Fragmento
Una vez arriba del avión, sentí un relajo que hace días no experimentaba. Sin embargo, lo vivido daba vueltas en mi cabeza y no me dejaba descansar. Repasaba cada instante de mi estadía en Palestina; las fotografías en mi computador, imaginando las frases con las que convertiría cada paso, cada imagen, en un texto que describiera y expresara todos los escenarios, los hechos, las emociones y las reflexiones que cada porción de territorio, cada historia y cada nueva adquisición, en lo que a conocimiento práctico de la realidad se refiere, me había provocado.
El viaje me había transformado profundamente y no podía más que intentar transmitir a todas y todos mis hermanos de la diáspora que no tienen la oportunidad de viajar y a aquellos hombres y mujeres que buscan conocer algo más la realidad de este conflicto, lo que yo había sentido. Había descubierto que se puede volver a donde nunca uno ha estado, si perteneces a ese lugar mediante la memoria colectiva de tus antepasados. Puedes volver donde nunca has estado, si conoces ese lugar en profundidad, a través de las emociones, de las sensaciones y de la cultura que se traspasa de generación en generación.
No podía conciliar el sueño. Decidí escribir, alternando entre las notas realizadas, la revisión de las imágenes y las reflexiones surgidas de todo aquello, intentando buscar respuestas sobre la situación actual y el futuro de la cuestión de Palestina. De pronto se me vino a la mente una faceta distinta del conflicto. Creí reconocer dos padecimientos generalizados que, según mi parecer, ahogan a nuestros pueblos y se encuentran casi en un punto de no retorno, en camino a convertirse en rasgos culturales, que se han ido sedimentando hasta formar parte del ADN de ambos y cuyo impacto es mucho mayor a todo el sufrimiento acumulado, en estos largos años.
Recordé el mural de la niña palestina inspeccionando al militar y pensé en que era la muestra más elocuente de una incapacidad crónica para reconocer lo que es real y lo que no, que el sionismo ha inoculado en la mayoría de los ciudadanos israelíes de religión judía y que encuentra eco, además, en gran parte de la comunidad internacional. Lo anterior lleva a la sociedad israelí y a parte de la comunidad internacional a interpretar la realidad de una manera que podría considerarse como anormal. Como contrapunto, recordé los rostros de mis hermanos, siempre marcados por una especie de desesperanza aprendida, tan ampliamente difundida, que casi define hoy, el ser palestino, no pudiendo serlo, en Palestina
El concepto de esquizofrenia colectiva se me venía presentando como posibilidad, desde hace algunos años, a partir de varios autores judíos de izquierda, muchos de ellos anti sionistas, que afirman hace mucho tiempo, que el sionismo es un movimiento esquizofrénico. Que lo aqueja una incongruencia irreconciliable entre su mensaje, supuestamente liberador y las prácticas que utiliza para ponerlo en práctica. Que el cultivo de una autoimagen intachable y la adopción discursiva de la épica de los pocos contra los muchos; a imagen de la épica del heroico David enfrentando al brutal Goliat, era y sigue siendo el modo primordial que el sionismo usa para tratar de mediar entre sus contradicciones irreconciliables y la cruda e indesmentible realidad. Muchos proclaman, más en privado que en público por supuesto, que la utilización política y económica del holocausto, ha sido el único elemento discursivo que ha permitido que las distintas culturas que convergieron en el Israel actual, se unificaran, a través de la victimización, en la forma de un cheque en blanco para el accionar israelí. El Holocausto, sumado a la producción cultural de un pasado usable, que los caracteriza como víctimas históricas y permanentes de una humanidad mayoritariamente «antisemita» ha sido usado para fundar una identidad nacional nueva, capaz de justificar los crímenes más horrendos en nombre de una supuesta emancipación históricamente determinada por un dios que ha sido traicionado y puesto al servicio de intereses absolutamente humanos, mezquinos
Como diagnóstico psiquiátrico, la esquizofrenia se caracteriza por trastornos mentales crónicos y graves, definidos por alteraciones profundas en la percepción de la realidad. En el caso de los israelíes, el sionismo ha generado una sociedad que, perteneciendo a un país con uno de los ejércitos más poderosos y avanzados del mundo, que es capaz de destruir toda amenaza, real, potencial o inventada y que goza de una impunidad sin parangón en la historia de la humanidad. se siente amenazada por un pueblo desarmado, sin ejército ni apoyo internacional y que como en el mejor de los chistes, parece tener de su lado, solo a dios. Una sociedad que a pesar de toda la destrucción que ella misma genera, de los crímenes que ejecuta y del terrorismo de estado que viene desarrollando, se siente víctima de un conflicto en el cual ella aparece como la única victimaria. Una sociedad que mira y trata a los niños palestinos como sujetos peligrosos porque desconfía hasta de su propia sombra, representada en el caso de la sociedad israelí, por la crítica política, racional y democrática de algunos de sus propios ciudadanos que, hastiados de tanto horror, han decidido alzar su voz para defender a los palestinos.
2014
Mutante Editores, 2023
Contribución indirecta a DscnTxt de Rafael Bielsa
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