¿Tenemos que prenderle fuego al culo del Tío Sam?
¿O él nos va a quemar el culo a nosotros? En agosto cumpliré cincuenta, no confíen en mí. Eso es veinte años más que treinta, y me pregunto: ¿en quién van a confiar los muchachos de menos de treinta cuando tengan más de treinta? Quizás deberían confiar en mí un poquito —estoy desempleado, incluso tengo una barba de chivo, bebo cada noche hasta el amanecer, escribo mis pequeños poemas y sucias historias, todavía tratando de dar en el blanco, quizás fallo, levantándome a medio día a tomar un alka seltzer, encontrando acuarelas en el suelo junto a botellas de cerveza vacías y el programa de hípica de la semana pasada—. El Berkeley Tribe me manda gratis un ejemplar de su periódico cada semana, así es que deben saber que aquí estoy. También bebo con cualquiera y escucho. Mi puerta está abierta a los de izquierda y los de derecha, negros y blancos y amarillos y rojos y diferentes hombres, mujeres, lesbianas y homosexuales. Yo no enseño; yo aprendo. Fui antiguerra cuando ser proguerra era una moda popular. Creí que nos podríamos haber mantenido fuera de la Segunda Guerra Mundial y el curso de la historia hubiera sido tal cual como es ahora. Esa es una tremenda afirmación y, por supuesto, puede ser discutida. Todavía soy antiguerra. Aunque una guerra sea contra la izquierda o contra la derecha, todavía la considero una guerra. Entre los intelectuales estadounidenses una guerra «buena» es contra la derecha; una guerra «mala» es contra la izquierda. Esto es todo demasiado fácil. La lección es no dejarse engañar. Si van a sacrificar vidas humanas por una causa, sigan con ella. Reemplácenla con una nueva constitución o hagan que la actual funcione. Digan: «Hemos muerto. Esto es lo queremos ahora». En el momento en que un enemigo es eliminado en una guerra, se crea un vacío y un desequilibrio y un nuevo enemigo se forma a sí mismo. Si destruyes a la izquierda tiendes a transformarte en la izquierda; si destruyes a la derecha tiendes a transformarte en la derecha. Todo es un capricho, un columpio, y hombres grandiosos han sido atrapados y engañados por el vaivén del equilibrio. La política, la guerra, las causas —por miles de años— han terminado en un gran saco de mierda. Ya es tiempo de que hayamos aprendido a pensar.
Allá por los años 30 y yendo directo hacia la Segunda Guerra Mundial, había un fuerte sentimiento revolucionario en este país. Franco estaba a punto de tomarse España —los escritores estaban enganchados con esa «causa noble»— Hemingway, Koestler, que se dio vuelta después, de hecho El cero y el infinito fue uno de sus giros tempranos. Entonces también estaba Lillian Hallman; Irwin Shaw, el encanto de los intelectuales y querido del The New Yorker —lean el cuento «Sailor off the Bremen»…— y, por supuesto, estaban Steinbeck y Dos Passos —que se dio vuelta después—. Incluso William Saroyan, que dijo que nunca iría a la guerra, se vio atrapado y fue y escribió una novela muy mala sobre ello —Las aventuras de Wesley Jackson—. Hubo docenas, cientos de otros, simplemente no eras un escritor que valiera una mierda si no lo eras para la guerra. Yo era un escritor que no valía una mierda. Y, por supuesto, antes de la guerra hubo una gran recesión. La gente, los jóvenes y los viejos, solían reunirse en cocheras oscuras y hablaban de revolución. La Brigada Abraham Lincoln fue formada para ir a España a detener «el alza del fascismo. ¡Detenerlo ahora!». Bien, la Brigada estaba pobremente armada y gritaban a la multitud: «¡Únanse al partido, únanse a la Brigada, debemos detenerlos ahora, nuestras vidas están en juego!». En San Francisco fue lo mismo. Bailes del Partido Comunista, con buena concurrencia. Ninguno podía mantenerse al margen, decían. Cualquiera que no se involucrara de algún modo no era un ser humano pensante y sintiente. Tiempos emocionantes para algunos. ¿Pero adónde llegaron? ¿Qué le ocurrió a la izquierda después de que Hitler fue derrotado? ¿Qué ocurrió con Irwin Shaw, con Hemingway, Dos Passos, Steinbeck, Saroyan, la pandilla? Bueno, había una novela estúpida de Steinbeck, La luna se ha puesto y una novela estúpida de Hemingway, Al otro lado del río y entre los árboles, y no tengo idea si estas cosas fueron escritas después o durante o antes de la guerra —era parte del proceso—. Dos Passos se rindió. Los otros encontraron que no podían escribir más. Camus, que justificó la guerra en Cartas a un amigo alemán, Camus corrió dando discursos en las academias hasta que el accidente automovilístico lo salvo de ese tipo de vida.
Lo que quiero decir es que he escuchado los mismos gritos en las calles, y fueron desperdiciados. Hubo traiciones y torsiones a granel. La gente tenía comida en sus barrigas. La gente había hecho dinero de la guerra. Rusia el aliado se transformó en Rusia el enemigo. Joe Stalin, ahora que el mundo había sido salvado, estaba haciendo de Hitler con su pueblo. De nuevo —como siempre— los intelectuales habían sido engañados. La actualidad superó a la teoría. La codicia humana, la pequeñez humana se hizo historia. Los tan llamados hombres buenos acuchillaban bien. Traición. Documentos. Soploneos. Irwin Shaw lo vio y lo escribió —su mejor libro, aunque no recuerdo el título—. Joe McCarthy apareció a tiempo. Las medias sucias de Adolph. Tuvimos a los diez grandes expulsados de la industria cinematográfica. La derecha está de vuelta otra vez. ¿Pero cómo? ¿No habían sido destruidos en la Segunda Guerra Mundial? Cada hombre era sospechoso. «¿Alguna vez ha sido usted del Partido Comunista?». «¿No lo fuimos casi todos nosotros?». Pero nadie nunca dijo eso. Tenían órdenes desde arriba y, como niños buenos, obedecieron. Y ahora los hijos de los judíos que salvamos de los hornos, ellos son de derecha. Ellos insertan sus panzers y blitzkriegs y su rápido poder aéreo en contra de la IZQUIERDA. Es confuso.
Ahora una vez más los intelectuales están gritando «revolución». Queman un banco; una bomba en la IBM, una bomba en una compañía telefónica, y más… policías hechos mierda, sus autos incendiados; policías son asesinados, policías asesinan —siempre lo han hecho—. Entonces tenemos a los grandes siete de Chicago y un culo viejo senil increíble como juez (a todo esto, no quiero decir que los policías están hechos mierda de drogados, quiero decir que la multitud los hace mierda a piedrazos). Si Kunstler no hubiera advertido a los jóvenes que dejaran de joder en un discurso hace poco, podría haber ocurrido. Pero Kunstler sabía que habría sido una carnicería y habría terminado la revolución ahí mismo. Los salvó para otro día. Bien, dirán ¿Y qué quiero DECIR? Bueno, yo soy un fotógrafo de la vida, no un activista. Pero, antes de que se decidan a favor de una revolución, estén seguros de que tienen una buena chance de ganarla —y con esto quiero decir derrocar violentamente—. Antes de que esto pueda ser alcanzado deben tener algo de revolución entre las filas de la Guardia Nacional y la fuerza policial. Justamente esto no está pasando en ningún grado. Entonces deben hacerlo en las votaciones. Y les quitaron sus oportunidades con ambos Kennedys. En este momento hay demasiada gente asustada de perder su trabajo, hay demasiada gente comprando autos, televisores, hogares, educación a crédito. El crédito y la propiedad y la jornada de ocho horas son grandes amigos de la clase dirigente. Si debes comprar cosas, paga en efectivo y solo compra cosas de valor —no baratijas, sin cuentos—. Todo lo que posees debe poder caber en una maleta; entonces tu mente puede ser libre. Y, antes de que puedan enfrentar a las tropas afuera en la calle, DECIDAN y RECONOZCAN con qué van a reemplazarlas y por qué. Los lemas románticos no servirán. Tengan un programa decisivo, claramente expresado, cosa de que SI ganan tengan una forma de gobierno apropiada y decente. Pues recuerden: en todo movimiento hay oportunistas, acaparadores de poder, lobos vestidos en ropas revolucionarias. Estos son los hombres que derriban una causa. Yo estoy para un mundo mejor, para mi hija, para mí mismo, para ustedes, pero tengan cuidado. Un cambio en el poder no es una cura. El poder no es una cura. Todo el acento de su pensar no debe ser cómo destruir un gobierno sino cómo crear uno mejor. No sean atrapados y engañados de nuevo. Y si ganan tengan cuidado de gobernar autoritariamente con reglas que los vayan a amarrar peor que antes. Yo no soy precisamente un patriota, pero, a pesar de una tremenda cantidad de injusticias, ustedes todavía pueden expresarse y protestar y actuar dentro de ámbitos bastante amplios. Díganme: ¿podré escribir un texto antigobierno DESPUÉS de que ustedes tomen el poder? ¿Podré pararme en los parques y en las calles y decirles lo que pienso? Debería esperar que sí. Pero tengan cuidado, no sea que pierdan aunque sea eso en nombre de la justicia. Yo reclamo un programa que me permita elegir entre ustedes y ellos, entre la revolución y el gobierno que existe. ¿Me pondrán ustedes a trabajar cortando cañas de azúcar? Eso me aburriría. ¿Construirán ustedes nuevas fábricas? He pasado mi vida arrancando de las fábricas. ¿Tendrán que ser todos mis escritos, mi música, mis pinturas, para el bien del Estado? ¿Podré yacer en las bancas de los parques o en habitaciones pequeñas bebiendo vino, soñando, sintiéndome bien y cómodo? Háganme saber qué tienen para mí antes de que queme un banco. Necesito más que collares hippies, cintillos indígenas, hierbas legales. ¿Cuál es su programa? Estoy cansado de todos esos muertos. No los desperdiciemos de nuevo. Si debo enfrentar el fusil de un policía estatal quiero saber qué me darán si se lo quito de las manos.
Díganme.
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