No bien hubo traspasado el pórtico
que sólo a los felices les es permitido franquear,
vinieron a él sus mujeres más discretas;
cubrían con sedas sus amables pechos
y lucían flores en sus cabezas;
Sobre un cojinete de raso del color del mar
traían la corona y se la ciñeron;
él y ellas sonreían, no había apremio alguno
en sus semblantes; le entregaron las llaves del puerto
donde moran las almas de los que navegan;
Le preguntaron cuál era su voluntad
y él dijo: ¿Han visto por aquí a mi padre?
En la otra orilla, respondieron.
Necesito un barco, ordenó el Almirante.
Y, desde entonces, anda Brouwer, errante
por las constelaciones.
en Una casa junto al río (Antología), 2016
Descontexto Editores
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