El hombre herido echa espinas, como el rosal.
Cúbrese de misterio,
se cierra cual ciertas flores, llegada la noche,
pero él por siempre.
El corazón se le vuela hacia dentro,
entre las sombras permanece oculto
y sólo el calor del vino y del alma cordial
vuelve a darse.
Pero si no derribas
ese refugio que el hombre encuentra en las tinieblas
alguna vez esa será su eterna prisión
y, entonces, su muerte irreparable.
en Salmos, 1956
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