jueves, septiembre 23, 2021

“Diciembre en Florencia”, de Joseph Brodsky





Éste, al marcharse, no miró hacia atrás.
Anna Ajmátova
 
 
I
 
Las puertas aspiran aire y espiran vapor;
tú, sin embargo, nunca volverás al Amo adormecido,
junto al cual deambulan los lugareños, por parejas,
como una nueva especie de cuadrúpedos.
Portazos. Animales invaden la calzada.
La verdad es que el ambiente
de esta ciudad recuerda el bosque. Es bella.
Cuando se tiene cierta edad,
uno se sube el cuello y no mira a los hombres.
 
 
II
 
La mirada, salpicando en el crepúsculo,
se consigue tragar las farolas opacas —pastillas del olvido—;
y tu portal, a dos minutos de la Signaría,
hace pensar a siglos de distancia
en la mejor razón para el destierro:
no se puede vivir junto a un volcán sin enseñar los puños,
ni se puede tampoco abrir la mano en la agonía,
porque la muerte es siempre
una nueva Florencia, con trazas del Paraíso.
 
 
III
 
A las doce, los gatos miran bajo los bancos para ver
si las sombras son negras. Acaban de restaurar
            el Puente Viejo:
los bustos de Cellini se recortan contra el azul de las colinas
y se vende de todo, con gran algarabía.
El agua sucia pasa por la lendrera del puente.
El cabello dorado de una hermosa mujer,
que revuelve las cajas, en busca de algo raro,
bajo la mirada ansiosa de las vendedoras,
se diría la huella de un ángel en el reino
            de las cabezas oscuras.
 
 
IV
 
El hombre queda reducido al rasguñar de la pluma
            en el papel,
a redondeles, garabatos, cuñas, a los deslizamientos
del punto y de la coma. También es verdad que a veces
la pluma, al tropezar con una «eme»,
se detiene y dibuja un par de cejas;
lo que es decir: la tinta es más honrada que la sangre.
Y el rostro en la oscuridad, con las palabras al aire
—para secarlas más deprisa—
se ríe con risa de papel arrugado.
 
 
V
 
Son como trenes detenidos, estos «muelles»,
con las casas hincadas en el suelo, hasta la cintura.
Un cuerpo con gabardina, tras haber husmeado
en una profunda cavidad,
            que hace las veces de entrada,
sube pasito a paso, pisando muelas carcomidas,
hasta llegar a un paladar irritado
            con el inevitable «16».
Abre la puerta un rostro de palabras viscosas
y te invita a pasar. Te rodean
dos cuerpos viejos en forma de «8».
 
 
VI
 
En un café costroso, bajo el cobijo de la gorra,
el ojo se habitúa a las ninfas del techo, a los cupidos,
a las molduras; lamentando la ausencia de «terza rima»,
un anciano jilguero lanza sus trinos desde una jaula.
El sol, que se ha astillado
contra la cúpula de la catedral donde yace Lorenzo,
pasa a través de las cortinas y calienta la venas
del mármol sucio, el tiesto de verbena florecida.
Trina el jilguero dentro de su Rávena de alambre.
 
 
VII

Espirando vapores, aspirando los aires,
baten las puertas en Florencia. De acuerdo con tu fe
vives una o dos vidas; una tarde
de la primera vida vienes de pronto a comprender
que no es verdad, que amor no mueve las estrellas
(mucho menos la Luna), que divide
en dos todas las cosas, hasta el dinero de tus sueños.
Hasta la idea de la muerte, en los ratos de ocio.
Si el amor moviera las estrellas del Sur,
            acabaría separándolas.
 
 
VIII
 
En el nido de piedra resuena un chirriar de frenos.
Te juegas la vida cuando cruzas la calle.
En el bajo cielo decembrino, el huevo enorme
que puso Brunelleschi provoca una lágrima
en esta pupila que tanto sabe de cúpulas y resplandores.
Hay un cruce y en él un policía
sube y baja los brazos, como la letra «equis».
Ladran los altavoces sobre lo cara que está la vida.
¡Y cuánto desvivir supone «vida»!
 
 
IX
 
Hay ciudades a las que jamás se vuelve.
El sol se estrella en sus ventanas, como en espejos.
No llega nunca a atravesarlas, ni por todo el oro del mundo,
En todas ellas hay, sobre el río, seis puentes.
En todas ellas hay lugares donde pusiste
tus labios en otros labios, tu pluma en el papel.
Y algún aturdimiento de columnas, de estatuas o de arcadas
Las multitudes toman el tranvía, hablando
en la lengua de un hombre que ya no está.



en Parte de la oración y otros poemas, 1977

















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