Fragmento
No hay realmente nada que apuntar en el diario. Conversemos, ¿con quién? Somos solamente tres personas en todo el carro: ese joven que tomé por americano, pero que, como habla también alemán, resulta holandés, mi compañero y yo. Hay que acudir al conductor solemne del pullman. ¡Cómo se complace en relatar los asaltos que ha presenciado! Sería, si los tuviera yo, cosa de crispar los nervios y razón para no dormir. Pero mi insomnio tendrá motivos más valederos. Han hecho ya las camas. En este cubo perfecto voy a acostarme, con dos páginas de cine a mi izquierda, tirado de los cabellos por la máquina que me lleva. Si alzo un dedo, puedo encender el foquito, que apago para levantar las cortinas y pegar la frente al cristal fresco. Mi aliento lo empaña. Cuando llegamos a alguna estación, cesa el ruido y distingo, a luces trémulas y rojas de antorcha, hombres que dan pasos y bultos enormes que suben al tren o bajan del tren. Más allá, estrellas arropadas en nubes negras y curvas de montañas que se desperezan. Seguimos. No tiene objeto mirar más. En el techo brillante de mi cama adopto grotescos contornos. Toco mi panza, lisa y un poco abultada. Detengo mi índice en el ombligo. Cabe su yema perfectamente. Yo he visto ombligos distintos, como cortes transversales de naranja. Este mío parece hecho precisamente con este dedo que ahora tengo en él, suavemente.
Es amplia esta cama. Tiendo un brazo al vacío. Lo hundo bajo un cojín y en él me recuesto de perfil. Abrazo el otro y me cubro con él la cara. Así no se percibe ruido alguno. Quisiera otro cojín en la cintura. No extraño nada. No pienso en nadie. Respiro.
1928
Publicado por Mansalva, 2022
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