Ella se acoda en la mesa
y los ángeles de los pueblos chicos
vienen a mirarla
con tristeza de días seguidos
y horas de flauta en la lluvia.
Detrás de la puerta,
ya el invierno prepara
la velocidad de sus caballos
por el campo
y pastorea por los patios
un viento de hojas secas
y ovejas escolares.
Arde en la noche de la ciudad
sonando una guitarra
como por el bosque
un hacha de filo antiguo
recién inaugurada,
ella me mira entonces, largamente,
asomando su mirada más allá de mi rostro
y el rostro cotidiano
de todos los objetos...
(no haya más palabras,
todo queda dicho)
Yo navego el amor entonces,
arbolo el amor con una vela
a partir de sus ojos míos
y por la ciudad se aleja ardiendo
y al galope
una nueva guitarra hacia los huertos.
en Poesía para el camino (Antología), 1977
No hay comentarios.:
Publicar un comentario