Una muchacha se me acercó un día.
Tan súbita, rebelde, risueña.
Aprendí a beber el café junto a ella.
Y hasta pude reír frente al frío de la costa.
Yo no la creí capaz de ceñirse a mi vida,
porque éramos tan distintos como la ciudad
y el océano.
Pero, sin embargo, vino y escudriñó
y fue entrando a mí, pausada, como cuando entra
una anciana a la puerta de su casa.
Nunca he podido conocer mejor a una mujer
que a aquella que se me acercó un día.
A veces rompía en llantos
y, cuando me abrazaba,
todas sus lágrimas rodaban por sobre mi camisa
engrasada.
Me pregunto cómo pudo unirse a mi vida,
tan súbita y risueña como una mañana de primavera.
Porque aquí no hubo nada, ni un llamado,
ni una seña desde lejos, nada
que nos hiciera sentir avergonzados.
Sólo sé que desde ese día
ya no pude beber el café solo y triste como antes,
en medio de aquellos fierros y cajones y redes
húmedas.
en Antología Poética del Norte, 1998
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