martes, marzo 29, 2022

«Treinta y siete años sin Manuel Guerrero Ceballos», de Mauricio Redolés





 

Sería patudo decir que fuimos amigos con Manuel Guerrero. Nos vimos pocas veces. Pero lo que no sería patudo, sería decir que lo quise entrañablemente. Por su humanidad, por su valentía, por su consecuencia revolucionaria. Estas palabras son una breve introducción a una suerte de crónica publicada el año 2015 a propósito de la presentación de un libro de Tito Tricot, en la cual hablo de algunos días en el viejo continente con Manuel Guerrero y Tito Tricot.

Cuando supe que Guerrero había regresado a Chile, escribí para él un poema en mi pequeñísimo cuarto de Harrow Road 831, en Londres. Yo tenía frío y miedo. Ese día le había preguntado a un amigo por él y mi amigo me había dicho: «Guerrero no está. Se volvió a Chile». Sentí que se cortaba un vínculo que se transformaba a partir de ese momento en esa incertidumbre que olía a muerte que se llamaba Chile.  Pero sabía que, al regresar Guerrero a Chile, nos llamaba a todos y a todas los y las jóvenes chilenos y chilenas a no tener miedo. A regresar a Chile para continuar la lucha, aunque nos costara la vida. Y así regresó él. Y así fue asesinado.

Cuando volví a Chile, dos meses y doce días después de su asesinato, a veces me parecía que lo veía en la calle. Y escribí un pequeño poema que comenzaba con los siguientes versos:

                                                         A veces creo que veo en la calle a Guerrero
                              pero eso no puede ser cierto
porque Guerrero es cierto
                                                                                                        pero está muerto
                                                                        en este desierto
                                                     de cierto.

Llevaba pocos días en Chile y alguien me invitó a una actividad del Comité Pro-Retorno. Una muchacha leyó un poema de Guerrero. Contaba de los jóvenes exiliados con deseos de volver a Chile. Los mencionaba. Hablaba de Mauricio en Londres. Puede que fuera yo. Puede que fuera otro. Me gustaría por amor a Guerrero y vanidad propia, ser yo el del poema de Guerrero. Y eso me lleva a pensar que ahora yo pueda abrazarlo. De cierto, en este desierto.



Guerrero Ceballos y Tito Tricot en Dublín 

Estaba viviendo en Londres, era el año 1980, y me dijeron que venía a vernos Guerrero Ceballos. Yo estaba a cargo de la Jota en Inglaterra y la visita del compañero Guerrero Ceballos nos alegró genuinamente. Él había escapado milagrosamente con vida de una detención del Comando Conjunto. Era, creo, el único desaparecido aparecido con vida, gracias a la tenacidad de su familia y nos visitaba, a los jóvenes militantes de las Juventudes Comunista de Chile en Inglaterra, a nombre de su Comité Central. La visita de algún camarada del Comité Central siempre era ocasión de preguntar y discutir sobre miles de temas que iban desde cómo se llenaba el «vacío histórico» (eufemismo con que los comunistas de aquel entonces llamábamos a la carencia de una fuerza propia para haber defendido con las armas al gobierno del compañero Allende), hasta el último lío amoroso de un compañero socio listo que había dejado embarazada a la hija del encargado de Propaganda del Partido quién andaba con un revólver colt 45 buscando al susodicho socio listo. Eran múltiples los temas. 

A todos ellos abordaba Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, a sus 32 años, con paciencia, mesura y rigor comunista. Guerrero Ceballos era como ordenadito, afable y cordial. Recuerdo una reunión bastante agria un sábado en la noche por ahí por Southfields, en Londres. Como buenos chilenos, aislados y exiliados y frustrados la agarraron con el jefe, o sea con myself, y me culparon de autoritario, neo estalinista, personalista y amiguista. Lo único que faltó, fue que dijeran que era afeminado. Y Guerrero Ceballos no encontró nada mejor que darles el 95 % de la razón a los otros. Ahí comprendí que el que sae, sae y el que no, es jefe.  

Al día siguiente, y por un protocolo partidario inmemoriable, el encargado político del país visitado (o sea yo), tenía que sacar a turistear al compañero de la dirección que nos visitaba (o sea a Guerrero Ceballos). Ya no era ésta una ocasión para alargar las reuniones, el paseo era en un plano absolutamente social. De tal modo que luego de la paliza de mis congéneres y de Guerrero Ceballos haberles dado la razón, yo debería destinar el domingo temprano después de almuerzo, para mostrarle lugares turísticos de Londres y/o acompañarlo a comprar regalos. Y así lo hice. Luego de la noche de Southfields, yo había terminado muy molesto con Guerrero Ceballos, pero haciendo de tripas corazón, nos encontramos en una estación de metro al mediodía. Anduvimos por Picadilly Circus y recuerdo que fuimos de compras a Carnnaby Street y él me hablaba de su compañera y sus hijos. Pude darme cuenta que los adoraba. En un cafecito chico cerca de Trafalgar Square, Guerrero Ceballos se rajó con las onces. Yo trataba de ser amable, pero tal vez mi cara no me acompañaba.  

De repente Guerrero Ceballos, con franqueza de rata y cáncer, mirándome a los ojos y con su típica voz seca al borde de la afonía, me dijo: «Tú estás enojado conmigo, compañero». Tuve que reconocer mi malestar: «Bueno, sí compañero, creo que usted no fue muy justo ayer. Yo me saco las re cresta atendiendo reuniones, cruzando todo Londres, sin faltar a clases a la U, además participando del grupo musical ‘Pueblo’ en los mitines de Solidaridad, asistiendo a los piquetes frente a la embajada. Enfrentando los cahuines por las jotosas embarazadas, le dedico mi vida a esta cuestión. Y más encima tengo que aguantar lo de ayer, que me saquen la cresta en patota pa’ desahogarse de sus frustraciones, con el huevón que trabaja más».  Luego de escucharme por largo rato, Guerrero Ceballos comenzó lentamente a resituar la situación y la eventual discusión, a resituar nuestro trabajo en Londres, a resituar la lucha en Chile y a resituar al planeta y al universo entero. Poco a poco el café estuvo más dulce. 

Al día siguiente, me dijeron que tenía que ir a Dublín con Guerrero Ceballos. Viajábamos esa noche. Como buen pastel llegué tarde a la estación, y para hacer más tensa la situación nos subimos en un tren que iba a Edimburgo y no a Liverpool, que era hacia donde nosotros debíamos dirigirnos. Ya estábamos sentados en el tren y Guerrero Ceballos empezó a preguntarme si ese era el tren correcto. Sí, le respondía yo, tranquilo, compañero. Pero él no estaba tranquilo. Calmado, le decía yo y él se levantó del asiento y con tarzanesco inglés comenzó a preguntar a los demás pasajeros si ese tren iba a Liverpool.  This tren go a Liverpool?  Para mi horror, un señor que entendió el inglés que hablaba Guerrero Ceballos le respondió: «–Oh! No, no, no! This train it’s going to Edinburgh, Scotland, sir». Antes que Guerrero Ceballos me mirara de vuelta, yo ya iba corriendo por el pasillo hacia la bajada. Por nerviosismo, o imbecilidad, o porque solo era mi naturaleza, ese tipo de situaciones las encontraba enormemente cómicas y por lo tanto me invadió una risa compulsiva, y Guerrero Ceballos, enojado, me miraba sin reírse, sentados en el tren a Liverpool, al que habíamos llegado casi sin aliento. 

En Dublín nos esperaba el compañero encargado del Partido en Irlanda, el Tito Tricot. Yo había caído el 73 en Valparaíso con Tito Tricot, siendo militantes de la Jota, y nos habíamos pegado su pulenta gira artística que había contemplado la Academia de Guerra Naval, el Cuartel Silva Palma, el Barco Lebu, el Campo de Concentración de Colliguay (u «Operativo X» o «Melinka» o «Isla Riesco»), el Hospital Naval (Tito y yo con el mismo diagnóstico después de pasar por las manos de los mismos torturadores), la Cárcel Pública de Valparaíso y el Cuartel General de Investigaciones.  

Recuerdo que, en el ferry hacia Dublín, sentado frente a Guerrero Ceballos me invadió un gran cariño por él, cuando lo vi quedarse dormido. Me parece que tenía una cicatriz en el cuello o en la mejilla, yo lo miraba y pensaba que podría haber sido un muerto más, un desaparecido para siempre. También recuerdo un intenso olor a patas producto de la irrefrenable costumbre de ingleses/as e irlandeses/as, (más del 90% de los pasajeros) de sacarse los zapatos para relajarse y descansar. Olor amoniacal de patas, lágrimas de sueño y Guerrero Ceballos en los brazos de Morfeo. En un momento de la noche vi que unas irlandesas se reían conmigo. Hacían señas, no sé. Yo me reí de vuelta, lo que les dio más risa a ellas. Despertó Guerrero Ceballos. «Voy pinchando», le dije, haciendo una trompa con mi boca y apuntando hacia las irlandesas, que él no podía ver pues estaban a sus espaldas. Disimuladamente se dio vueltas para echar una rápida ojeada. Displicentemente me dijo: Son sólo niñas. Claro-le respondí-, pero para usted son niñas, compañero, no para mí que soy más joven que usted. Se anduvo picando Guerrero Ceballos y me dijo: A ver ¿de qué año eres? Del 53 respondí. Ah, te ves más joven, pero eres bastante viejito, yo solo tengo cinco años más que tú. Las niñas de ese entonces eran quinceañeras, hoy en el 2015, deben ser unas señoras irlandesas cincuentonas. Es el año de 1980 y vamos a Dublín. 

«… secuestraron, asesinaron y degollaron cruelmente a tres compañeros en marzo de 1985. Uno de ellos fue el profesor Manuel Guerrero. A él lo conocí en Irlanda; estuvo en mi casa un par de días, conversamos extensamente de política mientras tomábamos onces o caminábamos por las estrechas calles dublinesas. Era serio y sonreía poco, al menos es lo que recuerdo…»  (Página 85, Un Sociólogo en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Tito Tricot. Ceibo Ediciones). 

Llegamos a Dublín, y a Guerrero Ceballos le llamó la atención que el compañero encargado del Partido, o sea el Tito Tricot, tuviera solo 25 años. Por otro lado, el encargado de la Jota tenía cerca de 35. “Es que así son las cosas en Irlanda compañero”, le decía el Tito Tricot a Guerrero Ceballos y lo absurdo de la respuesta y la seriedad de Tito Tricot me daba mucha risa y a Tito le daba risa mi risa y risas de nuevo y Guerrero Ceballos seguramente se lamentaba pensando «…con estos bueyes he de arar». Tito Tricot poseía un humor que siempre rayaba en el absurdo. A la hora de desayuno Guerrero Ceballos preguntó si el anciano compañero de la Jota vivía muy lejos. No, vive más o menos cerca la dijo el Tito Tricot ¿Qué tan cerca? inquirió Guerrero Ceballos. Como a 48 centímetros de aquí, le respondió el Tito. Risas de nuevo. Guerrero Ceballos se enfadó un poco. Risas de nuevo. Vamos, dijo. Salimos a la fría mañana de Dublín. Tito Tricot llevaba en su mano una regla de plástico. No bien salimos a la calle, Tito puso la regla en la puerta de su casa. Efectivamente a 48 centímetros de la puerta de Tito estaba la puerta de la casa del encargado de la Jota. Vivía al lado. «Justo al lado» como decía un viejo éxito de Palito Ortega o Leo Dan.  

Se hicieron dos o tres reuniones con la Jota de Dublín. Recuerdo que a propósito de un programa de Radio Moscú en que se ensalzaba la figura de Arturo Prat, hubo una larga discusión entre Guerrero Ceballos y Tito Tricot con respecto al papel de Arturo Prat en la Historia de Chile. Guerrero Ceballos lo rescataba como una figura democrática. Para Tito Tricot no era tan así. Recuerdo que Guerrero Ceballos llamaba a estudiar más nuestra propia historia, nos decía que la Memoria de Arturo Prat para optar al título de abogado había versado sobre un tema político, que era La Ley de Elecciones, etc. Y Tito Tricot decía que Prat no era nuestro y que al final el salitre fue a dar a manos de los imperialistas ingleses. Luego de estas reuniones Guerrero Ceballos me preguntaba opiniones de los jotosos dublinenses. Si James Joyce hubiese escuchado nuestros diálogos le habría inspirado un cuento más a sus Dubliners. Quizás en tanto parálisis y frustración. Por ejemplo, Guerrero Ceballos me preguntaba cosas como: –Oye, el flaco chico, ¿era cojo? –¿Cojo?– preguntaba yo. –Si poh, cojo ¿cojeaba cuando caminaba? –persistía Guerrero Ceballos. No sé –le decía yo–, es que el pavimento de las estrechas callecitas dublinenses es bien disparejo –respondía. Y reía de nuevo. Guerrero Ceballos se preocupaba del estado físico de los compañeros. Es que no era buen negocio reclutar guerrilleros con ciertas dificultades físicas. O al menos había que saberlo. Después, yo trataba de mirar bien cómo caminaban los compañeros. Entre reuniones sobre Arturo Prat y eventuales cojeras pasó el día. 

Se hizo de noche. Había una sola cama para las visitas, o sea para mí y Guerrero Ceballos. La cantidad de bromas ustedes habrán de imaginárselas. Yo estaba muy cansado y apenas ocupé el 50% del colchón, caí profundamente dormido. A la mañana siguiente escuchaba entre sueños la voz de Guerrero Ceballos, ya bañado, vestido y desayunado diciéndome que me levantara. Cómo fue imposible despertarme, él fue donde Tito Tricot reconociendo su derrota y le dijo: «Lo que pasa es que Redolés no duerme, se muere». Cuando Guerrero Ceballos recordaba eso, reía mucho. También le encantaba contar un chiste en que un tiburón le decía a otro tiburón que le molestaba comer almirantes soviéticos por que venían con muchas medallas. O le intrigaba porqué el destino lo puso justo detrás de Jaime Guzmán en la fila de un aeropuerto europeo, una calurosa mañana de la década del setenta. Cuando contaba esto, las sugerencias de lo que él debería haber hecho eran múltiples. Desde un cachamal a otras peores. Guzmán aún estaba vivo. Guerrero Ceballos también. 

 Una mañana en Londres, en marzo del 85, mi mujer me despertó violentamente. «Mataron a Manuel Guerrero», me dijo. Yo salté de la cama. Tenía mi pasaje para Santiago de Chile el 9 de junio de ese año, o sea tres meses después. Reprograma tu retorno a Chile, me dijeron. No pensarás volver ahora, me llamaban a la mesura. Tengo que volver, les decía yo. Eres valiente me decían. No soy valiente- les decía yo- sé que no soy valiente-les repetía-soy más bien miedoso, paranoico de miedoso, pero estando muy agradecido de Londres y de su tiempo estoy muy seguro que ya tengo que volver a Chile antes de que Chile no quiera volver a mí. Chile y su lucha era nuestro deseo, nuestro sueño, nuestra única y verdadera obsesión.  

En estos raros días en que así como muere un torturador en una no-cárcel, también comienzan a morir los que fueron torturados. Y poco a poco muere también la posibilidad de haber hecho justicia y queda para siempre en la memoria de un país, la injusticia chilena. «La injusticia en la medida de lo posible», parafraseando a Don Pato. En estos raros días en que un sub secretario dice algo así como ha muerto el más grande criminal en la historia de Chile, y el mismo sub secretario es sub secretario gracias a una Constitución Política heredada de esos «grandes criminales». En estos raros días en que la justicia mira por debajo de la venda «pa’l lao» y hace poco deja en libertad a uno de los secuestradores y degolladores de Parada, Nattino y Guerrero. Así, La Corte Suprema ratifica la libertad condicional para Alejandro Sáez Mardones ex agente de la dirección de Comunicaciones de Carabineros (DICOMCAR), condenado a presidio perpetuo por esos asesinatos, entre otras seis participaciones en secuestros y crímenes. 

¡Pero en estos raros días, hay novedades en el horizonte compañeras, compañeros! ¡La aventura por la justicia continúa! 

¿Quién dijo que todo estaba perdido, si Tito Tricot venía a ofrecer su corazón?  

Así es, amigos y amigas: Tito Tricot está presentando su libro de crónica y memoria, Un Sociólogo en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Testimonio de un Militante, de Ceibo Ediciones, este martes 15 de septiembre [2015] a las 19 horas, en el café Literario del Parque Bustamante. Desde ya, le solicito al Ministerio de Educación, sugiera este libro como material de lectura a todos los cursos a partir de primero medio para reforzar lo que todo el mundo pide, o sea la calidad de la educación. Porque no hay calidad sin memoria.  Yo alguna vez estuve con Manuel Leonidas Guerrero Ceballos y Luis Ernesto Tricot Novoa en Dublín, a comienzos de la década de los 80. Estábamos haciendo patria, no plata. Solo haciendo patria chilena en Dublín, junto a un grupo de compatriotas. ¡Ah! y siempre riéndonos, claro. Serios, pero riéndonos en serio. 




24 de agosto del 2015
























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