I. El llamado
Todos los barcos perdidos
tocaban negras sirenas,
cuando Alfonsina se erguía,
sola, entre el mar y la tierra.
El Atlántico soplaba
su caracol de tormentas;
y capitanes fantasmas,
las manos en las viseras,
surgían ante Alfonsina,
rígidos, sobre cubierta:
en sus pechos transparentes
el cielo ponía estrellas;
bajo sus cuencas profundas
la noche se anocheciera.
“Te aguardamos, capitana
-con voz de vientos dijeran-;
falta nos hacen tus ojos
para ver en las tinieblas.
Perdidos vamos, y mudos,
por un país de salmuera;
la Cruz del Sur te daremos
por insignia marinera”.
Alfonsina estaba sola
sobre las rocas enhiestas.
El llamado galopaba
por el latir de sus venas.
El viento la ve avanzar
y aúlla por detenerla.
Caminos de espacio fresco
recorre un segundo apenas.
Y luego, el mar en sus ojos,
el mar en su cabellera;
el mar mojando sus pechos,
subiendo por sus caderas;
el mar para conservarla,
cerrando sus verdes puertas.
Alfonsina está en el mar,
isla menuda y eterna.
II. AIfonsina en el mar
En mensaje de magnolias
la espuma fue a la ribera.
Con luz de lámparas verdes
el mar alumbró la fiesta.
(Fiesta del agua que se abre,
fiesta de un cuerpo que llega).
Peces de escamas fulgentes
guiaron a la viajera.
Ostras abrieron sus cofres
repletos de grandes perlas.
Rojos corales cantaron
pregones de sangre fresca.
Sonámbula va Alfonsina
por calles mudas y quietas.
El agua lustra el asombro
de sus pupilas abiertas.
El mar agita las frágiles
algas de su cabellera.
Hondo país del silencio,
país de rosas secretas,
de misteriosas ciudades,
de altas paredes siniestras;
dársena definitiva
de las perdidas goletas;
joyel de las maravillas
que nunca tuvo la tierra.
AIfonsina con sus manos
abrió la invisible puerta.
El mar la tuvo por fin,
después de siglos de espera.
El mar que para llamarla
pulsó guitarras de ausencia.
Novia del mar, Alfonsina,
el mar está poseyéndola.
III. EI retorno
Un ángel que se inclina, doblando la cerviz,
y el cuerpo de Alfonsina sobre la playa gris.
Nada más. El océano, su profundo latir,
y el pulso de Alfonsina sin poderlo seguir.
Un claror tiritaba sobre rosas de frío.
La barca de Alfonsina por un lejano río...
Iba llegando el alba, lento barco de malva,
el cuerpo de Alfonsina era blanco en el alba.
No sería más blanco un almendro polar
que Alfonsina vestida con espuma de mar.
Sobre celestes plumas, la cabeza de Dios
se despertó: Alfonsina, sin mirada y sin voz,
atrajo hacia la tierra su profunda pupila.
Y dijo Dios: “Por fin solitaria y tranquila,
tú, la sufriente, estás, ancla sin su navío,
la piel del infinito siente tu escalofrío”.
Junto al cuerpo yacente pusiéronse a rezar
el ángel de la aurora y el centauro del mar.
Y Alfonsina sentía, su alta sien en el cielo,
un traslúcido soplo de planetas en vuelo.
¡Y más allá de todo, más allá de ese soplo,
Dios esculpía estrellas con un celeste escoplo!
en Obra reunida, 2004
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