Ícaro comprobó en carne propia el engaño de las alas.
Aún deben estar sus plumas a merced
del vaivén de la resaca.
Poco serviría a los pájaros la moraleja repetida,
la confianza en sus alas crece en cada despegue
y ya en el vuelo
es aquella una historia del todo carente de importancia.
Pero nosotros, nacidos más para el vuelo
que para el arraigo,
mantenemos la vista en la altura
con aquella extraña nostalgia del fruto recién desplomado
al pie del árbol.
Cielo vacío de alas es el de la Ciudad,
dominio de pájaros en tierra
con la vista baja en las plumas herrumbrosas
como esos matorrales de los parques salpicados de lodo.
en Poesía, poesía (Antología), 2002
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