Ahora escucho una voz que no es más que recuerdo.
En la hoja blanca, el ojo roza la red negra que brilla,
por momentos, como cabellos inmóviles
contra la luz que resplandece, tensa,
al anochecer. Escucho el eco de una palabra que resonó
antes que la palpitación del oído golpeara, y se estremece
la caja roja del corazón simple como un cuchillo.
¿No hay otra cosa que días atravesados de violencia sutil,
detención abierta hacia momentos más blancos que el fuego?
Está el rumor del recuerdo de todos que crece
—el resonar de pasos sobre caminos duros como planetas
que se entrecruzan en regiones reales—
con el mismo rumor inaudible de los cuerpos que se abren
y de la lluvia verde que se abre imposible hacia un árbol
glorioso. Nado en un río incierto
que dicen que me lleva del recuerdo a la voz.
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