Traducción de Amaya La Casa y Ramón Buenaventura
Si de pronto caminas sobre hierba hecha piedra,
más hermosa, por mármol, que si fuera verdad;
si el fauno se deleita con la ninfa
y el bronce les otorga la dicha de los sueños,
deja caer el báculo de las manos cansadas:
estás en el Imperio, amigo mío.
Aire, fuego, leones, faunos, náyades,
de la naturaleza o del ingenio,
todas las criaturas concebidas por Dios
y descartadas por la razón, están en piedra
o en metal. Es el fin de las cosas, del camino,
el espejo de entrada.
Súbete a un nicho vacío, pon los ojos en blanco,
mira cómo los siglos van doblando la esquina,
cómo se pierden, mira crecer el musgo en las estatuas,
en las ingles, los hombros: el tostado del tiempo.
Alguien arranca un brazo y la cabeza rueda de los hombros
con estruendo de alud.
Un torso quedará: la suma de los músculos anónimos.
Cuando pase un milenio, saldrá de su horado el ratón,
con las uñas vencidas por la dureza del granito;
será una tarde cualquiera; chillará;
pasará al otro lado de la calle, para no regresar a su nido
ni a medianoche ni por la mañana.
1972
en A part of Speech, 1980
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