Una
persona está emocionándose en este instante. Alguien, en algún lugar, tiembla
de emoción porque algo extraordinario está a punto de ocurrirle a esa persona.
Esa persona se ha vestido para la ocasión. Esa persona ha esperado y soñado con
este momento, y ahora está sucediendo de verdad, y esa persona apenas si puede
creérselo. Pero la cuestión ya no consiste en creer: el tiempo de la fe y de la
fantasía ha concluido; esto está sucediendo de verdad. Esto requiere una
actitud sumisa y reverente. Es posible que tenga que arrodillarse, igual que
cuando alguien es armado caballero. Es muy raro que a alguien le den el título
de caballero. Pero esa persona es posible que se arrodille y que reciba un
toque de espada en cada hombro. O lo más probable es que esa persona esté dentro
de un auto, o en una tienda, o bajo un toldo de vinilo cuando ocurra. O
hablando por teléfono, o conectada a internet. Podría ser la respuesta a un
mail suyo: Ahí tienes tu título de caballero. O un largo, jocoso y farragoso
mensaje telefónico en el que todas las personas a las que esa persona conoce
hablan a través de un manos libres y
todas le dicen a la vez: Has pasado la prueba, todo era una prueba. Estábamos
gastándote una broma, la vida real es mucho mejor que eso. Esa persona se ríe a
carcajadas, con alivio, y vuelve a poner el mensaje para escuchar la dirección
del lugar en que todas las personas que ha conocido a lo largo de su vida la
esperan para darle un abrazo y para incorporarla a la vida real. Es muy
emocionante, y no se trata de un sueño, sino que está ocurriendo de veras.
La
esperan junto a una mesa con bancos adosados en un parque por el que esa
persona ha pasado antes muchas veces. Allí están ellos, allí están todos sus
conocidos. Hay globos atados a los bancos, y la chica que solía ponerse al lado
de esa persona en la parada del autobús está agitando una serpentina. Todos
sonríen. Por un instante, se intimida ante aquella escena y siente la tentación
de huir, pero eso sería como si esa persona se deprimiese en el día más feliz
de su vida, de modo que esa persona se sobrepone y se une al grupo.
Los
profesores de algunas asignaturas que a esa persona no se le daban bien la
besan y reniegan de las asignaturas que enseñaban. Los profesores de
matemáticas le confiesan que las matemáticas eran tan solo una manera anómala
de decirle «Te quiero». Pero ahora están diciéndoselo: te queremos, y los
profesores de química y de educación física también están diciéndoselo, y esa
persona tiene la certeza de que lo dicen en serio. Es algo asombroso. Algunos
incautos, imbéciles y estúpidos se dejan ver por allí de vez en cuando, y es
como si se hubiesen hecho una operación de cirugía estética: tienen la cara
desfigurada por el amor. Los estúpidos guapos son simplones y amables, los
incautos feos son encantadores. Pliegan el jersey de esa persona y lo colocan
cuidadosamente en algún sitio para que no se ensucie. Lo mejor es que todas las
personas a las que esa persona ha querido se encuentran allí. Incluso los que
se marcharon. Todos le estrechan la mano y le dicen qué difícil les resultó
fingir que se habían vuelto locos, meterse luego en el coche y marcharse y no
regresar nunca más. Esa persona casi no puede creérselo, aquello parecía tan
real, le partieron el corazón y ya ha sanado y ahora esa persona apenas sabe
qué pensar. Esa persona está medio loca. Pero todos la tranquilizan. Todos le
explican que fue absolutamente necesario comprobar lo fuerte que era. Ah, mira,
ahí está el médico que le recetó la medicina que dejó temporalmente ciega a esa
persona. Y el hombre que le pagó dos mil dólares para que se acostara con él
tres veces, cuando esa persona estaba sin un peso. Han acudido esos dos
hombres, da la impresión de que se conocen. Ambos portan unas pequeñas medallas
y en este instante se las están prendiendo a esa persona. Son unas insignias
que premian el honor y la fortaleza. Las insignias relucen bajo el sol, y todos
aplauden.
De
repente, esa persona siente la necesidad de ir a la casilla de correos. Es una
costumbre antigua, y, aunque todos vayan a comportarse de manera fenomenal de
ahora en adelante, esa persona aún desea recibir correspondencia. Esa persona
dice que volverá enseguida y todos los conocidos le dicen: De acuerdo, no hay
prisa. Esa persona se sube al auto y conduce hasta correos, abre la casilla,
pero no hay nada. Aunque sea martes, que es un día en que todo el mundo sabe
que llega mucho correo. Esa persona se decepciona tanto que vuelve al auto y,
olvidándose por completo del picnic, conduce hacia su casa y activa el buzón de
voz, pero no hay ningún mensaje, solo aquel en que le decían que había pasado
la prueba y que la vida era algo mejor. Tampoco tiene ningún correo
electrónico, quizá porque todo el mundo está en el parque. A esa persona no le
parece oportuno volver al picnic. Esa persona se da cuenta de que quedarse en
casa significaría dejar plantados a todos sus conocidos. Pero el deseo de
quedarse en casa es muy fuerte. Esa persona quiere darse un baño y después irse
a la cama a leer.
En
la bañera, esa persona remueve las burbujas y escucha el sonido de millones de
burbujas reventando a la vez. Casi parece más un único y suave sonido que
muchos sonidos imperceptibles. Sus pechos apenas sobresalen del agua. Esa
persona mueve las burbujas encima de sus pechos y hace figuras extrañas con la
espuma. Pero ahora todos deben de haberse percatado de que esa persona no va a
volver al picnic. Todos estaban equivocados; esa persona no es la que todos
creían que era. Esa persona se sumerge bajo el agua y mueve el pelo como si
fuese una anémona. Esa persona puede permanecer bajo el agua durante un tiempo
impresionante, pero solo en la bañera. Esa persona se pregunta si alguna vez
habrá una competición olímpica que consista en aguantar la respiración bajo el
agua de la bañera. Sin duda, si hubiese tal competición, esa persona sería la
ganadora. Una medalla olímpica la redimiría a los ojos de todos sus conocidos.
Pero tal modalidad no existe, de modo que no habrá redención alguna. Esa
persona se lamenta por haber arruinado la única oportunidad que tenía de ser
querida por todos. Mientras esa persona se mete en la cama, el peso de esa
tragedia parece oprimirle el pecho. Pero es un peso reconfortante, algo
parecido al peso de un cuerpo humano. Esa persona suspira. Los ojos de esa
persona empiezan a cerrarse. Esa persona se duerme.
en Nadie es más de aquí que tú, 2009
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