domingo, diciembre 26, 2021

«Notas para una ficción suprema», de Wallace Stevens

IV / Traducción de Javier Marías





La primera idea no fue nuestra. Adán
en el Edén fue el padre de Descartes
y Eva hizo del aire el espejo de sí misma,

de sus hijos y sus hijas. Se encontraron 
en el cielo como en un cristal; una segunda tierra; 
y en la tierra misma encontraron un prado:

los habitantes de un muy pulido prado.
Pero la primera idea no fue dar forma a las nubes 
en imitación. Las nubes nos precedieron.

Había un centro de barro antes de que alentáramos.
Había un mito antes de que el mito empezara, 
venerable y articulado y completo.

De esto surge el poema: que vivimos en un lugar 
que no es el nuestro y, mucho más, no nosotros 
y duro es pese a los días blasonados.

Nosotros somos los imitadores. Las nubes son pedagogos. 
El aire no es un espejo sino tabla rasa,
bastidores claroscuros, trágico claroscuro

y cómico color de la rosa, y en él 
instrumentos abismales emiten sonidos como señales 
de los amplios significados que les añadimos.




1942









 


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