defensa de la propriété, predica esas insulsas puerilidades a los otrora tan ingeniosos franceses, haciéndolo además con la seriedad y la solemnidad del estadista. Pero no bien entra en juego la cuestión de la propiedad, se convierte en deber sagrado sostener que el punto de vista de la cartilla infantil es el único válido para todos los niveles de edad y grados de desarrollo. En la historia real el gran papel lo desempeñan, como es sabido, la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio motivado por el robo: en una palabra, la violencia. En la economía política, tan apacible, desde tiempos inmemoriales ha imperado el idilio. El derecho y el «trabajo» fueron desde épocas pretéritas los únicos medios de enriquecimiento, siempre a excepción, naturalmente, de «este año». En realidad, los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos.

El dinero y la mercancía no son capital desde un primer momento, como tampoco lo son los medios de producción y de subsistencia. Requieren ser transformados en capital. Pero esta transformación misma sólo se puede operar bajo determinadas circunstancias coincidentes: es necesario que se enfrenten y entren en contacto dos clases muy diferentes de poseedores de mercancías, a un lado los propietarios del dinero, de los medios de producción y de la subsistencia, a quienes les toca valorizar, mediante la adquisición de fuerza de trabajo ajena, la suma de valor de la que se han apropiado; al otro lado, los trabajadores libres, vendedores de la fuerza de trabajo propia y, por tanto, vendedores de trabajo. Trabajadores libres en el doble sentido de que ni están incluidos directamente entre los medios de producción —como sí lo están los esclavos, siervos de la gleba, etc.—, ni tampoco les pertenecen a ellos los medios de producción —a la inversa de lo que ocurre con el campesino que trabaja su propia tierra, etc.—, hallándose, por el contrario, libres y desembarazados de esos medios de producción. Con esta polarización del mercado de mercancías están dadas las condiciones fundamentales de la producción capitalista. La relación del capital presupone la escisión entre los trabajadores y la propiedad sobre las condiciones de realización del trabajo. Una vez establecida la producción capitalista, esta no sólo mantiene esa división, sino que la reproduce en escala cada vez mayor. El proceso que crea a la relación del capital, pues, no puede ser otro que el proceso de escisión entre el obrero y la propiedad de sus condiciones de trabajo, proceso que, por una parte, transforma en capital los medios de producción y de subsistencia sociales, y por otra convierte a los productores directos en asalariados. La llamada acumulación originaria no es, por consiguiente, más que el proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción. Aparece como originaria porque configura la prehistoria del capital y del modo de producción correspondiente.

A primera vista se advierte que este proceso de escisión incluye toda una serie de procesos históricos, una serie que, precisamente, es de carácter dual: por una parte, disolución de las relaciones que convierten a los trabajadores en propiedad de terceros y en medios de producción de los que estos se han apropiado, y por la otra, disolución de la propiedad que ejercían los productores directos sobre sus medios de producción. El proceso de escisión, pues, abarca en realidad toda la historia del desarrollo de la moderna sociedad burguesa, historia que no ofrecería dificultad alguna si los historiadores burgueses no hubieran presentado la disolución del modo feudal de producción exclusivamente bajo el clair-obscur [claroscuro] de la emancipación del trabajador, en vez de presentarla a la vez como transformación del modo feudal de explotación en el modo capitalista de explotación.[5]

El punto de partida del desarrollo fue el sojuzgamiento del trabajador. La etapa siguiente consistió en un cambio de forma de ese sojuzgamiento. Sin embargo, los objetivos que nos hemos trazado no exigen, ni con mucho, el análisis del movimiento medieval. Aunque la producción capitalista, esporádicamente, se estableció ya durante los siglos XIV y XV en los países del Mediterráneo, la era capitalista sólo data del siglo XVI. Ahí donde florece, hace ya mucho tiempo que se ha llevado a cabo la supresión de la servidumbre de la gleba y que el régimen urbano medieval ha entrado en la fase de su decadencia.[6]

En la historia del proceso de escisión hacen época, desde el punto de vista histórico,[7] los momentos en que se separa súbita y violentamente a grandes masas humanas de sus medios de subsistencia y de producción[8] y se las arroja, en calidad de proletarios totalmente libres, al mercado de trabajo. La expropiación que despoja de la tierra al trabajador[9] constituye el fundamento de todo el proceso. De ahí que debamos considerarla en primer término.[10] La historia de esa expropiación adopta diversas tonalidades en distintos países y recorre en una sucesión diferente[11] las diversas fases. Sólo en Inglaterra, y es por eso que tomamos de ejemplo a este país, dicha expropiación reviste su forma clásica.[12][13]



en El capital. Libro I «El proceso de producción del capital», 
sección VII «El proceso de acumulación del capital»]












[1] E. J. Hobsbawm, «La difusión del marxismo (1890-1905)» (1974), en Marxismo e historia social, Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, 1983. 

[2] Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la Modernidad, Buenos Aires, Siglo XXI, 1988. 

[3] Isaiah Berlin, Karl Marx, Buenos Aires, Sur, 1964, p. 126. 

[4] Bert Andréas, Le Manifeste Communiste de Marx et Engels. Histoire et Bibliographie. 1848-1918, Milán, Istituto Giangiacomo Feltrinelli, 1963. 

[5] M. Berman, Todo lo sólido…, ob. cit. 

[6] Jacques Derrida, Espectros de Marx. El trabajo de la deuda, el trabajo del duelo y la Nueva Internacional (1995), Madrid, Trotta, 1998, p. 27. 

[7] Véase el presente volumen. Y véase también George Haupt, M. Löwy, El marxismo y la cuestión nacional, Barcelona, Fontamara, 1980. 

[8] José Sazbón, «Supuestos económicos y políticos del modelo marxiano de la sociedad burguesa», Cuadernos de Economía Política, n.º 5, Luján, Universidad Nacional de Luján - Eudeba, otoño 1988, pp. 31-60; «Modelo puro y formación impura. La Alemania de 1848 en los escritos de Marx y Engels», Cuestiones Políticas, n.º 4, Maracaibo, Universidad de Zulia, 1988, pp. 81-111. 

[9] Lo escribió a pedido de su amigo Joseph Weydemeyer, un alemán emigrado a Nueva York, que con este texto lanzaría una nueva revista, Die Revolution. Apareció en el número 1 (mayo de 1852) con el título, levemente modificado en ediciones posteriores, de Der achtzehnte Brumaire des Louis Napoleon

[10] Maximilien Rubel, Marx devant le bonapartisme, París - La Haya, Mouton, 1960. 

[11] J. Sperber, Karl Marx…, ob. cit. 

[12] Pierre Ansart, «Marx et la théorie de l’imaginaire social», Cahiers Internationaux de Sociologie, vol. XLV, 1968, pp 99-116. 

[13] Véase el presente volumen. 














 

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