No se calmaba mi duelo
José Hernández
(Martín Fierro, XVIII, 824,
Segunda Parte)
Mi certidumbre infinita me dio llaves y todo lo abrí,
pues subí a la colina y te pregunté, diosa, a ti, por el cielo,
a ti por sus escalas de esmeralda, por su tallo de espuma.
¿Quién pasó, quién va que lleva mi misma sombra,
quién ató mis corceles a cercados en llamas?
No lo sabréis, pero venid, brujos y bandidos de aceite,
venid con lámparas y danzas,
con círculos de fuego en las orejas,
con uñas victoriosas, dados, espadines y largos velatorios,
con soledad de los perdidos ritos.
¡He aquí la terrible sal que cae a vuestras almas!
en El orden visible, 2011
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