Traducción de Antonio Nazzaro / Revisión de traducción: Elizabeth Uribe Pérez y Fredy Yezzed
¿Quiere usted Mate? un español me preguntó en voz baja, como para no perturbar el profundo silencio de la Pampa. —Las carpas se extendían a pocos pasos de donde estábamos sentados en círculo en silencio mirábamos por momentos furtivamente las extrañas constelaciones que doraban lo ignoto de la pradera nocturna. —Un misterio grandioso y vehemente nos hacia fluir con refrigerio de fresca veta profunda nuestra sangre en las venas: —que nosotros saboreábamos con voluptuosidad misteriosa—como en la copa del silencio purísimo y estrellado.
¿Quiere usted Mate? Recibí el vaso y chupé la caliente bebida.
Tirado en la hierba virgen, de cara a las extrañas constelaciones yo me iba abandonando entero a los misteriosos juegos de sus arabescos, acunado deliciosamente por los ruidos atenuados del vivac. Mis pensamientos fluctuaban: se subseguían mis recuerdos: que deliciosamente parecían sumergirse para reaparecer a ratos lúcidamente trashumantes en la distancia, como por un eco profundo y misterioso, dentro de la infinita majestad de la naturaleza. Lentamente gradualmente yo ascendía hacia la ilusión universal: desde las profundidades de mi ser y de la tierra yo rebatía por las vías del cielo el camino venturoso de los hombres hacia la felicidad a través de los siglos. Las ideas brillaban con la más pura luz estelar. Dramas maravillosos, los más maravillosos del alma humana palpitaban y se respondían a través de las constelaciones. Una estrella fluyente en carrera magnífica marcaba en una línea gloriosa el final de un curso de la historia. Aligerada la balanza del tiempo parecía elevarse lentamente oscilando: –por un maravilloso instante inmutable en el tiempo y en el espacio alternándose los destinos eternos…
Un disco lívido espectral apareció en el horizonte lejano perfumado irradiando reflejos gélidos de acero sobre la pradera. La calavera que se elevaba lentamente era la insignia formidable de un ejército que lanzaba formaciones de caballeros con las lanzas en ristre, agudísimas lucientes: los indios muertos y vivos se lanzaban a la reconquista de sus dominios de libertad en un arrebato fulmíneo. Las hierbas se doblaban con gemido ligero al viento de su paso. La conmoción del silencio intenso era prodigiosa.
¿Qué cosa huía sobre mi cabeza? Huían las nubes y las estrellas, huían: mientras que de la Pampa negra que huía por momentos en la salvaje negra carrera del viento ahora más fuerte ahora más débil ahora como un lejano fragor férreo: por momentos a la melancolía más profunda del errante un llamado: … de las crines de las hierbas sacudidas como a la melancolía más profunda del eterno errante por la Pampa sacudida como un llamado que huía lúgubre.
Estaba en el tren en marcha: tendido en el vagón sobre mi cabeza huían las estrellas y los soplos del desierto en un fragor férreo: encuentro las ondulaciones como de lomos de fieras al acecho: salvaje, negra, atravesada por vientos la Pampa que corría a mi encuentro para envolverme en su misterio: que la carrera penetraba, penetraba con la velocidad de un cataclismo: donde un átomo luchaba en el torbellino ensordecedor del lúgubre estrépito de la corriente irresistible.
…
¿Dónde estaba? Yo estaba de pie: Yo estaba de pie: en la pampa en la carrera de los vientos, de pie en la pampa que volaba a mi encuentro: ¡para envolverme en su misterio! ¡Un nuevo sol me habría saludado en la mañana! ¿Yo corría entre las tribus indias? ¿O era la muerte? ¿O era la vida? Y nunca, me pareció que nunca aquel tren habría tenido que detenerse: mientras que el rumor lúgubre de las herramientas ya comentaba incomprensiblemente el destino. Luego el cansancio en el hielo de la noche, la calma. El tenderse sobre la placa de hierro, concentrarse en las extrañas constelaciones fugaces entre leves velos plateados: y toda mi vida tan parecida a esa carrera ciega fantástica irrefrenable que me tornaba la mente en oleadas amargas y vehementes.
La luna iluminaba ahora toda la Pampa desierta e igual en un silencio profundo. Solo por momentos las nubes juguetean un poco con la luna, sombras repentinas corriendo por la pradera y aún una claridad inmensa y extraña en el gran silencio.
La luz de las estrellas, ahora impasibles, era más misteriosa sobre la tierra infinitamente desierta: una patria más vasta el destino nos había dado: un calor natural más dulce estaba en el misterio de la tierra salvaje y buena. Ahora adormecido yo seguía desde los ecos de una emoción maravillosa, ecos de vibraciones cada vez más lejanas: incluso con los ecos la emoción maravillosa se apagó. Y fue entonces que en mi adormecimiento final yo sentí con deleite al hombre nuevo nacer: el hombre nace reconciliado con la naturaleza inefablemente dulce y terrible: deliciosamente y orgullosamente jugos vitales nacen desde las profundidades del ser: fluyen desde las profundidades de la tierra: el cielo como la tierra en lo alto, misterioso, puro, desierto de la sombra, infinito.
Me había levantado. Bajo las estrellas impasibles, sobre la tierra infinitamente desierta y misteriosa, desde su refugio el hombre libre tendía los brazos al cielo infinito desfigurado por la sombra de Ningún Dios.
En Dino Campana Suramericano. Cantos Órficos, Abisinia Editorial, Buenos Aires, 2022
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