jueves, enero 26, 2023

“El cambio”, de Antón Arrufat





Desde hace tiempo nos miramos.

 

Cuando no se asoma a su ventana, sé que me observa a través de las persianas amarillas con sus ojos penetrantes, que temo mirar. Lo sé o lo sospecho. Un leve movimiento en las maderas me lo indica. Sus ojos saltan detrás de cada uno de mis gestos.

 

No sé qué pensar de sus ojos.

 

A ratos me parecen insolentes, y sin embargo encuentro en ellos como un relámpago maligno, mezcla de burla y complicidad que me atrae.

 

A veces parecen sonreír.

 

La ventana se cierra.

 

Pero de un modo que sólo yo percibo, veo moverse las persianas.

 

Yo sé que ella lo sabe. Nos hemos encontrado en la calle, y he desviado la mirada. ¿Para qué insistir? Momentos después, sin permitir que nadie se dé cuenta, volvemos a mirarnos a través de las persianas como si hubiéramos corrido a la par, para encontrarnos de nuevo, pero a cierta distancia.

 

Y ahora está desnuda, con la ventana abierta. Desnuda por un instante. Y al cabo empieza a vestirse. La contemplo, y ella sabe que lo hago. Luego obedezco al llamado de sus gestos: abro mi ventana, temblando.

 

En silencio me indica lo que debe hacer. Busco mi traje blanco, el que me ha regalado mi padre para ir a misa los domingos, y me desnudo rápido. Al cabo de un instante, casi de idéntica duración al suyo, también comienzo a vestirme.

 

Las ventanas, de par en par abiertas, y nosotros frente a frente. Ella va al espejo y se peina, se ajusta el vestido, alza delicada un brazo y tiende la mano, y de repente, tras un suspiro, cierra.

 

Todo parece terminado. Pero antes la vi sobre la cama, en la silla, mostrarse uno por uno los bellos adornos de su vestido azul en muda exhibición.

 

Por muchas veces después permanecen cerrada la ventana y las personas inmóviles. Desvelado abro la mía, asomo la cabeza, el cuerpo. Nada consigo. Comprendo luego: quiere despertar y azuzar mi deseo, que la extrañe.

 

Lo quiere, y lo obtiene.

 

Su ventana sigue diciéndome rotunda que no, hasta una tarde en que mis padres salen y me quedo solo. Detrás de mi persiana me apuesto, obstinado, corroído.

 

-¡Ábreme la puerta! -exclama debajo de mí, mirándome de nuevo al fin, con sus ojos agresivos y cómplices, a través de mi propia persiana.

 

Abro enseguida. Nunca hubiera podido creerme con fuerzas para hacerlo.

 

Me suplica y casi me ordena:

 

-¡Déjame verlo otra vez!

-Si me prometes que me darás el tuyo -le digo.

-Te lo prometo.

 

Me he puesto su vestido azul y ella mi traje blanco. Bailamos en la sala, solos, sin que nadie nos vea.

 

 

 

en Mi antagonista y otras observaciones, 1964


























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