Y allí estaba la curva
incendiando el horizonte de la flecha clavada.
Ya las palabras habían perdido su sentido sonoro,
su lenguaje de sílabas, su figura geométrica,
el total alcance del pensamiento.
Toda plenitud de ser
se extraviaba en la luz hacia la nada.
Era el cadáver absoluto
del poder en la carne; del rosario herido
en el surco sin forma de la línea redonda.
Canto que ya no es el mismo,
que llega al oído
sin tocar el vértice preciso de la música,
sin venir de la raíz, sin equilibrar la nota,
sin derivar de la luna
que rodea esos siglos que en los labios rebrotan.
Pero todo es raíz:
raíz el seno que remonta en vida
a través del rocío madurado en los potros,
a través del silencio que genita el sonido
y del propio sonido que vegeta en silencio.
Todo es raíz:
Raíz el sueño que penetra en la muerte
y tal vez la resurrección del sueño
que deriva acaso desde la misma muerte.
¡He aquí todo el misterio!
He aquí el sonido de los putrefactos huesos
levantando sus lenguas en la lluvia
hasta dejar los vientos como un caballo atrás
pastando...
sobre la miseria de la humanidad.
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