La primera vez que fuimos a Buenos Aires, M compró para mí un libro que hablaba sobre los animales del zoológico de esa ciudad. Tal vez porque fuimos ahí y si volvemos ese lugar ya no va a existir. Tal vez no tenía idea de qué se trataba el libro y solo se guio por las tres jirafas de la portada. Lo primero que me llama la atención es un capítulo sobre las jirafas, en el que son descritas como animales nobles y serenos, incapaces de ejercer cualquier tipo de daño. Luego recuerdo que no tienen cuerdas vocales, recuerdo ese incendio en el zoológico de Santiago y me entristece esa ausencia en las jirafas para ser oídas por sus cuidadores cuando el fuego comenzó a expandirse. Para expresar lo que no se quiere saber.
La noche siguiente que M me diera el libro nos peleamos y dijimos cosas terribles, después lloramos por lo irreparable de la situación como quien no quiere aceptar lo obvio. Cuando todo se calma, le pido que me cuente algo de ella que nadie sepa, me pide lo mismo y después dormimos. Las jirafas no tienen cuerdas vocales. Por la mañana, cuando debíamos volver a Santiago, en el aeropuerto jugamos a adivinar la inclinación sexual de las personas que pasaban frente a nosotras y cuando nos subimos al avión me dice que escuchemos música, pero prefiero dormir. Las jirafas no tienen cuerdas vocales. Cuando llegamos a Santiago, salimos juntas del aeropuerto a un punto central donde cada una tomaría su camino, cuando eso sucedió ninguna supo mucho qué decir. Las jirafas no tienen cuerdas vocales.
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