domingo, agosto 28, 2022

«Revientacaballos», de Eleonora González Capria

Cinco poemas






CANADÁ


Me imaginaba todos los días
hembra o macho si pardo o negro
con o sin crías manso
me imaginaba muerta.
Salí siempre a las horas avisadas
de luz pálida y sombra larga
sola en silencio de abeja y arándano
lleno el bolsillo con las entrañas frescas de los peces.

Hablaban todo el tiempo de la manada de lobos
que en el pueblo había cazado un alce
ahí sobre el puente, la carne que tembló
hasta quedarse quieta y los autos que pasaban.
Alguien lo había filmado y después lo vieron,
se oía claro el grito, clara la súplica.

En el bosque después del incendio
seguía latiendo un tronco blanco
de espasmo en la madera ardida
y en el glaciar
me llené los pies de barro buscando.

Cuando era chica si preguntaban por el miedo
yo respondía: oso.
Pero quedaba lejos, estaba a salvo, se reían.

Todas las noches desde casa interrogaban
si había cruzado al fin al oso.
Preparé el espíritu para encontrarlo, dije,
pero él no quiso verme.






LA GRAN OLA


Mi abuelo naufragó adentro de un barco,
en una habitación del hospital
entre la una y las siete.
Por el ojo de buey se vio a sí mismo
nadando a mar abierto
sobre las garras blancas de las olas.
Papá volvió ya amaneciendo al comedor a oscuras
con la ropa mojada y un vacío en los brazos:
los hombres de la familia son todos marinos
y nosotras vivimos siempre
envueltas por el agua.

Cruzamos el océano esa tarde
en el vientre plateado de los peces.

La casa era una lancha
otras veces un puerto.
El cuerpo de mi abuelo no flotaba
y hubo que traerlo a tierra.






NO SOMOS MAMÍFEROS


Hacemos otra vez de cuenta 
que no hay nadie en la sala 
y en el sueño 
que me explicabas yo era un pez. 
Decís: tenía tu misma cara 
y el tiempo se medía en peces 
y había carpas doradas de escama 
iridiscente que de pronto eran joyas 
y al final ya no estabas. Dónde estabas. 

Me llevo las puntas frías 
de los dedos a la boca. 
Esto es aire entre nosotros, 
un continente entero. 
Una mano sostiene 
una bandeja con copas de colores, 
tornasoladas, y se distingue un brazo. 
No llego a preguntarte si los peces 
a veces tienen sed. 
Alguien grita tu nombre al fondo, 
señal de que no somos invisibles. 






PARTE SACRIFICIAL


Pero quién va querer todo ese músculo 
envuelto en pata, esa dureza 
en el pie donde no hay dedos 
cómo se cuenta 
un día así cuando termina 
tres tuyos y al final son solo uno.

No me importa que observe 
vibre o no sea terso bajo la mano ese ojo 
y de qué sirven cuatro ancas 
si alguna falla de mal pisada 
de trastabillar apenas 
por una piedra desdejada en el camino

las otras tres también 
tienen que partirse 
a la fuerza de rama que se rompe, 

si todo lo que el potrillo es vértigo 
contra la fuerza gravitatoria 
se desmorona. 

Antes del fuego 
miro al costado, 
yo no quería.






RABDOMANCIA


No había caminos que llevaran
de tu casa a la mía.
Un paredón al fondo y después tierra,
corriente abajo
troncos hinchados de agua mala.
Las termitas se habían devorado todo.
Los adoquines, los ladrillos,
los marcos, las paredes, los retratos.

Quedaba nada más un picaporte
que giraba en el aire
limado por rosarios de mínimas tenazas.

Pero de algún lugar 
brotaban más termitas,
pensé de un manantial oculto entre las piedras,
y de la sed y sola me las tomé a dos manos,
y al oeste las nubes, y en el medio
yo, y después la nada.





Publicado por Caleta Oliva, 2021




























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