domingo, octubre 03, 2021

Discurso de María Moreno, en el 10 aniversario del Museo del Libro y de la Lengua (Buenos Aires)





Que el Museo del Libro y de la Lengua sea dirigido por alguien que ha sufrido los efectos de un ACV, entre los cuales se encuentra una severa dislexia, es decir, que siente un sabor amargo en la lengua del cuerpo y la del alma, según una frase elegíaca de don Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres, parece una obra de Copi; pero como la vida tiene los argumentos más extravagantes, es despóticamente real. 

El 3 de julio de 2021 tuve un infarto cerebral que me provocó parálisis en el lado derecho de mi cuerpo, incluida la mano –nunca pensaba en ella, simplemente estaba ahí para servirme en mis caprichosas asociaciones literarias, era la mano de escribir–. Estaba escribiendo sobre la potencia de la enfermedad y de la asimetría corporal en la obra de Lina Meruane y Mario Bellatin. Nunca volveré a provocar a los dioses que convierten la escritura en una profecía.  

Mi mano derecha yace exangüe, lívida, sobre una plataforma de elevación; los dedos apiñados, las uñas pintadas de rojo, apenas firmes para sostener un abanico como en un cuadro de Prilidiano Pueyrredón. Mi pierna derecha se siente como la del capitán Ahab, pero mucho peor escrita. No escribo las palabras que deseo; a estas las olvido fácilmente. Escribo las que son fruto de una negociación; a veces, otras que nunca hubiera escrito de no haber tenido un ACV. Escribo esto con el índice de la mano izquierda, que se ve obligado a realizar con el dedo pulgar simples coreografías para tocar simultáneamente Alt y la tecla del signo de puntuación buscado.

Se asocia la dislexia al retraso mental, a la media lengua de los niños. Solo los llamados subalternos dicen «no entiendo», con firmeza, cuando en realidad son los únicos que entienden y reconocen que detrás de los fallos del lenguaje están los antiguos privilegios.

El neurólogo y escritor Oliver Sacks mostró la existencia del inconsciente al observar en los accidentados neurológicos una imaginación que excedía las estrategias de la enfermedad al servicio del impulso reparador y, por supuesto, al soporte material del cerebro humano.

En El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Un antropólogo en Marte y Veo una voz, Sacks registra unos «despertares» que evocan la prodigalidad creativa de un Leonardo: un músico que no puede diferenciar entre su esposa y una gorra pero que es genial, una escultora que no percibe sus manos y es un éxito, un sordomudo orador y lingüista.

En cierta ocasión escuchó unas carcajadas convulsivas que provenían de la sala de afásicos del hospital donde trabajaba. Al entrar descubrió que la reacción se estaba produciendo ante el discurso del presidente –Sacks no dice cuál, aunque se puede sospechar que se trata de Ronald Reagan–.

Según el diagnóstico médico ciertos afásicos no pueden comprender el significado de las palabras y sí, con peculiar precisión, la expresión que las acompaña, es decir la teatralidad. Su conclusión es que a un afásico no se le puede mentir.

Una mujer, Emily D., ocupante también del pabellón de afasia, sufría una enfermedad diferente, la agnosia, que le hacía comprender el sentido de las palabras pero no sus cualidades expresivas. Esta mujer determinó que el discurso del presidente no era buena prosa, es decir, desaprobó su retórica. ¿Deberían los afásicos postularse como analistas políticos?

Yo también tuve mis musas: las de la disartria. He renunciado a mis excesos barrocos y a mis enumeraciones caóticas rococó. He llegado a la síntesis por un déficit, no por voluntad. He ganado en lectores, ahora soy transparente, mientras que mi habla se vuelve a veces infranqueable.    

Esta larga introducción es para anunciar que el Museo del Libro y de la Lengua está abierto a las lenguas rotas e infartadas, a sus invenciones, que no pueden adjudicarse simplemente al concepto de reparación.

Hoy es el décimo cumpleaños del Museo y, por lo menos, la tercera reinauguración de las muestras La kermés del día después y Mareadas en la marea: diario de una revolución feminista.

En la última inauguración las sacamos al jardín y las filmamos. La kermés del día después aludía a la pastilla del día después y ahora, con la Ley del Aborto obtenida, vuelve a ser la kermés del día después de la inauguración.

Esta vez levantamos un altar en homenaje a las víctimas de femicidio, y dice así: «La culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía». Las Tesis

Las que siendo una menos siempre fueron por más. A sus cuerpos gozosos, deseantes. A sus ganas de bailar, hacer el amor, de vivir su libertad hasta el fondo. Para ellas es este altar de cotillón e iconografía popular de nuestra américa en el que no quisiéramos tener que escribir un nombre más.

A sus memorias, amorosamente.

Felicitaciones a la craneoteca del Museo: Esteban Bitesnik, Inés Girola, Pablo Licheri, Inés Ulanovsky, Nicolás León Rubio, Martín Algieri, Ornella Benevento, Laura Orgambide, Viviana Gonzalez y Gabriel Zarco que supo encontrar aquí su cajita feliz con lealtad y compromiso. Felicito también, especialmente, a Viviana, que de ahora en adelante abrirá las puertas a los visitantes.

Agradezco su paciencia.



29 de septiembre, 2021



















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