Por cierto, estas palabras se suceden a propósito de la mentira en la que fue descubierto Rodrigo Rojas, el «Pelao Vade». Las preguntas inevitables son, entonces, si debe renunciar o no a la Convención Constitucional. Si la Convención se ve dañada o no con esto. Y bueno, qué pasará con él. Hay, sin embargo, que romper con lo bidimensional de los análisis que hemos tenido que presenciar, ante lo que a muchos les rompió el corazón, como a otros los llenó de ira. Se trata de alterar el orden, de ver cómo se proyecta el poder ahora en manos de los pueblos.
La mayoría entendió que Chile como ilusión del oasis en el desierto tiene que acabar. Tuvo que rebalsarse todo, haber un estallido y el sistema verse amenazado para que se diera la existencia de un plebiscito para terminar con el foco de la ilusión, que sigue siendo la Constitución del 80 y que pronto vamos a apagar. No con una Asamblea, sin embargo, sino con esta Convención Constitucional notablemente liderada por Elisa Loncon y Jaime Bassa, que, a no dudar, pasan por su momento más complejo.
Una de las bondades más notorias de esta última es la transversalidad de quienes fueron votados y la representación sui generis de Chile en muchas de (o todas) sus acepciones. ¿Por qué debemos asumir que quienes fueron elegidos son solamente gente proba? En un Zoom con un actual Constituyente, tuve la oportunidad de preguntarle acerca de la posibilidad de plebiscitos revocatorios –por parte de la ciudadanía– de cualquier representante, toda vez que no era aceptable que no cumpliera con el mandato que le fue enmendado. Y que, no cumpliendo con la visión ofrecida a sus votantes, estos tengan el derecho a pedir su renuncia. El Constituyente flaqueó. Lamentablemente, así es el poder. Nadie quiere tener su cabeza a disposición de un cadalso. Se quiere ser libre para alcanzar el poder, pero teniéndolo existe la necesidad de perpetuarse en el poder. Pero el que nada hace, nada teme. ¿Por qué no tener la tranquilidad de poner realmente las manos al fuego a la hora de asumir un cargo que tiene un marco de funcionamiento? ¿Por qué alguien probo se arriesgaría a perder la confianza de quienes lo llevaron a una instancia tan extraordinaria en nuestra historia? Preguntémonos entonces: ¿acaso son los «mejores» los que están en la Convención Constitucional? Probablemente, no. Pero ahí están: los que abrazamos, los que respetamos, los «inaceptables», los éticamente cuestionables, los que «saben», los que no.
Somos lo que somos. Materia de orgullo y de vergüenzas. En el caso de los Constituyentes son los que elegimos. ¿Cuál es entonces la tara, el punto en donde podríamos decidir sacar a alguien que demuestra su falta de amor por el otro que somos todos, que no quiere trabajar por el bien común?
Seguramente, la mayoría de nosotros nos hemos equivocado más de una vez. Pero no todos aspiramos a representar a los pueblos, a la ciudadanía que ve en ciertas ideas y poder (mediático, discursivo, visual, social, etc.) a quien ha de salvaguardar nuestra confianza y sueños, a quien nos va a representar para que nuestra voz logre llegar al mejor puerto posible, en pos de que nuestra vida sea cada vez mejor. De ahí viene la lamentablemente añeja visión de que las autoridades del país sean «Excelentísimos» u «Honorables». El ideal de República nos reventó en la cara cuando nos dimos cuenta, de que los llamados a ser un ejemplo digno de imitar, tradicionalmente, tienen las manos sucias de tanto manipular un sistema en favor de unos pocos. Ahora, por décadas o siglos estelares. De ahí la ilusión de probidad galopante que se quiebra y manifiesta en el Estallido Social del 18 de octubre (¿qué es ese eufemismo de «revuelta»?, por favor). Y es que no damos más con el abuso. Con la injusticia. El teatro de títeres de derecha y supuesta izquierda enfrentadas en estos 30 años en manos de un mismo titiritero que crea la ilusión de conflicto, cuando todo es sólo el show de un orden injusto que atenta contra el bienestar de la mayoría.
Hablemos entonces con claridad: más allá de las ideas, hay valores que marcan la real diferencia central: acá los honestos, allá los deshonestos. De un Chile probo, ajeno a la corruptela y a la visión de una minoría abusiva. Usurera.
El «Pelao Vade» es parte de muchos de los mal llamados «radicales» que salimos a las calles. Y eso no nos glorifica a santidad alguna. El Pelao Vade mintió y va a tener que vivir con eso, atenuantes o no. Pero su reproche a un sistema de salud pública lamentable para la mayoría en Chile es verdad. Esa radicalidad en su denuncia –si se le puede llamar «radical» a lo que, en rigor, es la mera manifestación de un «malestar», como diría el psiquiatra Mario Uribe– es sólo una base constitutiva mínima que cualquier ciudadano puede exigir acerca de lo que siente son sus derechos. Si bien quemarlo todo es estúpido –si bien sabemos del valor simbólico de la imagen incendiando un orden perverso, en cuanto a carácter purificador del fuego, en términos de Bachelard–, también lo es pedirle a los abusados que conozcan a sus captores y los entiendan para que todo siga en el gatopardismo infame en el que estamos por tanto tiempo. Eso de las Furias… A recordar que las Erinias son figuradas con un aspecto horrible, con una ira fatal. Llamativa elección la del Convencional Fernández Chadwick. Lo que nosotros no olvidamos, es que también personifican los remordimientos de quien a transgredido un tabú, acaso el bienestar común de la sociedad. Que no aparecen por mero capricho. Y que la ira de las Erinias es aplacada cuando Atenea dictamina que ningún hogar donde no se les rinda culto podría prosperar.
Volviendo al punto anterior, lo lógico sería la posibilidad de que la ciudadanía fuera capaz de pedirle renunciar al «Pelao Vade» y a pagar por haber vulnerado la fe pública. Eso debería ya estar escrito para que siempre sea la soberanía de los pueblos la que prevalezca. Mientras tanto, por más buena persona que sea el Constituyente descubierto, no tenemos las herramientas para pedirle dar un paso al costado. Ni tampoco una manera institucional de abrazarlo y perdonarlo. Por otra parte, tampoco podemos pedir la renuncia de varios políticos cuestionados, como es el caso de Arturo Zúñiga y las extrañas decisiones al arrendar el Espacio Riesco, anunciar la construcción de emergencia de un hospital fantasma en Cerrillos, o acerca de los vínculos y pagos de varias residencias sanitarias.
La Convención Constitucional está muy bien representada en cuanto a lo que somos en realidad. Hay literalmente de todo. Y bue, casi «todo», ante la muestra de apenas 155 de nosotros. Si creemos que la verdad y la mentira son relevantes en cualquiera de nosotros, lo es más ante lo que necesitamos suceda en la Convención Constitucional. De ahí a que sea lógico y necesario poder revocar la representación de cualquiera que no esté a la altura. La sanción a cualquier Convencional por «la expresión, a través de cualquier medio físico o digital, de un hecho que se presenta como real siendo falso», por ejemplo. O por intentar boicotearla, por qué no.
Porque yendo con la verdad de frente, es bueno que entendamos como ciudadanía que todo esto se trata –finalmente– de poder, como bien lo entiende Mirko Makari. Y de cuáles son nuestras reglas para entregar la representación de ese poder a alguien. Mientras no podamos revocar la investidura de alguien, la tenencia del poder no pasa de ser una mera ilusión. Y eso ya no es aceptable. Ya nos hartamos de ese país.
6 de septiembre, 2021
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