martes, agosto 15, 2023

«Una estrella en una barca de piedra», de Robert Frost

Traducción de Juan Carlos Villavicencio




(Para Lincoln MacVeagh) 

Nunca me digas que ni una de todas las estrellas
que se deslizan del cielo por la noche y han caído suave 
ha sido recogida junto a otras piedras para construir un muro.

Algún obrero encontró una desteñida y fría como piedra,
y, salvo que su peso sugería oro
y que la sacó demasiado seguro de su primer asidero,

no notó nada en ella que destacar.
No estaba acostumbrado a manejar estrellas arrojadas oscuras
y sin vida producto de un arco interrumpido.

No reconoció en ese suave carbón
lo único palpable además del alma
para penetrar el aire en que rodamos.

No vio que como una cosa voladora
criaba huevos de hormigas, y tenía un ala grande,
una no tan grande para volar por un anillo,

y una larga cola de Ave del Paraíso
(aunque cuando no las usaba para volar y arrastrar
las retraía en su cuerpo como si fuera un caracol);

y ardiendo para brindar flores en lugar de granos,
flores atizadas y no apagadas por toda la lluvia
derramada sobre ellas por sus oraciones rezadas en vano.

La movió bruscamente con una barra de hierro,
cargó un viejo bote de piedra con la estrella
y no en un auto volador, como se podría pensar, 

lo que incluso los poetas admitirían forzosamente
es más práctico que el caballo Pegaso
si pudiera poner una estrella en su curso otra vez.

Él la arrastró por el suelo arado a un ritmo
que recordaba levemente a la carrera
de rocas que se empujan por el espacio interestelar.

Terminó siendo una piedra de construcción, y yo, como
si me lo ordenaran en un sueño, siempre voy
a enmendar el error de que esto haya sido así.

Pero me pregunto dónde más podría haber terminado,
no sé — no puedo dejar de decirlo:
él podría haberla dejada tirada ahí donde cayó.

De los sucesivos muros nunca quito mi mirada
excepto de noche para ver lugares en el cielo
donde caen lluvias de meteoros cartografiados.

Algunos pueden saber lo que buscan en la escuela y en la iglesia,
y por qué buscan ahí; para encontrarlo
debo ir calibrando muros de piedra, vara a vara;

seguro de que aunque no es una estrella de muerte y nacimiento,
por lo que no se puede comparar en valor, tal vez, 
con lugares de vida como Marte o como la Tierra,

aunque ni, digo, una estrella de muerte y pecado,
todavía tiene polos, y sólo necesita un giro
para mostrar su naturaleza mundana y comenzar

A rozarse y arrastrarse en mi palma áspera
Y correr con mi brazo por extrañas tangentes
Como lo hacen los peces con el hilo de la caña a la primera señal.

Tal como es, ofrece la recompensa
De un mundo entero de cualquier tamaño
Que yo quiera abarcar, sea tonta o sabia la elección.




en New Hampshire, 1923







A Star in a Stone-Boat

(For Lincoln MacVeagh) // Never tell me that not one star of all / That slip from heaven at night and softly fall / Has been picked up with stones to build a wall. / Some laborer found one faded and stone cold, / And saving that its weight suggested gold, / And tugged it from his first too certain hold, //  He noticed nothing in it to remark. / He was not used to handling stars thrown dark / And lifeless from an interrupted arc. // He did not recognize in that smooth coal / The one thing palpable besides the soul /  To penetrate the air in which we roll. / He did not see how like a flying thing / It brooded ant-eggs, and had one large wing, / One not so large for flying in a ring, // And a long Bird of Paradise’s tail, / (Though these when not in use to fly and trail / It drew back in its body like a snail); // And burning to yield flowers instead of grain, / Flowers fanned and not put out by all the rain / Poured on them by his prayers prayed in vain. // He moved it roughly with an iron bar, / He loaded an old stone-boat with the star / And not, as you might think, a flying car, // Such as even poets would admit perforce / More practical than Pegasus the horse / If it could put a star back in its course. // He dragged it through the ploughed ground at a pace / But faintly reminiscent of the race / Of jostling rock in interstellar space. // It went for building stone, and I, as though / Commanded in a dream, forever go / To right the wrong that this should have been so. // Yet ask where else it could have gone as well, / I do not know — I cannot stop to tell: / He might have left it lying where it fell. //  From following walls I never lift my eye / Except at night to places in the sky / Where showers of charted meteors let fly. // Some may know what they seek in school and church, / And why they seek it there; for what I search / I must go measuring stone walls, perch on perch; // Sure that though not a star of death and birth, / So not to be compared, perhaps, in worth / To such resorts of life as Mars and Earth, // Though not, I say, a star of death and sin, /  It yet has poles, and only needs a spin / To show its worldly nature and begin // To chafe and shuffle in my calloused palm / And run off in strange tangents with my arm / As fish do with the line in first alarm.  // Such as it is, it promises the prize / Of the one world complete in any size / That I am like to compass, fool or wise. 















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