miércoles, febrero 08, 2023

«La venganza de los punks: Amor/Desamor, rompiendo con el binarismo», de Vivien Goldman

Fragmento / Traducción de Carolina Smith de la Fuente






«No sé si entiendo lo que quieres decir con ‘por qué’. ¿Por qué qué? La artista Gee Vaucher, cofundadora de la banda protoanarcopunk Crass y letrista de su «Smother Love», respondía de este modo a una pregunta sobre la canción y, al hacerlo, demostraba que el mito de la banda famosa por cuestionárselo todo era cierto. El tema es una disección devastadora de las paparruchas hipócritas que se dicen para vender el matrimonio, y su energía arrolladora y letra abrasiva caen sobre el patriarcado como aceite hirviendo desde las almenas de un castillo. Crass le escupen al matrimonio por ser un microsistema unilateral de control social. Siempre vestidos de negro, vivían en la comuna Dial House, en Essex. Aquella casa rural del siglo xvi tenía una política de puertas abiertas y podría considerarse un anti-Camelot no jerárquico. Los rastafaris jamaicanos llaman Babilonia al sistema social capitalista/ neoconservador o neoliberal y Crass les dan la razón: el viejo enfoque es explotador y su colapso está a punto de caramelo. Ambos aborrecen y rechazan sus frutos. (Cuando David Bowie rechazó el título de Caballero de la Reina y no se lo dijo a nadie, eso sí que fue punk).

Entonces, ¿por qué amar? ¿Por qué no amar? El punk suele asociarse con la guerra y el odio, pero solo porque siguió al supuesto final de los ideales hippies de los sesenta. Aunque se disfrazó con otro nombre, la meta final era la misma, solo que escrita al revés. Además, cuando Crass se formó en 1977, varios de sus integrantes sí que se liaron y siguieron relacionándose durante al menos los siete años de vida de la banda. Da igual lo indiferentes o cínicos que seamos ante las ideas románticas del amor que el consumismo nos ha metido en la cabeza, el amor persiste y persistirá, abriéndose camino por las grietas de las corazas emocionales más gruesas. El amor parece innegociable, como el aire y el agua.

En los últimos años, una serie de escándalos de gran repercusión han salido a la luz, desde las acusaciones al padre de América, Bill Cosby, al saque inicial del movimiento #MeToo tras la caída de Harvey Weinstein de la cima del poder fílmico cuasi absoluto. Naturalmente, la industria de la música, por su cultura predatoria, pronto tuvo varios ídolos redundantes. La cantante punki Ke$ha demandó al productor Dr. Luke por acoso sexual antes de que el movimiento #MeToo abriera en 2016 las compuertas a la ignominia de los abusos y el privilegio masculino, ahogando la reputación de figuras como el titán de la industria/ productor L. A. Reid e incluso la del gurú zen del hip hop Russell Simmons. Esa vieja idea propia de la revista Cosmopolitan, según la cual hay que acostarse con un productor mucho mayor para conseguir un contrato discográfico, está muy alejada del punk (excepto si te mola muchísimo, claro; ese es otro tema). Para hacer lo que hay que hacer, hay personas que eligen pasar completamente, salirse de los engranajes del romance para evitar las peligrosas grietas en el camino por las que el poder de una chica se puede filtrar. Hasta que llega la situación, la persona adecuada. El amor punk parece componerse de los errores que se cometen de camino a ese cuasi destino escurridizo. El abandono insensato del punk a menudo conduce a pasiones impredecibles, y para las chicas vulnerables, el saludable amor propio se puede perder al dejarse llevar por el nuevo ritmo; aunque esa época salvaje puede venir muy bien para alimentar futuras ensoñaciones nostálgicas.

Pero a lo que iba. Cuando el punk empezó a mediados de los setenta, vivíamos en una época estimulante aunque confusa en lo que a sexualidad se refiere. Para la contracultura, las canciones de amor eran algo flojas y blandengues; lo suyo eran las canciones de desamor. El gobernador de California, Ronald Reagan, puso en marcha la primera ley para el divorcio de mutuo acuerdo en 1970. Según un informe de 2011 de la oficina del censo, la tasa de divorcios no dejó de subir de forma constante hasta que se disparó a principios de los noventa, coincidiendo con las riot grrrls. La breve y, para muchos, magnífica ventana que se abrió con la aparición de la penicilina y la píldora para vivir la sexualidad de forma desenfrenada no es que fuese, en Inglaterra y en Nueva York, muy puritana. En Gran Bretaña, la homosexualidad se había legalizado en 1967. El temor a ser llamadas «putas» al que se tuvieron que enfrentar las riot grrrls en la costa noroeste de Estados Unidos en los noventa nunca fue un problema en Gran Bretaña, donde se daba por hecho que todos los punks, chicos y chicas, eran putas, y a mucha honra.

¿De dónde sale, entonces, este anverso, el desamor? Aunque bandas como Tribe 8 a veces escenificaban en sus conciertos lo que para los más convencionales es sexo extremo –como el sadomasoquismo y el fetichismo–, el punk puso a prueba los limites del amor. Puede parecer que las normas están para saltárselas, pero en su inocencia los punks descubrirían que algunos tabúes nunca han de romperse. Por desgracia, incluso la pedofilia ha formado parte de la saga punk. La foto de la cantante Annabella Lwin, una menor, posando desnuda en la carátula de uno de los discos de Bow Wow Wow, grupo que el ex mánager de los Sex Pistols, Malcolm McLaren había montado, era una pista. Las camisetas con fotos de niños prepúberes desnudos que vendía SEX, la boutique de King’s Road que McLaren tenía con su entonces mujer, la diseñadora Vivienne Westwood, hoy se considerarían menos «cool». Con suerte, la reciente avalancha de escándalos por abusos sexuales a menores ha creado límites más sólidos frente a los patrones de un tipo de abuso institucional que en el pasado mucha gente no hubiera ni creído que existiera. Incluso ha desestabilizado a la BBC, donde tanto el sexismo como la pederastia proliferaron cuando era prácticamente el único medio de comunicación británico. Para las mujeres, por desgracia, la saga del desamor no se limita a un simple zarandeo de las antiguas costumbres.



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