Sin dormir.
En un punto de los bosques cercanos,
el miedo envuelve las manos del centinela.
El techo blanco de nuestro cuarto
ha bajado alarmantemente
debido a la oscuridad.
Las arañas salen y se meten
en todas las tazas de café.
¿Asustado?
Sé que si saco la mano
tocaré un viejo zapato
de unos ocho centímetros de largo,
que enseña los dientes.
Querida mía, es la hora.
Sé que estás escondida ahí,
detrás de ese inocente manojo de flores.
Sal.
No te preocupes.
Te lo prometo.
Escucha…
Hay un golpe a la puerta.
Pero el hombre que iba a entregar esto
en lugar de hacerlo
te apunta con un arma a la cabeza.
en Un sendero nuevo a la cascada, 1989
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