viernes, enero 27, 2023

«La edad de oro», de Ovidio

Traducción de Esteban Torre




Vino en primer lugar la Edad de Oro, que, sin garante alguno, 
por sí sola, sin leyes, procuraba lo justo y verdadero.
No existían ni el miedo ni el castigo, ni grabadas en bronce 
palabras de amenaza; ni temían el rostro de sus jueces
las suplicantes turbas, pues estaban tranquilas, sin garante. 
Ningún pino, cortado para explorar países extranjeros,
había descendido aún de los montes a las límpidas aguas, 
rulos mortales conocían playas que no fueran las suyas.
Aún no estaban ceñidas las ciudades por escarpados fosos,
y nó existía el bronce, curvo o recto, de trompas y trompetas,
ni cascos, ni puñales; y, sin necesidad de gente armada, 
podían cultivar sus dulces ocios, sin inquietud, los pueblos.
Y hasta la misma tierra, libre de cargas y jamás herida
por rastrillos y arados, lo regalaba todo por sí sola. 
Contentos con los frutos producidos sin exigencia alguna, 
tomaban las frutas de los árboles, las fresas de los montes,
las frutas del cornejo, las moras de los ásperos zarzales
y las bellotas que al azar caían del ancho árbol de Júpiter.
Gozando de una eterna primavera, los apacibles céfiros
con tibia brisa acariciaban flores nacidas sin simiente.
Pero, además, la tierra producía, sin labrar, cereales;
y el campo, sin barbecho, emblanquecía con espigas granadas. 
Ya los ríos de leche serpeaban, ya los ríos de néctar;
y rubias mieles iban goteando de la verdosa encina.





en La poesía de Grecia y Roma, 1998

















 

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