Una camisa sembrada de florecillas.
Un tercer tono indefinible que el ojo percibe,
pero que la lengua no puede nombrar con precisión.
Las sábanas cortas del copista.
En la punta de la lengua o el pincel
la pierna desnuda de la odalisca
coloreada para ti o para nadie.
Dos pasos más allá Picasso saborea un café árabe
con Delacroix. La mullida carne palpita,
bajo el azul de las venas y el ardor de la sangre.
El narguile sobre el piso me devuelve
al vapor de agua de un recuerdo.
Te pareces a la odalisca que sostiene la boquilla.
La pantorrilla descubierta, los labios rojos y la mirada cabizbaja.
La flor acomodada entre el cabello y la oreja
es de un tono más pálido que su boca.
La alfombra jaspeada bajo la rodilla y un par de sandalias
exhaustas por el ancho de los empeines.
Las paredes del aposento, forradas con mosaicos azules y amarillos.
La tonalidad de verde suave, fresco, indefinible.
Tres llamas serpentean la sensualidad de la cámara.
La del medio lleva un pañuelo atado al cuello.
Su mejilla redondeada y abierta desde donde se puede
escribir lentamente un beso.
Me quedo en su tobillo que calza una pulsera
que sombrea la piel.
Los copistas se desquician con el pantalón verde de la odalisca
con elementos amarillos, que se confunde a la retina.
Los copistas se preguntan por la localidad del amarillo verdoso
que es dulce y brillante a la vez.
La imposibilidad de imitar la tela sedosa.
Las tres llamas descansan sobre almohadones. Fuera de foco
la criada oscurecida por la luz, entrega su espalda e inclina su perfil.
En la escena hay una puerta entreabierta.
Por ahí ingresan los tonos de tintas entrecruzados por una melodía.
Una de las mujeres mira directo hacia la cámara.
Delacroix ha roto la cuarta pared.
Su pincel es un tejido, un lente granulado.
Te pareces a la odalisca que sostiene
la boquilla del narguile.
La tarde de invierno en que estudiamos a fondo
en el piso el Kamasutra entre almohadones.
Los frutos secos en la bandeja de madera.
Tus pupilas reflejaban los ojales rotos del narguile.
Ese día estaba nublado, tu tobillo delgado
se hundía en mi pantorrilla.
En la pared de la sala colgaba la tela de un faro costero
furiosamente acuchillado por el oleaje marino.
Inédito
Fotografía original de Cristóbal Olivares
«Femmes d'Alger dans leur appartement», de Eugène Delacroix (1834)
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